¿Cuánto tiempo había pasado?, no lo sabía, estaba muy nerviosa. En frente de ella de veía la puerta de madera, la que la comunicaría junto a su bella ninfa. Se llevo la mano a la cabeza, tratando de calmarse y usara la razón, en vez de guiarse por sus emociones; era estúpido, aquel amor insano solo traería problemas, ¿qué sucedería si los otros se enteraban de ello?, peor aún, ¿qué haría si ella le rechazaba? Una cosa era clara, si ella lo apartaba de sí, moriría de dolor. Enloquecía de pensar que su suave piel no fuera suya, que sus ojos lo miraran con desprecio, que sus suaves labios le pertenecieran a otro, que su liviana figura no estuviera entre sus brazos, que su cintura…. Bien, ahí estaba de nuevo, dejándose llevar por sus emociones. La razón por la que estaba ahí, era porque ese día había sido el colmo, un narnio se le había acercado demasiado, le había dado flores, e incluso besado su mano, ella le había sonreído con una luz brillante en sus ojos.
-Maldición-dijo por lo bajo. Si no daba media vuelta en ese mismo momento, se arrepentiría… demasiado tarde, se paso las manos por el cabello, sin tocar antes abrió la puerta con mucho sigilo. Ella no estaba ahí, un tenue ruido de agua corriendo, le indico que se estaba aseando… inmediatamente la imagino desnuda, como muchas otras veces desde que se había dado cuenta que su amor iba más allá de lo que exigía el amor entre hermanos. Camino despacio hasta la puerta que daba al baño, del mismo modo que había hecho con la puerta de la habitación, la abrió con cuidado. El baño era lujoso y muy bonito, era amplio y tenía grandes ventanales, las pinturas eran de diversos árboles, con muchas nubes. El aroma que predominaba era el de ella, la combinación de rosa, granada, bergamota, naranja y un poco de chocolate, una esencia única, que tenía las cualidades de embotar su cerebro. En medio de la habitación había una gran tina, las cortinas que debían taparla estaban descorridas, y ella, en medio, relajándose entre el agua tibia, que le daba caricias a esa piel tan hermosa, su melena húmeda le caía por ambos lados, rodeando su exquisita cara, su leona era perfecta. Contuvo un suspiro, y sabiendo que ya nada podía hacer, salvo rendirse a sus bajos instintos, cerró la puerta despacio, y con manos temblorosas empezó a desprenderse de sus vestimentas reales, se dio bofetadas mentales mientras dejaba todo a un lado. Sabía que lo más probable era que su pequeña hermana se enojara, que no se dejara seducir, en ese caso estaba más que firme en la idea de usar la fuerza, la tomaría quisiera o no, y aunque ella se defendiese –no por nada era la reina Lucy, La Valiente-, estaba en un completo estado de serenidad, era mayor, y también sabía pelear. Abrió de nuevo la puerta y camino sin nada hacia la bañera, ella no pareció darse cuenta, siguió relajándose. Se paro en frente de la tina, y la contemplo.