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—¿Entonces? ¿Cómo es ese Gabriel en la cama?
Friedrich se atragantó con la cerveza y comenzó a toser. Bart le dio las palmaditas de rigor en la espalda mientras Anton negaba con la cabeza hacia Heinz, que esperaba tranquilamente la respuesta a su pregunta. Aunque Albrecht tenía curiosidad, no estaba seguro de querer saber si el jodido Gabriel era mejor que él.
—¿Qué mierda, Heinz? ¿Crees que voy a responder a eso? —dijo Friedrich con voz ronca.
—Antes siempre lo hacías... —Heinz se encogió de hombros y sonrió con malicia.
—Bueno, eso era antes. Recuerda que ahora es un baboso enamorado —dijo Nevin, sin dejar de mover la cabeza y los hombros al ritmo de la música. Los seis estaban en un parque, tendidos en el pasto y escuchando música con el celular de Nevin. Estaba oscuro, de manera que nadie vería las latas de cerveza que tenían.
—Vamos, Fritz, no le haces daño a nadie... —insistió Heinz, que ya iba por la tercera lata y cada vez sonreía más—. Solo dinos. ¿Es bueno?
—Te voy a patear el trasero, en serio... —advirtió Friedrich, lanzándole despacio a Heinz una lata vacía como advertencia; la lata rebotó en la frente de Heinz, que ni siquiera la esquivó, y luego cayó sobre el pasto.
—Bueno... Preferiría que hicieras otra cosa, pero... —Heinz y los demás, incluido Friedrich, rieron escandalosamente. Albrecht solo se quedó en silencio, mirando fijamente a Heinz: a veces tenía la fuerte sensación de que entre este y Friedrich pasó algo... o de que pasaría.
—Borrachos de mierda. Ya ni siquiera se dan cuenta de lo que dicen... —protestó Albrecht con los brazos cruzados—. ¿Por qué no dejamos este lugar y vamos a bailar?
—Hombre, apenas llegaste ayer ¿y ya quieres revolcarte con los nativos? —le preguntó Nevin, negando con la cabeza y con cara de espanto.
—¡Ja! —Albrecht rió—. ¿Acaso fui yo el que anotó anoche? ¿Qué me dices? ¿Son más largas o más cortas?
Nevin se rió a carcajadas de eso, admitiendo la derrota.
—Vamos, Nev, contesta. Es información útil —dijo Heinz.
—Pregúntenle a Fritz: él está hace meses aquí —dijo Nevin, abanicándose con una mano—. ¿O enfundaste la pistola mientras conquistabas a tu francés?
Friedrich sonrió y se encogió de hombros.
—Me conoces lo suficiente para saber que no —dijo con picardía—. Además, llevo bastante más que unos meses aquí, ¿lo olvidas? —Nevin se golpeó la cabeza con la palma y puso los ojos en blanco—. Solo les puedo decir que hay de todo y con estilo.
—Muy útil —ironizó Heinz—. ¿Al menos tienes a algún conocido interesante?
—No realmente. Los chicos gay que conozco tienen pareja —dijo Friedrich, encogiéndose de hombros. Pareció algo incómodo con la pregunta, lo que hizo pensar a Albrecht que se estaba guardando algo.
—Vamos, no todos son cursis como tú. Quizás estén dispuestos a hacer un trío o algo así —dijo Heinz, sonriéndole a Nevin, quien asintió con entusiasmo ante la idea.
Anton bufó sonoramente.
—Ya basta. Si sigo oyendo algo más de esta estúpida conversación me mataré —les espetó—. ¿Por qué no vamos a bailar y allí encuentran a gente soltera que quiera hacer alguna barbaridad con ustedes?
Albrecht, Heinz y Nevin no aguantaron la risa.
—Mierda, Anton, ahora sí que das miedo. ¿Estás seguro de que no eres uno de esos vejestorios que se juntan en el bar a las cinco? —dijo Heinz, medio en broma.
El bar al que se refería Heinz era uno que estaba cerca del departamente de Anton y del que solían reírse a causa de los primitivos comentarios homofóbicos que oían cada vez que pasaban frente a los ancianos clientes del sitio. El grupo era como el peor de los males para esos viejos.

—Ah, no sean pesados... y no me comparen con esos señores... —protestó Anton, luego se puso de pie y los miró—. ¿Vamos a bailar o no?




—Kale, puedes quedarte en nuestra casa por ahora —dijo Teresa, mostrándose firme pese a la obvia preocupación, cansancio y molestia que mostraba su cara.
Después de la fuerte discusión que acababa de tener luga en casa de sus padres, quienes ni siquiera le dejaron llevarse un cepillo de dientes, Teresa lo había llevado a su propia casa.
—G-gracias... —tartamudeó Kale, asintiendo nerviosamente. Estaba temblando y aún en shock por lo que sucedió. Las palabras de su padre retumbaban en él con fuerza.
—Matt, vete a tu cuarto —ordenó Teresa.
Kale vio a Matt estático en su lugar, pendiente de él. Ya suficientes problemas tenían encima como para empeorarlo más haciendo enfadar a Teresa. Kale sonrió fugazmente a Matt, pidiéndole que no pusiera objeciones: tras un momento de obvia reticencia, Matt se fue a su cuarto. Eso hizo que se relajara un poco: al menos él no tendría que pelear con uno de sus padres esa noche.
—E-eh...
—El cuarto de invitados que está junto a la escalera —indicó Teresa—. Le diré a Anne que te lleve una toalla limpia y un cepillo nuevo. Vamos, ve a dormir; mañana hablaremos con calma. Ya suficientes errores se han cometido esta noche.
Kale asintió y fue hasta el cuarto, uno de los dos para invitados que había en la casa. Allí se sentó sobre la cama a esperar, hasta que Anne, la criada, llegó con las cosas y entonces pudo echar seguro a la puerta. Tras quedarse parado junto a la puerta durante unos minutos, con un creciente sentimiento de vacío en el pecho, se dejó caer sobre la cama y sintió el horrible nudo en la garganta a fuerza de haber contenido las lágrimas y todo lo demás.
Su padre lo había echado y de una manera que no olvidaría nunca. El desprecio, la vergüenza, el asco en su voz; todo, todo fue horrible. Era consciente de que, si hubiese aceptado sumisamente lo que su padre le ordenó y se hubiera apartado de Matt, las cosas no habrían llegado a ese punto; pero ¿cómo alguien podía pedirle algo así? Cualquier cosa, lo que fuera, excepto eso; excepto dejar a Matt.
Cualquier maldita cosa, salvo eso.
Aun así, pese a su determinación y alivio por haber salvado su relación con Matt, se sentía como una pequeña e insignificante basura. Estaba perdido y devastado. Ya no tenía a su familia, ni un lugar al que ir o alguna posibilidad de un buen futuro: solo tenía a Matt.
Parecía tan irreal... Hace un par de horas todo estaba bien... hasta que esa... Inhaló profundamente para no pensar en el degradante calificativo que se merecía: ella ya no merecía nada de su parte, absolutamente nada; ni siquiera que la reconociera como hermana. Nicole simplemente se iría a la mierda... y dado que sus padres pensaban lo mismo de él, ahora solo tenía a Georgie, que pese a todo le había dado su apoyo; ese maldito enano valdría oro cuando dejara la pubertad atrás. Quizás podría verlo de nuevo cuando fuera mayor de edad y entrara a la universidad...
Ese pensamiento lo deprimió. La universidad ya no estaba en sus planes; la había dado por sentada toda su vida, por lo que la idea de ir era como un trámite más. Ahora parecía todo lo opuesto. Definitivamente las cosas ganan valor cuando se van de las manos.
Suspiró y cerró los ojos. Quería dormir y no despertar nunca. No quería tomar decisiones y caminar el difícil camino que ahora había frente a él, ni sentir el dolor que sentía. Solo quería dormir para siempre.



—Oh-oh... Creo que estoy borracho —susurró Heinz, que luego de tropezar y evitar una caída se había quedado con las manos en el aire y las rodillas un poco dobladas, como si estuviese esperando a que pasara un temblor o algo parecido, en alerta—. ¡Nev, agáchate o Bart va a vender su auto!
—¿Qué co...? —Anton se quedó callado cuando Nevin efectivamente se agachó y miró a Bart con pánico—. Malditos ebrios... —resopló, volviendo a su trago. Como si no hubiesen tenido suficiente vaciando latas de cerveza antes de llegar, habían vuelto a pedir tragos sin medirse ni un poco: como resultado, Nevin, Heinz, Friedrich y Barthel estaban haciendo estupideces. Ali había bebido muy poco y Anton sospechaba el motivo: probablemente necesitaba estar cuerdo para hacer caer a Fritz.
Esa noche sin duda sería un desastre y Anton no estaba seguro de tener paciencia suficiente para todos. Tal vez solo los dejara tirados por ahí y fingiera no conocerlos.
—¿Así que estás sobreviviendo a base de pajas? Pobrecito... —La nada inocente voz de Ali hizo que Anton se quedara atónito y con los ojos abiertos como platos. Volteó hacia Ali y lo vio muy pegadito a Fritz, mientras que este simplemente asentía con una expresión adormilada producto de todo el vodka que había bebido.
—Hey, Ali... —llamó Anton. Ali lo miró—. Solo vigílalo y no hagas una tontería, por favor.
—No haré ninguna tontería —dijo Ali, un poco a la defensiva.
"Eso espero" pensó Anton afligido. Volvió a centrar su atención, aunque sin dejar de oír lo que Ali y Fritz decían, hacia los tres problemas mayores. Al menos Fritz no era un problema borracho, porque tendía a marearse y caer dormido; sin embargo, Heinz y Nevin eran todavía peores con exceso de alcohol.
—¡Oye, Anton, tienes que buscarte un novio! —Nevin se dejó caer sobre él y cargó su peso sobre los hombros de Anton.
—¿Ah, sí? —murmuró Anton solo para seguirle la corriente. Heinz seguía en estado de alerta, en la misma posición, y Barthel se había quedado dormido en la barra. Echó una ojeada a Ali y Fritz y los vio igual que antes, todavía dentro de los límites, así que regresó al problema que tenía en los hombros—. Nev, tus huesos son pesados.
—¡Te dijo gordo! —acusó Heinz desde su posición. Así, con su pelo ondulado y abultado hacia adelante, tapando su rostro, que mostraba una expresión de pánico y concentración bastante extraña, parecía un loco.
Barthel dejó escapar un ronquido y Heinz dio un respingo, como si un simple ronquido fuera una amenaza.
—¿Estás gordo? —El alcoholizado aliento de Nevin le llegó al oído.
—¡Ah, Nevin, eso está tóxico! —se quejó Anton. Con mucho esfuerzo, empujones y forcejeos, logró sacarse a Nevin de encima—. Puedes caminar por ti mismo —le dijo. Nevin, aunque no cien por ciento estable, estaba bien por su cuenta: el problema inmediato era Barthel. Anton fue hacia la barra y sacudió un poco uno de sus hombros—. Bart, despierta, nos vamos.
—Nnn... —Bart solo arrugó un poco el entrecejo, pero no pareció despertar siquiera.
—Cuidado; puedes apoyarte en mí, pon una mano en mi cintura y la otra en...
Anton levantó la cabeza automáticamente y se puso en alerta al oír el aparentemente inocente tono de Ali. Miró hacia atrás y lo vio tratando de sostener a Fritz más cerca.
—¡Barthel, despierta! —exclamó fuerte y sacudiéndolo sin ningún cuidado. Bart dio un respingo y se sentó derecho en menos de un segundo. Anton agarró la solapa de su chaqueta y jaló—. Tenemos que irnos.
—Bien, pero...
—¡Ali! —llamó Anton mientras caminaba hacia este, tirando de Bart tras de sí. Ali lo miró con el ceño fruncido—. Yo me encargo de Fritz, tú lleva a Bart.
—Yo quiero ir conti...
Anton no tenía cabeza para las protestas borrachas de Bart: Ali parecía demasiado decidido a hacer alguna estupidez.
—Cállate —dijo rápido, sin pasar por alto la enojada cara de Ali; cuando llegaron hasta él, Anton hizo el cambio y respiró aliviado al tenerlos separados. Con el problema principal solucionado, pudo prestar atención al resto: Heinz continuaba en su pose, pero Nevin estaba bailando con un muy apasionado chico que no dejaba de besarlo y cuya mano derecha estaba completamente fuera de vista.

Finalmente, después de mucha paciencia y diplomacia, estaban en el hotel. Nevin prácticamente se había fugado con aquel tipo y, para traerlo de vuelta, Anton tuvo que llamar a los guardias e inventar una historia que de alguna milagrosa manera hizo sonar convincente; una vez recuperado, le hizo arrastrar a Heinz de su pose y sacarlo de allí.
—Lo hiciste a propósito —dijo una voz que más parecía el resentimento en la consciencia que la de Ali. Anton abrió los ojos y lo vio sentado en su cama. Aquella habitación la compartían Ali, Heinz y Anton; la que estaba al frente era de Nevin y Barthel, aunque por esa noche Fritz se quedaría con ellos.
—¿Y qué querías? —dijo Anton, cansado. Estaba tendido en la cama y solo quería dormir; por suerte, Heinz ya estaba acostado y dormido, así que no debía preocuparse más por él esa noche—. Sé lo que estabas planeando.
Ali miró hacia otro lado.
—Tú estás de parte del francesito paliducho ese —murmuró.
—No se trata de estar de parte de nadie, Ali —dijo Anton con paciencia—. Fritz está bien con ese chico. ¿Qué clase de amigo sería si hubiese dejado que te salieras con la tuya? Estoy muy seguro de que te habrías encargado de decírselo a ese chico y eso los habría hecho terminar.
—¿Y qué pasa conmigo? ¡Yo también quiero a Fritz! ¿Qué clase de amigo eres, que no me ayudas?
Anton volvió a cerrar los ojos y suspiró.
—No seas injusto, Ali —dijo—. Si Fritz siguiera solo yo los hubiese dejado juntos, tú lo sabes. Además, ¿de verdad te dejaría contento tenerlo porque está borracho y lejos de su novio?
—…l sabía muy bien que estaba conmigo. Lo que podría haber pasado no sería porque él no supiera nada...
—No te hagas. Aunque eso sea cierto, escuché parte de su conversación —dijo Anton, apoyándose en los codos para levantarse un poco y ver a Ali—. No porque esté lejos de su novio y "sobreviviendo a base de pajas" —Anton hizo comillas para lo último— vas a aprovecharte.
—No solo es eso —dijo Ali entre dientes, cada vez más fastidiado y frustrado—. Dijo que prácticamente no tienen sexo —agregó, dejando a Anton boquiabierto—. ¿Me puedes decir qué mierda es eso? Si ese chico no hace su trabajo y Fritz busca lo que quiere en otro lado, borracho o no, no es mi culpa. —Antes de que Anton pudiese replicar, continuó—: Para mí las cosas son muy simples: si tanto lo quiere como tú crees, entonces no pasará nada. Pero apuesto lo que quieras a que no será así. Fritz va a engañarlo tarde o temprano y yo me aseguraré de ser parte de eso.



—Tengo cosas más importantes de las que preocuparme, ¿sabes? —espetó Dave, con los brazos cruzados y cara de fastidio. Su diminuta paciencia estaba alcanzando el límite y escuchar sobre James solo lo empeoraba.
Stevie negó con la cabeza.
—No puedes hacer de cuenta que no pasa nada todo el tiempo o que no te importa —dijo, aparentemente tan agotado y molesto como él—. Si tú dejaras de ser tan terco y rencoroso podrías ir a visitarlo: sabes que eso le haría bien. …l está así por ti.
—¡Ahora es mi culpa! —Dave levantó los brazos, exasperado.
—No era eso lo que quería decir.
—Sí, claro —murmuró Dave—. Mira, no me importa si crees que es mi culpa o no. Yo no lo obligué a tomar nada ni soy el responsable de que él haya sido una mierda de padre y ahora se sienta culpable —afirmó, muy seguro de lo que decía—. Si tanto te preocupa, mejor enséñale a que sea más responsable de sí mismo primero. Eso le ayudaría mucho más que estar perdiendo el tiempo conmigo.
Tras decir eso, Dave regresó al hotel de cuarta en el que se estaba quedando, ya que había recibido a Stevie en la acera. Hacía una hora, Stevie había llamado para avisarle que James no estaba bien y que iría a buscarlo para que fueran juntos a visitarlo. Obviamente, eso no iba a pasar: en ese preciso momento, James era su última prioridad.
Al entrar en el cuarto, se encontró con Tom tocando la guitarra. Estaba sentado en el suelo y de cara a la ventana: tal como solía estarlo desde que tuvieron aquella conversación. Tom se había vuelto taciturno y callado; algo que no sería extraño, si estuviese con alguien más, pero Tom siempre era diferente con él.
—¿Ya se fue? —preguntó Tom, sin dejar de tocar. Esa melodía los había acompañaba desde hace algunos días y comenzaba a gustarle oírla a diario.
Dave se le acercó en silencio y se sentó, acurrucándose contra su espalda.
—Sí —contestó, con los ojos cerrados. Ya que Tom estaba totalmente empecinado en sus ideas y el diálogo no funcionaba, al menos Dave podía darle su apoyo de otra manera. Era más efectivo simplemente estar a su lado—. Me gusta esa canción... ¿De quién es?
—De Thomas Dutton —dijo Tom, con una mezcla de timidez y orgullo.
Dave se enderezó y asomó la cabeza por encima del hombro derecho de Tom, con su mejor cara de asombro.
—¿De verdad?
—De verdad —dijo Tom, sonriendo—. ¿Quieres saber cómo se llama? —ofreció, con una sonrisa pícara. El corazón de Dave se aceleró al ver que Tom volvía a su estado normal, o al menos la parte sucia de él.
—Hmm... ¿"A mi extremadamente sexy novio le gustaría mucho quitarme la ropa en este momento"? —sugirió, fingiendo inocencia mientras pasaba una mano por el botón superior de la camisa negra de Tom.
Tom observó cómo desabrochaba lentamente los botones, sin decir nada hasta que su pecho estuvo al descubierto y recibiendo ansiosas caricias.
—Bueno, pensé en ese nombre, pero encontré otro mejor...
—¿Ah, sí? —Dave se inclinó con suavidad y besó el cuello de Tom—. ¿Cuál? ¿"Deja la guitarra y toca algo mejor"?
Tom rió y dejó la guitarra a un lado con cuidado. El bonito color rojo oscuro de la Heritage brilló con el sol que se filtraba por la ventana.
—No. Ese tampoco es... Es "Tengo un rayito de sol".
Dave se quedó perplejo por un momento, dividido ante la idea de reír por escuchar a Tom decir algo así o por lo que podía significar.
—¿Tengo un rayito de sol? —repitió, frunciendo el ceño—. ¿Qué nombre es ese, Tommy Gun?
—¿No sabes? —Tom estaba riéndose—. Tú eres el rayito de sol.
—¿Qué? —Dave se movió hasta quedar situado frente a Tom y le dedicó una mirada de reproche—. ¿Cómo que Rayito de sol? Eso es para niñitos.
—No, no es cierto. Es perfecto para ti —aseguró Tom, extendiendo los brazos, invitándolo a que se dejara abrazar, pero Dave no lo hizo; Tom sonrió—. Vamos, no te enojes... ¿No te gusta lo que significa?
Bien: eso era un golpe bajo. Como no pudo responder nada a eso, avanzó hacia adelante y permitió que Tom lo abrazara. Por supuesto que le gustaba lo que significaba; para él, Tom también era un "rayo de sol"... ya que querían ponerse cursis...
—Está bien —murmuró, cerrando los ojos cuando Tom comenzó a acariciar su espalda con suavidad.
—¿En serio? —preguntó Tom. Dave asintió—. Entonces ¿puedo llamarte así de ahora en adelante?
Dave se alejó un poco y vio a Tom a los ojos, frunciéndole el ceño para remarcar su indignación.
—No te emociones. Una cosa es la canción y otra la...
—Ven aquí, rayito de sol —Tom lo abrazó de nuevo y no lo dejó escapar.



La rabia de Albrecht había ido en aumento desde las dos conversaciones de la noche anterior. La primera fue con Fritz, aunque estaba borracho y más balbuceaba que otra cosa; aun así, había logrado sacarle alguna información muy interesante. No entendía cómo aquel idiota puritano o lo que fuera había atrapado a Fritz; ¿dónde había quedado el animal sexual que supuestamente le había quitado a Fritz? ¿Qué es eso de "solo lo hemos hecho un par de veces"? ¿Cómo era posible que se dejara ganar por aquella paliducha rata de laboratorio?
No. Por mucho que Anton pataleara y se entrometiera, no pensaba rendirse. Estaba seguro de que esa farsa de noviazgo tenía los días contados. Puede que Fritz se sintiera enamorado, pero la distancia y la falta de sexo harían de las suyas.
Albrecht sonrió, pese a la rabia, y sacó el móvil de su bolsillo. Se había metido al baño para tomar una ducha, pero lo cierto era que quería privacidad para revisar el móvil con calma; porque ese no era suyo, si no de Fritz, que con la borrachera de la noche pasada apenas se había dado cuenta de dónde estaba parado. Buscó al azar e inseguro, porque aquel móvil estaba en el idioma local; pese a esto, logró encontrar algo muy odioso.
—Agh... —bufó, pasando una a una las fotografías que encontró en una carpeta con el nombre "Ángel". La mayoría mostraba a aquel maldito ratón paliducho con el torso desnudo, durmiendo o simplemente sonriendo, aunque no parecía posar; suponía que Fritz las había tomado cuando estaba distraído o algo así. Sin embargo, había algunas en las que el ratón no llevaba nada encima.
Después de soportar aquella tortura, dejó la carpeta de fotografías y se concentró en buscar los mensajes de texto. Albrecht sabía que Friedrich no se preocupaba de borrar el buzón; al fin al cabo, nunca necesitó hacerlo, porque antes no tenía novio. Dudaba que hubiese dejado ese descuidado hábito a un lado y esperaba encontrar algo bueno escondido allí, algo que...
¡Bingo!
Revisar aquello le había servido para hacerse una idea de quienes eran amigos y enemigos: los amigos, quienes remitían mensajes "inocentes" eran los tales Isaac y Sloth, si dejaba de lado a las mujeres, que no eran un peligro; pero había un par de nombres que podrían serle de utilidad. El primero, sin embargo, era demasiado viejo en su opinión y no servía, parecía ser una conquista pasajera, aunque era extraño que Fritz le diese su número si ese era el caso... Como fuese, el nombre que realmente le llamó la atención fue "Julian", porque sus mensajes eran muy subidos de tono y el rango de tiempo era considerablemente mayor a los tres días del otro remitente: este tal Julian hablaba de citas, de la "increíble noche de ayer" y cosas por el estilo. Lo único que Albrecht podía pensar era que él y Friedrich habían sostenido algún tipo de relación más larga que un par de encuentros en la cama...
—Oye, Anton, ¿tú recogiste mi celular anoche? Creo que se cayó...
Albrecht se sobresaltó cuando escuchó a Friedrich al otro lado de la puerta, probablemente en el área de estar de la habitación.
—No, yo no lo tengo —contestó Anton, que luego alzó la voz—. Pero imagino quién lo tiene. ¡Ali!



—Supongo que es obvio que lo revisé, así que iré directo al grano —dijo Ali, una vez que estuvieron a solas, luego de que Anton y Heinz salieran para comer—. ¿Quién es Julian?
Friedrich consideró muchas respuestas para eso, pero optó por la más simple.
—No te incumbe.
—¡Claro que sí! —dijo Ali de inmediato—. ¿Fueron novios?
—Mmm... Revisar mi móvil no te da derecho a explicaciones, ¿sabías? —dijo simplemente, moviéndose hacia la salida—. Vamos, tengo ham... —Friedrich se quedó callado: acababa de recordar lo que tenía en el móvil. Se detuvo—. ¿Qué más viste? —preguntó, tenso.
Ali soltó un bufido, lo que hizo que Friedrich volteara a mirarlo.
—Si te refieres a las fotos de tu querido Gabriel, pues sí, las vi todas —murmuró, restándole importancia y casi con fastidio—. No te preocupes, a mí no me interesan los tipos como él. Créeme que no disfruté ver eso —aseguró Ali, un poco ofendido.
Friedrich sabía que era cierto; a Ali no le iban ese tipo de chicos. Aun así era difícil pasar por alto el hecho de que alguien más había visto a Gabriel desnudo: se suponía que ese era uno de sus privilegios.
—No vuelvas a hacer eso —dijo Friedrich, inseguro de qué hacer; estaba dividido entre el enojo y la culpa—. Las cosas han cambiado.
Ali frunció el ceño al oír eso.
—Sí: gracias por recordármelo —farfulló, abriéndose paso con un leve, pero obviamente resentido, empujón. Friedrich suspiró y lo siguió hacia el comedor.
—¿Y esas caras de funeral? —preguntó Nevin al verlos—. ¿Estuvieron peleando?
—No. ¿Qué están comiendo? —Ali se dejó caer pesadamente en una silla y examinó el plato de Heinz, que estaba a su lado.
Anton le envió una mirada interrogante a Friedrich, pero él solo se encogió de hombros y sonrió con resignación.
—Oye, Fritz, quiero conocer a tus amigos de acá —dijo Nevin—. ¿Por qué no nos los presentas? Te prometo que mantendré mis manitos lejos de ellos si son heteros.
—No creo que sea posible —repuso Friedrich—, porque están lejos, incluso fuera del país.
—¿En qué país? —preguntó Nevin.
—Francia —dijo Friedrich.
—Dije "amigos", tu novio no cuen...
—La hermana mayor de Gabriel es mi amiga —explicó Friedrich, cogiendo un tenedor y robando comida del plato de Bart—. Oye, Bart, esto está bueno, ¿qué es?
Bart miró a Anton.
—¿Qué era? —le preguntó. Friedrich se abstuvo de sonreír; solo Anton podía hacerse el desentendido de esa manera. Bart siempre era muy obvio.
Anton puso mala cara.
—Ya te lo dije. ¿Acaso no dijiste que sabías inglés? Pensé que lo habías entendido cuando viste el menú... —refunfuñó.
—Eso no importa —dijo Heinz, centrando su atención en Friedrich. La sonrisa pícara que tenía no le dio buena espina—. ¿Tu novio tiene algún hermano?
Friedrich vio a Ali poner los ojos en blanco y modular algo parecido a "ahí va otro imbécil".
—No, solo hermanas; una mayor que él y una melliza. Yo era compañero de la mayor en el internado —explicó.
Heinz puso cara de decepción y apartó la vista, pero cuando volvió a mirar a Friedrich entrecerró los ojos y lo vio fijamente.
—Fritz, ¿qué tienes en los ojos? —preguntó, intrigado y sin dejar de mirarlo. Al oír eso, los otros cuatro se inclinaron para mirar los ojos de Friedrich.
—¿Estás usando lentes de contacto? —Anton, por supuesto, fue el primero en adivinar de qué se trataba.
Los cinco se quedaron mudos y mirando a Friedrich, expectantes. Después de un momento así, Friedrich se rindió y soltó una gran exhalación.
—Sí, son lentes de contacto —admitió, sonriendo ante las perplejas caras de sus amigos.
—¿Desde cuán...? ¿Por qué...? —Ali parecía haber olvidado su enojo, ya que se mostraba curioso como siempre; aunque mantenía el ceño fruncido desde que hablaron a solas.
Friedrich consideró las posibilidades: mentir o no. Decidió que no pasaría nada si decía la verdad, ya que el accidente había quedado atrás y no había nada qué hacer al respecto.
—Es que tuve un accidente... Fue hace como un mes... —murmuró despreocupadamente.
—¿Un accidente? —preguntó Nevin, con los ojos muy abiertos—. ¿Có...? ¿Un accidente que te dañó la vista?
—Sí, ¿qué clase de accidente fue ese? —quiso saber Ali.
Friedrich soltó un suspiro, sintiéndose un poco presionado. Seguía pensando que la reacción ante el accidente era exagerada.
—Ah... Eh..., me atropellaron...
—¿¡¡Qué!!? —exclamaron todos a coro, casi indignados. Nevin, que estaba a su lado, le dio un manotazo en la cabeza.
—¿¡Cómo que te atropellaron!? —Ali puso las manos sobre la mesa y se inclinó hacia adelante, con el ceño más fruncido que antes.
—Sí, eh... —Friedrich se frotó la nuca con una mano, sintiéndose un poco intimidado por tanto enojo e indignación—. Fue mi culpa, en realidad, porque yo estaba en la calle cuando era el turno de los autos, así que...
—¿No alcanzaste a cruzar o qué? —preguntó Heinz.
—No, eh... Se me había caído la billetera y...
—Pero, ¿tú eres ton...?
La irónica pregunta de de Ali fue interrumpida por Anton.
—Y ¿solo hubo daño en tu vista? Si es así, creo que tuviste suerte... —dijo preocupado.
—Ah... También me quebré la muñeca —Friedrich levantó la mano izquierda— y estuve algunos días atontado en el hospital... —agregó, bromeando un poco para restarle importancia al asunto.
—¿Estuviste inconsciente? —preguntó Anton, atónito.
Friedrich asintió.
—Sí... Fue por el golpe en la cabeza —dijo para explicar.
Sin embargo, decirles eso fue peor, porque las preguntas se duplicaron.



—¿Pasó algo? —Gabriel se acercó a su hermana mayor, que estaba sentada en el living, con el portátil sobre las piernas y cara de preocupación.
Hannah dio un suspiro y se pasó una mano por el pelo. Gabriel se sentó en uno de los sillones, preocupándose también.
—Es Kale... —dijo ella con pena—. Su papá lo echó de la casa.
—¿Qué? ¿De verdad? —Eso no lo vio venir. Como Hannah siempre se preocupaba por todo, creyó que sería algo no tan grave; pero eso definitivamente era grave—. ¿Por qué? ¿Qué sucedió?
—Se enteró de que es gay —respondió ella—. Está muy mal...
—¿Y él te escribió? —preguntó Gabriel, un poco extrañado. Si Kale estaba tan mal, dudaba que tuviese ánimo para escribir nada a nadie.
—No, fue Matt —dijo Hannah—. Kale se está quedando en su casa por ahora —agregó. Bueno, eso era de suponer, teniendo en cuenta lo cercanos que eran—. El problema es que las cosas tampoco están muy bien en casa de Matt y necesita un nuevo lugar...
Aquello sorprendió a Gabriel. …l conocía a la madre de Matt y, al menos hasta ahora, había pensado que le tenía cariño a Kale. ¿Tan mal estarían las cosas en casa de Matt como para que no pudiesen ayudar a Kale en un momento así? Allí había algo más.
—¿Y qué va a hacer? —Gabriel miró a su hermana.
—Kale no tiene idea, según lo que dice Matt, pero yo estaba pensando en la casa de Birmingham —dijo Hannah, sonriendo—. Ahora mismo solo están el jardinero y el ama de llaves, así que hay espacio de sobra.
—Sí, no es mala idea, pero...
Hannah frunció el ceño, afligida.
—¿Pero qué?
—Es que... —Gabriel buscó las palabras correctas—. Es que estaría solo. Creo que se deprimiría aún más allí.
—Es cierto, pero ¿entonces qué? —Hannah centró su atención en la pantalla de su portátil.
Gabriel consideró las posibilidades. Christopher estaba acompañando a sus padres en una gira, Isaac había dicho hace un par de días que pasaría una semana en la costa con unos primos y Claire se encontraba visitando a sus abuelos que vivían en Bélgica. El único que quedaba era Friedrich y, que Gabriel supiera, todavía estaba en Newcastle.
—Le preguntaré a Friedrich —anunció Gabriel, poniéndose de pie para sentarse en uno de los brazos del sillón individual en el que estaba su hermana.
Hannah movió sus manos rápidamente por el teclado antes de entregarle el portátil. Gabriel escribió el email y lo envió, asumiendo que Friedrich lo leería pronto en su móvil; y en efecto, solo tuvo que esperar algunos minutos para recibir una respuesta. Era una suerte que Friedrich, a diferencia de él, sí estuviera actualizado y usara uno de esos móviles que son como computadoras...
Gabriel se puso rojo cuando leyó la postdata en el mensaje de Friedrich.
—De acuerdo... Imagino que te escribió alguna tontería —dijo Hannah, riendo—. ¿Qué dijo sobre Kale?
—Que sí, que no tiene problema —murmuró Gabriel, regresándole el portátil—. Dijo que iba a llamarlo.
Hannah al fin mostró algo de tranquilidad.
—Espero que salga todo bien...



Leo estaba esperando a su madre en el recibidor de su nueva casa, porque ella no solo se había divorciado de su padre, sino que también se había ido a vivir con el vago. Realmente había vuelto a ser la de antes y ya no le preocupaban los comentarios de los demás. Leo no se quejaba, porque la prefería así; aunque de igual manera no le gustaba estar en la nueva casa. El ambiente era demasiado cursi y hippie para él: ver a la parejita de tórtolos preocupados de las flores y la paz y el amor le enfermaba.
—¡Mamá, apúrate! —gritó, perdiendo la impaciencia. Ese día habría un ensayo con la banda y él iría a Londres en su nueva moto —una de las ventajas de tener la opinión del vago ese fue que pudo conseguirla—, llevando de paso a su madre con él, ya que ella también necesitaba ir; eso si se apuraba, desde luego.
—¡Ya voy, ya voy! —dijo ella desde la cocina.
Leo dio un sonoro bufido y se cruzó de brazos. Tenía el casco puesto y ya estaba arriba de la moto. Lo único que quería era irse pronto.
—¡Al fin! —dijo cuando ella salió de la casa, con un gran bolso de lana al hombro y sujetando el sombrero de ala ancha que tenía puesto con ambas manos, como si temiese que saliera volando. Ella se subió a la moto y le pasó los brazos por la cintura.
—Bien, ya estoy lista —anunció.
—No sé por qué te demoras tanto... —se quejó Leo, encendiendo la moto. El rugido del motor hizo que se calmara un poco. Cuando la moto estuvo lista, le dio el otro casco a su madre, esperó a que se lo pusiera y arrancó a toda velocidad.
Aunque el viaje era un tanto largo, solo se detuvieron una vez para recargar el estanque. Por la tarde, a eso de las seis y cuarto, estaban llegando a Londres. Leo se detuvo frente al edificio que su madre le indicó y detuvo la moto, para que ella se bajara. Se sacó el casco para refrescar la cabeza.
—Listo —dijo ella, parándose frente a él y arreglándole un poco el pelo.
—¡Mamá! —Leo se alejó apresuradamente, echándose hacia atrás. ¿Por qué las madres tenían la necesidad de hacer eso, sin importar el lugar?
—Pero tu cabello está muy desordenado —dijo ella—. No creo que a tu novia le guste verte así...
Leo se puso rojo.
—¡Ya te dije que ella ni siquiera está en el país! —farfulló.
Su madre no le prestó atención.
—Dale saludos de mi parte, ¿sí? —pidió con una gran sonrisa—. ¿Cuándo me la vas a presentar?
Como respuesta, Leo encendió la moto. Se moriría de vergüenza el día que ella y Danielle se conocieran, por el simple hecho de que sería jodidamente incómodo.



¿Acaso era un chiste? No solo estaba lo del jodido novio, si no que también hubo un accidente y Friedrich no le había dicho nada; ¡ni siquiera Amara dijo algo al respecto! ¿Qué pasaba con esta gente? El almuerzo había sido un caos cuando Friedrich soltó la noticia... y no sin razón.
Albrecht dio un bufido y echó la cabeza hacia atrás. Estaban en la piscina de la casa de Friedrich, aprovechando la salida de su tío, que había ido a Londres por negocios. Incluso la tía Eleanor había salido a tomar un poco de sol —ya que el día estaba inusitadamente soleado—, aunque por supuesto, ella solo descansaba en una silla. Albrecht se había sorprendido al verla, porque la última vez que la vio todavía no comenzaba con la quimioterapia, ya hace más de un año; ahora ella estaba más delgada y pálida, con mucho menos cabello y energía.
—Está distinta, ¿no? —Albrecht se sorprendió al oír la voz de Friedrich a su lado, desde el agua. A diferencia de este, Albrecht estaba sentado en la orilla de la piscina y solo tenía los pies sumergidos. Se sintió un poco nervioso al verlo usar solo un pantalón de baño y con tanta agua escurriendo por su pecho.

—Sí, mucho... —repuso Albrecht, apartando la vista hacia otro lado. En el extremo opuesto de la piscina, Nevin y Heinz jugaban a lanzarse una pelota, aunque con demasiada violencia: era gracioso ver a un tipo alto y flaco como Nevin haciendo malabares para alcanzar y lanzar la pelota.
—Oye, Ali, ¿por...?
Lo que sea que fuera a decir Friedrich quedó en el aire cuando la tía lo llamó con una nada agradable información. Albrecht se fijó en que sostenía el móvil de Friedrich en la mano.
—¡Hijo, tienes un mensaje de Gabriel!
Albrecht sintió las miradas de Friedrich y Anton sobre él. Anton estaba al lado de la tía, así que era obvio que escuchó.
—Eh... —Friedrich no se movía.
—Ve, no pasa nada... —dijo Albrecht, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos. Friedrich dudó un momento, pero luego puso las manos sobre el borde de la piscina y se impulsó hacia arriba y afuera. Notó que el mensaje de la rata de laboratorio no parecía ser muy bueno, porque Friedrich lucía preocupado mientras leía; después de terminar, Friedrich habló con la tía.
Pasaba algo, pero no estaba seguro de que fuese correcto preguntar. Si se trataba de algo ocurrido a la rata de laboratorio, entonces no le incumbía ni le importaba... a menos que afectara sus planes, claro.
Mientras Albrecht observaba, dos personas aparecieron en el jardín.
—¡Hay fiesta y no me invitaron! —protestó Wil, con una enorme sonrisa y tomado de la mano con una chica pelirroja. Ella estaba embarazada, por lo que debía tratarse de Alice, su novia. No habían tenido oportunidad de conocerla antes, ya que no habían vuelto a la casa después de la primera visita.
—¡Caramba! —exclamó Nevin—. ¡No me digas que tú eres Alice!
La chica se mostró ligeramente confundida, pero Wil le pasó una mano por la cintura y le dio un beso en la mejilla.
—Pues claro que sí ¿o acaso has visto a otra chica más guapa en este país? —replicó Wil. Friedrich se le acercó y lo apartó, tirando de su camisa; él fue quien hizo las presentaciones. Después de eso se quedaron conversando, pero Albrecht aprovechó el momento para acercarse a Anton.
—Oye y... —comenzó, como quien no quiere la cosa, pero Anton lo interrumpió.
—¿Quieres saber que quería el novio de Fritz? —adivinó Anton.
Albrecht frunció el ceño. Era un poco molesto que Anton fuera tan perspicaz, pero al menos agilizaba el proceso.
—Sí —repuso.
—Bueno..., parece que tendremos compañía —dijo Anton.
¡No, por ningún motivo!
—¿…l va a venir? —preguntó secamente, con los ojos fijos en los azules de Anton.
—No, no su novio —aclaró Anton, riéndose un poco—. Mira la cara que tienes, Ali... El que va a venir es un amigo de Fritz. Parece que tuvo un problema con su familia.
Albrecht consideró las posibilidades de inmediato y no tardó en sonreír. Ya tenía un plan.



Ese día había ensayo. Dave y Tom habían llegado atrasados a la casa de Ashley, aunque estaban en la misma ciudad. Aparentemente, el revolcón de hace unos minutos les había tomado más tiempo de lo planeado.
—¡Chicos! —Ashley se asomó por el balcón y les sonrió—. ¡Pasen! ¡Ahora bajo!
Adentro se encontraron con Leo sentado en un sillón, con cara de aburrido.
—¡Hola, Leo! —saludó Dave, sentándose en otro sillón.
—Hola. —Leo les hizo un gesto de saludo con la cabeza—. ¿Qué tal todo?
Dave se encogió de hombros.
—Podría ser peor —comentó, riendo.
—¡Bien, chicos, vamos al patio! —Ashley había bajado corriendo por las escaleras y les hacía señas para que la siguieran.
En el techado patio trasero estaba la batería roja de Ashley junto a unos amplificadores. Leo y Tom sacaron su bajo y guitarra respectivamente y conectaron todo.
—Tengo algunas melodías —dijo Leo, cuando estuvieron todos sentados—. Son algo así como bases, pero creo que pueden quedar bien si se terminan.
—Yo grabé un par de mezclas en el ordenador —informó Ashley con entusiasmo—. Les agregué la batería, pero todavía les falta...
Ashley y Leo miraron a los otros dos, que habían escuchado en silencio. Dave se sorprendió por los avances.
—Las letras van al final, ¿no? —dijo en su defensa. Tom lo miró como diciendo "me abandonaste"—. Esto es como entregar las tareas, Tommy Gun: tu pellejo o el mío.
—Puedo improvisar —dijo Tom simplemente—, aunque tengo una canción casi lis...
—¡Cállate, cállate! —Dave se arrojó sobre Tom y le cubrió la boca—. No le hagan caso... —dijo con una sonrisa. Leo parecía perplejo y Ashley se reía.
—Se llama "Mi rayito de sol"... —dijo Tom, traicionándolo apenas le destapó la boca. Dave lo miró con enojo, pero Tom le sonrió.
—Entonces empecemos con esa —propuso Leo.
Tom no se hizo de rogar y acomodó la Heritage sobre sus piernas.




Kale, Matt y Emma estaban cenando cuando el móvil del primero sonó. Aunque Teresa no estaba, ninguno había dicho nada. Kale miró la pantalla antes de contestar.
—¿Fred? —preguntó, extrañado, una vez que presionó el botón para aceptar la llamada—. Hola... —Kale escuchó en silencio, sintiendo la mirada de Matt, que había dejado de alimentar a su hermana, sobre él—. Sí, estoy en su casa... ¿Eh? ¿En serio? —Kale no entendía nada. Friedrich parecía al tanto de todo e incluso le estaba ofreciendo ayuda—. P-pero... no quiero molestar a tu familia, Fred... Yo... —Kale sintió un nudo en la garganta cuando Fred le contestó—. V-vale... Gracias, Fred... Nos vemos...
—¿Qué quería? —Matt lo miraba con curiosidad.
—Eh... —Kale se distrajo viendo cómo Emma hacía un caos con su comida, aunque lucía muy contenta por ello—. ¡Emma!
Matt apartó la vista de él y se puso en pie de imediato al ver a su hermanita agitar la cuchara sin parar, salpicando todo de comida.
—¡No, no! Bonita, dame eso... —Matt trataba de quitarle la cuchara por las buenas, pero ella rió todavía más y volvió a agitar la cuchara—. Vamos, Em... —Matt cogió el oso de peluche que había dejado sobre la mesa antes de sentar a su hermana en la silla alta y lo puso frente a ella—. Te cambiaré al oso por la cuchara —ofreció, señalando ambas cosas alternadamente, pero ella solo sonrió y soltó una de esas pegajosas risas de bebé.
Kale olvidó sus propios problemas por un momento y sonrió.
—Emma, el oso quiere estar contigo. —Kale se unió a Matt para ayudarle, sujetando los brazos del oso desde atrás y moviéndolos. Emma pareció interesada, porque dejó de mover la cuchara.
—El oso va a llorar si no lo tomas —agregó Matt. Aunque a Kale eso le pareció un poco cruel como chantaje para una niña de dos años, lo dejó pasar y le ayudó, pasando los brazos del oso por la cara de este, como si estuviese secándose las lágrimas. Con eso, Emma finalmente soltó la cuchara y tendió las manos; Matt se apresuró a agarrar la cuchara mientras Kale le pasaba el oso—. Bien —Matt miró a Kale, ya más serio—, ahora dime qué quería.
Kale le explicó todo en voz baja, temiendo que algún empleado chismoso lo oyese.
—Dijo que podía ir hoy mismo si quería...
—Hmm... —Matt tenía el ceño fruncido, como si no le gustara la idea—. Teniendo en cuenta sus antecedentes robándome los novios... —murmuró. Kale lo miró con reproche. Matt le sonrió—. Estaba bromeando. Creo que esta vez tengo bien sujeto al mío.

Matt le había comprado ropa interior y algunos útiles de aseo, logrando que Kale se sintiera aún más culpable por hacer que gastara parte de sus ahorros. Era cierto que ya no habría año sabático alrededor del mundo ni nada, pero Matt todavía podía ocupar ese dinero en él mismo...
—Con esto oficialmente soy un mantenido —comentó Kale, resignado, mientras guardaba las cosas en la mochila que Matt le había prestado.
Habían pasado dos días desde la llamada de Friedrich y, en ese momento, Teresa no estaba en casa, de modo que Kale pudo entrar al cuarto de Matt. Sin embargo, aunque los empleados no les quitaban los ojos de encima casi nunca, ya que Kale se iría se dieron la libertad de ignorar la vigilancia. …l y Friedrich acordaron encontrarse en el aeropuerto de Newcastle en un par de horas más. Matt fue quien pagó su pasaje, para variar.
—No seas exagerado —dijo Matt, riendo y negando con la cabeza.
—Me has tenido que comprar hasta los calzoncillos. No estoy exagerando... —refunfuñó.
—Para empezar, si pudiera mantenerte no tendríamos que estar separándonos —aseguró Matt, mirándolo con seriedad.
Kale apartó la vista después de unos segundos.
—Supongo... —murmuró, sentándose en la cama, deprimido. Nuevamente, maldecir a su hermana no solucionaba nada, pero no podía evitar hacerlo de todas formas; por su culpa lo habían echado y también tendría que irse lejos de Matt.
—¿Matt? —La voz de Anne les hizo mirar hacia la puerta.
Matt fue a abrir.
—¿Qué pa...? —La pregunta de Matt se quedó ahí—. ¡Oh, pasa, pasa! —dijo con un tono mucho más alegre.
Kale estaba estirándose un poco para curiosear hacia afuera cuando Georgie entró a la habitación.
—Enano... —murmuró, sorprendido.
—¿Cómo que enano? —Georgie puso mala cara, pero de igual manera se sentó junto a Kale. Matt cerró la puerta—. Matt me dijo que te ibas al norte. ¿Es cierto?
—Sí...
—¿Para qué? ¿Qué vas a hacer allá? —Georgie parecía confundido.
—Un amigo me dejará quedarme en su casa —explicó Kale, sonriendo. No podía evitar alegrarse del cambio en Georgie, que había dejado sus tonterías de adolescente a un lado y madurado después de lo ocurrido. Solo lamentaba que el cambio en su hermano menor fuera producto de su dramática e involuntaria salida del clóset.
—Ah... —Georgie asintió, pese a que no parecía muy convencido—. Pero supongo que no vas a estar en su casa para siempre... ¿Qué harás después?
Kale se encogió de hombros.
—No tengo idea —admitió.
—¿Y si te vas con el tío Richard? —preguntó Georgie. El tío Richard era el hermano mayor de su padre; era soltero, con muchas canas y un pésimo carácter.
—Puff... Ese tipo es igual que papá —dijo Kale, con algo de amargura—. Cuando le diga por qué me echaron me pondrá en la calle de nuevo.
—Pero entonces...
—Ya encontraremos una solución —dijo Matt, sonriendo y muy seguro—. Aunque no me gusta esto, ahora es mejor que esté lejos de aquí.
Georgie frunció el ceño.
—Tienes razón, pero... Bueno... —Volteó hacia Kale, mientras sacaba algo del bolsillo interno de su chaqueta. Le tendió un sobre—. Esto es tuyo. No tienes idea de lo que me costó encontrarlo... Tuve que dar vuelta tu pieza.
—¿Qué es? —Kale hizo la pregunta al mismo tiempo que tomaba el sobre. Al abrirlo y ver el dinero, comprendió—. ¿Mis ahorros?
—Sí —corroboró Georgie, sonriendo—. Sé que iban a hacer un viaje y que, como eres un avaro, no has gastado un peso por estar ahorrando. Imaginé que era mejor dártelo ahora que te vas.
Kale estiró un brazo y le revolvió el pelo a Georgie, que intentó impedirlo sin resultados.
—Gracias, enano.
Notas finales:

¡Muchas gracias por leer y por los reviews del capítulo anterior! 

Saludos :)


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