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Notas del capitulo:

Holaa!

Editaré pronto, porque estoy apurada -_-U

(gracias por los comentarios!!!)

Friedrich y Wilhelm salieron corriendo del departamento, los dos masticando las tostadas que acababan de engullir luego de levantarse con retraso. Se suponía que el primero se reuniría con el resto en el aeropuerto a eso de las nueve, pero ya eran las ocho con cincuenta.

 

—¡Mierda, me ahogué! —dijo Wil, tosiendo y con la cara roja, pero sin dejar de correr por las escaleras. Para mala suerte de los retrasados, el ascensor estaba en mantenimiento.

 

—¡Maldito anciano, más vale que te aguantes! —amenazó Friedrich, también corriendo, pese al ligero mareo que eso le provocaba.

 

Diecisiete minutos después estuvieron el aeropuerto, donde se encontraron con Claire, Isaac y Christopher.

 

—Hey, menos mal que llegaste; el vuelo sale a las nueve y quince —dijo Christopher, estrechando su mano y la de Wil.

 

—Nos quedamos dormidos —se excusó Friedrich, mientras saludaba a los demás—. Ah, cierto; este es Wilhelm, mi hermano mayor... —Los chicos saludaron—. Claire, Christopher y Isaac —agregó

 

rápidamente, dirigiéndose a Wil, que ya charlaba animadamente con los dos primeros.

 

—No quiero ser pesada, pero deberíamos subir al avión —dijo Claire, echando una mirada a sus reloj.

 

—Es verdad —confirmó Friedrich, poniéndose un poco más ansioso: dentro de unas horas volvería a ver a Gabriel.

 

Claire y los otros dos se adelantaron.

 

—Bien, vete de una vez, pelmazo —le dijo Wil, con un apretón de manos—. Dale saludos a Gabriel.

 

—Vale, nos vemos. —Friedrich dio la vuelta para irse, pero se  detuvo y volvió a mirar a su hermano—. Oye... ¿Puedo de...?

 

—Sí, tonto. Él ya es de la familia.

 

Friedrich asintió y se despidió de él, para irse corriendo hacia el avión, donde se encontró con los demás instalados y en medio de un interrogatorio, cuya víctima era Claire.

 

—Oye, Claire, ¿y qué pasó con Caswell? —preguntó Isaac.

 

—¿Lo vas a dejar tirado por dos semanas? —preguntó Christopher.

 

—¿Pelearon? —preguntó Friedrich, ya integrado a la conversación.

 

Isaac, Christopher y Friedrich miraban a Claire desde sus asientos, atentos a su respuesta.

 

—¿Y a ustedes qué les importa? —repuso ella, indignada—. No sean entrometidos —les espetó, y reclinó hacia atrás su asiento—. Será mejor que me dejen dormir.

 

 

 

 

 

 

 

Dave se dio una vuelta más en la cama, tratando de alargar la hora de levantarse.

 

—Es la una de la tarde —informó la voz de Tom desde algún lugar—. No me importa que te quedes todo el día en la cama, pero deberías comer.

 

—Nnn... —protestó.

 

—Vamos, haz un esfuerzo. Compré algo preparado; incluso hay postre.

 

—Déjame ver —Dave levantó un poco la cabeza y miró a Tom. Frente a él, un enorme espejo le mostraba lo bonito que había amanecido: algo que parecía pelo negro muy revuelto estaba sobre su cabeza hecho un caos, tenía ojeras y se veía enfermo, en resumen; se veía lamentable.

 

—Era obvio que el azúcar te sacaría de la cama —comentó Tom, armando una mesa improvisada sobre la cama, a base de revistas, que había por montones en la habitación que estaban arrendando.

 

—Claro que sí... Después de la boda de Stevie, Dave había decidido vivir por su cuenta y no regresar al colegio; pero Tom se negó a dejarlo solo y no hubo manera de convencerlo de que volviera a Swindon. Antes, mientras planeaban las vacaciones, Dave no le había tomado el verdadero peso al tema de vivir con Tom durante las vacaciones, pero había cambiado de opinión: aunque Tom le hacía falta, se sentía muy culpable por el señor Dutton. No era justo para éste que Tom no volviera a casa.

 

De momento, le había hecho prometer a Tom que sólo estarían juntos por unos días; después de eso, podría deprimirse solo debajo de un puente, cuando se le terminara el dinero. No iba a arrastrar a Tom, que si tenía un padre que valía la pena...

 

La última conversación que tuvo con James lo dejó hecho mierda, totalmente deprimido y furioso. Aún no entendía cómo James podía ser tan idiota y salir con algo así a esas alturas del partido...

 

¿Realmente creía que Dave saltaría de gusto ante la perspectiva de tener una casa normal tras todo lo que le hizo pasar? Además, ¿cuánto tardaría en volver a sus hábitos? ¿Cuánto soportaría vivir con Dave? Él sabía que no le interesaba a James, así que no tenía sentido que éste pretendiera lo contrario; ni aunque verdaderamente se sintiera culpable. Y no menos importante: si la razón de esa nueva actitud era la culpa y no Stevie, ya era razón suficiente para mandarlo al diablo.

 

Dave se sobresaltó cuando Tom lo abrazo de repente, trayéndole a la realidad.

 

—Prefiero verte enfurruñado que así de deprimido —le dijo éste.

 

—Lo siento... Ya se me va a pasar...

 

—¿Lo crees? —Tom lo miraba con escepticismo y preocupación al mismo tiempo—. Además... No quiero, tú sabes..., entrometerme, pero quiero saber por qué dijiste que no volverías al colegio... ¿Él te lo prohibió o... es cosa tuya? —agregó, lleno de pausas y evidentemente incómodo.

 

Parecía que era hora de soltar la lengua.

 

—Eh... No, eh, es cosa mía —afirmó Dave. Tom se mantuvo en silencio, esperando que continuara hablando—. Lo que pasó es... es que... James quiere que viva con él. Compró una casa, por eso... —murmuró, amargándose al recordar las tontas y atrasadas intenciones de James. ¿Qué bicho le había picado, que de un día para otro sentía interés en él?

 

—Le dijiste que no —adivinó Tom.

 

—Claro —admitió Dave—. Y de paso lo mandé a la mierda. No volverá a buscarme más.

 

—¿Por qué estás tan seguro?

 

Dave bajó la mirada.

 

—Porque lo amenacé.

 

 

 

 

 

 

 

— ¿Y Outi? —preguntó el vago, mirando hacia ambos lados de la mesa.

 

Leo siguió comiendo, sin preocuparse en responder pronto.

 

—Dijo que iba a tardar —respondió finalmente. Su madre estaba en una reunión con su abogado, que le traía noticias sobre la respuesta de Esko a su petición de divorcio, que, con la intervención de Leo, se limitaba a un asunto legal que dejaba de lado el chantaje; aunque no fue nada fácil. Para empezar, fue directo con sus abuelos a contarles, logrado que ellos dejaran Helsinki y se aparecieran en Porsmouth, dispuestos a darle lo que pidiera y, como no, convencer a su madre de que se arrepintiera y dejara "esa tontería del divorcio". Sin embargo, para sorpresa de Leo y de sus abuelos, su madre se mantuvo firme y no dio el brazo a torcer, diciéndoles sutilmente que podían hacer lo que se les diera en gana, porque ella quería seguir por su cuenta.

 

Todo había sido un caos después de eso: a su abuela —aparentemente. Leo no se lo tragaba— casi le había dado un ataque, su abuelo se puso furiosos, Esko amenazó con quitarle la custodia de Leo —que, por cierto, ya era mayor de edad— y otro montón de tonterías. Pese a que él y Harrison, el vago, no le dieron importancia a todas esas cosas, su madre pareció vacilar. Leo suponía que tantos años de sumisión eran difícil de dejar atrás: ella se sentía atada a sus padres.

 

—Entonces... ¿Es cierto que vas a estudiar? Outi lo dijo hace unos días. Está muy contenta, sabes...

 

—Ah, sí... —murmuró Leo—. Pero está exagerando, no es para tanto.

 

—¿Cómo que no? —El vago se reía perezosamente, como era su costumbre—. Ella creía que harías otra cosa.

 

—¿Qué cosa?

 

—Irte sin decir nada, por ejemplo.

 

Leo lo miró durante unos largos segundos, comprendiendo al fin el por qué del, en su opinión, extraño alivio de su madre cuando le dijo.

 

—Ah —dijo. Lo que el vago decía era cierto, porque ese era su plan; antes de ver a su madre tratando de independizarse—. Ahora no vo... —Se calló al ver a su madre acercándose hasta ellos—. Hola, ¿cómo te fue?

 

—Ah, bien, llegamos a un acuerdo —dijo ella, sentándose.

 

Parecía que había corrido para llegar, ya que estaba algo despeinada —aunque Leo la prefería así, con el cabello suelto y caótico, en lugar de esos moños estirados que usó durante tanto tiempo— y jadeaba. 

 

—¿Qué acuerdo? —preguntó Leo de inmediato.

 

—Él se queda con la casa —dijo ella.

 

—¿¡Qué!? ¡Pero no debe...!

 

—Hijo, es mejor así. Al fin ha terminado esto... —suspiró ella—. De todas formas no me interesaba la casa.

 

Su madre no entendía que lo verdaderamente molesto era dejar que su padre sacara algo, aunque fuera una almohada. Esko estaba acostumbrado a no hacer nada y vivir de sus suegros; sería interesante ver cómo salía adelante por su propia cuanta, pese a que lo más probable era que se buscara a otra mujer con dinero...

 

—Supongo... —masculló Leo, resignándose.

 

—Sí, eh... Oye... —Su madre titubeó.

 

—¿Qué?

 

—Eh... Bueno, es que... Hace unos días te escuché hablando por teléfono por casualidad y...

 

—A tu madre le pareció que hablabas con una chica —continuó el vago, con una sonrisa burlona.

 

Jodido vago: no tenía problemas en tomarse confianzas con él y eso era un problema, porque no era distraído como su madre. Y definitivamente no se cortaba al preguntarle nada.

 

—Ah... No, es que... —Leo carraspeó, incómodo, tratando de ganar tiempo—. Eh... Bueno, sí... Era una chica...

 

—¿Qué chica? ¿Una amiga? —preguntó su madre.

 

—¿Tu novia? —preguntó el vago.

 

Leo se sintió atrapado, rodeado en un callejón sin salida.

 

—E-eh...

 

—Parece que sí es la novia —dijo el vago—. Está todo rojo, es obvio.

 

—Leo, ¿de verdad? —Su madre lo miró, casi con ilusión en los ojos. Leo asintió, derrotado; ella sonrió—. ¡Oh, eso es maravilloso! Y ¿cómo se llama? ¿De dónde es? ¿Es finlandesa también? —Ella se veía peligrosamente emocionada—. ¿Es bonita? Oh, tiene que serlo, porque tú eres muy guapo...

 

Leo desvió la vista y tomó aire. Qué vergüenza...

 

—Se llama Danielle —refunfuñó.

 

—¡Danielle, qué lindo nombre! Pero no me suena a fin...

 

—Es francesa —refunfuñó de nuevo.

 

—¿Francesa? ¿Y dónde la conociste? —preguntó su madre.

 

—En el colegio... Es un año menor...

 

—Ajá —dijo el vago, riendo—. No eres tonto, eh.

 

Leo le dedicó una mirada fulminante, pero el vago se limitó a sonreír.

 

—¿Cómo la conociste?

 

Leo suspiró. Probablemente, pasaría la siguiente hora respondiendo las preguntas de su madre y tragándose las burlas del monigote ese...

 

 

 

 

 

—Dave, abre tú, por favor —dijo Tom, que estaba duchándose.

 

Dave había escuchado los golpecitos en la puerta, pero los ignoró y siguió viendo televisión.

 

—Maldición... —bufó, y se levantó para abrir; de seguro era uno de los empleados del "hotel" que venía preguntar si necesitaban algo: o eso diría, porque Dave estaba convencido de que en realidad buscaban curiosear.

 

Pero se encontró con Stevie. Con Stevie enojado.

 

—¡Por fin te encuentro! —exclamó indignado, entrando sin pedir permiso—. ¡Apenas pude creer que realmente te fuiste! ¡Jimmy está en la clínica!

 

Eso no lo vio venir.

 

—Seguro que se le fue la mano con la jeringa —comentó, fingiendo despreocupación. De cualquier forma, últimamente, James parecía ir más seguido a la clínica de rehabilitación para "intentar" desintoxicarse; cosa que nunca pasaba, por supuesto. Obviamente, era una nueva estrategia para ver si mordía el anzuelo.

 

Stevie le lanzó una mirada fulminante, haciendo que Dave se encogiera.

 

—¡Deja de actuar así! No sé qué le dijiste el día de mi boda, pero fue por eso; él estaba muy raro. Como sea, una de las empleadas del edificio lo encontró... Tuvo una sobredosis.

 

¿Una... sobredosis?

 

—¿Qué...?

 

—Eso —murmuró Stevie, un poco más calmado, aunque seguía resoplando—. Fue la noche pasada. Mira, lo he visto sólo un par de veces desde la boda y hemos hablado un poco por teléfono, pero eso fue todo: no tenía idea de que estuviera tan mal, además, Megan y yo estábamos en el extranjero cuando Pete nos llamó. Llegamos hace unas horas... —contó, pasándose una mano por el cabello y con gesto cansado—. No tenía idea de lo aislado que estaba. Ni siquiera Pete lo había visto mucho. —Miró a Dave—. ¿Qué pasó, Gato? ¿Qué le dijiste?

 

Dave se retorció las manos con nerviosismo. Ese maldito James nunca lo iba a dejar tranquilo. ¿Por qué no podía seguir como siempre? ¿Acaso había cambiado algo y Dave fue el único que no se enteró?

 

—Nada, yo... Eh... —balbuceó—. Lo mismo que te dije a ti... Lo de siempre. —Se puso a la defensiva—. Vamos, Stevie, ¿qué esperabas que le dijera? El muy idiota sale con que quiere vivir conmigo y toda esa mierda; es obvio que lo mandé al diablo... ¡Está loco! No sé que esperaba.

 

Stevie se quedó pensativo por unos instantes.

 

—No lo creo. Debe haber algo más; eso es lo que le dices siempre. Habla, Dave, esto es serio.

 

—¡Pero si eso es todo! —se defendió—. ¡Si me hubiera escapado hace unos meses él ni siquiera lo habría notado! Sólo le dije que no me buscara más, porque me iba a ir por mi cuenta y... —Se calló.

 

—¿Y? ¿Qué más le dijiste?

 

—Lo mismo que a ti, maldición..., que lo demandaría... —agregó.

 

—¿Nada más? —preguntó Stevie, muy serio. Dave negó con la cabeza—. Él iba en serio con lo de vivir juntos, Dave.

 

—Sí, si me lo dijo —farfulló Dave, sin darle importancia.

 

—Pero no lo entiendes: él realmente hablaba en serio —replicó Stevie—. Estuvo planeándolo desde que terminó la gira.

 

—¿Eh? ¿Por qué?

 

—Mira, Jimmy no quería que te lo dijera, pero ha estado yendo a terapia con un sicólogo —dijo Stevie.

 

—Perfecto. Esto ni siquiera es cosa tuya, ¡es cosa de un loquero!

 

—No seas así —lo regañó Stevie—. Jimmy de verdad estuvo pensando en... en la relación entre ustedes. De verdad quiere mejorar las cosas.

 

—Sí, claro. Seguro que al loquero le pareció que era lo mejor. No le tengas tanta fe a James: él no habría sido capaz de pensar en eso.

 

—Ya deja eso. Jimmy no es ningún idiota como tú crees. Nunca te detienes para escucharlo y siempre eres arisco con él, por eso piensas así —dijo Stevie.

 

Aquello era hasta indignante.

 

—¿Que yo no me paro a escucharlo? ¿Acaso tú has visto a ese tarado tomarse un minuto para escucharme a mí? ¿Lo has visto prestarme algo de atención siquiera? —La sangre le estaba hirviendo—. ¡Deja de defenderlo y no te metas más en esto!

 

La puerta del baño se abrió y Tom salió con el pelo estilando y una toalla sujeta en la cintura. Los miró a ambos, como evaluando la situación.

 

—¿Por qué gritabas? —le preguntó, sin dejar de mirar a Stevie con desconfianza. Dentro de toda la rabia y agitación, a Dave le sorprendió oírle hablar tan decididamente frente a alguien más.

 

—No es nada —masculló, volteando la cara—. Stevie ya se iba.

 

—No, todavía no —dijo éste.

 

—¿Tienes algo más que decir? —ironizó Dave.

 

—¿Irás a verlo? —inquirió Stevie, ignorando su pregunta. Dave no respondió—. Ya es... —Suspiró—. Te dejaré la dirección de la clínica —agregó, caminando hacia el talonario de recados que había sobre el mostrador—. Hay unos... unos paparazzis siguiéndote... Así te encontré y así te encontraré de nuevo si no vas a la clínica.

 

—Perderás tu tiempo.

 

Pero Stevie no cedió, y, en lugar de ello, lo miró de frente.

 

—No, Dave; esta vez seré yo quien te amenace con la policía. Aún eres menor de edad y Jimmy tiene tu custodia.

 

—¡Eso no es ju...!

 

—No quiero llegar a eso —admitió Stevie con pesar—, pero Jimmy casi se mata. No puedo quedarme sin hacer nada.

 

 

 

 

 

 

 

—En serio, Matt, suéltame, porque voy ahorcarlo —bufó Kale, furioso y tratando de zafarse del fuerte agarre de Matt.

 

—No. No estás pensando bien —dijo Matt tranquilamente y casi burlón.

 

—¡Ese pendejo me tiene harto y sé que a ti también! —protestó—. ¡Suéltame!

 

—No lo haré —Matt rió y lo llevó hacia el comedor, donde los esperaban Emma y Teresa para comer. George había ido de visita única y exclusivamente para recordarles la interminable lista de cosas que debían hacer por él, porque desde que los descubrió se habían convertido en sus esclavos: aunque Kale estaba a punto de mandarlo al diablo.

 

—Georgie aceptó quedarse a comer —anunció Teresa; el estúpido mocoso les sonrió desde su asiento.

 

—Oh, qué alegría... —murmuró Kale con sarcasmo.

 

—¿Disculpa? —George puso su cara de "¿quieres que le diga?"

 

—Nada, nada. Qué bueno que estés aquí también —intervino Matt, empujando a Kale con disimulo para que se sentara.

 

Durante la cena, Kale tuvo que soportar las constantes indirectas de su hermano a punta de pisotones. No entendía cómo Matt lograba mantenerse calmado: hasta parecía divertirle aquel asunto y le seguía la corriente al mocoso sin problemas.

 

—Oye, Kale...

 

—¿Sí? —Kale miró a Teresa.

 

—Matt me comentó algo sobre ese viaje que planean hacer. ¿Van en serio? —preguntó ella.

 

Georgie paró de comer y observó a Kale con interés.

 

—Ah, sí... Pero se supone que es el próximo mes —explicó. Últimamente sólo había tenido cabeza para los chantajes de Georgie y prácticamente se olvidó del tema.

 

—Aún así les queda poco tiempo —comentó Teresa, mirándolos a ambos alternadamente—. ¿Ya saben cuánto tiempo quieren viajar, cuánto dinero necesitan y a dónde irán?

 

—Queremos estar afuera por un año —dijo Matt.

 

 

 

George esperó a Kale después de la comida, cuando éste se despidió de Matt para regresar a casa. Kale puso cara de funeral nada más verlo.

 

—Creo que papá no sabe sobre ese viajecito; ni mucho menos que irás con tu noviecito —dijo desdeñosamente. A Kale le sorprendía lo rápido que se recuperó después de saber que su hermano mayor era gay: parecía que sólo pensaba en los beneficios que ser el único en saberlo le traía.

 

—Eso es cosa mía. Yo se los diré cuando me de la gana y ahí no te vas a meter —aclaró Kale, poniendo un dedo acusador sobre el pecho de Georgie.

 

—Yo no estaría tan seguro... —murmuró el enano infernal.

 

—¿Qués mi...?

 

—Si papá se entera de tus gustos especiales, es probable que no te deje ir a ninguna parte —dijo.

 

—Ahí te equivocas, enano, porque es más probable que me eche de la casa si se entera; entonces no tendría que pedir permiso —puntualizó Kale.

 

—¿Y si no te echa? —repuso Georgie, que sólo necesitó un segundo para preparar su contraataque.

 

—Me eche o no, si no está de acuerdo no voy a quedarme en casa —aseguró.

 

 

 

 

 

 

 

—¡Hey, chicos, aquí! —llamó una conocida voz femenina.

 

Los cuatro miraron hacia adelante y a la derecha para encontrarse con Hannah. Ella los saludaba con una mano en alto y les sonreía.

 

—Al fin... —Isaac fue el primero en acercarse a ella y la saludó con un beso y un abrazo; ambos de larga duración.

 

—Oye, oye. No hagan escándalo —dijo Christopher, inclinándose para saludar a Hannah con un abrazo, después de que Isaac la dejara respirar.

 

—¿Cómo estuvo el viaje? —preguntó Hannah, cuando los hubo saludado a todos.

 

—Fatal. Estos tres no dejaron de molestar —acusó Claire—. Y lo peor es que habrá un viaje de vuelta...

 

 

 

Tras dos horas de viaje desde Paris, el auto se detuvo ante lo que parecía ser la entrada a una hacienda de estilo medieval: como todo lo que había en ese lugar. Aunque en Hamburgo —su ciudad natal— y Londres los edificios también eran antiguos, Friedrich no había estado en un lugar tan apacible, mayoritariamente rural y ajeno al tiempo como ese, con sus grandes viñedos y aire fresco.

 

Definitivamente, el ángel no podría haber nacido en otro lugar...

 

—¿Y bien? ¿Dónde está el vino? —preguntó Christopher, frotándose las manos, mientras el auto entraba a la hacienda y se estacionaba.

 

—Bajo el suelo —repuso Hannah.

 

—¿En serio?

 

—Sí, así es como debe conservarse —explicó ella—. No me digas que quieres probarlo.

 

—Claro que quiero —dijo Christopher, entusiasmado.

 

Hannah rió.

 

—¿Aunque no sea vodka?

 

—Aunque no sea vodka.

 

Claire puso los ojos en blanco y caminó hasta la puerta principal de la gran casa de ladrillo que había frente a ellos.

 

—Puedes beber algo durante la cena —dijo Hannah a Christopher, mientras alcanzaban a Claire y entraban a la casa. Friedrich echó una larga y meticulosa mirada alrededor, buscando, antes de entrar; pero no dio con lo que buscaba.

 

—¡Oh, ya están aquí! —Danielle los miraba desde el segundo piso, donde estaba apoyada sobre la baranda. Bajó rápidamente y los saludó, deteniéndose luego en Friedrich para hablarle en secreto, mientras el resto se acomodaba en la sala—. Gabriel está en su cuarto: él no sabía que llegarías hoy.

 

Friedrich apenas aguantaba las ganas de verlo, así que subió disimuladamente —después de recibir un par de instrucciones para dar con la habitación correcta— hacia el segundo nivel. Por suerte, los demás estaban distraídos con la conversación.

 

Ya arriba, avanzó con cautela —nadie le aseguraba que no había más gente por ahí— en la dirección que Danielle le indicó. Se detuvo frente a la penúltima puerta de la izquierda y la abrió.

 

—Bonjour.

 

Gabriel, acomodado sobre una silla reclinable y con un libro en las manos, lo miró boquiabierto.

 

—¿Friedrich...?

 

—¿No me vas a dar un abrazo? —Friedrich dejó la mochila que llevaba en el suelo y extendió los brazos—. Ahora puedo apretujarte con las dos manos —añadió, guiñándole un ojo.

 

Finalmente, el ángel pareció reaccionar y asintió, se puso de pie y fue hasta él.

 

—Hola... —Gabriel le sonrió.

 

—El champagne te ha hecho bien —comentó Friedrich, observando el aspecto considerablemente más saludable del ángel; se veía más animado y fuerte que la última vez que estuvieron juntos.

 

—No bebo —replicó Gabriel.

 

—Lo que sea, entonces; pero te ves bien. —Friedrich lo abrazó con fuerza, levantándolo un poco, como quería hacer desde hace tiempo, para besarlo como era debido: nada de estúpidos cabestrillos que le impidieran coger lo que se le antojara. Se aseguró de agarrar bien.

 

—Friedrich..., alguien podría entrar... —murmuró el ángel, cuando logró tomar aire.

 

—Sólo uno más —pidió con cara de inocencia, algo que no se le daba bien, aún no sabía por qué. De todas formas, pareció funcionar, porque Gabriel le pasó los brazos por el cuello.

 

 

 

 

 

 

 

Después de una larga y bulliciosa cena, cuando ya era casi medianoche, todos se fueron a dormir. El sorteo que realizaron para repartir los tres cuartos de huéspedes sentenció que Friedrich se quedaría con Christopher y que Isaac tendría un cuarto para él solo, como Claire. Sin embargo, media hora después, alguien llamó a la puerta de Gabriel.

 

—Pasa —dijo en voz baja, cerrando inmediatamente después de que Friedrich se coló al interior de su cuarto.

 

—Me auto invité, pero si quieres me...

 

—No, quédate aquí —dijo Gabriel en el acto. Él acostumbraba a leer durante la noche, desde que regresó a Epernay, pero estaba más que dispuesto a cambiar sus libros por los brazos de Friedrich.

 

—Vale. —Friedrich sonrió y empezó a desvestirse.

 

—¿¡Qué haces!? —farfulló Gabriel

 

—Sólo me dejo el pijama, ángel. No le des tanta libertad a esa imaginación —dijo Friedrich con aparente inocencia, mientras tiraba lentamente sus jeans a un lado, como si quisiera enfatizar el hecho de que ya no los tenía puestos.

 

—Yo no... —murmuró Gabriel, intentando apartar la vista de Friedrich—. ¿Cómo está Eleanor? —preguntó, para tratar de recuperar su color normal.

 

—Más o menos por ahora, pero se pondrá bien —dijo Friedrich, convencido—. Eso me recuerda... Voy a ser tío, sabes.

 

Gabriel levantó la vista del suelo, asombrado e —increíblemente— ignorando el panorama que tenía de pie frente a él. La imagen de Amara fue lo primero que pasó por su cabeza.

 

—¿De verdad?

 

—Sí, Wil sacó el premio mayor, ¿qué te parece? —dijo con una sonrisa.

 

—¿Wil? —Gabriel recordó a Alice fugazmente—. ¿Cuándo lo...?

 

—Lo supieron antes de que viajáramos a Escocia. Están hechos un lío, aunque ya no les queda mucho tiempo para esconderlo, porque Al tiene casi cinco meses... Cuando el viejo se entere va a correr sangre —explicó, medio en broma.

 

¿Cinco meses? Pronto, si no lo era ya, sería difícil de esconder.

 

—Y... ¿Ella lo va a tener, cierto?

 

Friedrich puso cara de gravedad.

 

—Por supuesto que sí; además, es "la va a tener".

 

—¿Es una niña?

 

La expresión de Friedrich pasó de la gravedad a la emoción.

 

—Sí, maldición, estoy tan feliz... —comentó, como si él fuese el padre. Gabriel se sorprendió: no esperaba que a Friedrich le gustaran los niños.

 

 

 

 

 

 

 

Dave había perdido la cuenta del tiempo que llevaba tratando de dormir o, al menos, pensar en otra cosa. Tras la marcha de Stevie, sólo había explicado superficialmente lo sucedido a Tom, porque realmente se sentía cansado y no quería hablar del tema; aunque al final no tuvo caso, ya que no podía pegar un ojo.

 

—Yo tampoco puedo dormir —dijo Tom de repente, tomándolo por sorpresa—. Te mueves mucho.

 

—Oh... —murmuró Dave, algo indignado—. Pues lo siento, señor —refunfuñó.

 

El roce del cabello de Tom sobre sus hombros lo alertó y le hizo mirar hacia arriba. Tom se había inclinado sobre él y lo observaba.

 

—Tienes dos opciones —anunció éste.

 

—¿Eh? —dijo Dave, después de dedicarle una larga y desconfiada mirada.

 

—Hablar sobre lo que pasó o ponernos en acción para cansarnos y dormirnos.

 

Dave sonrió. Tom no tenía idea de lo agradecido que le estaba por no presionarlo y darle tiempo, aunque estuviese preocupado.

 

—¿Tú qué crees?

 

—Ni idea, eres demasiado caprichoso como para adivinar —dijo Tom con toda calma.

 

—¿Caprichoso, yo? —preguntó, fingiendo indignación. Tom sonrió, invitándolo a osar negarlo—. Pues bien. No elijo ninguna de las dos —anunció.

 

Tom rió y volvió a acomodarse en su lugar de cara al techo.

 

—Bien; entonces me haré una paja.

 

De acuerdo... Tal vez le había enseñado demasiados trucos sucios a Tom.

 

—Tramposo —lo acusó, rodando unos centímetros a su izquierda para ponerse sobre ese pillo.

 

Al parecer, ese día de mierda le daría un descanso. Después pensaría en lo que iba a hacer.

 

 

Notas finales:

PERSONAJES

 

George Ashford

Estatura: 1.61m

Ciudad/País: Oxford, Inglaterra

Aquí:

 

http://i578.photobucket.com/albums/ss223/Yamamura12/34georgie.jpg?t=1303848022

 

Saludos y gracias por leer!

PD: perdonen la tardanza y las no respuestas en sus reviews u.u


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