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Notas del capitulo:

Holaa!

Como es la costumbre últimamente, estoy haciendo una actualización ultrarápida XD así que me limito a agradecer las reviews y contestar las que pueda u.u

 

 

—¿Estás seguro? —preguntó Tom por decimoquinta vez. Se encontraban en el ascensor de la clínica donde estaba James y ya no tenía mucho sentido que lo preguntara, porque, llegados a ese punto, Dave no pensaba echar marcha atrás.

 

—Sí, sí —murmuró Dave con impaciencia. Sólo quería terminar pronto e irse.

 

Stevie le había dicho que debería llegar a un acuerdo con James y por eso estaba allí. Había pasado una semana desde que James entró a la clínica y ya estaba consciente y listo para recibir visitas.

 

No hubo necesidad de preguntar a los encargados por el cuarto de James, ya que Pete, el manager de la banda, estaba sentado a unos pocos metros del ascensor.

 

—¡Dave! —exclamó asombrado. No se habían visto desde que Dave entró al internado el año interior.

 

—Hola —murmuró Dave, sacando una sonrisa con dificultad. Estaba impaciente—. ¿Ese es el cuarto? —preguntó, señalando la puerta frente a Pete.

 

—Sí —contestó éste, poniendo cara de aflicción—. Oye, supe que las cosas no están bien entre ustedes... y Jimmy todavía no está bien. Tal vez deberías esperar...

 

—No. Es él quien quiere hablar —replicó Dave, decidido, y luego miró a Tom—. Bueno, voy a entrar... Espérame aquí.

 

Tom asintió. Dave avanzó hacia la puerta de James y la abrió, determinado a asegurarse de acabar con todo de una vez.

 

—¿Dave?

 

Dave no dijo nada. Después de mirar fugazmente a aquel ojeroso, demacrado y hecho mierda James, apartó la vista y fingió estar interesado en mirar las demás cosas que había en al habitación. El muy idiota realmente se había pasado esta vez. Nunca lo vio así antes, pese a que no era la primera sobredosis que tenía.

 

—Bien, ya estoy aquí. ¿Qué querías?

 

—Ah... Es que... no pensé que fueras a venir... —dijo con una voz exageradamente ronca, con la que probablemente no podía cantar. Eso enfadó más a Dave.

 

—Entonces me voy.

 

—¡No! —James comenzó a toser compulsivamente.

 

—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tosiendo?

 

—Nada... Sólo es un resfriado —masculló James—. No te vayas.

 

Dave soltó un bufido.

 

—No lo haré. Habla de una vez.

 

James se retorció en la cama antes de hablar. Dave casi no recordaba las dos ocasiones anteriores en que James se había drogado hasta ser hospitalizado, porque Stevie lo mantenía en casa, diciendo que era mejor así, que James volvería pronto. Sin duda fue lo mejor, porque no se imaginaba presenciando ese decadente espectáculo a los ocho años, cuando todavía no entendía por qué su padre aspiraba ese polvillo blanco cada vez que creía estar solo.

 

—Bueno, tú dijiste que... que no querías... Eh..., vivir conmigo.

 

—Pues no, no quiero —reafirmó Dave sin titubear.

 

James pareció perturbado, pero no hizo comentarios sobre eso y siguió con lo que estaba diciendo.

 

—Sí, eh... No es eso, es... —Como siempre, le costaba ir al grano, pero Dave consiguió un poco de paciencia y esperó—. Eh... Que sigas yendo al colegio.

 

Dave se quedó de una pieza.

 

—Ya... —murmuró, riendo—. ¿Al menos sabes en qué colegio estaba o en qué curso voy? Digo; ya que te importa tanto mi educación...

 

—Vas a empezar el Sixth Form —dijo James, asombrosamente convencido—. En un internado... Eh, tiene un nombre italiano... —agregó, ya no tan convencido y con la voz nuevamente muy ronca—. También sé que sacaste malas notas.

 

¡Maldito el que se fue de lengua con eso! Apenas había aprobado las materias y se había salvado por los pelos, gracias a su buena vista y la clara letra de su compañero de banco.

 

—¿Quién te dijo?

 

—Hablé con el director cuando te fui a buscar —contestó James.

 

¡Maldito el director, entonces!

 

—De todas maneras eso no importa —se defendió. Aunque era un flojo rematado para estudiar, se sentía atacado cuando mencionaban el asunto—. ¿Para qué quieres que siga yendo al colegio? De igual forma no voy a vivir contigo.

 

James se veía serio, cosa que seguía impactando a Dave, de modo que se puso a la defensiva, esperando.

 

—No vas a ser un ignorante como yo —anunció el mayor.

 

Dave entrecerró los ojos: esa frase era demasiado para James, aunque también era cierto que James no terminó la escuela.

 

—Eso es mentira. ¡Quieres que vaya a ese colegio para vigilarme!

 

—Sí, eh..., eso también —admitió James, encogiéndose de hombros. Dave se quedó callado, observando a James con recelo. No se veía tan alterado como esperaba ni como la última vez que hablaron; más bien parecía resignado y coherente.

 

—No. —Dave levantó un poco el mentón—. Voy a trabajar.

 

—Podrás hacer lo que quieras cuando cumplas la mayoría de edad, pero tienes que terminar el colegio —dijo James—. Además, ¿no tienes a tus amigos ahí? ¿Para qué vas a empezar a trabajar a esta edad? No sabes lo difícil que es.

 

Wow, eso consiguió asustarlo. Nada propio de James, en absoluto.

 

—Eh... —balbuceó Dave, pensando en qué decir—. No importa... Ya lo decidí.

 

—No. Vas a ir al colegio, después puedes trabajar todo lo que quieras.

 

—¡Que no! ¡Quiero trabajar!

 

—¡No, no quieres!

 

—¡Sí quie...!

 

La puerta se abrió y Pete asomó la cabeza por ella.

 

—¿Todo bien?

 

—Sí —refunfuñaron a coro.

 

Pete los miró con cuidado y se fue, cerrando la puerta de nuevo.

 

—Sólo tienes que ir al colegio —dijo James—. Ni siquiera tendrás que verme.

 

—¿Eso es verdad? —se interesó Dave.

 

James asintió, mirando por la ventana.

 

—Sí —murmuró.

 

 

 

 

 

 

 

—¡Hey, Fred, ven a ver esto! —llamó Christopher, que estaba viendo televisión junto a Isaac; Friedrich estaba en la mesa del comedor, justo al lado de la sala de estar, tecleando desde hace rato en el portátil de Gabriel.

 

—Aquí. —Gabriel le indicó que no cerrara el aparato. Iba a revisar algo, cuando una frase pareció brillar con neón para llamar su atención: el email de Friedrich estaba abierto y, aunque en alemán, pudo leer "lo siento" y "fue un error" en el mensaje que éste estaba escribiendo. Gabriel bajó la ventana y se dedicó a lo suyo. Aquello podía significar un montón de cosas y podía estar dirigido a quién sabe quién; además, pudo haber leído o traducido mal...

 

Aún así, su imaginación hizo lo de costumbre.

 

¿A quien le escribía? ¿A alguien a Alemania? No, quizás era a uno de sus hermanos: Friedrich siempre decía que el inglés se le daba mal, así que no era raro que escribiese en alemán... Pero ¿a quién?

 

Suspiró. No era bueno que perdiera el tiempo pensando en eso. Lo único que lograría, si se dejaba llevar, sería que Friedrich se enfadara.

 

Dejó el portátil sobre la mesa cuando acabó de hacer lo que quería y miró a Friedrich, que se reía a carcajadas con los otros dos.

 

¿Friedrich tenía amigos en Alemania? Probablemente sí, porque no era nada tímido y le costaba imaginárselo solitario en un rincón, aunque en realidad no podía asegurarlo... De cualquier manera, era más agradable pensar que ese email estaba dirigido a un amigo...

 

—¡Ángel!

 

Gabriel se sobresaltó y vio que Friedrich estaba frente a él, mirándolo con una sonrisa divertida.

 

—Estabas en las nubes —explicó—. Oye, ¿qué tal si vamos a dar una vuelta? Quiero ver las uvas. 

 

—Claro —dijo Gabriel, todavía pensando en el destinatario del email. Por otra parte, habían ocupado la primera semana en visitar la ciudad y las cuevas subterráneas donde se hallaba el vino.

 

Después de cambiarse los zapatos por unos más cómodos, salieron.

 

—¡Nada de ponerse cariñosos al aire libre! —les gritó Isaac desde adentro.

 

Como si eso fuera posible. Haciendo a un lado el hecho de que el sexo estaba temporalmente prohibido, dudaba ser capaz de hacerlo al aire libre. Se moriría de la vergüenza.

 

—No te preocupes, ángel, no soy un exhibicionista —aseguró Friedrich.

 

—No estaba pensando en eso —mintió Gabriel, avergonzado. Además, Friedrich sí era exhibicionista, aunque pareció olvidar las veces que se paseó delante de él casi desnudo por la habitación, cuando todavía no tenían idea de nada.

 

—Lo de siempre: mientes fatal —comentó Friedrich, riendo.

 

—Sí sé... —dijo Gabriel con pesar, pensando en lo inútil que era intentarlo con Friedrich—. Hmm... Oye...

 

—¿Qué pasa?

 

Gabriel indicó el camino de tierra de la derecha, por el que se llegaba a las viñas más viejas. El día estaba soleado y, al ser domingo, no había trabajadores, por lo que caminaban tranquilamente con las manos entrelazadas.

 

—Bueno..., sólo es curiosidad —aclaró, antes de preguntar lo primordial—. Eh... ¿Tienes amigos en... en Alemania?

 

Friedrich se detuvo.

 

—¿Leíste lo que estaba escribiendo? —preguntó, con una rigidez nada propia de él. Eso activó las alarmas en Gabriel. Aunque no quería suponer nada, esa actitud era demasiado sospechosa.

 

—Sólo fue una mirada rápida mientras bajaba la página —explicó Gabriel—. Como estaba en alemán, me preguntaba si le escribías a alguien y... eso es todo —dijo atropelladamente.

 

Friedrich lo miró directo a los ojos por unos segundos y luego pareció relajarse un poco.

 

—Disculpa, no pasa nada —se excusó, retomando la marcha—. Y sí, sí tengo amigos en Alemania. Cinco.

 

Amigos, sólo amigos. No tenía por qué ponerse tan paranoico...

 

—Oh..., y ¿cómo son? —preguntó Gabriel, más calmado.

 

—Igual que yo —repuso Friedrich con una risita.

 

Un momento. ¿Eso quería decir que había cinco chicos así de intimidantes?

 

—¿Ig...?

 

—Bueno, no físicamente —aclaró Friedrich, con otra sonrisa sospechosa—. Ellos son más feos.

 

—¿Eh?

 

Friedrich soltó una carcajada.

 

—Estoy bromeando, ángel —dijo luego—. Son un poco bulliciosos, pero simpáticos —agregó—. Cuando vayamos a Hamburgo, te presentaré a dos o tres.

 

—¿Q-qué? —Gabriel tuvo que ordenar las preguntas que eso le trajo—. ¿Iremos a Hamburgo?

 

—Por supuesto que sí —aseguró Friedrich muy campante—. Quiero que lo conozcas. El puerto va a gustarte, ya verás.

 

—Ah..., vale... —susurró Gabriel, contento ante la perspectiva—. Pero... ¿Por qué sólo me presentarás a dos o tres?

 

—Nada se te pasa por alto, ¿eh? —Friedrich le dio un beso rápido—. A los demás no, porque podrías gustarles y empezarían a molestar.

 

—No lo creo —dijo Gabriel, escéptico—. Además, son tus amigos; no se fijarían en mí...

 

—Eso dices ahora. Cuando los conozcas me darás la razón, ángel.

 

 

 

 

 

 

 

—No seas tonto. Sabes que estoy guardando mi dinero para el viaje —dijo Kale, perdiendo la paciencia. Hace algunos días, George comenzó a insistir con que le diese dinero a cambio de su silencio.

 

—¡No seas tacaño! Sé que no has ocupado tus mesadas desde hace años. ¡Tienes de sobra!

 

—¡Eso no te incumbe, enano maldito! —le espetó Kale—. Además, ¿acaso papá no te da dinero a ti también? ¿O ya lo gastaste todo en golosinas?

 

—¡Ah, pesado! ¡Deja de molestarme!

 

—¡Tú deja de molestar!

 

—¡Es tu culpa que...!

 

—¿¡Qué es esto!?

 

Kale y George miraron hacia la puerta de la habitación del primero. Su padre estaba allí, mirándolos con sorpresa y el ceño fruncido.

 

—¡Kale está molestándome! —acusó George de inmediato.

 

Kale y su padre pusieron cara de cansancio.

 

—No tienes diez años —dijo el progenitor—. Y tú tampoco —le dijo a Kale—. No sigan gritando y dejen de pelear.

 

—Bien...

 

—¡Pero papá!

 

—Basta, George. Tengo trabajo y no puedo hacerlo si sigues gritando —le dijo su padre, mientras salía de la habitación.

 

—¿No te importa que se lo diga? —George miró a Kale—. Cuando lo sepa, seguro que ya no podrás ver más a Matt.

 

—Yo no soy un niñito como tú. Eso no va a pasar, ya te lo dije. —murmuró Kale sin ganas. George juraba que tenía todo en la palma de su mano...

 

A George no pareció agradarle lo que dijo.

 

—¿Ah, sí? Entonces no te importa que lo sepa —dijo enojado y con un generoso toque de resentimiento en la voz. Kale no le prestó atención; ni siquiera cuando Georgie salió y luego dijo—: papá, tengo algo que decirte.

 

Sólo entonces Kale echó a correr. Vio a George parado en el umbral de la oficina de su padre, y a éste mirándolo expectante desde su escritorio: el enano realmente iba a irse de lengua.

 

—¿Qué cosa? —preguntó el padre.

 

—Que Kale es...

 

—¡Que estoy preparando un viaje! —exclamó Kale a todo pulmón, tirando a George hacia atrás y tapándole la boca con un brazo; asegurándose de asfixiar lo más posible.

 

—¿Un viaje? ¿A dónde?

 

—Eh..., ya sabes, terminé el colegio y me gustaría tomar un año sabático como otros chicos... Es eso —dijo Kale, tratando de sonar casual—. Nada del otro mundo. Es que Georgie me echará de menos, por eso está armando alboroto por nada.

 

—Oh..., ya veo. Pero no habías dicho nada —dijo el padre, frunciendo un poco el ceño.

 

—Ah, es que aún no lo he planeado bien...

 

Sin darse cuenta, el agarre se aflojó y George se soltó.

 

—¡Va a ir con Matt porque son mar...!

 

—¡Ja, ja, ja! —Kale volvió a taparle la boca. Jodido enano: ya se las vería con él después.

 

—Kale, lo vas a ahogar —apuntó el padre, mirando la escena con preocupación y sospecha.

 

—No, si es resistente —comentó Kale rápidamente.

 

Su padre frunció aún más el ceño, con una intensificada mirada de sospecha.

 

—¿Vas a hacer el viaje con Matt? —preguntó.

 

—Eh, sí... ¿Con quién más? —Kale comenzaba a sentirse acorralado.

 

—Pues... no sé... Alguna chica, quizás... —sugirió su padre, como quien no quiere la cosa. George comenzó a agitar los brazos ante esas palabras. Kale lo sostuvo con mayor fuerza.

 

—Huh... —Kale estaba atrapado—. Es que es mejor con un amigo, porque... Eh... Podemos hacer más cosas; digo, si se nos ocurre escalar o hacer algo difícil... Una chica no... Hmm... —Kale cavaba su propia tumba.

 

—Supongo… —murmuró su padre, encogiéndose de hombros—. Pero no por eso harán cualquier tontería.

 

—No, claro que no —aseguró Kale de inmediato.

 

Su padre volvió a revisar los documentos que tenía en frente.

 

—Bueno..., si organizan el viaje como es debido, creo que no hay problema... —agregó—. Ahora vayan a jugar afuera, que ya me están retrasando demasiado.

 

Kale ni siquiera consideró el ofenderse por aquel trato infantil y en menos de un minuto ya tenía a George de cara al suelo en su habitación.

 

—¡Ahora sí que te pasaste, enano del demonio!

 

George protestó con un gemido de dolor. Kale lo tenía inmovilizado de una manera muy poco ortodoxa.

 

—¿¡Para qué dices que no te importa, entonces!? ¡Me duele! ¡Suéltame...!

 

—No. —Kale echaba chispas—. ¿Te das cuenta que esto no es sobre decirle que rompí un florero? No es algo que puedas llegar y decir simplemente porque no se hace lo que se te antoja. Piensa un poco, estúpido.

 

—Eso no me interesa... —gimoteó George, sollozando—. A ti ni siquiera te importo; todo lo que te importa es Matt... Siempre me dices que soy tonto y... y me duele, Kale, suéltame, por favor...

 

George ya estaba oficialmente llorando a mares. Kale no se esperó eso: parecía que su hermanito era más sensible de lo que pensó.

 

—Oye, Georgie... —Kale lo soltó y se quedó mirando. George seguía llorando—. Ya, Georgie, no llores... —No tuvo efecto, porque George siguió temblando y gimoteando lastimeramente. Kale le dio unas palmaditas en el hombro y le acarició el pelo—. Tú también me importas, aunque eres lo más odioso que hay... —George se sorbió los mocos y lo miró, con los ojos aguados y enrojecidos—. ¿Vamos a ver el partido? ¿Era hoy, no? —Kale tenía planeado ver ese partido, una final de fútbol, con Matt, pero dadas las circunstancias...

 

George pareció alegrarse un poco, aunque mantenía la expresión de perro apaleado.

 

—¿De verdad...? ¿No ibas a verlo con Matt?

 

—No pasa nada, vamos —Kale lo ayudó a ponerse en pie. Vio con algo de culpa como George se frotaba brazos y hombros con una mueca de dolor—. ¿Quieres una hamburguesa de las gigantes? En ese local donde las venden pasarán el partido y podemos verlo allí...

 

—Bueno... —George asintió.

 

Kale suspiró, mientras sacaba el móvil para excusarse con Matt. Georgie era Georgie…

 

 

 

 

 

 

 

Llegaron bastante tarde a la casa; o al menos ya estaba oscuro cuando lograron dejar de besarse bajo un parrón particularmente oculto. Gabriel, que conocía muy bien el lugar, lo llevó de vuelta sin problemas pese a la oscuridad.

 

Ángel..., esta noche iré a tu cuarto —susurró Friedrich al oído de Gabriel antes de que éste abriera la puerta principal de la casa.

 

—B-bien... —dijo el ángel, también en un susurro y muy posiblemente rojo de vergüenza. Cuando podía, Friedrich se escapaba por la noche y se colaba al cuarto de Gabriel, pero no era fácil: ya se había encontrado dos veces con el padre de Gabriel mientras caminaba a tientas por el segundo piso. Por suerte, el cuarto en el que se quedaba no tenía baño y pudo decir que iba al que estaba más allá del cuarto de Gabriel...

 

El padre del ángel sabía sobre la relación que tenían. De hecho, lo había recibido de manera afable y resultó ser mucho más de lo que Friedrich esperó: Dominique Lafferriere se tomaba las cosas con calma y no hacía un lío por todo, se interesaba por lo que el viejo generalmente tildaba de "estúpida moda juvenil" —para referirse a cualquier cosa de la que hablaran sus hijos u otro chico de una edad similar—, era un aficionado de la Historia y el Cine, entre otras muchas cosas que dejaron a Friedrich sorprendido. Era una persona culta y de mente abierta.

 

Eso le explicó por qué el ángel era como era, tan tranquilo, equilibrado, ansioso por aprender y responsable; justo como su padre.

 

—¡Qué bueno que llegaste!

 

Friedrich miró hacia los sillones y vio a Danielle, que le hablaba a Gabriel. Ella sonreía.

 

—¿Por qué? —preguntó Gabriel con curiosidad.

 

—¡Tenemos visitas! —anunció Danielle, haciéndose a un lado, con lo cual dejó de tapar a dos personas. La primera era una chica, menuda y de pelo castaño, que sonreía con entusiasmo; la segunda persona era un chico de cabello negro, alto y con lentes.

 

—¡Chicos! —Gabriel se acercó hacia ellos y los saludó a ambos con un gran abrazo. Al principio hablaron en francés, pero luego Gabriel llamó a Friedrich y volvió a hablar en inglés, para alivio de éste—. Él es Friedrich.

 

¿Sólo... "Friedrich"?

 

—Hola —murmuró Friedrich, un poco ofendido. Gabriel lo había presentado a sus padres, abuelos y quién hiciera falta como su novio... y ahora sólo era "Friedrich". ¿Qué mierda pasaba?

 

—Hola, yo soy Marcelline—dijo la chica, sonriéndole y extendiendo una mano hacia él. Su inglés estaba al mismo nivel que el de Friedrich.

 

—Y yo Antoine —agregó el chico, con un excelente inglés y una mirada nada agradable.

 

—Ellos son mis amigos —le explicó Gabriel, totalmente contento y sin captar nada.

 

Friedrich fingió una sonrisa y pasó el siguiente rato callado, escuchando la conversación en el idioma local, sin entender nada, hasta que bajaron Hannah junto a los demás y pudo escabullirse con ellos hacia afuera.

 

—¿Quiénes eran esos? —preguntó Christopher, cuando él, Isaac y Friedrich se rezagaron de Hannah y Claire.

 

—Unos amigos de Gabriel —murmuró Friedrich.

 

—Hombre, tienes una cara... —comentó Isaac, medio en broma—. ¿Pasó algo? ¿Pelearon...?

 

—No, no... No pasa nada. ¿Y ustedes? ¿Qué hicieron esta tarde? —Friedrich desvió el tema. Ni siquiera sabía si tenía una razón decente para sentirse como se sentía.

 

—Parece que te metiste en aguas peligrosas —dijo Christopher a Isaac, luego de mirar burlonamente a Friedrich—, pero seguiremos la corriente. —Friedrich rió—. Fuimos a dar una vuelta por la ciudad y a comprar algunas cosillas.

 

—¿Qué compraron?

 

—Algo para la fogata —dijo Isaac.

 

—¿Eh?

 

—Haremos una fogata esta noche —le informó Christopher— y ya que te abandonaron, vas a venir. No los íbamos a invitar, porque pensamos que se la pasarían tortoleando todo el día.

 

Friedrich negó con la cabeza y sonrió.

 

—Está bien. Les daré el honor de tenerme con ustedes, pero no porque me hayan abandonado.

 

—Seguro —ironizó Isaac.

 

—Oigan... —los llamó Christopher, haciendo que ambos lo miraran—. Parece que les ha ido bien con los suegros —comentó con una risita.

 

Isaac y Friedrich rieron.

 

—Aunque ya los conocía, admito que estaba un poco nervioso —dijo el primero—. ¿Y tú, Fred?

 

—Ah..., bueno, Gabriel me dijo que ellos sabían sobre nosotros y que no habría problema, pero también estaba un poco...

 

—¿Cagado de miedo, como Sac? —adivinó Christopher.

 

 

 

 

 

 

 

Evan salió corriendo de la estación de metro y siguió así hasta que llegó al parque más cercano, donde una chica de cabello rojo jugaba con un pequeño perro sobre el césped. ¡Había llegado tarde!

 

—¡Ho-hola! —jadeó, con una mano sobre un muslo y la otro en gesto de saludo.

 

Ashley le devolvió el gesto y emitió una risita.

 

—Parece que fueras a desplomarte de un momento a otro —dijo divertida.

 

—Es que estoy fuera de forma... Ni siquiera corrí tanto —admitió Evan, sentándose junto a ella—. ¿Y él? —preguntó luego, señalando al perro.

 

—Oh, es mío —dijo ella. El animal corría tratando de atrapar un balón—. Se llama Nabucodonosor.

 

—¿Eh? —Evan sonrió—. ¿Te gusta la historia?

 

—No especialmente, pero fue lo único que me quedó —puso una mano en su cabeza— de esa clase...

 

—Bueno, el profesor Green no es precisamente divertido —comentó él.

 

—¡Para nada! Y me ha regañado un montón de veces por dormir en su clase. No es justo... —protestó Ashley enérgicamente—. ¡Cierto! Esta tarde tendremos ensayo. ¿Quieres venir? Leo también vendrá.

 

—Ah, sí, me reuní ayer con él —dijo Evan—. Creo que paso con lo del ensayo. A Blanchard seguro que no le hará gracia verme.

 

—Mmm... Supongo que no —dijo ella, pensativa.

 

—¿Pasa algo?

 

—Eh... Nada, nada —Ashley negó con una mano, restándole importancia—. Oye, dijiste que estabas quedándote en Nottingham. ¿Viniste desde allí?

 

No fue difícil leer entre líneas y darse cuenta de que algo iba mal con respecto a Blanchard, pero prefirió no preguntar.

 

—Ah, sí. Estaba con mis abuelos —explicó él—. Esos viejos chochos... —murmuró, recordando la última tontería que se les había ocurrido hacer.

 

—¿Chochos? ¿Por qué lo dices? —preguntó Ashley, interesada.

 

—Eh... Mira. —Evan sacó su billetera, y de ésta una tarjeta con una imagen impresa en ella: una foto de la pareja disfrazada. Se la enseñó a Ashley, quien no tardó en reír—. ¿Lo ves? Se les ocurrió casarse de nuevo y hacerlo estilo folclórico... Hasta me obligaron a usar un traje típico… Me veía ridículo, en serio...

 

—¿Te disfrazaste? ¿No tienes fotos? —Ashley esbozó una gran sonrisa.

 

—Oh, no; no te voy a mostrar una foto de eso —se apresuró a decir Evan, espantado ante la idea.

 

—Oh, qué malo... De todas maneras, ¿traje típico de dónde?

 

—Ah, era un traje típico de los Países Bajos...

 

—¿Y por qué elegiste eso?

 

—No, yo no lo elegí —aclaró primero—. Y bueno, el viejo chocho es de allá, por eso. —Evan señaló el apellido que había en la tarjeta.

 

—"Rose y Jacobus Van Der Hoof" —leyó Ashley, alzando las cejas con sorpresa—. Se parece a...

 

—Sí, y es porque "De Hooft" es en realidad "Van Der Hoof" —explicó.

 

Ashley frunció el ceño, confundida. Evan suspiró.

 

—Es culpa de mi abuela —refunfuñó, negando con la cabeza y poniendo cara de resignación absoluta—. Verás, mi abuelo llegó a Inglaterra como inmigrante... y conoció a mi abuela acá, que claramente de holandés no sabía nada. Bueno, el asunto es que, al principio, ellos no estaban juntos y mi abuela apenas recordaba el apellido, así que cuando nació mi papá... ella lo dijo mal.

 

—¿Y tu abuelo? ¿Tu abuela lo buscó?

 

—Sí, pero le llevó todo un año encontrarlo —dijo él.

 

—Oh... ¿Y sólo ellos llevan el apellido original?

 

—No, mi papá también, aunque lo cambió hace poco —respondió Evan, preguntándose qué clase de gente venía a cambiarse el apellido siendo adulta cuando en realidad conocían el original desde siempre. Eran unos despistados.

 

—Ajá, querías quedarte con un apellido que nadie más tiene —se burló Ashley.

 

Evan sonrió.

 

—Bueno, esa es una de las razones —bromeó, guardando la billetera—. Y que no me gusta cómo se ve "Evan Van". Aunque se pronuncia diferente, la mayoría no lo sabe y lo leería como si fuera una rima. Sonaría estúpido.

 

Y que su nombre verdadero rimara no era lo peor de todo: lo peor era que su padre se lo puso precisamente por eso. Aunque no contó con que Evan se negaría tajantemente a cambiarse el apellido.

 

—Oye, pero sería un nombre con estilo —apuntó Ashley.

 

Evan negó con la cabeza y luego echó una mirada alrededor, fijándose en Nabucodonosor, que no cedía ante le balón, y el resto de las personas que paseaban por allí. Esa era la segunda vez que se reunía con Ashley y le sorprendió el gran cambio que se produjo durante ese lapso de tiempo, ya que la primera vez estaban nerviosos. Esta vez ambos parecían haber tomado las cosas con calma; al menos esa era la impresión que tenía.

 

Él sabía que debía ser paciente, y había aceptado la propuesta de Ashley estando consciente ello, aunque no estaba seguro de cuánto tiempo podría ser paciente; paciente para esperar algo que probablemente no pasaría. Ashley no quería una relación y estaba decidida en relación a eso, pero había confesado que tampoco le gustaba la idea de que él se alejara, de modo que la razón de que llegaran al acuerdo de ser "algo más que amigos" era darse una oportunidad. Evan sabía que eso perfectamente podía ser considerado un disparate, como amablemente le dijo Leo, pero él quería ser optimista, y Ashley también.

 

Por el momento, lo único que tenían era un "me gustas" bilateral.

 

 

 

 

 

 

 

—Mierda, estoy hecho un trapo... —farfulló Christopher, que estaba tirado de una extraña forma sobre un gran barril de madera, pero con un vaso de champagne firmemente sujeto en la mano.

 

—Entonces deja de beber —obvió Claire, sentada al lado del barril de Christopher. Ambos estaban a unos metros de la fogata, debido al intenso calor que emanaba de ésta, alejados del resto.

 

—Ssh... —Christopher agitó la mano libre—. Tú también deberías estar como yo, con todo lo que has bebido...

 

—La diferencia es que yo no soy un bebé intolerante al alcohol —repuso ella con desdén, dando un largo sorbo y sonriendo luego con normalidad, demostrando su punto.

 

Christopher la imitó haciendo muecas y se levantó para coger la botella que estaba en el suelo.

 

—Cuando te pares irás directo contra el suelo, lo apuesto —murmuró, sirviéndose más champagne—. Además, ¿qué diría tu amado deportista si te viera?

 

Claire sonrió.

 

—Eso no es de tu incumbencia, querido —dijo con énfasis.

 

Christopher picó la carnada; sabía que no debía responder, pero el exceso de champagne y una espinita que tenía clavada hablaron por él.

 

—Ooh... Puede ser... A todo esto, ¿qué estará haciendo él? —Miró a Claire, que a su vez lo miró con recelo—. ¿Qué tal si no... se está portando bien? —agregó, casi en el oído de Claire. Cuando estaba sobrio, había elegido callárselo y no entrometerse, pero en ese momento sólo quería decirlo.

 

—Te estás metiendo donde no debes —advirtió Claire—. Dile a la única neurona sobria que te queda que cuide muy bien lo que dirás...

 

—Vamos, ¿de verdad confías tanto en él? —Christopher se había sentado al lado de Claire, bastante cerca.

 

—Muy bien, Sloth; ¿hay algo que quieras decir? —Claire ya estaba perdiendo la paciencia—. Si es así deja de dar tanta vuelta y suéltalo. No estoy para juegos.

 

—No es nada oficial. —Christopher se encogió de hombros y sonrió. Claire no dijo nada; sólo lo miró muy seria—. Es sólo un chismecito que oí por ahí.

 

—Dilo. 

 

Christopher se acercó a ella y le habló al oído de nuevo.

 

—Él te engañó.

 

—¿Qué? —La voz de Claire sonó clara y seria. Christopher la conocía bien y sabía que algo así no era el tipo de cosa que ella estaba dispuesta a aguantar.

 

—Te dije que no es oficial. Sólo fue algo que escuché en la sala de música. Uno de los amigos de Caswell lo estaba comentando con otro chico —contó Christopher—. No sé si era cierto.

 

—¿Cuándo lo oíste? —preguntó ella.

 

—Unos días antes de que se terminaran las clases.

 

Ella guardó silencio por un momento; hasta que sus ojos se agrandaron y se quedó quieta, como si se hubiese dado cuenta de algo.

 

—Tal vez —masculló, dando un sorbo a su propio vaso. 

 

—¿Sospechabas de él?

 

—No, pero gracias a ti sí —dijo ella, con una sonrisa irónica.

 

—Vamos, yo sólo dije lo que escuché —se defendió Christopher. Claire volteó la cara hacia él y alzó una ceja con escepticismo—. Mira, no iba a decírtelo, pero como estoy borracho me dieron ganas de hablar.

 

—Sí, claro, escúdate con eso, chismoso —lo reprendió ella—. Siempre has estado curioseando en lo mío con Caswell.

 

—Ese tipo me cae mal —dijo Christopher sin reparos.

 

—Genial, agradezcamos que los borrachos son sinceros... —bufó ella—. ¿Qué me importa si te agrada o no?

 

—No te enojes.

 

—Mira, si lo que acabas de decirme resulta ser una de tus bromas te patearé el trasero —amenazó Claire.

 

—Uff... Eres toda una dama —comentó él con sarcasmo, bebiendo otro trago.

 

—Estoy hablando en serio, maldito traidor. —Claire bebió otro trago.

 

—Aquí el posible traidor no soy yo —Christopher rió—, si no el romeo de cuarta ese.

 

Claire siguió bebiendo con rabia mal disimulada.

 

—Acabas de arruinarme las vacaciones, Sloth, gracias —refunfuñó.

 

—Sí, sí...

 

Antes de darse cuenta, Christopher se había acercado hasta ella y la había besado.

 

Después de unos tensos y sepulcralmente silenciosos segundos —que incluyeron el cese de ruidos y risas provenientes de la fogata—, ambos se miraron con los ojos abiertos como platos. Christopher interrumpió lo que empezó y se alejó un poco.

 

Los dos estaban perplejos. Y con un vaso casi vacío en las manos.

 

 

 

 

 

 

 

—¿Chicos? —Gabriel se acercó a la hoguera, ya que nadie parecía haber escuchado. Isaac y Hannah estaban más cerca y mirando asombrados hacia la derecha, donde sólo estaban sentados Claire y Christopher. Friedrich estaba detrás de la fogata, también mirando hacia donde estaban Claire y Christopher. Nadie parecía haber notado siquiera que estaba allí—. ¡Chicos! —Todos se sobresaltaron y lo miraron al mismo tiempo, como si los hubiese sorprendido haciendo algo malo—. ¿Está todo bien? —preguntó preocupado; esas caras de perplejidad lo estaban asustando.

 

—Ah, sí... —Isaac fue el primero en hablar—. Sólo estamos un poco pasados de tragos...

 

Había algo raro en el ambiente, aunque probablemente era cierto que estaban borrachos.

 

—Bien... —Gabriel no se dejó convencer por las palabras de Isaac—. Venía a decirles que papá llamó. Llegará en unos minutos.

 

—¡Hay que guardar eso! —Hannah señaló las botellas y vasos que había en la escena del crimen.

 

Gabriel observó con extrañeza a todo ese sospechoso grupo mientras ordenaban todo y apagaban la fogata rápidamente. Sin embargo, todo pasó a un segundo plano cuando vio que Friedrich, después de que estuvo todo en orden otra vez, se fue sin siquiera mirarlo.

 

—Eh... —Gabriel dudó—. ¡Friedrich! —llamó, con una voz más baja de lo que pretendió; aún así, Friedrich lo escuchó, porque se detuvo y volteó, pero sin decir nada—. Eh... —No supo qué decir. Friedrich tenía una mirada muy fría en ese instante—. No, nada...

 

Friedrich volvió a dar la vuelta y continuó caminando hacia la casa. Gabriel estaba confundido: no tenía idea de lo que pasaba.

 

Permaneció parado allí unos minutos, hasta que el sonido de un motor cada vez más cercano le hizo volver a la casa. Cuando entró, sólo se encontró con Ellie, Marcelline y Antoine. Los otros de seguro habían corrido a sus habitaciones.

 

Él necesitaba hablar con Friedrich.

 

—Es mejor que nos vayamos —dijo Antoine, poniéndose de pie—. Podemos vernos mañana e ir a dar un paseo —propuso, mirando a Gabriel, quien asintió—. Entonces nos vamos, que ya es tarde.

 

—Nos vemos, chicos —se despidió Marcelline, caminando hacia afuera. Antoine les sonrió y fue detrás de ella.

 

—¿Y a ti qué te pasa? —Ellie se asomó y lo miró con curiosidad—. Primero llegan todos corriendo y ahora tú traes esa cara...

 

—Tengo sueño, es eso —murmuró Gabriel, obligándose a recordar qué había hecho para hacer enojar a Friedrich—. Me voy a acostar.

 

—Buenas noches —dijo Ellie.

 

—Sí... —Gabriel subió por las escaleras como un alma en pena, pensando una y otra vez en todo lo que había dicho. Dudaba que Friedrich fuese a su cuarto como dijo en la tarde, así que, si quería saber qué pasaba, debía hacerle una visita.

 

Se paró frente a la puerta de Friedrich, pero se acobardó y fue a su propio cuarto, sólo para dar un montón de vueltas y no conseguir tranquilizarse. No le gustaba cuando las cosas no estaban claras y había distancia entre ellos; eso lo ponía ansioso e inseguro. Pero le daba miedo preguntar.

 

Sacó el pijama y se cambió distraídamente, escuchando a sus padres hablar con Ellie y luego a los tres subir a sus respectivas habitaciones. Gabriel se había metido bajo las sábanas, pero los nervios lo estaban matando, así que optó por la vía cobarde y tomó su móvil para escribir un mensaje.

 

Sólo le preguntaría si vendría, para esperarlo, algo muy casual y que no reflejaría su ansiedad. Gabriel eligió la opción "enviar" y se arrepintió en el acto, seguro de que Friedrich ignoraría el mensaje y no le respondería tampoco.

 

Esperó. Un minuto, luego dos, cinco, diez, quince... y el estrés lo venció. Gabriel dejó el celular sobre la mesa de noche y se cubrió por completo con las sábanas.

 

¿Qué fue lo que hizo? De seguro que…

 

Pum, pum.

 

Dos suaves golpes en la puerta. Gabriel se levantó y fue a abrir: Friedrich estaba ahí.

 

—¿Puedo entrar?

 

—Sí.

 

Friedrich entró y echó el seguro. Aunque estaba oscuro, algo de "luz de luna" se filtraba por las cortinas y le permitía ver perfectamente la negra figura de Friedrich apoyada en la puerta.

 

—No veo nada —murmuró éste.

 

—¿Eh? —Gabriel se sentó, preocupado. Él podía ver bien, pese a la oscuridad.

 

—Estoy sin los contactos —aclaró Friedrich con otro murmullo—. Los dejé en... No pensé que...

 

Gabriel se puso en pie y fue con Friedrich.

 

—¿Estás bien?

 

Friedrich simplemente lo miró, luego negó con la cabeza.

 

—Bebí mucho —dijo—. Me duele la cabeza.

 

—Entonces ven, siéntate —dijo Gabriel, tomando la mano de Friedrich.

 

Pero Friedrich no se movió.

 

—No, Gabriel —dijo en voz baja—. Primero perdóname... Me porté como un idiota contigo hace un rato.

 

—No, no importa... —Gabriel sintió que eso era suficiente para tranquilizar sus temores—. Ven, ven a... —Friedrich seguía sin moverse; eso le hizo recordar una de sus discusiones y darse cuenta de lo que debía hacer—. Está bien, Friedrich, estás perdonado. —Sólo entonces Friedrich se movió y dejó que lo guiase hasta la cama. Allí se sentaron—. ¿Quieres que vaya por tus contactos?

 

—No, déjalo así. —Friedrich parecía cansado—. Ángel... ¿Quién era ese tipo?

 

—¿Qué tipo?

 

—Ese tipo... El de pelo negro... ¿Hubo algo entre ustedes...?

 

—No, claro que no. Somos amigos desde hace años —dijo Gabriel sin alterarse, convencido de que Friedrich se pasó de tragos; de lo contrario no se explicaría semejante disparate—. ¿Estabas molesto por eso?

 

—Hmm —musitó Friedrich, dejando caer la cabeza sobre el hombro derecho de Gabriel—. No me gusta ese tipo...

 

Gabriel no supo qué decirle. Antoine era su amigo y no iba a dejar de verlo —menos cuando acababa de reencontrarse con él— porque a Friedrich no le gustaba, pese a que eso podría traerle problemas con él.

 

—No hay nada de qué preocuparse, lo prometo —dijo para calmarlo. Friedrich sólo le tomó la mano y no dijo nada—. ¿Nos acostamos?

 

Gabriel se levantó para dejar que Friedrich se metiera a la cama primero, pero éste tiró de él y lo besó, haciendo que quedara recostado de lado a la orilla de la cama. Gradualmente, Gabriel sintió que  Friedrich lo abrazaba y acomodaba a él, que permanecía sentado.

 

Alejó cualquier pensamiento sobre lo que vendría —o mejor dicho "no vendría"— y se concentró en el ahora, como había hecho las otras noches en que Friedrich visitó su habitación. No habían pasado de los besos y las caricias, pero aún así Gabriel no podía quejarse; le gustaba perderse en los brazos de Friedrich y besarlo lento...

 

 

Notas finales:

Eso!

Para que vean lo despistada que soy, olvidé el resumen y la imagen -_-U pero lo pondré todo más adelante, junto al nombre del capítulo y la imagen (aunque, mientras esté el capítulo no hay problema jejeje)

Edito: Ahora sí hay imagen :)

PERSDONAJES

Outi Räikkönen (aunque a estas alturas ya no usa ese apellido...). Para quien no se ubique bien con quién es, ella es la mamá de Leo.

Estatura: 1.65m

Ciudad/País: Helsinki, Finlandia.

Aquí: 

http://i578.photobucket.com/albums/ss223/Yamamura12/34outi-1.jpg?t=1306861229

Saludotes y gracias por leer!! :)

PD: Hurra por la página que no hizo pataletas y me dejó actualizar sin problemas XD


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