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Notas del capitulo:

Holaa!

A Lulu_Heart, Kaikai, hanachan y Gill muchas gracias por sus reviews (que en este momento no alcanzaré a responder T-T)

Bueno, como aclaración les diré que este capi será algo diferente, ya que sólo tiene la perspectiva de Friedrich y dos nuevas, así que Dave, Tom, Kale, Matt y el resto se echarán una siesta hasta la próxima :)

En alemán:

—Hola= Hallo

—Ich muss gehen= Tengo que irme

—Was haben sie diesmal?= ¿Qué hiciste esta vez?

—Ja= Sí

—Kopf= Cabeza

—Siehe= Ver

—Frakreich= Francia

—Schottland= Escocia

—Kartoffeln= Patatas

—Ach, was wut!= ¡Ah, qué rabia!

 

El viaje de vuelta resultó ser una pesadilla. Claire y Christopher estuvieron como el perro y el gato desde que se sentaron, por lo que Isaac y Friedrich se vieron obligados a aguantarse todo; aunque intentaron hablar entre ellos, la irritada voz de Claire y el enfado de Christopher los invadía a cada segundo e impedía el flujo de la conversación. Finalmente, la única solución fue sacar los audífonos y escuchar música a todo volumen...

—¡Al fin! —bufó Isaac cuando bajaron del avión, en el aeropuerto de Londres—. Ya me tienen harto.

Friedrich se limitó a asentir. Estaba cansado y sólo quería dormir; por suerte, no tendría que viajar esa noche, ya que el departamento que había ocupado su familia, hasta hace una semana, estaba libre.

Podría andar en ropa interior sin que nadie le dijera nada...

Ambos se acercaron hasta la zona de revisión de equipajes, donde nuevamente tuvo que armarse de paciencia para explicar la presencia de una botella de champagne tamaño magnum... Con la de veces que le dijo a Wil que el vino Lafferriere estaba disponible en el país...

Tras un rato de explicaciones y sospechas, lo dejaron salir. 

—Entonces nos vemos... Eh, no sé cuándo, pero ya nos veremos —dijo Isaac, dándole un apretón de manos y riendo al mismo tiempo—. Al menos sabes que estaré en Londres. —Friedrich asintió—. ¿Tú te irás a Cambridge, cierto?

—Sí, y algo me dice que te veré en la casa de los Lafferriere —dijo Friedrich, sonriendo.

Isaac rió y puso cara de "qué se le va a hacer".

—Bueno... Nos vemos, viejo. —Isaac hizo in gesto de despedida con la cabeza y dio media vuelta.

Como Claire y Christopher se habían ido mientras revisaban la botella y ya que Isaac se fue, sólo quedaba él. Cogió su bolso, lo echó al hombro y salió caminando del lugar, pensando en qué iba a cenar.

Tal vez preparara sint al horno con muchas patatas asadas, aunque tendría que darse una vuelta por la ciudad para encontrar ingredientes traídos directamente de su añorado puerto. No importaba: tenía tiempo y mucho en qué pensar, especialmente cuando se sentía tan nostálgico.

Después de unas horas, al fin logró instalarse en la mesa como un rey y comer. Esa necesidad por probar algo de su tierra probablemente se debía al viaje a Francia, aunque tampoco sería mala idea cocinar así más seguido...

Frente a él había una muy generosa porción de snit recién salido del horno, acompañado por muchas y doradas patatas, junto a una jarra de cerveza alemana y un plato grande cargado de coles verdes: esa cena sin duda sería la envidia de Wil, que con suerte podía hacer arroz. Encendió la televisión y puso un canal de deportes, mientras se disponía a devorar su obra de arte. Sin embargo, no pasaron ni diez minutos cuando el sonido de su celular lo interrumpió. Era Wil, para variar, que le enviaba una curiosa imagen: una ecografía 3D que mostraba una pequeña carita durmiente, con unos brazos igualmente pequeñitos tapando su boca.

Aquello lo dejó babeando. Esa era su pequeña sobrina...

Tardó bastante en dejar de babear e imaginar cómo sería cuando naciera. Si sus cálculos no estaban mal, sólo faltaban cuatro meses para eso, así que su ansiedad iba en aumento.

Le envió un mensaje a Wil para decirle que no viajaría esa noche a la casa y permaneció en la mesa hasta que terminó de comer, luego lavó los platos y se fue a la misma habitación que ocupó antes.

Mientras se lavaba los dientes, reparó en algo que estaba sobre el mueble donde guardaban las toallas: un elástico para el pelo. Eso le hizo pensar automáticamente en quien no quería pensar...

Extrañar al ángel tan pronto no estaba en sus planes; esperaba comenzar a echarlo de menos cuando estuviera en la cama y sintiera que le necesitaba tenerlo entre los brazos, pero bueno... Era pedir demasiado. Se lavó los dientes lentamente y después se desvistió, para tirarse a sus anchas en la cama y pensar que era muy grande para él solo; aunque, ahora que estaba solo, podía descargarse...

Llevó una mano hacia abajo y se dio un generoso masaje en las bolas —de la misma forma en que el ángel lo hacía—, mientras buscaba sus tesoros en el móvil, que no eran otra cosa que las fotografías que había sacado cuando Gabriel no se daba cuenta. Ya tenía doce en total y la que buscaba en ese momento era la que tomó mientras Gabriel se daba una ducha, hace un par de días: una verdadera fuente de inspiración.

Nada más apareció la imagen en la pantalla, su leal compañero reaccionó. Friedrich dejó el móvil a un lado y se valió de su memoria para el resto; de aquellas ocasiones en que el ángel fue todo suyo y pudo aplacar en parte ese algo que quemaba bajo el amor... Ese maldito algo que lo estaba torturando. Aguantar era más difícil cada día, porque cada día quería más; quería tener a Gabriel todos los días, hasta el amanecer, sin descansos: quería mucho más. Una parte de él agradecía la separación, porque esconder el anhelo incluso de sí mismo se volvía imposible, aunque su determinación era fuerte.

Cuando estaba con el ángel se conformaba; se reprimía y ponía en claro el objetivo principal, la razón de la supresión, para no lamentarlo más tarde..., cuidaba hasta el más mínimo detalle para no delatarse, porque sabía que si Gabriel se daba cuenta de lo difícil que también le resultaba abstenerse, dejaría que su seguridad se fuera en picada.

Esa maldita enfermedad parecía querer interponerse de la peor manera. Cuando supo que el riesgo ya no era un desmayo, sino un ataque, realmente pensó que no podía tener tan buena suerte... Por muchas ganas que tuviese, aquello anuló todo. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué podía hacer? ¿Cómo iba a sofocar esa angustia que también veía en Gabriel, tal y como la sentía él, si el precio se le escapó de las manos?

Durante toda su estadía en Francia no fue muy lejos con Gabriel. Apenas se atrevió a tocar; no hizo nada que fuese demasiado estimulante. Se contuvo al máximo y pasó la prueba. Era cierto que Gabriel parecía estar mejor, pero no podía confiarse; de hecho, era mejor que el ángel continuara en esa dirección, recuperándose y bajando los riesgos. Probablemente, su vida sexual estaba comenzando un indefinido proceso de estancamiento... Quizás era lo que merecía después de haber pasado los últimos años acostándose con cualquiera y sin preocuparse de nada.

Además del problema principal, había otra cosa que inició como una vaga idea y que lentamente se convirtió en una ligera inquietud y era la fidelidad: su propia fidelidad.

Friedrich sonrió con amargura, mirando la pobre erección que tenía. Al parecer, a su compañero no le animaba lo que pensaba...

—Muy bien, cabrón, vamos a ponernos en forma... —murmuró, dejando de lado su triste realidad y sólo mantuvo en su mente a Gabriel; completamente a Gabriel y a Gabriel como sólo él lo conocía, a ese Gabriel que, pese a la vergüenza, se le entregaba de manera absoluta y le dejaba amarlo.

Eso fue suficiente para encender el fuego.

 

Al día siguiente, cogió sus cosas y se fue a Newcastle con su familia.

 

 

Ah... Finalmente... Después de esperar un año entero...

—¡Ali! ¿¡Qué mierda es esto!? —gritó Anton desde alguna parte, interrumpiendo su meditación—. ¡Te dije que dejaras la habitación ordenada! ¡Esto es un asco!

Albrecht estaba metido tras las largas cortinas de la sala en el momento en que Anton pasó furioso frente a él. Lo último que quería era dejar que lo atrapara y recibir un sermón de mil horas; no al menos ese día, que prometía ser el mejor en mucho tiempo. Además, ni siquiera había entendido al cien por ciento lo que Anton le decía, porque él no era tan bueno con el inglés. Anton le había dicho que lo dejaría en casa si no mejoraba su inglés antes de ese día y por eso hablaban en ese idioma mientras estaban allí.

Iba a cambiar de escondite cuando el teléfono sonó. Luego de comprobar que Anton estaba ocupado cocinando, se acercó cautelosamente y contestó.

—Hallo? —susurró, con la vista fija en la entrada de la cocina, a mitad del pasillo derecho. La voz que le respondió lo animó—. ¡Amara! —exclamó contento.

Pero hacerlo fue un error.

—Ahí estabas... —murmuró la siniestra voz de Anton detrás de él.

—Ich muss gehen—dijo rápido y colgó, aunque estaba esperando esa llamada. Dio la vuelta y se encontró con el demonio en persona.

Anton era alguien inteligente, serio y racional, pero cuando se enojaba era mejor apartarse lo más posible de él.

Después de asear minuciosamente su cuarto y lavar los platos usados en el almuerzo, apenas tuvo tiempo para bañarse, vestirse y hacer las maletas —que no había preparado con anticipación como Anton— antes de que comenzaran a llegar los demás.

—¡Deja de tocar el timbre, cabrón! ¡Ya te escuché! —vociferó Anton, avanzando hacia la puerta. Albrecht se asomó desde su cuarto para ver quién había llegado, aunque ya sabía de quién se trataba: nadie tenía tantas agallas como para hacer enfadar a Anton a propósito.

—Hallo! —saludó Nevin con entusiasmo, dando un par de palmaditas en el hombro a Anton y pasando junto a él. Al ver a Albrecht, sonrió—. Was haben sie diesmal?

—Aquí hablamos en inglés —dijo Anton, que en un segundo ya estaba ocupado limpiando—. Y ese flojo ni siquiera había hecho sus maletas —agregó, luego se detuvo y miró a Nevin con el ceño fruncido—. ¿Por qué mierda te peinaste así?

Albrecht no aguantó la risa y estalló en carcajadas. A él también le estaba picando el hacer un comentario sobre eso: el liso y rubio pelo de Nevin estaba peinado al más puro estilo Danny Zuko y abultaba bastante.

—Ah... Es que me eché mucho gel, así que tuve que improvisar —explicó, en un inglés bastante decente. Dejó sus maletas a un lado y se acomodó cuan largo era en el sillón más grande, con los pies levantados en la dirección donde se encontraba Anton.

—Yo que tú lo pensaría mejor antes de poner los pies sobre mi sofá —advirtió Anton con una sonrisa amenazante.

Nevin mantuvo los pies donde estaban, pero la mirada asesina de Anton acabó superándolo.

—Bien, tú ganas —dijo tranquilamente. Al final, ni siquiera Nevin se atrevía a llevar a Anton al límite.

 

 

—¡Fritz, ven a comer!

—Estoy aquí, no tienes que gritar —protestó Friedrich, parándose junto a su hermana. Puso las manos sobre los hombros de ella y miró lo que había en la mesa—. ¿Qué vamos a comer?

—No sé, pero necesito que se sienten todos pronto, porque tengo hambre—. ¡Al, Wil! ¡A comer! —gritó, haciendo que Friedrich se echara hacia atrás.

—Te digo que no grites...

—No exageres —dijo ella.

Alice y Wil aparecieron por la puerta más grande, que estaba justo detrás de la cabecera de la mesa. El viejo fue el último en llegar; su madre no los acompañaría, porque estaba en cama. Nuevamente había sufrido una recaída; según lo que le contó Amara, sucedió poco después de que Alice fuera a vivir con ellos, aunque eso fue coincidencia. El caso era que, con ella en cama, el viejo y Wil ni siquiera se esforzaban en dirigirle la palabra al otro.

El almuerzo resultó justo ser una sobrecarga de tensión. Él se limitó a apresurar su plato para salir de ahí y no tener que soportar por más tiempo la cara de su padre. Se retiró en silencio y subió hasta el cuarto de sus padres.

—¿Mamá? —preguntó, cuidando de no alzar demasiado la voz para no despertarla si estaba durmiendo.

—Entra —dijo ella.

—Hola —dijo él, cerrando la puerta—. ¿Quieres comer algo? Puedo traer algo de...

Su madre lo interrumpió, negando con la cabeza.

—No te preocupes, desayuné tarde, así que esperaré un poco más.

—Ah...

—¿Y cómo te fue en Francia? —preguntó ella de repente. Aunque Friedrich estaba esperando que se lo preguntara desde que regresó, hace dos días, lo tomó por sorpresa—. Nunca habías ido, ¿te gustó? Paris es hermoso.

—Bueno... No me fijé mucho, en realidad... Sólo estuve de pasada en Paris, ya sabes, en el aeropuerto... —murmuró, dándose cuenta de que no había prestado atención a nada.

—Oh... ¿Tanto echabas de menos a Gabriel? —Su madre sonrió.

Friedrich fue atrapado otra vez.

—Hmm... —murmuró, con la vista baja.

—¿Cómo está? No se veía bien la última vez que lo vi, aunque lo disimuló bien...

Ah... Aquello fue más bien su culpa.

—Ya está mejor —dijo Friedrich—. Parece que estar en su casa le levantó el ánimo.

—Qué bueno oír eso, pero... no me explica por qué estás tan decaído —comentó ella, mirándolo a los ojos, invitándolo a hablar—. Pareces preocupado por algo. ¿Tuvieron una discusión...?

—No, no. —Friedrich no podía hablar de eso con ella; bueno, en realidad con nadie—. Te estás preocupando por nada, mamá. Sólo es que me gustaría haber estado un poco más con él. —Aunque él sentía que esa separación les venía bien, al mismo tiempo quería estar con Gabriel, por contradictorio que fuera.

Parecía una exageración, ya que Gabriel volvería dentro de algunas semanas y al menos, aunque no se verían seguido, estarían en el mismo país...

Ella sonrió.

—¿Sabes? Ven, siéntate. —Le indicó la orilla derecha de la cama. Él se sentó—. Yo me sentía igual que tú cuando recién comencé a salir con tu papá. —Friedrich la observó en silencio, atento a lo que escuchaba. Siempre le pareció, pese a su mala relación con el viejo, que lo suyo con su madre era envidiable—. Cuando lo conocí, yo estaba estudiando en Hamburgo por el intercambio. Bueno, eso te lo había dicho. —Él asintió—. Los primeros meses fueron maravillosos, pero luego se terminó el tiempo y tuve que regresar al país... Puedes estar seguro de que yo tenía la misma cara que tú tienes ahora. Lo echaba mucho de menos y las llamadas no me parecían suficientes... Pensaba que las cosas no funcionarían a distancia o que tal vez él conocería a alguien más; me volví completamente pesimista y di por hecho que no había solución. Fueron los peores meses de mi vida; incluso cuando estuve en el hospital me sentí mejor, porque no estaba deprimida como esa vez...

—¿Tanto así? Sólo se trataba del viejo... —bromeó él. Su madre rió—. ¿Cómo lo hicieron? ¿Sólo hablaban por teléfono?

—Bueno, no habían tantas opciones para comunicarse... —explicó ella—. El tiempo que pasamos juntos fue lo que nos ayudó cuando nos separamos, porque creamos un lazo fuerte... y creo que fue eso lo que nos hizo casarnos cuando volví el siguiente año. —Su madre sonreía y tenía los ojos brillantes.

—¿Me estás sugiriendo que le pida matrimonio a Gabriel cuando lo vuelva a ver? —preguntó él, fingiendo seriedad.

—Preferiría que estudiaran primero... —Ella le siguió la corriente, pero luego dejó las bromas a un lado—. ¿Te proyectas con él?

—Claro que sí —dijo Friedrich al instante, con decisión—. Quizás no debería... Siempre dicen que no hay que hacer demasiados planes, pero... ¿Es normal pensar así?

Su madre le tomó una mano y la apretó con cariño.

—Por supuesto que es normal —aseguró—. ¿No crees que sería preocupante si no te proyectaras con él?

—Supongo, pero en este momento no soy más que un mocoso dependiente que no tiene nada, por eso es comos si fuera un tonto por hacer planes...

—Entonces usa esa frustración a tu favor, como motivación —le dijo ella—. Si tu deseo de estar con él es tan fuerte, esfuérzate al máximo en la universidad y hazte un profesional capaz de tener sus propias cosas, sin depender de nadie; entonces, ni tú ni nadie podrá cuestionar esos planes y podrás hacer de ellos algo real.

—Aunque lo logre, habrá pasado mucho tiempo...

—El tiempo pasará rápido, ya verás —dijo su madre—. Además, ¿qué hay de Gabriel? ¿Qué planes tiene él? Sé que toma muy en serio sus estudios...

—Así es —confirmó Friedrich—. Él quiere estudiar en la universidad de Cambridge.

—Bueno, eso explica por qué tú quieres ir allí —dijo ella con una risita cómplice.

—De hecho, fue idea suya... —reconoció—. Vamos a sacrificar lo que dure su último año y mi primer año para vivir juntos en Cambridge... después.

—Oh... Entonces no deberías ser tan pesimista. Ustedes ya están muy organizados, por lo que veo...

—Sí, pero... No es lo mismo, yo... —Era difícil decirlo—. Él es mejor que yo...

 

Friedrich se metió en su cuarto. Necesitaba pensar en lo que acababa de hablar con su madre.

Hace tiempo que se había dado cuenta de que no podía quedarse sin hacer nada mientras Gabriel lo dejaba atrás. Aunque nunca le había dicho qué era específicamente lo que quería, Friedrich sabía que el ángel tenía metas altas y que estaba decidido a alcanzarlas; por esas metas se había quedado dormido una vez en el escritorio. Friedrich tenía una idea de lo que Gabriel quería, pero no estaba seguro de que fuese una buena idea preguntárselo para confirmar su teoría. De todas formas, fuera lo que fuera, él también tenía que hacer algo: quería estar con Gabriel, pero quería que sucediera en igualdad de condiciones. Quería que Gabriel estuviese tan orgulloso como Friedrich lo estaba de él.

Cogió la pequeña pelota de voleibol y comenzó a lanzarla hacia arriba repetidas veces, mientras daba vueltas por su cuarto y pensaba. Como siempre, había un problema detrás de otro...

 

 

 

—¿Y bien? ¿Dónde está Fritz? —preguntó Heinz, mirando a su alrededor con su habitual expresión de "esto no me interesa"—. ¿No vino a esperarnos?

Anton reunió paciencia antes de contestar.

—Él no sabe que vinimos —le recordó. Heinz lo miró y se encogió de hombros con la misma indiferencia—. Oye, Ali...

—¿Qué? —preguntó éste. Para Anton no había pasado desapercibido el entusiasmo y la ansiedad que llevaba su amigo; se había pasado el viaje entero preguntando cuánto faltaba para llegar.

—Dijiste que Amara nos estaría esperando —dijo Anton con el ligero presentimiento de que algo iba a fallar en el plan. Ali era de los que se olvidaban fácilmente de las cosas o las dejaba para último minuto.

—Ja —dijo Ali muy animado—. Dijo que nos esperaría en el... Eh..., en el flughafen.

—Se dice "aeropuerto" —corrigió Anton—. ¿A qué hora?

—Eh... No me dijo eso, pero ella sabía a qué hora salía nuestro vuelo y... gut, tiene que saber cuánto íbamos a tardar, porque ella ha viajado muchas veces... —Como era de esperarse, Ali no le daba demasiada importancia; pero Anton estaba cada vez más seguro de que había algo mal.

—Imagino que tuviste en cuenta la diferencia horaria, ¿no? Y "gut" es "bueno".

Ali asintió muy campante.

—Una stunde menos que en Deutschland —dijo con seguridad.

—Hmm... Se dice "hora" y "Alemania" —Anton seguía sin convencerse; y estremeciéndose por el "alemánglish" de Ali, que metía palabras en alemán en sus oraciones sin cortarse un pelo—. Y supongo que le dijiste a qué aeropuerto íbamos a llegar. ¿Estás seguro de que va a venir a buscarnos desde Newcastle? Eso está al norte de este país y bastante lejos... Además, todavía no entiendo por qué no elegiste el aeropuerto de Newcastle…

Entonces, Ali puso la cara que Anton esperaba y temía.

—¿New... qué? Ella dijo que estaban en Londres —dijo a la defensiva. Nevin y Heinz ya estaban partiéndose de la risa.

—Ya, pero ¿eso no era por un tiempo? Vamos, Ali, tú sabes que viven en Newcastle... —dijo Anton.

—Ja, pero yo pensé que... —Ali bajó la cabeza, admitiendo la culpa.

Anton lo sabía... Sabía que él tuvo que haber sido el encargado de coordinar las cosas con Amara. ¿Qué tenía en la cabeza cuando dejó que Ali lo hiciera...?

—Entonces ella debe estar esperándonos en otro aeropuerto —resumió Nevin, palmeando la espalda de Ali, que todavía estaba con la cabeza gacha—. Hay que llamarla para decirle que nos reuniremos con ella más tarde.

—Yo lo haré. Si lo hace Ali puede que acabemos en Irlanda —dijo Heinz con sarcasmo. Ali lo miró con reproche, pero Heinz sólo le sonrió y fue a buscar un teléfono público.

Anton no quería deprimir más a Ali, pero debía entender algo.

—Ali, ¿cómo se organizaron? ¿Nunca dijeron en qué aeropuerto se encontrarían? —preguntó.

—Eh... No estoy seguro... Como dijo que estaban aquí lo tenía pegado en la kopf y no recuerdo si me dijo otra cosa... —dijo Ali en un murmullo.

Anton y Nevin se miraron; el segundo sólo sonrió en silencio. Ali era un caso más que perdido.

—¿Y Heinz? —preguntó una voz detrás de Anton. Volteó rápido y se encontró con la oscura figura de Barthel, que había salido para fumar apenas se bajó del avión. Sus ropas negras, más su pelo largo y también negro, le daban un aire a mafioso nada amigable. Por lo menos esa cara de vago no asustaba a nadie.

—Hablando por teléfono —dijo Nevin.

—¿Qué te pasó, Ali? ¿Anton te regañó? —preguntó Barthel a Ali, luego de inclinarse un poco para tratar de ver su cara.

—No he regañado a nadie —aclaró Anton—. Ali, levanta la cabeza, nadie te va a hacer nada —dijo un poco impaciente.

—Estás como para ponerte a cuidar niños —comentó Nevin.

—Tampoco es que quiera —murmuró molesto. Heinz regresó en ese momento—. ¿Hablaste con ella? —le preguntó.

Heinz tomó su mochila y se la puso.

—Sí. Ella nos esperaba en el aeropuerto de Newcastle, que era lo más lógico. Dijo que se lo había dicho a cierta persona —explicó, mirando a Ali—. El asunto es que tenemos que irnos. ¿Qué hacemos? ¿Tomamos un vuelo o nos vamos en autobús?

Los cuatro miraron a Anton.

—Bart, ve a preguntar si hay vuelos a ese aeropuerto —dijo, tras pensarlo un momento.

—Eso, Bart, anda, anda. —Nevin hizo como que tiraba un hueso a un perro. Barthel no pareció ofendido e incluso se rió mientras iba a preguntar.

Anton los ignoró y continuó.

—Si no hay vuelos dentro de un par de horas nos vamos en metro, autobús o lo que sea —dijo—. Supongo que por tierra nos demoraríamos unas cinco horas aproximadamente... o tal vez más...

—¿Eh...? Yo quería siehe a Friedrich antes... —Ali volvió a deprimirse—. ¿Y si se le ocurre viajar de nuevo? Amara dijo que había ido a Frankreich y Schottland...

—Vamos... ¿No que había vuelto hace un par de días? No creo que esté tan desesperado por viajar como para no tomarse una semana de descanso por lo menos —dijo Heinz.

Ali pareció animarse un poco.

—Supongo... —murmuró.

Barthel volvió con ellos.

—Hay un vuelo en tres horas más —anunció—. Hay problemas y por eso no hay antes.

Volvieron a mirar a Anton, como esperando la iluminación.

—Creo que, aún con eso, llegaríamos antes que por tierra —opinó Nevin.

—Sí, pero... —Anton dudó. Esperar tres horas no le hacía ninguna gracia. Además, por tierra podría disfrutar del paisaje. Se fijó en las caras de "di que sí, si que sí" que tenían los otros—. Bien. Esperaremos ese vuelo.

—¡Eso! Anton, yo sabía que en el fondo no eras tan malo... —exclamó Nevin, abrazándolo y asfixiándolo en el proceso.

—¡Suéltame! ¡Me estás apretando mucho!

 

—¿Y bien? ¿Qué haremos estás tres horas? —preguntó Heinz, sentándose sobre su maleta. Habían salido del aeropuerto para ir a ponerse en el primer parque que vieron, donde se instalaron con sus cosas para comer. Ali, con su excelente inglés, sólo pudo conseguir sándwiches.

—Oye, Ali, ¿no había nada mejor en la tienda? —preguntó Barthel, mirando con desconfianza su sándwich de pollo.

Ali negó con la cabeza.

—Si quieres voy por el pescado con kartoffeln frito —ofreció.

—¿Todo frito? —Nevin puso cara de asco cuando Ali asintió—. Además, se dice "patata".

—A los ingleses parece gustarles, porque lo pedían mucho —dijo Ali.

—Pff... Con razón Friedrich se iba corriendo a Hamburgo en las vacaciones... —comentó Heinz, riendo—. Aunque este año no fue. Eso es raro. ¿Es por lo de su madre?

Anton se fijó en que Ali apartó la vista y se dedicó a comer, como si no hubiese escuchado.

—Así parece —dijo.

 

 

 

—No, Wil, el traje de osito es mejor —dijo Friedrich muy serio, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

—¿No te gusta el de frutilla? —repuso Wil, en la misma pose.

Ambos observaban pijamas en la vitrina de una tienda para bebés y no lograban decidirse por uno.

—¡Oh, mira eso! —Friedrich señaló unos diminutos zapatos rosados.

—También los quiero... —dijo Wil, que ya tenía dos bolsas en las manos. Se habían propuesto comprar toda la ropa necesaria ese día, aunque todos dijeron que no hacía falta hacerlo tan pronto.

—Entonces entremos.

Una hora después salieron con tres bolsas más.

—¿Crees que con esto es suficiente? —preguntó Wil, mirando las bolsas.

—Creo que sí, porque va a crecer rápido y necesitará de la siguiente talla —dijo Friedrich, que había estado leyendo en internet sobre recién nacidos—. Lo que más hará falta son pañales, pero esos sí podemos dejarlo para el último mes...

—Cierto... —aprobó Wil—. Mañana compraremos la cuna.

—Bien, entonces hay que ir a la primera tienda. Esa tenía muchas. —Friedrich comenzó a caminar hacia donde estaba estacionado el auto—. Será mejor que volvamos. Amara quería salir esta noche, aunque no tengo muchas ganas...

—Oh... ¿A qué se debe ese milagro? A ti te gusta salir —dijo Wil, echándole una mirada maliciosa—. ¿O acaso te quitaron los permisos en Francia?

Friedrich sonrió, pero no dijo nada, haciendo que Wil riera.

 

Cuando regresaron, el viejo no estaba. Alice y Amara estaban con su madre, así que decidieron hacer la exhibición en su habitación.

—¿Tanto? —Alice miró las bolsas, algo avergonzada—. No hacía falta co...

—No te preocupes, Al —dijo Friedrich, y abrió una de las bolsas para sacar el pijama de frutilla. Nada más verlo, las tres dijeron lo mismo:

—¡Oh...!

—Típico —murmuró Wil.

—¡Cierto! —dijo Amara de pronto, levantándose de su silla repentinamente, asustando al resto.

—¿Qué te pasa? —preguntó Wil.

—¿Qué hora es? —preguntó ella en cambio.

Friedrich miró su reloj.

—Van a ser las diez —informó.

Su hermana lo tomó por un brazo y tiró de él hacia afuera.

—Nosotros vamos a salir, ¡nos vemos! —dijo antes de cerrar la puerta.

—¡Oye! —protestó Friedrich, tratando de no perder el equilibrio durante el rápido descenso por las escaleras—. ¿¡Por qué tanto apuro!?

—¡Estamos atrasados!

—¿Atrasados para qué? —preguntó Friedrich.

Amara se detuvo y buscó algo en la mesita que estaba junto a la puerta de entrada.

—¡Aquí están! Tú manejas —dijo luego con una sonrisa de alivio. Le pasó las llaves del auto a él y abrió la puerta.

—¿Podría saber al menos a dónde vamos y por qué estás tan entusiasmada? —preguntó Friedrich, mientras hacía partir el auto—. Esto ya me da mala espina... Además, si me atrapan manejando terminaré en la cárcel por no tener licencia...

—No seas exagerado... A mí no me gusta manejar y Wil debe estar feliz mostrando lo que compraron —dijo ella.

—No me dijiste por qué estás tan emocionada —señaló él.

—Eso es sorpresa.

Friedrich frunció el ceño. Aquello no podía ser nada bueno...

 

O tal vez sí. Friedrich se quedó con la boca abierta cuando vio a sus amigos instalados en una mesa del bar, justo al fondo y al lado de un gran ventanal. Estaban todos: Anton, Nevin, Heinz, Barthel y, algo oculto detrás del primero, Ali. No parecía real, que ellos estuviesen allí, bebiendo y divirtiéndose como lo hacían todos juntos en Hamburgo...

Friedrich miró a su hermana y le sonrió, agradecido.

—Por nada —dijo ella, y le guiñó un ojo. Cuando se acercaron comenzaron los saludos y abrazos. Friedrich todavía estaba algo ido, asimilando que realmente estaban ahí.

—Hombre, quita esa cara de alucinado —le dijo Heinz—. Mejor agradece que nos dignamos a venir a verte, traidor.

—Ya era hora de que vinieran —dijo Friedrich con una sonrisa de oreja a oreja—. Los invité varias veces.

—Sí, pero como tú siempre ibas... —murmuró Nevin con una risita—. Pero no importa, no vamos a seguir con eso. ¿Por qué mejor no me presentas a algunos ingleses?

Todos rieron ante esa petición.

—Sabía que no venías a verme a mí —comentó Friedrich, fingiendo molestia—. Además, ¿ya tienes ganas de divertirte?

Nevin puso la cara que ponía en situaciones críticas: la boca en forma de o y los ojos muy abiertos.

—Estás cambiado —murmuró—. Nunca te habías negado a la sagrada diversión. ¿Qué te hicieron estos indies pomposos?

—No fueron precisamente los indies —intervino Amara, propinándole un codazo a Friedrich.

Fridrich vio que Ali no se rió con el resto. Era cierto que estaba feliz de verlo, pero al mismo tiempo su presencia significaba que era hora de aclarar definitivamente las cosas. Esta vez realmente agradeció que Gabriel no estuviera cerca.

—Bien, bien; vamos a bailar.

 

 

 

Friedrich estaba diferente. La vez que habló por teléfono con él no lo notó, pero al verlo fue claro que había cambiado; se veía más tranquilo y, de alguna forma, más maduro, como si ahora le preocuparan otras cosas. Ya no tenía esa energía y desenvoltura, esa despreocupación y arrojo tan propias de él. Antes, sin duda hubiese sido el primero en decir que sí a una noche de diversión sin importarle lo demás.

—Ach, was wut! —farfulló muy bajito, mientras observaba a Friedrich caminar un poco más adelante junto a Barthel.

—¿Qué pasa, Ali? —le preguntó su prima, que iba junto a él—. Has estado muy callado.

Albrecht disimuló su desánimo como pudo y sonrió.

—Es por el idioma —mintió, aunque esa podía ser una causa—. Es difícil y la gente habla gracioso.

—Ah, bueno... No te preocupes, a nosotros también nos ha costado, especialmente a Fritz. A la forma en que hablan tendrás que acostumbrarte, aunque es divertido imitarlos —repuso ella, y le pasó una mano por la cabeza con cariño—. Has crecido. ¿Cuánto estás midiendo?

—Un metro con ochenta y dos —contestó—. Pero Fritz también está más alto. Yo pensé que podía pasarlo.

Amara rió divertida.

—Ah..., sí recuerdo cuando hacían competencias para ver quién era más alto, los muy tontos... —dijo sonriendo.

—Es aquí —anunció Friedrich, doblando a la derecha, donde había un montón de gente frente a la entrada de un bar-discoteque llamado "Tersícore".

Adentro, el ambiente era bueno: había mucha gente, claramente homosexual, ya que nadie bailaba con alguien del género opuesto, y la música era pegadiza, aunque no le sonaba para nada. Friedrich condujo al grupo hasta la barra.

—Necesito un bailarín —dijo Barthel a Anton.

—¿Y a mí qué me cuentas? Ve con Nevin —replicó éste, como si lo hubiesen amenazado. Albrecht no entendía por qué Anton se ponía tan paranoico a veces.

Nevin se levantó como con efecto resorte y empujó a Barthel hacia la pista de baile.

—Yo también quiero bailar —dijo Albrecht con tono casual, para probar suerte.

—Vale, vamos —dijo Friedrich. A Albrecht le sorprendió que aceptara tan fácilmente. Quizás todavía quedaban esperanzas...

Siguió a Friedrich hasta un lugar alejado de la pista, lejos de la vista de los demás. Estaba ansioso.

—No me diste un abrazo de saludo como los demás —dijo Friedrich, extendiendo un poco los brazos y sonriéndole. Albrecht no se hizo de rogar y lo abrazó, como quería hacer desde hace tiempo, desde esa vez...

—Tenía muchas ganas de verte —dejó escapar, aunque mirando directo a los ojos de Friedrich para enfatizar el hecho de que hablaba en serio—. Lo que me dijiste cuando llamaste...

—Es verdad —dijo Friedrich; y lo decía en serio—. Salgo con alguien.

Albrecht se sintió fatal. Cuando Friedrich le dio aquella desastrosa noticia no quiso creerlo, porque no podía imaginar a Friedrich de novio con alguien y porque simplemente no podía ser. Él nunca se había interesado por más de una noche por ningún chico y siempre decía que las relaciones no eran lo suyo, que él no estaba para eso porque era un dolor de cabeza.

¿Acaso no hablaba en serio y él fue el único tonto que lo creyó?

—P-pero...

—Ali... No me pongas esa cara... —Friedrich cerró los ojos y suspiró. Albrecht no había puesto su cara de cachorro a propósito—. No de...

—Para, para... —pidió, haciendo un gesto de "alto" con ambas manos—. Mejor no hablemos de eso ahora y pasémoslo bien. No nos vemos hace tiempo...

Friedrich lo miró durante unos segundos, pero luego sonrió.

—Vale, tienes razón.

Pero la verdad era que Ali no pensaba rendirse. Sabía que si seguían hablando sobre ello se llevaría un rotundo "no", porque de seguro en ese momento Friedrich se sentía más apegado a ese novio que decía tener; pero eso iba a cambiar. Ali necesitaba postergar esa conversación hasta que Friedrich volviese a ser el de antes y se olvidara de ese enamoramiento que sin duda no era más que un calentón más largo de lo normal. Estaba convencido de que, cuando Friedrich estuviera en su elemento, él iba a ser su primera opción; y a partir de eso todo sería pan comido.

Conocía a Friedrich como a la palma de su mano. No sólo eran primos y se conocían desde prácticamente siempre, si no que eran mejores amigos y cómplices. Eso al principio fue siempre igual y no pasó de eso hasta hace un año, cuando se dio cuenta de que con Friedrich las cosas eran perfectas en más de un sentido, aunque él insistiera en decir lo contrario. Pese a las negativas iniciales de Friedrich, Ali estaba seguro de que acabaría cediendo; eso hasta que le salió con lo del novio y sus negativas fueron aplastantes.

El novio, ese parecía ser el maldito problema... Nunca se le pasó por la cabeza que Friedrich iba a tener un novio, porque hasta parecía un activista en contra del romance, acostándose con cualquiera y sin siquiera aceptar un número de teléfono. Por eso lo del novio no tenía sentido... ¿Qué clase de chico hizo caer a Friedrich? Estaba fuera de duda que debía ser un verdadero animal en la cama, para empezar, porque de lo contrario sería un mal chiste; además, debía ser alguien muy atractivo, probablemente de cabello oscuro y con un buen trasero, porque eso era lo que a Friedrich le gustaba; en cuanto a personalidad, Ali dudaba que fuese un chico complicado, porque eso era precisamente lo que a Friedrich le irritaba de las relaciones; y finalmente, debía tratarse de un chico celoso —que sería lo único a su favor—, ya que Friedrich se estaba portando bien. Si estaba en lo cierto, el famoso novio tenía sus garras bien firmes en Friedrich y arrebatárselo no sería nada fácil.

Pero con paciencia y un buen manejo de sus cartas, podía lograrlo. Por muy distinto que Friedrich pareciera, Ali sabía que su verdadero yo estaba allí, esperando.

Y él lo ayudaría a salir.

 

 

 

Sólo bastaba mirar la cara de Ali para saber que estaba tramando algo. Anton negó con la cabeza y volvió a su cerveza.

Él era el único del grupo que estaba al tanto entre lo que venía pasando entre esos dos. Desde que los vio besándose —y manoseándose, cabe añadir— aquella noche se mantuvo alerta. Cuando los vio, pensó que sólo estaban más borrachos de lo normal y no le prestó importancia; pero cuando los encontró durmiendo en la misma cama al día siguiente supo que fue algo más que una cuestión de tragos.

Después de eso comenzó el drama: Ali intentando convencer a Fritz y éste diciéndole que fue un error. Luego de una fuerte discusión, Fritz regresó a Inglaterra y Ali empeoró las cosas al dejar a su novio.

Anton prefería no tomar partido y fingía que no sabía nada, aunque tenía claro de quién era la razón en ese asunto. Sin embargo, su opinión al respecto cambió cuando Ali, después de hablar por teléfono con Fritz, le dijo que éste tenía novio. Aquello fue una noticia de la grandes, pero dejó la sorpresa de lado cuando notó que Ali realmente estaba triste. Anton había pensado que su interés por Fritz era un capricho más, pero eso le hizo dudar; Ali no ponía esa cara por un simple capricho.

El viaje había sido idea de Nevin, pero el primero en aceptar fue Ali, y no era una hazaña descifrar el por qué. De seguro quería cerciorarse de que Fritz le decía la verdad y no sólo era una treta para hacer que desistiera y, como muy probablemente acababa de comprobar, lo del novio resultó cierto y ahora tramaba algo para espantarlo.

Anton volvió a suspirar. Sólo esperaba que Ali no hiciera una tontería si de verdad quería a Fritz...

—¿Estás hablando con tu cerveza?

Levantó la cabeza y miró a la derecha.

—Ah, Bart... —murmuró, centrando su atención en la cerveza nuevamente.

Barthel se sentó a su lado.

—Oh, qué frío —comentó éste en tono de broma.

—No seas delicado —le espetó Anton—. ¿Y Nevin?

—No sé, se fue con un tipo —respondió Barthel, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué? ¿Ahora sí quieres bailar conmigo?

Anton le dedicó una mirada de disgusto antes de volver a sus reflexiones y a la observación de su cerveza.

—Por favor... —farfulló, fingiendo indignación. Barthel rió—. ¿Y tú no vas a seguir bailando? Hay muchos chicos solos...

—¿Como tú, por ejemplo?

—Como todos los que están en la barra, por ejemplo —dijo molesto, mirando a Barthel acariciar su incipiente barba en el mentón—. ¿No podrías hacer algo con esa barba? ¿No te dicen nada en el trabajo? Pareces un vago, ¿sabías?

Barthel volvió a reír.

—No, no puedo hacer nada —contestó—. A mí me gusta así. ¿A ti no?

—¿Eso qué importa? Olvídalo... —murmuró Anton, apartando la vista del otro.

Barthel era el mayor del grupo, con veintidós años y originalmente compañero de secundaria de Amara, la hermana de Fritz. En lugar de ir a la universidad, eligió irse de casa y comenzar a trabajar, por lo que vivía en un departamento arrendado y, aunque no lo reconociera, sin los contactos de su padre no habría conseguido un buen empleo. Ahora era independiente y llevaba una vida muy tranquila.

Anton pensaba que lo mejor era estudiar, pero para alguien como Bart eso era imposible, porque era pésimo con los libros y se dormía en clases.

Barthel parecía ir a diez kilómetros por hora en su vida, como si nada lo motivara o le importara demasiado. Siempre estaba echado en algún lugar, durmiendo la siesta, bebiendo, o molestándolo. No se preocupaba por su aspecto desaliñado —aspecto que se limitaba a abrigos negros, pantalones negros, zapatos negros, camisas negras y todo negro— y tétrico, aliñado por su pelo oscuro, largo y despeinado; sin olvidar esa desesperante barba de vago, y se paseaba así sin importarle nada, aunque la gente a veces lo juzgaba por su apariencia.

—No entiendo por qué me tratas así —dijo Barthel, sacándolo de sus tonterías.

—¿Así cómo? —preguntó Anton, sin entender a qué se refería.

—Eres frío. Conmigo.

—Eso no es cierto —protestó Anton.

—Como quieras... —dijo Barthel, mirando hacia el otro lado.

Anton se quedó perplejo y algo irritado. Si él realmente se comportaba de la forma en que Bart decía, sinceramente no se había dado cuenta.

—Oye, Bart... ¿Hablas en serio?

Barthel volteó hacia él y lo miró con sorpresa.

—Eh, sí... ¿Por qué?

—Es que... no me había dado cuenta... Lamento eso —masculló, sin mirar a Barthel y sintiéndose avergonzado.

—No pasa nada... Y estoy acostumbrado —dijo Barthel con toda calma y una sonrisa despreocupada.

Anton se quedó boquiabierto. Eso lo hacía quedar mucho peor...

 

Notas finales:

Bueno, lo primero es decir que las distancias entre ciudades, tiempos de vuelo y demases pueden tener fallos, pero, si no lo corrijo aquí, saldrá editado en los packs :) 

Danny Zuko es el personaje de John Travolta en Grease.

La conversación entre Ali y Fred es en alemán, aunque no lo aclaré :)

Y por último, ya está el segundo pack editado disponible en el blog.

ALI

Bueno, la principal intención del capítulo era describir a este personaje, aunque desde diferentes perspectivas. Y bueno... Lástima que Gabriel no esté cuidando lo que es suyo... jajaja.

PERSONAJES

(No, no pondré a Ali XD)

Anton Schweitzer

Estatura: 1.76m

Ciudad/País: Hamburgo, Alemania.

Aquí:

http://i578.photobucket.com/albums/ss223/Yamamura12/382.jpg

 

Esop! Saludos y gracias por leer :)


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