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El samurái y la bestia por Novata

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Notas del capitulo:

Los personajes de Slam Dunk Y Slam Dunk no son míos, pertenecen a su autor, Inoue-san X3

Es un fic yaoi y no tiene nada que ver con la trama original del manga, solo utilizo a mis personajes favoritos!

Dialogo: -"...."

Pensamiento: "..."

AVISO: ESTE CAPÍTULO CONTIENE ESCENAS QUE PUEDEN SER DESAGRADABLES PARA ALGUN@S!!

 

 

 

 

Sintió como algo le caía sobre su mejilla y también sobre su maltrecho cuerpo. Levantó suavemente los parpados para encarar la oscuridad de la noche. Pasaron un par de horas desde que se había desmayado, su cuerpo reposaba sobre la tierra aguosa por el fuerte chubasco que aún no se había apaciguado. Rukawa no alcanzaba ver los árboles por culpa de la oscuridad, pero oía claramente el ruido que hacían las gotas al chocar contra las hojas. Respiró hondo el fresco aire e intentó levantarse del resbaloso suelo. Con su fuerza de voluntad y con la ayuda de la vaina, el pelinegro se levantó como pudo y empezó a caminar a tientas en dirección de la chozuela de Hanamichi. Chocó con varios obstáculos antes de llegar a su destino, algún que otro tronco de árbol le dificultó la marcha, además de los pequeños animales que le distrajeron ligeramente de su cometido, pero nada tan importante como el frió, la lluvia y el dolor físico y mental que le atormentaban. Se aproximó lo más rápido que pudo a la puerta de aquella casita. No había luz por ninguna de las dos ventanas que tenía aquel hogar. Tocó suavemente la puerta como si esperara que se abriera y así lo hizo, se abrió de par en par, invitándole a entrar. Kaede se preocupó; la madre de Hanamichi siempre cerraba la puerta bajo llave en cualquier momento del día. Recordó el día en el que acompaño al pelirrojo pero tuvieron que esperar largo tiempo antes de que la madre les abriera la puerta..."Estaba durmiendo", les había dicho, aunque en realidad no quería que aquel chico entrara en su casa. No le gustaban los extraños.

Sus ojos que ya estaban acostumbrados a la luz de la noche, pudieron observar la forma de la mesa torcida. Estaba partida en dos y tirada en el suelo. Entró a tientas apartando de su camino todo lo que se metía por en medio. Al alcanzar la mesa, notó que efectivamente estaba rota en dos y limpiamente... Como si fuera la obra de una katana. Asustado, llamó al pelirrojo varias veces pero nadie contestó. La oscuridad y el pesado silencio le angustiaron de sobre manera. Volvió a llamar desesperadamente mientras se dirigía a otra pieza contigua que era la cocina, se le erizó el vello de los brazos al oír un suave jadeo. Buscó a tientas algo que iluminara el lugar y recordó que la última vez que visitó al pelirrojo, había visto unas velas colgadas justo donde él estaba situado. Alargó el brazo y las cogió. Mientras tanto los suaves y dificultosos jadeos se hacían cada vez más escasos. Finalmente consiguió encenderlas y delante de sus ojos se dibujó una imagen que le iba a marcar para siempre.

La madre del pelirrojo estaba tendida en el suelo. Su brazo izquierdo dibujaba un ángulo muy extraño, o más bien torcido. Su sucio kimono estaba hecho trizas y ensangrentado. La mujer casi desnuda tenía las dos piernas cortadas limpiamente, sus extremidades reposaban a varios centímetros más lejos de ella como si hubieron sido arrastradas por alguien hasta aquel sucio rincón, dibujando así unas líneas serpentinas con la sangre. Rukawa dejó escapar un gemido al ver como la mujer se retorcía ligeramente intentando respirar desesperadamente. Su cara estaba destrozada, parecía tener la nariz rota y su ojo izquierdo ya no le servía para nada... Una pequeña navaja estaba clavada en él... Pero el ojo derecho estaba clavado en Rukawa, que no pudo evitar, devolver lo que su estómago vació almacenaba... Al recuperarse, se postró al lado de la agonizante mujer y limpió con su mano desnuda la sangre que se le acumulaba en la boca. La mujer al verse liberada ligeramente de aquella sangre, intentó hablar. Movió ligeramente sus labios pero no salió ningún sonido.  La sangre seguía brotando de sus labios y el pelinegro volvió a  limpiársela y en un momento en el cual la señora Sakuragi abrió la boca, Rukawa percibió con horror que su lengua estaba cortada.  Sin embargo, a pesar del dolor, la madre del pelirrojo seguía intentándo articular palabras sonoras pero sin éxito.  Kaede, al ver que no lo conseguía, decidió leer sus labios pero poco después prefirió no haberlo hecho. La mujer le pedía que la matara... Estaba sufriendo demasiado.

"Diablos", pensó, "era la madre de Sakuragi como podría matarla, aunque estuviera sufriendo no tendría el valor suficiente para acabar con su vida". Miró la katana que reposaba a su lado. Como la odiaba. Si hubiera sabido los infiernos que cruzaría por su culpa nunca la hubiera empuñado, aunque fuera la última cosa que hiciera en su vida. Volvió a fijar la mirada en la cara de la mujer que a su vez le observaba suplicando con su ojo derecho.

-"¿Dónde está Hanamichi?", preguntó con voz temblorosa. No quería encontrar a Hanamichi así. No quería verlo así.

Pero la única cosa que dibujaba la mujer con sus labios era "mátame, mátame". Al ver que ésta no le hacía ningún caso, prefirió acabar con su sufrimiento. El pelinegro empuñó su espada y de un corte limpio separó la cabeza  del cuerpo. Las gotas de sangre salpicaron su hakama* y su cara.

Ahogó un grito desesperado en su garganta, se levantó dificultosamente del suelo y tiró la katana con todas las fuerzas que le permitió su cuerpo. Rabia, impotencia y dolor eran los sentimientos que le atormentaban el corazón, pero su alma  desolada albergaba una pequeña esperanza, la esperanza de encontrar a Hanamichi, sano y salvo. Se levantó con dificultad del suelo. La herida de su pecho empezó a sangrar abundantemente pero aquello no le preocupó en lo más mínimo.

Su mente estaba caótica. "¿Quién había sido el culpable de tal atrocidad? ¿Quién hizo aquello a la madre de Hanamichi? y lo más importante, ¿dónde estaba el pelirrojo?".

 

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Hanamichi abrió los ojos lentamente. Estaba sentado en el suelo, su espalda estaba apoyada contra una superficie dura y poco homogénea. Pero antes de preocuparse por su situación, la imagen de Kaede malherido le invadió la mente y suspiró aliviado al recordar que estaba todavía vivo. De repente un dolor agudo, atravesó su brazo izquierdo y sus costados, arrancándole el recuerdo del pelinegro. Se dio cuenta de que no podía mover el brazo y todo el cuerpo le dolía. Se levantó como pudo intentando adivinar donde estaba. Era muy difícil saberlo pues la oscuridad de la noche no le permitía ver del todo. Cuando sus ojos se acostumbraron a ella, se dio cuenta de que estaba encerrado entre cuatro paredes de bambú, en un espacio bastante pequeño. En un extremo, había una pequeña mesa con lo que parecían ser diversos utensilios y delante de él,  estaba una pequeña puerta hecha de bambú y paja. Se dirigió hacia ella para salir del aquel escondrijo, pues sintió un poco de pavor al no saber cómo había llegado hasta allí. Sin embargo, se dio cuenta rápidamente de que no podía dar más de dos pasos, estaba encadenado del tobillo a una barra que estaba detrás de él. Eso no era bueno. El corazón  le empezó a latir con fuerza, ya casi no sentía el dolor lacerante de su brazo a causa del terror que le empezaba a invadir. Le habían atrapado, seguramente los aldeanos y no era algo bueno. Sabía lo que le iban a hacer. Con su brazo sano, empezó a jalar de la cadena de metal pero sin éxito. Estaba bien sujeta a su tobillo y al poste. Además necesitaba la llave para abrir el candado. Tanteó el suelo en busca de algún objeto pesado que le permitiera destrozar la cadena. Tenía que salir de allí antes de que llegara alguien y empezara a torturarle y necesitaba encontrar a Kaede. Era la única persona que le alentaba; deseaba poder tocar y verlo y sobretodo comprobar si estaba bien. Pero de repente, la pequeña puerta empezó a  abrirse dejando entrever una silueta masculina y fornida.

Oyó la respiración agitada de un hombre adentrarse en aquel pequeño escondrijo. Hanamichi asustado, intentó fundirse en la pared para hacerse más invisible. Pero era imposible desaparecer de aquella imponente presencia. Vio como la silueta se dirigía a la mesita y encendía una vela. La luz tambaleante le permitió observar mejor a aquel hombre. Era el hombre que se parecía a Rukawa pero lo que más le asombró era ver su hakama manchado de sangre. Se sorprendió aún más al ver que en su cara, bajaban unas furiosas lágrimas de sus ojos mezclándose con la sangre enganchada en su escasa barba. Su katana colgaba de su mano, chorreaba sangre... Sangre escarlata y aún cálida.

 

TBC

 N.A.:

Hakama: es el traje que llevaban los nobles japoneses en la época medieval, especialmente los samuráis.

 


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