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El samurái y la bestia por Novata

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Notas del capitulo:

 

Los personajes de Slam Dunk Y Slam Dunk no son míos, pertenecen a su autor, Inoue.

Es un fic yaoi y no tiene nada que ver con la trama original del manga, solo utilizo a mis personajes favoritos!

Dialogo: -"...."

Pensamiento: "..."

 

 

Rukawa fue encontrado por los aldeanos que pasaban habitualmente cerca de la residencia de los Sakuragis en busca de agua. Era todavía muy temprano por la mañana, el sol apenas iluminaba con sus tímidos rayos pero fueron suficientes para ayudar a esos hombres a percatarse de su presencia. Se alarmaron al encontrar a un joven malherido en medio de la nada y decidieron transportarlo lo más rápido posible a la aldea. Gran fue su sorpresa al comprobar que aquel muchacho era el hijo del aclamado samurái Rukawa y por solo aquel hecho se sintieron más apresurados a devolverlo a su dueño.

Recogieron la katana que estaba tirada a su lado, lo levantaron entre cuatro y abandonaron muy rapidamente aquel lugar. Ninguno de ellos prestó atención a la chozuela del demonio rojo.

 

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La señora Manoko Rukawa no había pegado ojo en toda la noche. El día anterior llegaron los heridos de la batalla y entre ellos estaba su hijo con una gran herida en el pecho, causada por un arma que desconocía. Ella estaba esperando en casa cuando vio aproximarse a unos cuantos hombres, uno de ellos era su marido, y transportaban el cuerpo de su hijo. Se llevó la mano al pecho, sus ojos se llenaron de lágrimas y se apresuró hacia el grupo de hombres. Antes de que pudiera comprobar si su hijo estaba vivo, su marido le apartó violentamente del camino y le ordenó preparar la cama y paños para tratar a Kaede. Suspiró aliviada al comprender que estaba vivo y se apresuró a  ejecutar la orden.

Pasaron las horas y Kaede todavía no despertaba. Su madre no abandonaba su lado  únicamente para ir a la cocina a calentar el agua y cambiar los paños. Su hijo respiraba con dificultad y sudaba mucho. La herida de su hombro y sobre todo la de su pecho parecían mortíferas y temía que su hijo muriera en cualquier momento. Uno de los curanderos, después de coser meticulosamente las heridas, le dejó unas hierbas que le tenía que aplicar. El señor Rukawa que estaba junto al curandero cuando éste trabajaba, le acompañó al pueblo al finalizar su trabajo. Le ordenó a su mujer cuidar de Kaede y le dijo que no tardaría en volver. Pero las horas pasaron, la noche había caído y su marido no aparecía. Pero no se preocupaba por él. Era su hijo quien le tenía inquieta.

Secó suavemente su frente con el paño pero tenía que ir a lavarlo. Se levantó, cogió el cuenco de agua que estaba a su lado y se dirigió a la cocina. Además de lavar el paño pensaba preparar una sopa para cuando despertará. Estaba tan enfrascada en sus tareas que no percibió, minutos más tarde, como éste abandonaba el hogar dificultosamente...

 

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Estaba amaneciendo poco a poco y los primeros rayos del sol inundaban el cielo con su resplandor. Después de una noche tormentosa de lluvia, ese claror era bien merecido. Pero en cierto lugar, ni el tiempo ni la suerte podían ayudar a cierta persona.

-"¡Aaaaaaargh!", fue el grito desgarrador de Hanamichi Sakuragi al ser cortado en el pecho con varios navajazos.

-"Por favor... No más...", suplicó al señor Rukawa mientras éste acariciaba las heridas que le había infligido.

-"¿Por qué conoces a mi hijo, maldito asqueroso?", preguntó clavando sus dedos en las heridas abiertas del pelirrojo.

-"¡Aaaaaaaaargh! ¡Noooooooooooo por favor!"

-"¡Contéstame!"  

Pero Hanamichi no soltaba palabra. El dolor era tan intenso que no podía describirse con palabras y aun así estaba decidido a seguir cubriendo las espaldas a su único amigo. Rukawa-sama, al ver la determinación del joven, sonrió sádicamente y seguidamente siguió torturándole clavando las uñas en las heridas abiertas, dándole más navajazos en el pecho y lentamente observando como la sangre tibia iba brotando poco a poco...

Hanamichi estaba desnudo y tenía los brazos levantados y oprimidos por una cuerda sujeta al techo. Uno de sus brazos torcido se tornaba morado y le dolía horrores. Entre el dolor físico que le estaba infligiendo, el frio lacerante y el cansancio, el pelirrojo creía que en cualquier momento iba a desmayarse. Pero para su desgracia, Rukawa-sama, al ver que éste iba desfalleciendo, le tiraba un jarro de agua fría que devolvía al lastimado muchacho a la cruel realidad.

No sabía cuántas horas habían pasado pero lo único que deseaba era que le dejará en paz, incluso en algunos momentos de dolor extremo, suplicaba al hombre que acabara con su vida. No aguantaba más...

-"¡He dicho que me contestes!", le gritó el hombre propinándole bofetadas a diestro y siniestro. "O acaso eres tan idiota que no entiendes lo que te digo."

Hanamichi guardaba el silencio por miedo de que hiciera daño a su amigo.

"Amigo...", pensó cálidamente al recordar la cara pasiva de Kaede. La mayoría del tiempo peleaban como perros y gatos. Bueno, era más bien él quien se quejaba y refunfuñaba con su estridente voz cuando algo que hacia el pelinegro le disgustaba. Este le contestaba con miradas indiferentes y a veces soltando algún "do'aho" que otro. Pero aquellos encuentros, muy a su pesar, le entusiasmaban. Si no fuera por el pelinegro, su vida habría sido monótona y...muy solitaria. Kaede lo aceptaba tal como era y no por la reputación que le habían fabricado los aldeanos... y si no fuera así no habría vuelto a verle desde el primer encuentro que tuvieron. Se adentró tanto en su vida, en su mente y en su corazón, que ya no podía imaginársela sin Kaede. Era la persona más importante de su vida, incluso más que su madre... Y no estaba dispuesto a perder ni a delatar a su amigo a su propio padre, aunque estuviera sufriendo la más atroz tortura.

Al principio le mintió diciéndole que lo había confundido con otra persona pero era lo peor que podía haber hecho. El imponente samurái no era iluso y odiaba a los mentirosos... Oyó perfectamente como aquel ser se dirigía a su hijo por su nombre.

-"¿Cómo te atreves a mentirme a la cara y tan descaradamente?"

Hanamichi intentó evadir la realidad pensando en los pocos buenos momentos que había pasado con su amigo, intentando no prestar atención a la mirada perturbada de Rukawa-sama.

-"Tan testarudo como tu madre Kaoru...", siseó el torturador por lo bajo...

La mención de su madre le turbó. ¿Cómo conocía su nombre? Levantó al fin la mirada y encaró al hombre que esbozó una media sonrisa cínica al ver que la mención de su progenitora había surgido el efecto que esperaba.

-"¿Mi m...madre?", tartamudeó nervioso, "¿C...Conoce a mi madre?

-"¿Esa malnacida?, sí claro que sé quién es...Hace poco estuve con ella...no recordaba que le gustaba tanto abrirse de piernas".

Hanamichi, indignado de que insultara a su madre, iba a hacerle comer sus palabras sin tener en cuenta que aquello podía ponerlo en más problemas, pero antes de pronunciar palabra, se oyó en el exterior una dulce voz...

-"¡¿Sora-sama?!"

Rukawa-sama se congeló en su sitio al oír la voz de su mujer tan nítida y cercana. Oyó crujir las ramas bajo ligeros pasos y como estos se dirigían hacia el cubículo. Soltó las navajas que tenía en las manos, amordazó rápidamente al pelirrojo e intentó alcanzar la puerta lo antes posible.

Sin embargo, no fue lo suficientemente veloz para impedir que su mujer la abriera. Era demasiado tarde. Antes de cerrar la puerta con brutalidad, los ojos horrorizados de la señora Rukawa tuvieron el tiempo suficiente de ver a un muchacho desnudo colgado de los brazos al techo, horribles heridas en todas partes y mucha sangre... sobre todo lo que más le chocó era comprobar que era el hijo de su antigua amiga... "El demonio Rojo".

Se giró rápidamente, la cabeza le daba vueltas, le temblaban las manos y no entendía lo que estaba pasando. Cruzando el pequeño patio,  se dirigió a la cocina con prisa a coger los paños y el cuenco que había rellenado de agua.

Estaba buscando a su marido (pero no creyó que lo encontraría en casa ya que pensaba que había desparecido en toda la noche) pues hacia muy poco que unos aldeanos le habían devuelto a su hijo y depositado en su habitación. Le habían dicho que le habían encontrado tirado en el bosque al lado de la vivienda de los "malditos" y le preguntaron si ella sabía cómo había llegado hasta allí sobre todo en el estado que se encontraba el joven. Ella les había negado con la cabeza pero les agradeció diciéndoles que estaba muy aliviada de que lo hubieron encontrado. Había desparecido durante toda la noche y no sabía dónde estaba, les había contestado.

"Tenía que olvidar por ahora lo que había visto y concentrarse en su hijo que se encontraba en un estado lamentable". Hablaría luego con su marido para que le dijera lo que estaba ocurriendo. Y con estos pensamientos, se levantó del suelo después de recoger lo necesario e ir al lado de su hijo pero al darse la vuelta se topó de morros con su marido. Soltó un pequeño chillido de susto y soltó el cuenco que fue a caer a los pies del hombre. Tenía muy mala pinta... Estaba lleno de sangre, sus manos, su cara, su ropa e incluso su pelo estaban cubiertos de sangre seca y fresca. La mujer tragó con dificultad... Parecía enfadado, no, más bien enloquecido... tenía los ojos completamente dilatados... Nunca le había visto así.

-"Ni una palabra... de lo que has visto...", murmuró muy lentamente, enfatizado cada palabra que decía.

-"..."

-"Y sobre todo... No. Le. Digas. Nada. A tu. Hijo... ¿Entiendes?"

-"Sí", contestó la mujer con una pequeña voz agachándose para recoger el cuenco y también para evitar su mirada.

Las manos le temblaban. Era la primera vez que sintió terror a causa de su marido. Parecía loco. Al levantar la vista del suelo, había desaparecido, seguramente volvió a torturar al pobre muchacho. No pudo evitar sentir pena y un poco de tristeza. Era la primera vez que le veía y nunca habría imaginado conocerle bajo estas circunstancias. Imaginó el dolor que podría sentir su madre al no saber su paradero. Lo mismo le ocurrió a ella la noche anterior cuando desapareció  su hijo malherido.

Llegó  al fin a su lado y mientras le cambiaba las vendas del pecho, recordó lo último que le había dicho su marido: "Y sobre todo... No. Le. Digas. Nada. A tu. Hijo... ¿Entiendes?". Un escalofrío le recorrió la espalda al recordar su entonación gélida. "¿Pero por qué no se lo debía decir a Kaede?"... No tenía la intención de decírselo, pues no estaba en estado de escuchar nada semejante, incluso si no se lo hubiera pedido su marido, pero le pareció una petición extraña.

De repente volvió a la realidad cuando su hijo empezó a gemir y   a gesticular como si estuviera teniendo una pesadilla. Intentó calmarlo susurrándole al oído mensajes de ánimo y amor y secándole la frente pero nada le hacía efecto. Soltaba pequeños gruñidos, que al principio su madre no entendía, pero poco a poco empezó a discernir con claridad lo que repetía su hijo constantemente.

-"Mmmm...Sa...Ku...Ragi..."

 

TBC

 


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