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El samurái y la bestia por Novata

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Notas del capitulo:

 

Los personajes de Slam Dunk Y Slam Dunk no son míos.

Es un fic yaoi y no tiene nada que ver con la trama original del manga, solo utilizo a mis personajes favoritos.

Dialogo: -"…."

Pensamiento: "…"

CAPÍTULO II

Doce largos y tortuosos años han transcurrido desde la deshonra de la familia Sakuragi.

La guerra entre los samuráis y los occidentales no parecía tener fin. Mientras que el emperador contrataba más occidentales para eliminar a sus enemigos, los samuráis perdían cada vez más terreno...

Por aquel entonces, el pequeño pueblo Hôsho seguía inalcanzable por las tropas enemigas; todavía era uno de aquellos afortunados pueblos con difícil acceso y a que la naturaleza protegía con su vegetación indomable y su tiempo imprevisible.

Los niños y los muchachos eran alistados diariamente en los campos para luchar en futuras batallas. Los entrenamientos les convertían en hombres fuertes y expertos en el manejo de la espada, sin embargo el principal deseo de aquellos muchachos no era tanto luchar para salvar a su pueblo, sino apropiarse del título de "Samurái" y ser portadores de una katana.

Ser samurái hinchaba de orgullo a aquellos muchachos que esperaban ansiosos atravesar a sus enemigos con sus estrenadas espadas.

Algunos padres orgullosos de los méritos y logros de sus pequeños ignoraban el hecho de que muy probablemente sus únicos hijos varones morirían desangrados a causa de una bala en el campo de batalla...Ignoran la amenaza de los enemigos que cada vez más progresaban y arrebataban más territorio con sus nuevas armas de fuego.

Apartado del corazón de Hôsho, escondida bajo los interminables árboles florecientes, se encontraba una casita donde vivían un pequeño muchacho de unos doce años con su madre. El niño que se encontraba sentado en un peldaño frente a la puerta, se mecía con fuerza su pelo. Observaba como ido sus pies desnudos que se frotaban mecánicamente contra unas piedras del suelo.  De pronto, se arrancó unos cuantos mechones y los miró con sentimientos entremezclados. No eran negros o marrones como las demás personas o como su madre. Él lo tenía diferente, de un rojo vivo como el propio fuego. Al principio, cuando era más pequeño, se sintió único y especial porque era un color inusual, sin embargo, comprobó poco después de que no era  exactamente querido por ello, sino más bien era la causa de su desdichada vida.

Cuanto odiaba su vida... Sobre todo su cabello. Por su culpa no podía ser samurái como los demás niños. De hecho, no podía ni observar los entrenamientos porque tenía prohibida la entrada al pueblo. Su madre también se lo había prohibido, pero para su bien. Él tampoco deseaba pasearse por allí. Unas cuantas veces, cuando se sentía más valiente, se arriesgaba a adentrarse en ese lugar, pero cuando le descubrían las consecuencias llegaban a ser casi mortales. Un gesto dolido se mostró en su cara al recordar el día cuando unos cuantos aldeanos le tiraron enormes piedras que acabaron por abrirle la cabeza. No le dolieron tantos las heridas físicas que le infligían pero más bien las miradas de furia y de miedo que le lanzaban. Suspiró largamente mientras dejaba que el viento se llevara los mechones de su mano. No entendía ese comportamiento hacia su persona o mejor dicho, no lo quería asumir... Pero seguía pensando que era injusto... ¿Por qué todo el mundo se empeñaba en odiarlo? ¿Sólo por qué su pelo era rojo? No había hecho nada malo y si le llegaran a conocer se darían cuenta de que era un niño muy bueno y simpático.

Pero los demás niños, al parecer no les interesaba conocerle. Le insultaban llamándole el "demonio rojo".

-"Hanamichi...", una suave voz retumbó en el aire asustándole.

Era su madre que le estaba mirando desde la puerta estropeada de su cabaña, una pequeña cabaña construida a base de bambú y de paja.

Giró su cabeza y sus ojos marrones miraron interrogantes a los ojos negros de su madre.

-"Venga levántate... ya sabes que es la hora en la que pasan aquellos señores para recoger agua. No querrás que te arrojen piedras, ¿verdad?"

El niño negó con su cabeza. Sus ojos cansados miraron a su madre. Acababa de despertarse... Era muy temprano, el sol apenas apuntaba pero estos despertares eran frecuentes en Hanamichi Sakuragi.

No era que le gustase despertar tan temprano pero sus pesadillas nunca le dejaron dormir.

-"Venga a la cama.", ordenó al fin su madre sacándole de su ensoñación.

El chico se levantó como pudo, llevándose dentro de la cabaña todo el barro que se había enganchado a sus pies y en su ropa.

No se molestó en recoger la suciedad que iba dejando a cada paso y su madre tampoco. Los dos estaban demasiados cansados para molestarse por eso.

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-"¡Mamá, voy a salir!", dijo Hanamichi antes de cerrar la puerta deslizante. No esperó su respuesta, estaba acostumbrado a hacer lo que quería. Su madre nunca se había molestado en ponerle límites, sólo le prohibía una cosa: pisar Hôsho.

Hacía un día soleado y cálido; era un día perfecto para ir al lago que había descubierto unos años atrás, en una de sus excursiones habituales por el bosque. Estaba situado en un lugar de difícil acceso y sobre todo desconocido. Aquel lugar le pertenecía, así lo decidió cuando plantó por primera vez su pie en aquella agua refrescante. Era su escondite preferido donde podía nadar, explorar y guardar los tesoros que iba encontrando.

 Casi cada día iba allí... Pero un par de años atrás, aquel lugar dejó de ser su escondite preferido ya que había sido descubierto por otro...

Nada más llegar, se quitó la ropa y corrió rápido hacia el lago. El agua estaba deliciosa; le encantaba nadar en esas aguas profundas y observar los pececitos que se escabullían de sus dedos. Después de un rato, salió del agua frotandose la cara. Al bajar sus manos, se percató de la presencia de una persona observándole sentada desde una roca.

-"¿Qué haces aquí malvado kitsune?", chilló el pequeño Sakuragi tapando con las manos sus partes nobles.

Estaba desnudo y mojado, seguro de encontrarse solo en aquel pequeño entorno pero se equivocaba. Le había pillado desprevenido. Maldijo por lo bajo: el kitsune le sorprendió en cuero.

-"Do'aho...", dijo el chico en cuestión mientras se daba la vuelta para desvestirse.

Rukawa kaede estaba dispuesto a darse un chapuzón aunque aquel individuo estuviera allí primero. El calor era demasiado agobiante. Se dejó puesto su calzón que era un diminuto pantalón blanco y se dirigió firme hacia el agua donde el pelirrojo ya se había vuelto a tirar con la única diferencia de que, esta vez, llevaba su calzón.

-"Estaba aquí primero...", farfulló el pelirrojo mientras hacia un puchero y golpeaba furioso la superficie del agua con su pequeño puño.

El pelinegro no le hizo caso; seguía nadando ajeno a todo lo que le rodeaba.

Hanamichi se paró en el agua y miró como aquel niño, al parecer de su misma edad, iba y venía nadando a lo largo del lago.

Los dos venían con la intención de bañarse, y ninguno pensaba ceder el lugar al otro. Cuando lo conoció, Hanamichi estaba casi seguro de que se asustaría nada más ver su pelo y que se iría corriendo... Pero no ocurrió así. El otro chico se quedó firme y silencio nadando como si fuera el único en aquel pequeño paraíso.

-FLASHBACK -

Aprovechó el momento cuando el moreno se estiró sobre la hierba y le preguntó:

-"¿Cómo te llamas?"

El moreno lo miró extrañado como si no esperara que aquel demonio supiera hablar.

Sus ojos azules le miraron estudiosamente en busca de alguna trampa pero se topó con una mirada curiosa e ingenua.

-"Rukawa...Kaede Rukawa...", soltó casi sin darse cuenta.

Rukawa no necesitaba preguntarle su nombre. Sabía quién era aquel pelirrojo aunque fuera la primera vez que lo viera. Sabía su nombre porque todos los habitantes de aquel pueblo lo conocían y si su padre descubriera que le había dirigido la palabra, no quería ni pensar en cuál sería su castigo.

El pequeño pelinegro sabía que en el pueblo se había impuesto una norma, la de mantenerse alejado de aquel chico de pelo rojo porque era un demonio, un mal presagio, la desgracia del pueblo.

Pero cuando lo vio por primera vez le fascinó aquel pelo rojo como el fuego. Tuvo ganas de tocarlo y comprobar si estaba ardiendo. No se sintió en ningún momento amenazado o acorralado por aquel supuesto demonio y a su pesar descubrió que aquel niño más que un demonio era un idiota. Él se imaginaba a un ser horroroso y repulsivo con unos dientes enormes y unas garras afiladas, todo bajo un manto de pelo rojo que caracterizaba al demonio. Pero resultó ser todo lo contrario.

A primera vista el pelirrojo parecía un niño agradable y peculiar. Su pelo daba la impresión de arder continuamente como si tuviera vida propia. Sus grandes ojos marrones transmitían dulzura y pura inocencia, mientras que su pequeño cuerpo, parecido al del moreno, empezaba con su ardua tarea de crecimiento. Pero nada más abrir la boca rompía con la primera impresión que transmitía. Las múltiples estupideces que salían de su boca lograban sacar de sus casillas al bloque de hielo número uno de toda la aldea. Nadie lo había sacado de sus casillas como lo había hecho el pelirrojo.

Pero rápidamente los encuentros entre aquellos dos se hacían más frecuentes; no eran amigos ya que no se hablaban mucho pero Hanamichi no estaba dispuesto a perder a la única persona, a parte de su madre, que no le repudiaba... Kaede no sabía que pensar de aquel pelirrojo, no le desagradaba y tampoco le agradaba... Le era indiferente establecer una amistad con él, pero si sentía curiosidad hacia aquel pequeño demonio. Quería saber dónde vivía, con quién y cómo era su vida. Por eso un día decidió espiarle.

La primera vez que vio a la madre del pelirrojo fue una tarde de frió otoño. Y quedó fascinado por su aparente belleza. Aquella primera vez, la vio sentada delante de su cabaña, veía todo su perfil delineado bajo las sombras de los árboles mientras que su largo pelo negro se mecía al compás de la suave brisa para dejarse caer delicadamente sobre sus hombros. Sus ojos eran grandes como los del do'aho, sus labios eran pequeños y pálidos, mientras que sus largos dedos tejían harmoniosos lo que parecía ser una bufanda. Fue fascinado por muchas bellezas como la de su propia madre y la espada de su padre, pero aquella mujer tenía una belleza más carismática y...peligrosa.

No se atrevió a acercarse ni apenas a respirar, la mujer aún no lo había sorprendido espiándola y él no deseaba estropear la belleza del cuadro que se ofrecía ante sus ojos.

Se atrevió a pensar que aquella mujer era casi o más hermosa que su propia madre pero rápidamente se deshizó de la idea al ver salir al do'aho ruidosamente de la pequeña cabaña.

-"¡Madre!", gritó el pelirrojo con su escandalosa voz, "voy a salir.", dijo al final observando como ésta no le hacía caso.

Estaba demasiado concentrada en la bufanda; la quería regalar a su marido y le quedaba poco para terminarla.

Hanamichi se quedó mirándola un instante esperanzado de que le dirigiera una mirada pero la mujer seguía tejiendo ajena a su alrededor...Rukawa Kaede observaba todo desde su escondite, un poco sorprendido; no esperaba tanta indiferencia de parte de aquella bella mujer, y a su propio hijo. La imaginó cariñosa y atenta pero comprobó con sus propios ojos como era la verdadera realidad.

Hanamichi emprendió su camino al pequeño lago, su tarea de aquel día era pescar unos peces para la cena. Pero no estaba muy optimista. En aquel lago no circulaba el agua, los peces que había eran diminutos.

Al ver como el pelirrojo se dirigía rápidamente al lugar más frecuentado por los dos se obligó a dejar de observar a la hermosa mujer, y se fue corriendo al lago esperando llegar antes que el do'aho.

-"¡Kitsune!" Gritó una voz a sus espaldas.

Apenas había alcanzado su destino cuando alcanzó escuchar la llamada del pelirrojo. Había sido rápido pero no lo suficiente.

-"¿Por qué corres? Preguntó el pelirrojo. ¿Querías llegar antes que yo verdad? ¡MUAJAJAJAJA kitsune perdedor!"

-"Do'aho...", logró decir el pelinegro intentando recuperar la respiración.

Sentía vergüenza por haber sido sorprendido en tan comprometedora situación. Había preferido llegar discreto como solía hacer pero su llegada aquel día no era demasiado propia de él.

-"Te he visto antes, en tu ...casa...."

Hanamichi se quedó mudo.

Kaede no sabía por qué había soltado aquello; seguro que incomodaba al pelirrojo y pensaría que  era un espía o algo parecido.

Siguió un largo silencioso, solo interrumpido por el ruido de las ranas.

Kaede se sentía horriblemente incomodo aunque una vez más no lo demostraba. Se había autoinculpado y se sentía como si fuera un asesino confesando su crimen.

Aunque no lo quería admitir y que se lo negaba rotundamente, no quería que el do'aho se enfadara con él por aquello.

-"¿Cuándo?"

La voz neutra del pelirrojo lo sacó de sus pensamientos y se precipitó en contestar.

-"Hace un momento, antes de venir aquí."

-"Supongo que has visto a mi madre..."

-"mm..."

-...

-...

-....

-"Es...muy hermosa.", dijo al fin el pelinegro para apaciguar la tensión...

Hanamichi suspiró al fin y se dedicó toda la tarde a elogiar y hablar de ella...

 

Notas finales:

:)))))


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