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Átame por Morganic Jacques

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Los personajes aquí presentados no me pertenecen, ¡ya me gustaría haberlos creado! Son de la genial J.K. Rowling.

Advertencias (es decir, lo que una avisa aquí para que nadie se sorprenda en los siguientes capítulos): Situaciones de angustia, uso de lenguaje malsonante y prácticas BDSM de distintos tipos.

La pareja principal es Krum x Ron, no tan frecuente como el Snarry o el Drarry, pero una a la que esta autora tiene especial cariño (y a las otras también, para qué mentir XDD).

Este fanfic se ambienta varios años después de Hogwarts, ignorando una parte de lo planteado en el último capítulo/epílogo de Harry Potter y las reliquias de la muerte.

Y ahora, lean, lean. Y disfruten <3

Mala suerte. Bonita manera de excusarse. Bonita manera de llenar de pretextos una conversación, huyendo hacia ninguna parte. Bonita manera de ignorar a la otra persona. Mala suerte. Eso dijo Ginny cuando un más que molesto Ron le reprochó por cuarta vez esa noche lo ocurrido. Y lo repitió frente al rostro enfadado de su hermano, aún cuando las mejillas de éste parecían rivalizar con su pelo en color rojo. Ni eso había cambiado con los años: Ronald Weasley seguía sonrojándose cuando se avergonzaba o se enfurecía. Para eso no había remedio.

Tampoco existía solución para esa noche. Ron se guardó los deseos de contestar sarcásticamente a los intentos de Ginny por hacerle sentir un poco más cómodo y se concentró en su propia molestia. Si un Malfoy era una maldición peor que encontrarse un colacuerno húngaro en medio del monte, dos Malfoys deberían considerarse maldición imperdonable. Sí, de eso Ron estaba más que seguro. Lo que no entendía a esas alturas era qué demonios estaba haciendo allí. O, quizá, lo entendía demasiado bien.

Desde que Ginny había dejado a su querido Harry, las cosas se habían torcido. No era que Ron fuese lo bastante conservador como para oponerse a esos cambios de pareja -¿qué diría entonces de sí mismo, después de lo de Hermione?-, pero realmente no entendía qué se había pasado por la mente de su hermana la linda tarde en que había decidido salir con Draco Malfoy. ¡Por Merlín! No era una niña; los tiempos de Hogwarts y de la guerra contra Voldemort habían pasado. Se suponía que era un momento para sentar la cabeza.

Se suponía. Y, sin embargo, ahora estaba allí, sentado en un elegante local del París mágico, con Malfoy padre y su hijo a menos de dos metros de distancia. ¡Si sólo fuera eso! Las reuniones de negocios eran aburridas. Extremadamente aburridas. Ron había discutido con Ginny más de una vez y le había explicado que le parecía muy bien que Draco se hubiese decidido a hacer negocios con hijos de muggles, pues eso le hacía diferente del payaso de su padre. Perfecto. Pero eso no significaba que él tuviera que ir a sus amistosas reuniones de negocios como invitado de honor. No significaba que tuviera que complicarse con sus raras etiquetas, acabando por confundirse siempre de ropa y cayendo en el ridículo. No, definitivamente no significaba que tuviera que aguantar durante casi cuatro horas las conversaciones de hombres que ni le interesaban. Cuatro aristócratas metidos a amigos del pueblo a los que detestaba, unos cuantos perseguidores de riquezas y algún artista amable.

Esa noche había pensado en escaquearse, pero era una pequeña celebración en honor de los dos años de una cadena de tiendas de arte a la que, según había asegurado Ginny, Ron no podía faltar. Y ahora estaba sentado allí, en la butaca del fondo, con una copa de agua en la mano, porque Draco se había decidido por las bebidas muggles y a él no le gustaba ninguno de los licores. Suspiró. La reunión parecía bastante animada; le recordó al Baile de Navidad, allá por el cuarto año, donde había terminado aburrido y frustrado, mientras los demás estudiantes se divertían. Tampoco era tan grande la diferencia, ¿verdad? Se había equivocado de ropa en el Baile -una túnica de hacía siglos, lo recordaba bien- y esa noche, la de la famosa fiesta de Draco, tampoco acertó. Ginny había insistido en que sería una reunión informal, pero cuando Ron llegó y vio a Lucius Malfoy envuelto en su capa más elegante, ribeteada de plata y esmeraldas, supo que tendría que tragarse sus miradas de superioridad sin quejarse.

Sí, se sentía amargado. Mucho. ¿Quién no lo estaría a solas con su vaso de agua? Si al menos Harry estuviese allí… Pero Potter estaba ocupado con sus misiones como auror. Y tampoco quería ver a Ginny, eso Ron lo sabía muy bien. Ni a Draco; no podía reprochárselo. ¿Hermione? Ella siempre había sido más inteligente que él, y acababa de demostrarlo al evadir la reunión como quien escapa de un dementor. Tampoco tenía sus obligaciones. Joder, obligaciones, Ron gruñó para sí, ¿No es suficiente con aguantarles en las comidas familiares? No, parecía que no.

Mala suerte, había dicho Ginny. Y Ron estuvo de acuerdo con ella al ver a un elegante Lucius acercarse con una copa de licor de guindas en la mano y el aire de frío desprecio brillándole en sus ojos claros. ¿Se dirigía hacia él? Esperaba que no. Estar en aquella reunión era una condena -todo el mundo parecía feliz, algo auténticamente odioso-, pero tener a Lucius como verdugo de dicha condena era demasiado para él.

–¿Aburrido, Weasley?

Y, de nuevo, Ron se tragó su enfado. Detestaba que se dirigiese a él por su apellido, casi como si se lo estuviese escupiendo en la cara. La actitud de Lucius había mejorado con el tiempo. Quizá fuese cosa de la felicidad de su hijo, quizá un interés sincero en ver las cosas de otra manera, pero al menos ya no parecía dispuesto a arrancarse su largo pelo rubio al ver a su Draco con la descendiente de los Weasley. Con todo, Ron seguía sintiendo rechazo hacia él. Nunca se habían llevado bien.

–Supongo que no…

–Vamos, vamos, Weasley –Lucius esbozó apenas una sonrisa-. Te comprendo. Cada uno debe estar en su lugar, ¿verdad? Una persona como tú no está acostumbrado a determinados ambientes. La sofisticación es un privilegio con un precio… elevado.

-Muy bien -gruñó Ron-. Me alegro.

Ron se apresuró a cortarle, frustrado. Lo peor era que tenía razón, y la maldita capa ribeteada de Lucius frente a su túnica sencilla y sus vaqueros lo demostraba. Sí, Malfoy podría conocer el protocolo para dirigirse a la mitad de la aristocracia inglesa, pero eso no iba a hacer que él se sintiese intimidado, ¿o sí? 

Las cejas de Lucius se arquearon. Quizá no se esperaba la respuesta seca o el sarcasmo impreso en las últimas palabras. Lo más probable era que sí lo aguardase, a juzgar por los nuevos matices de su sonrisa. Meneó la cabeza con aire elegante.

–¿Ni siquiera piensas tomarte una copa? -Se acercó un poco más a él y, dejando de lado las formas educadas, le habló en tono confidencial-. Mira a tu hermana, Weasley. Ella sí sabe comportarse. ¿Qué clase de imagen crees que das ahí sentado, con esa cara de duende enfadado? Parece que no sabes poner otra.

Y Ron le detestó. Odiaba que se dirigiera a él como si fuese un crío cuyo comportamiento debe mejorarse, un niño incapaz. Esa fría condescendencia y ese interés en la imagen que daban Malfoy y Weasley, completaban el mosaico de impresiones negativas. Lucius debió verle la cara de rabia, porque le miró como quien paladea una victoria y se marchó. Qué cobarde es, pensó Ron, A estas alturas de su vida, y todavía tiene que venir a molestarme. No resultaba tan fácil. El cobarde, en el fondo, era él. Estaba seguro de que debía plantarle cara, pero no tenía ánimo para ello.

Lucius se fue. Parecía interesado en un magnate que vendía bonitas esculturas y que quería cerrar un importante negocio. Era mucho mejor si se marchaba, desde luego. Ron se sentía como un auténtico perro abandonado -qué parecido a cuando en el pasado se había enojado de verdad con sus dos mejores amigos-, pero lo prefería de esa manera. Ser un solitario no estaba tan mal. Al menos, tenía su irrisoria copa de agua.

Si no estaba equivocado, la reunión terminaría en un par de horas. Ginny le invitaría a quedarse en el hotel de París que pertenecía a su nuevo marido, él rechazaría el ofrecimiento y se marcharía a algún hostal de segunda. No necesitaba esos lujos, ¿verdad? El dinero, para los Malfoy. La gloria, para el señor Potter. La inteligencia, para su amiga Granger. ¿Y a él qué le quedaba? Esa noche, más que nunca, se sentía un auténtico segundón, no escondido tras una sola persona, sino bajo el pie de la humanidad entera. Frustrante.

Ron siempre se había juzgado optimista. Por eso, después de que Lucius se marchase, se dijo que nada peor podría ocurrir esa noche. Ya había sido suficiente, ¿verdad? Una reunión no deseada, un ridículo absoluto con su ropa y aquel payaso oxigenado rondándole. Pero, cuando estaba dispuesto a que uno de los camareros le rellenase la copa de agua, su atención se vio atraída por la nueva figura que acababa de entrar en la sala. Estuvo a punto de dejar caer el vaso, de la impresión. No se lo esperaba. Si algo puede ir mal, irá aún peor. Es ley de vida.

Sí, allí estaba, muy parecido a como lo recordaba, y bastante diferente a un tiempo. No podía creerlo: ¡imposible! Caminando del brazo de una bruja escandinava que encajaría en los cánones de cualquier revista, Corazón de Bruja incluida, estaba Viktor Krum. La escena era surrealista. ¿Qué hacía el ex-campeón de Quidditch en la fiesta de Malfoy? Nunca se habían tenido particular aprecio; Ron sabía que Draco habría deseado llamar la atención del búlgaro y que no lo había conseguido. No era cuestión de cariño o de aprecio: cualquier joven sabía, en los viejos tiempos de Hogwarts, que ser amigo de un campeón de Quidditch se convertía en una mezcla de honor y en una inyección de popularidad.

No lo entendía. Tenía la vaga idea de que Krum se había retirado del mundo de los deportes y metido en los negocios… ¿o era el buscador que había terminado dando clase en Durmstrang? Ni idea. Realmente no le importaba; en esos momentos estaba demasiado nervioso y sorprendido para reaccionar. Le sudaban las manos. ¡Estaba temblando! Era la sorpresa, por supuesto. Como meter un hipogrifo en una clase de los de primer año. Ron no supo por qué, pero comparar a Krum con un hipogrifo -tan elegante, tan fuerte, tan poderoso- le pareció de repente algo aterradoramente natural.

No, no pensaba ponerse a pensar. Eso se había acabado. Se había terminado en la noche del Baile, años atrás, después de la acelerada subida a la torre de las lechuzas. Se había terminado antes de empezar porque nunca había sido cierto, ¿verdad? Un error. Una confusión. Un reflejo de humo negro. Más engañoso que los polvos flu y sus destellos verdes.

Si algo puede ir mal, irá aún peor. No quería ser pesimista, pero su ánimo rozaba los suelos. Krum había dejado su larga capa de piel, resistente al frío del invierno parisino, en la entrada, y ahora mostraba una bonita casaca tradicional. A Ron se le fueron los ojos, casi de manera literal. Sí, exactamente igual que durante la entrada de los alumnos de Durmstrang en el Gran Comedor cuando estaba en cuarto año. ¿Diferencias? En aquel entonces era un adolescente idiota, incapaz de disimular. Y ahora… ahora parecía seguir siendo incapaz de disimular, pues su mirada se había cruzado accidentalmente con la de Krum, que se la sostuvo por unos segundos.

Pero… ¿qué? Ron sacudió la cabeza. De no haberse pasado tres horas bebiendo sencillamente agua, estaría seguro de que se había pasado con el alcohol . Un buen whisky de fuego, eso era lo que le hacía falta ahora. ¡Maldita la hora en que alguien le había robado el seso a Draco Malfoy y obligado a simpatizar con muggles! Cualquier cosa antes que las raras bebidas que Hermione le dejaba probar sus visitas a casa de los padres, cuando aún eran pareja.

Esa idea le hizo sentirse peor. Todo el mundo estaba emparejado, ¿verdad? Y, curiosamente, lo que más le molestaba no era ver a Draco con la mano en la cintura de su hermana -era lo bastante maduro para haberlo superado. No. Lo que le hacía morirse de asco y de envidia era la visión de la rubia escultural que acompañaba a Krum. ¿Tenía que sorprenderse? Era un triunfador, aunque tuviese un aire un poco taciturno y misterioso. Siempre lo había sido: una estrella, ídolo de masas y amado por todas las mujeres.

Ron no era una mujer. ¡Ni quería serlo, faltaría más! Pero, aún así, tenía que reconocer que Krum estaba muy guapo esa noche. La que le molestaba de verdad era la rubia. ¿Qué se había creído? Riendo jovialmente, con un chal de seda envolviendo sus hombros desnudos. Parecía una pareja natural para Viktor, la clase de acompañante que uno necesita en las cenas de sociedad. Seguro que no sólo en las cenas, pensó Ron, con un deje de amargura. No podía saberlo, pero una parte de él le dijo que debía dejar de comportarse como un auténtico niño.

Los siguientes veinte minutos fueron la peor tortura de su vida. Comió un par de canapés que le parecieron repugnantes y, sin apenas darse cuenta, siguió mirando a hurtadillas hacia Krum. ¿Por qué no podía despegar los ojos de él? Sus hermanos se habían reído mucho durante su etapa de máximo entusiasmo. Se habían burlado de él. Fred y George jamás pretendían hacer daño, ¿verdad? Con aquello de Viktor, te amo a gritos en el Mundial de Quidditch. Posiblemente tampoco pretendían estar tan acertados.

No, no lo estaban. Agua pasada. Lo que nunca había sido y, por supuesto, tampoco sería. Muchísimo menos ahora, cuando había vivido tanto. Hasta Hermione lo había entendido: su ruptura había sido muy suave, muy pacífica, sin necesidad de explicaciones profundas. Hermione parecía comprender incluso mejor que él lo que le ocurría. Perfecto, porque él aún no tenía una idea muy clara. Escarceos aquí y allá, un par de amantes y una curiosa incursión en el mundo gay. Tampoco era nada tan raro. Quien más y quien menos se acostaba alguna vez con alguien de su mismo sexo, y eso no tenía que significar nada. Una, dos, tres veces. Cuatro, quizá. ¿Qué tal cinco? Hermione opinaba distinto, pero Ron realmente no tenía ganas de discutir.

En esos momentos, sentado con su solitaria copa vacía, deseó haber hablado más del tema con Hermione. Pero él sabía -lo sabía, ¿verdad?- que estaba superado. ¡Merlín y sus santas túnicas de piel, casacas búlgaras y varitas afiladas! Habían pasado más de quince años desde entonces. Ya no era un adolescente frustrado; ahora era un adulto frustrado en proceso de convertirse en auror, como Harry. Tendría un título y un trabajo diferente de su puesto junto a su hermano George, pero, en el fondo, seguiría siendo ese adulto frustrado. ¿Por qué pensaba eso mientras miraba fijamente a Krum? Era como para tirarse de los pelos.

Ron no creía tener poderes mágicos. O, mejor dicho, no creía ser capaz de convocar a nadie, ni meterse en la mente de otra persona, como aquellos magos de los que había aprendido a protegerse Harry. Pero lo cierto fue que, cuando con más intensidad estaba mirando a Viktor, éste se dio la vuelta.

¡Se dio la vuelta! Y le miró. Ron no supo si bajar la vista o seguir observando, pero había algo en aquel rostro de facciones aquilinas -la nariz pronunciada y las cejas siempre le habían recordado a las fieras aves rapaces- que le aterrorizaba y llamaba a un mismo tiempo. Se echó hacia atrás; Krum debió darse cuenta, pues un brillo de comprensión le cruzó la mirada. Una vez. Sólo una. Ron lo vio.

Y, sin que pudiese preverlo, ocurrió. Viktor se giró otra vez, para su alivio, y dijo algo a Draco Malfoy, con el que conversaba en un tono moderado. Después, mientras el anfitrión iniciaba un pequeño discurso de agradecimiento a quienes habían colaborado durante esos años con la empresa, Krum sostuvo su copa de licor y empezó a caminar. Ron no podía creérselo. Aquello se parecía demasiado a uno de aquellos sueños que había tenido y que había tratado de combatir con extraños hechizos. Pero era real. Demasiado real. Krum caminaba hacia él y, por la decisión de sus rasgos serenos, no pareciese que nada fuera a detenerlo.

Joder, joder,… Viene hacia aquí. La mente de Ron era un caos. Se agarró a la copa, diciéndose que aquello, definitivamente, tenía que ser una pesadilla. Y, sin embargo, el olor masculino de Krum se le apareció tan real que tuvo que tragarse sus pensamientos. Eran años de sueños. Un ídolo adolescente… ¡que estaba justo enfrente de él, mirándole! Porque ahora ya lo sabía, no iba a hablar con otra persona. Para algo había caminado al fondo de la sala, ¿no?

–Ronald Weasley, me ha dicho el señor Malfoy.

Algo en el tono de voz de Krum -la manera en que arrastraba las vibrantes erres, el acento búlgaro persistente- hizo que Ron diese un pequeño brinco. Viktor le estaba tendiendo la mano; el pelirrojo se golpeó mentalmente y la aceptó. Ron se dijo que aquello no podía estar pasando. Durante el Torneo de los Tres Magos había mirado con verdadero odio a Krum. Estaba con Hermione, y él -eso lo intuían todos- la quería demasiado como para permitirlo. Ron jamás había explicado a nadie que las razones de su odio eran  muy distintas. Demasiado distintas para expresarlas con algo parecido a la claridad.

–Sí, así es… -Ron se esforzó porque la voz no le temblase y por evitar preguntar de manera directa qué quería de él-. Un placer, señor… Krum.

No era raro que supiese su nombre ni su apellido, pero algo en la sonrisa de Viktor le dijo que él ya conocía los suyos antes de preguntarlos a Malfoy. Inquietante, tanto como sus ojos fríos o su expresión de águila. Ron se sintió pequeño, muy pequeño. Como un niño tonto e incapaz que no sabe que hacer, pero de manera distinta a la emoción que Lucius suscitaba en él. ¿Qué le estaba pasando? Krum podía poseer todos los títulos y admiradores que quisiera, pero no dejaba de ser una persona normal. Y, aún con su andar no del todo regio, que había corregido con el tiempo, tenía el porte de un príncipe del Este. Ron tragó saliva otra vez.

No iba a dejar ver lo nervioso que estaba. Era posible que las mil fans que Krum tenía detrás lo hiciesen, pero él no era así. Jugaba bien al Quidditch, y eso era todo. Sí, eso era todo. Qué amargo sonaba si lo pensaba de esa manera.

–No crea que no le recuerdo, señor Weasley –Viktor no tenía una sonrisa particularmente alegre, pero sí curiosamente seria-. ¿Puedo sentarme?

–Claro.

Y, sin saber cómo, Ron accedió. Sentía que no podía hacer otra cosa. Se vio sentado junto al antiguo buscador, que pidió otra bebida al camarero. Dos copas, si el pelirrojo no escuchó mal. ¿Se suponía que la otra era para él? La confusión no le permitía pensar demasiado bien. Acababa de asumir que su peor pesadilla y su mejor sueño se habían hecho realidad: Viktor Krum había ido a hablar con él. Al menos, la noche no sería aburrida. De eso estaba más que seguro.

–¿Me deja invitarle? –Krum no esperó respuesta e hizo una seña al camarero-. Malfoy me ha dicho que usted sí que entiende de temas importantes y que es un gran aficionado al Quidditch.

Ron se dio cuenta de cuatro cosas. La primera, que o Draco Malfoy se merecía la medalla a la santidad, o le estaba jugando una muy mala pasada. La segunda, que el habitualmente reservado Viktor Krum había cambiado mucho o, simplemente, llevaba varios tragos encima, que siempre ayudan. La tercera, que el Quidditch era una excusa barata viniendo de alguien acostumbrado a ambientes sofisticados, como diría Lucius. Y la cuarta, que tenía la completa certeza de que la copa de licor frente a él era la perfecta llave a una larga sarta de estupideces para alguien como él, que no acostumbraba a beber. La aceptó y se resignó a su suerte con la esperanza de dejarse de cuestionamientos y de preguntas. Al fin y al cabo, tenía tiempo para comprender que no habría respuestas.

 

Notas finales:

¿Qué os ha parecido? Ya sabéis, si os ha gustado, si no os ha gustado, si tenéis alguna sugerencia, si queréis tirar unos cuantos tomatazos... esta autora agradecerá comentarios y reviews^^

Siempre animan a seguir escribiendo ;)


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