Cuando las palabras sobran
El sol irradiaba tranquilo sobre sus caras.
No llovía.
El viento... el viento soplaba levemente sobre sus rostros, incitándolos a no mirar hacia el cielo.
Se detuvieron en el claro observando brevemente la escena.
–Es lindo... –dijo el menor de ambos echando una breve mirada hacia el paisaje.
No necesitaban grandes frases.
–Supongo –respondió el otro encogiéndose de hombros, para seguir caminando.
No necesitaban tantas palabras.
El árbol de cerezos frente a ellos soltaba sus flores interceptándolos. Se detuvieron un momento observando la escena.
El viento volvió a sonar, botando más flores de lo necesario. Y el sol brillaba sobre sus cabezas, brillante.
La maleza se movía al compás de aquello, entonando una bella canción.
Porque todo era música para ellos en ese momento.
No necesitaban grandes expresiones.
Voltearon sus miradas hacia el otro un momento, azul y negro encontrándose.
Y se hundieron en la mirada del otro, como si de agua se tratase.
Y el tiempo parecía detenerse.
Y lo único que pudieron observar era los ojos del otro, tan penetrantes como el mismo cielo.
Y las bocas de ambos se movieron al mismo tiempo, sacándoles una pequeña sonrisa.
–Vamos a casa –
Porque no necesitaban grandes frases.
No necesitaban comprender los sentimientos del otro, porque sabían que eran uno solo.
Y sus manos se unieron en un leve toque, mientras reanudaron la marcha.
No necesitaban nada de eso...
Porque sabían la inmensidad de sus propios sentimientos.
Fin.
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Cuando las palabras sobran
El sol irradiaba tranquilo sobre sus caras.
No llovía.
El viento... el viento soplaba levemente sobre sus rostros, incitándolos a no mirar hacia el cielo.
Se detuvieron en el claro observando brevemente la escena.
–Es lindo... –dijo el menor de ambos echando una breve mirada hacia el paisaje.
No necesitaban grandes frases.
–Supongo –respondió el otro encogiéndose de hombros, para seguir caminando.
No necesitaban tantas palabras.
El árbol de cerezos frente a ellos soltaba sus flores interceptándolos. Se detuvieron un momento observando la escena.
El viento volvió a sonar, botando más flores de lo necesario. Y el sol brillaba sobre sus cabezas, brillante.
La maleza se movía al compás de aquello, entonando una bella canción.
Porque todo era música para ellos en ese momento.
No necesitaban grandes expresiones.
Voltearon sus miradas hacia el otro un momento, azul y negro encontrándose.
Y se hundieron en la mirada del otro, como si de agua se tratase.
Y el tiempo parecía detenerse.
Y lo único que pudieron observar era los ojos del otro, tan penetrantes como el mismo cielo.
Y las bocas de ambos se movieron al mismo tiempo, sacándoles una pequeña sonrisa.
–Vamos a casa –
Porque no necesitaban grandes frases.
No necesitaban comprender los sentimientos del otro, porque sabían que eran uno solo.
Y sus manos se unieron en un leve toque, mientras reanudaron la marcha.
No necesitaban nada de eso...
Porque sabían la inmensidad de sus propios sentimientos.
Fin.