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Vidas planeadas por nemesis1226

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Notas del fanfic:

Hey!! Yo sé que se van a quejar. Apenas y posteo con un fic y ya voy a subir otro??? xDDDD

Lo sé lo sé! Pero si les sirve de consuelo, por esta cosa es que dejé de actualizar por casi seis meses, ¿lo recuerdan?

Y para mas consuelo, este está casi terminado, pues lo estaba escribiendo a mano y ahora que tengo la pierna enyesada tengo tiempo de transcribirlo xD

Para las que ya conocen mis anteriores fics se sorprenderan por el cambio de nombres pero pronto veran que tengo un trauma con los angeles y los demonios xD

Ojalá les guste. =D

Notas del capitulo:

Pues... qué les dijera?

Que lo disfruten =D

 

 

Aunque no podía despegar los ojos, lo que más deseaba era dejar de mirar aquel anillo de plata con incrustaciones de amatista.

 

¿Cómo pudo ocurrírsele semejante locura? ¿Cómo pudo pensar que, en medio de mi cabezota inmadura, quisiera casarme? ¿Cómo pudo tener tanto la razón? La idea generaba emociones encontradas. Me temblaba la mano.

 

Él quería poner su anillo en un dedo ocupado por otra sortija. Una que llevaba puesta desde hacía 7 años y que todavía no estaba preparada para quitarme.

 

  -Yo sé, más que nadie, todo lo que sufriste, pero ya me parece justo que lo olvides...- dijo acariciando el revés de mi mano como si la estuviera preparando para la extirpación del anillo -...que LA olvides- corrigió, y algo dentro de mí se estremeció.

 

Estuve tentada a quitar la mano cuando lo sentí tocar el anillo. Pero no, era lo justo, ya habían pasado 7 años; mi corazón no podía seguir aferrado a alguien que no estaba.

 

Él, por el contrario, no me había dejado sola en ningún momento. Él estaba, ella no.

 

El anillo salió sin problema, como si no hiciera falta.

 

Observé con atención cómo sacaba la joya girándola sobre mi dedo, la dejaba en la mesa sin prestarle mayor atención, sacaba la otra de su estuche y la deslizaba hacia adentro. Había un ligero temblor en las manos -deduje que era yo-. Los ojos le brillaban, pero no supe si de alegría o era el reflejo de la amatista.

 

Y en esos pocos segundos las cosas habían cambiado. Ya no era su novia, era su prometida.

 

No recuerdo haber pronunciado palabra alguna en el avión de regreso a la capital. Porque él, Joshua, como el hombre perfecto que era, me había pedido matrimonio mientras cenábamos en un lugar con vista al mar.

 

Después de tres años de vivir con él, esa fue la primera vez que me sentí extraña compartiendo cama. Me daba la impresión de que su cuerpo era más grande de lo normal, que se me iba el aire cuando me abrazaba, y que a mitad de la noche me caería de la cama.

 

Decidimos que la boda sería en tres meses a partir de ese momento para que concordara con su mes de vacaciones pagas. Las familias de ambos se alegraron de la noticia y los preparativos se iniciaron de inmediato. Eso distrajo mis nervios y mi dolor.

 

Antes de notar exactamente lo que hacía, tomé el anillo de la mesa y salí del restaurante acompañada de mi futuro esposo.

 

Durante los dos meses siguientes procuré no tener tiempo de meditar nada, y aunque el vestido era lo que más ilusión me causaba, odiaba ir a probármelo.

 

  - ¡Quédate quieta!- me ordenaba la diseñadora junto con la modista.

 

Y al no moverme, mi cabeza volaba a otro mundo.

 

Generalmente salía llorando de aquellas sesiones. Está muy emocionada, solían decir las mujeres a mi alrededor. Era cierto, pero desde otro punto de vista.

 

Solía recordarla. Me alimentaba de malos recuerdos para no extrañarla y luego de buenos para odiarla. En una que otra ocasión imaginaba un reencuentro, tal vez en el aeropuerto o en un restaurante cuando viajara a Europa, adivinaba sus respuestas a mis preguntas, pero nunca un beso. No recordaba cómo se sentía besarla. Lloraba por horas dentro del carro antes de regresar a casa, con mi futuro esposo, llena de maquillaje para simular alegría y tranquilidad. Pero eso sólo pasó como dos o tres ocasiones mientras me probaba el vestido. Fui muy afortunada de que la modista no fuera muy diestra con los alfileres.

 

Un mes antes de la boda, Joshua me notificó de algo.

 

  - Debo irme por un mes- soltó mientras desayunábamos.

 

Hice cuentas mentales rápidamente y lo miré extrañada. Es decir, una ceja arriba que solicitaba una rápida explicación.

 

  - Tengo que coordinar un proyecto en la costa, volveré dos días antes de la boda- respondió con indiferencia. Luego, bebió de su café.

 

Batí un poco mis cereales.

 

  - ¿Y cuándo pensabas decírmelo?- pregunté algo molesta.

  - Ahora te lo estoy diciendo- excusó sin miedo. Él no temía verme enojada. De una manera u otra, había aprendido a manejarme y casi manipularme al punto de suavizar mi ira con facilidad. ¿Eso era bueno o malo?

  - ¿Me vas a dejar sola con todos los preparativos y las suegras?- inquirí aterrada haciendo énfasis en la última palabra.

 

Se carcajeó.

 

  - Sí- afirmó orgulloso de sí mismo.

 

Lo fulminé con la mirada y seguí comiendo mi cereal. Esa tarde tomó el avión y se marchó.

 

Era la primera vez, en toda la vida, que me quedaba completamente sola en casa. Calculé cuántas fiestas podría hacer, cuántas cosas locas podía cocinar, cuántas personas podría invitar. Deseché la idea de la comida, tenía que cuidar la figura.

 

Estaba escuchando música a todo volumen como si fuera algún tipo de terapia hasta que un timbre lejano me distrajo. Era el teléfono y casi me caigo para alcanzar a contestarlo. Era la diseñadora.

 

  - ¡Tu vestido está terminado!- exclamó como si fuera su propio matrimonio.

 

Juro que casi escuché un disparo al tiempo que el pecho se me comprimía.

Alejé la bocina de mi oído y me tomé varios segundos para regular los latidos de mi corazón. Estaba tratando de no hiperventilar.

Faltaba menos de un mes para mi matrimonio y un mes se pasaba demasiado rápido.

 

  - ¿Chloe? Cariño, ¿sigues ahí?- preguntó preocupada.

  - Paso por el vestido a las 3- dije y colgué.

 

Inhalé y exhalé lentamente. Por primera vez desde que Joshua me pidiera matrimonio, busqué el anillo que Alice me dio.

Estaba en mi mesa de noche debajo de varios papeles y el cargador del celular.

Me senté en la cama con las piernas cruzadas y puse la joya frente a mí como si estuviera a punto de realizar algún hechizo con ella; era hora de enfrentarme a ese fantasma. Mantener el temple en ese momento era una cuestión de orgullo.

 

Lo observé y lo analicé. Era de plata con un carrete a cada lago. Por dentro tenía una inscripción con una fecha: Chloe y Alice 07/10/xx. El tipo de letra siempre me recordaba la película de El Señor de los Anillos. Estaba un poco rayado por los años de uso, pero no había perdido su brillo. Ahí, en medio de la cama, se veía muy pequeño, casi insignificante, aunque era todo lo contrario.

Intenté recordar el día que me lo entregó. Tuve que esforzarme, sabía que fue de noche y que no fue exactamente el día de nuestro aniversario porque esa fecha no pudimos vernos. Pero no lograba recordar el momento exacto. ¿Tanto me había esmerado en las sesiones de prueba del vestido?

 

¿Por qué lo guardaba? ¿Por qué sufría por alguien que se había ido 7 años atrás? Porque tenía la esperanza de que regresara...

...para reclamarle, para gritarle, llorarle, besarle y abrazarle; porque la odiaba por nunca regresar. Sí, la odiaba, porque había sufrido mucho con su ausencia y mi mundo cambiaría drásticamente en un mes gracias a ella; a su abandono.

 

Fruncí el ceño ante la repentina jaqueca que me generó aquella revelación. De repente, el anillo me pareció un objeto extraño, como si no lo reconociera. Como si lo hubiera olvidado.

 

Sorprendida, me alejé de la cama.

 

Reconozco que fue algo liberador. Tal vez sí había roto un hechizo. Mientras conducía me daba la impresión de que el mundo era un lugar más brillante y feliz, que el clima, que por esos días estaba tan lluvioso, estaba más seco. Veía niños sonreír en las calles, parejas de novios besándose en alguna esquina, personas caminando y hablando entre carcajadas, y pensé que llevaba mucho tiempo dormida. Perdida.

 

Dejé el carro en un parqueadero cercano y caminé las dos cuadras restantes hasta la tienda de vestidos. Pasé por una especie de galería de arte y me enamoré de un cuadro que se exhibía hacia la calle. Parecía una especie de burla al dibujo de La Creación de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina*; en el lugar de Dios había un ángel encadenado que sostenía una guadaña bañada en sangre  en una mano y una sortija en la otra que se estiraba hasta el otro lado donde, en lugar de un hombre, había un demonio mujer acostada boca arriba con los senos cayendo a los lados mientras que una de sus manos tenía un puñado de plumas blancas ensangrentadas y la otra se estiraba hasta que su dedo anular entraba en el anillo que el ángel sostenía.  De regreso de recoger el vestido preguntaría por el precio, pues no lo había visto al pasar.

 

Las dos mujeres que atendían la tienda de vestidos estaban esperándome con mucha emoción. ¿Sería por el dinero o por ver su obra de arte en mi cuerpo?

Dejé que fueran ellas quienes me vistieran, al fin y al cabo, aunque yo había diseñado el vestido, ellas lo habían hecho realidad.

 

  - Te ves hermosa- declaró una de las diseñadoras.

 

Tomé la falda del vestido y la moví un poco para reconocer su caída en el espejo. Sólo sonreí con su comentario, pero no lloré. Estaba liberada.

Tal vez por vanidad, pero con el cabello así desordenado como lo tenía, suelto y largo, parecía una princesa de cuentos. La misma princesa que al final se casa con un príncipe azul en un enorme castillo y es feliz por siempre.

Rápidamente dejé de pensar en eso y seguí jugando con el vestido.

 

Después de pagarlo me lo empacaron con un forro especial para que no se arrugara ni se ensuciara.

 

  - Ponlo en un lugar alto para que la falda no pierda su caída- ordenó la otra diseñadora.

 

Asentí y salí cargando el vestido con la cabeza muy en alto pensando en el momento en que me lo pondría. El estómago me crujía de los nervios.

 

Llegando al parqueadero noté que la galería de arte estaba abierta, así que aproveché para preguntar por el cuadro.

 

  - Buenas tardes- saludé atravesando la entrada - Disculpen, ¿qué precio tiene el cuadro grande de la vitrina?- pregunté.

 

Adentro sólo había dos mujeres. Una, la que me daba la cara, era pelirroja tinturada con un corte de cabello como el de Victoria Beckham, era más baja que yo y de cuerpo escuálido color oliva, con un rostro pecoso y ojos con lentillas de un verde bosque demasiado ficticio. La otra, que me daba la espalda y estaba frente a la pelirroja, era más alta, tal vez una cabeza más que yo, de cabello castaño y piel un poco más dorada que la otra.

 

La más pequeña levantó una ceja y me analizó de arriba abajo con molestia como si las acabara de interrumpir. Como no demostré estar interesa en su reacción, me midió con la mirada creyéndose más que yo, la pobre ilusa.

 

  - ¿No le interesa otro cuadro?- inquirió la castaña. Se recogió el cabello con un pincel, y noté que sus manos tenían pintura, al igual que su camisa, que en algún momento de su vida fue blanca pero ahora estaba llena de manchas de diferentes colores.

 

A pesar de que en el tono de su voz sentí una breve acentuación de la R, se me hizo familiar.

 

Miré los demás cuadros que estaban a la vista.

 

  - ¿No hay nada más de lo que se exhibe?- curioseé inconforme. Quería el de la vitrina.

  - Hay más en el almacén, pero ninguno como el de la vitrina, lo lamento- respondió.

 

Medio se giró y, justo ahí, en su cuello, había un lunar que podría distinguir a kilómetros. Las pupilas se me dilataron y entró tanta luz en mis ojos que empecé a reconocer los rasgos de ese perfil inconfundible. En menos de un segundo perdí el piso bajo mis pies.

 

Ante mi silencio, Alice se giró por completo y me miró directo a los ojos clavándome el negro de los suyos, medio sonriendo con una expresión demasiado altiva para mi gusto. Como chocada por su mirada, retrocedí un paso de manera inconsciente.

Se gastó cinco segundos reconociéndome y, cuando lo hizo, su expresión fue cambiando gradualmente a la de "¡que extraña e incómoda coincidencia!".

 

¿Y el odio? ¿Dónde quedó?

 

Los oídos me zumbaron y ya no escuchaba nada hacia afuera, sino por el contrario todo hacia adentro. Mi corazón latía con tanta fuerza que pareciera que la cantidad de sangre que bombeaba  lo haría estallar. Mis pulmones tomaban aire con dificultad gracias a que la caja toráxica estaba comprimida y se escuchaba claramente el crujir de mis costillas con la presión de la inhalación. Pronto, por la falta de aire, mi cerebro se quejó y el zumbido se convirtió en mareo.

 

El mundo empezó a darme vueltas, pero noté que ella daba varios pasos hacia mí. Una de sus manos estaba sujetada por la otra chica.

 

  - Yo...ahm...- tartamudeé en un estúpido intento de evitar el silencio.

 

La cadena de oro blanco cuyo dije era una esmeralda envuelta por una serpiente de plata que le había regalado 8 años antes pareció brillar encima de su camisa llena de pintura.

 

  - ¿Se conocen?- reclamó la pelirroja. Imaginé su expresión de molestia.

 

Algo empezó a formarse en mi garganta, primero dejándola completamente seca, luego apretando mis cuerdas vocales hasta formar un nudo que me haría llorar en cualquier segundo..

 

Alice se acercó más notando mi inminente colapso, pero yo retrocedí como pude por terror a sentir su toque y terminé chocando con alguien que cruzaba apresurado por la calle.

 

 

*La Creación de Miguel Ángel:  http://www.viajejet.com/wp-content/viajes/La-creacion-de-Adan.jpg

 

 

Notas finales:

a ver si con esta supero los reviews de friends with benefits xD

besos


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