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Love at first date por EvE

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Notas del fanfic:

Luego de una laaaaaarga ausencia de esta página y de sufrir por la recuperación de mi contraseña perdida, he decidido subir este fic, el primero de la pareja a la cual me he aficionado total mente y que sin duda es de mis favoritas de Lost Canvas, Sísifo x El Cid.

La historia esta ubicada en un universo alterno; ha sido creada para el evento de nuestro club de fans, pero va dedicada a mi querida amiga Sady, por toda la inspiración y los buenos ratos que hemos pasado desde que aceptó que también le gustaba la pareja ( XDD ). 

Espero sea del agrado de todo aquel que se tome la molestia de leerla ^__^. Muchas gracias de antemano.

Cordialmente. Patts.

 

LOVE AT FIRST DATE

 

– ¡Sísifo! ¡Sísifo! ¡Abre la puerta por favor! –

Llevaba exactamente 10 minutos llamando a la puerta de la habitación de su hermano. Ilias estaba comenzando seriamente a preocuparse. Tenía una semana sin ver a Sísifo salir de ahí, 3 meses sin verlo salir de la casa y los nervios de Ilias ya eran insoportables.

¿Le habría pasado algo? ¿Por qué no abría la puerta?

Resolvió traer su caja de herramientas para forzar la cerradura. Y cuando lo hizo, un olor fétido le llenó las fosas nasales. Le pareció escuchar el zumbido de una mosca por ahí, la habitación estaba sumergida en tinieblas, hasta sentía que el polvo y la suciedad escocían en la piel.

Al fondo de esta, el escritorio de su hermano atiborrado de documentos, libros, vasos, platos… de espaldas, el sillón ejecutivo que usaba para sentarse, distinguía los brazos inmóviles caer lánguidamente hacia los lados.  A Ilias se le detuvo el corazón.

– ¡Sísifo! –

Gritó de nuevo y se arrojó hacia allá, tropezándose con unas pesas en el camino, también con unas botellas, los juguetes del gato… pero el hermano mayor no notó nada de eso en su desesperación por llegar hasta el, presentía lo peor.

– ¡Sísifo! ¡Sísifo! –

– ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Se esta incendiando la casa?? ¿Por qué me sacudes así?? –

El gesto de Ilias demudó completamente; pasó de la angustia más pura a la más franca ira. Descargó aquel sentimiento contra la cabeza de su hermano con un soberbio golpe en la cabeza que a Sísifo le sonó como si le  hubiera explotado una campana gigantesca.

– ¡Eres cruel! –

– ¡Tu… casi haces que me de un paro cardíaco! ¿Por qué no me abrías  la puerta?? ¡Me moría de preocupación! –

El otro reaccionó. Se quitó suavemente los auriculares que desde hace horas  cargaba y los dejó sobre el escritorio. Lentamente, sus manos rascaron con pereza sus ojos, había dormido profundamente por al menos cuatro horas, luego de vaciar la botella de ron… se había emborrachado lindamente desde ayer por la tarde, Ilias tenia razón en preocuparse.

– ¡Exagerado! Solo me quedé dormido…–

El gruñido furioso de su hermano mayor le hizo saber a Sísifo que Ilias estaba más que molesto en esa ocasión. Lo vió adelantarse frenético hacia las cortinas de la habitación, ignorando sus gritos de súplica por que no las abriera. En parte por que iba a morir con la luz del día, cuan vampiro al amanecer, y en parte por que Ilias podría presenciar el inmenso desorden de su recámara… y el de paso, no quería ver en realidad que tan desastroso era.

– ¡Ilias! ¡Ah, por Dios! – Trató de esconderse de la luz del día cubriéndose los ojos, inclusive agachándose para meterse debajo del escritorio, pero eso no funcionó.

Exhaló un suspiro de resignación antes de recargarse vencido en su sillón, con los ojos cerrados, aún imposibilitado para abrirlos. Se sentía como un topo fuera de su madriguera.

Los ojos de Ilias en cambio, muy abiertos y furibundos, miraron a su alrededor con completa desaprobación. Latas de atún, bolsas de frituras, latas de refresco, una botella de ron, una de whisky casi olvidada junto a la cama. Telarañas en las paredes, la cama destendida, ese condenado olor a pudrición… ¿Qué escondía su hermano en el bote de basura??

Ilias se adelantó hacia allá y casi vomita luego de verlo.

– Esa hamburguesa solo tiene un dia, lo juro –

– ¿Estás loco?? ¿Cómo puedes vivir en este chiquero?? –

Los gusanos estaban escalando el bote de basura, era imposible que tuviera un día ahí. Ilias negó con la cabeza y golpeó el escritorio. El golpe volvió a retumbar en la cabeza de Sísifo, sentía que iba a explotarle. Hizo visera con su mano para poder enfocar a Ilias y le sonrió lo mas encantador que pudo.

– No puedes seguir así, hermano. Necesitas hacer algo con tu vida urgentemente –

El sermón de todos los días…

– Ilias, estoy trabajando en un proyecto muy importante que entregaré a la universidad en… en… – Buscó su agenda frenéticamente entre el desastre de documentos, libros y platos de su escritorio – En… en… Oh… ¡Por Dios! Tenía que entregarlo hace dos semanas! –

– Eres el colmo.

Concluyó vehemente el hermano.

– Sísifo, en serio, no puedes seguir viviendo así. ¡Mírate! Pareces indigente, ¿Hace cuanto que no te afeitas? ¿Hace cuanto que no vas a peluquería? ¿Hace cuanto que no te bañas?? –

– ¡No me critiques! ¡Ni que tú no hubieras sido hippie! –

– ¡Pero tu no eres hippie! ¡Solo te estas comportando como un redomado fracasado! –

– Eso dolió… baja la voz –

También dolía su cabeza, de hecho, lo estaba matando la cabeza.

Ilias negó suavemente. Estaba cansado de ver a su hermano sumergido en esa habitación, o más bien de no verlo. De tener la certeza de que estaba desaprovechando su vida. Había sido despedido de su último empleo, pero el creía que lo suyo era un viejo mal acrecentado desde que Sasha, su novia, terminara con el hace tres años.  La estabilidad de Sísifo se había venido abajo. Le fue imposible quedarse en un solo sitio desde entonces, deambuló de empleo en empleo, de proyecto en proyecto, de sueño en sueño, sin concretar nada.

Hasta que finalmente había conseguido que lo despidieran de la preparatoria donde daba clases. Tres meses atrás se sumergió en su habitación, y no parecía tener intensiones de salir.

Pero Ilias estaba dispuesto a sacarlo de esa inmundicia.

– Tienes que salir de aquí, conseguir un trabajo y recomponer tu vida, hermano… ¿Una nueva novia? ¿Un novio tal vez? –

Ilias sabía que su hermano era perfectamente bisexual… justo como el.

– No quiero formar una familia, ni buscar novia, ni novio, tengo todo lo que necesito aquí, hasta tengo un hijo… Régulus –

– ¡Régulus es mi hijo! –

– Es como si fuera mío también, ¡te ayudé a cambiarle los pañales! –

– Si, y hace meses que no sales con el ni al parque, si lo consideras tu hijo, ¡Pues te has pasado de irresponsable! –

El pequeño hizo acto de presencia, cargando una pelota en brazos. Ilias lo apartó, podía contraer una infección si se adentraba en los terrenos de aquella jungla maloliente que era la habitación de Sísifo.

– ¡Como has crecido, Régulus! – Exclamó alegre el hermano menor.

– Eres el colmo…–

Ilias se adelantó hacia su hermano, esquivando el mar de cosas que había en el piso. Lo miró fijamente a los ojos, con un gesto serio e imperturbable. Sísifo parpadeo, confuso, hasta que pudo enfocar claramente a Ilias.

– Necesitas un novio o novia, un buen trabajo y algo que hacer con tu vida –

– ¿Ya te cansaste de mantenerme? ¡El súper deja buenas ganancias! –

– ¿Piensas vivir de mantenido toda la vida?? –

– Solo mientras consigo trabajo… –

– ¡Entonces busca trabajo! –

– ¡Iba a presentar un proyecto para la universidad! Ah… maldito director, ¿Cómo me pudo despedir??

– Creaste una revuelta entre los estudiantes y te los llevaste de excursión sin permiso, ¡agradece que no te encarcelaron!  –

– ¡Bah! El viejo es un represor…–

El mayor negó con la cabeza, mientras vigilaba de reojo que Régulus no tocara nada potencialmente tóxico al comenzar a explorar aquel salvaje lugar, en compañía del gato que tenía Sísifo por mascota, un gato persa que en un tiempo fue precioso y que ahora lucía tan desliñado y sucio como su dueño.

–Sísifo, si aún no superas lo de Sasha, ¿Por qué no vuelves con ella? –

Abrió grandes los ojos. Sísifo a veces creía que su hermano se pasaba de despistado… ignoraba detalles tan grandes que ni siquiera el concebía pasar por alto.

– Ilias, Sasha tendrá un hijo en dos meses, salió en el periódico la semana pasada. Le hicieron un adorable “baby shower “ y lo publicaron en la primera plana de sociales. –

– Uhm… ya veo, entonces,  ¿Por eso estas deprimido? –

– ¡No estoy deprimido! Solo… me dio envidia… La muy maldita tiene una vida perfecta y yo… –

- ¡Tu tendrías exactamente lo mismo si salieras de este chiquero!  – Dijo con vehemencia el hermano mayor – Necesitas una cita – Su sonrisa resplandeciente le dio escalofríos a Sísifo.

– No sé de que me hablas –

– Oh sí… ¿Sabes que día es hoy hermano? –

– ¿Sábado? –

– Lunes – Corrigió – Y es día de San Valentín –

Sísifo arqueó sus cejas, mientras se rascaba perezosamente la melena. Por que sí, era melena, una muy sucia, descuidada y grasosa. Empezaba a detectar el olor nauseabundo de la hamburguesa a medio comer y el de sus axilas. Su habitación era caliente, ni siquiera el viejo ventilador podía aminorar aquello a pesar de funcionar día y noche ahí.

– ¿Qué con que sea día de San Valentín? – Continuó el hermano menor, poniéndose de pie un tanto tambaleante para tratar de recoger un poco el desorden de su escritorio.

– ¡Te conseguí una cita a ciegas! –

Los platos cayeron al escritorio nuevamente y el mal oliente cuerpo de Sísifo regresó con pesadez a la silla. Se frotó los ojos mientras negaba con la cabeza. Que su hermano le consiguiera citas siempre resultaba un completo desastre.

 – Debes estar bromeando…–

– Una cita gay, en un lindo restaurante, será muy divertido, habrá mas chicos lindos con los que puedas filtrear como te gustaba hacerlo, si es que no te gusta el muchacho que elegí para ti, pero sé que eso no sucederá, ¡por que esta vez si te va a gustar! –

– Hermano, tenemos comprobado que tus gustos y los míos son completamente OPUESTOS. La última cita que me conseguiste, ¡era una horrenda chica hippie con pelos en las axilas y los dientes del color de la mostaza! – Exclamó el menor casi con pánico.

– Bueno, eso ahora no será un problema, ¡Luces exactamente como un hippie! – La carcajada de Ilias no le hizo gracia a Sísifo en lo absoluto.

– La madre de Régulus era muy fea, te gusta la gente fea, el niño es precioso por que tiene mas genes de nuestra familia que de la de su madre, pero tu… ¡tienes malos gustos hermano! Además, una cita a ciegas… ¡Que absurdo! Ni siquiera creo en San Valentín o lo que sea esa terrible celebración comercial y ridícula, ¡No pienso ir de ninguna manera! –

Ilias abrió sus grandes ojos azules y luego miró a su hermano. Había humedad en ellos, una humedad que amenazaba desbordarse por sus mejillas. Por si fuera poco, Régulus había detenido sus jugueteos para mirar a su tío con exactamente la misma expresión. Fue insoportable para Sísifo, se dio de topes contra el escritorio, preparándose para escuchar las lamentaciones manipuladoras de su hermano… en las que irremediablemente sabía que caería.

– ¡Le dijo fea a mi mami! – Estalló Régulus en llanto.

– ¡No te importan mis esfuerzos para mejorar tu vida, eres el peor hermano el mundo! – Estalló Ilias.

– Cristo… – Se quejó amargamente Sísifo.

– He tratado de conseguirte nuevos trabajos que rechazas o mandas al diablo, te invito a salir con mis amigos, no quieres. Te invito al cine, tampoco. Ya no juegas con Régulus, ni comes en el comedor con nosotros, ni vemos películas los fines de semana, no te afeitas, no te bañas, no vives! El hermano que yo conocí amaba la vida, ¡no era una rata enferma sumergida en su madriguera podrida como lo que estás convertido ahora! –

–  Cuando lo dices de esa forma suena sumamente horrible – Replicó el otro sin levantar la cabeza del escritorio.

– ¡Le dijo fea a mi mamá! –

– Hiciste llorar a mi hijo, y a mi… yo que me esfuerzo por mejorar tu vida, por conseguirte un buen rato de sexo esta noche, ¡que se que lo necesitas!  ¿Cuántos meses tienes sin sexo!? –

– ¡Ilias no hables de sexo delante del niño! –

– ¡Responde! – Se exasperó el mayor.

– ¡No sé, no sé! ¿3, 5 meses?? –

Ilias abrió la boca, sorprendido, atónito.

– Estas completamente muerto –

– ¡Ay Ilias! – Sísifo se golpeó la cara con una palma – No sigas por favor, esta bien, ¡iré a la dichosa cita! –

El gesto del hermano mayor cambió completamente. Se limpió las lágrimas y se acercó al escritorio de nuevo luego de caminar entre la basura como león enjaulado mientras expresaba su sentir.

– Será divertido, ¡Ya lo verás! Y el muchacho que te conseguí es… ¡Guapísimo!  Pulcro y de buen gusto, ¡como te gustan! –

– Si, como sea… – El entusiasmo de Sísifo era apabullante – No tengo ropa decente –

– Yo te compré un traje ayer – Dijo su hermano sonriente.

– No tengo dinero – Continuó, como si quisiera hacer decaer su entusiasmo.

– Yo te prestaré – Ilias continuaba sonriendo resplandeciente.

– Supongo que no tengo opción…–

– No, necesitas afeitarte, cortarte el cabello, te hice una cita en la peluquería. Sal de ese sillón y vamos a la ducha de  mi recámara, apuesto que la tuya debe estar oxidada por la falta de uso. Y… pídele perdón a Reg… –

Régulus estaba firmemente asido al escritorio, mirando a su tío entre acusador y dolorido. Sus mejillas rosas manchadas de lágrimas, su gesto de puchero esperando una recompensa por la ofensa hecha en contra de su madre… La madre, que si, era terriblemente fea y tenía un carácter aún peor, había dejado a Régulus al cuidado de Ilias desde hace años tras el divorcio, la veía de vez en cuando pero el niño parecía tenerle un gran cariño aún así. Y Sísifo adoraba a ese niño, solo por eso era capaz de mentir…

– ¡Ven acá cachorrito! – Abrió sus brazos y sonrió.

Régulus corrió hacia el, pero se detuvo a unos centímetros.

– Tío, apestas… – murmuró con vocecilla infantil mientras lo miraba confundido.

Sísifo sonrió nerviosamente, arrebatándole el abrazo que el niño había interrumpido, escuchando sus risitas al apretarlo contra el.

– ¡Y tu barba pica! –

– ¡No me critiques! – Sísifo sonrió, realmente había crecido rápido… sintió que de alguna forma se había desconectado de la vida y le vino el remordimiento de haberse estado perdiendo grandes momentos al lado de su familia. – Lamento haber dicho cosas feas de tu madre, todos sabemos que es bella, jejeje – rio con nerviosismo.

– ¡Sí! – El abrazo de Régulus parecía valer la pena la mentira.

– Sísifo, apúrate, necesitas, reencontrarte con la regadera y ya son las dos, ¡La cita es a las nueve! –

– Ya voy, ¡Casamentera!  –

Sísifo se puso de pie al fin. Sus piernas parecían agradecer que se moviera y se estirara.

– ¿Dónde esta Jeremías? – El gato persa convertido en gato de callejón salió debajo del escritorio – El también necesita un baño, ¿Me ayudas, Régulus? –

El chico asintió alegre y bajó de las piernas de su tío, que llevaba cargando al gato entre las manos. Se topó de frente con la servidumbre y esta hizo un gesto de desencanto al verlo.

– ¡Marcela! Pensé que ya no trabajabas aquí… –

– ¡Ay joven Sísifo! ¡Ay joven Sísifo! –

La mujer se fue renegando al interior de su recámara. Había estado trabajando ahí desde que naciera Régulus hace ocho años y en realidad no había forma de que se libraran de ella, tenía mal carácter pero los quería a los tres como si fueran sus hijos… y ellos a la mujer, solo que Sísifo llevaba meses sin asear su recámara y otros tantos saliendo a hurtadillas por la madrugada para conseguir comida en la cocina, no había tenido la oportunidad de toparse con marcela.

Le daba gusto que pesar de la larga ausencia, algunas cosas no cambiaran… Y en todo caso, iba a ser fantástico volver a su recámara y encontrarla fragante y limpia.

Por que estaba seguro que volvería… Ilias tenía pésimos gustos.

 

 

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

 

Aquella noche de San Valentín, hacía un clima fresco y agradable en Atenas.

Sísifo llegó hasta el local indicado vestido con un elegante traje azul oscuro de diminutas y sutiles líneas grises. Tenía años sin vestirse así, de hecho, tenía mucho tiempo sin sentirse tan jovial y ligero. Serían los 10 centímetros de cabello que le habían cortado, o la barba que ahora ya no pululaba en su mentón. Podía sentir la brisa nocturna perfectamente a través de su piel fresca y exfoliada, acariciándole como la tierna mano de una joven coqueta.

Justo hasta el momento de salir a la calle y darse cuenta de lo bella que era la ciudad otra vez, Sísifo notó cuanta falta le hacía emerger de su cueva mal oliente, como había apodado su hermano a su habitación.

El restaurante estaba cerca de su casa, así que había estaba fascinado de haber llegado caminando hasta el. Contemplaba la ciudad con ojos curiosos, emocionados. Por su parte hubiera seguido caminando hasta que sus piernas se cansaran, no tenía ganas de meterse en un restaurant y sentarse a esperar por una “fea cita a ciegas”.  Ahora que redescubría la noche, le apetecía continuar explorándola hasta el alba misma.

Pero no podía. Por eso se había desviado hacia el restaurante.

El lugar era gay, sumamente gay. Corazones de globos colgaban del techo, lámparas con cristales, confeti en el piso, adornos de rosas y velas en las mesas. Sintió que en cualquier momento saltaría sobre el una Drag Queen vestida de rosado, como los manteles, le pareció divertido y además, era verdad, había muchos chicos lindos que ver. Su hermano al menos había acertado con eso…

– Por aquí Señor, sígame –

El mesero también era gay, y lindo. Bien podría elegir entre algún mesero como el o los muchachos de las mesas que se habían volteado a verlo cuando entrara. Continuaba teniendo encanto, parecía que resurgía con más fuerza luego de las semanas sin bañarse. Adoptó una postura seductora y caminó elegantemente hacia su mesa, sin poder evitar mirar a su alrededor. A su mano derecha había un chico rubio con ojos avellana. Sonrisa tierna y labios carnosos.

Lindo sin duda.

Y a mano izquierda, uno más maduro, tal vez de su edad, de tez morena y ojos claros. También le sonreía.

Sísifo tenía para elegir. Su instinto depredador, el que su hermano decía que dormía profundamente en el luego de la inercia, resurgía como una fiera. Sentía deseos de llevárselos a todos a la cama, oh sí… esos 3 o 5 meses sin sexo cobraban la cuota, Sísifo se ponía en celo y pensándolo bien, tenía la certeza de que esa noche NO volvería a su casa.

Esperó impaciente en la mesa. Le llevaron un vodka con jugo de naranja y Sísifo comenzó a disfrutarlo sin aparentes prisas. Hasta empezaba a tener mejores visiones de la cita que su hermano le había conseguido, tal vez no era tan feo, tal vez podría montar una orgía con el moreno de la izquierda o el rubio de la derecha… o con ese chico de cuerpo pujante y ojos azules que iba entrando. Era algo mas bajito que el, tal vez 1.75 cm de estatura, tenía una sonrisa tímida pero blanca, traía un saco negro, jeans y una camisa rosa como los manteles de las mesas. Tal vez era un poco “obvio” para los gustos de Sísifo, pero no estaba nada mal.

El muchacho lo miró a los ojos y sonrió, fue acercándose lentamente hacia el, mientras Sísifo buscaba entre los bolsillos el tarjetón con el número que se suponía, le correspondía para localizar su cita. El chico continuaba acercándose a el, Sísifo al fin localizó aquel objeto y se lo pegó presuroso en la solapa de su saco.

Decepción. Aquel no correspondía al número que él traía para su cita. Se desvió con el rubio ojos de avellana que tenía Sísifo a un lado el y el cual, lo observó entre triunfal y divertido. De hecho, los tres sonrieron divertidos, de alguna forma habían hecho química. Si al final de la noche la cita de Ilias resultaba un fracaso, Sísifo tenía asegurada la diversión con ellos dos.

Lo dejó sentarse al lado de su compañero y continuó esperando. El vodka se agotó rápido. Pidió otro más y siguió ahí. Había buena música pero Sísifo estaba algo impaciente. Sobretodo por que el moreno de al lado también había visto llegar ya a su cita. Era un muchacho alto de ojos verdes, algo desgarbado pero guapo… todos eran guapos, continuaban las buenas expectativas para el.

Si tan solo a su cita le diera la gana llegar…

Habían pasado casi 30 minutos desde que el reloj diera las nueve de la noche. Sísifo era una persona puntual cuando se lo proponía, así que se sentía decepcionado de no haber sido correspondido en aquella ocasión.

Llegó el tercer vodka pero de su cita ni sus luces.

Sísifo estaba decidido a entablar conversación con el rubio y el pelinegro de al lado, total, sabía que no habían dejado de mirarlo mientras hablaban y que podía surgir algo interesante si dejaban el lugar los tres juntos.

Se giró ligeramente, dispuesto a buscar alguna tontería para hacer surgir la chispa en los ojos de ambos cuando hablara, ya había perdido las esperanzas de que su cita llegara.

– Oigan, ¿No les parece que este lugar es…? – No le estaban poniendo mucha atención… – Es algo…– El lugar había caído en un discreto silencio, que hizo resaltar un poco más la música de fondo. Sísifo frunció el entrecejo y volteo hacia la entrada, a donde parecía que ambos, que todo mundo, había volteado a ver – Ridículo…?–

A Sísifo casi se le cayó la mandíbula sobre la mesa.

En la entrada, estaba un sujeto de mala cara tratando de dialogar con el mesero que no parecía reaccionar del todo a lo que decía. Le mostró el tarjetón, y Sísifo alcanzó a vislumbrar un número 10 en el. El suyo era el nueve, lo constató una y otra vez, como si no creyera que en realidad aquel muchacho fuera su cita.

Pero tenía que serlo, a esas horas la suya era la única mesa ocupada por una sola persona, no podía creer la suerte que tenía.

Era un hombre alto, que destilaba elegancia hasta por el último pliegue de su perfecto traje negro. Tenía los cabellos azabaches y brillantes, una pequeña melena bien cuidada caía en su nuca, la piel blanca, nívea, y esos ojos… Sísifo se quedó prendido a los ojos de un bellísimo color violeta, tan bellos que no podían ser reales. Y esa boca… ¡que boca!. Era perfecta, de labios delgados, que seguían los cánones de belleza a pesar de eso, uno más delgado que el otro, en un natural y exquisito tono rosa pálido.

Para Sísifo, todo mundo desapareció al verlo. El chico de ojos avellana, el moreno de ojos grises, el de sonrisa bonita… aquel hombre parecía desconocer la sonrisa misma pero que importaba, era exquisito de los pies a la cabeza.

Le mostró el tarjetón mientras se acercaba, a Sísifo le había parecido que lo hizo en cámara lenta. Tenía el número 10 en ella, así que en efecto, oficialmente se trataba de su cita a ciegas.

< ¡Que Dios te bendiga por siempre, hermano! >

Pensó, a duras penas conteniendo su emoción.

– Hola – Se puso de pie para indicarle que se sentara con una sonrisa entorpecida.

La aparición de ojos violeta, accedió un tanto reacio. Se sentó en la silla y miró alrededor, como si detestara la atención que había despertado. En realidad, el pelinegro detestaba el lugar, la gente, los gays que no dejaban de observarlo y al idiota de ojos azules que pretendía verse seductor mientras lo miraba.

– Soy Sísifo, ¿Y tu como te llamas? –

Bufó de desencantó. Sísifo notó de inmediato que aquel era un muchacho difícil, que no podría derretirlo con sus sonrisas como lo había hecho con los que tenía al lado y que lo peor, ni siquiera estaba contento con aquella cita a ciegas. Probablemente también había sido obligado a ir ahí tal como el, pero a diferencia de Sísifo, que se había adaptado perfectamente a las circunstancias, el lo estaba pasando muy mal…

De momento… por que Sísifo se iba a encargar de que la pasara maravillosamente al final de  la noche.

– Antes que nada, debes de saber que tienes mucha suerte, por que no pensaba venir a esta cita – Tenía la voz masculina, pero elegante, casi melodiosa… a pesar de sonar tan tajante y frío.

– Noté que no pensabas venir, llegaste media hora tarde – Respondió casi con cinismo Sísifo, ganándose una mirada despectiva el otro – Oye, una pregunta, ¿Tus ojos son reales? –

El pelinegro frunció el entrecejo.

– ¿Cómo que si son “reales”? –

– Si, ¿No son pupilentes? Es que… son tan hermosos… Nunca he visto unos ojos violeta que sean reales –

– Siempre hay una primera vez, nunca usaría esas tonterías superficiales, por supuesto que mis ojos son naturales – Casi le reprochó con su voz.

– Dios, pues si que eres guapo – No pudo evitar sonar estúpido, pero a Sísifo no le interesó eso – No me has dicho como te llamas –

– ElCid – Respondió el otro con una sonrisa mordaz y burlona, casi perversa.

Sísifo supo que mentía.

– ¡Nadie se puede llamar “ElCid”! –

– ¡Pues yo sí, torpe! –

– No me quieres decir tu nombre… –

– ¿Y qué si así es? Ya te dije que esto me parece ridículo…  – Shura, su hermano, lo había obligado a ir a esa cita usando el mas vil de los chantajes, algún día se lo pagaría.

Sísifo suspiró, aunque no estaba para nada decepcionado. Le gustaba que ese joven fuera difícil, era bello y duro, perfecta combinación. Estaba absolutamente seguro de que se divertiría muchísimo con el, tenía años sin una conquista real, aquel iba a ser todo un reto, no había mejor forma de salir de la monotonía.

– Bueno, “ElCid”, te consolará saber que a mi también me obligaron. No pensaba venir a este lugar, pero mi hermano mayor se aprovechó de mi bondad y aquí me tienes. Así que… ¿Por qué no te apiadas de los dos y tratamos de al menos, fingir que la pasamos bien? –

Sonrió, de forma natural y espontánea. El gesto debió haber llamado la atención del pelinegro, por que de inmediato volteo hacia el, mirándolo fijamente con esos penetrantes ojos violeta. Finalmente cedió con un suspiro, relajando los ojos y mirando al hombre que tenía frente a el con un gesto menos defensivo del que tenía al llegar.

– ¿Qué bebes? –

– Vodka con naranja –

– Bueno, si quieres que al menos “finja” pasarla bien, tenemos que cambiar de sitio, ¡este lugar me está enfermando! –

Sísifo se carcajeó ligeramente. El lugar era estrambótico, demasiado cursi para reunir a parejas en una primera cita a ciegas, coincidía con el pelinegro, era asfixiante el ambiente forzado de San Valentín que había ahí.

– Conozco un buen bar no muy lejos de aquí, podemos ir caminando, ¿Qué dices, te animas? –

Los ojos violetas del pelinegro refulgieron. ¿Estaba insinuando que era un cobarde? ¡Por supuesto que no lo era! Además, nada podría ser peor, de cualquier modo ya había accedido a la petición de su hermano, ya había ido a dar a ese horrendo lugar, un poco de aire fresco y un buen trago podrían mejorar sus expectativas.

– Vamos – Se levantó sin cambiar su gesto apático y duro de la mesa, mirando a Sísifo dejar el número que traía en la solapa sobre esta.

Imitó su acción, arrojando el tarjetón junto al 9 de el.

– Y más te vale que sea un buen bar, o te vas a tener que regresar a este nido de locas a buscar compañía – Amenazó entre dientes, ignorando las miradas ofendidas que los que habían alcanzado a escuchar le dedicaron, saliendo del restaurante con aires de ser el dueño del sitio, seguido de Sísifo, que no podía esperar por estar fuera de la jaula de locas y comprobar si aún recordaba el arte de llevarse a la cama un chico difícil… como lo aparentaba ser el.

 

 

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

Sísifo caminó por la ciudad, ligeramente detrás del muchacho pelinegro que acababa de conocer. Rogó a todos los santos, rezó a todas las vírgenes, le oró a todos ángeles, por que aquel caminar elegante que observaba casi obsesivamente de reojo no hiciera más que obvia una erección entre sus piernas.  Le daba calor allá abajo con solo verlo andar. El saco le llegaba justo a la mitad de ese perfecto par de glúteos que distinguía a través de la tela fina de su pantalón, se movían cadenciosos, firmes… caminaba soberbio como una gacela en la sabana. Por que esas piernas las adivinaba fuertes y marcadas, blancas… tenían que ser blancas como sus mejillas, sus manos… el rastro de piel que salía por encima del cuello de su camisa.

Por Dios, ¿Tenia que ir tan vestido?? Sísifo tomó un profundo respiro y continuó caminando a su lado; no había podido sacarle muchas palabras al muchacho, pero había aprovechado el tiempo morboseándole absolutamente todo lo que su mente pervertida y ahora en celo le permitían. Realmente estaba empezando a temer que la erección se le notara y fuera así por la calle, pero el bar no estaba lejos.

Llegar ahí fue relativamente rápido, aunque nada de lo que sucedió después fue lo que Sísifo había visualizado.

Fueron hasta la barra, bebieron. Conversaron ligeramente, o más bien, a Sísifo no le había parado la boca. El pelinegro lo miraba indolente, llevaba casi una hora con el mismo trago sin aparentes intensiones de embriagarse… tal vez había detectado las de Sísifo, que si, tenia toda la intensión de emborracharlo, y que ahora parecía haber caído víctima de su propia trampa.

– Entonces… realmente te llamas “ElCid” – Canturreó Sísifo, que ya se sentía bastante “alegre” luego de haber bebido por ambos tras casi 60 minutos de estadía en el bar.

– Si… así me llamo –

– ¿Cómo una persona tan bonita puede ser tan mentirosa? –

– Es tu problema si no quieres creerme –

El chico realmente parecía indolente a sus encantos…

– ¿Te han dicho que eres muy amargado? –

– ¿Y te han dicho que eres algo idiota? No se supone que tendrías que hablarle así a tu cita, y menos en la primera ocasión que lo miras –

– ¿De que se supone que tenga que hablarte? Parece que te aburre todo lo que yo te diga… – Sísifo sonrió entre mordaz y aburrido. Estaba resultando difícil, muy difícil.

– De hecho me aburre, te comportas como si estuvieras tratando de impresionarme, ¡Por favor! ¿Vas a decirme que tenías alguna idea romántica respecto a esta cita? –

Sísifo afiló la mirada. Se acercó lentamente arrastrando un codo por la barra. Invadió su espacio personal y por un momento, supo que lo había sorprendido, los ojos del pelinegro brillaron con cierta expectación, aunque su gesto agrio y desencantado no cambió en lo absoluto… ni siquiera cuando el otro llegó casi tan cerca de su rostro como para sentir su aliento en sus mejillas.

– “ElCid” – Murmuró con voz profunda, como un jadeo lánguido que emergía directamente desde las entrañas de sus mas densas ganas – Te podría mencionar las mil ideas que tenía antes de verte, pero solo te diré que luego de eso, podrás encontrar de todo, excepto alguna intensión romántica de mi, para ti –

El aludido se limitó a arquear una de esas finas cejas que enmarcaban sus ojos. Sus labios se torcieron AL FIN, en una sonrisa, o algo que se le parecía… un gesto que le resultó tan seductor a Sísifo que de no ser por que aun conservaba un poco de cordura, le hubiera robado un beso ahí mismo.

Aquel muchacho continuó como si nada luego de eso. Terminó su trago y se puso de pie, mirando la expresión de Sísifo casi escrutador.

– Me agrada tu sinceridad, ¿Sísifo? – Ni siquiera parecía recordar muy bien su nombre, pero ahora era cuando le resultaba interesante – Creo que ahora sí podemos hacer algo mejor –

A Sísifo se le aceleró el corazón, hasta su mano tembló mientras llevaba el trago a su boca, sin despegar sus ojos de aquella figura elegante.

“Hacer algo mejor”

¿A que se estaba refiriendo?

– Vámonos de aquí –

La petición del pelinegro hizo que la boca de Sísifo se abriera con sorpresa. Por su mente cruzó la idea de que “ElCid” había caído, que estaba accediendo a salir de ese bar y ahora podría reducir la distancia entre ambos de la forma precisa en que su ansiedad lo requería. Le hizo caso y se puso de pie, tratando de no verse tan entorpecido, aunque la emoción era demasiada.

– ¿A dónde quieres ir? – Logró articular, intentando que su sonrisa segura no se desvaneciera.

– ¿A dónde mas? Ahí…– Señaló una mesa en un rincón, de sillones acojinados y en media luna – No creerías que saldría del bar contigo, ¿O si? –

¡Por supuesto que lo creería! Su decepción fue tal que el gesto de Sísifo cambio, mirando al otro con un atisbo de furia que a “ElCid” no pudo mas que divertirle.

– Ya me cansé de estar sentado en la barra –

Fue la excusa que le ojos violetas le dio. Sísifo lo siguió hasta la mesa que había elegido y se derramó sobre uno de los sillones, mirando entre fastidiado e interesado al joven pelinegro, que se sentó con elegancia en ellos.

Ambos ordenaron otra ronda de tragos, y luego otra, y otra… “ElCid” parecía estar perdiendo los escrúpulos que Sísifo llegó a creer que tenía con la bebida, de hecho, parecía estar mucho mas en confianza con el. No se preocupó en averiguar el por que de su actitud, más bien se acercó hasta donde estaba, arrastrándose por el sillón hasta quedar a su lado.

Cualquiera que fuera la razón, tendría que aprovechar esa pequeña brecha que se había abierto entre ambos.

– ¿Realmente pensaste que ibas a conseguir algo de mi con tu cháchara? – Cuestionó el pelinegro de forma soez y casi burlona.

Sísifo afiló la mirada.

– Así que te gustó mi sinceridad… Bueno, pues puedo continuar diciéndote esas cosas poco románticas que me cruzan la mente cuanto te veo, “ElCid”, si eso te hace sentir mejor –

– La verdad me da igual lo que digas, pero encuentro más… interesante, que seas menos payaso –

– ¿Te crees inconquistable? –

– No soy un trofeo que puedas ganar, y detesto que me mires como tal –

– Pero si yo no quiero “ganarte” – Sísifo se revolvió en el sillón, una vez mas, aventuró acercarse a el, rompiendo la distancia lo suficiente como para alcanzar a hablarle al oído – Solo me muero de ganas de escucharte gemir –

Una pequeña risa, burlona, enigmática. Sísifo supo que de alguna forma estaba llegando a el, aunque el muchacho no pareciera ni siquiera emocionarse con lo que decía.

Sin embargo, la conversación siguió. A pesar de que “ElCid” parecía eludir todos los temas personales, de vez en cuando le regalaba una sonrisa espontánea y apenas visible a Sísifo. Le iba tan bien ese gesto, que muchas veces estuvo a punto de lanzarse a su boca. El lugar estaba lleno de gente, le hubiera encantado estar en otro sitio menos concurrido, donde nadie pudiera sentirse afectado si forzaba esa boca perfecta a abrirse para el… por que lo tendría que forzar, sabía que no iba a haber otra forma de que aquel esquivo hombre le brindara las delicias de sus besos.

Y mientras los tragos continuaban, la mente de Sísifo comenzó a alejarse más y más de sus objetivos primarios. La compañía del joven era agradable, apacible. De algún modo logró calmar sus instintos conforme escuchaba su voz, hablando de cualquier cosa. El clima, la situación política del mundo, la música del bar… pronto se sintió como si en vez de estar hablando con un tipo que recién conocía, se hubiese topado con un amigo al que desde hace tiempo no veía.

La noche iba a ser muy corta, de hecho, pasara lo que pasara entre ellos, Sísifo sentía que se iba a quedar con las ganas de estar mucho mas tiempo con el.

“ElCid” estaba comenzando a sentir que la cabeza le daba una que otra vuelta.

Los ojos azules de Sísifo eran cautivadores, tal vez mas de lo que el hubiese pensado en algún momento desde que lo vio. Le echó la culpa al alcohol en sus venas por hacerle bajar la guardia y permitir que sus sentidos se regocijaran en la voz alegre y hasta conciliadora del hombre que tenía frente a el… era casi hipnótico. No importaba si estaba hablando del desastre que había dejado en su habitación o de su libro favorito, de la guerra en Irak o sus tres meses de desempleo, le parecía que cualquier cosa que salía de su boca era agradable.

Su boca… hasta entonces se percató de lo sensual y atractiva que era, como todo el.

Y entonces, una alarma en su cerebro le hizo despertar. Estaba cayendo irremediablemente en un embrujo que le iba a llevar por un pésimo final.

Ni de broma le iba a dar gusto a Sísifo de que pasaran la noche juntos. Por supuesto que no abandonarían el bar y se irían a transformar su plática en un contacto pleno e intenso como el que su cuerpo estaba comenzando a reclamar. No. Él se regresaría a su perfecto penth house y descansaría lo que quedaba de la noche, pues mañana tenía una junta sumamente importante y aquel hombre de plática interminable no podía meterse más en su vida de lo que ya lo había hecho, en ese intrascendente encuentro en el ridículo restaurante para locas.

Intrascendente, si. Justo así tenía que quedarse. Algo muy en el fondo de el le decía que si permitía que Sísifo se quedara a su lado un solo minuto más, nunca podría olvidarse de que había estado presente en su vida en una absurda noche de San Valentín.

– Siempre he tenido ganas de probar un buen Sake – Comentó el de ojos azules, ausente de la tormenta de pensamientos y temores que asaltaba la cabeza de su compañero de tragos. – Una vez probé uno cuando estaba en segundo semestre de carrera, pero me hizo daño, estoy seguro que no era sake, ¡Malditos vendedores usureros! Tuve jaqueca por una semana –

Sísifo enfocó a “ElCid” con una sonrisa natural. El otro parecía haber enmudecido de repente. Alzó las cejas y continuó mirándolo cada vez más confundido, tratando de descubrir a través de su pétreo rostro la causa por la que, sin saberlo, se había quedado tan terriblemente callado.

Los ojos violetas del pelinegro voltearon a verlo, quedándose fijos en los suyos. Sacó su cartera y dejó un puño de billetes en la mesa. Sísifo supo que su noche había llegado a su fin.

– Ah, ya veo… Así que te vas – Dijo Sísifo, sin poder disimular la decepción que sus acciones le dejaban.

– Tengo que trabajar mañana temprano, es tarde ya –

“ElCid” se levantó de su asiento y miró a Sísifo casi con indolencia, a pesar de que el mismo se lamentaba por lo que decía y hacía, muy a su pesar.

– Entiendo, no es necesario que pagues toda la cuenta –

– No hay problema – Dijo el cid, acomodándose el saco – Gracias por haberme traído aquí, es un buen sitio –

– ¿Crees que… exista la posibilidad de que volvamos a vernos, aquí mismo? –

– No–

El pelinegro era directo y tajante, y peor aún, parecía dispuesto a cortarle toda esperanza a Sísifo de volver a verlo.

Tragó saliva disimuladamente, como si no se hubiera visto afectado por su frialdad. Luego rodeo la mesa y se acomodó a su lado, pretendiendo rescatar hasta el último instante su compañía. Realmente la había pasado bien esa noche, era una verdadera lástima para el que su acompañante no quisiera ni siquiera repetirla.

– Te acompaño a la salida –

– No es necesario –

– Tal vez no para ti, pero para mi sí. ¿Sabes? Hace tiempo que no me sentía tan bien platicando con alguien, aunque seas un poco reservado y durante estas casi tres horas no haya podido ni sacarte tu verdadero nombre, pero… fue bueno conocerte, “ElCid” –

La sonrisa de Sísifo hizo que “ElCid” frunciera ligeramente el entrecejo, como si no acabara de comprender todo lo que el decía. Se encogió de hombros, sin querer darle importancia a eso y luego permitió que lo acompañara hasta la salida, donde esperaron en la banqueta en silencio.

“ElCid” tenía chofer, lo había llamado para que fuera a recogerlo y Sísifo lo agradeció, pues así podía quedarse un poco mas a su lado, ver el perfil perfecto del pelinegro enmarcado con las luces de la ciudad, su mirada contrariada, mientras se empeñaba neciamente en apartar sus ojos de el, con sus manos metidas en los bolsillos, estoico cual estatua de mármol.

¿Qué secretos escondería aquel hombre tras el hielo que cubría sus facciones? ¿Qué cosas le pasarían por la mente mientras esperaban a su chofer?

Sísifo sintió un hambre inusitada por descubrirlo, y supo que a pesar de los esfuerzos de “ElCid” por volver su encuentro una casualidad que nunca se repetiría, no iba a cesar hasta volver a encontrarse en su camino… quería descubrir todo de el.

Finalmente, arribó un lujoso Bentley negro, del que descendió el chofer que esperaba “ElCid”. Miró a Sísifo brevemente antes de acudir a la puerta que le abrían, brindándole una sonrisa apenas perceptible.

– Adios –

Murmuró Sísifo, observando los movimientos del pelinegro en lo que se acercaba al auto, notando la pequeña duda con la que sostenía la puerta. La respiración de Sísifo se detuvo cuando “ElCid” girara su rostro hacia el nuevamente, como si la palabra “Adios” hubiera sido algo que no quisiera oír pronunciar, por que de hecho así fue… “ElCid” sintió miedo de aquel adios, y con todo y que sabía de lo absurdo que era, volteo a verlo para lanzar una invitación que nunca, jamás, hubiera querido o pensado hacer.

– Tengo buen sake en mi departamento… ¿Quieres venir a tomar un último trago? Luego nos despediremos y nunca volveremos a vernos, te lo aseguro –

“ElCid” dijo lo último como una promesa para si mismo, pero Sísifo ni siquiera pareció percibir esas palabras. Se adelantó de inmediato a el y entró en el auto con una rapidez que jamás hubiera predicho. Parpadeó un par de veces y miró al interior de su vehículo, el lugar que Sísifo señalaba con golpecitos de su mano, a su lado, sonriéndole emocionado como un niño que parte de excursión hacia su más grande aventura.

 – Una última copa y me esfumaré de tu vida, “ElCid”, tranquilo… –

Sísifo mentía, jamás se esfumaría de su vida, pero no iba  a hacerlo retroceder, era ahora o nunca… y de alguna forma tenía que convencer a aquel joven esquivo que su encuentro era lo mejor que les había pasado a ambos en sus vidas.

 

 

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

“ElCid” había permanecido en una tensión que bien podría tocarse. Sísifo lo supo desde que cerró la puerta de su lujoso automóvil para llevarlos lejos de ese bar, así lo que se mantuvo en silencio, a pesar de que deseaba gritar de euforia.

Por alguna razón, un milagro del cielo, su compañero había desistido de la separación definitiva y ahora iban camino a su departamento, cuando Sísifo creía que tendría que sufrir para volver a saber de el, lo conducía hasta su refugio más íntimo.

Ni siquiera se sentía capaz de manejar la situación, ese muchacho pelinegro lo desarmaba. Con el, no parecía funcionar ninguna cosa de las que sabía. Era impredecible, inescrutable. A esas alturas había aprendido que lo mejor que podía hacer con el, era simplemente dejarse llevar… lo que estuviera predestinado para aquella a noche, iba a suceder, y en realidad, Sísifo estaba ansioso de ver que cosas deparaba su destino.

También estaba ansioso de besarlo, eso si tenía que ocurrir antes de que “Elcid” lo pateara de su vida para siempre, como pretendía hacer luego que terminaran su trago de Sake.

El lugar donde vivía era un edificio de construcción reciente, en la cima de este. Cuando entró al penth house no pudo evitar deslumbrarse con la excesiva pulcritud de este; cada cosa acomodada en su lugar, un diseño que a pesar de ser opulento, también reflejaba una sobria elegancia que iba perfectamente con la apariencia propia de su morador.

Supo que vivía solo, ni siquiera tenía mascotas. No había nada en aquel departamento que alterara su orden, “ElCid” reflejaba su estilo de vida en su casa, o al menos eso le pareció a Sísifo…  y al mismo tiempo, aquel departamento parecía esconder tras su perfección la verdadera cara de lo que era: un sitio inalterable, casi aburrido, sin que asomara un solo destello de emoción… lo más íntimo que detectó fue una fotografía sobre la pared del pasillo que llevaba a la segunda planta, que a pesar de que Sísifo no pudo moverse hacia allá por temor a ser reprendido por “ElCid”, pudo ver claramente en ella a dos hombres: su acompañante y otro muchacho, sumamente parecido a el.

– ¡Así que tienes un hermano! – Exclamó con algarabía el de ojos azules, contento de desentrañar un poco de la vida de aquel hombre.

“ElCid” le dedicó una mirada fugaz, sin detener su camino hacia la cocina. Un lugar tan perfectamente acomodado y bien cuidado, que más que cocina a Sísifo le pareció un laboratorio aséptico y aislado.

– Tengo otros dos, pero el es Shura, vive aquí en Grecia también –

Sísifo arqueó las cejas, había logrado que le hablara por primera vez en la noche de algo más que no fueran temas superficiales como la bolsa de valores o el horrendo clima ateniense del verano.

– Entonces… ¿el resto de tu familia no vive aquí? – preguntó como si tanteara terreno, sin querer asustar la inusitada espontaneidad de “ElCid”.

Respondió negando la cabeza, mientras ponía a calentar el saque de una elegante y fina botella oriental. Le indicó a Sísifo que tomara asiento en uno de los bancos de la barra de la cocina, dándole la espalda como si no quisiera que el otro realizara mas preguntas personales.

– Ya veo, me imaginaba que no eras griego, tu acento es… curioso –

El comentario hizo que los ojos violetas de “ElCid” voltearan a verlo un poco fastidiado. Sin embargo, se acercó a el cargando la botella de Sake, envuelta en una toalla y un par de vasitos, sirviendo en cada uno una pequeña porción.

Sísifo observó sus movimientos. Tenía que estar algo ebrio para entonces, pero “ElCid” no parecía perder la precisión ni la gracia en cada una de las cosas que realizaba. Tomó el vaso de Sake y esperó a que se sentara, sonriéndole al tiempo que el volteaba a verlo.

– Caliente es mejor – Dijo “ElCid”, con una sonrisa que impactó a Sísifo por lo natural que había sido.

– Ya lo creo… –

Bebió el Sake con tranquilidad, saboreando su sabor deliciosamente. Pero no pudo concentrarse demasiado en la bebida, por que ahora tenía la boca de “ElCid” tan cerca, mirando sus movimientos al paladear el Sake, sintiendo unas ganas tan irrefrenables de besarlo que no supo de donde sacó fuerzas para no hacerlo.

– ¿De dónde eres? –

– Una última copa y te irías, ¿Recuerdas? –

– Esta demasiado bueno… ¿Sería mucho pedir otra más? –

“ElCid” negó con la cabeza, aunque parecía estar tranquilo… tanto que sirvió la copa sin poner muchas objeciones; tampoco las puso con la siguiente, y la siguiente, solo hasta que notó que estaban a punto de acabarse la botella y que Sísifo se había acercado, mucho, demasiado a el, fue que se percató de lo que ocurría.

El alcohol había comenzado a ponerlo lento de reacciones, lo peor de todo es que la respiración se le aceleró al sentir su aliento rozando sus labios. Estos le hormiguearon, el anhelo por besarlo se volvió tan fuerte que el pelinegro casi se sofocó, el calor lo recorría por completo desde las puntas de sus dedos hasta el último mechón de cabello.

¿Cuándo había permitido que Sísifo lo cercara de esa forma? La mirada hambrienta que el de ojos azules le dirigía hizo que se le tensara el bajo vientre en una sensación que tenía mucho sin experimentar, y menos de forma tan fuerte: excitación.

– Dime, “ElCid”… ¿Cómo es que siendo un hombre exitoso, terriblemente atractivo, puedes vivir tan solo? –

– ¿De que hablas? – Quiso que su voz sonara clara, pero sabía que no lo había logrado del todo.

– Me encantaría hacerte compañía más noches como esta –

– No necesito compañía, estoy bien así –

– Pero yo necesito acompañarte –

– ¿Cómo dices? –

Frunciendo el entrecejo, “ElCid” enfocó a Sísifo, contrariado, acelerado… emocionado, había emoción en el brillo de sus ojos, en el latido de su corazón que se volvía cada vez mas desbocado.

– Lo que oyes, quisiera estar contigo muchas noches más, y día enteros… nunca había sentido esto con nadie, no quiero perderte –

– Estas borracho, ya deberías irte – Quiso retroceder, pero su mano fuerte se hundió en su melena.

El pelinegro se tensó completamente al sentir su aliento debajo de su mandíbula. Sísifo estaba olisqueando sus cabellos, le acariciaba con su respiración y la punta de su nariz tras su oreja, haciendo que un jadeo incipiente se formara en lo más profundo de “ElCid”, y que emergiera en toda su gloria y esplendor, para regocijo de Sísifo, que no pudo más que lanzarse sobre su boca.

Pero “ElCid” volvió a retroceder, casi cayendo del banco.  Se apartó  sin que eso significara nada para Sísifo, que lo siguió solo para rodearlo por la cintura y acariciar su espalda, obligándolo a mantener su cuerpo firmemente adherido al suyo, mientras continuaba buscando su boca sin lograrlo, a penas rozando ocasionalmente sus labios esquivos.

– Vete… vete por favor… –

Murmuró el pelinegro, retrocediendo hasta que sus caderas golpearon contra el lavabo de la cocina; Sísifo no parecía querer ceder en su avance, y estaba sintiéndose tan excitado que no iba a resistir mucho las ganas que tenía de perderse en su boca, en ese aliento alcoholizado que lejos de provocarle algo desagradable solo podía encenderle la piel.

– Solo un beso… déjame besarte y me marcharé… lo prometo… –

Su voz susurrante, masculina… le supo tan tremendamente erótica. “ElCid” abrió sus ojos que neciamente había mantenido cerrados y enfocó al otro. Su gesto de deseo era contagioso, deseo fue todo lo que sintió en esos instantes… de morderle los labios, fundirse en los suyos, probar su lengua, el deseo fue tan fuerte que hasta lo mareó, aunque eso también podía ser por la bebida.

Maldito vodka, maldito tequila, maldito Sake, maldita la hora en que había aceptado la estúpida idea de Shura y cedido a su chantaje.

No lo dejó responder.

Sísifo aprovechó el momento de confusión en que el otro había dejado de luchar para atrapar esa boca escurridiza. Sus labios eran lo más suave que había probado, eran cálidos, ardientes. Se resistían a la invasión caliente y llena de urgencia de su lengua, pero disfrutarlos así era todo un deleite. Sus manos avanzaron por su espalda y descendieron hasta posarse sin escrúpulos en sus glúteos, palpándolos con absoluta ansiedad; eran firmes, perfectos, como lo había estado fantaseando desde que lo mirara caminar rumbo al bar.

Y la sorpresa de aquel gesto fue tanta para “ElCid” que abrió la boca, dándole la oportunidad a la lengua de Sísifo de adentrarse en sus rincones tal como había estado peleando por hacerlo… eso fue todo.

Cerró los ojos y se abandonó a la calidez que pronto se convirtió en un fuego abrasador. Sus brazos se colgaron de su cuello y lo rodeó anhelante. Su boca, que al principio respondió con torpeza los embates de la lengua de Sísifo, se mostró hábil y voraz después, correspondiendo sin tregua su caricia, embriagado por su aliento, completamente ebrio de deseo.

¿Cómo era posible que aquel desconocido le hiciera sentir de esa forma?

No lo sabía, pero le dio miedo, tuvo mucho miedo de ese beso, miedo de que no pudiera separarse de el, a pesar de estar necesitando respirar de forma apropiada; miedo de romper el contacto de su boca que estaba resultando tan adictivamente placentero, se sentía flotar en el aire.

Y en Sísifo las cosas eran aun peor, por que el calor se convertía en un sentimiento visceral, un deseo irrefrenable que le estaba llevando a mover sus manos por la perfecta anatomía del otro, recorriéndolo sin recato. Ese cuerpo firme, que percibía arder tanto como el propio bajo sus elegantes ropas, mismas que quería volver un recuerdo entre sus manos, lo deseaba desnudo completamente, admirar cada recoveco de su piel, grabárselo en la memoria para siempre.

Le mordió el labio inferior y se separó de su boca solo un instante… terrible error.

“ElCid” recuperó la verticalidad y empujó con toda su fuerza a Sísifo. Por un momento casi fue a dar al piso víctima de la inesperada fuerza del pelinegro; le dedicó una mirada confundida, su cerebro estaba tan embotado por el calor que no alcanzaba a comprender las acciones evasivas del otro.

– ¿Por qué? ¿Acaso no me deseas? – Cuestionó incrédulo, a punto de echarse a los gritos.

El pelinegro pasó a su lado, Sísifo quiso detenerlo, pero con todo y sus esfuerzos, continuó avanzando casi a tropezones, hasta que llegó a la puerta para abrirla e indicarle al de ojos azules que se fuera, sin deseos de agregar nada más.

– ¡Quiero que te marches! – Exclamó airado “ElCid”, con la respiración agolpada, el latido de corazón taladrándole las sienes. – Ahora… ¡Vete ya! –

Sísifo se acercó lentamente a la puerta. Su mirada reflejaba una resuelta determinación, a pesar de sentir que el cuerpo le temblaba por volver a estrechar al otro, por simplemente arrastrarlo a cualquier lugar de ese inmenso departamento y hacerlo suyo contra la pared, o en el suelo, o donde fuera.

Estaba agotándole toda la paciencia, y aún así no quería que las cosas tomaran ese curso, por que lo había sentido vibrar con su beso, con sus caricias, aun percibía el estremecimiento de su cuerpo y más que poseer su cuerpo, quería que “ElCid” cediera voluntariamente a su necesidad.

Sísifo sabía exactamente lo que deseaba, y eso era la total redención de su cita a ciegas.

– Dices que esta será la única ocasión en que nos veamos… ¿Por qué no quieres hacer el amor conmigo? Sé que me deseas, y créeme, yo me estoy volviendo loco por ello – Sísifo volvió a romper la distancia entre ellos, sujetándose de la orilla de la puerta justo como lo estaba su interlocutor – ¿Qué harás con esto? – Súbitamente, sujetó su hombría que sintió completamente endurecida, con una caricia fuerte que hizo que las piernas del pelinegro temblaran y su garganta le regalara un erótico jadeo. – Déjame aplacar tu fuego con el mío, “ElCid”, mañana… mañana me iré de aquí, te lo prometo –

Se mordió un labio. El gesto fue tan delicioso para Sísifo que quiso volver a besarlo, pero en cambio obtuvo otro fuerte empujón que lo llevó fuera del departamento.

La puerta se cerró en sus narices casi golpeándolo con ella. Sísifo recargó derrotado la frente sobre la pulida superficie, mientras el cid, de espaldas a esta en el interior de su departamento, buscaba encontrar el ritmo normal de su respiración, incapaz de ello.

“ElCid” no podía permitirse una debilidad como aquella. Si en esos momentos le permitiera al de ojos azules adentrarse en su departamento, le iba a permitir adentrarse en su vida, por que algo le decía que no podría olvidarlo; no importaba cuantos esfuerzos hiciera, si no quería verse afectado por Sísifo, necesitaba mantener cerrada la puerta de su departamento, hasta que el otro se cansara de golpearla y terminara por marcharse.

– ¡ElCid, ElCid! – Le gritó. Sísifo estaba enfurecido por su rechazo, decepcionado al mismo tiempo – Hubiera sido… la  noche perfecta –

Al menos para el, aquel hombre realmente parecía mucho más dispuesto a mantener inquebrantable su carácter que a pasar un buen rato, como si no estuviera acostumbrado a dejarse llevar… que ganas de haberlo arrastrado en el río turbulento que era su pasión en esos momentos. Pero pasaron algunos minutos y el pelinegro no daba señales de vida.

Sísifo se resignó. Dio un último golpe a la puerta y retrocedió lentamente un par de pasos sin dejar de mirarla, chasqueando los dientes al final. Había perdido, tenía que aceptarlo. Esa noche retornaría a su casa con el ánimo un tanto decaído, sin saber ni siquiera su nombre… pero pensándolo bien, ya tendría otra oportunidad, Sísifo se la buscaría, a como diera lugar.

Sin embargo, no previno lo que sucedió después.

La puerta del departamento se abrió bruscamente; los ojos descolocados de “ElCid” enfocaron a Sísifo mientras avanzaba hacia donde el estaba con pasos largos, como si quisiera devorar la distancia que los separaba.

Escuchar que se alejaba había funcionado como una inyección de adrenalina para el pelinegro. No comprendía por qué, no le interesaba descubrirlo. Solo sabía que su cuerpo estaba pidiéndole pasar la noche con el, su cuerpo, sus sentidos… cautivados por la presencia absurda y chispeante del de ojos azules; cautivados por el calor de sus besos, el ardor de sus caricias, el cuerpo le bullía y nunca antes tuvo una necesidad tan fuerte como aquella. Tenía que ser el tequila, y si no lo era, daba igual. Pasaría la noche con el, mañana lo echaría a patadas y cerraría ese bizarro capítulo de casualidades forzadas en su vida.

Sísifo lo capturó en sus brazos con fuerza destinada mas bien a herirlo que a estrecharlo. Era la fuerza de su pasión, el reclamo de su impaciencia. “ElCid” buscó su boca casi con torpeza y ambos se unieron en un beso tan febril que dejó un gusto metálico en sus salivas, producto de unos ligeros rasgones en sus labios que la misma ansiedad que los dominaba causó con sus dientes.

Sísifo quería arrancarle la ropa. “ElCid” simplemente se dejó arrastrar por el alud de deseo que lo consumía.

– Solo… esta noche – Le murmuró al oído a Sísifo, prendiéndose de sus cabellos, suaves, de un tono rubio tostado – Mañana… –

– ¡Si, sí! ¡Mañana me iré! – Sísifo estaba cansado de tanta advertencia.

La puerta se cerró cuando ambos entraron. El cuerpo del pelinegro fue azotado bruscamente contra esta, mientras Sísifo comenzaba a recorrer con manos ávidas y enloquecidas los contornos de ese cuerpo que adivinaba magnífico bajo tantas capas de ropa. Le mordió el cuello y “ElCid” gimió roncamente, acelerando los latidos del corazón de Sísifo hasta sentirse sofocado con ello.

El saco del de ojos violeta quedó tirado a la entrada de la puerta. Su corbata de camino a las escaleras, mismas que subieron a tropezones, casi cayendo en muchas ocasiones, incapaces de detener la desesperación que los orillaba a mantenerse unidos en besos interminables y caricias que comenzaban a extenderse mas allá de las ropas, cuando Sísifo lograra sacarle la camisa a “ElCid” y la dejara a medio camino del pasillo.

Los pasos del pelinegro condujeron a Sísifo hasta otra puerta, que adivinó como su habitación. Entraron tan bruscamente que se llevaron en el movimiento un esquinero con todo y su precioso jarrón de cristal cortado. El sonido del cristal al romperse en el piso no pudo distraer a “ElCid”. Ahora que había descubierto que sus manos podían moverse con la misma celeridad que las de Sísifo, la ropa del de cabellos claros pronto fue un recuerdo en su piel.

¡Y que piel!

Le parecía que había sido bendecido con un bronceado natural. Por un momento sintió hasta vergüenza de exponer su torso blanco ante sus ojos, tan blanco como las conchas de la playa… de hecho Sísifo pensó que tenía el mismo tono nacarado, que no dudó en devorar mientras lo empujaba hacia la inmensa cama del pelinegro.

– Vamos… muy rápido – Pareció protestar quedamente. La voz saturada de jadeos hizo que a Sísifo le provocaran ganas de ir mucho más rápido, a la velocidad del sonido, de la luz, lo que fuera, necesitaba devorarlo sin más.

– Vas a decirme que no lo deseas – El moreno exhibió su torso perfecto. Amplio, con cada uno de los músculos marcados en su abdomen y pectorales.

“ElCid” parpadeó ligeramente, con su boca de labios enrojecidos entreabierta, el corazón repiqueteando en sus sienes como un tambor.

La sonrisa casi depredadora que adornó el rostro de Sísifo le hizo recorrerse hacia la cabecera de la cama. Aún portaba ese molesto pantalón, que el rubio quería hacer pedazos. Moría por ver la belleza en esplendor de sus piernas, las que había imaginado desde que lo viera entrar al restaurante de la cita. Y “ElCid” aún se atrevía a tratar de ponerle trabas a su deseo… aún tenía esa osadía.

– ¡Ven acá! – Lo jaló de las piernas y se trepó a su cintura a horcajadas, forcejeando con el pantalón, con su portador, con las manos inquietas que lo querían mantener a raya, hasta que logró desabrocharlo y lo deslizó por sus largas piernas, jalando de paso la ropa interior, desnudándolo en el mismo movimiento.

Los ojos de Sísifo recorrieron sin pudor cada fragmento de piel como si estuviesen contemplando una obra de arte.

– ¡No me mires así! –

Una bofetada lo sacudió. Sísifo le tomó ambas manos y lo azotó contra las almohadas de su cama, aprisionándolo entre su cuerpo, logrando que un jadeo casi convertido en grito se atreviera a salir de la garganta del otro.

Que delicia…

– Quiero mirarte, y quiero que me mires… actúas como si nunca hubieras tenido sexo… falta que me digas que eres virgen –

El pelinegro abrió grandes sus ojos violetas. Sísifo lo contempló casi maravillado.

– Te lo voy a meter –

– ¡Nunca he sido pasivo! –

La revelación le sacudió de pies a cabeza. Volvió a lamerse los labios y el moreno continuó:

– Entonces esta será nuestra primera vez – Le mordió el mentón y luego descendió con besos ardientes, plagados de pasión, recorriendo su cuello, la manzana de Adán, la clavícula que marcó de rojo con sus dientes, hasta que los estremecimientos del pelinegro fueron una constante y dejó de forcejear con el, simplemente abandonándose a las sensaciones que le hacia sentir su boca, esa lengua inquieta que recorría sus pezones con maestría. – Nunca se lo he hecho a un virgen –

– No digas… esas cosas – Estaba envuelto en un fino sudor. Sus ojos cerrados, las cejas contraídas por el placer que lo dominaba.

Por un momento Sísifo sintió que aquella visión era tan excitante, que podría terminar al entrar en el, como si se tratara de cualquier adolescente rebasado por el deseo.

Bajó de su cuerpo para acomodarse torpemente junto a la cama, mientras sus manos se despojaban del pantalón, la ropa interior, todo lo que estorbaba. “ElCid” entonces tuvo la oportunidad de contemplar al fin el cuerpo desnudo de Sísifo. Y al otro le había parecido que un temblor incontenible le sacudía. Se felicitó mentalmente por haber tenido la sensatez de continuar entrenando con sus pesas mientras permanecía sumergido en su recámara. Algunas noches el ejercicio le sirvió para contrarrestar el instinto sexual, que Sísifo había pretendido neciamente aplacar en su afán de seguir aquel auto retiro, pero ahora sabía exactamente cuan útil había resultado. Su cuerpo estremecía  al pelinegro, le gustaba, se lo decían sus ojos que lo recorrían casi con lujuria, de pies a cabeza, hasta que se detuvieron en su entrepierna erguida y palpitante, retornando a los ojos azules de Sísifo casi con temor.

¡Que adorable!

Parecía temerle al dolor…

– Espero que tengas lubricante a la mano – Murmuró lascivamente el moreno, retornando a la cama incapaz de seguir soportando la distancia, por más que le gustara la forma en que lo miraba “ElCid”.

– ¡Nunca tengo sexo aquí! – Temblaba. El cuerpo de Sísifo era tan caliente, el roce de sus erecciones mientras el otro se acomodaba entre sus piernas lo descolocó, le hizo abrir su boca y jalar aire con violencia, hundir sus uñas en sus costados y rasgarlo hacia la espalda, correspondiendo a la fricción que Sísifo provocaba sin remedio.

Un jadeo escapó de la boca del moreno, “ElCid” se mordió los labios.

– ¿Soy el primero en tu cama? – al pelinegro le hubiera gustado golpear a Sísifo, pero todo lo que podía hacer era retorcerse bajo su peso como fiera en celo – Trataré de ser cuidadoso, pero no prometo mucho – Sísifo no podía hablar ya, estaba tan excitado que dolía – Tengo algunos meses sin sexo, ¡y estar entre tus piernas me hace sentir que no tengo sexo desde hace años! –

– ¡No tienes que decirme tantas cosas! –

No era que no le gustara la voz de Sísifo, es que le gustaba tanto oírlo hablar así, con los jadeos agolpándose y volviendo su timbre aun mas ronco y excitante, que le volvía loco.

– Voy a humedecerte con mi lengua… luego entraré en ti –

Las palabras de Sísifo sonaron a una promesa que estremeció completamente al de ojos violetas. Sísifo lo volteó de boca contra la cama y “ElCid” tuvo que morder la almohada al sentir el placer condensarse de forma abrupta en su bajo vientre, con los roces impúdicos de la lengua del otro entre sus glúteos, arrebatándole jadeos lánguidos, que le sonaron a música celestial al moreno.

Sus manos manipularon a “ElCid” con caricias destinadas a enloquecerlo, recorriendo su entrepierna primero de forma suave y gentil, luego con franca ansiedad, despertando por completo el deseo en su cuerpo, haciendo que se sacudiera con estremecimientos que le hacían sentir que estaba a punto de llegar al clímax.

Sísifo se alejó mordiéndole lascivamente un glúteo, luego acercó su boca a su oído, pronunciando con una sonrisa retorcida algo que estremeció sin control al otro.

– ¿Lo quieres en ti? –

¿Qué más podía decir? Moría por tenerlo en el.

Asintió sin que sus dientes soltaran la almohada. Sísifo volvió a girarlo de frente y tomó las piernas estremecidas del pelinegro para alzarlas hacia sus costados.

– Quiero… que me mires –

Sísifo no quería perderse una sola expresión de su rostro cuando entrara en el. Y así lo hizo. Con todo y que el placer fue avasallante, lo miró mientras hacía suyo su cuerpo virgen, de forma suave, pero firme… no retrocedía ni aunque el otro respingara o tratara de empujarlo desde su vientre, aunque se moviera y negara con la cabeza, como si le fuera insoportable. Todos esos gestos solo aumentaban su ansiedad.

No se detuvo hasta estar completamente en su interior.

Lamió lascivamente la humedad que pugnaba por salir de las densas pestañas negras de “ElCid” y luego lo sujetó de la cintura. Los movimientos de Sísifo no se hicieron esperar, y el pelinegro tuvo que morderse los labios para no gritar.

Nunca pensó que pudiera sentir de esa forma. Que su cuerpo fuese tan responsivo, que se estremeciera hasta con el roce de su aliento. Sísifo había despertado su piel a sensaciones jamás experimentadas y que nunca creyó vivir. Las piernas del pelinegro lo rodearon temblorosas, sin saber en que momento había dejado de tener potestad en sus movimientos.

Tampoco supo cuando su cuerpo comenzó a responder a aquel movimiento ahora casi desbocado con que Sísifo lo poseía, no supo cuando las almohadas cayeron de la cama… no sabía nada, a ratos pensaba que no sabía ni como se llamaba… y Sísifo exigía saberlo, en la perturbación de su mente saturada de adrenalina y placer, la voz de Sísifo clamaba por saber su nombre.

– Dímelo… dímelo por favor… –

Como resistirse a eso…

La voz de Sísifo parecía capaz de convencerlo de cualquier cosa, mientras estuviera entre sus piernas, aferrándolo con esa desesperación que sentía, poseyéndolo con aquellos bríos… “ElCid” descubrió con pavor que era absolutamente vulnerable a sus peticiones.

– Di… Diego –

Sísifo sonrió. Se alzó entre sus piernas con la imponencia de su cuerpo estremecido perturbando a “ElCid”, dejando que sus manos recorrieran su torso libremente, arrastrando el sudor que se confundía con el suyo, marcando sus uñas en su piel morena. Le gustaba que “ElCid” lo tocara, que se dejara llevar por la pasión como ahora lo hacía… por que no iba a permitirle que se escapara cuando amaneciera. Diego no tenía forma de huir de el.

– Diego –

Oírlo pronunciar su nombre fue peor de lo que imaginaba. Un estremecimiento casi violento lo recorrió. Arqueó la espalda y Sísifo arremetió sin piedad contra el. El pelinegro tuvo que sujetarse de la única almohada que quedaba a esas alturas en la cama, colmando la habitación con sus gritos, los que nunca imaginó expresar, los que ni siquiera conocía, por que nunca nadie le había enloquecido hasta ese punto… y se sentía tan bien, que temía perderse y no reconocerse al despertar.

Si tan solo fuera capaz de sustraerse de ese momento, de buscar su conciencia en los resquicios de su mente, a donde quiera que se hubiera escondido. Pero Sísifo no se lo permitía. Su mirada nítida y colmada de pasión, esos inmensos ojos azul zafiro no le permitían volver a esconder su naturaleza indómita mientras ambos se entregaban al deseo; Diego correspondiendo febril, Sísifo empujando desatado contra su cuerpo, no había lugar donde pudiera esconder ese fuego… las cosas nunca volverían a ser iguales.

– ¡No te dejaré! ¡No vas a huir de mí jamás! – Declaró Sísifo con pasmosa seguridad, mientras lo jalaba de las caderas y le obligaba a sentarse entre sus piernas, buscando con anhelo ciego la boca del otro, sus manos ceñidas a su espalda, tirando de los cabellos azabache para devorar su cuello – Nunca… nunca Diego –

El miedo del pelinegro no pudo opacar la exorbitante pasión que se había adueñado de su cuerpo. Ese roce rudo entre ambos le estaba enloqueciendo, daba y recibía, lo llenaban completamente y solo podía sentir que la felicidad lo sofocaba.

Que tonto, que estúpido de su parte permitirse una debilidad así.

Se arrepentiría, cuando tuviera oportunidad de hacerlo, se arrepentiría… de momento no importaba nada mas.

– Sísifo… – La voz ahogada del de ojos violeta pronunciando su nombre le hizo romper los diques de la cordura al aludido.

Lo regresó casi con brusquedad a la cama y castigó su cuerpo con el suyo por la locura que le provocaba,  escuchando sus jadeos de placer como los pequeños gemidos adoloridos. Su gesto contraído entre el arrebato más delicioso y la desesperación, no podía tolerarlo. Solo podía embestir contra el hasta haber consumido ese fuego que lo quemaba… al menos la primera de todas las veces que tenía planeado hacerle el amor, si la noche apenas comenzaba…

La locura los recibió a ambos en el orgasmo. Las piernas del pelinegro lo apretaron tan fuerte que Sísifo se sintió sofocado, pero sus manos marcaron casi hematomas en sus caderas, por la fuerza con la que se había adherido en el cuando se derramara en su interior, luego de sentir su correspondencia al máximo, hasta agotarse los espasmos mas fuertes y verlo languidecer tembloroso al final.

Que bello era. Con su gesto de lujuria y temor en su rostro, su boca abierta y jadeante.

– Eres… insoportablemente erótico – Murmuró el rubio, acercándose a sus mejillas para lamer el sudor, mientras sus dedos acariciaban los labios temblorosos.

– Tu me… enloqueces – “ElCid” le mordió los dedos. Sísifo se devoró su boca sin restricciones.

Y el otro aceptó el beso tan ardiente como venía, subyugado por la presencia húmeda de su cuerpo tenso en su interior, por el fuego que aun estaba lejos de consumirse entre ambos.

Estaba tan ebrio de alcohol y lujuria que sintió pena de si mismo… por cinco segundos.

– Deberías irte… ahora – Si, por Dios, debería irse. Pero Sísifo no se iría. Diego lo sabía, aquella sugerencia estaba de más.

Sísifo se removió en su interior con toda la intensión de no hacerle olvidar que aun estaba bajo su dominio, y que mientras el no lo decidiera, no abandonaría su cuerpo.

Para sorpresa de Diego, ese dominio se sintió terriblemente bien.

– No hasta que la noche haya terminado – Le murmuró el rubio contra sus labios, regalándole una sonrisa franca, apasionada, mientras sus manos recorrían el rostro enrojecido del pelinegro.

La inmensidad de sus ojos azules le hizo sentir tan perdido y al mismo tiempo, como si hubiera llegado por fin de puerto seguro, luego de años de navegación errante. Se sentía bien estar con Sísifo, estar entre sus brazos, consumirse en su fuego… era una sensación extrañamente reconfortante. Lo conduciría a la dependencia… quien sabe. Tal vez al día siguiente tampoco sería capaz de dejarlo ir.

– Te haré el amor otra vez –

Negó con la cabeza, pero “ElCid” no se resistió a su beso, ni al siguiente, ni a ningún otro de los que Sísifo le diera en el resto de la noche.

Hicieron el amor hasta cansarse, y el pelinegro se permitió por primera vez en su vida reposar sobre el cuerpo de alguien más, seducido por su calor, el vaivén tranquilo de su pecho cuando al final cayeran rendidos… el latido de un corazón sincero, cuyos ojos habían visto esa noche hasta donde nadie había visto, hasta su alma misma.

 

*~*~~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

El calor del fulgor de la mañana le acarició las mejillas. Diego despertó lentamente.

Sus ojos violetas miraron hacia la ventana de cortinas translúcidas y adivinó la ciudad en movimiento allá afuera. Tenía una sensación de cansancio inusitadamente agradable en todo el cuerpo, un calor gentil que le hizo revolverse cual felino perezoso luego de una deliciosa siesta.

Decidió erguirse sobre la cama al fin y estirar los brazos.

El desorden de la habitación le sobresaltó de repente.

Había ropa tirada por todos lados, las almohadas esparcidas por el suelo al lado de la cama, las sábanas de fina seda colgando  destendidas hacia el piso. Inclusive su reloj despertador estaba caído sobre si mismo en el buró, la lámpara casi a punto de precipitarse inevitablemente al suelo.

Aquello le molestaba terriblemente… aunque no tanto como la jaqueca con la que se despertó.

Miró por acto reflejo hacia un lado de su cama y descubrió al causante de la alteración de su perfecto espacio.

Su espalda ancha, morena, marcada por incontables líneas rojas. Un retazo de sábana cubriendo apenas la parte necesaria de su cuerpo, que ocultaba el par de bien formados glúteos, mas le dejaba libre la visión de aquellas piernas fuertes. Su respiración era acompasada, tranquila, indolente al desorden que tanto le mortificaba.

“ElCid” se acercó con el impulso suficiente como para botarlo de la cama, pero en cambio sonrió y depositó un tierno beso al principio de su nuca, donde nacían los cabellos rubios como la miel que adoraba sujetar, que había prendido a admirar luego de un año… justo esa mañana, se cumplía un año desde el primer amanecer al lado de Sísifo, con la recámara en iguales o peores condiciones, el cuerpo masculino durmiendo apaciblemente junto a el.

Sísifo sabía que Diego lo contemplaba. Giró su rostro que antes escondía entre sus brazos y aún sin abrir los ojos, dejó que la mirada violeta del pelinegro continuara contemplándolo, hasta que sus besos se fueron haciendo más inquietantes, cuando recorrían sus hombros y su cuello, buscando irremediablemente  su boca, que el moreno atrapó antes de que los labios rosa pálido de “ElCid” llegaran primero.

Fue un beso suave que se volvió desesperado al final. Sísifo se giró de costado y atrapó entre sus brazos el cuerpo blanco del pelinegro. Aquel no rechazó el contacto, lo hizo mas estrecho, alzando una pierna hacia sus caderas para anclarla ahí, mientras el beso le robaba por completo el aliento y devolvía el carmín de la noche anterior a sus mejillas siempre blancas.

– No… aprendes – Murmuró como si estuviera reprendiéndolo, una vez sus bocas se separaron y los ojos violetas de “ElCid” lo contemplaran casi divertido – Dijiste que te levantarías antes que yo y arreglarías nuestra recámara, la sigo viendo desordenada –

– Lo olvidé – La voz lánguida de Sísifo golpeó contra su cuello, cuando comenzaba a recorrerlo ansiosamente, como si quisiera borrar de la mente de su amante el fastidio.

Aunque Diego no estaba fastidiado. Jamás había esperado que Sísifo cumpliera con su promesa de cualquier modo. Además, despertar a su lado podía hacerle olvidar casi cualquier coraje.

Ver a Sísifo era ver la luz misma. Así fuera una mañana nublada y neblinosa como la del primer amanecer. En el podía ver brillar el sol con la misma intensidad.

– Feliz día de San Valentín –

– Feliz aniversario – Corrigió “ElCid”, haciendo que la sonrisa de Sísifo resplandeciera aún más.

– Si lo recordaste… –

– ¿Cómo olvidarlo? –

Tenía razón. Era imposible olvidar que apenas hace un año, fueran un par de desconocidos que por azares del destino, tuvieron la suerte encontrarse, aunque en un principio Diego lo considerara una maldición.

Cuantas cosas habían ocurrido desde entonces. Cuantas lágrimas, momentos dolorosos y decepcionantes tuvieron que pasar para llegar hasta ese punto, a donde estaba seguro de lo que quería, de lo que deseaba… que ese anhelo era Sísifo y de que sus sentimientos eran mas grandes de lo que podía controlar.

Fue una carrera larga, una  jornada intensa. Con muchos altibajos, pero que al final de cuentas le había dejado una lección de vida, y que ahora compartía con Sísifo, establecido como el hombre con el que quería pasar el resto de sus días.

Y Sísifo pensaba de igual forma, Diego no podía ser más feliz.

– Te tengo un regalo –

Sisifo se movió hacia un buró y abrió la cajonera. Sacó una rosa roja y un sobre blanco. “ElCid” arqueó sus finas cejas, con un agradable gesto de sorpresa en el rostro.

– ¿Cuándo la pusiste ahí? –

– Dormías –

Afiló la mirada, soltando un leve bufido de aparente molestia.

– Te levantaste para esto pero no para limpiar la recámara –

Una sonrisa cínica en los labios de Sísifo coronó su comentario.

– No quería quedarme mucho tiempo fuera de la cama, te extrañé –

Diego tomó la flor y la olisqueó como si no fuera tan importante,  aunque la mirada casi consternada que le dedicaba a Sísifo desmentía su desinterés.

– ¿Qué es esto? – el pelinegro movió el sobre blanco. Sísifo sonrió, sentado de medio lado en la cama, incitando a que lo abriera.

– Descúbrelo tú –

Una pequeña sonrisa que intentaba disimular la emoción,  curveó los labios del de ojos violetas mientras abría el sobre con cuidado. Había un par de boletos de avión, para salir el próximo fin de semana con rumbo a Madrid, España, el lugar de donde él era originario.

Diego sabía que  a pesar de ahora estar estable en su vida con Sísifo a su lado, en realidad quedaban muchos cabos sueltos por atar. Uno de ellos estaba en España, y no podía seguir retrasándolo. Pero tener los boletos en la mano le hacía sentir miedo de lo que fuera a ocurrir mucho antes de que partieran… le daba gusto que Sísifo tomara la iniciativa y contara con su apoyo, pero hubiera preferido continuar disfrutando de su tranquilidad hasta que no fuera absolutamente necesario ir a España.

– Todo saldrá bien – Acarició la melena que caía por su nuca. El roce de sus dedos fuertes hizo que “ElCid” se estremeciera. – Además, será bueno tomarnos unas vacaciones, ¿No lo crees? –

El pelinegro asintió. Vacaciones, luego de ese año tan turbulento, realmente las necesitaban.

– También yo tengo algo que darte –

Los ojos de Sísifo se abrieron con sorpresa. Esperó tenso y notablemente emocionado. “ElCid” sacó del otro buró una caja de chocolates y un sobre blanco idéntico al que Sísifo le había dado.

– No me digas que… –

Había boletos de avión, directamente hasta Buenos Aires, Argentina.

– Pensé en las vacaciones mucho antes que tú –

– ¡Por eso te amo! ¡Siempre he querido ir a Argentina! –

– Lo sé…–

– Al menos son para el próximo mes, ¡Uff! Podemos ir a España y de ahí hasta Argentina –

“ElCid” asintió, mientras Sísifo contemplaba los boletos con emoción. Luego comenzó a comerse los chocolates, poniendo uno en los labios de su amante sin dejar de observarlo. Estuvieron sumergidos en un silencio de miradas cómplices, saboreando chocolates, acariciados con la luz del sol cada vez más fuerte.

Sísifo lo miró a los ojos. Una de sus manos aventuró una caricia por las mejillas del pelinegro, hasta estrechar con suavidad sus cabellos, siempre lacios y pulcros, de deliciosa textura.

– ¿En que piensas? –

Abrió la boca, queriendo decir algo… pero se quedó a medio camino. Sísifo estaba acostumbrado a verlo retroceder.

– No tienes que decir nada si no quieres hacerlo – Hasta le concedía la tierna cobardía, amaba esa tierna cobardía de él.

Pero en esa ocasión, Diego no quería retroceder. Tomó aliento, dedicándole una mirada tranquila y una sonrisa sosegada al de ojos azules, admirando la belleza de su rostro masculino, siempre optimista y sincero.

– Pensaba… en lo que siento por ti… y en lo que nunca te he dicho –

Sísifo entreabrió su boca de labios gruesos y sensuales, cada vez mas interesado en lo que la arrullante voz de “ElCid” decía.

 – Nunca te he dicho que te amo. Pero te amo – Se acercó a el, sujetando su nuca hasta pegar su frente a la de Sísifo, sonriéndole al tiempo que rozaba sus labios a los suyos – Te amo, Sísifo –

Lo derritió.

Sísifo dejó los chocolates y los boletos sobre la cama. Lo jaló de la cintura, hizo que su cuerpo se acomodara a horcajadas sobre el y lo besó con absoluta pasión. El pelinegro correspondió entregado  a la invasión de su boca, solo separándose para mirar al moreno con un atisbo de duda y emoción en sus ojos violetas.

Aún faltaba algo más.

– Sísifo, tengo algo que decirte –

El aludido ya estaba arañando el cielo. Con solo oírlo decir algo que nunca pensó que escucharía, que se había vuelto un sueño imposible de realizar a lo largo de ese año, cuya travesía hasta ese día había sido tan turbulenta como navegar en aguas oscuras durante una tormenta. Le hacía vibrar por completo, hervía en ganas de hacerlo gritar esa confesión, grabársela en la mente a fuego, tatuarla en el alma de “ElCid” para que nunca olvidara lo que había dicho, que siempre tuviera presente que lo amaba.

– Repítelo… que me amas… repítelo cuando este dentro de ti –

Aquello hizo que la sangre del pelinegro bullera en sus venas. Lo besó con arrebato, al tiempo que Sísifo lo enviaba a la cama, acomodándose entre sus piernas sin darle tiempo de protestar… aunque lo hizo de igual modo.

– De verdad… hay algo que… necesito decirte –

– No ahora – Su boca parecía querer callar cualquier otra cosa, atajaba sus palabras con besos voraces.

Diego volvía a quedarse sin aliento, sin defensas…

– Después, dime lo que quieras después… –

– Sísifo… –

La sonrisa de Sísifo convenció a “ElCid”. Lo que tenía que decirle era importante, pero el tenía todo la razón.

Luego de encendido el deseo entre ambos, cualquier cosa podría esperar. Al menos ahora no habría dudas cuando terminaran de hacer el amor; las dudas se habían quedado hace mucho tiempo atrás, a los pies de la cama en la que ahora volvían a entregarse, con la reafirmación de un pacto mudo que aún no se juraban, pero que sabían que existía, que se volvería más fuerte aunque ninguno de los dos lo esperara.

O tal vez sí… “ElCid” deseaba volver ese pacto tangible.

Lo haría, después, cuando terminaran de hacer el amor. Cuando la boca de Sísifo le permitiera hablar y hubiese regresado del paraíso a la tierra.

Aunque pensándolo bien, los días a su lado siempre eran un paraíso, con todo y la cama destendida.

 

Notas finales:

En cuanto me arme de valor haré la precuela de lo que ocurrió luego de la primera noche, es una idea mas extensa, pero si esta historia fue de tu agrada, probablemente la precuela tambien ^_^ saludos!.


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