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Noche por pasion oscura

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Notas del fanfic:

El manga le pertenece a Hiromu Atakawa, mientras que el primer y segundo anime le pertenecen a Seji Mizushima y a Yasuhiro Irie respectivamente. 

Notas del capitulo:

Lamentablemente, es corto. No soy muy buena escribiendo este tipo de escenas, además de que es mi primera vez, así que espero lo entiendan. 

Sin más, espero que les guste y que dejen reviws, tanto como para felicitarme como para criticarme. Se acepta de todo ^^

 

Caminaba apresuradamente por los largos y blancos pasillos de Central. Sus pasos resonaban dando la sensación de que alguien lo seguía pero, como había comprobado en muchas ocasiones, no era así. Estaba completamente solo. Y sí, ¿quién estaría en Central a semejantes alturas de la tarde? Ni siquiera Riza, aquella teniente rubia apegada y obviamente perdidamente enamorada del Coronel estaba allí, aunque Ed no dudaba que si Roy no la hubiera obligado a descansar (porque sí, estaba muy seguro de que el pelinegro había tenido que obligarla) todavía estaría allí, molestándolos a los dos.

Miro una vez más su reloj de bolsillo. Ocho y cuarto. Llegaba tarde. Apenas había podido asentarse en la casona que Huges amablemente siempre estaba dispuesto a compartir con él y su hermano cada vez que regresaban volvían a Central, cuando le llegó una carta escrita rápidamente y con una letra apenas legible. Pero no hacía falta siquiera leer las primeras palabras para saber de quién se trataba. “Podría intentar buscar nuevos métodos, así van a terminar por descubrirnos”, había pensado al abrir la carta de Roy Mustang. Esta, como siempre, era corta y concisa, sin intentar camuflar las verdaderas intenciones de su coronel. 

“Ed: hoy va a ser en la oficina a las ocho en punto. Lleva un abrigo porque volverás muy tarde a casa de Huges. Roy”

Cuan despreocupado era, si esa carta llegara a manos equivocadas… no quería ni pensarlo.

Después de varios minutos pudo llegar a la gran puerta doble de roble que representaba la oficina. Toco tres veces y entró, precavido. A Roy le molestaba que llegase tarde y cuando eso pasaba tenía tendencia a “castigarlo”.

-Llegas tarde.

La voz del pelinegro llegaba desde su sillón. Como no, si le encantaba ese asiento.

-Pudiste haber esperado un poco: apenas me diste tiempo a acomodarme.

Su superior sonrió. Lentamente se paro y se dirigió hacia donde Ed se encontraba. En sus ojos negros ya se podía ver el brillo de la lujuria y el placer. Oh, sí, esa sería una larga noche pero no por ello menos placentera.

-La casa de Huges no queda tan lejos, después de todo.- agarró posesivamente las caderas del menor acercándolo lo más posible a su cuerpo. Ed arqueó la espalda para poder seguir viéndolo a los ojos- creo que debería enseñarte a ser más puntual- susurro muy cerca de sus labios.

-Me encanta aprender.- fue su respuesta antes de que la lengua de Roy usurpara su boca.

Fue una usurpación breve, pero lo suficientemente profunda para que el menor necesitara recuperar aire. Estaba sonrosado. Pese a que ya llevaban medio año como pareja, el pelinegro aún lo hacía sonrojar como en los primeros tiempos con un simple beso.                                      

-Hoy si que estamos impacientes, ¿eh, Roy?- dijo el rubio al notar un bulto proveniente de los pantalones del mayor haciendo presión en su vientre.

-No sabes lo impaciente que estaba por verte al fin, Ed.- volvió a besarlo. Esta vez con más ternura, mas dulzura. Su lengua rozó con suavidad extrema sus labios para luego entrar en la húmeda cavidad y jugar con la del menor, a veces causándole cosquillas en su paladar.- Después de todo, has estado ausente casi un mes.

-¿Qué? ¿Tienes miedo de perder tu estado físico?- sabía que incitarlo así solo le traería más problemas, pero no podía lidiar con su genio.

-Te demostraré que sigo teniendo un estupendo estado físico.

Sin esperar ni un segundo más, el mayor levanto al rubio y lo acuno en su pecho como a un bebé, haciéndolo sonrojar aún más. Lo miraba con lujuria, con pasión y con un amor infinito que ablandaban sus facciones como pocos, tal vez nadie, habían visto antes. Era un amor que había ido creciendo a través de los tres años desde que el pequeño se había convertido en un alquimista nacional. Al principio, se mentía a si mismo diciéndose que el interés inusual por aquel joven de obres y pelo dorado no era otra que su asombrosa habilidad con la alquimia. A media que avanzaba el tiempo, se excuso con que quería protegerlo por el oscuro pasado que había sufrido, sin embargo esa medida fue rápidamente sucedida por la verdad: a él le gustaba Edward Elric. Después de incontables torturas mentales, decidió revelarse y, cuando, un tanto a la fuerza, usurpo la boca virgen del joven, se vio gratamente sorprendido cuando le correspondió.

Con delicadeza, llevo a Ed hacia su escritorio, en donde lo deposito a la vez que lo besaba y le sacaba aquella molesta capa roja tan característica de su vestimenta. Unos pequeños gemidos escapaban de la boca del rubio, y aquello le hizo ronronear de placer. El placer de su amado era la suya propia.

Por su parte, Ed estaba perdiendo la paciencia. Aquel bastardo sabía cómo besarlo para hacer que sus instintos más bajos salieran sin ningún problema a flote. Sentía como poco a poco su ropa iba desapareciendo de su cuerpo y cómo aquellas manos tan expertas recorrían sus puntos sensibles. La excitación crecía más dentro de sí y, en esos momentos, no pudo evitar recordar cómo se había enamorado del bastardo del coronel.

Tras mucho meditar, había llegado a la conclusión de que se había enamorado a primera vista. Cuando aquel imponente sujeto de pelo negro y traje de militar le dirigió la palabra, a él, un humano que había jugado a ser Dios y por ello había perdido su pierna y su brazo, uno por puro error y el otro para compensarlo en parte, sintió incluso en su estado de depresión que aquella persona podía cambiarle la vida. Y precisamente eso hizo. Roy Mustang, que en ese entonces era Teniente Coronel, se había convertido en la luz inicial que lo había ayudado a salir del mundo profundamente oscuro al que se había internado.

Y ya habían pasado cuatro años de eso, uno utilizado para recuperarse de la operación de automail, y tres desde que había pasado a ser perro de los militares. Su objetivo era recuperar el cuerpo de su hermano y el suyo propio, pero le estaba eternamente agradecido a Roy, un agradecimiento que, pese a todos los puntos en contra que tenía el Coronel, había pasado a ser un amor irrefrenable.

Cayo, al fin, la última prenda que lo mantenía vestido. Ahora se encontraba tal como había venido al mundo frente a aquella persona tan especial que lo había salvado del abismo de la depresión. Aquella persona que se relamía los labios ante lo que veía. No pudo evitar sonreír.

-¿Te gusta lo que ves?- preguntó con picardía, ganándose como castigo una buena lamida en su cuello.

-Me gusta… y mucho- le susurro el mayor con los labios pegados a sus oídos. Luego los lamió con lasciva.

Ed gimió.

-Mha… Roy…-el aludido sonrió orgullosamente. Con dos de sus dedos empezó a hacer presión alrededor de las tetillas del rubio-¡AAHH!... Roy no… aguanto más… ya termina con esta tortura…

-¿Las palabras mágicas?

-No seas bastardo…

-Si quieres te puedo dejar así…

-…Por favor…- dijo el rubio ante la amenaza.

-Así me gusta, mi único y hermoso Ed…

El pelinegro se sacó la parte superior de su uniforme y se desabrochó los pantalones. Para él también esa espera era una tortura…No obstante, todavía tenía que esperar unos minutos más.

Le ofreció tres dedos al rubio y éste los lamió escrupulosamente, pasando su lengua por cada rincón. Sí que aprendía rápido. Aquellos movimientos sumados a la expresión de su cara, una mezcla de concentración, vergüenza y goce, le hacían increíblemente sensual. Un gemido gutural escapó de su garganta. Su autocontrol poco a poco se iba esfumando.

Luego de que el pequeño terminara su trabajo, metió uno de uno de sus dedos lubricados a la entrada de éste. Ed soltó un gemido de dolor y placer a la vez que arqueaba un poco la espalda y se agarraba firmemente de su cuello. El contacto con el frío metal del automail no hizo otra cosa que excitarlo más. Otro dedo y ambos gimieron. Empezaron los movimientos circulares y después le siguió el tercer dedo. Roy quería empezar de una vez, pero temía lastimar al menor.

Cuando Ed estuvo listo, sacó los tres dedos y los remplazo por su necesitado miembro. El placer fue inmediato. Esas estrechas paredes se amoldaban perfectamente  a él.

-¡AAAHHH!- gritó de placer el rubio, mientras e él se le escapaba una mezcla de gruñido y gemido. Todo en Ed era perfecto, tanto en el exterior como en el interior. Su largo y trenzado pelo dorado, que hacía par con esos ojos tan grandes y llenos del pesar que tanto se esmeraba en transformar en placer pues era cuando esas hermosas obres estaban plagadas de goce cuando se transformaban en las joyas más hermosas en todo el planeta.

El dolor de Ed se estaba disipando rápidamente. Después de otras cuantas situaciones semejantes a ésta, su interior había aprendido a aceptar a Roy y ahora, en los momentos en el que dejaba de ser Edward Elric y pasaba a ser una fusión de dos personas, podía disfrutar con total plenitud el placer que su amado le otorgaba.

Movió sus caderas indicando que podía empezar. Las embestidas no tardaron en llegar. Eran lentas y profundas, llegando a su punto más sensible. Sentía elevarse por los cielos mientras continuaban los movimientos.

De improvisto una lengua empezó a jugar con su abdomen y no pudo contener un fuerte gemido. Aquella lengua traviesa le recorría en círculos su pecho y a menudo se detenía en sus tetillas para chuparlas y morderlas. De tanto en tanto, la marca personal del pelinegro quedaba impresa en su lisa piel.  

Se sentía llegar al clímax, por lo que comenzó a moverse acompañando las embestidas de Roy. Él no tardó en interpretar lo que aquello significaba y aumento la velocidad de sus movimientos. Juntos, llegaron al punto de placer.

Entre jadeos se miraron a los ojos y se besaron apasionadamente.

-Te amo, Roy.

-Y yo te amo más, Ed.- el rubor cubrió la cara completa del menor, causándole gracia al pelinegro.-No te pongas así de rojo: esta noche recién comienza y estoy planeando decirte “te amo” unas cuantas veces más…

Con una sonrisa de lado, el rubio beso a su superior mientras aquel magnífico acto volvía a comenzar. Tal como en la carta que había originado todo esto, Ed volve´ria tarde a la casa de Huges. 

 


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