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Más que Hermanos. por Anacronismo

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—Pensar que mañana por la mañana ya será navidad… —Comentó Ron alegremente mientras se sentaba en su sofá— Genial esto de que Sirius pueda pasarla aquí y con nosotros.

—Sí, bastante… —murmuró Harry con una sonrisa de oreja a oreja. La verdad era, que estaba radiante de felicidad: Tendría una navidad con su padrino, con una linda familia, en una casa acogedora, con sus dos mejores amigos.

—Lo único que me inquieta —Dijo Hermione mirando a su alrededor con precaución— Es lo que Fred y George se traen entre manos.

—¿Por qué? —preguntó Ron sin prestarle mayor atención a lo que acababa de decir.

—Porque dijeron que de seguro para más de una persona harían que esta navidad fuera… inolvidable —Contestó nerviosa— ¿Qué creen que sea?

—No estoy seguro —Contestó Harry, preocupándose ligeramente— pero de todas formas, no creo que puedan hacer mucho con sus padres vigilándolos, ¿no es así?

—Oh, no… Mamá no puede estar todo el día observándolos detalladamente —Admitió Ron hundiéndose un poco en su sofá— Y papá, en el fondo logra divertirse un poco con sus bromas… Así que podríamos… quizás, sólo preocuparnos un poco.

—Podríamos… quizás decirles que los pondremos en detención si hacen algo —Sugirió Hermione, a quien la idea de sufrir una broma por parte de los gemelos, la asustaba considerablemente— Ya sabes… somos prefectos.

—¿Podrías… ocuparte tu de ello? —preguntó Ron sonrojándose— Ya sabes… yo vivo con ellos.

—¡Ron, necesito de tu cooperación de vez en cuando! —bufó molesta— Hasta ahora me has dejado las tareas desagradables a mi. No me gusta ir castigando a los alumnos y que de pronto las personas no me consideren tan agradable, pero de todas formas lo hago.

Él, avergonzado, chasqueo la lengua fingiendo que le estaba restando importancia. Sin embargo, Harry podía ver cómo sus orejas tomaban un tono rojo. Él sonrió, y comenzó a mirar cómo el fuego echaba chispas pequeñas.

—¡Están listos! —Exclamó una voz triunfal de pronto, sobresaltándolos.

Fred y George entraron a la sala, llenos de arreglos navideños en sus brazos, y con dos sonrisas satisfechas en sus labios. Se ubicaron a ambos lados de Hermione, consiguiendo que ésta se pusiera aún más nerviosa.

—¿No te intriga saber qué es esto? —preguntó Fred poniendo uno de los adornos sobre su cabeza. Ella la agitó violentamente y trató de sacárselo con las manos. Él rió— ¿Podrías decirme que es?

—Son muérdagos —contestó George— Muérdagos mágicos, creados por nosotros.

Sonrieron amplia y satisfactoriamente.

—¿Qué hacen? —preguntó ella con cuidado, mientras ambos colgaban un par en el techo.

—¿Ellos? —Preguntó George apuntándolos— Bueno… tienen el propósito de todos, ¿no? Hacer que los descuidados que se pararon bajo ellos se besen. O sino…

—… estos pequeños se asegurarán de hacerte pasar un mal rato —completó Fred, bastante feliz— ¿Quieren probar?

—No, no…

—No, gracias.

—Uh, pero vean cómo huele… que delicia —Comentó Ron, mirando hacia la cocina.

La sonrisa de los gemelos se acentuó.

—Bien, pero sepan que además de esta fantástica cualidad…

—Nuestros pequeños tienen otra característica bastante… agradable.

—¿Y cuál, si se puede saber? —preguntó Ron con un tono bastante irritado.

—Desaparecen y aparecen en cualquier lugar de la casa —Contestó George— Así que… básicamente o se resignan, o se la pasan con la cabeza hacia arriba.

—Y permítannos decirles que el dolor de cuello, no será ninguna gracia.

Hermione bufó, con sarcasmo.

—Bien, es una buena señal que ustedes no consideren todo como una gracia —Dijo mordazmente, y visiblemente molesta— Creí que su vida giraba en torno a las risas.

—Si, bueno… —murmuró Fred luciendo un poco ofendido— Terminaremos de colgar los muérdagos…

 [...]

La cena pasó tranquila. Un poco de los villancicos de la radio mágica, que de vez en cuando Sirius tarareaba con gran alegría ("Hacia Belén va un hipogrifo ring, ring, yo me hice un hechizo yo me lo quité"), la deliciosa cena de la señora Weasley, más los muérdagos mágicos que a todos tenían intranquilos. En especial a Harry, a quien no se le antojaba besar a Hermione, ni a Ginny. Y menos en presencia de Ron, pues sabía que si besaba a cualquiera de ellas, él no volvería a dirigirle la palabra en un buen tiempo. Bien, de todos modos, estos tenían con los reflejos bien activados y los nervios de punta de todos.

—¡Cuidado! —había exclamado Hermione, empujando a Sirius hacia atrás en el momento justo en el cual casi se topan bajo un muérdago.

—¿Qué? —preguntó él bruscamente.

—Arriba… un muérdago —murmuró ella apenada, y sin mirarlo a los ojos. Los gemelos no habían hecho nada más que darse miradas cómplices, y reír silenciosamente, bajo su mirada amenazante.  

Luego de la cena, y de que todos se retiraran cuidadosamente para no verse obligados a besar a alguien, Harry subió hacia su habitación compartida con Ron y Sirius (quien se ofreció para dormir en forma de perro). Ginny y Hermione durmieron en la que le pertenecía a la primera, luego de una larga noche de conversaciones femeninas. Sin embargo, Fred y George decidieron aguantar un par de horas más.

—¿Qué hora es? —preguntó George bostezando, y comenzando a sacar su pijamas.

—Las dos de la mañana —Contestó Fred en un murmuro desinteresado, mientras miraba fijamente su mesa en la cual trabajaba de espaldas a su hermano.

—Vaya, es navidad —Comentó George sonriendo— Hey, Fred… ¿Qué tanto haces? No has despegado la vista de ahí hace por lo menos media hora.

—Trabajaba —Contestó alegremente, volteándose— Al fin he terminado, creía que moriría…

—¿Qué hacías?

George se puso de pie y caminó hasta el escritorio. Vio una caja en forma de cubo, no muy grande, envuelta en papel verde con diseños que se movían, y un lazo rojo con puntos dorados.

—¡No lo veas! —Exclamó su hermano sacándolo y protegiéndolo— No lo abras.

—No iba a hacerlo, no soy imbécil —gruñó— ¿Para quién es?

—¿No que no eras imbécil? —preguntó sonriendo satisfecho, mientras lo desaparecía con un movimiento de su varita— Voy a acostarme, tengo sueño.

—Contéstame.

Fred lo miró de arriba a abajo, como si jamás lo hubiese visto en toda su vida. Luego de preguntarle si verdaderamente era su hermano,  y que el aludido  lo golpeara en la cabeza con un libro, rió y decidió contestarle.

—Es… para ti —Dijo en voz baja, dándole la espalda.

—¿Para mi? —preguntó sorprendido— Tu nunca…

—Si sé —lo interrumpió un poco avergonzado— me sobraba tiempo.

—Oh…

—Rayos… —murmuró Fred— Hey, George… ¿Me ayudas?

—¿Qué te sucede ahora? —preguntó volteando.

—Me atoré —Contestó con la voz ligeramente ahogada por la tela de su pijamas— Ayúdame…

George se le acercó, con una sonrisa resignada. Quizás fuesen iguales en muchísimas cosas, pero su hermano era, indudablemente, más torpe. Desde pequeños había sido así, pero tan sólo en los últimos años él se había dado cuenta de aquello. Le causaba una pequeña chispa de alegría dentro, cada vez que él le pedía que le ayudara a desatorarse. Jaló de la tela fuertemente.

—¡Auch! —Exclamó molesto— Torpe.

—Claro, ¿a mí no me dolió?

Fred había caído sobre George, de lado, enterrándole su hombro en la mitad de su pecho.

—¿Tenías que jalar de mí tan fuerte?

—¿Tenías que trabarte?

Ambos sonrieron, y trataron de ponerse de pié. Un pequeño "pop" llamó su atención, y voltearon la vista hacia el techo. Abrieron los ojos como platos. George aflojó sus brazos, dejando a Fred caer nuevamente al suelo, con un sonido sordo, quien se quejó y le golpeó el pie izquierdo con el puño. Volviendo en sí, lo ayudo a incorporarse rápidamente. Se miraron fijamente unos segundos, hasta que Fred desvió la vista con nerviosismo.

—¿Y bien? —preguntó George— ¿Qué hacemos?

—No tengo idea —Murmuró Fred, mientras miraba preocupadamente el muérdago sobre sus cabezas.


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