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Del odio al amor hay un buen trecho por KisaTheJoker

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Notas del fanfic:

© Square Enix All Rights Reserved

Pareja principal: AkuRoku

Notas del capitulo:

Aviso: Este primer capítulo se puede considerar como un prólogo, ya que realmente la historia empieza en el siguiente. El no leerlo no significará una pérdida enorme de la trama.

Ay, no sé. ¿Qué más decir? Realmente no pensaba colgar este todavía. Tengo otro proyecto AkuRoku que me interesa más, y este desde luego va para largo...

Bueno, espero que guste. Justo ahora tengo abierta la ventana de word con el capítulo dos empezado. Por lo que me callo ya...

•Capítulo 1
•Te odio porque te odio


–Twilight Town, 1997–

El momento en el que todo empezó...


Nubes. Lluvia. Truenos... ¿Y sol? Pues no. ¡Ja!
El ambiente en Twilight Town ese día no se podía decir que fuese muy caluroso.
Al contrario. Por la cara de mala leche que traían todos y cada uno de sus habitantes, se podía decir que hacía “un poquito” de frío, por decirlo suavemente...

Si... Bonito primer día de escuela, ¿verdad?

Quedaban poco menos de cinco minutos para que el colegio abriese finalmente sus puertas. Buenas noticias para los que llevaban quince minutos aguantando bajo la intensa y fastidiosa lluvia. ¡Al fin podrían entrar en un lugar seco! Es más... ¡con calefacción!

Pero claro, hay partes buenas y malas.
Y definitivamente, para los que se quedan dormidos y despiertan diez minutos antes de que suene el timbre de entrada... es malo. Y más aún cuando tienen el coche reparándose en el taller y han que recorrer todas las calles a patita.

Como resultado, en esos momentos una mujer rubia de veintitantos años corría por dichas calles de la ciudad a lo que casi se podía llamar velocidad luz mientras cargaba bajo uno de sus brazos a un pequeño de tres años prácticamente idéntico a ella.

—¡Maldición! ¡Llegaremos tarde tu primer día de clase! ¡Soy una mala madre! —gritaba ésta desesperada mientras se detenía y llevaba su mano libre a la altura de su frente, en un intento de ver algo más allá de las miles de gotas de lluvia que caían a alta velocidad.
Definitivamente se cargaría a su hijo. No al que llevaba con ella, sino al mayor.
Sí. Ese el cual se había levantado hora y media antes que todos –sin molestarse siquiera en despertarlos– para poder irse él solo a la escuela. Pero ese no era el punto ahora...

—No es para tanto, mamá —gritó el pequeño sin una gota de entusiasmo, siendo su voz prácticamente ahogada por el ruido de los truenos de fondo—. Si quieres nos volvemos a casa. Además, yo ni siquiera tengo ganas de ir a...

—¡Irás al colegio! ¡No puedes faltar el primer día! —exclamó ésta, cortando al rubio todas esperanzas de pasar un día más viendo la tele calentito en su casa. Y aclarado este punto, se aseguró de nuevo de tener a su hijo bien cogido y arrancó a correr de nuevo.


Y saltándonos la parte desesperada en la que la mamá del protagonista intenta presentarse a tiempo antes de que les cierren las puertas, finalmente llegaron.

Roxas se llevó una gran decepción al ver cómo todavía había un hombre al lado de la entrada principal, probablemente esperando a que los rezagados como... vamos, como ellos, llegasen.

—Llega tarde, señora —replicó éste, asomando su cabeza por debajo del paraguas cuando ésta llegó a su altura—. Estaba a punto de cerrar.

—¡Lo siento, lo siento! No volverá a pasar, en serio —se excusó la mujer haciendo mil reverencias en señal de disculpa—. ¿Puedo pasar?—preguntó, deteniéndose.

—Claro. Si se queda más tiempo aquí el niño enfermará.

—Vaya, gracias por preocuparse por mí. —murmuró disgustada.

—¿Uh?

—¡G–gracias! ¡Voy para allá! —Y dicho esto, empezó a avanzar a paso rápido hacia el edificio de clases.

Las madres de los otros niños nuevos ya empezaban a salir. Definitivamente las clases habían empezado.

—Ya llegué tarde. ¿De verdad no nos podemos ir? —volvió a insistir el rubio, alzando el rostro hacia su madre mientras ella lo dejaba en el suelo del pasillo.

—Roxas cariño, si vuelves a preguntarme eso pasaras la noche en este lugar, ¿sí?—contestó ella con voz angelical y dulce sonrisa—. Vale, aquí es. —suspiró aliviada al ver al fin la puerta con el cartelito de «P–3 A» colgando en el centro.

Y ya más relajada, tomó la mano del pequeño, se aceró a ella y dio tres golpes. Tras oír un «adelante», entró.

—Buenos días. —saludó la rubia con una mano en la nuca mientras empujaba a su hijo al interior de la clase.

—¿Qué buenos? Pero si está lloviendo. —replicó éste, mirándola con el ceño fruncido.

—Calla niño. Siento mucho la tardanza, de verdad que no volverá a pasar. —se disculpó, imitando las mil reverencias que hizo con el tipo de la entrada.

—No se preocupe, no pasa nada si los pequeños llegan un poco tarde —la tranquilizó la mujer a cargo de la clase, sonriente—. Y más hoy, con este tiempo, se la pasarán jugando dentro de clase todo el día.

Mientras ambas mujeres hablaban, un chico que se divertía jugando a pegar a un oso de felpa con un libro captó la presencia del rubio.

—¡Roxas! —exclamó éste al verlo. Y dejando de lado su tarea de torturar al oso, corrió con torpeza hacia el aludido—. ¡Al fin llegas, te tardaste! —le reprochó, agarrándolo del brazo y tirando de él.

—¿Ah? Sora, ¿ya os conocéis? —preguntó extrañada la señorita, mirando curiosa a ambos niños.

—¡Claro que sí, él es mi primo! —gritó excesivamente emocionado el castaño, apretando todavía más fuerte el brazo del otro—. ¡Vamos! ¡Te enseñaré dónde están los mejores juguetes!

—Alto ahí, Sora —antes de que el chico arrancase a correr, la rubia colocó una mano en el hombro de su sobrino para detenerlo—. Roxas, el impermeable. —tras quitárselo de un tirón en menos de medio segundo, soltó al castaño y ambos salieron corriendo.

—Yo me ocupo, puede irse tranquila. —le aseguró la mujer mientras lo tomaba y lo colgaba junto con los abrigos y bolsas del resto de niños.

—En fin, me voy ya... ¡Roxas, ¿qué es eso de no despedirte de tu madre?!—exclamó molesta, señalando a su hijo con dedo acusador mientras éste se dedicaba ahora a torturar un conejo de peluche junto con su primo. Al verla, suspiró y se dirigió a ella con paso rápido.

—Hasta la tarde mamá. —murmuró éste mientras la mayor se agachaba y lo abrazaba.

—¿Qué clase de hijo eres? Se supone que es tu primer día. ¿Por qué no suplicas que me quede o que te lleve a casa?—preguntó de forma dramática abrazándolo y restregando su mejilla con la del pequeño.

—Porque aquí hay muchos más juguetes que en casa; y si te quedases me vería obligado a jugar contigo.

—Gracias hijo. —murmuró ofendida.

—Adiós mamá. —Y sin más, volvió corriendo junto con su primo.

Finalmente, tras despedirse también de la señorita, se fue.


El resto de la mañana se la pasaron jugando en el interior de la clase. Pese a tener millones de cosas con las que jugar en el aula, muchos niños se sentían como presos, viendo desanimados desde la ventana cómo no dejaba de llover. Roxas era uno de ellos.


—¿Cuándo podremos salir a jugar fuera? —preguntó de pronto una niña rubia de ojos azules mientras peinaba con las manos una muñeca.

—Pues... Lo siento Naminé, pero aunque dejase de llover no podríais salir. —confesó la mayor con una sonrisa de disculpa, ganándose con esto montones de quejas por parte de toda la clase.

—¡¿Por qué no?!

—¡Aquí me aburro!

—¡Yo quiero ir a jugar al tobogán!

—¡Basta chicos! ¿No veis que está todo mojado? Nadie saldrá hoy hasta que vengan a buscaros para volver a casa. —concluyó la mujer en plan autoritario, cruzándose de brazos para dar más fuerza a sus palabras. Y justo en ese momento, sonó el timbre.

—¿Nos vamos ya? —preguntó Sora, levantándose de golpe del suelo. Toda la clase lo imitó.

—No chicos. Es la hora de comer —aclaró la mujer, dirigiéndose a un armario y sacando de él una cuerda de unos cinco metros—. ¿Tenéis hambre? —preguntó, de nuevo sonriente mientras la tendía en el suelo, dejándola completamente recta. Tras oír un fuerte «si» a coro, ordenó a todos que se agarrasen a una parte de dicha cuerda—. Y no la soltéis, ¿entendido? Ahora iremos a la cafetería del colegio.

Y dicho y hecho, con el orden que se podía esperar de una panda de críos de tres años, la mujer tomó la punta de la cuerda y los dirigió por los pasillos hacia el comedor, topándose por el camino con otros grupos de niños pequeños de las distintas clases.


—¿Es aquí? —preguntó Sora asombrado, observando con atención todos los rincones de la gran sala a la que acababan de llegar. Paredes blancas, toda ella llena de mesas. Vamos, lo que se dice un comedor normal y corriente.

—Exacto. Vamos. —Los minutos siguientes, la mujer los pasó colocando a todos los pequeños en sus correspondientes lugares, controlando cuando alguno se escapaba para cambiarse de sitio, y regañando al que le daba por pegar a uno de sus compañeros por simple aburrimiento.

Pero cómo no, siempre tenía que haber alguno especialmente problemático.

—¡Sora, no te lo volveré a repetir! ¡A tu sitio! —exclamó la profesora por vigésimo cuarta vez al ver al castaño de nuevo levantado.

—¡Pero quiero sentarme al lado de mi primo! —replicó, haciendo pucheros mientras se agarraba fuertemente a la camisa del aludido—. Yo no quiero estar al lado de esas tontas. —continuó, señalando el grupo de niñas con el que le había tocado sentarse.

—¡Sora, insultar está mal! ¡Pide perdón ahora mismo!

—¡No!

La mujer respiró hondo. Al fin y al cabo, esta no era la primera vez que se topaba con un alumno testarudo.

—Muy bien, estás castigado —concluyó, acercándose a él y tomándolo de la mano—. Hoy comerás solo. Y cuando venga tu mamá a recogerte le diremos cómo de mal te has portado.

—¡Pero...!

—¡Nada de peros! —Dicho esto, lo sentó en una de las mesas más apartadas de los alumnos y más cercana a las de profesores—. Y más te vale portarte bien ahora. —Sora se cruzó de brazos al oírla; aun así, no se movió de la silla.

Y mientras esto ocurría, Roxas lo miraba con algo de lástima desde su puesto. Si conocía bien a su primo, sabía que no tardaría en empezar a llorar.
Quería ir hasta él para comer a su lado y que no se sintiera solo, pero no estaba dispuesto a arriesgarse a ganarse el mismo castigo que él. La suya no era la única mesa libre cercana a la de los profesores...

De pronto, una voz proveniente de una de las mesas de su alrededor le llamó la atención.

—Que chico más tonto. —comentó alguien con tono burlón. El rubio supo al instante a quién se referían.

—Sí, mira que montar tanto escándalo por querer sentarse en otro sitio. —continuó otro con la risa marcada en la voz.

—¡Ja, ja! ¡Mirad, ahora va y se pone a llorar! —exclamó el primero, divertido por la situación. Roxas frunció el ceño y dirigió de nuevo su mirada hacia su primo. Definitivamente, se referían a él. Ahora el castaño había hundido la cara entre sus brazos apoyados en la mesa mientras sollozaba en silencio.
Una nueva tanda de risas por parte del grupo que se encontraba tras él lo hizo levantarse enfadado.

Eran cuatro, no mucho mayores que él, de unos cinco años. Pero le sacaban casi una cabeza de altura.
Al verlos, a Roxas le recordó a la serie de los Teletubbies que había visto al día anterior.
Uno era rubio, otro con el pelo rosado, otro de azul y un último pelirrojo. Uno de cada color.

—Ey, vosotros —exclamó, plantándose delante de su mesa con las manos en la cintura en plan superman—. ¡Dejad de reíros de él ahora mismo! —ordenó, con la misma voz autoritaria que su profesora.

Tras un breve silencio, los cuatro se miraron entre ellos y empezaron a reírse.

—¡Ya basta! —insistió Roxas, dando un paso hacia ellos.

—Vuelve a tu mesa, niño. —propuso el chico de pelo rosa con un gesto de mano.

—Sí, mejor no te metas con los chicos mayores que tú. —continuó el rubio con una sonrisa divertida mientras levantaba con una mano una guitarra de juguete en forma de amenaza.

—¡Me da igual que seáis mayores! ¡Sois unos idi...!

—Ey, alto ahí, enano —El chico pelirrojo se levantó con el ceño fruncido—. ¿Un payaso como tú se atreve a insultarnos? Uuuy, ¡qué miedo! —exclamó burlón mientras se colocaba delante de él. Roxas tuvo que alzar el rostro para mirarlo a la cara.
Tenía los ojos de un verde intenso, y por muy infantiles que pareciesen sus rasgos, su sonrisa no dejaba de ser algo malvada. Un escalofrío recorrió su cuerpo, aun así, no se echó para atrás.

—Solo quiero que dejéis de burlaros de mi primo. —murmuró, amenazante. Si no fuese un niño de tres años, se podría decir que lo estaba asesinando con la mirada.

—¿Y qué harás si no lo hacemos? ¿Decírselo a algún profesor? —El pelirrojo volvió a reírse, siendo seguido por sus tres amigos. De pronto se calló—. Oh, espera. ¿Has dicho que es tu primo? —preguntó, dirigiendo la mirada al castaño. Tras el asentimiento del rubio, volvió a sonreír—. ¿Y qué? ¿Llorarás igual que él?—De nuevo, más risas.

Al ver cómo además de su primo, ahora también se burlaban de él, cerró las manos en puño lleno de rabia.

—Oh, vaya... ¿me vas a pegar? —Esta vez mostró una sonrisa maliciosa—. ¿Un debilucho como tú? ¡Ja! —Y concluyó la frase con un empujón que hizo que el rubio cayese directo al piso.

—¡Te voy a...! —Su reacción no se hizo de esperar. Al instante, se levantó y, sin dar tiempo a reaccionar al mayor, lo pateó en el estómago con todas sus fuerzas.

—¡Vosotros dos! —exclamó una de las profesoras al verlos. Esto no los detuvo. Tras la patada, el pelirrojo lo golpeó con la palma de la mano en la frente, haciéndolo retroceder unos segundos. Para terminar, Roxas se abalanzó sobre él y le mordió el brazo.

—¡Ay! ¡Suéltame! —gritó la ahora víctima, intentando quitárselo de encima a base de tirones del pelo.

—¡Axel, Roxas! ¡Quietos ahora mismo! —vociferó la profesora, acercándose a ellos hecha una furia. Ahora, toda la atención estaba centrada en ambos chicos—. ¡Castigados! Los dos. —concluyó, tomando a cada uno del brazo y dirigiéndolos hacia la mesa libre.

—¡Venga va, ha empezado él! —exclamó Axel, intentando zafarse del agarre.

—¡No es cierto! ¡Él empezó insul...!

—Me da igual quién empezó y quién no. Los dos habéis sido malos —Al llegar a la mesa, sentó uno en frente del otro—. Y ahora quiero que os comportéis —Otra de las profesoras les trajo la comida abandonada en sus respectivas mesas—. Acabad de comer, y después ya veremos qué hacer con vosotros.

Tras esta advertencia, se fue, dejando entre ellos un silencio cargado de rabia en el que ni se dirigían la mirada.

Pasados unos minutos, ligeramente más tranquilo Roxas volvió la vista hacia la mesa donde se encontraba su primo. Le sorprendió ver que ahora no estaba solo.
Por lo visto, un chico uno o dos años mayor que él, de cabello blanco, se había acercado al verlo llorar y ahora se encontraba consolándolo, con una de las manos en la cabeza del castaño mientras le sonreía para animarlo.
En fin... Al menos estaba bien acompañado.

No como él...

De nuevo molesto, volvió la vista al frente, solo para encontrarse al tal Axel asesinando a su comida con el tenedor, sin llevarse nada a la boca.

—Te llamas Roxas, ¿verdad?—preguntó de pronto con voz aparentemente tranquila, sin levantar la vista de su plato. El rubio lo miró desconfiado.

—Sí. —respondió, todavía alerta.

—Vale... Ey, Roxas.

—¿Qué?

—Te odio.

Dando por terminada esta conversación, ambos continuaron comiendo en total silencio. ¿Que lo odiaba? ¡Ja! Desde luego, no más que él.

 



–Twilight Town, 1999–
Cosas de críos


Era el tercer y último año de parvulario de Roxas. Hacía poco más de una semana que habían empezado el curso, y el año que viene, empezaría finalmente la primaria. Que bien, ¿no? Primaria era la antesala de los deberes...

Durante los dos años pasados no solo se había hecho amigo de prácticamente toda su clase, sino también de alumnos de su mismo curso y alguno de los menores; por lo que ahora, cada vez que tocaba la hora de descanso se ajuntaba con ellos.


Y pasando hablar de dicha zona de descanso, ésta estaba dividida en dos partes:
La primera, y dicho sea de paso más pequeña, era la que pertenecía a los alumnos de parvulario. Es decir, los que se encontraban entre los tres y cinco años.
No tenía pista de fútbol, pero si montones de lugares en los que divertirse. Toboganes, columpios, cajas de arena y bla, bla, bla...

Por otro lado, separados por una verja de barrotes de metal, se encontraba, con un tamaño casi el triple de grande, la de los alumnos de primaria.
Dos pistas de fútbol y básket respectivamente, el gimnasio, y una gran explanada llena de árboles, lugar perfecto cuando uno quiere esconderse de los profesores de guardia.

E interrumpiéndome con la descripción de ambas zonas, de pronto sonó el timbre, cosa que hizo que a los dos minutos los exteriores del colegio se llenasen de escandalosos niños más tres o cuatro agotados profesores.

—¡Ey, Roxas! ¿Vamos al tobogán? —preguntó emocionado un chico rubio de ojos marrones mientras lo cogía de la mano y tiraba de él en dirección al lugar nombrado sin siquiera dejarlo responder.

—¡No! ¡Roxas, me dijiste que iríamos juntos a hacer un castillo de arena! —replicó su primo, tomándolo de la otra mano—. ¡Vamos!

—¡Sora! ¡Tú me prometiste que jugaríamos a papás y a mamás! —exclamó tras él una pelirroja, colocando ambas manos en la cintura mientras tras ella se asomaban otras dos chicas de su misma edad.

—Pero Kairi, eso es un aburrimiento. Yo no...

—¡Venga Roxas! —Y así fue como Hayner, el anterior rubio, logró llevarse al ojiazul a jugar al tobogán sin problemas.

—Vamos Sora—por otro lado, las tres chicas, Kairi, Naminé y Olette, se llevaron a la fuerza al castaño a jugar al increíble, entretenido y maravilloso juego –nótese el sarcasmo– de papás y mamás.


Y volviendo con ambos rubios, finalmente el ojimarrón había logrado arrastrar al otro a su lugar favorito de entre todos.

—Hayner, me aburre este sitio. —confesó Roxas, mirando aburrido el tobogán con forma de elefante.

—¡¿Qué?! ¡P–pero si...!

—Pero nada. Quiero ir a otro sitio—reclamó, buscando con la mirada algún lugar más interesante.

Mientras Hayner seguía explicando lo genial que era lanzarse por el tobogán –y empujar a otros para que lo hiciesen–, algo captó la atención de Roxas. A lo lejos, al otro lado de la valla de separación, podía ver cómo los alumnos de primaria se dedicaban a jugar un partido de fútbol.
Venga va, ellos tanto espacio libre, y mientras, él no podía ni chutar una pelota sin golpear la cara de algún alumno despistado cruzándose por el medio.

Y sin despegar la mirada del partido de primaria, se acercó lo máximo que pudo a ellos, ignorando las quejas de su rubio amigo, hasta los barrotes de separación que lo limitaba.

—¡Roxas, ¿me escuchas?!

—Sí, sí...

—¡Roxas! —El aludido bufó molesto y volvió la mirada hacia su interlocutor.

—¿Qué?

—Vamos a jugar.

—No. Me quedo aquí. —concluyó, retomando su tarea de... mirar.

—...... ¿Quieres jugar al fútbol? —propuso de pronto, en un intento desesperado de que le hiciese caso. Al oír esto, Roxas volvió a mirarlo, esta vez con el interés reflejado en los ojos.

—Si —Frunció el ceño—. Pero aquí no hay sitio, y si golpeamos a alguien por accidente nos castigarán.

—Tendremos cuidado. —insistió esperanzado.

El ojiazul ni se lo pensó y asintió sonriente. Al instante Hayner empezó a caminar a paso rápido en dirección al edificio.

—Vale, ahora hay que ir a por una pel... ¡¡Ay!! —De pronto, algo cayó en su cabeza y lo golpeó con fuerza, enviando su cara directamente al suelo.

—¡Hayner! —Alarmado, Roxas corrió hacia él.

—¡¡Ey, tú!! —Al momento en el que se agachó en ayuda de su amigo, alguien lo llamó desde el otro lado de la verja. El rubio volvió la vista confuso. Lo primero con lo que se topó fue con los ojos verdes que tanto odiaba, esos que millones de veces lo habían hecho rabiar a lo largo de los pocos años que había pasado en la escuela. Ahora, mirándole con expresión divertida tras los barrotes—. ¡Pásame la pelota!

Una orden.
Sí. Eso había sido una orden.

—¿Ni siquiera vas a pedirle perdón? —preguntó con rencor, dejando a su amigo y acercándose una vez más a la verja.

—¡Ja! ¿Perdón por qué? ¿Porque tú y tu amiguito sois unos torpes? Creo que no.

—Axel... —El rubio que acompañaba al pelirrojo le dio un codazo—. ¿Quieres recuperar la pelota o no?

—Demyx, le pediré perdón... cuando los cerdos vuelen. —aclaró el ojiverde con una sonrisa arrogante.

—Entonces espera sentado a que te la devuelva. —replicó Roxas triunfante.

—¡Oye tú, enano...!

—¡No me llames enano, idiota!

—Mira, porque está esta valla en medio, si no...

—¿Si no qué? ¡Tú no podrías conmigo!

—¡Soy mayor que tú! ¡Y tanto que podría!

De pronto, el rubio quedó en silencio. Dirigió su mirada a la pelota; a Axel y una vez más a la pelota. Sonrió malicioso.

—Ahora la pelota es mía. Ja-ja. —Sí, se sentía genial. Con una sonrisa arrogante en la cara, se acercó a la pelota y la tomó. Dio media vuelta y, tras enseñársela triunfante a Axel, se dirigió hacia su amigo –el cual por cierto ya se había levantado– para después ambos salir corriendo en dirección contraria.

—¡No huyas, enano! —gritó el pelirrojo, intentando en vano cruzar entre los barrotes—. ¡Esta me la pagas! ¡Lo juro! Agh... ¡Te odio!

Pero Roxas ya se había ido.



–Twilight Town, 2000–
Guerra de comida


Roxas, seis años. Su primer día de primaria.
¿Nervioso?

—Cloud, ¿me pasas la mermelada?

En absoluto.

¿Su madre?

—¡¡Ah!! ¡¿Dónde está la mochila?! ¡La mochila! ¡Roxas, Cloud! ¡Terminad ya de desayunar, tenemos que irnos!

Un poquito...

Mientras la mujer corría de arriba abajo por toda la casa, los tres, padre e hijos, desayunaban tranquilamente en la cocina.

—Papá, dijiste que hoy me llevarías en coche al colegio, ¿verdad? —preguntó el pequeño para asegurarse, intentando entender los gritos histéricos de su madre.

—Exacto. —asintió éste, pasando la página del periódico mientras tomaba un sorbo de café.

—¿Y por qué mamá está tan...? Umm...

—No te preocupes, siempre ha sido un poco nerviosa con los eventos especiales. —le aseguró su hermano mayor, con tono aburrido.

—Ah...

—¡¿Qué hacéis aquí plantados?! ¡Andando! —exclamó ésta al ver la tranquilidad con la que comían.

—Mamá —El rubio mayor frunció el ceño con molestia—. Es mi primer día de secundaria, no pienso dejar que me llevéis.
Ésta se detuvo unos segundos a pensarlo.

—¿Acaso vas a perderte el primer día de primaria de Roxy? —insistió, sabiendo de antemano la respuesta—. Agh... Está bien, puedes ir tu solo—el chico sonrió triunfante—. ¡Pero ve con cuidado!

—Sí, sí...

Y logró librarse.
Ahora le tocaba el turno a padre e hijo.

—Vosotros dos. Vamos.

Tras un suspiro resignado, ambos se levantaron y siguieron obedientes a la mujer.


—El cinturón. —ordenó la rubia nada más poner un pié en el coche.

—Sí...

El motor del coche arrancó.

—¿Llevas los libros? —preguntó ella, volviendo la cabeza hacia el asiento trasero.

—En la mochila.

—¿La comida para el descanso?

—En la mochila.

—¿Lápiz y goma?

—En la mochila... —volvió a repetir, irritado por segundos.

—Roxas... ¿Y la mochila? —el pequeño repasó el asiento trasero con la mirada sin encontrar resultado.

El coche se quedó en silencio.

Pese a tener que frenar, encontrar una calle para poder girar, volver a casa a por la mochila y volver a dar la vuelta, llegaron al colegio a tiempo.

—Pásalo bien, cariño. Y recuerda comportarte, ¿sí? —Lo despidió su madre, dándole un abrazo y un beso en la mejilla.

—Si... No queremos quejas sobre ti el primer día. —continuó su padre, recordando aquella primera vez de parvulario y la charla de educación que les soltó la profesora a la vuelta.

—Tranquilos, prometo comportarme. —aseguró el rubio con una sonrisa.

—Oh, entonces también vigilarás que Sora no se meta en ningún lío, ¿verdad? —preguntó una voz femenina tras ambos padres.

—¡Mamá, se cómo tengo que portarme! —replicó esta vez la voz aguda de su primo—. ¡Roxas, vamos! —exclamó el castaño, tomándolo del brazo y arrastrándolo hacia la entrada.

—¡Hasta la tarde! —gritó la primera, viendo cómo ambos chicos huían de ellos, adentrándose en el edificio de clases—. Par de demonios...

—¿Qué se le va a hacer? Ahora somos tan interesantes que prefieren ignorarnos. —concluyó la rubia con un suspiro. Y así, los tres adultos se dieron en retirada.


—Ey, Roxas. ¿Sabes cuál es mi clase? —preguntó de pronto Sora, mirando con duda a su alrededor. Ahora que empezaban primaria, habían pasado a estar en la parte del edificio con más pasillos, más escaleras y evidentemente con más clases. El castaño sabía que tenía un 99.9% de posibilidades de perderse.

—Umm... ¿No se supone que nos pusieron en la misma aula?

—¿En serio? ¡Genial! La verdad es que se me olvidó venir a comprobarlo —confesó, llevándose una mano a la nuca mientras sonreía—. Y... ¿dónde es?

Definitivamente era un caso perdido.

—¿Se puede saber dónde estabas el día de puertas abiertas? Porque te digo que yo vine aquí para situarme.

—Ay, no seas pesado. Tú dime dónde ir y ya.

Tras un suspiro, Roxas se dispuso a guiar al torpe de su primo a su correspondiente clase, cosa que realmente le costó, ya que, al contrario que en los pasillos del parvulario, estos estaban a rebosar de gente, mezclando con ellos incluso a chicos que les doblaban la altura.

—¿Es por aquí? —preguntó un confuso Sora, intentando ver algo a través del tumulto de gente que se arremolinaba a su alrededor.

—Pues... —De la misma forma, Roxas intentaba situarse—. No lo sé... No había tanta gente cuando vine aquí...

—Claro que no. Las clases todavía no habían empezado. —replicó el castaño ceñudo.

—No me digas. ¿Uh? ¡Mira, ahí! —exclamó de pronto al ver el cartelito «1º A» colgando sobre una de las muchas puertas—. Vamos.

—¡Sí!

Y todo alegres por haber encontrado al fin su aula, se abrieron paso casi a empujones hasta llegar a ella. Pero de pronto, a pocos metros de llegar, Sora calló al suelo en mitad de lo que se podía llamar una estampida de alumnos.

Y Roxas ni cuenta se dio. Continuó su camino hacia lugar seguro.

—¡Roxas, sigo aquí! ¡¿Se puede saber por qué me abandonas?!

—Pero mira que eres torpe. —murmuró alguien tras él. De improvisto, lo agarraron del brazo y lo levantaron de un tirón.

—¡Oye tú, ¿quién te crees que...?! ¡Riku!

—¿Sabes, Sora? El suelo del pasillo no es un buen lugar para dormir, y más aún cuando está lleno de gente. —comentó con una sonrisa.

—Vaya, gracias por el consejo —replicó divertido—. ¿Qué haces aquí?

—Bueno, yo podría preguntarte lo mismo. ¿Por qué estamos en la escuela?

—¿Sora? —Sí, finalmente, al darse cuenta de la ausencia de su primo, Roxas había vuelto a buscarlo. Miró curioso al peliblanco—. ¿Quién es él?

—Es Riku, a veces jugábamos juntos en el parvulario —respondió el castaño, señalando directamente la cara del chico—. Es un año mayor que nosotros, vive en el centro de la ciudad, es hijo único...

—Sora —Había que cortarlo—. Solo te he preguntado por su nombre...

—Oh, sí... Lo siento.

—Bueno, yo me voy ya —avisó el peliblanco—. ¿Nos vemos en el descanso?

—¡Claro!

—En la cafetería. Vale, entonces... Adiós, Sora. Adiós, eh... —Volvió la vista hacia el rubio.

—Roxas.

—Lo tengo. Nos vemos chicos. —Tras la despedida, dio media vuelta y se alejó de ellos.

—Ah... ¡¡Adiós!! —gritó Sora, destrozando los tímpanos de todo ser viviente que se encontrase cerca de él –Roxas incluido–, con tal de que Riku lo oyese.

—Ahora sí, ¿vamos? —pidió cansado el rubio, mirando molesto a su primo por el repentino grito.

—Sí, sí...

Y tras tanto alboroto, al fin entraron en clase.
La primera persona con la que Sora se encontró fue la acosadora pelirroja de la que siempre intentaba escapar en los descansos de los años anteriores.

—¡Sora, siéntate aquí! —exclamó ésta al verlo, palmeando la mesa contigua a la suya. El aludido frunció el ceño, buscando la ayuda de su primo con la mirada.

—Venga va, tampoco es para tanto.

—Eso lo dices porque no es a ti a quien se la pasa siguiendo todo el día... —susurró con expresión molesta.

—¡Sora! —exclamó autoritaria.

—Si... —No tuvo otra opción que hacer caso a la chica antes de que a ésta le diese por levantarse e ir a buscarlo ella misma.

—¡Roxas, te he guardado sitio! —Por otro lado, había una persona la cual sí que se encargó de ir a buscarlo personalmente para asegurarse de que se sentaba con él.
Al llegar al que sería a partir de ahora su asiento, Roxas miró a su alrededor, intentando identificar a todos los que habían sido sus compañeros, o al menos sus amigos, en los anteriores cursos.

Por un lado, en frente de él se sentaba Pince con un chico desconocido para él. Tres filas más hacia atrás, se encontraban Naminé y Olette, y justo a la derecha de éstas, Kairi y su primo, el cual todavía lo miraba suplicante. Y justo a su lado, Hayner.

—A vuestros puestos todos. —Finalmente llegó el profesor para poner orden. Lo primero que pensaron la mayoría de alumnos al ver su cara fue: «ay, qué miedo». Y es que había motivo para tenerlo... Pelo recogido, oscuro y con rastas; y justo debajo de las orejas, algo parecido a dos orugas gigantes del mismo color del cabello.
El pobre hombre tenía una cara de malas pulgas que poca gente era la que podría aguantarlo. Pero qué se le iba a hacer. Es bien sabido que lo peor que le puede pasar a un profesor es que le asignen tutor de los más pequeños, revoltosos e inaguantables de la escuela.
En ese caso, la clase de primero.

Y no tardaron en demostrárselo.

—¡Anima esa cara, hombre! —exclamó de pronto Sora, poniéndose de rodillas en su silla para que todos lo viesen—. ¡Te ha tocado conmigo, vamos, ¿no estás contento?!

Al instante, toda la clase estalló en carcajadas.
El hombre clavó su mirada en él.

—Vaya, vaya, vaya... Sí que se ha dado a conocer pronto el payaso de la clase. ¿Cómo te llamas, joven?

—¡Sora! —Pese a la mirada de advertencia que le había enviado su primo, éste continuó con la misma onda—. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?

El hombre sonrió casi con maldad.

—Llámame Xaldin.

—¿Y no puedo llamarte simplemente profe?

—En cualquier caso, profesor —respondió con voz neutra—. Pero te diré algo, Sora...—lentamente, se acercó hacia el castaño. Todos a su alrededor tragaron saliva—. No me gustan los chicos graciosos, ¿sabes? Siempre que se las ven conmigo acaban muy mal —comentó amenazante mientras se plantaba delante de su mesa y colocaba su rostro a la altura del menor—. Así que por tu bien, espero que sepas comportarte en lo que queda de curso. ¿Entendido?

—Tranquilo, lo he pillado. —Roxas se llevó una mano a la frente. Definitivamente, no tenía remedio.

Con esto, ya había logrado ganarse el odio del profesor.

En lo que continuó de clase, «el profe» se la pasó explicando todas las nuevas reglas del colegio, y lo que conllevaba el no cumplirlas –al nombrar esta parte miró amenazante a Sora–. Tras esto, escribió el horario en la pizarra y repartió un mapa del edificio a cada alumno, por si a alguno se le ocurría la genial idea de llegar tarde a clase con la excusa de «me perdí».

Al castaño le dio dos. Tampoco quería la excusa de «lo extravié».

Y fue a la siguiente hora cuando empezaron realmente las clases.

Por lo tanto, dos horas después...:
—¡¡Al fin libre!! —Ya uno bien se puede imaginar quién dijo esto. Con un bostezo, Sora se estiró de brazos mientras salía por la puerta del aula—. Menudo aburrimiento, ¿verdad?—comentó, aun teniendo a la profesora delante.
Roxas se limitó a quedar en silencio.

¿Vigilar que su primo no se metiese en ningún lío? ¿Qué broma era esa? Estaba condenado...

—Roxas, ¿vamos a la cafetería o prefieres ir al patio? —preguntó Hayner, apareciendo de repente frente a él, provocando que éste casi cayese al piso del susto.

—Eh... Bueno, supongo que estaría bien ir a ver el exterior.

—¿Y jugar después al fútbol?

—Desde luego.

—¿Qué? ¡No! ¡Roxas, quedamos en vernos con Riku ahora!

—Sora, puedes ir tú solo. —replicó el ojimarrón, mirándolo ceñudo con los brazos cruzados—. Vamos Roxas, díselo tú.
El rubio lo miró culpable.

—Lo siento Hayner, lo prometí.

—¡Ja! —El castaño lo miró triunfante mientras se llevaba a su primo a rastras—. Vale, ahora a buscar a Riku.

—¡Esperad! —Al instante, ambos chicos se encontraban rodeados.

—¡Yo voy con vosotros!

—¡Y yo!

—¡Si, vamos todos!

—Genial... —Todos se habían unido a ellos. Las tres chicas y Pince.
No podía decirles que se fueran a molestar a otro. Era de mala educación.

Hayner seguía mirando al moreno con reproche. Aun así, terminó por unirse también al grupo.
Y de esa manera, siendo encabezados por Sora, se dirigieron a la cafetería.

—¡¡Riku!! —Un nuevo grito destroza-tímpanos fue lo que soltó el castaño al ver a la persona buscada en una de las mesas—. ¡Vamos! ¡Está allí, está allí! —exclamó, realmente emocionado.

Al divisar al grupo de chicos, el peliblanco alzó la mano para que se acercasen.
El chico se encontraba en una de las mesas del centro. Pero no solo, cosa que paralizó por unos instantes al moreno.
Cuando llegaron hasta él, Riku se levantó.

—Sora, al fin llegas —saludó éste—. No sabía que vendríais tantos. Umm... Chicos, creo que habrá que buscar una mesa más grande. —comentó, dirigiéndose al resto.

—Venga va Riku, podemos hacerles hueco.

Al oír esta voz, Roxas giró instintivamente el rostro hacia el chico que habló.
No. No era cierto pelirrojo irritante. Pero era uno de los chicos que siempre iban con él.
Demyx. Si, con el tiempo había terminado por aprenderse su nombre, ¿y qué?

Tras cerciorarse de que era él, repasó la mesa al completo con la mirada.
También estaban con él Zexion, el niño raro que prefería los libros a las personas, Larxene, la niña rara que siempre estaba enfadada, y Marluxia... el niño raro.
Pero por suerte para él, además de estos cuatro chicos y Riku, no había nadie más.

—¿Os sentáis o no? —preguntó el peliblanco mientras les hacía sitio, empujando al resto para que colaborasen.

Al instante, Sora se sentó a su lado, seguido por Kairi al otro.

Con el tiempo –o más bien, con los pocos minutos que pasaron todos ahí sentados–, Roxas pudo darse cuenta de que en verdad los chicos eran agradables, incluso Larxene, quitando el que siempre mirase a todos como si fuese superior. En fin...

Por lo que pudo llegar a la conclusión de que el único y mayor problema, era Axel.

Y hablando del Rey de Roma...

—Siento tardarme —La cara animada del rubio pasó en segundos a una molesta al oír esta voz—. El de historia quería hablar conmigo. —explicó éste con el ceño fruncido mientras empujaba ligeramente a Demyx para que le hiciese sitio, a él y a su bandeja de comida.

Ahora eran trece en una mesa para diez.

A los pocos segundos de sentarse, el pelirrojo sintió algo así como malas vibraciones sobre él. Como si alguien le estuviese echando un mal de ojo en esos momentos...
Y así, alzó la vista solo para encontrarse con los ojos azules de...

—¿Enano? —El aludido le devolvió una mirada amenazante, retándolo.
Todos los de la mesa habrían jurado que estaban viendo rayos salir de los ojos de ambos.
Demyx le quitó a su compañero el tenedor y el cuchillo de plástico por prevención.

—Umm... ¿Ocurre algo? —Haciendo contraste con la tensión que había ahora en el ambiente, Riku observaba a los chicos con curiosidad. Al parecer, era el único que no sabía sobre la “amistad” que había entre esos dos.

—Riku—Axel lo llamó abruptamente —. ¿Se puede saber qué hace «este» aquí?

—Es el primo de Sora, Axel, controla tu tono.

—¡Ya sé que es el primo se Sora! —exclamó, levantándose y clavando las manos en la mesa de un fuerte golpe—. ¡Lo que he preguntado es por qué él está aquí!

—¿Y no se te ha pasado por la cabeza la idea de «estoy aquí porque me da la gana»? —replicó el rubio, imitando el gesto de éste mientras lo miraba desafiante.
Todos enmudecieron, a espera de la inevitable pelea. Sabían que si se metían en medio acabarían mal, así que... ¿por qué no dejarlos?

—Siempre me siento es esta mesa con MIS amigos. Por lo que ya te estás abriendo, enano.

—Riku nos invitó, y si te sientes incómodo hay una fácil solución: ¡lárgate!

—¡¿Cómo?! ¡¿Un enano como tú me va a dar órdenes?!

—¡Enano, enano, enano! ¡¿No sabes decir otra cosa?! ¡Inculto!

—Esto... chicos... —Al final, Sora era el único que se preocupaba realmente en cómo podía terminar todo esto.

—¡¿Qué me has llamado?!

—Escuchad...

—¡¿Además de inculto eres estúpido?!

—Ey...

—¡¡Cállate!! —gritaron ambos al mismo tiempo. El castaño obedeció al instante. Al menos lo había intentado, ¿no?

—Ugh... ya estoy harto —murmuró Axel, aun sin apartar la mirada del ojiazul—. ¿No te irás, verdad?

—Pues claro que no. —declaró el rubio, cruzándose de brazos y plantándose en el sitio.

—Tú lo has querido... —Dicho esto, dirigió lentamente su mano al plato de comida de Demyx –¡espaguetis!–, cogió un puñado y... bueno, uno ya se puede imaginar qué hizo.

—¡¡Agh!! ¡Tú, maldito! —vociferó Roxas, intentando quitarse la comida de la cara—. ¡Prepárate! —Y siendo ahora su turno, llevó su mano al plato de espinacas de su derecha –casualmente, el de Zexion–, y lo lanzó directo al rostro del pelirrojo.

—¡Enano del demonio! ¡¿Quieres guerra?! ¡Pues la tendrás! —Tomando ahora un puñado de su comida y otro de la de Demyx, devolvió el golpe multiplicado por dos, aunque acertando solo uno.

—¡Toma esta! —Y así, haciendo uso de la comida de todos los presentes en la mesa, empezaron una guerra de comida en la que únicamente ellos eran los participantes.

Solos... Hasta que Roxas falló un ataque y dio de pleno en la cara de Larxene.
Al intentar devolvérselo, ésta lanzó su postre al ahora no tan limpio pelo de Marluxia, y fuera de si, él empezó a tirar comida hacia todas direcciones.

Y así fue como todo dios terminó por unirse a la batalla.

...Minutos más tarde...

—¡¡¿Se puede saber quién ha sido el causante de todo esto?!! —Una de las profesoras con más mala leche del colegio fue la que interrumpió todo.

Inmediatamente, como si todos los alumnos estuviesen sincronizados, señalaron al pelirrojo.

—¡Axel! ¡¿Tú de nuevo?! —vociferó la ésta mientras tras ella empezaba a crecer una extraña aura demoníaca que demostraba lo «poco» enfadada que estaba.

—¡Alto ahí, profe! ¡No fui yo solo! —Rápidamente, tomó a Roxas por el hombro y lo colocó delante de él—. Éste también fue. Él me provocó.

—¡A mí no me metas, tú fuiste el primero en tirarme comida a la cara! —exclamó el rubio fuera de sí mientras apartaba de un golpe la mano sobre su hombro.

—¡¡Al despacho del director los dos!! ¡¡Ahora!!

—¡No puedo! ¡Mis padres se enfadarán si se enteran! —reclamó en vano el rubio, retrocediendo un paso.

—¡¿Y creés que los míos no?! ¡Tú no te escapas de esta! —contraatacó Axel, volviéndolo a tomar por la mano y acercándolo de un tirón.

—¡Suéltame! ¡Te odio, te odio, te odio!

—¡¡¿No me han oído?!! ¡¡Al director!!

 

 

Notas finales:

Bueno, espero que no se haya hecho muy largo. Este proyecto lo tengo desde hace ya bastante tiempo, y ni siquiera pensaba colgarlo todavía... En fin, espero que haya gustado. Haré lo que sea por ampliar un poco más el mundo AkuRoku ¬¬

¡Ciao!

 

 


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