Despertó.
Mantuvo su respiración pausada, sus ojos cerrados. No le servían mucho en esa oscuridad, de modo que se concentró en sus otros sentidos, curioso por saber que podía ser tan estúpido como para despertarle.
Al principio no paso nada, la calma reinaba y el aire todavía olía a sexo.
Entonces lo oyó. Aquí y allá, dentro de su gigante habitación. Demasiado rápido como para determinar un lugar exacto, muy poco sutil como para ocultar las funestas intenciones de un depredador hambriento que sabe puede convertirse en presa.
¿Cómo había sorteado los miles de hechizos, trampas y maldiciones para llegar ahí? Era un misterio que se llevaría a la tumba.
Porque Draco lo mataría.
Contaba con la ventaja de la sorpresa. Estaba despierto y él no lo sabía, pero acababa de despertar a un monstruo sediento de sangre y brutal. La magia oscura despertó poco a poco, acudiendo a su llamado como un ave de rapiña que se posa en un campo de batalla porque sabe será alimentada, sea cual sea el resultado.
Él necesitaba acercarse, era su modus opera ti. Draco contaba con eso y espero. Los minutos en que tardo en decidirse le parecieron horas.
Metió la mano debajo de la almohada disimuladamente, variando ligeramente su posición. No se arriesgó a sonreír triunfal cuando sus dedos se cerraron en la madera. Y esperó.
Su respiración se acompasó en la de su amante.
Lo sintió pasar lentamente por sus doseles, adentrándose en su cama, podía matarlo ahora, pero quemaría las sabanas. Y él era el hijo de un mortifago de elite. Su trabajo tenía que ser imperceptible, digno de un Malfoy. Tenía que dejarlo acercarse un poco más.
Su piel había perdido el calor que le había dado su compañía, gracias al sudor enfriado por la espera. Pero eso no importaba. Ahora solo eran ellos dos.
Él se le acerco con cuidado y en silencio. A centímetros de su piel desnuda, Draco lo sintió como la más etérea de las caricias dadas, tentando a más.
Entonces él paso de largo, y en un cambio brusco de los acontecimientos se poso en la mejilla de su amante, con su arma afilada apoyándose en él a punto de atacar.
¡Y eso era algo que Draco no pensaba permitir!
La varita salió de debajo de la almohada con la velocidad del rayo pero se trabo justo con el brazo de su amante, sintiendo que cada segundo contaba y con el corazón a mil, Draco no se dejo amedrentar e hiso lo único que quedaba por hacer.
Estampo su mano contra él, esperando que la descarga de magia lo ayudara a no fallar.
-¡Ja!
La sangre se pego de manera desagradable en su mano pero Draco se sintió satisfecho al verlo muerto y con su cuerpo hecho una bolita uniforme que ya no le haría daño a nadie.
Entonces se dio cuenta de que la luz de la lámpara le molestaba los ojos.
-¿Qué carajo … ¡Draco!
Los ojos verdes destellaron rabiosos.
Mierda.
Y ahora que alguien le por favor le explique a Harry Potter que una mejilla roja y medio chamuscada no es nada comparada con las enfermedades mortales que los mosquitos pueden transmitir.