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Yes your majesty; FFIX (Versión 2.0) por ParadiseNowhere

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Capítulo 2_ Majestad.

 

 

 

 

 

 

 

 

-No me gusta ir al castillo.

 

-¿Y eso por qué? Si es un sitio muy interesante.

 

-Ya, pero la gente te mira raro. Te sientes fuera de lugar.

 

Yitán se lo quedó mirando un buen rato, con una cara un tanto graciosa, como de burla.

 

-... ¿Qué?

 

-¡Obviamente que te van a mirar raro! ¿Tú te has visto a un espejo últimamente? ¿Acaso no te das cuenta de las pintas que llevas? ¡Claro que das que desconfiar! No eres precisamente un tipo que pueda pasar por noble o algo parecido…

 

-Oye...

 

-Zi tiene razón, Blank. Zi ya nozotroz no parezemoz de fiar, tú el que menoz.

 

-Pues muchas gracias, hombre. Ni que diese miedo o algo.

 

-A veces lo das.

 

Blank lo miró. Con esa mirada profunda y negra que ponía cuando estaba incomodado. Esa mirada que parece que va a tragarte en su oscuridad insondable.

 

-... ¿Ves? A eso me refiero. Parece que vayas a saltar encima y vayas a devorarme o algo peor. Pareces un lobo hambriento.

 

-Bah, dejadme en paz.

 

-¿Qué le quieres? Las cosas es mejor decirlas claras. Deberías cambiar tu aptitud. Así tal vez consigas parecer una persona normal y no un asesino en serie.

 

-Que me olvides imbécil.

 

-¡Ahhhhhhhhh! ¡¿Quieren callarse de una perra vez!? ¡Me tienen hartita ustedes! ¡Siempre hay razón para discutir, che!

 

-¡Ruby, si ha empezado el idiota cara de mono este!

 

-¿¡Cara de mono!?

 

-Si, como oyes, cara de mono.

 

-Imbécil. Paso de ti. Así te pudras.

 

-Pues pasa. Para mi mejor.

 

-Pues bien.

 

-Pues vale.

 

-No quiero oír ni media palabra más- siseó Bakú-. Quiero que os comportéis en el castillo, ¿Estamos? ¡Y es  una orden! ¿O acaso habéis olvidado qué les sucede a aquellos que desobedecen mis órdenes?

 

Yitán y Blank tragaron con dificultad.

 

-Seremos buenos, jefe.

 

-Así me gusta. Y ahora silencio.

 

El taxi neumático llegó a su destino y todos bajaron en silencio. El ministro Aubert los estaba esperando en la parada del castillo. Los llevó a una especie de sala de espera y se llevó a Bakú aparte. Habló con él durante un instante. Agudizando el oído, pudieron captar algo de que la cita tendría que esperar, porque los invitados del Cid habían tenido que demorar su partida unas horas, y aún se encontraban reunidos con el monarca.

 

-Esperadme aquí- les dijo el jefe antes de entrar.

 

De allí a un rato, los culos inquietos de Yitán y Blank empezaron a aburrirse.

 

-¿Para esto tanta prisa? Menudo aburrimiento.

 

-Y que lo digas. ¿Qué te parece si vamos a echar un ojo por ahí?

 

-Secundo la moción. Vamos.

 

-¡Hey! ¿Adónde vaiz? Zi el jefe ze entera de que oz habéiz ido, ze enfadará.

 

-Si volvemos ya mismo. Ni se enterará. Sólo cinco minutos.

 

-Hey, que no oz vayáiz.

 

-Marcus, déjalos, che. Que ellos se lo busquen.

 

-Pero...

 

-Que si, Marcus. Hazle caso a Ruby. Volvemos en ná y menos, ¿Si?

 

Y se fueron sin más.

 

A pesar de ser algo parecido a invitados, había ciertos sitios a los que no podían acceder, y no era plan de armar escándalo o el jefe los despellejaría vivos. Así que dieron una vuelta por el vestíbulo y fueron hasta el embarcadero. Allí había un barco enorme y lujoso en el que no se habían fijado antes.

 

-Woa, menudo barco. Estos deben de ser los invitados del Cid… ¿De dónde será? ¿Te suena ese escudo? Eh, Blank, ¿Qué te pasa, tío?

 

Blank no hablaba. Se había quedado mirando fijamente el escudo que estaba en uno de los costados del navío.

 

-Vamos, deberíamos volver ya.

 

-Pero si acabamos de...

 

-Que nos vamos.

 

-Pero quiero saber de dónde es el barco. Mira, allí hay unos tíos de uniforme que no son de aquí. Tienen los mismos colores que el escudo, ¿Por qué no...

 

-¡Que lo dejes, joder! Vamos.

 

-Tío, ¿Qué te pasa?

 

Volvieron sobre sus pasos. En el pasillo del recibidor que iba hacia el ascensor, vieron venir de frente a un pequeño grupo de soldados que iban vestidos con los colores del escudo del barco. Entre ellos, iba un hombre vestido con los mismos colores, pero con un uniforme diferente.

 

El uniforme extranjero era de color escarlata y negro.

 

Blank se puso nervioso. Se detuvo un instante, considerando la posibilidad de volver atrás. En lugar de eso, se caló aún más el cinturón que llevaba en la frente y se cubrió la cara cuando pasaron por ellos.

 

El soldado que vestía diferente, que iba hablando con uno de los soldados, calló de pronto al verlo pasar. Se detuvo y siguió con la mirada a Blank.

 

-Señor, ¿Qué sucede?- le preguntó uno de los otros soldados.

 

-Pero si es... es él- dijo sin perder de vista la espalda de Blank, que ya estaba un poco lejos, caminando a zancadas, a pesar de intentar mantener un ritmo normal.

 

-¿A quién os referís, señor?

 

El otro no le escuchó y echó a correr tras Blank. Posó una mano en su hombro. Él dio un respingo.

 

-¡Majestad, sois vos! ¡Sé que sois vos!

 

-¿Majestad? Creo que te equivocas, tío- dijo sin darse la vuelta, sacudiendo la mano de su hombro con una risa nerviosa.

 

-¡Claro que sois vos!

 

Se adelantó y se colocó delante de él. Blank no lo miró, se caló aún más el cinturón, hasta taparse los ojos.

 

-Que me dejes en paz. Que no soy quien piensas. Lárgate.

 

-Tío, ¿Se puede saber qué pasa? ¿Cómo se te ocurre llamarle a este majestad? Menudo pirado.

 

-Vámonos, Yitán.

 

-Es que esta sí que es buena. ¿Con quién le has confundido?

 

-¡No he confundido a nadie! ¡Sé que sois vos! ¡Descubrid vuestro rostro!

 

-¡Que me dejes en paz!

 

En un ágil y repentino movimiento, Blank se libró del soldado que estaba enfrente de él, dispuesto a marcharse. Pero él fue más rápido. Alargó una mano hacia él, en un principio para sujetarlo, luego rectificó la trayectoria y le arrancó el cinturón de la frente. Blank lo miró con furia a los ojos, una mirada que casi lo hizo retroceder.

 

-Cabrón.

 

-¡Sabía que erais vos!

 

-¡Pero si es él!- exclamó otro de los soldados.

 

-¡Es cierto!

 

-Blank, ¿De qué va esto?- exigió Yitán.

 

-Mierda.

 

Se giró, dispuesto a huir hacia el ascensor, que en ese momento acababa de llegar. Pero se detuvo en seco.

 

Un pequeño contingente de soldados, que formaban una pequeña guardia personal, cercaba a tres personas vestidas de forma bastante ostentosa. Un hombre, una mujer y un niño. Los tres tenían el pelo pelirrojo. Los soldados reaccionaron ante el movimiento brusco de Blank. Lo apuntaron con sus lanzas.

 

Todo el mundo lo miraba a él. Sobre todo, las tres personas de pelo rojo y ojos negros que vestían como verdaderos príncipes.

 

-... ¿Hermano?- dijo la mujer.

 

-¿Basslard? No puede ser...- replicó el hombre.

 

-No puede ser... ¿Su majestad Bassalard?

 

-Yo... no...- se giró para marcharse.

 

La mujer se adelantó, pasando entre el contingente de soldados escarlata y negro, y abrazó la espalda de Blank. Era algo más bajita que él.

 

-¡Bassalard! ¡Eres tú de verdad, has vuelto!

 

-Bassalard, no me lo creo. ¡Estás vivo!- exclamó el hombre poniéndose a su frente- ¿Dónde diablos has estado?

 

-¡Ya basta!- exclamó Blank de pronto- Es suficiente. Me largo de aquí.

 

Se desembarazó bruscamente de la mujer que lo abrazaba y se encaminó por el pasillo. Una pequeña manita se sujetó con suavidad a su brazo.

 

-¿Eres tú… aniki…?

 

-Yo... esto...

 

El ascensor se abrió de nuevo. Un nuevo grupo de guardas bajó de él, precediendo a un imponente hombre de pelo y barba de un vivo color rojo, vestido como un auténtico rey, con los colores negro y escarlata.

 

-¿Qué sucede aquí? ¿No se supone que deberíais estar ya en el barco?

 

Blank se estremeció. Se giró muy lentamente. El rey tardó un instante en centrar su atención en él. Cuando por fin lo hizo, abrió mucho los ojos.

 

-... Bassalard... hijo mío...

 

Blank suspiró.

 

-¿Ya qué sentido tiene?... hola, padre.

 

-¿Pa... dre? Blank... ¿Qué pasa aquí?

 

El rey se acercó lentamente a su hijo. La gente se iba apartando con una pequeña reverencia a su paso. Todos menos él, impasible, en medio del pasillo. No había señal de reverencia o sumisión en su postura. Solo una mirada fría y helada.

 

Llegó hasta él. Levantó sus trémulas manos y las posó sobre su rostro.

 

-Eres... real.

 

-Claro que soy real.

 

-Pensé que... habrías muerto después de todo este tiempo.

 

-Sé cuidar de mi mismo, padre. He estado bien.

 

-¿Qué te ha sucedido... en el rostro?

 

-Es una larga historia.

 

-¿Tendrás algo de tiempo para contársela a tu viejo padre?

 

-... tal vez. No es una buena historia.

 

-Da igual, hijo.

 

¿Alguna vez habéis visto llorar a un rey? Es como ver llorar a un titán, a un todopoderoso dios. Aquel robusto hombre, al mando de todo un reino, abrazó a su hijo como si fuese a desvanecerse si no se aferraba con toda su fuerza a él.

 

 

 


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