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Monedas al Aire por HashiraZac

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Notas del fanfic:

 

Éste es mi primer fic.

Los personajes son totalmente originales y creados por mí.

Si hay algún tipo de coincidencia con alguna serie o texto lo lamento, no fué mi intención, pues considero una grave falta de respeto el plagio.

 

 

 

Notas del capitulo:

 

Primer capítulo.

En él se hace una introducción a la dureza de la vida de Yume y su huída de casa.

Es corto, para que no se haga pesado de leer en la primera impresión al lector.

 

 

-Al final te vas.

No contesté, me limité a seguir sacando ropa del armario y a apilarla cuidadosamente en la maleta.

Sentía sus ojos clavados en mi nuca y no estaba dispuesta a cruzarme con ellos de nuevo.

-Mírame cuando te hablo.

Rechiné los dientes, terminé de colocar las últimas camisetas y me dispuse a cerrar todas y cada una de las cremalleras de mi equipaje sin una palabra.

-¡Que me mires!

Aquel grito irrumpió en mis oídos, desbordando mi compostura.

Me giré.

Allí estaba, observándome, analizando cada uno de mis movimientos, intentando adivinar mis sentimientos, tratando de derrumbar la coraza que tanto me había costado levantar en su contra.

Silencio.

Ninguna de las dos fue capaz de hablar. Sin embargo mi orgullosa personalidad no tuvo otra opción que romper aquel frío momento en añicos.

-¿Qué?

No necesité alzar la voz para tomar por sorpresa a la mujer de apariencia poco femenina que me lanzaba miradas hurañas desde el marco de la puerta de mi habitación.

Se cruzó de brazos, frunciendo el ceño. Ahora era ella la acorralada.

Tras unos minutos de intensa y silenciosa agonía por parte de ambas, agarré el asa de mi maleta y tiré con fuerza de ella hasta depositarla en el suelo.

Apreté los puños y abandoné mi cuarto cabizbaja.

Aproximándome a la puerta de salida, me giré unos segundos para mirar el pasillo central de mi casa, aquella que me había visto crecer, aprender, equivocarme, llorar, reír y, en los últimos años, tan sólo sufrir.

-Que te vaya bien -resonó su voz desde la lejanía.

 Ni siquiera tenía el valor suficiente para ver como su hija se marchaba del hogar. En el fondo sabía que era culpa suya, y por ello no quería afrontar lo que estaba apunto de suceder, sin embargo, tendría que hacerlo, de un modo u otro, porque yo ya me había dado por vencida con aquel monstruo que ni si quiera merecía el nombre de “madre” para mí.

-Adiós.

No dije más y salí, cerrando la puerta con un portazo. Dejé toda mi infancia tras de mí, tratando de olvidar aquellas paredes entre las que había pasado los dieciocho años de mi vida. A pesar de todo lo que dejaba me sentía libre. Forjaría un nuevo futuro encaminado a intentar recuperar algún fragmento de felicidad que se asemejara a la que anteriormente había sentido, hasta que… ella se dignó a destrozarme. Siempre ella, siempre en medio, obstaculizando todo lo que hacía. Todavía no descartaba que pudiera volver a hacerlo, se comportaba como un auténtico témpano de hielo conmigo, nunca había tenido en cuenta nada de lo que yo sentía, quería u opinaba, siempre ella y sus preferencias, ninguna otra cosa importaba.

El taxi esperaba al otro lado de la calle, ya no había vuelta atrás.

Crucé.

En el fondo me sabía mal por papá. ¿Qué pensaría cuando regresara a casa de trabajar y encontrara la habitación de su hija vacía, desierta sin mi habitual presencia? Él era un buen hombre, no tenía nada que echarle en cara, y tampoco le culpaba por haberse enamorado de ese monstruo egoísta, sin embargo, creo que nunca entenderé qué pudo ver en semejante persona tan atroz e interesada, quizás ella no era así en su juventud, la verdad, ya poco me importaba como fuera o dejase de ser hace años, se había ganado mi irremediable odio.

-Déjeme ayudarle con el equipaje –me ofreció el taxista educadamente mientras abría el maletero.

-Muchas gracias.

Sonreí, aunque la verdad no tenía ni las mínimas ganas de hacerlo, todo sea por quedar bien.

-Puede ir sentándose, enseguida nos vamos.

Asentí y me introduje en el vehículo.

A los pocos minutos el conductor ya se había situado en su asiento y colocaba las manos sobre el volante.

Hurgué en el bolsillo de mi cazadora buscando el papelito dónde estaba apuntada la dirección a la que debía conducirme y se lo tendí.

Se tomó unos segundos para asimilar la información, después volvió a hablar:

-Ahá, muy bien señorita, pues acomódese, que las cuatro horas y pico de camino no nos las quita nadie.

Rió.

En verdad parecía una persona bastante amable, lástima que mis ánimos no se encontraran lo suficientemente altos como para responderle con simpatía. Simplemente me limité a mirar de reojo por la ventanilla hacia aquel balcón de la casa de en frente, donde la mujer culpable de mis continuos  y bochornosos fracasos contemplaba mi marcha con la misma prepotencia con la que un día me gritó que no merecía vivir en su casa.  

Definitivamente… ése nunca fue mi lugar.

 

 

 

 

 

Notas finales:

Gracias por leer.

Espero que no os haya dejado con mal sabor de boca.


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