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A pesar de todo por Solin

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Notas del capitulo:

Lamento la demora pero el trabajo me mantuvo muy ocupada, pero aquí está el nuevo capítulo espero les guste.

 

No me moví, incapaz de creer lo que Sasuke me acababa de pedir. ¿Que se lo demostrara? ¿Cómo?

Él cruzó la distancia que nos separaba y me tomo de la muñeca.

-Ven aquí.

Su orden me produjo un pinchazo instantáneo en medio de mis piernas, su tacto en mi muñeca me produjo un deseo incontrolable de más. Lo mire, me sentía como un animal acorralado por un depredador a punto de saltar sobre él.

¿Acaso él pensaba lo que yo creía?

-¿Por qué? -dije por fin.

La presión de su muñeca se incrementó.

-Ven aquí y lo sabrás.

¿Cómo podía hacer que perdiera el control sólo con una frase? Lo amaba. Lo deseaba y me moría porque me tocara desde que salimos de Nueva York. Me sentía más vivo ahora con sus dedos rodeando mi muñeca de lo que me había sentido en el momento de nuestra boda.

Me deje llevar dócilmente hasta su lado. Una vez allí, me quede acostado en silencio total, esperando lo siguiente.

-Siéntate.

Cautivado por la intensa sensualidad que emanaba de él, lo obedecí sin replicar. Me arrodille frente a él y pude ver que aún llevaba puestos los boxers de seda. ¿Lo había hecho por mí?

-      Déjame verte, tesoro.

No sabía el motivo, pero era incapaz de negarme a la sensual voz de Sasuke. Él me miraba con tal concentración, que empecé a temblar. De pronto alargó la mano y pasó sus dedos por los mechones de mi pelo que me caían sobre la frente, mientras su otra mano acariciaba mi cintura en movimientos ascendentes.

-Es tan suave.

Temblé cuando me rozó el pezón con las yemas de los dedos. Él sonrió y volvió a repetir el gesto, ini­ciando la caricia en mi nuca y bajando. Pero esta vez, al llegar al pecho, se detuvo en mi pezón y lo acarició has­ta que se endureció. La tela del camisón era muy fina y  sentí que mi excitación crecía.

-Quítate el camisón -dijo él con voz gutural.

Me quede sin aliento y sacudí la cabeza. No creí que fuera capaz de hacerlo. No era un amante experimentado acostumbrado a desvestirme para un hombre. Nunca había estado desnudo con un hombre antes de Sasuke.

-¿Quieres que deje de tocarte?

¿Cómo podía preguntarme algo tan estúpido? Apenas había empezado y ya sentía que todo mi cuerpo estaba en alerta roja.

-No.

-Entonces, quítatelo -el tono sensual de su voz me puso aún más nervioso, pero él dejo caer la mano y es­peró.

-Estás siendo mandón otra vez -susurre.

Él se encogió de hombros.

Eso era todo. Sin palabras ni gesto alguno. ¿Y si no me quitaba el camisón...? ¿Se darían la vuelta y se dor­miría? Mi mente pedía una tregua, pero mi cuerpo temblaba porque sabía lo que Sasuke podía darle.... placer más allá de la fantasía.

¿Acaso importaba si para él era un deber, cuando lo hacía tan bien?

Cuando él me tocaba, me sentía amado. Ya sabía que no era así, pero ya me enfrentaría a la realidad más ade­lante. Por ahora, el representaba la pasión que me llamaba como un canto de sirena. Si acababa chocando contra las rocas del amor no correspondido, al menos el viaje habría sido más satisfactorio que la soledad del océano que había conocido hasta el momento.

Una vez tomada la decisión, empecé a quitarme el camisón por encima de la cabeza. Unas manos cálidas y seguras me acariciaron el pecho cuando mi cabeza aún estaba atrapada en la tela. La sensación fue tan increí­ble que todo mi cuerpo se detuvo maravillado por la sensa­ción. Y me quede, literalmente, en la oscuridad.

Sasuke me acarició los pezones con los pulgares, dibu­jando círculos concéntricos a su alrededor hasta que pensé que me volvería loco de deseo. Gemí y arquee el cuerpo ante su tacto, con todo mi ser concen­trado en esos dos pequeños puntos y el placer que me estaban dando.

Él soltó una carcajada y una de sus manos abando­nó mi pecho. Haciéndome emitir un ruidito de protesta, después sentí que me quitaba el camisón del todo. De repente pude verlo, sentirlo, y lo que vi fueron unos negros ojos ar­dientes de deseo. Él se movió para atraerme a sus brazos yo temblaba por la sensación de sentir por primera vez su cuerpo sin más barreras que los bóxers de seda.

-¿Estás bien, verdad?

Lo bese entre el cuello y el hombro, deseoso de probar la sal de su piel y oler su inconfundible aroma.

-Sí.

El brazo que me rodeaba la cintura me apretó más hasta que me resultó difícil respirar. Él me soltó de inme­diato, pero yo estaba tan orgulloso de la reacción que había provocado que repetí el beso, esta vez lamiendo delicadamente su piel hasta la clavícula. Él me acarició el pecho, pellizcándome los pezones y enviando oleadas de sensaciones a todo mi cuerpo.

Su otra mano se movió hasta llegar entre mis muslos. Me encogí ante la caricia, buscando el placer que recordaba con ciega pa­sión. Él me acostó de espaldas y se puso sobre mí, acostado sobre un hombro.

-Quiero hacerte el amor.

-Sí.

La aceptación apenas tuvo tiempo de salir de mi boca, porque sus labios vinieron a mi encuentro. Él in­mediatamente se perdió en la profundidad del beso y tomó el mando dejándome sin aliento y deseoso de más. Mientras me besaba con fervor, sus manos me recorrían de arri­ba abajo en repetidas caricias eróticas que me hacían desearlo aún más.

-Eres tan apasionado pequeño.

Desde luego, yo no se sentía como un niño pequeño, sino un  joven doncel enamorado, pero tal vez mi espontanea respuesta no fue­ra buena idea. Quizá a él le gustara una pareja más prudente. Pensando en Sakura, pensé en que Sasuke debía estar acostumbrado a una pareja más sofisticada.

-No puedo evitarlo -respondí, avergonzado.

Su mirada era masculina y primitiva:

-No quiero que lo evites.

-¡Oh!

Me mordí el labio, preguntándome por qué ha­bía dejado de besarme y por qué su mano estaba quieta sobre mi cintura.

Entonces él hizo algo muy extraño. Arreglo mi pelo sobre la almohada, con tanta calma que yo estaba ansioso cuando acabó.

-¿Por qué has hecho eso?

-He soñado contigo así.

¿Sería verdad?

-¿Has soñado conmigo? -no podía aceptar que el hombre que consideraba que tocarme era una obliga­ción, soñara conmigo.

Él no respondió y con una de sus manos acariciaba mi cabello, mientras con la otra acariciaba mis pezo­nes. Él no pareció notar que mi cuerpo era un poco más redondeado de lo que marcaban los cánones de be­lleza actuales. A juzgar por su expresión, no parecía importarle que fuera casi quince centímetros más bajito que Sakura y que fuera una talla más grande que ella.

Me acariciaba de un modo tan erótico, que pron­to me tuvo agitándome y moviéndome impúdicamente en una búsqueda inconsciente de aliviar la tormenta que crecía entre mis piernas.

Quise tocarlo, pero él me detuvo.

-No.

-¿Por qué?

- Esto es para ti, tesoro.

-Yo también quiero que sea para ti -replique.

Él ignoró mis palabras, besándome y dejándome sumiso a sus deseos. Con voz suave me decía lo sexy que era, lo bello que en­contraba mi cuerpo y cada parte de él. Al­gunas de sus palabras eran tan directas que me avergon­zaron un poco, pero también me parecieron provocativas.

¿Por qué no me tocaba donde lo necesitaba?

Me di cuenta de que había realizado la pregun­ta en voz alta cuando él se rió y contestó:

-Todo a su momento, tesoro. Para hacerle el amor a un doncel virgen no hay que apresurarse.

-A este doncel no le importa, ¿eh? -le asegure.

Él volvió a reír y continuó con sus caricias enloque­cedoras. Grite de alivio cuando su boca se cerró sobre uno de mis pezones, pero el alivio pronto se con­virtió en una necesidad aún mayor. Él lo succionó hasta que llore de deseo y le suplique que parara. Enton­ces pasó al otro pezon y un momento después mi mente pareció desconectarse de la realidad.

Sus manos se deslizaron entre mis piernas y jugueteó acariciándome con suavidad.

-Me perteneces.

-Sí -¿cómo podía dudarlo?

Sus dedos se hundieron entre mis piernas para en­contrar la evidencia de mi excitación. Yo abri mis piernas, sin preocuparme, ya que mis acciones delataban mi fuerte necesidad de él.

Él me acarició como lo había hecho la última vez, ro­deando dulcemente mi pene y frotándolo en movimientos suaves durante varios minutos hasta que acabe en un grito de éxtasis que siguió resonando en mis oídos mu­cho después de que acabara en su mano.

La cual se detuvo, pero no retiró. Me quede inerte, preguntándome qué haría entonces.

Él me beso. Suavemente. Posesivamente.

Sus manos se movieron y lo sentí acariciando mis glúteos, para después separarlos y con un dedo acariciar suavemente mi entrada. La sensación fue increíble.

-¡Qué bien! –gemí.

Él sonrió, como un macho primitivo reclamando a su pareja.

-Será aún mejor -prometió, y su húmedo dedo se hundió suavemente en mi interior.

Mi cuerpo respondió con un poco de molestia. Él intentó llegar más lejos, pero al sentir una punzada de dolor intente apartarme instintivamen­te, pero él no me dejó.

-Confía en mí.

Nuestras miradas se encontraron y solo asentí, con lágri­mas en los ojos por lo incómodo que me sentía.

Sus dedos empujaban inexorablemente hacia delante hasta que el dolor se hizo casi insoportable. Su boca busco mi pe­zón izquierdo mientras seguía empujando haciéndome sentir como si algo se rasgara en mi interior.

Después de un momento el dolor se transformó en un increíble placer mien­tras hacía el amor con un hombre experto en la materia.

El placer creció y creció hasta que todo mi cuerpo empezó a agitarse al borde del clímax. Sasuke me mordió el pezón suavemente y todo en mi interior se convulsionó de la forma más increíble posible.

Compararlo con fuegos artificiales hubiera sido de­masiado poco, y con una supernova, demasiado distan­te para la intimidad que habíamos compartido.

«Amor» era la única palabra que podía describir la reacción de mi cuerpo ante lo que me había hecho mi esposo.

Me agitaba cada vez que movía los dedos, hasta que me quede adormilado.

Lo sentí moverse a un lado y sentarse en su silla, pero fui incapaz de abrir los ojos para ver qué ocurría.

Después de un rato, él volvió a la cama y sentí el roce suave de una toalla en­tre mis piernas y mi entrada. Me encogí , consciente de lo que él estaba haciendo, pero él me tranquilizo con una caricia.

-Sssh, tesoro. Déjame hacerlo. Es un honor para un marido.

Aún recuperándome del otro «honor de marido» que acababa de disfrutar, me relaje y le deje hacer, sintién­dome bien aunque un poco avergonzado.

El me atrajo hacia sí rodeándome con sus bra­zos sólidos y musculosos.

-Esto, lo que acabo de hacer, no es un deber para mí.

Recordando sus bellas palabras y sus besos llenos de pasión, le creí. Ambos nos habíamos equivocado y habíamos dicho cosas que no sentíamos, pero a él le gustaba tocarme y lo había dejado muy claro. Sonreí, ador­milado y contento. Me acurruque contra él y le dije lo cucho que lo amaba.

En el borde de la inconsciencia, le escuche decir:

-Ahora no puede haber anulación.

Quise preguntarle qué quería decir aquello, pero es­taba demasiado cansado.

 

 

Notas finales:

Se aceptan comentarios ^//^


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