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Sábado por Passion Pit

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Notas del capitulo:

Hola nenas!

Verán, Passion se encuentra algo atascada con Alex y su "Ironía"... Joder, que el capítulo está imposible.

Pero por mientras he traído un one shot bastante largo que me ha nacido de la nada. Demoré unas cuantas horas en escribirlo y quedé bastante prendida con la escena lemon jajaja.

Primera que escribo pero que me gustó bastante.

Bueno, basta de perversiones.

Solo disfruten y muchas gracias por leer.

 

 

-¿Y qué tal el trabajo?- le preguntó sin ganas el hombre, denotando en el sonido de su voz que preguntaba aquello por pura y llana cortesía, sin una pizca de interés  a aquel que se encontraba sentado al otro extremo del mullido sofá de color violeta. Ambos apoltronados a una distancia prudencial y sin mirarse los rostros.

-Escucha, el que tengamos que vernos las caras todos los fines de semana por culpa delas desquiciadas ideas de María y Amanda no significa que debamos ser amigos.

Así que, por qué no nos limitamos a pasar tranquilamente la tarde, cada uno en su asunto y sin intentar hacer una hipócrita relación, pues ambos sabemos que no nos soportamos.- sentenció el otro hombre, con un tono neutro y frío, demasiado serio y sin dirigirle la vista al otro presente.

En cuanto escuchó aquello, Daniel, quien había hecho la pregunta, hizo un gesto de molestia, cerró los ojos con fuerzas y dejando salir un frustrado suspiro decidió que lo mejor era retirarse del lugar. No fuera a ser que llegara el momento en que se enervara tanto como para terminar lanzándose contra el imbécil del sillón, solo para romperle su rostro aristócrata a golpes violentos y después su mujer y su mejor amiga terminaran odiándole por lo que restaba de su existencia por haber desfigurado la cara bonita del esposo de ésta última.

En cuanto se levantó del caro sofá de diseño que su esposa le había obligado a adquirir, se dirigió con desgana y arrastranó sus pies descalzos por el suelo de pulido piso flotante, ante eso sintió como el hombre que aún se encontraba sentado bufaba con molestia por los modales chabacanos que se traía. Él simplemente se rió e intencionalmente dejó salir un bostezo sonoro y grande con toda su boca abierta, mostrando los perfectos y alineados dientes blancos, sabía que aquella acción molestaría sobremanera al señorito correcto que era el esposo de su amiga, lo que le divirtió aún más.

En cuanto llegó a la cocina de su hogar, una pulcra y moderna habitación totalmente equipada le recibió brillante y solitaria, él la miró receloso y para sus adentros pensó en el gastadero inútil de espacio y utensilios que era aquello, pues su mujer, una ejecutiva exitosa y demasiado ocupada en su trabajo, jamás había puesto pie en ese lugar más que para dar un par de órdenes concisas a la mujer que se encargaba de ese tipo de labores.

Y de él, ni hablar, que solo había tocado una cocina en su vida y no había sido para cocinar justamente, pero vaya que le habían servido los mesones extensos y de perfecta altura. Sonrió ante su hilo de pensamiento y recordando a la mujer que le había enseñado a cómo utilizar una de esas mesas, recorrió el camino hasta el imponente refrigerador de pulido y cromado gris y de él extrajo unas cuantas botellas personales de fría cerveza importada, luego se dirigió hasta uno de los cajones de los muebles y preparó una botana repleta de comida chatarra. Finalmente puso todo aquello en una bandeja blanca y lo llevó hasta la sala en la que se encontraba el imbécil del sofá.

Cuando caminaba la distancia hasta la mesa de centro que se encontraba frente al mueble que servía de asiento, vio que el otro le quitaba rápidamente la vista, en su rostro se notaba un rictus de desidia y total aburrimiento.

Para él tampoco era demasiado agradable tener que pasar su día sábado, prácticamente su único día libre, junto a aquel idiota, pero ya la idea de sus mujeres se había vuelto una rutina fija y le habían hecho parte de sus vidas, por lo que era totalmente natural que cada día sábado llegaran a eso de medio día Amanda y su esposo y se sentaran los cuatro a almorzar en esa mesa de pesada madera oscura. También era común y corriente que después de eso sus mujeres escaparan a algún lugar para dedicarse tiempo solamente a ellas, lo que significaban compras y más compras, restaurantes caros, spas de lujo y todas esas tonterías que tanto le gustaban a mujeres como las suyas. Solían escaparse sin su compañía, aunque no podía negar que un par de veces les daban espacio a sus maridos y partían los cuatro a entretenerse a algún lugar… Lo que en realidad terminaba con él, su mujer y su mejor amiga divirtiéndose como niños y el esposo de Amanda con cara de amargado regañándoles o mirándoles reprobatoriamente.

Y eso era lo que más le molestaba Daniel, pues cada vez que veía esa seria carota de aristócrata estreñido, parecía que toda la diversión se escapaba a raudales por las ventanas, puertas o cualquier rendija que estuviera medianamente abierta. Y no volvía hasta que el idiota se fuera de su casa, para que todo ese maldito show volviera a comenzar el sábado de la siguiente semana.

Daniel suspiró con resignación y mientras acomodaba todos los objetos que traía en la blanca bandeja, recordaba el momento y situación en que había conocido al amargado que le miraba de refilón y se encontraba aún sentado en el sofá de diseño exclusivo.

Daniel en aquellos momentos tenía veintiún años recién cumplidos, era un joven soñador, optimista y muy alegre.

El chico tenía los cabellos castaño oscuro y lisos, los llevaba rebeldemente desordenados y tenían un aspecto de estar mal cortados, como si hubiese sido el mismo quien había tomado las tijeras para darle cortes al azar y sin orden.

Sus ojos eran de un color pardo bastante bello, tonalidad que recordaba el aspecto que tomaban las hojas de los árboles en la estación otoñal, ese amarillo verdoso que las tiñe justo antes de que caigan a la tierra.

Daniel gustaba de las juergas, las fiestas, el alcohol y las lindas chicas, aunque solo para mirarlas, pues le era fiel a solo una de ellas y esa era su preciosa María.

A María le había conocido hace bastantes años, cuando ambos aún cursaban el instituto y habían sido compañeros de clase en aquel colegio de alta alcurnia al que su padre, importante hombre de negocios, le había inscrito.

María era la chica soñada por muchos, una mujer bella, alta, de cabellos cenizos y ondulados, de perfectos ojos verdes y sonrisa tierna. Era una mujer segura de sí misma, independiente, de opinión formada y pensamiento fuerte. Y él la había conquistado casi de inmediato, pues la simpleza, honestidad, alegría y sensualidad del chico le había flechado rápidamente.

Una vez que ambos se hicieron novios, las familias de los dos estuvieron felices, pues provenían de esa cuna noble que aún cree que las mezclas solo empeoran las cosas, por eso es que ver que el futuro matrimonio significaría que prevalecería el nombre de familia había dado gusto a todos los que les rodeaban.

Por otro lado, Daniel supo de manera inmediata que cuando se había hecho el novio y futuro esposo de María, también se había transformado en pretendiente de Amanda, mejor amiga de María, una pelicastaña con cara alargada y de facciones finísimas que siempre reía estridentemente de los chistes relatados por Daniel.

Las dos chicas no eran nada la una sin la otra, eran inseparables y eternas amigas, por lo que había asumido que tendría que vérselas también con la chiquilla flacuchenta y atractiva. Aunque había resultado perfecto, pues la mujer se había vuelto también una de sus más fieles compañeras, y así los tres habían logrado tal camaradería y simpatía que siempre se les solía ver juntos, donde quiera que fueran. Lo que incluso les llevó a los tres a ingresar a la misma universidad para estudiar sus respectivas carreras, sin separarse nunca y sin dejar de verse en los recesos y almuerzos entre clases.

Para ese entonces los amigos cursaban tercer año de sus carreras. Daniel se había inclinado por la Ingeniería en construcción, legado de su padre y parte también de sus pasiones. Las chicas en cambio habían escogido juntas Ingeniería civil, por tanto los tres acudían al mismo campus y en salones bastante cercanos.

Fue en ese tiempo, cuando Amanda había comenzado a alejarse levemente de los chicos, sin dar una explicación en concreto, pero excusándose tras la frase de que deseaba darles más espacio en su relación. Algo así como que la soledad en la pareja traería mejores frutos.

María, quien conocía del pelo a los pies a su amiga, no se había creído demasiado tal cosa, pero había decidido junto a su novio que era mejor no consultárselo, ya que llegaría el momento en que vendría ella sola a contarles la verdad de su alejamiento.

Y fue exactamente así como sucedió. Fue para una fiesta en casa de Daniel, quien se había quedado solo en casa ya que sus padres viajaban al extranjero por negocios, y había decidido que era instancia perfecta para lanzar la casa por la ventana y armar un botellón que llegara hasta las últimas consecuencias.

Ese día viernes la casa estaba a reventar, y eso era bastante decir pues el lugar era ostentosamente grande y lujoso, típico hogar de viejos ricachones que no saben en qué gastar su múltiple dinero.

Todos los amigos y compañeros de los tres chicos habían sido convocados, aclarando también que la invitación podía ser extendida para quien ellos quisieran, por lo que había dado por resultado una cantidad de gente que salía de las proporciones calculadas por el dueño. Aun así el castaño sonreía divertido y se empapaba en alcohol mientras conversaba y reía con cualquiera que se le cruzara por enfrente.

Para ese entonces, ya bastante avanzada la noche, su chica se había escapado de su lado y le había dicho que Amanda, quien por cierto aún no se había presentado, le llamó diciendo que la fuera a buscar a su casa, pues tenía su automóvil averiado y no tenía manera de llegar al hogar de Daniel.

El joven de los ojos pardo se sintió extrañado ante eso pero prefirió no decir nada, simplemente le regaló una sonrisa medianamente borracha a la chiquilla y le dio un beso dulce con sus labios alcoholizados.

Más tarde el castaño supo el porqué de la jugarreta de su amiga Amanda, más exactamente cuando la vio entrar por la acristalada puerta de entrada de la ostentosa mansión, siempre acompañada por la fiel María, pero esta vez con un extra que el chico simplemente no se esperaba y que le sumió en un estado de semi.-estupefacción que le minó levemente su borrachera.

Amanda, la delgada y atractiva amiga de su novia iba sonriente y algo sonrojada, vestida de manera impecable y evidentemente sensual y lo más llamativo de todo era que llevaba tomado de su mano a un alto y guapo hombre que desconocía.

Rápidamente Daniel se acercó hasta donde se encontraban los recién llegados, caminó hasta ellos esquivando a la multitud enfiestada y mientras iba cruzó miradas con su rubia novia. María primeramente le lanzó un vistazo de advertencia, como amenazándole a quedarse callado y no embarrar lo que se suponía sería una presentación oficial por parte de Amanda, y luego le sonrió tranquila y les indicó a los otros dos que estaban a su lado que se acercaba el dueño de casa.

En cuanto llegó Daniel, su querida María se colgó de su cuello y le besó suavemente, luego se dio la vuelta y dijo de manera fuerte, haciéndose escuchar entre el bullicio que producía la celebración.

-Dani, Amanda tiene a alguien que presentarnos.- habló la chiquilla a manera de envalentonar a su levemente acobardada amiga.

La actitud de la castaña era bastante sumisa y resguardada y Daniel sabía perfectamente a qué se debía. Y es que el chico era un obtuso y empedernido celoso, protector y posesivo y eso no solo le concernía a su novia, si no que se había trasladado de igual manera a su querida amiga Amanda, por lo que la chica se temía que la reacción de Daniel fuera una de molestia por haberle escondido su compromiso por tanto tiempo y escogiera justamente esa instancia para dárselos a conocer.

Pero es que solamente así la delgada mujer podía estar segura de que su amigo se encontrara lo suficientemente sedado por el alcohol como para no cometer ningún tipo de locura. Y es que en el fondo Daniel siempre había sido un emocional y cegado impulsivo, siempre dejándose llevar por sus más bajos instintos.

-Bueno, sí. Aunque primero tengo que pedirles disculpas por haberles ocultado por tanto tiempo mi relación y haberles mentido con tontas excusas… Como sea, Dani, Mary: Él es Damián.- relató la del cuerpo delgado, terminado con una iluminada sonrisa que no terminó de convencer a un ofuscado Daniel, quien miraba celoso al hombre que se erguía frente a él.

El chico no parecía mayor que ellos mismos, era unos cuantos centímetros más alto que él y no le despegaba de encima sus ojos de color ámbar. Tenía los cabellos negros ni muy cortos ni muy largos, aunque con el flequillo un tanto más crecido que el resto, su piel era blanca y sus facciones varoniles.

Daniel le miró desafiante y sintió crecer su ira cuando el otro continuó su observación, aún con cara fría y neutra, con un rictus demasiado aristócrata y madura para ser el niñato que era.

El castaño supo de inmediato que no se llevarían bien, aun así intentó poner su mejor sonrisa y acomodó de la mejor manera sus palabras para que tanto su novia, como Amanda, quienes le veían evaluativamente, no se enojaran con él por su infantil actuación.

-Un gusto conocerte, Damián. Soy Daniel.- dijo respetuosamente mientras extendía la mano de manera relajada.

-Sí, sé quién eres. Amanda me ha hablado bastante de ti, tanto como de María.- le relató el chico mientras respondía el saludo de la mano, muy rectamente, como haciendo parecer aquello una presentación de negocios.

-Vaya, que lástima que Amanda no haya hecho lo mismo de ti.- le contestó la frase el castaño, de manera ácida y regalándole una sonrisa irónica alzando solo una esquina de sus labios. 

Ante tal acción ambas chicas lanzaron ardientes miradas asesinas al hombre de los ojos pardos y María incluso llegó a apretarle la mano amenazadoramente.

-Eso se debe a que ella dijo tener a un amigo idiota que actuaría de manera infantil cuando supiera que se había puesto de novia. ¿No serás tú, no?- le rebatió el azabache, lazándole tal gélida mirada al castaño que Daniel en esos momentos hizo amague de lanzársele para golpearlos, pero rápidamente sintió como la mano de su novia le tiraba y le alejaba del lugar.

-Bueno, bueno. Nosotros vamos por unos tragos, chicos diviértanse y luego hablamos más tranquilamente.- apuró la avergonzada rubia, mientras avanzaba con un ofuscado chico, quien no le quitaba aún su mirada airada al novio de Amanda.

Luego de ser arrastrado por todo el lugar por su linda y enojada María, Daniel pudo sentirse más tranquilo, pero aquello no le duró demasiado pues los ojos verdes y furiosos de su novia le retuvieron en una de las habitaciones y así le tuvo por espacio de media hora con un sermón que le había significado retos, advertencias y amenazas.

Todo había terminado con una promesa de su parte en la que le aseguraba comportarse de manera correcta frente al otro y que lo haría por Amanda, quien era su amiga y le quería.

Daniel supo más tarde que jamás debió haber hecho esa promesa ya que una vez que los cuatro había comenzado a juntarse y habían tenido que empezar a entenderse, el castaño había pasado por las mil y una penurias de su vida, y es que soportar al señorito correcto que era Damián no fue nada fácil.

Pero en el fondo terminaron conociéndose y soportándose lo más humanamente posible. Aunque el castaño despotricara y se burlara constantemente de la obsesiva adicción del azabache por los buenos modales y la rectitud, por su semblante siempre frío y neutro, por su acritud frente a lo que significaba para él diversión y frente a toda su personalidad demasiado empaquetada que era tan opuesta a la suya.

Y así es como habían pasado más de diez años ya, todos iban por los 32 años, ambas parejas finalmente se habían casado, terminado sus carreras y comenzado sus vidas.

Tanto Daniel como María y la pareja amiga, trabajaban en un alto cargo de importantes empresas a nivel internacional y llevaban una excelente vida de riquezas, lujos, alta sociedad y gastadero de dinero de manera inútil.

Amanda y María seguían siendo las inseparables nenas que se habían conocido en el colegio y se preocupaban por nunca faltar a sus citas de los días sábados, tiempo que se dedicaban solamente a ellas y donde no se incluían aburridos esposos.

Y es así como había terminado aquel sábado de primavera, bastante caluroso y aburrido, en la televisión pasaban futbol y él se tenía que aguantar la cara de limón del azabache que aún se encontraba apoltronado cómodamente en el distinguido sofá de diseño de color morado.

Daniel terminó por acomodar todas las porquerías comestibles y bebibles en la acristalada mesa de centro y subió el volumen del televisor con el mando a distancia, se acercó hasta el sofá y se tiró sin mucha clase, recibiendo otro bufido indignado por parte del más alto. En sus manos llevaba dos botellines de cerveza y uno de ellos lo alargó de manera poco amistosa hasta el otro. Quien se giró levemente para observar el ofrecimiento y habló con su voz neutra.

-No, gracias.- dijo simplemente y miró de regreso el partido de futbol que se exhibía en el plasma que colgaba de la pared.

-Oh, vamos, hombre. Que no te oxidarás si tomas una cerveza.- rebatió el castaño, mirándole con gracia y riéndose por su frase sin sentido, aludiendo a un apodo que él mismo le había designado, diciéndole siempre que parecía un robot frío y de lata.

-He dicho que no quiero.- sentenció con voz ronca el de cabellos negros y ojos ambarinos.

-¿Acaso tienes miedo de emborracharte con solo un sorbo? Pensé que ya habías superado esa etapa.- burló Daniel, aludiendo nuevamente a una anécdota de sus vidas, una en la que el serio hombre de cabellos negruzcos había caído ebrio después de beberse a penas un vaso de cerveza y había terminado llorando graciosamente en los brazos de su novia Amanda.

Daniel no había parado con las burlas por un mes y las chicas se había resignado a no entrometerse en las peleas monumentales que aquello provocaba.

Ante tal provocación por parte del de ojos pardos, Damián se removió incómodo y enojado, pues a pesar de ser una persona sumamente fría y calculadora, podía reaccionar muy rápidamente ante las burlas y más aún si éstas provenían del idiota de Daniel. Entonces fue que tomó de manera violenta la botella que aún sostenía la mano recia del hombre que se sentaba a su lado.

El castaño se sonrió irónico y abrió finalmente su propia cerveza para comenzar a beber.

-De fácil convencimiento. ¿Eh?-  dijo extrañamente sugerente el de ojos pardos. Lo que produjo en ambos una punzada de incomodidad.

Daniel por su parte se reprochó mentalmente por su estupidez, y eso que no terminaba la primera cerveza siquiera.

Después de eso ninguno de los dos dijo nada y siguieron mirando el aburrido partido de futbol que se transmitía, ambos ya iban por su tercer botellín de alcohol y entre tanto el castaño se atiborraba de los comestibles que había acomodado en la mesita.

El de ojos ámbar por su parte no se cambiaba de posición y bebía tranquilamente sin mediar palabra.

-Si sigues bebiendo así sin comer algo te emborracharás de verdad.- advirtió divertido Daniel, llevándose de manera grosera un montón de papas fritas a su boca, lo que produjo una mueca de asco por parte del siempre correcto azabache.

-Aunque a decir verdad, tendremos que emborracharte más, a ver si de esa manera te pones más divertido.- acotó el castaño, mirando graciosamente al otro, quien no quitaba de su rostro perfectamente afeitado, esa mueca de disgusto.

-¡Hombre, al menos ríe! Que se te quedara esa cara de limón hasta que te mueras.- monologaba aún Daniel, solo siendo acompañado por el mudo y serio Damián, que bebía tranquilamente de su cerveza.

-Joder, que contigo no hay remedio. Voy por más cervezas, no te desaparezcas.- sentenció finalmente el de ojos pardos, mientras se levantaba del sillón violeta y se iba por la puerta que daba a la cocina, dejando al taciturno azabache mirando el partido de futbol que ya acababa.

Una vez que llegó, el hombre de más baja estatura apoyó una gran cantidad de botellas de cerveza en la mesa de cristal y tomó una para abrirla y beberla, alzando en el proceso su mano y cabeza, logrando que de esa manera se subiera la camisa a cuadros que llevaba dejando ver una porción de su piel, más exactamente las caderas y parte de su estómago, el que tenía un dejo de cabellos claros y sugerentes.

Ante la vista, el azabache se despegó rápidamente del sillón e incómodo escapó hasta donde se encontraba el baño, ganándose una expresión extrañada y confusa por parte de Daniel.

En cuanto volvió el hombre de los cabellos anochecidos, regresó al sitio del que parecía haberse adueñado y percibió que la televisión había sido apagada y en su reemplazo un equipo de sonido había sido encendido, dejando salir una música que desconocía pero se le hacía agradable.

Daniel por su parte estaba tirado de manera desarreglada en el sofá, a un lado de Damián y cantaba al ritmo del vocalista de la música. En su mano tenía otra cerveza.

El azabache se sentía levemente incómodo ante la atmósfera que comenzaba a darse entre los dos presentes en el hogar, puesto que ninguno de los dos hablaba y la oscuridad empezaba a hacerse presente mientras avanzaba la tarde. También estaba la extraña actitud que el otro había tomado, relajado y demasiado callado, sin sus típicas bromas y sin molestarle con sus retahílas incansables.

-Creo que me iré a casa. Se ve que las chicas no volverán muy temprano. Llamaré a Amanda de camino para decirle que se vuelva directo.-  intentó comenzar su escapatoria el hombre de cabellos pulcramente negros, pero entonces un apresurado Daniel se irguió sobre su asiento y le contestó.

-Oh, no. Si te vas ahora, las chicas creerán que te has ido por mi culpa y luego comenzarán con sus sermones y no estoy para aguantarme eso.-  fulminó un decidido castaño, ganándose una expresión asombrada del otro. -¿O es que sí te vas por mi culpa?- acotó falsamente inocente el de ojos pardos obteniendo otro vistazo por parte del azabache, esta vez irónico.

-¿Eres masoquista, Daniel?- preguntó el de ojos ambarinos, mirando nuevamente serio al bufón que se sonreía gracioso cuando bebía su botella.

-En realidad no sé. ¿Me estás proponiendo algo?- fue la respuesta del de más baja estatura, lo que produjo variopintas acciones y emociones en ambos hombres.

Por un lado Damián volvió a sentir esa incomodidad en el estómago que le producían esas sugerencias bromistas del castaño. Y por otro lado, Daniel se sorprendió de sí mismo al darse cuenta de que aquello había sonado realmente como una proposición de su parte, lo que le enojó levemente pero prefirió atribuírselo al alcohol. –Oh, vamos, hombre. No pongas esa cara de asesino, que ha sido una broma. Bebe otra cerveza.- acotó con rapidez el de ojos pardos, intentando enmendar tal estupidez que había dejado escapar de sus labios.

El azabache prefirió resignarse y terminó aceptando el botellín que le ofrecía su contraparte, lo destapó con rapidez y bebió con urgencia, sintiéndose levemente mareado por la rapidez con que caló a su estómago la cantidad de alcohol.

Y así estuvieron por un rato, ambos callados y sin querer mirarse a las caras, ambos sumidos en sus pensamientos e ignorando lo que hacía el otro, pero no podían evitar lanzarse miradas de soslayo cada tanto. Lo peor había sido cuando una de esas miradas había coincidido y ambos se habían descubierto in fraganti en tal vergonzosa acción.

Cuando ya el aburrimiento y la bruma narcótica que el alcohol les estaba produciendo a ambos les atacaba con firmeza, Daniel había comenzado con su incansable soliloquio y relataba no sé qué historia al otro hombre. Quien solamente le escuchaba pero realmente no le prestaba atención, pues las palabras del castaño le parecían insulsas y no le interesaban en lo más mínimo.

Y así se pasó el tiempo, cuando quisieron darse cuanta ambos notaron que ya era bastante tarde y que sus mujeres aún no habían regresado. Y fue en eso, que ambos pensaban para sus adentros, preocupados por María y Amanda, que sonó el teléfono móvil del de cabellos anochecidos, lo que distrajo a ambos y finalmente llevó al más serio de los dos a levantarse del sillón y dirigirse al balcón del departamento para poder hablar tranquilamente.

Una vez que regresó miró inmutable a Daniel y relató.

-Era Amanda, dijo que ella y María se encontraban en casa de otra chica, que estaban algo borrachas por lo que han decidido quedarse en casa de ella.- le dijo a un medio borracho Daniel, quien reía sin saber por qué.-Como ya no hay necesidad de quedarme, me voy. Ya nos veremos, Daniel.- terminó su frase el más alto, mientras tomaba el sweter que había llevado y emprendía camino a la puerta de salida.

-Hey, espera ahí, vaquero. No piensas conducir con todas esas cervezas encima, ¿o sí?- le detuvo a medio camino el castaño, mientras se le acercaba por la espalda, con su camisa a cuadros desacomodada y con una sonrisa ebria en sus facciones.

-No estoy borracho, puedo conducir perfectamente.- le rebatió Damián, comenzando a ofuscarse por la actitud del otro. Ya era segunda vez que le detenía y realmente no entendía nada, puesto que se odiaban, lo más natural era que se pusiera contento de que se alejara rápidamente y no verle hasta el sábado siguiente.

-No, no. Para que luego vengan las chicas y me regañen si al señorito perfecto le pasan una infracción por conducir borracho. O peor, si Don Modales tiene un accidente yo seré el culpable de embriagarlo y después permitirle conducir.- dijo aún sonriente, burlándose con apodos molestos el más bajo, lo que terminó por encender la ira de Damián, quien rebatió fuertemente.

-¡A la mierda, Daniel! No puedo entenderte, joder; Primero no me soportas, y ahora no quieres que me vayas. No me trago tu jueguito, imbécil.- le gritó enojado, mientras se le acercaba amenazante, como fiera embravecida.

-Solo lo hago por las chicas. Tú no me importas, idiota.- intentó escudarse el castaño, envalentonándose en ira también.

-Pueden irse a la mierda las chicas. Ellas no se encuentran aquí, no tienes porqué actuar como imbécil intentando ser mi amigo. Eso déjalo para cuando esté tu esposa, que solo ella es tan estúpida como para creer que el imbécil de su marido realmente quiere ser amigo de quien más odia.- fulminó incisivo, mirándole con sus ojos ámbar plagados de la más pura animadversión, apretando los puños hasta sentir sus uñas rasgar sus palmas y que su mente se nublaba.

En cuanto escuchó aquello, Daniel solo vio rojo frente a sus ojos, y bufó como toro, enfurecido como nunca y apretando un puño de la manera más violenta, se lanzó de lleno contra el hombre que tenía parado frente suyo, se alzó levemente y encajó su mano apuñada contra la mandíbula recia del pelinegro, golpeándole con tal fuerza que éste se tambaleó sorpresivamente hacia atrás.

-A mi mujer no la tocas, hijo de puta.- gritó colérico el de ojos pardos, viendo como el otro se recomponía rápidamente y se preparaba raudo para responderle de la misma manera, lo que no le dio tiempo a Daniel de protegerse y sintió como un dolor punzante le atacaba la mejilla, mandíbula y parte de la boca. Rápidamente sintió en su lengua el metálico sabor de la sangre y no pudo prever la caída que le ocasionó la potencia con que le golpeaba Damián.

Ambos terminaron en el suelo, revolcándose como bestias y golpeando a diestra y siniestra al otro. Pero entonces fue que sucedió, después de unos cuantos golpes asestados con violencia y de un labio y una ceja partidos, Daniel se encontraba de espaldas sobre el suelo de piso flotante y sobre él se erguía Damián, quien tenía sus

piernas abiertas a los costados de castaño y ambos se sostenían por las camisas, con los puños tan apretados que los nudillos comenzaban a emblanquecerse y las telas se arrugaban hasta casi rasgarse.

Ambos se miraban obnubilados, aún envueltos en esa vorágine de ira que les había cegado por completo, sus bocas jadeaban y se encontraban abiertas, la de Daniel sangraba levemente por su labio reventado y eso llamó levemente la atención del pelinegro, que por un segundo dirigió su vista a la hinchada herida y fue que se percató en la situación bizarra en la que se encontraban.

Era un triste espectáculo el que estaban dando, ambos comportándose de esa manera infantil, teniendo ya treinta y dos años, tirados ahí en el suelo, todos machacados y sangrantes, odiándose sin razón alguna. Jodido Daniel que lograba llevarle hasta esos límites y cuando pensaba eso el enojo volvió a crecer pues vio que la mirada del castaño también era de comprensión a lo que ambos habían hecho y el muy idiota lo único que hacía era sonrojarse sensualmente.

-Bájate ahora.- sentenció Daniel, mirándole seriamente, de manera amenazante pero sin haberle soltado la camisa aún, lo que no hacía muy creíble su ultimátum.

-No pienso quedarme toda la vida.- respondió con ese tono gélido y esa mirada helada el más alto, pero tampoco retiró sus manos del agarre apretado en la camisa a cuadros.

-Entonces hazlo.- repitió el de ojos pardos, mirando fijamente los contrarios, ese color ámbar que parecía más profundo y quieto, como agua de un estanque tranquilo. Cosa que removió el estómago de Daniel, produciéndole también esa incómoda punzada en la ingle, muy cerca de donde se encontraba apoyado el condenado de los cabellos negros.

Ambos seguían mirándose y sosteniéndose con fuerza, ya sin la ira de momentos anteriores, pero con claro enojo causado por sus actitudes. Y fue después de esa segunda y poco creíble amenaza de Daniel, que todo explotó, ambos se sostuvieron aún  más pesadamente y algo se accionó dentro de ambos pues sin quitarse sus ojos furiosos de encima se acercaron mutuamente por medio de sus camisas y ambos atacaron directamente los labios del otro, con fuerza, con ímpetu y violencia.

Daniel y Damián se besaron con ganas, mancillando los labios del otro con mordiscos y lamidas sensuales, apretándose en un recorrido de caricias en las que los brazos del castaño  terminaron enredados en la espalda del más alto y por su lado el pelinegro apretaba la cintura varonil del que se encontraba en el suelo.

Rápidamente las cosas comenzaron a encenderse, haciendo que ambos cuerpos se calentaran vertiginosamente y movieran contra el otro de manera necesitada.

Damián soltó por un momento la boca insidiosa e hinchada del de ojos pardos y acudió hasta el cuello expuesto del más bajo, tomando con sus dientes y lenguas ese sector entre el lóbulo de la oreja y su mandíbula, adueñándose con sus besos fogosos y fuertes de unos cuantos quejidos provenientes de la garganta del castaño.

Daniel ante tales caricias calientes sintió como crecía su excitación entre los pantalones e inconscientemente abrió las piernas para que la pelvis del pelinegro se acomodara contra la suya, logrando que sus miembros se contactaran y produjeran un delicioso roce, el cual incrementó alzando sus caderas sugerente.

El de ojos ambarinos dejó salir también un jadeo ante tal movimiento y dio una lamida lenta en el lóbulo de Daniel, para terminar metiendo su lengua en su oído para así simular una penetración, provocando que el otro se retorciera de placer y moviera aún más necesitadamente sus caderas.

Eso se estaba saliendo totalmente de control, pero ninguno de los dos pensaba en nada más que las perfectas e intensas sensaciones que eso les producía, mientras relegaban a sus esposas, a su enemistad y al mundo a un último y solitario lugar.

Cuando ya no soportaba más, el pelinegro, envalentonado por la pasión y excitación se separó levemente y apoyándose con una mano al lado de la cabeza de Daniel, comenzó a desabrochar con rapidez los botones de la camisa a cuadros, dejando expuestas toda esa piel blanca que ya había visto hace unos momentos e inevitablemente le había tentado. En cuanto le tuvo semi desnudo, el de ojos ambarinos se retrajo nuevamente contra el castaño y sin más preámbulos fue hasta uno de los pezones del hombre y los lamió y mordisqueó a gusto, dejándolo húmedo y erecto, todo ello era siempre acompañado por los cada vez más frecuentes y sonoros gemidos de un sensual Daniel, quien se encontraba con los brazos extendidos, los ojos cerrados y sus caderas levemente alzadas, dejándose hacer por ese hombre que le devoraba insaciable.

-Jo.joder, Damián.- dejó salir sugerente la boca hinchada del que se encontraba contra el suelo, sorprendiendo al más alto de que le llamara por su nombre de esa manera sensual, como incitándole a que le siguiera tocando fuertemente. Y eso fue lo que hizo, el pelinegro siguió su recorrido con manos y boca, explorando el pecho y estómago mientras el otro se repartía entre suspiros y gemidos.

Finalmente llegó hasta donde quería y se encontró con la pretina del pantalón gris de Daniel, tanteó suavemente, de manera muy lenta y sin querer retrasarlo demasiado optó por abrir de par en par botón y cierre y bajó por las piernas del más bajo aquella tela, hasta deshacerse de ella por completo y dejar al castaño solo con unos apretados bóxer de color azul y elástico blanco.

Damián miró el espectáculo y sintió como su pene daba un respingo en sus propios pantalones cuando veía esa escena, a su jadeante y excitado enemigo sumido contra el suelo, con su miembro endurecido y sus ojos entornados de brumosa pasión.

El pelinegro no perdió más tiempo, se introdujo entre las piernas del de ojos pardo y con su mano acarició por sobre la tela el gran bulto de Daniel, quien gimió gustoso y abría su boca dejando entrar grandes bocanadas de aire, pues percibió como el otro acercaba su cara de manera tortuosamente lenta a su miembro mientras no le despegaba la mirada de sus ojos, como desafiándole e introduciéndose en su ser con la profundidad de aquel ámbar.

Una vez que la boca del más alto estuvo cerca del pene del castaño, éste sacó su rosada lengua de su cavidad bucal y de manera grotescamente sugerente, y sin desunir aún la vista de los ojos pardo, lamió aquel bulto, sobre la tela azul, y sintió como el falo del otro hombre vibraba dentro del bóxer.

-Joder, ¡Chúpamela ya!- exclamó con urgencia el más bajo, mientras veía como el otro se sonreía al saberse con el poder de torturarle y no hacía lo que él le pedía.

-Sabes que siempre odié tu falta de modales, ¿no?- consultó lento, provocativo, mientras acariciaba con un dedo la extensión del pene de aquel que pedía sonrojado sobre el suelo.

Entonces fue que, sin más preámbulos Damián terminó por bajar el bóxer de color azul, solo lo suficiente como para dejar expuesto aquel falo de tamaño normal, totalmente erecto, con líquido pre seminal comenzando a aparecer en el rosado glande y ese suave conjunto de claros vellos que cubrían la base y parte de sus testículos, también hinchados y expectantes.

Damián sonrió ante la mirada tímida que le dio Daniel antes de quitársela y sin hacerlo esperar demasiado bajó hasta aquel pene y lo lamió primeramente en la punta, con toda su lengua lo enrolló y sintió el característico sabor del pre seminal escurrírsele entre los labios cuando apresó el glande entre ellos, chupando así solo esa parte, provocando un sonoro y necesitado gemido por parte del afectado, quien con rapidez tomó los cabellos negros del otro y de manera inconsciente empujó esa cabeza contra su miembro para que comenzara con la felación de una vez por todas.

Damián no se hizo de rogar y dejó que el tronco entrara también en su boca, sin tragarse todo por completo, pero chupando lo suficiente como para ganarse febriles quejidos del de ojos pardos, quien a momentos dejaba escapar su nombre entre sus labios mientras imponía un ritmo a la chupada.

Así estuvieron un rato, con el pelinegro lamiendo sensual y fuertemente aquel miembro, intercalando en tragárselo todo, lamer delicadamente el tronco, repartir imperceptibles mordiscos a su glande y besar con ganas los testículos.

Cuando ya todo comenzaba a arder demasiado y Damián había aumentado su velocidad que imponía en meter y sacar aquel falo de su boca, fue que a regañadientes el castaño le detuvo, tomó su cabeza por los cabellos negros y no sin algo de violencia, le alzó hasta situarlo frente a su boca, le besó con fervor y un extrañado pelinegro le contestó de igual manera. Cuando se separaron, Daniel habló levemente, permitiendo que un sonrojo se le situara en las mejillas y le atacara una inusitada pero tierna timidez, la que se vio totalmente contrapuesta con las palabras que soltó a continuación.

-Quiero que me cojas, Damián. Házmelo ya.- sentenció, ganándose una mirada asombrada por parte del pelinegro, quien no atinó a decir nada, simplemente volvió a besarle y le acarició el pecho con un dejo de ternura.

Cuando terminaron de besarse, el de ojos ambarinos regresó a esa actitud dominante y apasionada y con algo de fuerza giró bruscamente al castaño, dejándole de esa manera sus rodillas contra el suelo y su cabeza y abrazos acostados levemente, con el torso inclinado y su trasero alzado majestuoso.

Inevitablemente esa posición avergonzó a Daniel, pero le produjo una gran excitación, la que se vio reflejada en su vibrante y erecto miembro.

Cuando tuvo frente a él a ese culo blanco y de poco vello, el pelinegro se sintió caliente de inmediato, pues esa posición apetitosa en la que se encontraba el más bajo solo le llamaba a enterrarse en él y cogérselo hasta que los dos quedaran inconscientes. Pero temió que el apuro en sus acciones espantara al de ojos pardos y le impidieran disfrutar como merecía así que decidió hacer todo paso por paso, comenzando por lo más básico, acariciar aquellas nalgas blancas y tersas, de piel cremosa y tierna, poco explorada, por lo que se podía notar por las reacciones contrarias.

Cuando ya llevaba un buen rato en aquello, besando sutilmente la espalda del castaño, masturbando a momentos su miembro erecto y acariciando ese culo redondo, decidió que era tiempo de avanzar más, pues él también quería sentir todo ese placer y lo deseaba con todas las fuerzas, por eso dirigió una de sus manos muy suavemente entre las nalgas de aquel trasero y lo abrió levemente, obteniendo al fin vista de ese agujero rosado que le esperaba expectante, pasó a penas con una caricia leve su mano y éste se contrajo rápidamente, dejando también que se escuchara una exclamación sorprendida por parte de Daniel.

Damián sin perder mucho más tiempo volvió a rozar aquel lugar e hizo lo que llevaba rato esperando, bajó su cara hasta ese lugar recóndito y sacando nuevamente su rosada lengua comenzó a lamer desde sus testículos hasta su ano, ensalivando con su lengua suave todo aquello. Una vez que estuvo en ese agujero que se contraía y abría a momentos, jugó un buen rato chupando y metiendo su lengua en aquel conducto, oyendo como los gemidos fuertes y seguros de Daniel le llamaban por su nombre y maldecían cuando ya no soportaba más aquella carga de placer.

Mientras metía y sacaba su lengua del culo del pelicastaño,  Damián se entretenía masturbando con una mano el falo duro del hombre al que sometía, y con la otra mano comenzaba a jugar con sus dedos en aquella entrada que ya empezaba a dilatarse, penetrando con dos dedos mientras simulaba cogérselo.

Después de un rato de ese juego tortuoso y sensual, que había dejado a ambos ya en el límite ardiente de la excitación, Daniel exclamó urgido y suplicante.

-Hazlo ya. ¡Mé.métemela, Damián. Métemela!- pidió con su cara contra el suelo, girándose levemente para poder mirar a los ojos ambarinos del otro, quien al escuchar aquello volvió a sorprenderse de la actitud de quien se decía su enemigo, pero sin hacerle esperar se desnudó con rapidez y necesidad y se ubicó cerca del culo de Daniel.

El pelinegro miraba aquella escena extasiado, mientas sostenía su propio miembro y lo masturbaba con lentitud, introducía su dedo pulgar en aquel agujero que prontamente ultrajaría. Se acercó un poco más a Daniel, colocó un condón que había extraído de su cartera, pues siempre le llevaba por casos extremos, y de esa manera la penetración sería más fácil y menos dolorosa para el hombre de cabellos castaños.

-Debes relajarte lo más posible.- le tranquilizó el pelinegro al otro, mientras acariciaba sus caderas y le atraía hacia su miembro, cuando ya estaba cerca tomó con su mano su propi falo y con la otra se ayudó sosteniendo las tersas nalgas de Daniel, comenzó a metérsela.

El castaño cuando percibió la primera introducción frunció el ceño del dolor y se quejó muy levemente. El pelinegro por su parte sentía como la estrechez del otro se contraía contra su glande, apretándole en demasía.

-Shhhh, relájate, Daniel.- musitó silencioso el más alto,

acariciando parte de sus nalgas y su pene, esperando que de esa manera se tranquilizara, y causó un pequeño efecto, puesto que pudo introducir otra parte de su falo.

Y así estuvieron por algunos minutos, hasta que Damián logró introducirse por completo en el interior apretado y caliente de Daniel, todo aquello era acompañado por bufidos, suspiros y pequeños gemidos.

Para ese momento las caricias se habían vuelto inusitadamente más tiernas, más sutiles y delicadas, no sabían si por el efecto que querían lograr para tranquilizarse o por otra escondida razón, pero la verdad es que preferían ignorarlo.

Luego de que el miembro de Damián entrara por fin al ano de Daniel, éste comenzó con el leve vaivén del sexo, ese delicioso mete y saca que suele volver loco a todo aquel que lo practica. Y ellos dos eran dos presas más de aquel juego fulminante y desquiciado.

Todo era lo suficientemente calmado y lento como para no causar demasiado daño en el castaño, aun así el pelinegro no dejaba de entusiasmarse y le metía con vigor su falo, haciendo vibrar el culo del más bajo, golpeándolo con sus caderas cuando le penetraba con fuerzas, haciendo sonar en el proceso sus pieles.

El de ojos pardos por su parte se dividía todavía en aquellos restos de dolor y el placer inexplicable que le producía estar siendo empalado por su mejor enemigo, además con una de sus manos se tocaba a sí mismo mientas con la otra se apoyaba en el suelo y sobre esta descansaba su frente. No podía evitar que los gemidos salieran solos, sin permitirles censurar nada de ellos, recitando también el nombre de quien le cogía el culo de aquella manera bestial.

-M.más fuerte. ¡Ah! Joder, más.- gimoteaba ido el castaño, con su cuerpo humedecido por el sudor, con sus rodillas resintiendo la posición, con su miembro hormigueándole de placer y con su culo necesitando cada vez más de esas embestidas que le daba el otro.

-¿Te gusta que te coja, Daniel?- preguntaba envalentonado el de ojos ambarinos, penetrando rápidamente al otro, perdiendo todos aquellos modales y refinamientos de los que se jactaba.

-¡Me encanta! Damián, métemela más fuerte. ¡Ah, Ah!- suplicaba obnubilado Daniel.

Ninguno de los dos se percataba en el éxtasis en el que se encontraban, sus mentes estaban lejos, solo sus sentidos se hallaban ahí, concentrados en el cuerpo del otro, en el placer del otro, en cada gemido y respiración, cada caricia. En las manos de Damián que apretaban las caderas blancas de su contrario, en la espalda suave de Daniel que se curvaba cada vez que su próstata era profanada por una profunda estocada, en toda esa atmósfera sofocante que ambos habían armado mientras tenían sexo de esa manera violenta y animal.

Cuando ya casi culminaban y ambos sentían como ese cosquilleo delicioso comenzaba a recorrerles la espina dorsal y la ingle, Damián tomó a Daniel por el torso y lo levantó con determinación, dejándolo solo apoyado por sus rodillas y sentado sensualmente sobre sus caderas, cruzó sus brazos por su cintura, apoyó su propio pecho en la espalda sudada del castaño y besó su hombro y cuello con hambre. De inmediato sintió como el de ojos color pardo comenzaba a mover su pelvis a la par de la de él y se auto penetraba, sentándose sobre su miembro para así llevar él mismo el ritmo, empalándose contra ese falo endurecido que le llenaba su agujero, además su mano seguía masturbando su propio pene y ya sentía que iba a terminar.

-¡Damián, voy a acabar! Me corro.- le gimió con urgencia Daniel, dejando caer su cabeza contra el hombro del más alto. Sintiendo como la velocidad de las penetraciones aumentaba con la necesidad de llegar al orgasmo.

-Córrete, Daniel, y di mi nombre.- le ordenó con voz ronca el pelinegro, acariciando su pecho y afirmando su cintura de manera fuerte, besando su cuello y comenzando a sentir como él también se acercaba al punto culmine.

-Damián, Damián, Damián, ¡Ah, joder! ¡Damián, Damiáaan!- gemía extasiado el castaño, mientras se daba las ultimas caricias a su miembro y sentía como su semilla salía a borbotones cuando un orgasmo le cegaba hasta el punto del mayor embelesamiento.

El pelinegro por su parte también llegaba al orgasmo, corriéndose seguido del de ojos pardos, causado por esas contracciones deliciosas en su miembro y por esa voz suplicante que le llamaba obnubilado, apretándose contra la cintura del otro y mordiendo de vez en cuando su hombro expuesto.

Una vez que los dos acabaron se quedaron por unos minutos en sumo silencio, regulando sus respiraciones y abrazados de manera tierna aún, sintiendo como llegaban a ellos los primeros flechazos de realidad y comenzando a percatarse de la magnitud de lo que había sucedido.

Cuando Daniel alzó su cabeza del cómodo resguardo que había encontrado en el hombro del pelinegro, el otro se removió muy rápidamente y le soltó sin mediar palabra, cuidando de salir suavemente del interior del castaño y extrayendo con precaución el condón usado que tenía dentro todo el semen expulsado durante el orgasmo.

Ninguno de los dos se atrevía a mirar al otro y mucho menos a decir algo, se limitaron simplemente a vestirse en completo mutismo y a remorder sus conciencias ahora que eran sensatos de lo que habían provocado.

Ambos pensaron en primera instancia en sus esposas, en que aquello había sido la más sucia de las traiciones y que si llegase a saber se les vendría un infierno encima.

Luego, y casi muy superficialmente se dieron el tiempo para pensar en la persona con la que habían tenido sexo, en que era un hombre, en que era su mayor enemigo, en que era… Joder, parecía no haber razones suficientes o haber demasiadas como para no poder lograr opacar aquel momento, como para no olvidar la sensación dulce y deliciosa de la que fueron víctimas cuando se hicieron el amor de esa manera.

Y es que ese era el problema, había sido jodidamente perfecto y ninguno de los dos estaba dispuesto a aceptarlo y ni siquiera se les pasaba una idea así por la cabeza.

Lo mejor era olvidarlo, ignorarlo, enterrarlo, silenciarlo, simplemente matarlo… Así que terminaron de vestirse y arreglarse y cada uno tomó un camino; Daniel se fue a sentar nuevamente a aquel sofá de diseño exclusivo y de color morado.

Y Damián escapó por la puerta de salida del departamento para ir hasta su hogar.

Después de todo solo quedaban siete días más para que fuera sábado.

 

 

 

Notas finales:

Errores e imperfecciones?? Discúlpenme, comencé a las 10 de la noche y son las 4'11... Solo me detuve para fumarme un cigarrillo

Va dedicado a mi amada Till Cobain, por si te pasas por acá, esto es para ti por ser tan buena lectora ;)

También debo saludar a Loki, no te pongas celosa que tu también eres de mis más queridísimas.

Espero le haya gustado.

Me despido


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