Ya había terminado de empacar todas y cada una de sus cosas. Sus objetos personales como cepillos, maquillaje, su diario y su espejo portátil, ya se encontraban en la cajuela del auto de su padre, junto con la mayoría de su ropa. Solo faltaba aquella caja que se encontraba en el piso, en su interior habían algunas blusas, jeans, algo de ropa interior y una vieja fotografía familiar. Cada mudanza requería trabajo y esta no sería la excepción, en su última morada, ósea esta, habían adquirido más ropa, varios artículos y demás cosas del hogar, pensando que ya no volverían a mudarse. Sin embargo, ahí estaban, al cabo de tres meses, habían llamado a su padre para informarles de que, nuevamente, serían reubicados.
A sus 17 años de edad aun no sabía no lo que era pertenecer a un lugar, las constantes mudanzas por culpa del trabajo de su padre, hacían difícil que pudiera tener una amistad duradera, y ni hablar de un romance. El único lugar en donde habían durado casi un año era en Hokkaido, ahí había tenido algunos amigos con los que hoy por hoy mantenía contacto, hubiera querido quedarse allí.
- ¡Matogi, baja! – escucho como su padre, Katsuya Kobashi, gritaba desde la planta baja. Gruño con desdén antes de tomar la caja faltante, y dirigirse escaleras abajo al encuentro con su padre.
Su padre, un hombre con el cabello naranja (a quien le empezaban a salir canas por la edad) y ojos ámbares, se encontraba de pie junto a la puerta, con el celular en mano y el ceño fruncido.
- ¿Estás lista, cariño?
- Sí
Pasó al lado de su padre con dirección al auto, acomodo la caja en la cajuela y la cerró, para luego ir y subir al asiento del copiloto. Su padre no tardo mucho en seguir su ejemplo, y en menos de cinco minutos, ya estaba ocupando su lugar de conductor, encendió el estereo y ambos partieron hacia la carretera.
- He hablado con mi jefe – empezó su padre -. Como solo falta un año para que te gradúes, lo he convencido de que no me transfiera hasta ese tiempo, ¿no es genial?
Matogi solo asintió con la cabeza y su padre soltó un suspiro.
¿Qué si creía que era genial? Sí, no había ni que dudarlo.
¿Qué si creía que de verdad pasaría? Esa era otra historia.
Su padre muchas veces le había dicho que no volverían a mudarse, y cuando no habían pasado más de unos cuantos meses, ya se encontraban haciendo el equipaje de nuevo. Quería mucho a su padre, pero simplemente no podía creer en su palabra.
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No fue conciente de cuando cayó dormida, en la mayoría de los viajes, empezaba a sentirse tan mareada que la única forma de calmarse, era dormir. Sintió como su padre la movía suavemente en un amago por despertarla.
Cuando abrió sus ojos, se dio cuenta de que estaba frente a una casa, algo pequeña y fachada pasteleada, en un pequeño barrio que se extendía unos cuantos kilómetros más allá. Supuso que aquella sería su nueva casa, así que con pereza, salio del auto y se dirigió hacia la puerta.
“Familia Kobashi”
Eso era lo que rezaba una pequeña placa a un lado de la puerta. Pasó al interior de su nuevo hogar, para darse cuenta de que todas sus cosas (que habían sido enviadas cuatro horas antes) ya se encontraban ahí, todavía en sus cajas.
- Es bonita, ¿verdad? – dijo su padre, el cual se había posicionado a su espalda y le daba un leve masaje en los hombros.
- Sí, es muy bonita.
- A partir de ahora esté será nuestro hogar. Te lo prometo, Matogi – y ahí iban de nuevo las palabras sin valor.
Haciendo uso del poco tacto que tenía, Matogi se separo de su padre y con la excusa de estar cansada, se dirigió a su habitación.
La habitación no era muy grande y estaba decorada en tonos pasteles, pero para ella estaba más que perfecta y acogedora. Se tiro a la cama, y cuando puso la cabeza sobre la almohada, se dio cuenta de sí estaba cansada. Cerró sus ojos, poco importándole que todavía estuviera vestida y con los zapatos, en ese momento solo quería dormir, ya mañana arreglaría lo que faltaba.
-*Continuara*-