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Un Bipolar y un Obsesivo-compulsivo por Passion Pit

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Notas del capitulo:

Ok, sí, Passion se desapareció por mucho tiempo, se disolvió entre la niebla y huyo como cobarde.

Pido disculpas por mi incontinuidad con Ironía, en las notas finales explico todo y no se preocupen que he vuelto en gloria y majestad (sí, seguro)

 

 

Cuando la  gente escucha el término Bipolaridad suele malinterpretarlo, o más bien utilizarlo como un calificativo cualquiera, restándole el verdadero peso y significado del mismo. Mis amigos solían llamarse entre sí o autodenominarse bipolares, aludiendo a aquellos cambios de ánimo bruscos imposibles de controlar… algo así como levantarse una mañana con el humor digno de un ogro y a los siguientes cinco minutos comenzar a ser una dulce ovejita blanca. También hay quienes hacen uso del término en tono jocoso, creyendo que aquel que es dueño de una explosiva y cambiante personalidad es un bipolar cualquiera.

Cuando yo escuché por primera vez el nombre de Bipolar con toda la seriedad que se lo merece, fue en boca de mi psiquiatra. Harán ya más de dos años de aquello, fue una tarde de invierno cruel, una de esas angustiantes y grises tardes que te roban hasta el último de tus pensamientos esperanzadores, dejándote solamente con la huella incorregible del sinsabor de la tristeza. Para aquel entonces yo tenía unos 20 años, no lo recuerdo bien, solo puedo memorar con esfuerzo que no era una etapa muy dichosa de mi vida, más bien vivía cada día sumergido en un infierno oscuro, frío y encerrado, que me detenía dentro de él, truncándome toda salida y llevándome a tales umbrales de desolación que por momentos la angustia parecía volverse física, y el dolor se volvía una puntada real en el pecho que escocía y laceraba, me dejaba sin aire y me provocaba ataques de pánico tales que me obligaban a golpear mi cabeza contra el concreto de las paredes… Solo era un jovencillo perdido, que no pensaba demasiado en las cosas que hacía y prefería quedarme sumido en la nube de autocompasión y desidia, durmiendo más de doce horas seguidas y llorando otras doce más. Era un chiquillo que parecía más un estropajo sucio, una marioneta con hilos cortados, muñequito roto.

Esa mañana me levanté pasado el mediodía, como era costumbre en mí, apenas tragué una taza de té y mordisqueé alguna galleta para finalmente tomar la cajetilla de Lucky Strike suave y ponerme a consumir el único vicio que lograba calmar mínimamente mis crisis ansiosas. Pasada la tarde, mi hermana mayor ya aburrida y mirándome con un resto de reproche en sus ojos castaños llegó hasta mi habitación, levantó su voz autoritaria y me mandó a la ducha, apurándome a un corto baño para que luego le acompañara a salir. Yo le miré con ojos neutros y quise negarme, pero su posición de mentón alzado dejaba en claro que no había lugar a reproches por lo tanto preferí seguirle.

Una vez que nos encontrábamos dentro de su auto y ella conducía en silencio yo me arrellané contra el asiento del copiloto y esperé en mutismo que ella me diera una explicación, la cual no se hizo esperar:

-Te llevo al psiquiatra- fue su terminante frase, dejándome a mí en un estado de estupefacción y mi mirada marrón buscando la suya con urgencia.

-Estoy cansada de verte así, Sebastián. Mamá también está preocupada y decidimos que era lo correcto- continuó, sin voltear la vista del camino y con sus manos tensas en el manubrio.

-Y piensan solucionarme la vida llevándome a un loquero- le contesté, con desgana y una risilla irónica.

-No comiences con melodramas, Seba. Sabes perfectamente que no te encuentras bien. Y lo hacemos por tu sanidad- rebatió ella reprochándome mi actitud autocompasiva y patética. Luego de eso nos quedamos en silencio, yo no me sentía con las fuerzas suficientes para discutirle nada y prefería continuar con su jueguito para que de esa manera se tranquilizara.

En el fondo sabía el daño que me estaba causando y lo que por ende causaba en aquellos que me rodeaban, mi madre ya no soportaba el verme sumergido en un pozo sin salida y mi hermana intentaba ayudarme de manera desesperada. Estaba siendo injusto y egoísta, dejando todo sin término y aplazando mi vida a una rutina de nada, abandonando la universidad, los amigos, el trabajo y la vida social. Emplazándome al rincón más oculto de mi cama, tapado por una montaña de colchas que servían de refugio improvisado.

Cuando llegué por primera vez a mi cita con aquel doctor un miedo fulminante creció en mí, pero intenté no acobardarme y llegué hasta aquella silla frente al escritorio de vidrio para relatarle al desconocido de lentes la mierda en la que estaba viviendo. Estuve más de una hora hablándole a un frío y serio personaje que hacía preguntas cortas y anotaba como máquina en unas hojas que pasarían a ser mi expediente médico. Al terminar la charla rutinaria y que el doctor haya anotado todos mis síntomas con precisión clínica, invitó a mi hermana hasta la consulta para dar su veredicto final.

Trastorno Bipolar II con 3 episodios depresivo mayor.

Cuando mi hermana y yo escuchamos aquello debimos haber cambiado nuestra expresión a una de terror pues el doctor se apresuró a explicarnos con palabras poco técnicas para hacernos comprender aquello que hablaba con tanta firmeza.

Fue entonces que entendí el verdadero peso de la bipolaridad, pues no se trataba de aquellos cambios de humor graciosos a los que la gente común achaca, sino más bien un desorden emocional que provoca largos periodos depresivos intercalados con etapas de manía y episodios de normalidad. Algo así como pasarse cinco meses metido en la más profunda de las tristezas para salir a la superficie de la nada, volviendo a la normalidad o en caso contrario dispararte a periodos de excitación aguda y así… Como una montaña rusa de feria de variedades, de esas que suben y bajan y nunca sabes qué esperar pero lo único que deseas es bajarte.

Luego de esa charla explicativa el facultativo me recetó unos medicamentos con los que experimentaríamos hasta dar con el correcto, primero fue la quietapina, un antipsicótico, luego fue el ácido valproico, luego vinieron otros… Hasta que después de dos meses acertó con la dosis perfecta de ácido valproico.

Más tarde vinieron las visitas al psicólogo, el comienzo de una rutina para mantener mi mente en el justo equilibrio y finalmente mi momentánea mejora. Un nuevo episodio de normalidad que me regresó a mi vida antigua, regresé a la universidad, el trabajo, los amigos y la vida social.

Pasaron un par de años, ya casi tres, y todo iba bastante bien, mi tratamiento farmacéutico continuaba y como lo esperaba, solo me causaba un molesto temblor de manos y momentáneos espasmos en mi cabeza, pero nada de mayor envergadura. Había pasado por una corta crisis de manía en la que el jolgorio, poquísimas horas de sueño y alegría desmedida me había traído unos pocos estragos, tales como haberme rapado mis cabellos (Ios que antes llevaba en una melena más debajo de mi mentón) y un nuevo tatuaje acompañando a los antiguos. Pero todo se había solucionado con tranquilizar mis actividades, tomar clases de yoga y terapias alternativas como la homeopatía.

Para ese entonces yo tenía mis veintitrés años recién cumplidos y me proyectaba tranquilo, mis notas iban en aumento y tenía un novio al cual amaba. Había conseguido un nuevo trabajo que si bien me ocupaba gran parte de mi tiempo, me tenía satisfecho.

Pero entonces sucedió lo que un bipolar siempre teme. Entré en una nueva crisis. El trabajo ya no era satisfactorio ni divertido, solo me provocaba angustia, ansiedad y ataques de pánico. Las clases se volvían torturas y los llantos las acompañaban en silencio, mi novio comenzaba a preocuparse y a sentirse inquieto por mi actitud agresiva. Un nuevo episodio depresivo mayor, un aumento de dosis, una licencia laboral, disminución de mis horas de estudio. El final quiebre con mi novio, quien no se sentía capaz de lidiar con un hombre que no podía controlar sus estados de ánimo y que amenazaba con volverse un loco maníaco o un patético depresivo cuando menos se lo esperara.

Yo caí, profundamente.

Cuando volví a mi psiquiatra, nuevamente junto a mi hermana fue en urgente desesperación, mi vida se había desmoronado y toda la estabilidad lograda llevaba con ímpetu por la ventolera que me atacaba.

-Su hermano debe ser internado- le dijo con profesionalidad el hombre a mi hermana. Isabel abrió sus ojos marrones con sorpresa y no supo que decir. Por mi parte me sumergí más en el asiento en que me encontraba y quise gritarle al doctor que aquello no era posible y sentía con desesperación la urgencia de correr lejos de ahí.

-No podemos dejar pasar la crisis en la que se encuentra. Necesita estar vigilado en caso de que quiera cometer actos suicidas y médicos deben estarlo cuidando día y noche.- le relató con tono condescendiente el hombre de impecable camisa blanca. Mi hermana solo asentía con mueca neutra y yo me sentía inexistente, como si aquellos dos no hablaran de mí si no de otro Sebastián, de uno ajeno, extraño, desconocido.

Cuando aquella consulta termino mi hermana condujo hasta casa demasiado callada, pero con sus marrones ojos demasiado decididos lo que me indicaba que ella había tomado la determinación de seguir las instrucciones del médico al pie de la letra.

Y así fue, tanto Isabel como mi mamá se pasaron las siguientes dos semanas haciendo los arreglos necesarios para internarme, firmaron una cantidad astronómica de papeles y visitaron unos cuantos centros médicos para finalmente, llegado un miércoles definitivo me llevaron hasta la clínica psiquiátrica en la que pasaría un tiempo indefinido, solo el médico daría el alta cuando ésta fuera necesaria.

Cuando llegamos, una casona de blanco aspecto me recibió tristona. Su puerta era de un color marrón oscuro y para mi significaba la entrada al fondo máximo de mi pozo, una vez en el lugar nos recibieron un par de administrativos que se encargaron de llenar los últimos papeles y dar indicaciones a los “sanos”. Más tarde, ya terminado el proceso de ingreso, me llevaron hasta la consulta de quien sería mi psiquiatra encargado, un hombre al que me habían derivado y mostraba un bigote curioso y una expresión más cálida que mi antiguo doctor.

Para mí las cosas pasaban demasiado rápidas y yo las sentía como fuera de mí, tan solo asentía como autómata y escuchaba como el doctor me indicaba que era necesario que yo le comentara cualquier novedad en mi ánimo y cada cambio debía ser avisado, luego nos explicó cómo funcionaba el tratamiento y cuales serían mis horarios. Yo solo deseaba encerrarme en mi habitación y dormir por lo que restaba de existencia.

Después de unas horas y ya instalado en la que sería mi habitación durante la estancia Isabel y mi madre se despidieron de mí, intentando mantenerse fuertes y contentas, para no transmitirme más pesadumbres a mi estado. Yo quise rogarles para que me llevaran con ellas, pero nuevamente dejé mi cobardía a un lado y me mantuve enhiesto, dándoles una sonrisa que las confortara y les prometiera que mi salida sería pronta y en gloria y majestad.

Una vez que me encontré solo una desesperación me recorrió de cabeza a pies y solo atiné a caminar agotado y lloroso por los pasillos hasta que me encontró una enfermera y me indicó de manera suave y tierna que el patio estaba abierto para los pacientes y que algunos estaban practicando actividades, yo todavía no estaba dentro de ellas, pero que era mejor que me mantuviera fuera y relajado.

Yo fui hasta el lugar y me encontré con un jardín de bello pasto verde, con caminitos de piedras que lo recorrían, árboles y flores que lo adornaban, al menos sería un descanso y un refugio de aquel sanatorio en el que me encerraban. Me dirigí hasta una de las banquitas con parsimonia y me senté a observar como un grupo de cinco personas se encontraban frente a caballetes de madera y pintaban sobre lienzos blancos. Mi presencia en el lugar parecía invisible, pues nadie se giraba a mirarme o bien todos hacían causa común y no deseaban agobiarme con sus presencias. Yo lo agradecía internamente, pues no tenía ganas de hacer vida social con un montón de personas que se encontraban tan o más locas que yo.

Cuando dieron las seis de la tarde todos fuimos dirigidos al comedor del lugar, donde nos dieron una merienda liviana y había un televisor dispuesto para los pacientes. Una vez que terminé de comer me senté cerca de la televisión y miré sin atención un programa de documentales que pasaban. A un lado mío se ubicó una mujer de entrada edad que sin avisarme tomó mi mano entre las suyas y la acarició con inusitada tibieza.

-Tiene que estar tranquilito. Acá todos lo vamos a cuidar bien, hijito. Haga caso en todo y no se eche a morir nunca, así sale lueguito de acá.- me comentó la señora, de manera maternal y aun sosteniendo mi mano. Yo no supe qué contestarle y preferí devolverle el gesto con un apretón, en el fondo aquello me había reconfortado y sentí ganas de llorar nuevamente, mis ojos escocieron y se nublaron en lágrimas. Quise decir algo pero todo se vio interrumpido cuando las enfermeras llegaron hasta la salita y nos indicaron que debíamos ir a nuestras habitaciones.

Cuando escuché aquello recordé que en mi habitación habían dos camas y que por ende compartiría lugar con otro paciente más y aquello causó desesperación y desasosiego en mí, por lo que hice el camino lentamente como queriendo retrasar el encuentro. Una vez me encontré ubicado frente a la puerta blanca que tenía por número diecisiete entré silencioso y con semblante derrotado. De inmediato percibí que ya se encontraba alguien ahí  y una curiosidad y leve molestia creció con fuerza cuando me pude dar cuenta que el personaje se encontraba entre mis cosas, sacaba todo del bolso que mi madre había preparado y lo ordenaba con precisión clínica.

-Disculpa, esas son mis cosas.- le comenté con voz que no sonó demasiado autoritaria pero si algo molesta.

-¡Ah! Tú eres el nuevo, ya tengo casi todo ordenado, no te preocupes que ya termino.- comentó con simpleza, mirándome a penas y sonriendo tranquilo. Yo no supe como reaccionar y me quedé mudo viendo como el chico, quien no pasaba de los veinticinco, ordenaba cada cosa en su lugar, procurando que todo estuviera métricamente ubicado. Una vez hubo terminado su labor se giró  y limpiando sus manos con una toalla de manos alzó una de éstas y la extendió hacia mí en saludo.

-Soy Fernando, entré hace poco, al igual que tú.- me dijo amigablemente y me causó curiosidad sus acciones precisas y medidas. Yo tomé su mano y cuando iba a responderle observé sorprendido que volvía a limpiar sus dedos con aquella toalla para finalmente sentarse en su cama y observarme expectante.

-Sebastián.- fue todo lo que pude responder pues en el fondo me sentía intimidado por aquella actitud alerta y expectante.

-Un gusto. Sabes, debo advertirte de algunas cosas antes, sobre mí. Así nos llevaremos bien y no tendremos problemas.- hablaba muy rápidamente y mirándome con sus verdes ojos de manera fija. –Disculpa si hablo demasiado o lo hago muy rápido, es que después llegan las enfermeras con los dulces y se debe guardar silencio. Los dulces son los medicamentos, quizás hoy tarden un poco más porque debe regular tus dosis y lo más probable es que te traigan nuevas. Yo siempre tomo tres diferentes, mañana y noche, el doctor intentó explicarme qué eran pero yo no entendí muy bien. Las enfermeras no te contestan cuando les preguntas qué cosa es la que te dan, así que mejor las tomas y ya.-continuaba su charla incesante, logrando marearme en el proceso. –Cuando vengan tienes que mostrarte bien tranquilo, así ya no te piden nada, después tendrás tiempo para hacer algo, como escribir o leer, lo que quieras.- me explicó el chico, aún mirándome fijamente y de vez en cuando haciendo el mismo y repetitivo gesto de pasar una de sus manos por su negro cabello liso. Yo dudé seriamente de sus palabras pues al darme cuenta de su actitud ansiosa no creía poder concentrarme en alguna actividad con él hablándome así. –Más tarde vienen dos enfermeros que revisan todo, los odio tanto, dan vuelta la habitación por completo. Pero cuando se van ya nos encierran definitivo y se supone que debemos dormir. Yo no puedo dormir mucho, ya que tengo que ordenar todo lo que los enfermeros hacen. Pero termino durmiéndome igual.- sentí que aquello iba a ser totalmente desesperante y dudé con seriedad de la inteligencia del doctor al ubicarme acá, cuando lo que yo más necesitaba era tranquilidad me ponían con un hablador loco.-Sabes, yo soy obsesivo-compulsivo. Debes estar preguntándote porqué un oc termina en un psiquiátrico, es algo inusual, lo sé. Pero la mayoría de las veces el trastorno se produce por traumas más graves o desordenes emocionales como la depresión y mi madre se asustó demasiado cuando yo no quise salir más de mi habitación, que terminaron encerrándome. Creo que verme limpiar las paredes con toallitas húmedas no fue bueno. El doctor dijo que podía llevarme a un suicidio y que era necesario el tenerme controlado. Yo le dije que era imposible, que solo necesitaba que las paredes estuvieran limpias y así saldría de mi habitación. Pero no me creyeron. Y tú, Seba, ¿por qué te encerraron?- continuó acelerado, dejándome escaso tiempo hasta para respirar.

Ante lo que me había dicho yo me sentí acongojado y sorprendido, su trastorno era más que obvio pero no me esperaba que llegara a tales límites. Por otro parte, ante su pregunta percibí nuevamente aquel miedo, no es que fuera de aquellos que se avergüenza de sus cosas, solo que comentarlo con un desconocido que no paraba de mirarme y hablarme era un tanto intimidante. Pero por otro lado siempre dicen que un desconocido es el mejor oyente y tiene una opinión objetiva.

-Soy bipolar- fue todo lo que le dije, torciendo un poco el gesto.

-Ah, entonces tú debes entenderme bien. Me refiero a que cuando te encuentras maníaco debes ponerte oc como yo, ordenando como idiota y esas cosas.- comentó jocoso, burlándose de sí mismo y provocando una leve sonrisa en mí.

-No, soy del tipo II… Más depresivo que maníaco.- relaté, corrigiéndolo y mirándole de manera irónica.

-¿Intentaste matarte? Todos los depresivos que hay acá llegaron por eso. Yo nunca llegué a tanto, creo que fue la exageración de mi madre y el doctor.- cuando me preguntó eso sentí incomodidad, su personalidad avasalladora traía consigo una fuerte carga de sinceridad que me incomodaba. –Te molestó que te preguntara eso. Perdón- se corrigió ante la actitud que yo había adquirido.

-No, está bien. No intenté matarme, solo tuve una fuerte crisis depresiva que me obligó a dejar todo, mi trabajo, universidad, amigos.- le respondí, queriendo ser sincero y en el fondo empatizando con el chico.

-¿Estudiabas? ¿Qué estudiabas? Yo también trabajaba cuando todo pasó, soy diseñador gráfico y fotógrafo aficionado. Puedo pasarme horas limpiando la lente de mi cámara, mi mamá me gritaba cuando lo hacía, me decía que por culpa de aquello Leo se había ido. Pero no fue eso, Leo no soportaba que yo le urgara sus cosas, pero es que el no entendía que yo no lo hacía por querer meterme en su vida personal, solo necesitaba ver ordenado todo. Leo era mi novio, me tuvo mucha paciencia, pero se cansó. Dime, qué estudiabas.- hablaba con rapidez astronómica, sorprendiéndome con su historia de su novio, algo tan personal contado de aquella manera tan superficial.

-Estudiaba historia.-le contesté con seguridad y vi como iba a responderme con emoción, pero se vio interrumpido por una enfermera que entraba a la habitación con una bandeja en sus manos.

-Fernandito. Su dosis.-  le dijo tiernamente la mujer, sonriéndole con calidez y esperando a que  el chico tragara las pastillas.

-Y ahora, Sebita. Bienvenido corazón, acá tiene su dosis. El doctor le explicará luego de qué se trata. Me comentó la mujer mientras me entregaba un vaso con agua y un pequeño dosificador con tres pastillas de color blanco y diferentes formas. Las tomé y le agradecí.

-Muchas gracias Ema, nos vemos en la mañana, tengo que mostrarte las fotos que te tomé el otro día.- le habló Fernando, con total familiaridad, causándome un extraño sentimiento, algo así como ternura.

-Bueno mi niño, ya, ahora tranquilitos que ya vienen a revisar las habitaciones.- se despidió finalmente la mujer y nos dejó solos y encerrados nuevamente.

-También te dieron tres. ¿Cuántas tomabas antes?- me preguntó el chico de cabellos negros, comenzando a caminar por la habitación, se le veía inquieto, yo supuse que le incomodaba que llegaran pronto los hombres que desordenarían todo lo que él había arreglado con métrica paciencia.

-Solo una- le respondí calmo, mientras me recostaba en mi cama suavemente.

-Vaya, bueno pero no te asustes por la diferencia, solo están probando para dar con el tratamiento exacto. Solo que prepárate para los efectos, lo más probable es que te duermas como un bebé.- me dijo divertido, aún moviéndose nervioso.

-Lo sé, ya pasé por eso cuando todo comenzó.- le respondí, ya sintiéndome en más confianza y extrañamente acompañado por aquel obsesivo compulsivo.

Fernando nuevamente iba a comenzar su charla pero otra vez se vio interrumpido por la entrada de alguien, esta vez eran los enfermeros, quienes callados y de expresiones neutras nos pidieron ir hasta el rincón de la habitación y comenzaron con una frenética búsqueda. El de ojos verdes los miraba angustiado mientras veía como todo quedaba fuera de lugar y retorcía sus manos histéricamente, yo no supe si reír o llorar solo me removí inquieto y dejé salir una sonrisa inusitada. En cuanto se dio cuenta el de cabellos azabache se giró y mirándome desde arriba, pues era más alto que yo, quiso aniquilarme con la vista pero prefirió encauzar sus energías en otra cosa que me causó sorpresa y una extraña sensación en mi estómago. El pelinegro alzó sus manos y comenzó a ordenar mis cabellos marrones que estaban bastante rebeldes.

Una vez que se fueron mi compañero terminó con su tarea de arreglar mis cabellos y comenzó con el trabajo obsesivo de poner todo en su lugar, yo le miré curioso y decidí que lo mejor era acostarme, me cambié en silencio y dejé que el otro siguiera con su labor pues no me molestaba. Al poco rato comencé a sentir los soporíferos efectos de los medicamentos y el sueño me atrapó rápidamente.

A la mañana siguiente desperté con la cabeza embotada, las drogas aún causaban su efecto y yo me encontraba algo descolocado, la desesperanza y angustia aún se mantenían vigentes y dolorosas y yo sentí ganas de quedarme ahí y hacerme mínimo, volverme cucaracha, como alguna vez lo hizo Kafka. Pero entonces mi sopor fue cortado de cuajo por la voz de Fernando.

-Si te quedas ahí va a ser peor, vienen las enfermeras y te obligan a levantarte. No de manera muy amable, te recomiendo empieces antes que ellas, así ya para el desayuno no te joden.- miré como el hombre se arreglaba sus ropas de manera milimétrica, también su pelo y se limpiaba las manos con fuerza. Una rabia sorpresiva creció en mí y sentí ganas de gritar.

-Puedes callarte de una vez.- espeté molesto, sin pensarlo y logrando que el otro detuviera sus movimientos y me mirara por solo un segundo. Luego giró todo su cuerpo y salió del lugar.

Yo me quedé acostado entre las sábanas y un llanto angustioso me envolvió la garganta, me sostuve la cabeza con fuerza y quise gritar. Estuve así por un largo rato y sentí como se abría la puerta otra vez, una enfermera hacía su entrada.

-Tiene que respetar los horarios, desayuno a las ocho, medicamento a las 10, luego actividades. Las habitaciones se cierran hasta la tarde, no puede estar acá.- me recitaba la mujer de manera automática mientras me quitaba las colchas y me ayudaba a levantarme no lo hacía de manera brusca pero sí autoritaria, obligándome a que saliera del lugar.

Fernando tenía razón y yo me sentí inexplicablemente arrepentido.

Después de que en la clínica se sirviera un frugal almuerzo nos obligaron a todos a incluirnos a las actividades, yo por mi parte me dirigí al jardín en espera de que me indicaran qué debía hacer y fue entonces que llegó una mujer vestida de manera casual y con un tono alegre me preguntó si yo era Sebastián.

Cuando se presentó me indicó que ella era la profesora de artes y que el psiquiatra le había encomendado que yo me uniera a su clase, yo asentí derrotado y me dirigí con ella al lugar donde el grupo de artes se encontraba. Ahí estaban las cinco personas que yo había visto ayer en el jardín con sus caballetes, ésta vez todos tenían grandes cuadernos de dibujos en sus piernas y utilizaban el carboncillo para bosquejar diferentes formas. Rápidamente me di cuenta que entre todos se encontraba mi compañero de habitación y extrañamente me sentí reconfortado de ver una cara conocida, lamentablemente el chico de los cabellos negros parecía aún molesto por lo de la mañana ya que no me dirigía la vista e ignoraba la presentación que hacía la profesora. Después tuve que presentarme yo frente a todos y luego me enseñaron cuál sería mi puesto a utilizar. Finalmente la profesora dio un par de instrucciones que no me agradaron demasiado, nos pidió bosquejar algo que nos diera miedo del lugar en que nos encontrábamos, siguiendo siempre las técnicas de dibujo que ella dictaba.

En un principio me quedé en blanco, mirando la hoja del block sin saber que plasmar en ella, me removí en mi asiento e intenté espiar los otros dibujos, un par dibujaban solo manchas negras que poco sentido tenían los otros intentaban bosquejar figuras humanas que se asemejaban a las enfermeras o a los doctores, no sabría decirlo con exactitud, y entonces me fijé en el bosquejo de mi compañero de habitación y un escalofrío me recorrió, en su hoja había un dibujo de líneas gruesas y decididas, bellísimas y armónicas las que armaban en el centro el perfecto autorretrato del de ojos verdes. Sin quererlo sentí una extraña mezcla de lástima y emoción, su dibujo era devastadoramente hermoso.

-¿Tienes problemas con tu dibujo, Sebastián? ¿Prefieres hacer otra cosa?- me preguntó la profesora, con sonrisa condesenciente, mirando mi cuaderno en blanco, yo la miré con nervios y sentí como todos los ojos se giraban hacia mí.

-No, estoy bien.- le respondí simplemente y comencé a trazar líneas sin mucha seguridad, ya decidido por cual había sido mi mayor miedo.

Al término de la clase, la profesora, y también psicóloga del recinto, nos apartó uno por uno para observar nuestros dibujos y charlar con nosotros. En cuanto vio el mío suspiró con una sonrisa enigmática.

-Explícamelo, Sebastián.-

-Es la puerta de entrada de la clínica.- le respondí yo.

-¿Tu mayor miedo es una puerta?- me cuestionó, diciendo algo absurdo pero sabía perfectamente que llevaba una carga de psicología que solo ella entendía.

-Fue la entrada a este lugar. Creo que con esto ya toqué fondo.- le contesté, bajando la mirada.

-¿Sabes lo que se dice cuando se toca fondo, no?- rebatió la mujer de mirada calma. –Ahora solo resta escalar- terminó y me devolvió papel con mi bosquejo, dejándome solo con el sinsabor que me produjeron sus palabras… Había escuchado aquella charla de psicología barata tantas veces que ya comenzaba a molestarme, era cansador sentirse menos que los demás y que éstos se creyeran con las capacidades de refregártelo, siempre solapados en la barata excusa de ayudarte.

Cuando todo terminó entré al recinto y me dirigí a la salita de televisión, ahí se conglomeraban todos los pacientes para poder distraer sus mentes en algo que no les obligara a pensar, las sillas estaban dispersas y muchos se sentaban y volvían a levantarse de sus lugares, caminaban inquietos, la gran mayoría tenía en sus ojos la característica nubosidad que produce el efecto narcótico de las drogas y dirigían sus ojos a puntos muertos, como buscando algo a la distancia que  por momentos se acortaba a cuatro paredes blancas.

La señora que la tarde anterior había sostenido mi mano se sentaba con un par de mujeres más y hablaban entre ellas en voz baja, un hombre un poco más allá rascaba con urgencia sus piernas y movía frenéticamente sus pies, era notorio y evidente que le achacaba un fuerte síndrome de abstinencia. De los demás poco se podía hablar, ahí todos éramos entes embobados por pastillas y sumergidos en nuestras propias desgracias, cada uno se las arreglaba en su propio rincón, con sus propias miserias.

Cuando caminé por el salón como decidiéndome a elegir un lugar en el que pasar el resto de la tarde noté una figura conocida, era el pelinegro de ojos verdes. Fernando se encontraba pulcramente sentado en una de las sillas del lugar, bastante apartado de los demás y con sus ojos detenidos en la tarea laboriosa y obsesiva que llevaba a cabo, limpiar frenéticamente sus manos con aquella toalla que yo le había visto la tarde anterior.

En un principio pensé que no era una buena opción sentarme a su lado, de seguro el chico comenzaba con alguna de sus locuras o actitudes extrañas y me arrastraba con él a esa vorágine de desquiciamiento de la que deseaba estar alejado. Pero entonces recordé el rictus que había adquirido cuando le insulté esa mañana y decidí que aquella era buena instancia para arreglar ese malentendido. Debía hacerle comprender que mi malhumor solo me hacía ladrar sin querer morder de verdad, solo era un pajarillo con ganas de salir volando, pero demasiado asustado como para hacerlo y por ello me desquitaba injustamente con él.

Finalmente me dirigí a donde se encontraba él y con algo de reticencia me senté a su lado.

-Dibujas muy bello. Lo que hiciste hoy en clases realmente me conmovió.- atiné a decir, acobardándome en mi intento de disculpa pero notando como el otro relajaba mínimamente sus raudos movimientos de manos. –Verás, quería disculparme por lo de esta mañana. No tenía intención de herirte, no es contigo mi problema. Es este lugar, la situación, mi vida lo que odio.-  dejé escapar esas pequeñas frases, como hablándole al aire, puesto que el de ojos verdes aún se mantenía obnubilado en su trabajo y me ignoraba perfectamente. –Además, tenías razón, ¿sabes? Una enfermera llegó hoy a levantarme y no fue nada gentil.- terminé con tono jocoso, dejando salir una sonrisilla irónica y apoyando mi cabeza contra el muro que tenía a mis espaldas.

-¿Te bajaron los pantalones a la fuerza?- preguntó el azabache, sin mirarme pero con tono de interés, lo que logró aliviarme, pues había escuchado mi disculpa y daba señales de haberla aceptado.

-¿cómo?- consulté confundido aún por lo que había preguntado el obsesivo.

-Si sigues insistiendo en eso de dormir hasta tarde terminarán haciéndolo. Créeme, experiencia propia.- fulminó y se rió alegremente, contagiándome de manera extraña.

Luego de aquello el azabache comenzó con su incesante charla desmedida y me tuvo a mí escuchándole y asintiendo en silencio hasta que nos dio la hora de volver a la habitación.

Una vez dentro del cubículo blanco yo permanecí quieto en un rincón, sentado cómodamente sobre la silla y hojeando un libro mientras mi compañero comenzaba con su histérica tarea de ordenar todo. Yo resignado le miraba de cuando en cuando y simplemente esperaba a que se detuviera y comenzara otra vez con su charla rápida.

El chico era todo un caso, definitivamente era una persona que podía llegar a desquiciar hasta al más calmo y paciente de los seres humanos pero en el fondo me sentía agradecido de que fuera él quien me acompañara. Creo que no tendría las fuerzas para soportar a otro suicida malogrando el ambiente, conmigo tengo suficiente… O algún psicótico con el que no sabes qué tipo de reacción esperar, o algún adicto que no sepa controlar su abstinencia.

Definitivamente tener a un oc por compañero era perfecto, no me achacaba sus malos pensamientos y además distraía mi mente con su hablar acelerado. Ya le diría al psiquiatra que estaba bastante contento con aquella elección.

Aún me mantenía inerte entre mis pensamientos cuando la voz contagiosa y distractora de mi compañero hizo acto de presencia, al parecer el azabache ya había concluido sus labores de orden y limpieza y el silencio le parecía de sobra.

-¿Sabes algo, Seba? Estoy muy contento de que hayas llegado a la clínica. No es que diga que me hace feliz verte en ese estado. Lo digo porque es la primera vez que tengo un compañero al que no canso, ni termina golpeándome, o gritándome o esas cosas. Bueno, es verdad que hoy en la mañana me gritaste… Pero es la costumbre, todos al principio lo hacen, solo que eres el primero que me pide disculpas. Por eso me siento bien de tenerte a ti como compañero.- y ahí estaba de nuevo aquel hombre, hablando a carrerillas, asombrándome al momento de soltar todo con esa ingenuidad nata y  sorprendiéndome de descubrir que no era primera vez que Fernando ya pasaba por una situación así. –Debes extrañarte de saber que ya he pasado antes por acá. Pero verás, casi todos lo hacemos, volvemos a caer. No quiero asustarte ni deprimirte más, por el contrario, he llegado a ver este lugar como una especie de descanso. Un oasis de la sociedad, que es bueno, ya que aquí solo sigues simples instrucciones y no tienes que romperte los sesos para andar buscándole soluciones a tu propia vida. Tampoco es bueno acostumbrarse, solamente hay que tomárselo como un pequeño descanso. Claro que tiene sus contras, como aquellos idiotas enfermeros que desordenan todo. Pero también tiene sus cosas divertidas, como las clases de dibujo, me encanta pintar y dibujar. O también fue bueno haberte conocido a ti. Le diré en la próxima cita a mi psiquiatra que fuiste una excelente elección.- arguyó el pelinegro, mareándome con su ensordecedora plática y logrando que algo se removiera en mí al mencionar aquello de que fue bueno conocerme. Yo también me sentía resguardado con su presencia y un sinsabor incómodo me recorría al no querer admitirlo.

Después de aquello estuvimos conversando unos minutos más, o mejor dicho yo estuve oyendo su soliloquio veloz y dejaba escapar algunas cuantas acotaciones de vez en cuando y así hasta que la enfermera llegó con las dosis y más tarde los enfermeros comenzaron con el infierno de mi nuevo amigo. Yo simplemente me quedé observando y me dejé hacer cuando el pelinegro nuevamente se obsesionó con el orden exhaustivo de mis cabellos.

Y así pasó un par de semanas, yo poco a poco me relajaba en aquel lugar y me adaptaba a esa rutina invariable.

Había tenido tres visitas con mi psiquiatra donde este se había sorprendido de mis mejoras y, además, me había explicado el tratamiento farmacéutico al que me estaba sometiendo, yo no puse objeción a ninguna de sus palabras y no dudé de su veracidad.

En las clases con la psicóloga artista las cosas se habían vuelto más divertidas, puesto que Fernando y yo nos acompañábamos en todo momento y yo disfrutaba de ver sus trabajos bellos y obsesivos. Además con el ojiverde compartíamos todos nuestros instantes en aquella estancia y yo me sentía enormemente sorprendido de mi actitud a su lado, ya que me relajaba de solo saber que lo tenía conmigo y que su presencia no me agobiaba como lo habían hecho muchas personas en el exterior.

Fernando por su parte comenzaba a mostrarse más tranquilo a mi lado y por momentos parecía que sus reacciones compulsivas disminuían cuando nos encontrábamos imbuidos en alguna conversación, juego de cartas o los cigarrillos que compartíamos en el jardín, escondidos entre los rosales para que los demás enfermos no vinieran a pedirnos.

Yo había recibido dos visitas de Isabel y mamá, lo que en un principio fue bastante tenso y molesto ya que yo aún les reprochaba por haberme lanzado en este lugar como su último remedio. Pero luego habían vuelto trayendo consigo mis chocolates favoritos, y mi malhumor y reproches se habían ido por el alcantarillado, podía estar sintiéndome como una mierda desgraciada en el fondo de mi ser, pero unos chocolates no se desprecian aunque éstos te los de el mismo diablo. Esa vez reímos los tres y yo me sentí realmente bien por primera vez desde que la crisis había comenzado.

Pero entonces sucedió algo que me volvió al fondo del pozo, llevándose consigo todos los pequeños pasitos y logros que había dado dentro de ese lugar. Todos mis buenos recuerdos y los cigarrillos consumidos con el obsesivo Fernando se vieron apagados por otro vendaval de fuerza imponente que me dejó desarmado y doliente, lloroso y angustiado otra vez.

Fue un miércoles de visitas, yo sabía perfectamente que aquellos días ni yo ni Fernando recibíamos alguna, puesto que nuestras familias se encontraban en sus tareas laborales y era imposible que acudieran a ese tipo de citas, por lo que yo y el hablador olímpico habíamos decidido pasar el tiempo tras los rosales, aprovechando que estos se encontraban en el apogeo de su florecimiento primaveral y las fragancias que disipaban eran sedantes naturales, balsámicas para almas atormentadas como las nuestras.

Y en eso nos encontrábamos cuando llegó una enfermera hasta nuestro pequeño refugio solitario, la mujer, entrada en años ya, me indicó con voz adusta que tenía una visita y que era mejor que me apresurara o el tiempo de estancia se terminaría.

Fernando y yo nos miramos extrañados y yo preferí acabar con la intriga y seguí de una vez a la mujer del uniforme, dejando atrás a un azabache que me miraba sonriente y agitaba su mano con la que sostenía un cigarrillo.

Yo le miré divertido e ignorando un pequeño revoloteo incómodo en mi estómago, me adentré hasta la salita de televisión, lugar donde las visitas acostumbraban a esperar. Luego era decisión del paciente llevarlos al patio o bien quedarse ahí mismo.

Una vez dentro del lugar vi como varios enfermos eran acosados por sus seres queridos con charlas cansadoras, y otros eran los que acosaban a sus familias con todo tipo de peticiones, yo estaba algo nervioso por aquella sorpresiva visita, ya que no me esperaba a nadie, pero entonces lo vi y mi mundo cayó con fuerza tal que sentí que mis piernas de pronto colapsarían, pero entonces me mantuve en pie, miré al hombre que se mantenía aún en una silla apartada, vestido siempre de manera impecable, con su presencia tan característica y su porte tan despreocupado. Yo percibí un escalofrío recorrerme del miedo y en cuanto vi que sus ojos tras las gafas de pasta se cruzaban con los míos me di la media vuelta y comencé a caminar con rapidez, huyendo despavorido de la sala, del lugar, de mi ex novio.

Cuando me encontré en el patio atiné a correr con fervor hasta el rincón del que nos habíamos adueñado Fernando y yo y me escondí con rauda precisión tras los rosales, justo al momento en el que pelinegro apagaba su cigarrillo.

-Tan rápido, Sebita. ¿Fue acaso una equivocación? Que yo sepa no hay ningún otro Sebastián en la clínica. Me parece extraño. Además, por qué te escondes así. Estás pálido. Como si hubieses visto un f.- hablaba el de ojos verdes con su característico retintín, pero entonces se vio interrumpido por la presencia del hombre del que yo escapaba.

-Seba, joder, ¿por qué escapaste así? Vine a verte.- me habló el hombre, su nombre era Matías, sus cabellos era negros, incluso más que los de Fernando y sus ojos eran de un marrón muy obscuro, penetrantes y traicioneros.

-¡Y porqué mierda se supone que lo hiciste!- medio grité yo, asustando a los dos que se encontraban junto a mi. Fernando se había quedado quieto observándonos. Yo nunca supe por qué no se fue en esos momentos.

-Necesitaba verte. Desde que supe que estabas acá necesitaba hacerlo.- respondió el de ojos marrón obscuro, fulminándome con aquella frase.

-¿Necesitabas? Claro, tú siempre acudiste cuando necesitabas de mí. Incluso ahora, el momento preciso en que yo NO necesito verte, Matías. Joder, por qué no te vas, simplemente déjame existir solo.- le contesté, con el llanto atragantado y los ojos desorbitados. Me levanté como pude, haciendo esfuerzo sobrehumano, y sin pensarlo tomé de la mano a mi compañero de habitación y nos conduje a ambos a algún pasillo desolado, lejos de todo, de la mierda, de mi ex novio, de la gente, de los rosales, de todo.

Una vez que nos ubiqué a ambos en lo que era una improvisada biblioteca, noté mi acción apresurada e inconsciente, en el proceso había sostenido fuertemente la mano de mi contraparte y el chiquillo parecía no notarlo, simplemente me devolvía el contacto y me miraba con ojillos preocupados. Yo me sentí inquietantemente halagado, pues Fernando no soportaba algún toque físico sin tener luego la imperiosa necesidad de lavarse o limpiarse con fuerza. Mas se encontraba ahí, sosteniendo mi mano de manera segura e incluso tierna, lo que hizo que un llanto fulminante explotara en mí, frunciendo mis ojos con tal intensidad que mi vista se trasformó en miles de puntitos blancos. Un grito rasgó mis cuerdas vocales con desesperanza y mis manos quisieron destruir todo mí alrededor. Lloré y gemí angustiado por espacio de una hora, y el hombre que se encontraba a un costado mío se mantuvo impávido y soportándome cada minuto, enjugando mis lágrimas invisiblemente y abrazándome de manera simbólica, pues yo sabía que por muchas ganas que tuviera de hacerlo, su obsesión se lo impedía.

Cuando ya pude calmarme y mis sollozos se habían vuelto solo suspiros esporádicos, giré a mirar al rostro compungido del pelinegro, este al verme en tal estado deplorable con rauda acción comenzó a sacar miles de trozos de pañuelos de papel de sus bolsillos, los distendía y desarmaba con métrica precisión, los sacudía con suavidad y luego limpiaba con sutileza y ternura mi rostro. Yo me dejé hacer, sonriendo internamente al pensar que con aquello debía sentirme terriblemente halagado, ya que limpiar era la obsesión favorita del de cabellos negros, y si lo hacía con tal dedicación sobre mí era porque realmente le importaba y con ese pensamiento surcando mi mente confusa y revuelta tomé el valor para mi siguiente movimiento.

Levanté una de mis manos con decisión y sostuve su muñeca derecha sin mucha fuerza, mas lo hice con la firmeza necesaria para que el otro no me rehuyera, pero entonces me sorprendió ya que el pelinegro no había hecho ni el más mínimo amague de retirarse y se me había quedado mirando fijamente, expectante y curioso.

Yo no pensé mucho más y seguí esos deseos que había surgido con lentitud en mí, borré un último rastrojo de lágrimas en mi rostro, y me acerqué con sensualidad al rostro calmo y algo sonrojado del pelinegro. Sostuve con ternura su mentón con mi mano libre y en un movimiento rápido le besé con suma sinceridad y cariño. De inmediato la respuesta acudió a mí, con los labios blandos y calientes del otro abriéndose ansiosos a mi lengua. Nos besamos por largo rato, saboreándonos los más recónditos pliegues de nuestras almas y degustando con fervor las bocas hambrientas que nos habíamos vuelto.

Yo agarré con candente desesperación  el cuello suave de mi compañero y atraje su cuerpo hacia mí con devastadora ansiedad. El otro me respondió con sus brazos lazando mi cintura de manera apretada, acariciando la piel por sobre la ropa con sus manos quemantes. Un suspiro que parecía gemido huyó de mi mente y traspasó mi garganta, envalentonó aún más nuestros deseos y volvió más fogoso el beso, más húmedo y demandante, cegador, placentero, bocas sexuales que parecían que hiciéramos el amor solo con esa insulsa caricia.

De repente Fernando en un ataque de obsesivas ganas de percibirme entero me alzó por las caderas y me sentó sobre su regazo, dejándome con las piernas abiertas y completamente entregado a su pelvis. Éramos un par de sensitivos animales que no pensábamos en nada más que mordernos las lenguas e intoxicarnos en el cuerpo del otro, moviendo las caderas para chocar ambos sexos y así simular un acto que ambos deseábamos con pasión desmedida y fulminante. Pero entonces, de cuajo y sin avisarme Fernando se detuvo y me destruyó la pequeña nube de placer en la que nos encontrábamos, me bajó hasta la tierra, esa tierra en la que yo sufría y recordaba la realidad a cada minuto y mirándome con susto en sus verdes ojitos algo llorosos habló.

-Realmente quiero tomarte, cogerte y hacerte mío hasta que no queramos más, Seba. Pero sabes de mi obsesión y créeme que no es el lugar ni el momento. No es que no lo pueda hacer, estaría mintiéndote, pues ya lo he hecho y me encanta. Es solo que necesito tener una ducha cerca, unos cinco metros como máximo. Ya sabes, por lo de la limpieza y eso.- explicó el pelinegro, sorprendiéndome con su charla y cortándome la excitación en solo dos segundos. Pero causándome una ternura tan inmensa que solo atiné a reírme de manera sincera y cristalina, contagiando al chico de ojos verdes quien solía burlarse de sí mismo muchas veces.

-Y qué me dices de los besos. ¿Tengo mejores oportunidades?- le pregunté yo de manera divertida, sonriendo cuando el otro bajó su rostro sonrojado y cerró sus ojos por un momento.

-Con eso no tendrás problema, solo deberás comprarme más dentífrico.- me dijo con bastante seriedad al principio, pero terminó riéndose de su mal chiste. Yo le respondí de la misma manera y volvimos a besarnos, esta vez de manera más relajada y calma.

Las siguientes tres semanas que duró mi encierro fueron bastante divertidas, Fernando y yo nos recreábamos entre los rosales cuando nadie nos veía, intercalando cigarrillos con besos y caricias. La toalla del chico a veces atacaba con frecuencia pero ya casi pasaba a segundo plano y yo me ganaba el primer lugar en las obsesiones del azabache.

Mi crisis ya había mejorado bastante y el psiquiatra me había mirado de manera optimista para decirme que solo me quedaba una semana para darme el alta, pues los tratamientos habían provocado una buena respuesta en mi organismo y ya era capaz de volver a insertarme en la vida normal, que solo era cuestión de tiempo para retomar todas mis actividades.

Yo me alegré bastante, sin dejar de sentirme melancólico al saber que me alejaría del obsesivo compulsivo del que me había enamorado sin remedio. Pero ya estaba claro que en algún momento sucedería, a alguno de los dos nos soltarían del encierro y ya no podríamos refugiarnos en nuestros rincones para regalarnos besos fugitivos, solo que eso no quitaba que un pesar se me incluyera al miedo de la reinserción a la sociedad, aún así agradecí al psiquiatra e intenté disfrutar al máximo mi última semana en aquel psiquiátrico.

Al término de todo aquello llegó el momento de dejar mi habitación, mis clases de pinturas, a los locos que veían televisión drogados y a mi obsesivo compulsivo que nunca sabía callarse.

Era una tarde de jueves cuando Isabel y mamá llegaron contentas a buscarme, arreglaron todos los papeles del alta, se despidieron agradecidas de los doctores y enfermeras y me apresuraron a irme con ellas.

Yo antes de irme me despedí con dedicación de todos aquellos que me habían tratado como verdadero humano y no solo un simple paciente de loquero, y agradecí todo lo que habían hecho por mí. Fui hasta donde estaba mi psiquiatra y, sonriéndole con verdadero sentimiento, sostuve su mano afectuosamente, me despedí de él con un sentido abrazo y cuando ya casi me iba de su lado el hombre me dijo con voz baja:

-Le damos el alta en dos semanas.- y sonrió. Yo suspiré algo avergonzado y tuve que correr mi vista.

Finalmente fui hasta donde me esperaba Fernando quien movía sus manos ansiosamente y le abracé sin que éste se lo esperara. Me colgué de su cuello y restregué sus negros cabellos con mi mano derecha, sabiendo que eso le exasperaría. Luego nos sonreímos con gracia y cariño y viendo que ya todos los demás se habían ido y no teníamos más espectadores, nos dimos un beso de despedida, tierno y sensitivo, prometedor y cálido.

Sentí algo de angustia y melancolía pero rápidamente las despejé. Una vez nos separamos,  yo le di un último y desesperado abrazo le dije a modo de despedida, sin esperar más respuesta y sin querer que comenzara con su retahíla imparable de palabras.

-Te espero fuera, loco obsesivo compulsivo.- y dejé un papelito con un par de números en una de sus manos, me di la vuelta y comencé a salir por aquella puerta que tanto terror me había causado la primera vez que le vi, pero que ahora solo me regalaba alivio y tranquilidad.

Ya estaba casi fuera cuando un grito se hizo escuchar y me hizo sonreír con un tonto atisbo de esperanza.

-Te buscaré, loco bipolar.-

Notas finales:

Les explico:

 Todo partió con un estrés fulminante por culpa de mi trabajo, una nueva crisis depresiva, mi novio que no me bancó y un alarmado Psiquiatra que no encontró mejor solución que encerrarme.

Me pasé casi el último mes en una clínica para locos como yo, vigilada para que no hiciera estupideces y lo bastante drogada como para que no pensara más allá de los elefantes rosados.

Bueno, pero sirvió, me encuentro medianamente sana y equilibrada, fuera de la clínica y lista para recomenzar las cosas... Solo que muuuuuy advertida por mi psiquiatra para comenzar con calma, el trabajo pasará a segundo plano (no puedo tener uno hasta que no esté completamente segura de que pueda mantenerlo) y los estudios serán mi principal enfoque.

Con respecto a la historia... Se habrán dado cuenta que fue parte de una experiencia personal.

No con tal exactitud, pero si con muchas cosas similares.

Sí conoci a un chico, pero nada de lo que Fernando y Sebastian hicieron pasó, solo conocí a quien es ahora mi mejor amigo. Un hombre maravilloso, divertido y jodidamente exasperante.

Que nunca te callas???

Bueno, bueno. La cosa es que decidi hacer el ambiente del fic un poco más humorísitico y no tan melodramático. Nadie tiene ganas de que yo les ande achacando mis traumas así que espero que hayan disfrutado y dejen reviews.

Muchas gracias por haber leído.

Esto va dedicado a mi queridíisisisisisimo y loco OC. Luv u!

Bye!


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