Para descubrir el momento preciso en que sucedió esta historia, los relojes deben dar vuelta atrás, vueltas y más vueltas... tantas que sus manecillas terminarían mareadas y los números en sus superficies se borrarían poco a poco, por que esto sucedió fuera del tiempo en la línea eterna del pasado.
Todo comenzó en una isla lejana, en una tierra sin nombre, con nubes de algodón sobre álgidas montañas orgullosas.
Aquella tierra de fantasía estaba poblada por mil criaturas mágicas y mil espíritus luminosos, la bondad y la maldad eran aun conceptos abstractos ajenos a las pequeñas mentes de las hadas juguetonas, que entre flores multicolores danzaban en círculos perfectos llenándose las alas de polen.
La tierra era virgen, tanto que los dioses aun caminaban por sus indómitos senderos terminando la ardua labor de la creación.
El bosque tenía diecisiete hijas, diecisiete ninfas que pasaban la mañana jugando con sus hermanos los árboles, probando de las torcidas ramas, frutos de sabores intrigantes y nuevos.
Ataela era la menor de aquellas doncellas. Mientras que sus hermanas tenían cabellos dorados, el bosque había decidido que los cabellos de Ataela serian de oscuro ébano, largos y lacios, el viento sentía fascinación por ellos y constantemente jugueteaba con la cabellera de la ninfa, levantando al vuelo sus sedosas hebras haciéndolas revolotear como alas de cuervo. Y no solo el viento sentía fascinación por aquella oscura cabellera, Dhamar era la mayor de las sílfides del bosque y cada mañana retozando bajo sombras frescas, Dhamar se sentaba cerca de Ataela, una mirada bastaba y ambas se sonreían cómplices mientras la morena se tendía lánguidamente sobre el pasto y descansaba la cabeza en las piernas de su hermana mayor, quien pronta comenzaba a peinar los largos cabellos negros con sus marfileños dedos.
No había objeto más precioso a los ojos de Dhamar que su pequeña Ataela.
Aquella mañana la gentil figura de ambas se veía vagar por la espesura verde de la abundante vegetación, Ataela daba pasos diáfanos y etéreos, mientras que Dhamar apoyaba los menudos pies con mas determinación.
-...Y entonces cuando se dio cuenta, el gnomo estaba atorado entre esas ramas y las hadas se burlaron de él - Ataela termino un breve relato que había comenzado a narrar al salir del viñedo mas próximo a los árboles bajo los que solían dormir, y el cotilleo sobre el gnomo que había sido engañado por las hadas se había extendido hasta mas allá de los dorados campos de trigo, para ese momento, Dhamar ya no prestaba atención a la narración, pero cuando escucho el silencio de su hermana se apresuro a decir algo.
-Ya veo...
Fue la sencilla respuesta desinteresada, Dhamar disfrutaba sin lugar a dudas de los largos paseos con su pequeña hermana pero a veces consideraba que Ataela se dejaba envolver por los asuntos más insignificantes hablando de ellos durante horas.
-No estabas escuchándome, ¿verdad? - Los ojos grises de Ataela se entrecerraron fijos en su hermana quien se removió nerviosa cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra.
-Oh claro que si te escuchaba, dijiste que esas hadas...y un gnomo... -La voz de Dhamar se fue volviendo solamente un susurro inseguro y se supo descubierta al instante- De acuerdo, no estaba escuchándote, ¡pero! Es que siempre hablas de otras criaturas, que si las hadas tienen alas nuevas, que si un troll tiene un peinado divertido - Bufo ligeramente fastidiada.
-Bueno, ¿y de que quieres que hable? Si aquí nunca pasa nada - Se cruzo de brazos ofendida por el desinterés de su hermana - Si fuéramos diosas podríamos ir a otro lugar, a un lugar lejano y quizás encontraríamos alguna aventura, he escuchado sobre los dragones - sus ojos se llenaron de emoción - dicen que son peligrosos, que viven mas allá de donde se pone el sol y que tienen problemas con los gigantes que son sus vecinos, escuche el otro día que...
Un dedo largo y suave presiono los labios de Ataela para silenciarla antes de que se dejara arrastrar por su imaginación hacia el peculiar conflicto entre dragones y gigantes. Dhamar dio dos pasos y cerro la distancia entre ambas, con cuidado su mano rodeo la cintura de Ataela y retirando su dedo de la rosada boca inquieta. Recargó su frente sobre la otra.
-No nos acercaremos a los dragones y mucho menos a los gigantes, Oh Ataela ¿Por qué no puedes ser feliz con lo que tenemos? Tú entre todas nosotras eres especial, diferente, pero también eres indomable como los unicornios del llano de plata.
La doncella rubia subió una mano por la espalda de aquella a quien abrazaba y sin poder resistirse a ese placer personal, comenzó a peinar los negros cabellos de arriba hacia abajo cerrando los ojos deseando poder transmitirle su calma a su hermana, no había necesidad de buscar nada más, la vida era perfecta, pero Ataela siempre caminaba por la orilla del abismo del peligro, con los ojos vendados.
-Lo siento Dhamar
Con aquellas palabras la ninfa de ébano siempre cerraba las discusiones, pero a Dhamar no se le escapaba el hecho de que jamás aceptaba sus argumentos, se limitaba a disculparse y ella se limitaba a aceptar el gesto, después con una sonrisa ambas seguían su largo paseo.
Había muchas cosas que Ataela y Dhamar conocían, pero haba muchas más de las que no tenían la menor idea y aquella tarde el destino de ambas quedaría sellado.
Sus pasos ligeros pero constantes las llevaron lejos, mucho más lejos de lo que habían estado antes y pronto la vegetación comenzó a cambiar, se volvió mas húmeda y menos poblada, el sol se filtraba gustoso entre hojas gigantes y plantas de extraños árboles delgados y muy altos, algunos tenían frutos y otros no, las ninfas notaron que el suelo a sus pies también sufría un cambio notable, el pasto había quedado en el olvido y ahora la dorada arena recibía su peso de manera gustosa quedándose con las impresiones de sus huellas.
-¡Mira Dhamar! ¡Mira! - Ataela saltó de un sitio a otro con un paso lleno de gracia, la morena miraba divertida la manera en que ahí donde pisara, el suelo blando guardara la imagen impresa de la planta de su pie.
La risa de ambas tintineo como campanitas mientras entre juegos sus mejillas enrojecían ante el caluroso ambiente.
Y De pronto un rugido las detuvo en su lugar mirándose ambas con duda y miedo.
-¿Qué...es eso?
Ataela sintió los protectores brazos de Dhamar mientras prestaban más atención. El sonido no se parecía a nada de lo que hubieran escuchado hasta ese día, era un rugido adormecido, suave y que parecía arrastrar dentro de él mil pequeñas melodías.
-Vamos, veamos qué es, vamos - Ataela se escapó del abrazo de su hermana y comenzó a correr hacia la fuente del rugido.
-¡No! Ataela no seas imprudente
Dhamar corrió detrás de su hermana, la luz del sol se volvió parpadeante pues al correr los rayos que se filtraban entre las hojas de las palmeras, aparecían y desaparecían de manera rápida ante los ojos de Dhamar.
Ataela jamás se había sentido tan emocionada, ¡finalmente una aventura! Iba a hacer un descubrimiento y mientras corría, sentía su corazón acelerado, excitado como un Pegaso en pleno trote sobre el cielo. Quizás había encontrado a los dragones, pensó, y no se detuvo hasta que repentinamente una luz casi cruel la deslumbro y la hizo cubrirse los ojos con el antebrazo derecho.
El rugido generoso de las olas del mar hizo que Ataela y Dhamar contuvieron el aliento.
Poco a poco, la visión de ambas se acostumbro a la gloriosa manera en que las aguas cristalinas brillaban llenas de vida, aquella mole de agua dejo inmóviles a las ninfas quienes nunca antes habían contemplado la gloria del mar.
-¿Que es...esto?
Ataela fue la pionera en dar un paso al frente y Dhamar ni siquiera la detuvo, estaba hipnotizada por la manera en que las olas creaban un perfecto vaivén, la espuma blanca humedecía la arena y dejaba estelas de pequeñas burbujitas que iban rompiéndose de manera divertida una detrás de otra como embargadas por el jubilo antes de ser arrastradas de nuevo por el agua y montar de nuevo el ir y venir de las olas.
-¡Que cantidad de agua! Deben ser los baños de los dioses
Dhamar sintió que despertaba abruptamente de un sueño cuando su hermana lanzo un grito de júbilo al sentir el mar besando sus pies.
-¡No Ataela! Sal de ahí, ¡anda sal! Quizás esas aguas pertenecen a alguien
La rubia caminó hacia su hermana tratando de llegar a ella pero cuando las olas llegaban a la orilla , Dhamar retrocedía asustada procurando que el agua no tocara sus pies mientras Ataela no paraba de reír y de caminar mas adentro fascinada por el espectáculo de su nuevo descubrimiento.
El agua era totalmente clara, transparente, la arena en la que la morena tenía los pies apoyados era perfectamente visible igual que un banco de pequeños pescaditos rojos que pasaron entre las piernas de la ninfa haciéndola reír con gozo.
-¡Dhamar, tienes que ver esto!, ¡Oh Dhamar es maravilloso! Hay pequeñas criaturitas aquí, espera atrapare una para ti.
Dhamar negó ansiosa, era demasiado cobarde para entrar al agua junto a Ataela y la desesperación de tenerla lejos comenzaba a volverse inquietante.
-Sal del agua Ataela...por favor sal
Suplicó y fue ignorada por su hermana quien trataba de atrapar a uno de aquellos escurridizos pececitos que la provocaban nadando muy cerca.
-¡Espera, ya salgo, solo atrapo a uno para ti, solo a un...!
Ataela tenía el cuerpo inclinado al frente y las manos dentro del agua, sin darse cuenta había ido moviéndose de espaldas y el agua había pasado de su cintura hacia su pecho en solo un instante, los peces multicolores nadaron repentinamente lejos.
-¡Ataela! - Dhamar alzó la voz desesperada cuando su hermana desapareció de su campo de visión. Ansiosa se movió de un lado hacia otro, levanto su peso sobre la punta de sus pies tratando de ver a lo lejos.
Ataela había desaparecido, hundiéndose en el agua, en su jugueteo había llegado a un desnivel que dividía el mar profundo de la segura orilla y al perder el apoyo bajo sus pies, la morena se había hundido de inmediato. Nunca había estado en aguas tan profundas y era natural el hecho de que no sabía nadar, pero el instinto le hizo mover brazos y piernas con desesperación y emergió durante un instante en el que tomo una bocanada de aire.
-¡Ataela! ¡Ataela! - Dhamar corrió desesperada hacia el agua, ya no le interesaba si aquellos eran los dominios de algún ser superior, aquel monstruo de agua estaba comiéndose a su pequeña hermana y ella, temblorosa y aterrada trataba de llegar hacia la morena quien emergía por pequeños instantes solo para volver a desaparecer bajo las olas. Dhamar sintió que conforme el agua subía sus movimientos eran mas torpes y lentos y cuando el agua ya llegaba a sus hombros se percato de que Ataela ya no emergía, se quedo quieta pues entre la inmensidad del mar no podía ubicar el sitio donde antes había visto a la morena, ahora todo parecía en calma, una horrible calma, un silencio aplastante y desolador interrumpido solamente por el bramido del mar que ya no le parecía ni maravilloso ni gentil, si no violento y salvaje.
-Oh Ataela...mi pequeña Ataela... ¿Dónde estas? - Dhamar sentía la humedad en su rostro, sus lágrimas eran más saladas que el mar, pues llevaban el pesar de su alma desolada.
La hija mayor de los bosques comenzó a caminar hacia un lado tratando de encontrar a su hermana, sabia que no podía ir mas allá o el agua también la atraparía, pero no regreso a la orilla, esperó que quizás alguna ola llevara consigo a su pequeño tesoro de ébano, pero la tarde se hizo noche y Dhamar temblando de frío salio del agua con las manos vacías y el corazón roto.
Aquella noche, la rubia se tendió en la arena, dejo que su cuerpo febril y húmedo se decorara con la arena que se le adhería, descansaba sobre uno de sus costados mirando de frente al mar y sus olas infinitas, esperando y esperando...
Cuando la mañana llegó, la ninfa seguía ahí, fue testigo del recorrido de la luna que con paso lento surco el cielo arrastrando detrás de ella su vestido de estrellas hasta desaparecer, presencio una parvada de aves blancas volar hacia el púrpura amanecer y cuando finalmente el sol despunto en el horizonte, Dhamar se dio cuenta de que algo muy extraño había ocurrido.
Lánguidamente se puso en pie y miro hacia el mar, todo parecía ser como había sido el día anterior, las olas, el rugido, la inmensidad, pero algo estaba mal, las aguas se habían teñido durante la noche de un color oscuro, negro y ahora con la luz del día esas sombras no se disipaban, el mar había oscurecido permanentemente.
-¿Ves lo que tu y tu hermana han provocado, ninfa?
Dhamar jadeó asustada y se giró.
Había detrás de ella, dos hombres uno de ellos tenia dos pozos fríos por ojos y sus delgados labios formaban un severo rictus en el perfecto rostro de perfil griego.
-Oh vamos Atlante, no seas cruel con ella, mírala, la pobrecita ha pasado toda la noche aquí en espera de su hermana
El segundo en hablar era la encarnación de un rayo de sol, luminoso, de sonrisa calida y cabellos rojos que parecían encerrar la vitalidad del fuego, Dhamar supo que eran dioses pero no pudo abrir los labios aunque lo intentó.
-¡Cállate Helios!- Atlante increpó a su compañero dedicándole una mirada mordaz - Mira lo que estas criaturas han causado, mis aguas se han vuelto oscuras, todos los seres que viven debajo de ellas morirán sin la luz y todo por un par de chiquillas molestas, ¡yo digo que hay que provocar una marejada y desaparecer esta isla!
Dhamar dio un saltito estremeciéndose al escuchar semejante declaración pero Helios se rió gentilmente y atrapo su muda atención de nuevo.
-Veras pequeña ninfa, mi querido amigo esta molesto por que esas sombras que ves en el mar son los cabellos de tu hermana que han crecido durante la noche y forman sombras inmensas que llegan mas allá de lo que puedes apreciar, no podemos permitir que la situación se quede así.
Dhamar asintió pues comprendía y reuniendo valor habló con las deidades.
-Si ustedes...regresaran a mi hermana a mis brazos, esas sombras desaparecerán y yo juro que... que jamás volveremos a acercarnos a este lugar, jamás - Prometió con la voz cargada de sentimiento ante la posibilidad de recuperar a la traviesa Ataela, pero esa llama en su pecho volvió a apagarse al ver al poderoso Atlante sonreírse de lado con malicia.
-Tu hermana merece su castigo, fue imprudente, curiosa y descuidada, la retendré en mis reinos para siempre, no recibirán un premio a cambio de su insolencia
Declaro con firmeza y Dhamar emitió un gemidito que se convirtió en un sollozo intimidado de inmediato.
-Mira lo que causas Atlante, ¿de que sirve atormentarla más? - Helios censuró a su amigo reprobando sus acciones, pero el gallardo dios de ojos oscuros simplemente se cruzo de brazos y desvió la mirada levantando la barbilla - No pequeña ninfa no llores.
Helios se acerco a la sollozante rubia y le dio unas palmaditas en la cabeza, no sabia con exactitud lo que se sentía estar triste, pues era inmune a las vividas emociones humanas.
-Escucha, aunque lo que Atlante dice es verdad yo te ofrezco un trato - El bondadoso dios abrió los brazos para Dhamar quien lo miró son comprender - Te convertiré en un rayo de sol, y cada día podrás peinar los cabellos de tu hermana alejando las sombras del agua, pero por la noche tendrás que apagarte y dejar a tu hermana sola en las profundas aguas, es lo único que puedo hacer por ti.
Dhamar lo pensó un instante, jamás recuperaría a Ataela, nunca volverían a pasear juntas y en ese momento se arrepintió de no haber prestado atención a la historia de las hadas y el gnomo, sentía curiosidad por saber como había quedado el gnomo atrapado en aquellas ramas.
La rubia miro hacia Atlante y de nuevo hacia Helios y se entrego a sus brazos, el abrazo del dios la quemo, sintió arder su piel y su cuerpo frágil comenzó a parecerle muy ligero, liviano, Dhamar cerró los ojos y desapareció su cuerpo se rompió en mil estelas de luz y el dios de rojizos cabellos se encontró a si mismo abrazando a la nada.
-Bien, espero que sufran eternamente - Atlante se mostró satisfecho al ver a la ninfa desaparecer, miró hacia las aguas y desde el cielo un haz de luz bajo sobre las sombras del mar.
Aquel rayo de sol se dividió en otros más pequeños y poco a poco atravesaron el color negro del agua, su luz fracciono las sombras apartándolas gentilmente hacia los lados, peinándolas. Eran los dedos de Dhamar peinando los sedosos cabellos oscuros de Ataela.
-¿Sabes Atlante? yo no creo que sufran, ni siquiera pienso que estén tristes - Helios se sonrió mientras admiraba aquel juego maravilloso de luz y oscuridad en el agua - Creo que justo en este instante, ambas sonríen, por que están juntas de nuevo y Dhamar acariciara y peinara los cabellos de Ataela por toda la eternidad...
El severo y frío Atlante le dedicó al pelirrojo una mirada larga y silenciosa, desapareció sin decir nada, Helios se tomo un instante más, tenia en los labios una sonrisa satisfecha.
-Bueno, el resto de la creación espera - El dios de fuego también desapareció.
Esto ocurrió en una isla lejana, en una tierra sin nombre, con nubes de algodón sobre álgidas montañas orgullosas. Donde la ninfa Ataela duerme en el fondo del mar con una sonrisa, mientras Dhamar peina sus cabellos con dedos calidos... por toda la eternidad.