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¿El amor es para siempre? Muchas veces me lo he cuestionado. Y pienso qué será de mí el día en que la relación con Yuki se termine.
Sé que es precipitado e incluso extremista lo que pienso, pero para estos casos me considero realista —aunque parezca imposible de creer—. El hecho de ver que la relación con Yuki sufre de constantes altibajos me hace barajar la posibilidad de que llegará el momento en que ambos tomaremos caminos diferentes con un adiós y un puñado de recuerdos en los bolsillos.
Creo que en el amor. El hecho que esté todavía con Yuki, soportándolo, y a pesar de todo lo que nos ha pasado y hemos hecho, es una prueba indiscutible de que el amor es mutuo y también es la base que mantiene a flote la relación. Pero nuestras vidas son diferentes; nuestras vivencias son incomparables; nuestras formas de ser son opuestas. Cada uno de nuestros defectos y virtudes contraponen lo que creamos en el día a día para que el buque no se hunda en plena tormenta. Yuki tiene un carácter de los mil demonios y en reiteradas ocasiones he deseado romper su perfecto cuello con mis propias manos. Pero ese amor loco que tengo por él me hace obviar esos detalles que me exasperan y sólo ver lo bueno y hermoso que hay en su arrogante, bipolar y poco romántica personalidad.
Nuestra última discusión terminó con un plasma y dos ventanas rotas, el sofá quemado, dos puertas derribadas —una de ellas agujereada— y la mitad de la vajilla inservible. En esa ocasión me marché del departamento y pensé en no regresar nunca más. Yuki había actuado como un miserable cretino frente a una situación que no requería de su cáustica opinión, y exploté —en realidad, ambos explotamos—. Nos mandamos a la mierda luego de arrojarnos por la cabeza todo lo que pillamos y terminé llorando en casa de Hiro por lo desdichado y miserable que me sentía a causa de Yuki. Y fue a raíz de esa pelea —la cual se solucionó horas más tarde en el sofá de Hiro— que comencé este análisis introspectivo, porque por mucho que ame a Yuki, por mucho que me guste su cara y me obsesione todo de él, en el amplio y buen sentido de la palabra, las diferencias entre los dos son palpables y constantes. Y he llegado a la conclusión que el único interesando en mantener a flote la relación soy yo.
Admito que soy insoportable, atolondrado, malo en la cama, malo en la cocina y poseo cero talento para componer canciones, pero Yuki es casi peor que yo y sólo se queja de que la relación va cuesta abajo por mi culpa. ¡Que se joda porque no es cierto! Una relación se compone de dos, y si esta va mal es porque los dos estamos fallando; los dos estamos haciendo mal las cosas.
—Yuki, ¿crees que estaremos juntos hasta cuando seamos ancianos?
Sus ojos dejan de atender el crucigrama que tan afanosamente rellena, con la excusa barata de que le estimula la mente —sí claro... también le estimula la mente ver porno en internet—, y me observa a través de sus anteojos de marco grueso —después de que le rompí los otros por accidente (me senté sobre ellos), usa los de repuesto—. Y el hecho de que me permita descansar con él en la cama un domingo por la tarde mientras trato de escribir una canción resulta un verdadero milagro. Y son situaciones como estas las que aprovecho para disfrutar de él y usar como almohada el costado izquierdo de su vientre. Ah... qué almohada más cómoda y apetecible; me dan ganas de pegarle un mordisco.
—¿Qué clase de pregunta estúpida es esa? ¿A qué viene eso?
—Es que... estaba pensando...
—¿Piensas? ¡Por favor, no me des esa clase de sustos! Apostaría que huele a neurona chamuscada.
Ignoro su pesadez predecible y continúo.
—Estaba pensando en el futuro; en nuestro futuro. Si tú y yo estaremos siempre juntos. Si la relación dará para varios años más.
—¿Dudas?
—No es que dude. Más bien es un poco de temor e incertidumbre. No quiero que lo nuestro se acabe. Nuestras carreras son complejas y de pronto eso puede afectar la relación a corto o largo plazo. Además nuestro carácter también desgasta. Nos ha costado tanto permanecer juntos que...
—Deja de hablar tanta tontería junta —me interrumpe, quitándose los anteojos y dejando a un lado su preciado crucigrama y su bolígrafo—. ¡Me sorprende lo mucho que te esfuerzas en ello! Para empezar, no tengo tanta suerte, y he sacrificado mi reputación y libertinaje como para pensar siquiera en la remota posibilidad de dejarte. Nada es eterno; eso es un hecho, pero si de mí depende, este circo durará. Vive en paz y no carbures de más tus pobres neuronas porque nuestra relación no se terminará a no ser que encuentre a alguien que no sea tan patético como tú en la cama. Pero que te quede claro que no pienso cambiarte los pañales cuando seas un anciano achacoso ni te daré de comer en la boca. Aun así te aceptaré de todos modos. Eres mi karma y ya lo tengo asumido.
Si bien sus palabras no fueron una oda poética al romanticismo contemporáneo, rescato su última frase antes de que arruinara todo lo lindo que dijo al dejarme claro que no me cambiará los pañales ni me dará de comer en la boca. Y es que el escuchar la palabra «nuestro» en su vocablo normal me tranquiliza —pero admito que también me espanta un poco; pero sólo un poco—.
Después de esto, todo lo que me plantee fue innecesario, porque no importa cuántas veces nos mandemos al carajo ni cuántas veces nos arrojemos las cosas por la cabeza; el amor sí existe en los dos, y apostaría lo que sea que, en nuestro caso, será para siempre.