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Se ha vuelto una suerte de tradición dominical visitar a mis padres dos veces al mes para compartir un almuerzo en familia, aunque no podría definirlo como una reunión «normal». Mi padre, que normalmente vive en las nubes, solo le dirige la palabra a Yuki para preguntarle a qué hora nos iremos, mientras que mi mamá y Maiko se vuelven unas acosadoras que sofocan a Yuki al punto de volverme un idiota celoso. ¡Yuki no es un mono de exhibición, maldita sea!
Salir con Yuki en el auto bien puede ser interpretado como una acción habitual y hasta cotidiana para cualquier pareja; pero entre nosotros eso no funciona. Ya es sabido que él no es una pareja considerada que me acompaña a hacer las compras del supermercado y que con suerte me avienta hasta la parada del autobús cuando me quedo dormido (mucha veces por su culpa). Solo lo hace cuando tiene que ir a la editorial o a pagar las cuentas, porque hacerlo por consideración a mi pobre humanidad o porque me ama... ni de broma. Antes deja los dulces.
He pensado en varias ocasiones tomar clases de manejo para adquirir mayor independencia y no rogarle a Yuki por un miserable aventón. Pero él siempre me lanza comentarios odiosos que me hacen desistir de ello. «Tu capacidad cerebral sólo te permite realizar dos cosas: chillar como chimpancé y abrir las piernas». Después de ese apoyo moral ¿qué ganas me van a quedar de hacer el intento?
Ahora no dirigimos a casa, después de pasarnos dos horas atorados en un embotellamiento, el cual pareció toda una vida. En la espera quise darle un mordisco a Yuki en el cuello, rasgarle la ropa y violarlo. Siempre se ve tan sexy que no puedo controlarme, sobre todo cuando usa traje. Y es precisamente cuando hace la exquisita combinación de traje negro y camisa blanca que algo dentro de mí se enciende.
Lo miro ansioso y espero que se dé cuenta de mi necesidad por violarlo. Pero al ver que no me presta atención alguna por ir mirando el camino, llevo mi mano a su pierna derecha y se la acaricio un poco, buscando provocarle. Pero tan pronto como jugueteo con ella, él me aparta la mano de un empujón.
—Cuando voy manejando tú solamente eres un pasajero.
—Qué considerado de tu parte. Desearía estar en casa y llevar a mi esposo a la cama.
—Pides demasiado. Suficiente sacrificio fue el ir a almorzar a la casa de tus padres y pasar la tarde entera jugando Monopolio y Mikado[1].
—¿Olvidas de quién fue la brillante idea visitarlos dos domingos al mes?
—Lo propuse porque quería experimentar lo que se sentía estar en tu hábitat. Es para mi nueva novela. Pienso ambientarla en un zoológico.
La sinceridad de Yuki a veces me aturde; otras veces me divierte. Pero también hay ocasiones, como ésta, en las que me lastima. Sé que mi familia está loca y que de ella saqué mi exacerbada hiperactividad, pero es mi familia... y me gustaría ver que Yuki se llevara bien con ella sin tener que estar preocupado de que Maiko lo use como experimento para presumir con sus amigas o que mi mamá lo mate de aburrimiento hablándole de las telenovelas. Aunque no puedo evitar regocijarme de emoción cuando los veo metidos en la cocina hablando en su propio idioma sobre postres dulces y platillos caseros dignos de la realeza, o cuando mi papá sale a fumar con él al patio.
Bien, no puedo quejarme, mi familia quiere a Yuki y acepta mi relación con él. Soy afortunado.
Yuki parece darse cuenta de lo afectado que me dejó su comentario, porque toma mi mano, la que anteriormente rechazó, y la ubica nuevamente en su pierna, aunque un poco más arriba de lo que yo en un principio había llegado.
—Sólo procura no hacerme chocar. El seguro del auto y del hospital no cubrirá nuevamente tus manoseos.
Yo sólo esquivo la mirada hacia mi ventanilla, intentando parecer afectado, aunque por dentro mi mente ya maquinaba la idea de hacerle pagar a Yuki su insulto de la manera más traviesa y perversa.
A veces pienso que debería dedicarme a la actuación. ¡Soy brillante!