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Lo mejor de ti por Hotarubi_iga

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Notas del capitulo:

Disclaimer: Gravitation no me pertenece. Es propiedad de Murakami Maki.

— 34 —

 

Ah... las vacaciones de invierno son lo mejor del mundo, junto con los pockys de fresa, los videos musicales de Sakuma-san y la navidad. ¡Oh!, y también Yuki. Creo que si le dijera el orden de mis prioridades en vacaciones de invierno se molestaría, aunque aún lo está desde que rompí la ventana trasera de su auto. Qué rencoroso.

Mis dos semanas de vacaciones las estoy aprovechado muy bien, a pesar de haber comenzado a dormir en el sofá de la sala desde la llegada de Riku. ¿Puede existir mejor obsequio que ese? Llegó de sorpresa, como un verdadero milagro navideño. Creí que no sería posible luego que Yoshiki dijo que lo llevaría con él a un crucero, pero menuda sorpresa nos dio cuando una mañana apareció en la entrada del departamento con una maleta y su mochila para pasar las fiestas con nosotros. (Le haré un altar a Yoshiki por eso).

Es tan regocijante pasar esta festividad con mi pequeña adoración, no así para Yuki, que con su llegada su humor empeora como de costumbre. Se nota que muere de celos cuando le doy más atención y cariño a Riku. Oh Yuki, a veces eres tan infantil y predecible.

Al principio creí que la visita de Riku me permitiría regresar al dormitorio de Yuki —Riku ocupa mi cuarto—, pero terminé durmiendo en el sofá. ¿Existe algo más triste que eso? El espíritu navideño definitivamente no despertó en él. Pero esperemos que lo haga en noche buena, cuando ejecute mi plan navideño para sorprender a Riku.

Mis esfuerzos por volver a Yuki más humano cuando él nos visita valen la pena. Con su ayuda incluso pude convencerlo de adornar el departamento. Colocamos un hermoso árbol en la sala y decoramos con luces el balcón. ¡Hasta el terrario de Origami tocó adornos! —Un adorable trineo con renos que bailan al ritmo de una melódica tonada—. Aunque al final Yuki se quejó de mi esmero que me tomó toda una tarde realizar con Riku, porque según él no tengo gusto por la estética y tantas luces deñan la vista, y que si quedaba ciego (nuevamente) me convertiría en su esclavo sexual de por vida. A veces es tan idiota, ¿cómo puede decir algo así en frente de Riku y el árbol de navidad? También horneamos galletas, o eso intentamos, luego que se me olvidaron y terminé usando el extintor que Yuki compró a principios de mes para apagar el incendio que provoqué en la cocina (por alguna extraña razón siempre compra uno cuando se acerca la navidad). Hicimos un hombre de nieve en el parque y cantamos villancicos que pasaban en televisión. La casa luce llena de vida incluso con los alegatos insoportables de Yuki (¡Es peor que el Grinch!). ¡Estoy tan emocionado!

También logramos convencerlo de que preparase una cena navideña muy al estilo americano para que Riku se sintiese cómodo. Al principio dio la absurda solución de una pizza del konbini, pero me pareció tan poco navideño, que lo amenacé con dos meses sin sexo y una cena preparada por mí si no accedía a nuestra petición.

“Papá, no tendrás regalos si tienes esa actitud tan amargada y mezquina”, dijo Riku.

Y al parecer su honesto comentario hirió el orgullo de Yuki —y yo aderecé el momento diciéndole que si no nos complacía se olvidara del súper regalo que le tengo preparado—, porque ahora está en la cocina, esmerándose como toda una dueña de casa para sorprendernos con una suculenta cena navideña.

Mi ávido interés por tantos preparativos y espíritu festivo se debe a la conversación que tuve con Riku la semana pasada, luego de enterarme de algo que me partió el corazón y me hizo ocupar un rollo entero de papel higiénico.

“¿Y qué le pediste a Santa para esta navidad?”, le pregunté con interés. Moría de ganas por obsequiarle algo que en verdad quisiera aunque me costara medio salario. Y es que los niños de hoy piden tantas cosas: consolas de videojuegos, celulares, computadores. En  mis tiempos, con una pelota de plástico y un camión de juguete era el niño más feliz de la tierra (cielos, parezco un anciano expresándome así). Ahora si no es algo digital no sirve.

“Nada”, respondió encogiéndose de hombros mientras coloreaba unos dibujos que le imprimí para que se entretuviera.

“¿Nada? ¡Pero por qué!”.

“Déjalo”, dijo Yuki sentando en el sofá. La entrega de su último manuscrito lo tenía un poco más relajado. “Seguramente sabe que los mocosos que invaden el departamento de otros no reciben regalos”.

Lo acuchillé con la mirada y tuve la idea de hacer que se comiera un juego de luces.

Riku negó con la cabeza.

“Nunca me ha llegado lo que quiero. Por eso no pedí nada esta vez”.

Me solté a llorar a moco tendido y abracé a Riku, hasta que Yuki le arrojó una de sus pantuflas para que lo soltara. ¡¿Cómo un niño tan dulce pasa tan malas navidades?! Bueno, no puedo esperar mucho si todos estos años ha estado al cuidado de un travesti que no sabe ni dónde está parado. La infancia de Riku ha sido marcada por la soledad y el desamor. No tiene padres, sus parientes más cercanos no lo quieren; lo único parecido a una familia somos nosotros y Yoshiki. Y para colmo sus navidades no son como las que merece un niño de su edad. ¡Es tan triste!

... Y fue en ese momento que se me ocurrió hacer algo por él y darle la navidad perfecta.

 

 

Tres horas para navidad, y mi emoción por sorprender a Riku me tiene saltando de un lado para otro y corriendo de arriba para abajo por todo el departamento. Estoy mareando a Yuki.

—¡Esto está delicioso! —exclamo tras probar su pavo asado y su salsa de arándanos.

—Más te vale —dice de mala gana—, me pasé toda la maldita tarde esclavizado en la cocina para darte tu estúpida cena de navidad. ¡Considérate afortunado!

Asiento con las mejillas rellenas de comida y continúo saboreando lo que mi adoración preparó con esmero. No dejaré ni los huesos.

—Y tú mocoso. ¿No tienes nada que decir? Eres un mal agradecido. Preparé todo esto para ustedes.

Riku come en silencio, como siempre, observándonos.

—Pero fue porque mamá te insistió. De lo contrario no habrías hecho nada —responde.

Es honesto, ¿de acuerdo?

Yuki intenta hacerle comer el mantel que compré el fin de semana, y para amenizar el ambiente se me ocurrió entablar una amena conversación familiar. Sí, de esas que le dan dolor de estómago a Yuki cuando está Riku en casa.

—¿Estás ansioso por la llegada de Santa? ¡Apuesto que te traerá muchos regalos este año!

Él asiente con las mejillas llenas de comida. ¡Se parece tanto a mí!

Miro a Yuki ya que él es cómplice de mi súper plan navideño, pero parece más interesado en aderezar su pavo que prestarme atención. ¡Qué insensible! Debería saber que no porque me ignore se librará de colaborar con mi brillante plan. Es lo mínimo que puede hacer si dejó a Riku sin padre y por eso tiene malas navidades.

—No te hagas muchas ilusiones si Santa se rompe el cuello o quema la casa —dice Yuki. ¡Creí que no estaba poniendo atención!—. Ten por seguro que te decepcionará cuando venga.

Le arrojo un trozo de pavo y trato de cambiar el tema.

 

 

Es casi la medianoche, así que pongo en marcha mi plan llamado: Yuki, ayúdame a sorprender a Riku —ok, no es muy original, pero Yuki no debió interrumpirme cuando estaba buscándole un título—. Primero me escabulliré al dormitorio de Yuki, aunque la idea de quedarme y verlo a él y a Riku dormidos idénticamente en el sofá resulta muy tentadora. Es imposible contener las hemorragias nasales cuando presencias algo tan único como eso. ¡Parecen dos gotas de agua!

Consulto el reloj por enésima vez y despierto a Yuki para que me ayude. Pero él simplemente no me toma en cuenta y comienza a lamer un bastón de caramelo, el décimo de la noche (cielos, la gracia con la que desliza su lengua sobre él me hace querer llevarlo a la cama y darle su regalo navideño por adelantado).

—Vamos —le susurro, y aunque disfruta ignorarme, finalmente accede... a regañadientes.

—Qué mierda quieres —me gruñe luego que lo arrastro hasta el dormitorio.

—¿Cómo que qué quiero? Tu traje de reno te espera —respondo, señalando hacia la cama el disfraz que conseguí para él.

El mío es el traje de Santa que usé el año pasado cuando visité un hospital y compartí como vocalista de Bad Luck con los niños que no podían hacerlo con sus familias. En esa ocasión Hiro se disfrazó de reno y Fujisaki de duende. ¡Se veía tan adorable! K se vistió de hombre de jengibre y Sakano-san de estrella (tuvo problemas para ingresar por las puertas, pero lo pasó bien).

Ahora, para sorprender a Riku y darle la navidad que merece, me vestiré de Santa y Yuki de reno, y le daré los obsequios que le compré con el sudor de mi frente (trabajar en NG hace que cada gota que derramo valga la pena).

—Ni de broma —suelta Yuki con los brazos cruzados. Cuando se enoja se ve tan lindo—. Ya te dije que no colaboraré con tu estupidez.

—Lo harás. Se lo debes a Riku. ¿O quieres que te recuerde que no pasa buenas navidades porque no tiene un padre que se las celebre?

Yuki arruga el ceño y me taladra con la mirada.

—Ese fue un golpe bajo, maldito mocoso.

—Tú me obligas a recordártelo. Así que ponte el disfraz.

Oigo a Yuki soltar un par de groserías mientras toma el disfraz y se encierra en el baño. Cinco minutos después... y él sigue sin salir.

—Yuki, ya van a ser las doce.

—¡Olvídalo! ¡No saldré vestido así! ¡Haz el ridículo tú solo!

—¿Ah? ¡No empieces con tus berrinches y abre la maldita puerta! ¡No lo haré sin ti!

—¡Muérete!

—¡Uesugi Eiri, sal ahora mismo!

Yuki sale casi en el acto y mi hemorragia nasal fue instantánea y fulminante.

—¡Yuki! ¡Te ves tan lindo! ¡Eres el reno más adorable que he visto!

—Y tú eres el Santa más patético que he visto. ¿Qué es esa barba de algodón? ¿No pudiste conseguir algo mejor? El mocoso se va a dar cuenta.

Su mecanismo de defensa es tan infantil cuando se siente avergonzado, que me resulta imposible enojarme. Y menos ahora que está bajo un disfraz de reno con una nariz roja brillante que parpadea. ¡Lo amo!

Una vez listos salimos por la ventana del dormitorio. La idea es brincar al balcón que está en la sala. Esperaba poder entrar por una chimenea, pero como no tenemos... creo que tendré que pedirle a Yuki que mande a hacer una para el otro año.

—Recuérdame por qué estoy haciendo esto —dice Yuki.

—Porque Riku merece una navidad como un niño normal, y porque de no ayudarme, no te daré tu regalo de navidad.

—¡Eso fue porque si no cocinaba, imbécil!

—¡Como sea!

—Si me rompo el cuello te echaré a patadas de la casa, con todo y tu ridículo disfraz —dice Yuki mientras trata de pasar hacia el otro balcón—. Y si te caes, no pienso recoger tu cuerpo reventado en el pavimento.

Lo cierto es que esto está resultando bastante arriesgado. Trepar de un balcón a otro desde un décimo piso, y disfrazados, es para pensarlo dos veces, pero vale la pena si con eso logro ver una sonrisa en los labios de Riku y sus ojos llenos de emoción.

—Qué ridículo. —Yuki insiste en quejarse. —Deberíamos ir por el pasillo y listo. ¿Qué sentido tiene arriesgar el pellejo? El mocoso ni siquiera se dará cuenta por dónde entramos.

—Santa no entra por los pasillos —le aclaro. Qué poco inteligente es a veces.

—Tú no eres Santa, cacatúa.

—¿Seguirás quejándote?

—Seguiré, definitivamente seguiré quejándome. Tengo todo el derecho de hacerlo. Estoy arriesgando la vida para un mocoso que ni siquiera me interesa y me estoy sofocando con esta maldita cabeza de reno. ¡Y se me está congelando el trasero!

—Cierra la boca y ayúdame a pasar. No alcanzo.

—Lo harías si fueras más alto, pero eres microscópico, como una ameba.

—¿Vas a insultarme o ayudarme?

—Puedo hacer las dos cosas, mono, no soy como tú que no puede usar el cerebro para realizar dos acciones a la vez.

—¡Yuki!

Entre la discusión, el juego de luces de colores que encandilan (Yuki tenía razón al decir que eran dañinas), la barriga falsa de Santa, la bolsa con regalos y mi coordinación nula para apoyar el pie derecho y sujetarme con las manos en el borde del balcón, olvidé que estaba con guantes y resbalé ridículamente directo a mi muerte. O eso creía al ver que mi cuerpo quedó enredado con el juego de luces que colgué la semana pasada. Y Yuki diciendo que eran inútiles. ¡Me salvaron la vida!

—¡Yuki ayúdame! ¡No quiero morir joven!

—Creí que dirías virgen, lo cual sería una completa mentira.

—¡Solo súbeme, imbécil!

—¿No te dije que eres un mono? Mira como trepaste al balcón. Usaste las luces como lianas. —Hay veces en las que quisiera ahorcarlo, y ahora el juego de luces parece bastante tentador.

El escándalo ha despertado a los vecinos, incluyendo a Riku. Pero al momento de salir al balcón, yo ya estaba sano y salvo, con las luces enredadas en mi cuerpo, como si fuese una mezcla extraña entre Santa y el hombre araña.  Sus adormilados ojos me observan fijamente, y antes que se dé cuenta de que soy yo tras el disfraz, me acomodo la barba y la bolsa con regalos en la espalda. Es momento de poner en marcha mi rol de Santa.

—¡Jo, jo, jo~! ¡Feliz navidad! —exclamo con voz de Santa.

La barba me pica y estoy sudando con la panza falsa, pero tengo que aguantarme.

Riku termina de espabilar y me mira fijamente con sus enormes ojos. Puedo ver un brillo especial en ellos.

—Pequeño Riku, he venido desde Estados Unidos para entregarte tus obsequios.

—¿En verdad eres Santa?

—¡C-Claro! ¿No ves que hasta tengo un reno? Vamos, dile algo reno. —Le doy un codazo a Yuki en el costado para que me siga el juego. Su cooperación es deprimente.

—Los renos no hablan, tarado —me responde.

Le pego otro codazo y entro a la sala para distraer a Riku. Él con su lindo pijama de dinosaurios me sigue sin quitarme los ojos de encima.

—Te adelantaste varias horas, Santa —suelta Yuki luego de entrar a la sala y pararse a un costado del árbol—. Por lo regular vienes en las noches, cuando los mocosos están durmiendo. La idea es que no te vean.

Esta vez le di con el saco de regalos en el estómago, luego que me lo acomodé en la espalda.

—Es que pasé más temprano para que el pequeño Riku me viera y no pensara que no me acuerdo de él. ¿Has sido un buen niño? —le pregunto. Riku asiente con la cabeza.

—Está mintiendo —suelta Yuki—. Se come las golosinas del dueño de casa, acapara la atención de la mascota de la casa y no le deja ver sus programas en la televisión. Lo único que hace es ver el Discovery Chanel y caricaturas deformes.

—Eso no cuenta —respondo—. Y dijiste que los renos no hablan. Así que cierra la boca.

Pude sentir la mirada asesina de Yuki sobre mí, pero prefiero hacer de cuenta que está pintado que caer ante sus provocaciones.

Bajo la bolsa de mi espalda y saco el primer regalo. Los ojos de Riku brillan ante el obsequio de un llamativo envoltorio rojo y listón verde.

—Sé que has sido un buen niño;  el mejor de todos —digo—. Aunque antes no haya podido darte lo que querías, en esta ocasión lo hice porque te lo mereces. Las personas que te cuidan están muy contentas de tenerte, y te quieren mucho. Nunca lo dudes. Eres el hijo perfecto.

—Gracias, mamá —dice de pronto, paralizándome.

Vuelvo el rostro hacia Yuki al escuchar una risilla burlona dentro del disfraz. Hasta puedo imaginar su sonrisa tatuada en sus perfectos y sensuales labios.

—¡D-De qué hablas! —exclamo—. ¡Soy Santa, no soy tu mamá!

Riku luce resignado.

—Mamá, sé que eres tú. Puedo ver tu cabello rosa bajo el gorro. Tu voz es la misma y Santa no cae por el balcón, sino por la chimenea. Sé también que papá está debajo del traje de reno. Vi los disfraces colgados en el armario.

No sé qué decir.

—Además, Santa no existe.

Estoy de piedra. Cielos, no tengo más opción que revelar mi verdadera identidad.

—¿Cómo que no existe? —pregunto luego de quitarme la barba. Ya me estaba irritando.

—Es solo un invento para que los niños se porten bien con sus padres.

—¿Y entonces por qué no lo dijiste cuando te hablé de Santa y su visita?

Riku se encoge de hombros.

—No quería desilusionarte. Parecías tan entusiasmado, que no quise arruinarte la sorpresa.

—Vaya… no eres tan idiota después de todo —comenta Yuki tras quitarse la cabeza de reno.

—No pedí nada este año porque ya tengo lo que quiero.

Yuki y yo nos miramos con intriga.

—¿Y qué es? —pregunto.

—Ustedes. Son el regalo que siempre esperé.

Ante su hermosa respuesta me suelto a llorar de emoción y lo abrazo con todas mis fuerzas. Yuki se mantiene en silencio, pero se aleja rápidamente. Estoy seguro que se fue a llorar a su oficina; su orgullo es demasiado para quebrarse ante nosotros y arruinar su reputación. Oh, Yuki, eres tan sentimental. Y luego dicen que eres frío e insensible como una roca.

Dios no nos puede dar hijos biológicos, pero Yuki y yo somos afortunados porque tenemos a Riku. Y es el mejor regalo de navidad que podríamos desear.

FIN


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