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Lo mejor de ti por Hotarubi_iga

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Notas del capitulo:

Disclaimer: Gravitation no me pertenece. Es propiedad de Murakami Maki.

— 8 —

 

Lo hice de nuevo... ahí está: el cuerpo del delito, flotando en el agua teñida de azul del retrete rebalsado. Y Yuki, mirándome con chispas en los ojos, pareciera que quiere freír mis pobres huevos en aceite para auto.

Lo sé y lo reconozco; esta hecatombe pudo haberse evitado si... ¡argh! ¡Al diablo! Simplemente lo hice, ¿bien? Simplemente no pude evitar tirar al retrete —ante un acto de desesperación— su último manuscrito porque se quemó. Bueno, lo quemé, ¡pero por accidente! Y todo por culpa de una maldita migraña que me ha mosqueado desde la mañana.

Cariño, deberías comprender que un jaquecoso estrésico no es bueno pensando; lo sabes. Además ¿quién te manda a adueñarte de las pastillas mágicas que alivian la migraña cuando los dos estamos en temporada de presiones por nuestros trabajos?

Sé que el haber metido mis atontadas manos en los cajones del escritorio de Yuki, no fue una buena idea. Desde el principio se veía venir una desgracia. Y así pasó. Cuando estaba como poseso buscando el frasco de las condenadas pastillas, sin querer, mis torpes dedos movieron el cenicero donde reposaba el cigarrillo mal apagado de Yuki —como yo no fumo, ignoro cuando una de esas cosas “mata pulmones” está en servicio activo—. Por la prisa, empujé la condenada colilla, esta cayó sobre el manuscrito impreso de Yuki, y los condenados papeles se prendieron y ardieron como desesperados.

Preso del pánico y, sin pensarlo demasiado, corrí con el manuscrito antorcha al primer lugar de la casa que se me ocurrió —y que tenía a mano—.
Sin pensarlo demasiado, llegué al baño y vi el retrete, saludándome descaradamente. Su tapa estaba levantada —típico... no hay cosa más común que dejar la tapa del excusado arriba. Oh Yuki... ¿cuándo aprenderemos a ser decentes?— y parecía invitarme para que arrojara la evidencia que me sentenciaba a una muerte segura.

Con arrojar el manuscrito como cualquier cosa dentro del agua, habría significado el fin de los problemas si no se hubiese atorado en el sifón cuando tiré la cadena, obteniendo como resultado, un retrete rebalsado, escurriendo toda su agua azul por el suelo.

Claramente, después de semejante catástrofe, mi dolor de cabeza se fue al caño. Mi prioridad se volcó en limpiar el desastre y conseguir una coartada para la misteriosa desaparición del manuscrito incinerado. Sólo esperaba que Yuki no lo necesitara al menos por el resto de la noche.

Pesqué el primer estropajo sucio que pillé y traté de limpiar el suelo. Está demás decir que mis pies descalzos chapoteaban en el agua del retrete ¡wácala! Pero si quería seguir vivo, debía de aguantarme mis ñañaras y erradicar la «huella del delito».

—¿Tienes algo que decir en tu defensa? —Su voz orgullosa resuena en las paredes del baño como la de un juez sentenciando a un condenado.

—Sólo buscaba las pastillas para la migraña.

—¡¿Y por eso casi quemas la casa, reverendo asno?!

Es cierto: no tiene sentido todo este desastre por un miserable dolor de cabeza. ¡Pero Yuki también tiene la culpa! ¿Quién lo manda a dejar mal apagado su cigarrillo sobre el escritorio? Él es TAN responsable como yo, así que no tiene por qué quejarse.

—Pero no pasó ¿ya? Cálmate, te pones peor que una mujer menopáusica.

Yuki masajea sus sienes y rechina los dientes con tirria. Definitivamente hoy no tendremos sexo.

—Yuki, lo lamento. —Necesito redimirme de alguna manera, o de lo contrario mis pobres huevos sufrirán las consecuencias.

—¡Las disculpas no sirven, animal! ¡Pudiste quemar la casa!

Es ante respuestas como esa, que mi mente se nubla y actúo bajo un impulso irreverente. 

 

 

Bien, luego de discutir y arrojarnos por la cabeza cepillos de dientes, frascos de shampoo y el secador de pelo, entre otras cosas, nos pusimos en la buena. Yuki aceptó su responsabilidad en el incidente y yo la mía. El prometió no dejar nunca más el cigarrillo mal apagado, y yo prometí no volver a arrojar por el retrete algo con tal de librarme de un severo castigo. El manuscrito está respaldado en la laptop, así que no hay mayor problema en volverlo a imprimir para que Mizuki se lo lleve mañana a primera hora.

Con esta explicación, bien podría decir que todo terminó con un final feliz, pero no; por mi pendejada, tuve que pagar las consecuencias.

—¿Cansado?

Yuki me pregunta, disfrutando de mi sufrimiento, mientras fuma sin miramientos, sentado con los pies apoyados sobre el borde de la  bañera.

—¿Cuánto tiempo más me tendrás así? —le pregunto esperando que sea honesto, pero lo dudo. Cuando quiere joderme, lo hace con ganas.

—Lo suficiente para que aprendas a dejar de hacer pelotudeces.

Suspiro resignado y me entrego a mi perra suerte. Al menos, ya aprendí la lección.

Una vez que termino de limpiar el piso del baño, en una incómoda pose, y estando completamente desnudo, Yuki se levanta de la silla que dejamos a un costado del lavabo y observa mi “hacendosa y sacrificada” labor.

—¿No piensas decir nada? —le pregunto, porque sus ojos —como pocas veces— no me dejan ver lo que piensa.

—Hoy duermes en tu cuarto. No te quiero ni a veinte metros mío.

Da media vuelta con ese aire de indiferencia y soberbia tan inherente en él, y me deja solo en el baño.

¡Me lleva...! ¡Me prendí como una antorcha al mostrarme desnudo ante él y me deja así! ¡Infeliz! A veces... me dan ganas de estrujar su lindo cuello y meter su sexy cara dentro del escusado —pero no puedo; mi amor por él es más fuerte—.
Ah... ojalá todo se solucionara tan fácil, arrojando las cosas por el retrete y tirar la cadena.

 

Notas finales:

Aquí les tengo otra pregunta capciosa (y que quede claro que no es chantaje): ¿Por qué les gusta tanto el sexo explícito (Entiéndase: Lemon)?

Gracias por leer.


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