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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

Buen día, señoritas.

El adelanto de hoy resulta especial porque: 1) es más extenso, 2) debido a contiene el cameo (aparición especial) del que les había hablado en las notas de uno de los primeros capítulos, que las lectoras más asiduas reconocerán sin dudarlo, y 3) por el hecho de que posee mucha información clave.

Tomando en cuenta todas esas razones es que les recomiendo que lean despacio y con mucha tranquilidad. Tengan a mano, asimismo, las seguridades que sobre la actitud del "villano" de esta obra puedan haber cosechado hasta ahora...

Dedico el avance a uno de los hijos más increíblemente SABROSOS de la Tierra del Sol Naciente: Morrie. Que los dioses te bendigan (y te conserven ese cuerpazo *q*) por habernos dado a Dead End y por haber sido la inspiración para que ahora tengamos a Ryuichi y a Luna Sea, a Haido y a L'arc en Ciel... ¡Feliz cumpleaños, guapo! *0*

El 13 de enero –debido a dos razones- estaba a punto de convertirse en uno de los hitos más importantes en el calendario del adolescente. Además de ser el día en que su querido preceptor conmemoraba su natalicio, iba a fijarse como la fecha del ansiado pacto de filiación entre ambos. El chico de delicadas facciones había esperado dicho momento ya durante muchos años.

Contaba quince dulces primaveras el hermoso pelinegro, hijo único de Kawamura-sama; hombre poderosísimo por ser el oyabun yakuza que controlaba todo Kanagawa y las prefecturas aledañas. Con bastante nerviosismo daba el menor los últimos retoques a su atuendo y peinado, pues faltaba muy poco para el momento en que tuviera que presentarse frente a los miembros más importantes del clan, quienes fungirían como testigos de la ceremonia en la que él reconocería a su kobun[1], le daría su lugar y le exigiría el suyo propio. Un gran acontecimiento, sin duda alguna.

Pero no todas sus ansias las motivaba el suceso formal que dentro de unos minutos presidiría, ya que tenía algo más en mente. Algo que –con seguridad- para él era muchísimo más importante que el ritual por el que tanto se habían esmerado sus padres. Habían mandado decorar con sobria elegancia la estancia donde se llevaría a cabo, haciéndolo en una combinación de púrpura y escarlata; los colores favoritos del heredero. Pero aquel secreto hecho tendría lugar justo después de la ratificación pública del pacto.

Ryuichi salió del aposento en que se hallaba y se encaminó a la gran sala de estar donde le esperaba todo el mundo, caminando lenta pero decididamente. Se abrieron las puertas y, ante la vista general, ingresó en la estancia. Era delgado y no muy alto, con el cabello negro, largo y rizado; acomodado en una coleta alta que recordaba vagamente el peinado tradicional de los samuráis. No obstante, dos mechones caían a ambos lados de su rostro hasta su cintura, ondeando con el vaivén de su andar. Sus ojos eran sumamente rasgados, como si, egoístas, desearan esconder de la mirada ajena el hermoso brillo de sus iris cobrizos.

Caminó hasta donde se encontraba una mesa cuadrada de centro, sobre la cual había una botella de sake y un único vaso. Levantó la mirada y ahí –de frente a él pero del otro lado del mueble- estaba Shinya Yamada, el hombre que se había encargado de criarlo. Su corazón dio un fuerte salto dentro de su pecho, pero su semblante no varió ni un milímetro y de sus labios no escapó una sola palabra, pues el quinceañero estaba al tanto del extremo protocolo que debía rodear el acto.

-Ryuichi Kawamura-sama…- dijo el peliblanco, ejecutando una profunda reverencia. Entonces el menor levantó la diestra adornada de numerosos anillos plateados con diferentes motivos –dragones, zorros y, por supuesto, la insignia del clan- logrando un contraste a la vista entre la blancura de la piel de su antebrazo y la oscuridad de su yukata. Tomó la botella del licor de arroz, la destapó y vertió un poco en el vaso, alzando luego éste para llevarlo a sus labios, beber dos terceras partes de su contenido, y finalmente ofrecerlo al mayor.

Con seguridad, Shinya cogió el recipiente de manos de su superior e hizo lo propio, depositándolo después sobre la mesa. Ryuichi sonrió muy levemente; pero más que con los labios, expresó su alegría con el brillo de sus bellos y sinceros ojos, mirando al peliníveo con la familiaridad que hasta entonces le había negado.

-A partir de ahora, un lazo indisoluble nos une. Tú cuidarás de mí, permanecerás a mi lado, me servirás y obedecerás; y yo te protegeré. Estaremos siempre juntos y nunca nos traicionaremos, poniendo este juramento bajo la tutela de los dioses. Sea así hasta que alguno de los dos muera.-

Dichas con la firmeza de quien promete con completo convencimiento, aquellas palabras estuvieron acompañadas de la más vehemente expectativa. Nada en el mundo haría más feliz al dócil y alegre adolescente que su verdadero cumplimiento, pero eso era algo que únicamente las potencias superiores podrían dictaminar. A él sólo le correspondía aguardar con ilusión y esperanza. 

Un silencio general reinó en la estancia mientras todos los presentes agachaban la cabeza de forma solemne. El mutismo fue roto por el heredero, quien –luego de que Yamada volviera a levantar el rostro para mirarlo- le dio una orden clara.

-Sígueme.-

Se internaron en los innumerables pasillos de la gran mansión hasta llegar a una de las recámaras más amplias: la de Ryuichi. Al menor de ambos le costaba trabajo controlar la gran expectación que sentía, pues por primera vez en muchos años, hablaría con total libertad acerca de sus sentimientos. El kobun ingresó de último, cerrando la puerta tras él. Entonces, el de los rizos de azabache –quien miraba por la ventana- se volteó hacia su ayo una vez que éste le acompañó dentro de la alcoba.

-No sabes lo feliz que me siento- dijo, esbozando una amplia y preciosa sonrisa, al tiempo que sus ojos del color del cobre se abrían emocionados. Shinya todavía permanecía a medio camino entre la puerta y la enorme y mullida cama, lo cual captó la atención de su oyabun, pues no era que nunca antes hubiera pisado aquella habitación, sino todo lo contrario. Ryuichi recordó con cariño las veces en que a quien consideraba su segundo padre le fuera menester entrar para dejarlo tomar su siesta vespertina cuando era apenas un niño; o por el contrario, años después, en aras de levantarlo, ayudarlo a alistarse y llevarlo al colegio.

El chico caminó hacia su protector y le tomó las manos, mirándolo a los ojos.

-Yo también lo estoy- replicó Shinya entonces. -Todo cuanto a usted lo complazca, a mí…-

-Por favor, deja de dirigirte a mí de esa manera- interrumpió Kawamura, expresando en su tono un encarecido deseo, para luego disponer un cambio que le ayudaría a expresarle al mayor con mucha más facilidad todo lo que tenía que decirle. –De ahora en adelante, tutéame.-

-Lo siento, Ryuichi-sama, pero no creo que pueda hacerlo- repuso el peliblanco con voz tenue. El dueño de los ojos rasgados comenzó a sentirse un poco contrariado, pues aunque a su preceptor nunca se le había olvidado agregarle el “sama” a su nombre cuando se dirigía a él –e incluso desde que fuera un infante de brazos lo trataba de usted- anhelaba acabar con esas formalidades innecesarias y excesivas, al menos cuando se encontraban solos. De otra manera, era muy difícil pensar en que el hombre delante de él accedería a ponerse verdaderamente a su mismo nivel.

 -¿Por qué no?- inquirió el chico del cabello negro, largo y rizado, y un asomo de amargura se coló en su voz. Al tiempo que hablaba, sus manos anilladas estrujaban con fuerza las de su kobun. –Es cierto que acabamos de jurar que permaneceríamos siempre en una relación desigual dentro de la que yo me encuentro en ventaja, pero me es imposible permitir que a mí se dirija siempre como un subordinado… la persona que amo.-

Los ojos oscuros de Yamada se abrieron al máximo, exhibiendo todo su desconcierto y reprobación ante lo que acababa de escuchar, pues no había errado al interpretar las palabras ajenas. La mirada hostil que al punto distinguió Ryuichi en aquellos tan amados ojos oscuros le atravesó el corazón como una cruel y mortífera daga, debido a lo cual ya no pudo esconder su tormento, fuertemente impresionado como se encontraba. Dejó caer las manos ajenas, frunció el ceño con angustia y se alejó, pues la confusión en su pecho lo hizo experimentar gran cantidad de emociones contrapuestas y distintas, las cuales iban desde la rabia hasta la desilusión, pasando dolorosamente por la vergüenza.

-No tiene ni idea de lo que ha dicho, kumicho-sama. Pero no se preocupe; usted es muy joven. Conforme pasen los años, lo comprenderá todo.- 

-Por favor, sal de mi cuarto- dijo el adolescente, intentando tragarse en vano las emociones que sus ojos delataban.

 

       Afuera llovía a cántaros. Sin embargo, para quien estuviera en el interior del antiguo edificio, ni la brisa helada ni la molesta lluvia eran perceptibles. No; el calor que emanaba del infame prostíbulo era más que gentil, proporcionándole a todos los presentes abrigo necesario para el terrible tiempo.

       El peliblanco se encontraba recargado sobre el escritorio de su oficina, en el tercer piso del burdel más temido de todo Hadano. Parte mito y parte realidad, Lunacy pervivía en la mente de algunos como el sitio al que jamás habría que ir aun si se deseaba pagar por los placeres de la carne u ofrecer alquilar los propios encantos; prefiriéndose siempre y a toda costa, cualquier otra casa de citas. Para otros, sin embargo, era la sublimación de la bajeza y el delito; un lugar de frecuente y fetichista necesidad.

       Yamada observó que una limusina blanca se detenía en frente de su establecimiento, conociendo perfectamente de quién se trataba. Apagó su grueso puro cubano en el cenicero de la mesa, saliendo de la estancia después para descender a la planta donde se encontraban los cuartos –que era la segunda- y luego a la primera: “el recibidor”.

       En el primer piso había enormes vitrinas de vidrio de seguridad frente a una reja gruesa y negra, hecha con diseño de rombos recubiertos de enredadera, como las empleadas en las vinotecas de hierro forjado. Toda la primera planta era como un mostrador de la tienda más siniestra que se pudiera imaginar: allí tras las vitrinas, una amplia selección de mujeres, las cuales con seguridad figurarían en la sección de desapariciones de algún periódico local. Al final se divisaban las escaleras por donde el cliente, una vez examinada concienzudamente la “mercancía”, subía para reunirse con el fruto de su escogencia.

       El peliníveo de labios negros como el carbón cruzó el pasillo, mirando que a la entrada de éste había un hombre enteramente vestido de negro, con la gabardina todavía humedecida por el agua de lluvia. Se acercó a él y le tendió la mano, gesto que el otro correspondió. Era uno de sus clientes más asiduos; años habían transcurrido ya desde la primera vez que le visitara.

-Sakurai-san- dijo Shinya, inclinándose como su interlocutor para rematar el occidental saludo. Movió los ojos con rapidez y determinó que afuera el chofer le abría la puerta a su jefe y lo cubría con un enorme paraguas hasta la entrada del prostíbulo.

-Verdaderamente una hermosa colección, mi querido amigo. Empero, dudo que –por su género- Kawamura-sama halle placer alguno en ella- dijo el enigmático hombre, refiriéndose a la “mercadería” que los rodeaba.

       Luego se llevó la mano a su cabellera, acomodándosela con una gracia felinamente sensual, y sus sedosos mechones negros resbalaron suavemente por entre la piel costosa del guante que le cubría los dedos. Sonrió finalmente, sabiendo sus ademanes hipnóticos; murmurando segundos antes de deslizar la tarjeta electrónica por la ranura del datáfono correspondiente a su próxima cita

-Pero la falta de variedad poco importa cuando el cielo te ha bendecido con dos hermosas "damas" de preciosos cuellos, muñecas y tobillos; joyas ellas en sí mismas, más que cualquier artilugio con que se las atavíe. ¡El amor, el amor!...-

       El mayor fulminó con la mirada al indolente casanova, que sin saberlo metía sus perversas garras en una llaga abierta desde hacía trece años. “¡Canalla!” pensó, y no pudo dejar de evocar las grotescas imágenes o los desgarradores alaridos plasmados por causa del perverso cliente en las paredes del burdel y en su memoria. Ni la sonrisa del pelinegro -preludio del infierno; toda ella encanto y enmarcada por sus ojos azabache- era tan mortífera como la obra de sus manos malditas.

       El kobun de macizo y tatuado cuerpo escuchó los pasos lentos pero pesados de su oyabun, así que desistió de todo empeño que no fuera el de concentrarse en él, por lo que notó con indiferencia que el otro hombre se perdía a través de las escaleras, rumbo al segundo piso.

-¿Podemos conversar abajo?- inquirió Kawamura una vez que llegó a en medio del pasillo, donde le aguardaban, sin dignarse a dirigir siquiera una mirada a las nuevas adquisiciones. –No tengo mucho tiempo.-

-Como guste. Desalojaré la recepción.-

       Ambos hombres caminaron hacia la estancia ubicada a uno de los costados de la entrada del prostíbulo, y la joven mujer que en ella se encontraba no tuvo que escuchar más indicación que a sus superiores abriendo la puerta e ingresando al aposento. Rápidamente salió de ahí, dejando el lugar libre.

-Aya[2], trae a la chica- le ordenó el mayor de ambos hombres con su acostumbrado tono frío. La muchacha se perdió en el pasillo de las vitrinas y pronto se distinguió el sonido de unas llaves y la reja siendo corrida.

-Realmente estoy muy ocupado y no pensaba venir, pero tu nota al final del inventario me desconcertó. ¿Es que sigues empeñado en lo mismo?...-

-Ryuichi-sama- contestó Yamada, presto a brindar todas las explicaciones que pudieran apoyar su proceder. –Es realmente una presea sin parangón; probablemente lo mejor que ha caído en nuestras manos en mucho tiempo. Es completamente japonesa, de aspecto impecable y gran salud. Proviene de buena familia, y hasta pudimos conseguir su nombre. Se llama Kumi Sano[3]…-

-¡No me importa si es hija del Emperador!- exclamó el yakuza de ojos achinados, estampando ambas manos sobre el escritorio con gran estruendo. El peliblanco se mantuvo inmóvil e impertérrito; él, mejor que nadie, conocía la desequilibrada forma de ser de su superior.

-Piénselo. ¿Cuántos años cree que lleva criar un hijo y enseñarle todo lo que debe saber del negocio y de la vida? Piense en la edad que tiene usted ahora, y en que todo sucesor puede comenzar a serlo sólo cuando sea mayor. No hay por qué hacerse gran problema; no le estoy sugiriendo que se case con la chica, ni mucho menos. Se trata solo de que le dé un niño. Luego de eso podemos desaparecerla. Ponerla en un cargamento como a todas las demás.-

       Justo en ese instante la puerta de la estancia se abrió de nuevo, y tras ella apareció la recepcionista junto a otra joven que a duras penas podía mantenerse en pie. Aya la había esposado para halarla de ahí y conducirla ante sus jefes; pero en su estado, ningún lazo era necesario, ya que había recibido una fuerte dosis de algún fármaco embrutecedor. Tras ingresar en el pequeño aposento fue colocada en una silla, luego de lo cual la muchacha guía se retiró. La cautiva tenía el cabello café hasta más abajo de los hombros, y sus mechones le cubrían el rostro, pues su cabeza permanecía gacha. Nada se escuchó salir de sus labios; solamente su pesada respiración resonaba de cuando en cuando.

       El exacerbado talante del menor había disminuido notablemente, si bien era justo en esos instantes en que la parte más delicada de su plática estaba teniendo lugar. Habían pasado años desde la última vez en que Shinya Yamada se atreviera a mencionarle algo de aquel asunto al mafioso de cabellera enmarañada, y si bien siempre parecía darse por vencido de momento con cada intento, estaba convencido de que esa era una de las consignas que jamás abandonaría. Tarde o temprano, Ryuichi Kawamura sentaría cabeza y le otorgaría la razón, reconociendo que el futuro de su clan dependía únicamente de su capacidad de anticiparse a los hechos –cosa que siempre hacía a la perfección y con un sigilo asombroso- pero que para el asunto en cuestión se había tardado, obnubilado tal vez por causa de su juventud y del estilo de vida mismo al que se encontraba atado desde el día en que nació.

-No me importa lo que se diga de mí en nuestros círculos de influencia o aun afuera, porque ninguno de esos miserables cretinos habladores me dice cómo dirigir mi vida o mi negocio. Muchas bocas dependen de mis decisiones acertadas, y hasta ahora a ninguna he dejado de alimentar.- El pelinegro sacó un papel de fax del bolsillo de su gabardina, y al tomarlo entre los dedos lo estrujó con fuerza para luego colocarlo hecho una bola sobre el escritorio, entre él y su interlocutor. Después se volteó hacia la joven prisionera y se le acercó, tomándola del mentón con brusquedad para hacer que levantara la cabeza. Clavó su terrible mirada en aquel hermoso rostro, el cual –a pesar de los maltratos- no había perdido su lozanía y atractivo.

-¿Es que te figuras que una maldita perra como ésta es digna de llevar un hijo mío en sus asquerosas entrañas?...-

       El pelinegro clavó sus pupilas en los orbes de quien fuera su preceptor, mientras aquellas palabras escapaban por entre sus labios casi arrastrándose, siendo sujetas por el odio inconmensurable hacia el cúmulo de significados que se sintetizaban en la redondeada figura de la inocente muchacha. Para el menor, la silueta femenina se tornó detestable no debido a sí misma -pues al fin y al cabo él también había tenido madre- sino por ser el blanco imposible hacia el que, una y otra vez durante tantos años, lo empujaran los reproches del hombre de cabellera nívea. Dichas recriminaciones eran la prolongación del cruel recuerdo del día en que se atreviera a despreciar la dulzura de sus puros y cálidos sentimientos, los cuales jamás volverían a brotar por nadie.

       Los desalmados dedos del magnate presionaron inmisericordes la mandíbula de la muchacha hasta que ella, aun en su inconsciencia, emitió un ligero quejido. Kawamura, quien luego de mirar a Shinya no había podido despegar sus ojos del ajeno y perdido semblante femenino, se alteró visiblemente debido a ello, y tras soltar con violencia su rostro, la abofeteó con la mano contraria. La respiración del menor se tornó agitada, al tiempo que seguía mirándola de forma demente.

-¡Llévatela, sácala de aquí!- gritó furioso, tensando ambos puños a los lados de su cuerpo. Rápidamente volvió a tomarla, pero esta vez de la cabellera, por detrás de la cabeza, con tanto ímpetu que hizo que la pobre infeliz se levantara ligeramente de su asiento. Azotó de nueva cuenta sus suaves mejillas hasta dejárselas rojas. -¡No quiero verla nunca más en mi vida! ¡Ni a ella, ni a ninguna otra mujer! ¿¡Has entendido!?- La soltó una vez que acabó de golpearla, y la maltrecha chica se desplomó sobre la silla. Perdida en su delirio, gimoteaba de forma apenas perceptible pero muy lastimera.

       Kawamura estuvo unos instantes más mirando a su más reciente víctima, hasta que, lentamente, su agitada respiración comenzó a normalizarse. Empero, sus ojos seguían abiertos al máximo. Cuando ya le fue posible apartar la mirada de aquella desgraciada joven, introdujo ambas manos en los bolsillos de su largo abrigo, y la expresión en su faz mutó a una tan fría que, de no ser porque competía con la de su kobun, debería haber preocupado a éste seriamente. Después caminó hacia la puerta, pero antes de tomar el pomo y girarlo se volteó nuevamente hacia el regente del burdel posiblemente más execrable del país.

-Ah, y te recuerdo que lo mejor que ha caído en nuestras manos en mucho tiempo, y que caerá alguna vez, se encuentra en mi casa, sano, salvo y protegido de todas las malditas miserias del mundo; produciendo como es debido y engalanando mi reino.-

       Se oyó su tono descender y el cañón de su revólver cargarse, rompiendo el sepulcral silencio que había quedado reinando en el ambiente. Un solo disparo –certero y veloz- puso fin al triste sufrimiento de una criatura bella e inocente.

-Jamás te atrevas a decir lo contrario.-

 


[1] En la relación jerárquica entre componentes de clanes yakuza, apelativo que designa al miembro subordinado.

[2] Aya Ishiguro es, en la realidad, la esposa de Shinya. Ella perteneció al popular grupo de chicas Morning Musume.

[3] El nombre de la esposa de Ryuichi, quien fue Miss Japón 2002.

Notas finales:

¿Y bien, mis bellas?

Dejo en claro que el texto anterior sirve también a modo de evidente manifiesto de todo el amor desbordante que siento por la mujer de Ryuichi... y que si alguna vez la llego a tratar de forma distinta en otro fic, será sólo en atención a mi personaje XD

Nah, ya hablando en serio... es sólo que Kumi me quedó como anillo al dedo para esta situación. Lo siento nena, pero aunque lo tengas en la vida real (¡maldita $#$#$%#%$##$! ¡Cómo la odio! *momento fangirlista agudo* >o<) en mis historias nunca estarás con él. O como diría mi hermana querida, #ForeverEnvidiosa XDDD

Espero que hayan disfrutado la escena y que ahora se encuentren con un poco más de conocimiento de causa para valorar a nuestro hermosísimo lunático.

¡Hasta la próxima! :3


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