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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

Ofrezco disculpas por no haber podido actualizar ayer, pero tenía clase en la mañana, que estudiar en la tarde, y reunión en la noche x,x

He aquí el nuevo avance.

       Había llegado la hora. Claramente, yo no pude dormir nada la noche anterior. Luego de haber efectuado la única llamada a la que estaba autorizado, no quise ni pude hacer absolutamente nada más. Me eché en la cama con el rostro enterrado en las almohadas, dudando muchas veces de si abrir violentamente la puerta de mi penthouse y encarar a tiros al matón que habían puesto a cuidarme. Me reí amargamente de mis ilusas intenciones al reflexionar cuán entrenado debía estar ese sujeto en comparación a mí, porque la universidad donde yo había estudiado no formaba economistas yakuza.

       Me era imposible olvidar la breve conversación que había mantenido con el rubio. Por dentro había sentido emoción y hasta felicidad al escuchar lo reacio a venir a mi casa que se mostró durante buena parte de la llamada, insistiéndome por su parte en que mejor fuera yo a la suya. Si bien no se lo pregunté porque no quería brindarle más información al malvado y lunático pelinegro, Yoshiki me argumentó su petición diciendo que esta vez era mucho más conveniente y necesario que yo me presentara en su departamento. Realmente no tenía ni idea de con cuánta razón hablaba. Yo, por mi parte, tuve que empecinarme en que debía mostrarle algo que sólo podría ver en mi casa, y a lo que resultaba sumamente comprometedor referirme por teléfono. Él, quien ya para entonces se escuchaba tenso ante mi reticencia, no tuvo más remedio que aceptar.

       Por supuesto que los remordimientos no habían cesado, pero también aquel corto plazo me había servido para plantearme una pregunta que si bien no me liberaba de mi obligada responsabilidad, surgía para paliar los duros reproches que me hacía a mí mismo: ¿y qué si yo hubiera estado en el lugar de mi jefe y él, a su vez, en el mío? Todas las cavilaciones me llevaban a creer firmemente que quien estaba destinado a conservar la existencia –adepto de su derecho a seguir observando la luz, otorgado arbitraria y prepotentemente- jamás se habría negado. Es cierto que hay suicidas, pero resulta todavía más verdadero que ni por asomo son la mayoría.

       Con aquel pensamiento en mente pero acompañado de forma inevitable por la pesadumbre, me levanté sin haber pegado un ojo en toda la noche, y comencé a alistarme. No probé tampoco alimento alguno, y lo único que no pudo dejar de tocar mis labios fue el trago. Aun así, no abusé de él, pues mis intenciones no eran estar ebrio para cuando arribara mi superior. Para mí era impensable no tener algo de alcohol encima para ese fatal momento, pero sería solamente el necesario en aras de no agregar por desesperada cortesía un nombre más a la interminable lista del hombre cuya alma –no tanto así su gorgónica cabellera- era una inextricable maraña.

       Elegí el traje con el que me presenté la primera vez ante quien fuera mi compañero de facultad una vez que me mandó llamar al cabo de unos años tras nuestra graduación: uno a cuadros conformados por líneas entrecruzadas de color azul, negro, rojo y blanco, que tenía las solapas y los puños bordados de fucsia. Camisa blanca por debajo, sin corbata. Me veía como si no hubiera pasado un solo día desde entonces, excluyendo el amargo semblante y las tinieblas sobre las pupilas. Ah, y en aquel tiempo tampoco temblaba mi pulso.

       Me senté en uno de los sillones individuales de la sala, dispuesto a no volver a levantarme hasta que tuviera que abrirle a Hayashi. El teléfono sonó cuando ya comenzaba a declinar la luz del día: mis labios sólo pronunciaron la hora en que le había citado. El hombre peliblanco al otro lado de la línea no merecía ni siquiera un protocolario saludo. Seguí sentado y con la vista clavada en los grandes ventanales que daban hacia el balcón.

       Tampoco me inmuté cuando, minutos después, arribaron Kawamura y su esbirro. Probablemente el pelinegro lo entendió todo con mi actitud retraída e indiferente, porque no insistió en hacerme molesta y sarcástica conversación. Tras dar vuelta al llavín y entrar atropelladamente en mi casa –como lo hiciera el día anterior- se limitó a decirle a Shinya que se quedara en la cocina hasta que fuera necesaria su presencia. Rabié por dentro al darme cuenta de que el muy maldito ni siquiera tenía intenciones de matar él mismo al banquero, sino que, con tal de humillarlo más, le hacía el encargo a aquel tipo que mi jefe aborrecía con creces. Más incluso que al propio yakuza.

       Miré el reloj de la sala: cinco minutos para las ocho de la noche. Estaba seguro de que sería cuestión de segundos para que escuchara el timbre, y así fue. Sostuve el aliento y me levanté, ignorando al oyabun que se encontraba apostado contra la pared con un trago en la mano; del lado de la puerta y a un par de metros de ésta, de modo que quien ingresara a la casa no sería capaz de verlo, de no ser que se volteara. Giré el pomo y le vi, no pudiendo ser capaz de esbozar ni la más tenue sonrisa. Mis ojos, en cambio, debieron delatar un dolor inmenso. Dije su nombre y me incliné, para luego dejarle pasar.

       El rubio caminó un par de pasos –siempre en línea recta- y puso sobre la mesa del bar la botella de Borbón que había traído, el cual sabía mi licor favorito. Sacó dos vasos del mueble, descorchó la bebida y tras servirla, habló, dejándome a mí sin palabras.

-Hola, Ryuichi.-

       El blondo banquero se volteó finalmente, clavando su certera mirada en el jefe de ambos; luego sonrió con autosuficiencia. El de enmarañada cabellera levantó las cejas, no sin dejar de devolver el mohín. Meció su trago en el vaso y se acercó a nosotros, todavía enfundado en su larga gabardina de casimir negro.

-Sorprendentes las artes que se adquieren con la rapiña barata…-

-Brindemos por el maestro- repuso Yoshiki, elevando su bebida y con los ojos puestos en el otro. Yo, quien ya había recibido mi vaso de manos del recién llegado, volví a perder mi nerviosa mirada en el horizonte. Decir que detestaba sobremanera aquella situación jamás explicaría lo mucho que odiaba mi miserable vida en esos instantes.

       Kawamura suspiró.

-Es una lástima que a partir de hoy no vayas a necesitar más de esa labia. Tengo que reconocer que hasta yo, muchas veces, llegué a creerte.-

       El mafioso volvió a sonreír y se sentó en uno de los sofás, invitándonos a hacer lo mismo con la mirada. Cruzó la pierna como era su costumbre, y tras beber un sorbo, sostuvo el vaso sobre el descansabrazos.

-Y bien, mi querido Yo-chan… ¿Tienes algún último deseo?-

       El rubio fingió meditar durante unos instantes, al cabo de los cuales contestó, con naturalidad

-No por ahora. Tal vez te lo diga después.-

       Ryuichi alzó una ceja y su sonrisa se borró, mientras el otro bebía del Borbón. Pareció como si el de los ojos achinados, indignado con semejante respuesta, estuviera a punto de replicar algo a su vez, pero Hayashi lo interrumpió.

-Ah, sí. Que le digas a Inoran que voy a extrañar mucho no volver a verlo, y que la última vez estuvo genial… Convéncelo para que no me llore demasiado.-

-Idiota- masculló el yakuza. –Me complace tanto que jamás vayas a ponerle de nuevo tus inmundas manos encima… ¡Pero ya estuvo bueno de tanta palabrería sin sentido!-

       En ese momento, mi superior se volteó hacia mí por primera vez en la velada, luego de que le abriera la puerta y lo saludara. En mis ojos se agolparon inmediatamente las lágrimas, lo cual no pude ignorar aunque hubiera querido, por la forma en que se me nubló la vista. A falta de palabras qué decir, apreté los labios con aflicción, y mi mano se contrajo en torno del vaso que aún sostenía. Las comisuras del rubio se alargaron ligeramente.

-No te preocupes por nada. No es tu culpa.- Aquellas primeras palabras me desconcertaron, no solamente por lo que decía sino por la manera en que había cambiado su semblante. El humano dolor que antes se abstuviera de permitirle a su verdugo ver o siquiera adivinar en su mirada marrón, se traslucía con sinceridad a mis ojos. Empero, ni con su discurso ni con su rostro se estaba ensañando contra mí. –Yo tampoco hubiera querido que las cosas terminaran así, pero es lo que hay, ¿no es cierto? Cualquiera en tu lugar habría hecho lo mismo. Yo incluido.-

       Me costaba tremendamente no soltarme a llorar como un niño pequeño, pues el miedo ingente que comenzara a anidarse en mi pecho desde el día anterior retumbaba entonces en mí como un corazón enfermo. Deseaba preguntarle cómo había podido ser capaz de saberlo; y peor aún, por qué había ido de todas maneras si peregrinaba hacia su muerte. Tantas y tantas interrogantes que probablemente se quedarían sin respuesta, pues jamás volvería a escuchar palabra alguna de sus versátiles labios. La ironía de que meses antes me mostrara indiferente por su destino –el cual repetía una y otra vez que de ser funesto se lo tendría bien ganado- habría sido el mayor sacrilegio en esos duros momentos. Verdaderamente había llegado a quererlo, y estaba seguro de que nunca podría llamarle maestro a alguien más. Después pude ver lo mutuo que resultaba el sentimiento.

-Aun así, por favor no olvides todo lo que alguna vez te dije. Más que el hecho de que yo pudiera seguir vivo, valoro que tú no hayas venido a mí en vano.-

       Su faz se tornó más seria a lo último, y ya me fue imposible contener la aparición de dos gruesas lágrimas que descendieron por mis mejillas, creando sendos surcos brillantes que siguieron siendo vereda de otros tibios cristales. Y aunque sabía que no debía pronunciarlo, no aceptaría el yerro de no haberlo dicho.

-Te lo ruego… Perdóname.-

       El hombre entrecerró los ojos a modo de mudo asentimiento. Luego se volteó hacia el oyabun y se puso de pie. Metió la mano bajo la falda de su saco claro y extrajo su arma, arrojándola luego a los pies de quien fuera durante tantos años su superior.

-Haz lo que tengas que hacer.-

       Ryuichi sonrió de lado, mirándole de manera burlista. Se acabó el contenido de su vaso y lo puso sobre la mesita de centro, para luego de eso levantarse también y pisar el revólver con su bota negra.

-Yo jamás me ensuciaría las manos con una basura como tú. Y eso, mi estimado señor ingenuo, lo sabe cualquiera que tenga una pizca de sensatez.-

       Inmediatamente, los pesados pasos de Yamada describieron la trayectoria desde su escondite hasta la sala. Yoshiki pareció muy desconcertado y molesto al percatarse de su presencia, pero no se dignó siquiera a voltearlo a ver. Caminó hacia Kawamura y extendió una mano, ante lo cual el otro arrugó el entrecejo sin entender.

-Dame uno de tus cigarrillos.-

       Daba la impresión de que al yakuza se le dificultaba mucho digerir aquella orden dada en semejante tono. Pero para entonces, Yoshiki no tenía nada qué perder y el menor lo sabía. Hayashi volvió a separar sus labios.

-¡Dámelo, maldición! ¡No seas tan miserable!-

-Con tal de que te calles de una buena vez…-

       Dicho eso, el de enmarañada cabellera, todavía bastante contrariado, se sacó su cajetilla de rimbombantes puros perfumados del bolsillo. Tomó uno de los tabacos y se lo entregó al rubio, quien lo colocó en su boca y se mantuvo de pie frente al pelinegro.

-Enciéndelo.-

       Mi nerviosismo aumentaba de forma vertiginosa, especialmente porque estaba convencido de que sólo sería cuestión de segundos para escuchar y ver un colérico tiro perforarle la nuca a quien fuera el compulsivo amante del hermoso y callado ojinegro. Esa idea me atormentaba seria y constantemente, pues conocía las vehementes referencias al excesivo celo que del magnate de los ojos achinados tenía su socio peliblanco. Y no parecía que me estuviera equivocando en mis temores, pues justo después de aquella expresión, Shinya cargó su revólver.

       Ryuichi mantuvo sus pupilas clavadas en las ajenas y su semblante completamente impasible al tiempo que su mano viajaba ahora al bolsillo contrario, en donde halló el encendedor plateado con sus iniciales grabadas. Aplicó su pulgar y tras el chasquido llevó la llama azul a la punta del puro. Yoshiki aspiró el último cigarro que encendería en su vida, y la chispa se internó entre la hierba y el papel con un imperceptible chirrido. Después de ello volvió a su lugar y se sentó, adoptando una posición arrogante y orgullosa como las que solía tener el oyabun mismo; esto es, la pierna cruzada, la espalda recta, un brazo extendido sobre la tela del sofá y el otro flexionado para proveer a sus labios del humeante tabaco.

       Al lado del banquero se encontraba el mudo esbirro quien, apenas vio que su víctima daba la segunda calada al postrero de sus gustos, levantó el brazo y apuntó hacia la sien ajena, y entonces ya no pude seguir mirando. Cerré mis ojos violentamente y me volteé, no dispuesto a atestiguar de frente el horrible e injusto espectáculo que ante mí se presentaba. Ya estando de espaldas escuché el disparo homicida que me heló la sangre y me erizó todos y cada uno de los vellos del cuerpo: uno, sanguinario y mortal.

       Tras soltar un pesaroso suspiro me dejé caer hacia atrás hasta toparme con el respaldar del sillón, contra el que me apoyé. No me atreví todavía a abrir los ojos, y pude sentir el llanto caliente descendiendo hasta mi cuello y enjugándose con la tela de mi camisa. El asesino intelectual y el matador de mi jefe actuaron con sigilo y rapidez para encargarse del cuerpo, pues en cuestión de instantes oí que el infeliz secuaz desocupaba mi vivienda junto a los restos de su objetivo. La mano de Ryuichi sobre mi hombro me hizo removerme con incomodidad y develar las pupilas, pero sus palabras me provocarían el resentimiento más grande que alguna vez llegara a sentir.

-Ya todo ha quedado en orden y no hay rastros de nada. Solamente fue imposible hacer algo por tu tapete, del cual oportuna e inteligentemente tú te desharás. Se lo dije al igual que a ti, Hide, pero él escogió acabar siendo la insignificante mancha que nadie recordará…-

Notas finales:

Gracias por leer. Hasta la próxima n.n


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