Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Trap por Hisue

[Reviews - 9]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Y bueno, la verdad es que ya no quería seguir escribiendo más D18, porque no quiero otra obsesión más en mi vida, pero muy tarde. Además que por hacerlo, no escribo mis otros fics. No sabía que nombre ponerle, como casi siempre, así que bueno, mis disculpas por el título. También, mis disculpas por el lemon tan cutre. Eso es todo, se aceptan críticas, tomatazos, y palabras de aliento.

Por alguna razón, se marcó la advertencia de Incesto... cosa que no he escrito, pero no podía cambiarlo porque no me podía conectar en una PC y en mi cel no puedo entrar a mi cuenta. Disculpas por eso, ya cambié la advertencia.

Trap

Le pican las manos cuando lo mira. Observa los retazos de piel a través de la tela rasgada del uniforme y la boca se le seca. Las piernas le tiemblan. Incluso respirar duele, porque siente el aire viciado, contaminado del vahído, del aliento de Hibari. Del olor a sudor de niño, que lo hace sentirse enfermo.

Piensa que no puede más. Sus cuerpos se rozan y él ve cosas donde no las hay. Juraría que Kyoya sonríe. Apostaría su vida a que tiembla cuando se tocan. Pero sabe que no es así. Es sólo él, que ha terminado enredado, peor que una mosca en la trampa de una araña, en los ojos acerados del muchacho, en su voz, en su ansia voraz. Dino se siente cansado. Drenado hasta la última gota de su cuerpo y su cordura, llevado hasta su límite por el chico, que sigue haciéndolo sin saberlo, sin notarlo.

No le van los chicos. Nunca. Sólo mujeres de cuando en cuando. Placer, diversión fugaz que olvida fácilmente. Pero sabe que Kyoya le va. Sueña con él y se levanta húmedo, duro y se siente lo peor que hay en el planeta. Piensa en él cuando se masturba, aunque no quiera hacerlo. Ve su rostro, lo ve a él entre sus piernas, la lengua rosada en su miembro y se corre tapándose la boca para no escucharse decir el nombre de su alumno.

Kyoya debe tener dieciséis o diecisiete. A veces, a Dino le parece que tiene quince, catorce. Lo ve como a un niño. Debería verlo como al niño que es. Incluso  las sonrisas le tiemblan en la boca y tiene que pensar, repensar lo que dice para no meter la pata. Para no decir algo que lo haga sonar como el pedófilo que ya se convenció que es. Kyoya, Kyoya. Repite el nombre en su cabeza, lo saborea cuando pasa por su lengua, lo estira y cuando menos piensa tiene una erección a medio camino y se tiene que tumbar sobre el suelo (arbustos esta vez) y agradecer que Kyoya está de espaldas y no puede ver su lamentable estado.

Cuando Kyoya lo ve sentado, enarca una ceja. Una ceja perfecta y Dino hace lo único que puede hacer. Hacerse el tonto.

-Descansemos, ¿eh, Kyoya? Podríamos hablar, sabes, soy tu tutor, no deberías atacarme cada vez que me ves. Por cierto, ¿Cuántos años tienes? Te ves muy joven, como mi hermanito Tsuna, pero él me dijo que eras su sempai. Oye, Kyoya…

Y habla, habla, obteniendo gruñidos por respuesta.  La sonrisa se niega a abandonar su rostro, la tiene como última defensa de su cordura que parece más que dispuesta a evaporarse.

---

Kyoya necesitó unos cuantos días para saber que pasaba y un par de semanas para convencerse que, en serio, pasaba. Al bronco él le ponía. En el contexto más obsceno de la frase. Le parecía un poco surrealista, pero sabía lo que estaba viendo. En el temblor en las manos de Dino cuando se rozaban, en sus sonrisas demasiado nerviosas y en sus ojos. Hibari había visto esa mirada antes, en algunas chicas del instituto. Deseo velado en sus ojos grandes, que luego se trastocaba en miedo cuando él les regresaba la mirada, sin parpadear, impasible.

Ve el mismo deseo en los ojos del Bronco, unas veces más cercano a la superficie que otras, ve la confusión en su mirada y la culpa.

Si hay algo que Kyoya tiene claro con respecto a Dino es que lo detesta. No porque le gane en cada pelea que tienen, sino porque sea él precisamente quien le gane. Porque Dino es un idiota, inútil, exasperante que no sirve apenas que tenga al tipo que no recuerda su nombre con él. Le saca de quicio.

Odia que sea tan blando, que se contenga cuando puede acabarlo en cualquier momento. Todo porque dice que es su maestro.

Kyoya quiere hacer que el Bronco se traicione a sí mismo. Lo ha intentado. Quiere probarle que no gana nada insistiendo en hablar con él, que no son nada y que lo único que les importa, a ambos, es golpearse hasta no poder más. Pero el bronco nunca cae. Sigue sonriendo, aguantando sus burlas, sigue siendo amable con él, conteniéndose cuando luchan lo suficiente para que el daño no sea grave, sigue hablándole con la misma, estúpida sonrisa y Kyoya quiere borrársela a puñetazos, quiere golpear el aire que transmite su odiosa voz.

Pero ahora, Dino lo mira y culpa y deseo se mezclan en sus ojos y a Kyoya se le ocurre una idea retorcida. No porque quiera algo con el caballo salvaje, sino porque quiere destruir esa fachada amable y solidaria y hacer que el bronco se vea a sí mismo como el animal que Kyoya sospecha que es.

---

No fue como Kyoya esperaba.

Al final de una de sus peleas, cuando se dejó caer en el suelo y el tipo, aun no recuerda el nombre, se alejó sabiendo que su jefe ya no lo necesitaba, se acercó al bronco, puso ambas rodillas a los lados de su cuerpo y le observó mientras Dino, acostado sobre las hierbas, herido y sangrando, abría los ojos y su expresión se transformaba.

Lo único que hizo fue tomar la mano izquierda del bronco y ponerla sobre su entrepierna para desatar el infierno. Su cuerpo se incendió. Ardió cuando Dino rodeó su miembro con sus manos, grandes, ásperas y manchadas de tierra y empezó a acariciarlo, a estrujarlo tan rápido que Kyoya sintió que el corazón estaba a punto de explotarle en el pecho. No había esperado que le gustara tanto. Era diferente, diferente a cuando él lo hacía sólo.

Dino suspira su  nombre. Lo repite, una y otra vez y le coge del cabello para acercarlo a sus labios, para embriagarse con su aliento, para respirar del aire del que Kyoya respira. Para alimentarse del niño y recuperar un poco de todo lo que le ha quitado.

-Kyoya- lo dice cada vez que respira y lo besa y Kyoya tiembla. Su lengua, atrapada por la lengua de Cavallone, se deshace en su boca y siente la saliva bajarle de los labios hasta la barbilla. No sabe si es la suya, la del bronco o la de ambos, pero tiene que sostenerse de los hombros de Dino para no caerse porque las piernas ya pueden seguir sosteniéndolo. Besa su cuello y saborea el sudor que resbala por la piel del bronco y siente el temblor que recorre su cuerpo.

Y no hay nada que disfrute más que los ojos torturados de Cavallone, los ojos que lo miran y lo acarician, lo idolatran. No hay nada que le guste más que el nerviosismo en los dedos que le acarician la espalda, como si fuera cristal. No hay nada que le enloquezca más que el contraste avasallador entre el olor animal del bronco y su vacilación, propia de un niño. El contraste entre la forma en que lo masturba, fuerte, apretándolo hasta el punto de obligarlo a morderse la lengua para no gemir por el placer y el dolor y la forma en que lo mira, como disculpándose cada vez que roza la punta de su miembro y lo tortura al no tocarlo.  

En un momento, están uno sobre el otro, Dino de espaldas, completamente vestido y Kyoya sobre él, la camisa abierta y el pantalón por las rodillas, jadeando con el rostro escondido en el cuello del bronco, apretando la tierra entre sus dedos, arañando el suelo.

-Haneuma- la voz se le escapa, entrecortada, jadeante, temblorosa y tan débil como Dino nunca se la ha escuchado antes y hace que se le fundan las pocas neuronas que le quedan en funcionamiento, que la sangre se concentre toda debajo, en su entrepierna y que su miembro duela, atrapado en su ropa. Kyoya mueve las caderas, adelante y atrás, contra su mano, de forma errática y Dino le besa la piel que puede alcanzar. El cuello, la barbilla, el pecho y un pezón que estruja entre sus labios, que muerde, haciendo que Kyoya casi, casi, solloce del placer.

Se dio cuenta que habían cambiado de posición porque su espalda, ahora desnuda, se arañó con algo en el suelo. Dino estaba sobre él y Kyoya se ahogó con el aire que intentaba respirar, paralizado por la expresión, hambrienta, seria, demandante, en el rostro del bronco. Quiso quitarle la camiseta para no sentirse tan vulnerable ante él, pero Dino le sostuvo los brazos y le apretó las muñecas.

-No, Kyoya- susurra y lo besa.

Kyoya se encuentra lamiendo los dedos del bronco, metiéndoselos en la boca, chupándolos. Se oye gimiendo cuando siente el miembro de Dino contra una de sus piernas y lo roza, con la curiosidad propia de un niño, imitando torpemente los movimientos de Dino y lo descubre grande, caliente y palpitante entre sus dedos y le sorprende el deseo desconocido que le recorre el cuerpo.

-Kyoya- gime, solloza, murmura, suspira. Hace todos los sonidos que puede hacer diciendo eso. Kyoya. Kyoya. Kyoya. Lo dice contra sus labios, mientras un dedo se desliza dentro del cuerpo del chico, que aprieta los ojos, se muerde los labios y se arquea. Le resbala un hilo de sangre de los labios y Dino lo lame y desliza otro dedo.

No puede más. Cada célula de su cuerpo le grita que quiere terminar y le atraviesan el cuerpo descargar eléctricas cuando Dino mueve sus dedos dentro de él. En su cuerpo, dentro y a Kyoya le enferma la idea, pero se retuerce y alza las caderas y araña la espalda de Dino cuando este introduce un dedo más. La herida en la boca le duele cuando se vuelve a morder los labios para no gemir su nombre, para detener el humillante ruego que le resuena en la cabeza y que no es capaz de contener cuando siente el miembro de Dino junto al suyo, el calor de ambos uniéndose, los dedos saliendo y entrando de su cuerpo, rozando algo que hace que tiemble entero y la sangre se le convierta en lava, espesa, densa, llena del olor de Dino, del sabor de Dino, de Dino. Dino. Dino.

-Dino- lloriquea y Dino se siente culpable y se odia, pero no se detiene, no hasta que Kyoya se corre entre sus dedos y él le sigue, apretándose al cuerpo de Kyoya, restregándose contra su estomago, embistiendo en su abdomen hasta que tiembla y se corre.

Que Kyoya lo aparte de un manotazo y se aleje apenas terminen no le sorprende, pero le duele. Quiere quedarse, pero se va, se aleja lo más que puede de él, de su esencia y de su olor y sólo mientras se da un baño, se da cuenta que no puede escapar porque lo tiene grabado a fuego en el cuerpo.

Se arregla el uniforme lentamente, recoge la camisa y se la pone, notando que le faltan un par botones y se deja caer al piso, sin importarle que no se ha bañado y que sigue manchado con el semen de Cavallone y que apesta a sudor y que tiene la espalda y el cabello llenos de tierra. No quiere levantarse. Sólo quiere buscar la furia que debería estar sintiendo ahora en alguna parte de su mente y traerla a flote para no sentir que ahora sí, irremediablemente, ha perdido contra el bronco. Ha perdido y se ha perdido, a él mismo, en el sabor de Dino, en el calor de su cuerpo y no le molesta tanto el no saber cómo escapar del bronco, como le molesta saber que no quiere escapar. 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).