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Lluvia por samadhi06yaoi

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Notas del fanfic:

Inspirado en los poemas de Miguel Hernández.

Notas del capitulo:

Últimamente no he escrito, esto ha sido un arrebato de pasión, de amor infernalmente intenso, que he querido plasmar durante una noche de lluvia.

Disfrútenlo.

Lluvia

Me consumía, se alimentaba gramo a gramo de mi sangre. Me arrancaba los más hondos suspiros del pecho. Padecía, además, un extraño insomnio, uno adorable y dulce, sin quitarle por esto las ojeras y el cansancio matinal; no podía dormir, ni siquiera dejar de pensar, hasta que sus pestañas habían caído sobre sus pómulos, y respiraba tan suavemente, que me arrullaba su belleza y su vaivén.

 

¡Me estoy volviendo loco! Mis ojos le persiguen de un lado a otro, atesorando en el alma cada movimiento, cada pequeña y tierna manía; una pasión irrefrenable que me encendía fuego desde las plantas de los pies hasta el entrecejo. ¡No podía más que mirarle! No debía más que mirarle, porque, de otro modo, mi amor se extinguía como si una suave pero efectiva lluvia limpiara todo lo que hubiera podido haber estado ahí.

Mi amor por él era inmóvil; yo jamás quise acercármele. Su encanto, su preciosidad tan adictiva y corrosiva, residía en lo solitario de sus movimientos, de su persona desolada, a la vez que se esforzaba por mantener esa vivacidad tan habitual en un joven de su edad. Una proeza que llevaba sobre los hombros con tal ligereza y entereza, que caminaba con tranquilidad y resolución.

No me extrañaría que muchos otros ojos se entregaran al placer de contemplarle por las mañanas, cuando acudía al instituto como cualquier estudiante, mas sin embargo, sabiendo que él no podía ser un estudiante. Lo he deducido todo a base de observación, él simplemente no es parte de ningún alma, nadie, absolutamente nadie, lo rescata de hundirse entre sus hombros, solitario como un feto en el vientre materno, cómodo pero desolado, cargando la tarea de hacerse feliz a sí mismo todo el tiempo. Su cuerpo no continuaba en nadie más, tocara, abrazara o besara, jamás habría más él que el que hay ahora.

 

Ciertamente estoy orgulloso, pues ese día en que la lluvia caía haciendo un sonido agradable sobre la tierra seca, observé su nuca, con aquel cabello largo y oscuro ondeando ligeramente, y vi sus hombros temblar. Temblaban al compás de la lluvia, y mojaban igual que la lluvia. Su rostro estaba empapado y, ciertamente, pálido como una máscara.

Tuve la sensación de ver un fantasma, alguien que no es de este mundo. Esa sensación era clara con él; él no era alguien que pudiera tener conversaciones triviales y necesarias, él no era alguien que pudiera dejar de pensar con un simple chasquido de dedos. Él no podía llenarse de normalidad, pues la expiraba por cada poro, hasta quedar sólo él, siempre él, su perfecto esqueleto.

Como siempre lo hace, pensó que estaba solo, y desencadenó su pequeño río de lágrimas, engañando a la lluvia. Pero yo, con el corazón partido, sintiendo la llama arder bajo la lluvia, comencé a sollozar, muerto de dolor, escuchando mi corazón resquebrajarse.
¡Déjalo! Quería… quería que dejara de llorar. Estaba tirando toda su belleza, ¡y pisoteándola bajo la lluvia! No lo soportaba, las lágrimas corrieron, me aferré a mi pecho, tratando de respirar, con los pulmones secos y marchitos. Déjalo…

Lo odié. Lo odié. Odié su llanto con un arrebato infernal propio de un homicida. ¡Quise sujetarlo por el cuello…! Pero me detuve, porque en mi mente sentí mis dedos alrededor de su cuello, y posé mis ojos en los suyos, y estos, entre lágrimas, me miraron directamente. No me había percatado… Eran negros cual noche, sin ninguna estrella o luz. Tambaleante, no pude sino soltarle. Su mirada, su mirada me acuchilló el costado, mis pulmones se llenaron de sangre…

Y, cuando volví en sí, me di cuenta de que no lo veía, ya se había ido… No, no se había ido, lo tenía. Lo tenía frente a mí, y mis manos temblaban como sus hombros lo habían hecho, horrorizadas y sucias. No vi su rostro, no, pues sólo atinaba, una y otra vez, a mirar mis manos, mis dedos… Me costaba respirar…

Y, buscando la humedad de aquel sereno, levanté la mirada, lo hice, y, sin saber qué me esperaba, ahí estaban, ese par de ojos agresivamente negros, profundos, oscuros como el destino. Una corriente fría me estremeció las rodillas y puso mi pecho duro y frío. Nos miramos, y vi esa agradable manía que tenía, esa forma preciosa, de fruncir el ceño, interrogativamente, mientras sus ojos me apuñalaban, una, otra y otra vez.

 

Y rompí las reglas. No me importaba no amarlo más, detestar sus lágrimas y adorar sus manías; quería que sus ojos se apartaran de mí, porque pronto, yo caería en ellos, y sé que no podría apartar la vista jamás. Entonces, repito, rompí las reglas.

Formé una extensión más en su cuerpo, derrumbé su soledad de una vez por todas, desvirgué su boca con mi lengua. Él lloró como un recién nacido, pero en silencio, en su interior, rompiéndose por dentro. Tuve que sujetarlo. Me miró, yo lo besé, ignorando aquellos pozos malditos llenos de encantos… Comenzaba a amar sus ojos y su color.

 

Y hoy, en las noches, después de que él deja caer las tupidas pestañas negras sobre esos gemelos tan profundos, yo escucho la lluvia besar la tierra, enamorada…

Fin

Notas finales:

Muchas gracias por leer.

Si tienen comentarios, críticas, lo que sea, ya saben qué hacer.

Samadhi


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