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Geist por Shun4Ever

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Notas del capitulo:

Perdón por la demora pero quería acabar la serie Cambios y favores.

No sabía cuantos días habían pasado pues dejó de contar los soles que se colaban por aquella diminuta ventana. Como pudo se incorporó en aquel mugriento lecho y con dolor en el cuerpo se aproximó hasta ella. Quizá un poco de brisa pudiera calmar sus ansias. Si pudiera, al menos volar, podría escapar de aquella inmensa torre, tan alejada del suelo firme. Suspiró y se limpió los pequeños rastros que las lágrimas habían dejado en su, antes, fina piel. Un sonido se escuchó en la puerta y aterrada, tan solo atino a agacharse y pegarse a la pared.

- No pensé que pudieras hacerme perder la paciencia, mi reina. – Decía con real pasión aquellas palabras, haciendo que la muchacha se estremeciera sin siquiera poder evitarlo.

Aquel hombre se acercó hasta ella, se agachó y recogió un mechón de su largo cabello negro para tras sobarlo, llevarlo a su nariz.

- Hueles tan bien como el primer día. – Se acercó más a la muchacha hasta quedar pegado a su oído – Me excita verte así.

Sin más, tiró de la muchacha hasta ponerla en pie, acorralándola contra la pared y su fuerte cuerpo, imposibilitando cualquier movimiento. Pandora trató de resistirse, pegaba golpes en aquel duro pecho, patadas a donde alcanzaba, más lo único que conseguía era una risa malévola en aquel que era su captor. Radamantis apretó más aquel agarre, lamió la mejilla de la muchacha haciendo que esta gimiera de asco ante aquel contacto. Poco le importaba a él que ella no quisiera.

- Eres mía. – Con su mano izquierda, levantó la ropa de la muchacha mientras que con la otra sujetaba sus manos por sobre la cabeza. – Sólo mía, como debiste serlo desde el primer día.

Pandora, sabiendo lo que se acontecería, cerró los ojos y espero. Sabía que si se resistía, acabaría muy dañada, como ya había quedado en más de una ocasión. Radamantis reía como un loco ante aquella subordinación. El sonido del cinturón se dejó escuchar en toda la estancia provocando temblores en el cuerpo de Pandora. Ella había aprendido a no escuchar, a no pensar, a no sentir nada ante aquellos actos tan repetitivos.

De pronto y, como siempre sin aviso alguno, notó como aquel duro miembro entraba en su interior sin ningún tipo de miramiento. Duro y salvaje, así era como a su rey le gustaba. Apretó más los ojos y los dientes para no gemir por el dolor que aquello le provocaba. Radamantis, tiró de la pierna de Pandora, ubicándose mejor en sus piernas, penetrándola de mejor manera. Su aliento, cada vez más acelerado y caliente, se notaba en el cuello de la muchacha provocándole deseos de morir cada vez que los notaba. Unas pocas embestidas más y ahí estaba, notando aquel líquido caliente en sus entrañas. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas nuevamente, silenciosas, vacías, llevándose la poca vida que le quedaba. Aquel gemido le partía el alma, no por lo conllevaba, sino porque sentía que estaba traicionando a su marido y a sus hijos. Como un ritual, gemía en su oído, mordía el lóbulo de la oreja y le susurraba tras lamer las lágrimas de su mejilla.

- Deliciosa – Olía su cabello tras decir eso – Como siempre.

Salía sin contemplaciones hasta el punto de ser brusco, se vestía admirando como ella seguía de pie, sin moverse, tan solo bajando los brazos para llevarlos a una mejor posición y reía mientras salía de esa estancia. En ese momento, en ese exacto momento y tras escuchar la puerta cerrarse, Pandora se desplomaba en el suelo, llorando, con el corazón cada vez más desgarrado, sintiendo el vacío que la perdida de su marido había dejado en su alma.

En una pequeña choza, en un pueblo cercano a las montañas Cota, un hombre despertaba de golpe, incorporándose en el pequeño lecho de su habitación. Sentía una gran presión en el pecho, como si estuviera ocurriendo algo grave a su alrededor y él fuera incapaz de hacer nada. Se levantó de aquel aposento y salió con prisas de la casa. Su instinto le obligo a marcharse de donde estaba. Ni siquiera entendía que era lo que le pasaba pero la angustia crecía cada vez más en su interior. Se dirigió a la cuadra y se subió a un caballo rebelde, uno que encontraron un día vagando por el bosque cercano. Era otro de esos sucesos inexplicables en su vida, pero aquel caballo fiero e indomable, solo respondía ante él. Preparo a Kagaho para montarlo, se subió en él y salió a trote hacia donde su corazón le dictaba. Debía ir, salir de aquel reino cercado por las montañas Cota. No sabía que encontraría tras traspasarlas, pero su corazón así lo anhelaba.

Mientras, en el reino de Virgia, el príncipe del reino se encontraba sentado en una pequeña habitación en la posada del pueblo, observando atentamente como el médico, ya más tranquilo, conversaba con aquellas personas de trato amable. Había sonreído ante la actitud de aquellos hombres pues le recordaba a cuando, hacía solo unos meses, vivía alegremente en Hara con sus padres y sus tíos. La sonrisa se le cortó de inmediato pues pudo ver como el mayor de los muchachos lo miraba con desprecio y rencor. Apartó la mirada, como si realmente fuera digno de aquel desprecio, aceptando aquel sentimiento por parte de aquel muchacho unos años mayor. Observó levemente la habitación y acabó mirando al lecho, en donde el joven lastimado, se encontraba recostado, mirando a sus padres, escuchando la conversación con la sonrisa más hermosa y pura que jamás había alcanzado a ver. La voz del médico le sacó de su ensoñación.

- Debemos regresar  - Suspiró pesadamente – Si no encuentran al príncipe, seguramente me buscarán a mí y no quiero represalias innecesarias.

- Cuídate hermano – Dijo la mujer mientras se lanzaba nuevamente a los brazos de aquel hombre.

- Así lo haré Saori – Se abrazó fuertemente a ella mientras besaba sus cabellos castaños – Vosotros también.

Hyoga no quería marcharse, le agradaba aquella compañía. Se levantó y aunque se sabía seguido por el muchacho mayor, se acercó hasta donde el chico lesionado se encontraba.

- De verdad que siento lo que ocurrió. – Se sonrojó levemente al ver como el chico le mostraba una enorme sonrisa, sin ningún rencor en ella.

- No te preocupes.  – Ahí estaba de nuevo esa sonrisa que le alteraba. ¿Qué tenía ese muchacho que le alteraba el pulso? – Estoy bien.

- De eso nada Shun. – Replicó una voz a sus espaldas. Hyoga volteó y se encontró con esos ojos azules oscuros mirándole con desprecio. – No estás bien. Estás herido y además, no podremos llegar pasado mañana a Lora como habíamos prometido. Nos ha costado más dinero del que podíamos permitirnos el quedarnos aquí y encima hemos tenido que enviar un mensaje a tío Aiacos porque no vamos a llegar.

La sola mención de aquel nombre hizo a los mayores cortar sus risas de golpe. Donnato se tensó un momento y miró severamente a Mu y a su hermana. Esta última apartó la vista como avergonzada más Mu le aguantó la mirada. Donnato se levantó del asiento y sacó a Mu de esa estancia, llevándoselo del brazo.

- Es que acaso, ¿Os habéis vuelto locos? – Le soltó el brazo y le dio la espalda mientras se llevaba una mano al frente - ¿En que estáis pensando? – Se acercó para susurrar - ¿Vais de verdad a meterlos en la guarida del lobo? – Señalo con el brazo la puerta de la habitación - ¿A esos pobres críos?

- Cálmate – Le rogó Mu aguantando la compostura – Ella nos lo exigió. Solo seguimos sus ordenes – Mu calló brevemente, dejando que su amigo asimilara lo escuchado - y si vamos nosotros es para asegurar su bienestar.

Donnato negaba con la cabeza mientras enfrentaba la mirada calmada de Mu.

- No puedo creer que ella hiciera eso… ¿En qué momento perdió la cabeza?

La calma de Mu desapareció en ese mismo instante. Atrapó a Donnato del cuello del chaleco y lo estampó contra la pared cercana, quedando muy cerca de su cara, para así asegurarse de hablar bajo.

- No te consiento que hables así de la reina. – La ira se veía en sus ojos. Sin duda la defendería con su vida – Que tú fueras un cobarde no te da derecho a pensar que los demás lo somos. – Soltó a su amigo de golpe y le dio la espalda dispuesto a regresar a la habitación – Si ella confía en él, yo le daré el beneficio de la duda.

Se adentró en la habitación dejando a un sorprendido Donnato aún apoyado en aquella fría pared. Nunca en la vida había visto tanta ira en la mirada de ese caballero. Se incorporó tras pensar en sus palabras, se acomodó el cuello y entró en la habitación con la firme intención de sacar al príncipe de Virgia de aquella posada.

Mientras tanto, dentro de la habitación Saori miraba angustiada la puerta de entrada mientras Hyoga trataba de calmar los ánimos.

- Bien – Casi gritaba a aquel muchacho impertinente – Es por eso que vine. Quería pedir perdón – No le quitaba la vista de encima. Ya sabía que este, le estaba retando con la mirada y él no iba a ser menos. – Si me decís que queréis, os lo concederé.

Aquel absurdo enfrentamiento entre ellos fue interrumpido en el acto, pues Shun realizó su petición en el mismo instante que el médico entraba nuevamente en la habitación.

- Quiero ir al palacio – La cara del pequeño estaba iluminada por completo y aquellos ojos irradiaban una luz especial – Nunca he estado en uno y quiero verlo.

- ¿Estás loco? – Le contestó su hermano mayor - ¡Shun! ¡Este loco casi te mata con su carruaje! ¿y ahora quieres meterte en la boca del lobo? ¿Es que te ha afectado a la cabeza?

Los ojos del menor parecían aguarse al escuchar aquellas duras palabras más no eran las palabras sino el tono del mayor lo que producía dicho efecto. Ikki nunca había alzado la voz, no a su querido hermano menor y eso le había destrozado el alma al pequeño. Ikki, se dio cuenta en ese mismo instante. Había descargado su ira contra su hermano y no contra aquel muchacho rubio que le descolocaba. Se apresuró a calmar a su hermano tras la mirada desaprobatoria de su padre.

- Ahh – Suspiró cerrando los ojos y negando con la cabeza – Iremos a palacio.

Los ojos de Shun y Hyoga se iluminaron. El primero porque vería un palacio por primera vez, el segundo por estar un rato más con aquel pequeño. Los adultos se miraron y se alistaron para ir al palacio. Mu acomodó al pequeño Shun en el carruaje mientras Ikki se sentaba frente al rubio sin dejar de mirarlo. Algo no le acababa de gustar de aquel que decía ser príncipe.

Una media hora después, los dos adultos se encontraban en las puertas de aquel enorme palacio. Mu cargaba a Shun en su espalda más no apartaba la vista de su amigo Donnato, que confiado, le mostraba el camino para no encontrarse con el rey.

Muy tarde para eso pues al entrar por la puerta de servicio, se encontraron con el mismo Shaka, que miraba la puerta con los brazos cruzados y el semblante serio. Iba a reprender a su hijo por salir sin su permiso más quedó estático y casi sin color al ver quien entraba con ellos .¿El caballero de los muros? Sin duda era él, no olvidaría esa cara en ningún lugar. Quería preguntarlo más no podía, los ojos de aquel muchacho a sus espaldas le quitaron el poco aliento que le quedaba… Era él, era uno de sus pequeños sin duda, el pequeño ángel. Miro entonces al muchacho junto a él y comprendió en esa mirada fría que se trataba nada menos que del pequeño inmortal. Recuperó la compostura y ordenó a Donnato que acompañara a los pequeños hasta el salón y que permaneciera con ellos.

- Si, su majestad – Respondió Donnato con una leve reverencia y tras cargar con Shun en la espalda, le regaló una mirada a Mu para tranquilizarlo.

En cuanto se quedaron solos, Shaka cambió su semblante a uno enfurecido, se acercó hasta donde el caballero estaba y le golpeo con todas sus fuerzas en la mandíbula, provocando que Mu cayera al suelo sin siquiera evitarlo. Shaka estaba alterado y así se notaba en su voz.

- Lo abandonaste! A su suerte! Confiamos en ti! No debías permitirles llegar hasta él!

Mu no se levantaba, su mirada estaba perdida en el suelo y sus ojos eran tapados por los mechones rebeldes.

- Lo merezco – Dijo en un susurro provocando que Shaka callara – Pero recibí una orden directa. Él mismo me la dio – Al fin alzó los ojos, mostrando estos humedecidos por aquella humillación – No pude negarme. Me ordeno que cuidara de sus hijos, que los protegiera… - Trató de incorporarse – Nunca desobedecería una orden directa de mi rey.

Shaka se calmó al escuchar aquello, suspiró fuertemente y ayudó a aquel hombre a levantarse. Mu se quedó mirando a los azules ojos frente a él y tras un par de minutos en absoluto silencio, ambos hombres se sonrieron y se abrazaron en son de saludo.

- Me alegro que estés bien, primo. – Dijo el rey al rubio frente a él.

Ambos se separaron y se quedaron mirando nuevamente, estrechando sus manos en los brazos del otro.

- Cómo has cambiado – Decía el caballero de los muros sonriendo y llevando una de las manos a las mejillas del otro – Estás mayor.

Shaka sonreía ante el comentario pero suspiró alejando aquel alegre momento.

- Está vivo.

Los ojos de Mu se abrieron de par en par al escuchar esa afirmación. Shaka prefirió contestar a la pregunta muda de su pariente.

- Lo vi con mis ojos. Hable con él pero no recuerda nada – Miraba por la puerta a los dos pequeños sentados en aquella sala – Tan solo el mote de sus pequeños. – Miro los ojos de Mu y mostró su preocupación – No podemos permitir que lo encuentre antes de que recupere sus fuerzas y su memoria.

Mu comprendió en ese mismo momento, hincó la rodilla en el suelo y agachó el semblante, dejando que los finos y largos cabellos ocultaran su tez blanca.

- Así será, mi rey. 

Notas finales:

Espero que os haya gustado... Esto está cnadente!! 


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