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Geist por Shun4Ever

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El sol ya se encontraba en lo alto del firmamento, mostrando su dorada galantería y su poderoso calor. Ya estaba cerca de acabar con aquel suplicio, pues eso eran esas visitas para él. Su alma clamaba por no ser portador de la sangre que corría por sus venas y su corazón se apenaba porque así era.

Las enormes puertas se mostraron frente a él, aminoró la velocidad pues no le gustaba mostrar sus prisas, ni debía, pues podría ser descubierto. Suspiró pesadamente tras detener de golpe a su yegua blanca Rose y alzó la mirada, esperando el toque de queda que no se hizo esperar.

- ¿Quién va?

- Afrodita de Piscis – Y ahí estaba él de nuevo, apelando aquel nombre que tanta angustia y rabia le generaba.

Sin preámbulo alguno, las puertas de la ciudadela se abrieron para él, permitiéndole el paso al lugar que alguna vez llamó hogar. Llenó de aire sus pulmones y tiró de las riendas para que su hermoso ejemplar de yegua se adentrara por aquellas puertas. A trote se adentró en aquella ciudadela, paseando por las calles estrechas, teniendo cuidado de no dañar a los aldeanos que reverenciaban alegremente al encontrarlo.

Apresuró un poco el paso para no tener que mezclarse con aquellos aldeanos. Le producía mal estar aquel gesto, aquel recuerdo que marcaba por completo su pasado y su futuro. Bajó de su yegua apresuradamente y tras acariciar la crin del majestuoso animal,  entregó las riendas a uno de los hombres de las caballerizas. De nuevo esa estúpida actitud que le removía las entrañas. No pudo evitar que una mueca de total desagrado se mostrara en sus rosados labios. Se apresuró por entrar a aquel enorme palacio, siempre, por la puerta de servicio y accedió a la sala del trono, en donde ya le estaban esperando.

- Querido hermano

Y ahí estaba él, el hombre que más detestaba haciéndose el amable, abriéndole los brazos para recibirlo, aparentando ser el perfecto hermano mayor. Y de nuevo, como siempre, él repetiría aquel gesto, sintiéndose asqueado por sentirlo cerca. 

- Hermano – Hizo una reverencia sin quitarle la vista de encima, observando sus movimientos.

Aquel hombre, aquel a quien debía llamar hermano, lo atrajo de los hombros y lo estrechó en sus brazos, a la vista de todos los sirvientes y caballeros de aquella sala. Sonrió aparentando felicidad y trató de devolverle aquel gesto, aguantando las nauseas que le producía aquella cercanía. El abrazo se rompió y notó sus manos apretando sus brazos, con firmeza, haciéndole ver que aún mandaba él en aquel lugar.

- Cómo has crecido – Notó el zarandeo en su cuerpo más él seguía sin darle importancia a aquellas palabras – Didrik deberías regresar. – Se separó y regreso a su trono, sentándose en este, dejando ver así, que no era bienvenido - El palacio es tu hogar.

- ¿Para qué me has mandado llamar, Wyvern?

- ¿Wyvern? -  Replicó el que era su hermano mayor al tiempo que reía sarcásticamente. - ¿Ya te has olvidado del nombre de tu hermano mayor? ¿De cómo se trata a los superiores?

Cerró los ojos mientras arqueaba una ceja y suspiraba. De nuevo, volvería a aparentar lo que él quería, con la esperanza de que le dejada vivir en paz, como había hecho hasta ahora. Trago duro y llenó de aire sus pulmones, se dirigió hasta el trono e hincó su rodilla en aquel frío suelo.

- Mi rey – Veneno era lo que soltaba en cada pequeña palabra  - A su servicio – La ira en su interior se lo decía. Algún día aquel individuo pagaría por todo el daño cometido. 

Durante unos largos segundos siguió en aquella humillante posición,  a esperas de que le concedieran permiso para incorporarse. En el silencio de aquella sala se podía apreciar la risa silenciosa de aquel cínico retumbando en sus oídos.

- Levántate Didrik. Tengo una nueva…. Misión para ti.

Se levantó muy a su pesar, apretando los puños, refugiándolos en su capa para que no fueran visibles. Ocultó la expresión de odio de su rostro más sus ojos irradiaban la ira que ese hombre le hacía sentir.

- Sus deseos, son órdenes para mí.  – Se maldecía por ello. Cada silaba que cruzaba con aquel espécimen macabro se le clavaba en el pecho.  

Ambas miradas se cruzaban, duras, severas, retadoras, intimidantes. No eran, siquiera, ocultos esos sentimientos para los habitantes de palacio. Por todos era sabido aquel odio entre hermanos más ninguno podía opinar o pensar en ello, pues eran castigados con la muerte. Tan solo un apellido era allí permitido, el apellido del actual monarca. Sin embargo, entre los aldeanos se podía escuchar otro nombre,  el único al que el pueblo consideraba el verdadero rey: el difunto Albafica de Piscis.

Desde que el actual rey tomó el mando, aquel pueblo había caído en desgracia. Bien se había encargado él mismo de poder hacerse con el poder, calumniando contra su propio hermano menor, obligando a su padre a expulsarlo de aquellas tierras, chantajeando al anciano rey para que le dejara todo a él. Y el pobre Albafica, enfermo y tras perder a su mujer por una extraña enfermedad, se vio obligado a ello, a expulsar a su viva imagen de aquellas tierras para entregarle el mandato a su hijo bastardo.

- Bien – Se levantó nuevamente del trono y bajo lentamente aquellas escaleras, se acercó a Didrik, que así se llamaba el príncipe de Konra y paso uno de sus brazos por sobre sus hombros. – He…  escuchado ciertos... rumores Didrik. Rumores que puedo acallar… – Decía aquel hombre alegremente – Claro está, si me ayudas en una misión.

Didrik seguía sin mirarlo, tan solo escuchando esa áspera voz, notando aquel fuerte brazo alrededor de su cuello. Sabía a que rumores se refería y no podía más que acatar sus órdenes pues no estaría bien visto de ser divulgado aquel rumor. Tan solo atino a asentir aunque tras ese gesto, el abrazo de su hermano mayor se acentuó, presionando de más su cuello, haciéndole saber que esa no era manera de responder. Con hastío contestó de la manera correcta.

- Lo que usted ordene, mi señor.

Radamantis comenzó a reírse más abiertamente pues sin duda el salirse con la suya era algo que le apasionaba, sin siquiera importar las consecuencias. Dejó tranquilo el delicado cuello de su hermano menor y golpeó fuertemente su espalda, haciéndole saber que así era como debía comportarse.

- Perfecto.  – Se alejó de su hermano y se sentó nuevamente en el trono – Quiero que encuentres al rey de Herno y me lo traigas aquí.

Didrik no podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Quería que le llevara al rey de Herno? ¡Pero sí el mismo Radamantis se encargó de darle muerte!. Su duda debió ser percibida por el actual rey pues éste soltó un sonoro suspiro mientras se llevaba una de las manos a la cabeza y cerraba los ojos.

- Los estúpidos hombres de padre –padre ¡Qué mal sonaba aquello en aquella boca!. Algo en sus entrañas se removió producto de la ira, más debía callar si quería que él siguiera con vida – le dejaron con vida y estoy seguro que ese… – masajeó sus sienes con la mano al tiempo que mostraba una mueca de desprecio – desgraciado sigue con vida. – Notó la mirada fría e insensible de su hermano mayor encima de él y tragó la saliva que se había quedado parada en su garganta. De nuevo aquella maldita risa se escuchó en la sala – Al menos ella me pertenece. – Suspiró tras acomodarse mejor sobre aquel trono – Al menos esa zorra ya es mía. – Al escuchar aquella declaración, Didrik tuvo que cerrar los ojos centrándose en comportarse frente a ese desgraciado individuo. Un gemido se escuchó entonces haciéndole cerrar más los puños – Aprieta como ninguna – Una leve risa y continuó con aquel soliloquio – Aunque claro… En tu caso… – Dijo con sarna – No sabes lo que se siente.

Se levantó de nuevo de aquel trono y se volvió a acercar al que, por consanguineidad, era su hermano menor. Afrodita ni siquiera se percató de cuando dejó aquel trono. Con todas sus fuerzas trataba de contenerse, de no alzar la mano a aquel rey pues él mismo había sido desbancado de aquel puesto.

- Ya sabes lo que tienes que hacer. – Ordenaba desde aquellas escaleras  - Vete. Regresa solo cuando lo encuentres. – Bajó aquellos pocos escalones y volvió a poner su mano con fuerza sobre el hombro del menor de los príncipes – No creo que sea necesario que te diga que sé en dónde está.

Tras aquellas palabras salió de aquella estancia dejando al príncipe Afrodita con el pulso alterado, el corazón en un puño y el miedo a flor de piel. Cerró los ojos y trató de calmarse. Varios minutos le costó conseguir aquel objetivo. Abrió lentamente los ojos encontrándose con los de uno de los que fuera el mejor caballero de su padre.

- Mi señor – Cómo odiaba aquel trato pero que bien sentaba el notar algo de afecto aún en aquel palacio. – Para mi sería un placer acompañarlo a las caballerizas.

Su rostro mostró una sonrisa sincera y asintió a la petición moviendo la cabeza lentamente.

- El placer será mío, Caballero de El cid.

Ambos, caballero y príncipe, salieron de aquella sala en dirección a las caballerizas. Afrodita debía salir de allí cuanto antes, tratar de retomar su vida y alejarse lo máximo posible del que era su hermano. Bien ya sabía de lo que era capaz.  El caballero le ayudó a montar a aquella yegua blanca y asegurándose que no hubiera nadie alrededor, se acercó con confianza al príncipe.

- Hay una casa a las afueras del reino de Virgia. Pertenecía a su madre. – Le dejó un pequeño sobre, que Afrodita tomó disimuladamente, guardándolo dentro de aquella enorme capa – Nadie sabe de la existencia de aquel lugar. Sus padres desearían que fuera feliz – Sonreía levemente aquel hombre, sin duda y como siempre, fiel al difunto rey de Konra – Aléjese del rey.  No podemos ya velar por su seguridad pues nuestras vidas están en su mano.

Afrodita acarició levemente el mentón de aquel que fuera la mano derecha de su padre y casi un tío para él.

- Lo sé. No debe preocuparse. Gracias por todo. Ahora debo continuar con mi destino.

Se despidió de aquel caballero y salió con prisas de aquel lugar. Si su hermano le había indicado que no volviera, así lo haría y gracias a la ayuda de El Cid, ahora podría, al menos, tener una vida tranquila junto a su amado Donnato. Apretó aquel paso de su querida Rose y salió de la ciudadela lo más rápido que pudo. Llegó a la casa apartada que compartía con su pareja y se adentró en ella, con la esperanza de encontrarlo.

En el salón, aquel hombre de cabellos canosos se encontraba vendando el pie a una mujer. Más tranquilo, se dirigió hasta la cocina, se quitó aquella capa y sacó el sobre de aquel bolsillo interno. Se sentó en una de las sillas de aquella humilde casa y esperó mirando aquel papel entre sus manos.

Mi querido Didrik

Bien sabes cuanto te hemos querido tu madre y yo. Siento que las cosas se hayan tenido que dar de esta manera y más lamento que deba ser así por el bien del pueblo. Sabes, tan bien como yo, que no soportaríamos una rebelión interna y es eso lo que me ha llevado a darle ese poder a tu hermano.

Sé lo que estás pensando. Que apenas parece un verdadero hermano. Que no es un digno sucesor de mi reinado. Y no lo es más no puedo permitir no dárselo, pues sé iría contra ti y no pararía hasta darte muerte.

Es por eso que he dispuesto todo para que vivas alejado. Las llaves de una pequeña casa con terreno para plantación están adjuntas en este sobre. Solo he de darte un consejo. Un simple consejo para que puedas llegar a alcanzar esa felicidad que te ha sido arrebatada: Haz que parezca un accidente. Solo así, él estará tranquilo. Solo así, se olvidará de tu existencia, penosa, a su entender.

Espero y deseo que algún día todo vuelva a su cauce. Mientras, hazte fuerte para poder retomar lo que te pertenece, pues para mí y nuestro pueblo, solo existe un heredero y ese eres tú, cariño mío. Ese es Afrodita de Piscis.

Dejo en ti mis esperanzas e ilusiones para con el reino de Konra.

                                                                                              El rey Albafica de Piscis.

Adjunta, una pequeña indicación de una casa y una llave estaban junto a aquel sobre. Se limpió las lágrimas de su cara pero seguían brotando, recordando ahora a su difunto padre. Se maldijo una y mil veces por no ser fuerte, por no haber defendido lo que era suyo por derecho. No podía luchar contra Radamantis, aquel que era solo un medio hermano bastardo.

No pasó mucho tiempo hasta que, finalmente, aquel hombre entró en la cocina. Al ver a Didrik hecho un mar de lágrimas, se apresuró a cobijarlo en su pecho, besando sus cabellos y abrazándolo con fuerza. No debía ni quería preguntar, pues era algo que sucedía siempre que acudía a aquel lugar, que hasta hacía unos años, había sido su hogar. Cuando se calmó, se incorporó levemente.

- Donnato – Su voz era apenas un susurro – No va a parar hasta acabar conmigo.

Aquel hombre, aferró más aquel agarre y besó su frente nuevamente.

- Lo sé, mi amor. – Acariciaba su espalda mientras suspiraba. Él ya sabía que debían de hacer en aquel caso – Tranquilo. Lo tengo todo planeado.

Un par de días después, en un incidente malintencionado, el príncipe Afrodita de Piscis había fallecido, de seguro a manos de un celoso esposo de alguna de sus tantas amantes.

Lejos, en el reino vecino, un médico llegaba a la ciudad y tras aprovechar sus contactos, acabó trabajando en el mismo castillo del reino de Virgia.

Notas finales:

Siento la demora... Y espero que lo hayan disfrutado. ^.^


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