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Geist por Shun4Ever

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Una mañana cualquiera, un niño rebelde jugaba con su primo en el verde jardín de su casa. Los padres del muchacho miraban, más bien cuidaban de que no se hicieran daño en el juego, pues los pequeños habían agarrado un palo cada uno de ellos y luchaban como si de caballeros se trataran. ¿Pero que más podían hacer sino soñar? pues solo contaban con 8 añitos de edad. Los padres del otro muchacho llegaron tras ir al pueblo a vender la cosecha recién recogida esa mañana. Al ver a sus padres aparecer, el menor de los niños soltó su espada improvisada y se hecho a correr hasta llegar a los brazos de su padre.

- Veo que me has echado en falta. – Decía el mayor al sentir el fuerte abrazo del niño.

El pequeño muchacho soltó el agarre y sonrió al que consideraba su padre para después propinar un abrazo de la misma magnitud a la que veía como madre. La mujer se agachó y besó la frente del menor, al tiempo que le devolvía el abrazo. Sin duda el aprecio que sentía por el pequeño había ido en aumento con el trascurrir de los meses. El revoltoso muchacho pudo ver a su hermana por sobre el hombre de su madre y se soltó de esta para acudir a ayudarla.

Esmeralda quería ayudar con la casa y se encontraba en la cocina guardando lo poco que habían obtenido por la cosecha. Y a pesar de contar solo con 5 añitos de edad, ya se podía ver la gran belleza de la joven princesa, que había sacado el parecido a su fallecida madre. Hyoga se apresuró a sujetar una de las bolsas que llevaba su pequeña hermana en brazos para aposentarla sobre la mesa del pequeño salón.

- Ah! Hyoga! – Contestó con un pequeño reproche a su hermano mayor por la ayuda prestada – Yo puedo hacerlo!

- Hyoga! – El otro muchacho entró a la casa buscando a su primo, pues el juego no había acabado y aún tenía la esperanza de ganarle en la pelea. – Aún no hemos acabado.

El pequeño rubio volteó sus pasos para ver al que consideraba su primo.

- Sabes que no podrás ganarme Isaac. – Más que retarle, le explicó la verdad, pues él mismo había tomado clases secretas de la mano de su padre, que era muy bueno con la espada.

Camus entró en la casa, encontrándose a los pequeños con aquella charla, consiguiendo sacarle una enorme sonrisa de satisfacción, pues incluso el mismo se había visto en algún apuro en los entrenamientos. Con la esperanza puesta en que los niños volvieran a ver a su verdadero padre, se dirigió a la habitación que compartía con su reciente esposa, cuando tocaron al portón de la casa.

- Soy yo. Kisho

El hombre sin memoria, se había quedado en una de las casas cercanas pues Syd aún le hacía exámenes de vez en cuando, tratando de hacerle recuperar la memoria. Las visitas se hacían frecuentes y para los niños, este representaba un tío al que apreciaban. Por su parte, el pobre hombre, se había acostumbrado al trato que le ofrecían en la casa y ayudaba en cuanto podía con las labores de la cosecha o con las herraduras de los caballos o con aquellas cosas en las que él se veía capacitado para realizar. Sin embargo, como la cocina no era una de ellas, siempre que podía se pasaba por casa del médico para degustar de la buena comida que preparaban las dos mujeres. Y ese era el motivo exacto por el que se había dejado caer por la casona.

Camus abrió la puerta y tras saludarlo amigablemente, le instó a pasar. Al escuchar el alboroto dentro de la casa, el médico con su esposa y su cuñada, entraron en la misma, para encontrarse con aquel berenjenal. Por una parte, cerca de la mesa, la pequeña princesa aún seguía colocando el material. En el portal de la casa, Camus saludaba amigablemente a Kisho y correteando por la casa, Isaac perseguía como loco a Hyoga, tratando de vencerle en un combate.

Tras el saludo de los mayores, Camus se apresuró a separar a los pequeños, que ahora estaban peleando cuerpo a cuerpo.

- Vale ya – Impuso el maestro de Hyoga mientras le dirigía una mirada severa a los pequeños.

- No es justo! – Dijo el mayor de los infantes cruzándose de brazos y haciendo un mohín – Yo también quiero aprender a manejar la espada!

- Está bien – Afirmó el maestro espadachín pensando en enseñar también al pequeño – Siempre y cuando tus padres lo permitan.

Syd sabiendo contra quien se enfrentaba y confiando plenamente en el que era su cuñado, afirmo la petición sin siquiera contemplar la mala cara que había puesto su mujer. Esta enfadada por la prematura decisión, suspiró profundamente.

- Voy a hacer la cena – Afirmó con un tono de enfado que no pasó desapercibido - ¿Vienes June?

Las dos mujeres accedieron a la cocina, mientras eran seguidas muy de cerca por la callada princesita. Este hecho no pasó desapercibido por los adultos, pues siempre parecía andar con un toque de altanería, solo digno de una reina. Camus siempre sonreía cuando veía esos atisbos de su majestad Natassa y más cuando demostraba la tranquilidad y paciencia de su padre, el rey Shaka.

- Ah! Voy a ayudar en la cocina – Dijo resignado Syd. – Espero así poder dormir en el lecho esta noche.

Los otros dos adultos sonrieron al ver al dueño de la casa entrar de mala gana en la cocina.

- Voy a necesitar tu ayuda, vamos – Camus le indicó a Kisho que le acompañara al jardín, al tiempo que llevaba a los pequeños empujando sus espaldas.

- ¿Yo? – Negó con la cabeza Kisho – Desconozco el arte de la lucha, Camus.

- No seas así. Te daré instrucciones, además… – Se giró para ofrecerle una mirada traviesa – Seré amable contigo.

Así, los dos muchachos y los pequeños, salieron de la casona y se aposentaron en el jardín para practicar el arte de la lucha. Jamás desvelaría Camus por qué él manejaba tan bien la espada, pues no podía quedar al descubierto, por lo que inventó un motivo para ello. Nunca lo había empleado pues nadie le había preguntado, pero ese día fue con el mismo Kisho con quien desveló esa mentira.

- ¿Y cómo es que sabes de ese arte Camus? No es común en los campesinos dicho conocimiento.

- Eso es porque padre era herrero – Sí que lo había pensado a fondo para hacerlo creíble – Me enseñó a probarlas de pequeño, aunque no pudo mostrarme el oficio pues murió cuando aún tenía 8 años.

Y era parte de verdad, pues su padre si falleció cuando el cumplió su octavo año, siendo acogido en palacio por el mismo rey Mime, que bien le aseguró el futuro haciéndolo el escudero del príncipe Shaka.

- Bien – Le acercó una pequeña pero gruesa rama a su ayudante y cuando este la sujetó continuó con la instrucción – Vosotros sentaos ahí, en esas rocas y tú – Miró a Kisho para identificar a quien hablaba – solo…. Trata de defenderte de mi ataque.

Como por instinto, el hombre se posicionó para sorpresa de Camus, en una perfecta posición de defensa.

- Perfecto – Aprovechó para disciplinar al príncipe y a su sobrino – Esta es la posición de defensa. – Se posicionó el en la misma pose para mostrarla a los pequeños. – Así puedes proteger tu cuerpo del ataque, pero al tiempo estás preparado para atacar, de ser necesario.

Sin esperar más, lanzó un ataque al que hacía la vez de ayudante, pero este se defendió perfectamente. Un tanto enfadado consigo mismo por el ataque rechazado de aquel novato, lanzó uno nuevo un tanto más fuerte. Y ahí seguía el hombre sin memoria, respondiendo a la perfección de sus ataques.

Sin darse cuenta, Camus siguió lanzando ataques a diestro y siniestro a aquel hombre que decía carecer de la disciplina de la espada. Y a su vez y sorpresivamente, incluso para él mismo, Kisho rechazaba los ataques a la perfección, como si fuera algo innato en él. La lucha no cesaba y los dos niños admiraban la pelea de los adultos sin mediar palabra y sin siquiera poder cerrar la boca. Parecían dos muñecos inertes carentes de cualquier actividad, a excepción del pestañeo y del movimiento de su pecho. Un nuevo golpe le llegó a Kisho que al tratar de esquivarlo, cayó al suelo pero con un ágil movimiento cual gacela al trote, se volvió a posicionar en defensa antes de la llegada de un nuevo ataque. Aquella lucha le había caído a Camus como un regalo, pues anhelaba aquella descarga de adrenalina. Para Kisho representaba el descubrimiento de algo que debió haber aprendido a lo largo de su vida, haciéndole recordar movimientos y estrategias de combate de las cuales desconocía de su procedencia. Ambos hombres estaban sumergidos en la pelea con aquellas espadas ficticias, cuando en un revés Kisho arrebató el palo-espada a su contrincante, dejando a Camus a su merced.

Kisho que había quedado apuntando la garganta del caballero de los hielos con su palo, quedó mirando a su oponente con los ojos más emocionados que Camus le había observado alguna vez. El hombre desconocido se sentía nuevo, agitado, emocionado, alterado, eufórico por la descarga de adrenalina, pero feliz porque había recordado algo. Sin duda alguna, antes en su vida, aquella que desconocía, había luchado en batalla y había vencido a muchos oponentes con las técnicas recién recordadas.

Ante la sorpresiva mirada de Camus, bajó su palo de combate y aún agitado, tendió la mano a su oponente, para ayudarlo a alzarse. Camus, aquel al que solo lo había vencido su maestro, aquel que consideraba un padre, se incorporó sin dejar de mirar a aquel hombre del que desconocía todo su pasado. Con un poco de molestia por haber sido vencido, expreso su opinión.

- Pues para desconocer del arte – Decía mientras se limpiaba el sudor de la cara con el bajo de la camisola – no se te da nada mal.

- He… - Los ojos del hombre moreno, se cerraron mientras parecía recobrar el aliento – Recordado algo. – Miró un momento el palo como si de una espada se tratara – Yo… Creo que he luchado alguna vez. Conforme iba defendiéndome, me llegaban pequeños recuerdos… – Movió la cabeza como negando – estrategias usadas en combates de espada.

- Menudo aprendiz me he buscado – Camus no pudo evitar una pequeña risotada ante aquel contrincante, que por momentos le había recordado a cuando compartía campo de batalla con el antiguo rey de Virgia.

Los dos pequeños niños se habían acercado hasta donde los dos mayores se encontraban hablando. Se quedaron allí quietos y callados, como nunca nadie había visto a aquellos pequeños diablillos. Tras un silencio y un pequeño empujón por parte de Isaac, Hyoga habló por los dos.

- Esto… - Visiblemente estaban emocionados los dos pequeños por el combate visto – Nosotros…. – Miró a su padre y se colorearon sus mejillas - ¿Podría enseñarnos tío Kisho el manejo de la espada?

Camus miró a los dos pequeños, que estaban visiblemente emocionados y tras suspirar, desvió su mirada a Kisho, que le miraba como expectante.

- Te acabas de ganar dos alumnos – Recogió el palo que Kisho le había arrebatado y posicionó su mano derecha en uno de sus costados – Yo ya estoy mayor para esto.

Al ver la mirada de Kisho y la suplica silenciosa de ayuda, soltó una sonora risotada y se adentró en la casa. Antes de entrar, los dos muchachos ya estaban acosando al hombre con preguntas sobre el manejo de la espada. Preguntas cuyas respuestas salían por su boca, sin siquiera pensar en ellas. Sin duda, de nuevo, se daba cuenta de cuan buen caballero había sido en su vida pasada.

Unas semanas después, la pequeña princesa, que así la llamaban cariñosamente sus padres adoptivos, cumplía su sexto año. Camus y June esperaban ese día con ilusión, pues la pequeña se lo merecía, pero tenían un pequeño pesar en su corazón y era que ese mes, aún no habían recibido noticias de su querido rey. Desde que se aposentaron en aquel poblado de la región de Hara, se habían enviado pergaminos cada pocas semanas, siempre poniéndose al corriente de los sucesos. Hacía ya más de un mes desde el último pergamino proveniente del castillo, más no había malas noticias en él, sino deseos de buena venturanza. La pequeña quería celebrarlo con su familia y en esta, estaba incluido el hombre al que llamaban Kisho. Este al ver la tensión de los mayores y lo poco que paraban los dos terremotos varones, decidió sacarlos de la casona y se los llevó a practicar con el palo-espada.

Las dos mujeres se encontraban preparando la celebración de aquel evento, mientras que Syd había salido a la aldea cercana para buscar un buen regalo de cumpleaños. No sería uno digno de una princesa, pero si lo suficientemente bueno como para que la pequeña lo pudiera disfrutar. Cuando regreso con la muñeca que le entregarían, encontró en la puerta de su casa, parado a un hombre de pelo rubio y que a su parecer, vestía demasiado bien para ser un campesino. En un principio pensó en dejar pasar a aquel noble, pero al ver que parecía perdido, se paró frente al hombre para preguntarle.

- ¿Puedo ayudarle en algo, buen hombre? – Preguntó amablemente sin acercarse demasiado.

- Verá – El rubio se mostró realmente perdido, pero trató de buscar un apoyo en aquella ayuda que ese campesino le brindaba – Estoy buscando la casa del médico de la aldea, pero… - Miró nuevamente alrededor – Desconozco cual es.

- Pues está frente a ella – Señalo Syd hacia la puerta de su humilde casa – No parece necesitar un médico pero dígame que se le ofrece.

- ¿Es usted el médico? – Los ojos azules de aquel noble se iluminaron como cuando un padre ve por primera vez a un hijo, cosa que intrigó al médico.

- Así es – Abrió la puerta de casa y dejo paso al noble, que entró con total convicción – Pero dígame, ¿en que puedo ayudarle?

- Verá… - Se quedó mudo pues ante él, se apareció el vivo retrato de su difunta esposa, pero en miniatura. Tan solo unos segundos y quedo blanco como la pared, al tiempo que unas rebeldes lágrimas caían por sus mejillas.

Syd se acercó al ver que se encontraba un tanto pálido y se apresuró a preguntar por su estado de salud.

- ¿Se encuentra bien? – Le sujetó del brazo y lo guio hasta una de las sillas del comedor, en donde le ofreció asiento - ¿Quiere un poco de agua?

El hombre rubio parecía querer decir algo, pero no le salían las palabras debido a la emoción. Camus, que se encontraba en la cocina, salió al salón para colocar la vajilla que adornaría la mesa. Cuando la puerta de la cocina cerró tras de sí, se quedó parado al contemplar al que era su rey allí plantado. Shaka, al ver a Camus, se levantó de golpe y se dirigió derecho a proporcionarle un abrazo. Un abrazo que fue devuelto con la misma efusividad que era entregado, pues para Shaka, Camus era como su hermano.

Al ver que no entraba su marido, June salió a buscarlo al salón, pero al ver a su rey, no pudo hacer otra cosa que arrodillarse ante él y besar el dorso de su mano. Shaka, que no le gustaba nada ese tipo de trato, hizo alzar a la muchacha y la recibió entre sus brazos, al tiempo que decía bajito, sin poder evitar la emoción.

- Es el vivo retrato de Natassa. Gracias por cuidar de mis pequeños.

Notas finales:

Espero que lo hayais disfrutado tanto como yo lo he hecho al escribirlo. En todo el capitulo no pude quitar la sonrisa de la cara, era como si yo fuera parte de ellos... 

De verdad espero leer vuestros deseos, opiniones, iluisiones, esperanzas,  sugerencias, ideas, anhelos. O por el contrario vuestras desilusiones, frustaciones, los momentos desagradables, insultos... bueno, eso último no mucho la verdad XD

Cuídense mucho y nos leemos en el próximo capitulo. ^_^


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