Se encontraba en el hall principal de la universidad, sus clases no habían durado como de costumbre, por el contrario, le había sobrado más tiempo de lo esperado. Revisaba su celular que minutos antes había vibrado en su bolsillo trasero del pantalón. La llamada era de su madre.
No lo pensó demasiado, y decidió devolver la llamada después. Quería recorrer aquél largo camino que atravesaba todo el campus. Se encaminó hacia las puertas, dispuesto a salir.
Cerró su abrigo hasta arriba y se colocó la capucha que éste tenía incorporado, lloviznaba suavemente. Atrajo su bolso hacia sí mismo, abriéndolo cuidadosamente, sacando una hermosa cámara, la colgó al cuello y observó su escenario. Ese era su propósito, capturar algunas imágenes que le dejaran recuerdos de aquél día.
Se apresuró a un ritmo un tanto simpático, llegando hasta los árboles, donde los pájaros solían posar por ahí. Jamás entendió el porqué de su fascinación hacia ellos, sólo sabía que podía entenderlos, que formaba de alguna manera parte de ellos.
Estaba emocionado, era ahí donde estrenaría su nuevo lente, tenía mayor alcance, pues los detalles eran algo que podían conmoverlo más de la cuenta. Enfocó su objetivo y capturó el alma de su primera víctima.
Una vez más era dueño de la esencia de un ser indefenso, que ligeramente envidiaba.
Siguió caminando, la llovizna se había transformado en una fuerte lluvia, que empañaba su visión y enfriaba sus mejillas. Sonrió para sí satisfecho de todas sus tomas, se quedó observando las escenas que aquellas frágiles criaturas daban de una forma tan sutil y sencilla.
Bajo la lluvia, sus pensamientos eran enterrados, pisoteados por él mismo. Contuvo la respiración por unos segundos y observó el largo sendero que aún le quedaba por recorrer, no deseaba volver, al menos, no estaba en sus planes aún.
Pequeñas gotas se deslizaban por la punta de su nariz, recorriendo todo su rostro, como en una fría caricia. Continuó su paso, un tanto rápido, casi marchando hacia su destino, el chapotear del agua se le hacía molesto, no le agradaba después de tanto andar aquél sonido bajo sus pies.
Una vibración cortó de golpe la concentración del chico.
Se detuvo, y algo en su corazón le hizo extrañar la llamada.
Sin mirar el número contestó.
-Diga.- dijo de forma práctica.
- Ain, ¿Por qué has ignorado mis llamadas?- Un suspiró brotó de los labios del joven. Su madre solía preocuparse más de la cuenta, esa aflicción tierna y pendiente sólo podían hacerse presentes en la voz de aquella dulce y dedicada mujer.
- Estaba ocupado.- Respondió fugazmente. Su tonalidad solía ser a veces un poco fría, pero su madre descifraba a la perfección los rastros de afabilidad que se encontraban en sus palabras, ella conocía a su hijo, sólo lo había bajado una vez más de la nube de pensamientos, en la que solía volar.
- Vamos Ain, sabes muy bien que una simple llamada, no te hubiera quitado menos de cinco minutos.- Reprochó suavemente.
- Lo sé mamá, perdona. La siguiente ocasión haré bien. – Rodó los ojos como solía hacer de pequeño. Se llevó la mano hacia el rostro y en un signo de frustración se frotó los ojos.
- ¿Ya te vienes?
- En eso estaba.- Bajó su mano, y alzó la cabeza hacia delante, la lluvia lo abrazaba cada vez más y por alguna extraña razón que ni el mismo entendía, seguía en medio del camino sin buscar donde refugiarse.
- Estás abri…— Como si le hubieran tapado la boca, sus palabras fueron acortadas.
-Mamá, ¿Para eso me llamabas? – Preguntó para liberarse del sermón.
- Oh, es cierto… Se me olvidaba – El tono que protagonizaba como madre, fue sustituido por otro totalmente distinto, por uno más bien parecido al de una amiga con una tarea difícil de cumplir.
-¿El qué? – Frunció el ceño en señal de confusión y de no entendimiento, esperó con la respiración contenida la respuesta de la mujer.
-Ha llegado un sobre, que quizá debas ver.- El silencio hizo su primera aparición en el día.
-¿Un sobre? ¿Para mí?...-Otra vez sintió en su corazón esa extraña molestia.
- Sí, es mejor que te vengas… lo antes posible- Ahora aquella molestia, era más bien dolor, uno que jamás saldría a la luz, con una sensación similar a la de un feto abortado, que nunca iba conocer el sentido de los sueños y el vivir, como un infarto ausente, o el grito ahogado de su propio corazón.
Sin despedirse, cortó la llamada, guardando en unos de sus bolsillos el pequeño aparato. Lo que había empezado como un trote, al rato se transformó en una carrera contra el tiempo.
La respiración le quemaba los pulmones, sentía como su garganta se agrietaba producto del aire que sólo entraba y no salía.
Algo en su interior se removía, creía saber el motivo, algo se lo decía. Su mundo se volvía a remecer una vez más, de aquella forma tan áspera y rasposa que dejaba su ser lastimado y malherido por un tiempo indefinido.
Sus manos tullidas por el frío, buscaban en las entrañas de su bolso las llaves de la reja de la entrada principal. Sus dientes castañeaban producto de sus ropas empapadas, mientras que la desesperación aumentaba junto con la incertidumbre.
Después de coleccionar los minutos en el bolsillo, pudo entrar. Se olvidó de la cortesía y de los años en los que su madre gastó su tiempo para que fuera alguien de bien, con educación por delante. Miró suplicante y sin rodeos.
Con paso lento y algo preocupada se dirigió al arrimo donde se encontraba el causante de la revolución. Dubitativa lo pensó detenidamente durante su efímero trayecto entre su posición y la ubicación del elegante sobre blanco que yacía encima de otros que se opacaban con la pulcritud de este. Estaba abierto.
- ¿Por qué no me dijiste que ya lo habías visto? – Preguntó secamente
- No quería que cometieras una locura… - Bajó la mirada tratando de ocultar su incomodidad ante el asunto.
Introdujo delicadamente uno de sus dedos que aún estaban rojos por el frío, sacando lo que había en su interior. Los latidos de su corazón fueron abruptamente detenidos.
“Aingeru y familia.
Es un agrado para nosotros invitarles a formar parte de uno de los momentos más importantes de nuestras vidas. El cuál será único y eterno, bajo el compromiso y los ojos de Dios.
Queremos que nos honren con su presencia en este pacto de amor sincero que se efectuará el día 4 de septiembre.
Sin otra intención aparente, los esperamos con su presencia.
Atte.
Los novios:
Damian y Mareé”
Ya no respiraba, su mente estaba en blanco y el cuerpo no le respondía a las acciones que el cerebro le ordenaba a gritos. Dejó caer el parte de matrimonio, su semblante no era el mismo, se sentía desfallecer, el sentimiento de retroceso le deba de lleno en la sien y su madre trataba de traerlo vuelta a la realidad. A la realidad que había formado con el tiempo, esa que ni siquiera era real.
- Querido, hijo… ¡Reacciona!- Lo zamarreaba sin lograr resultado alguno.
- Mamá…¿Por qué me diste un nombre que no traía alas incluidas?- Preguntó con la mirada perdida, como si fuera el eco de una persona lejana, una que ni siquiera se le aparentaba con quién era ahora.
Su madre dolida, lo abrazó sin que su acción le fuera correspondida. Lo refugiaba bajo la calidez que todos los días intentaba mantener viva, lo arrullaba como años atrás, acariciando insaciablemente su espalda.
Sin embargo, Aingeru no estaba, se había ido al mundo de las almas heridas, y escuchaba como a lo lejos su madre le pedía volver. Pero él seguía caminando entre los escombros, buscando recuerdos que le hicieran entender lo que acababa de leer.
Decidió regresar de su letargo, el color había vuelto a su piel, miró a su madre y le regaló una de sus sonrisas más convincentes, separándose de ella se dirigió a la escalera para emprender camino a su habitación. Abandonando la sala, dejó que la oscuridad de la noche continuara su lento baile junto al silencio, exiliando la luz del día por unas cuantas horas.
Por primera vez en mucho tiempo, Aingeru había tomado una decisión que no iba a cambiar por nada en el mundo…