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Las reuniones de las tardes por B P G C

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Notas del capitulo:

Hola, esta es la primera vez que escribo un fanfic, así que me disculpo de antemano por cualquier error que cometa, lo cual puede hacer que la historia no sea de su agrado, independientemente de lo aburrido que pueda tornarse el argumento. A pesar de todo, espero que les guste el trabajo; sin embargo, les advierto que no es una historia muy bonita, precisamente.

I

 

Era la primera vez que entraba en aquel pequeño café de paredes oscuras, que transmitían una agradable sensación de cobijo. Sus padres iban detrás mientras él recorría la estancia vacía, exceptuando a John, su esposa Martha y su hijo David. Los adultos se saludaron con un efusivo saludo antes de sentarse en una de las mesas, mientras ambos niños se dirigían a la parte más profunda del lugar para jugar, sentados en el suelo. Sólo entonces fijó la mirada en un hombre ya entrado en años, cuya mirada se perdía en sus pensamientos; sin embargo, tras sentir su presencia, el hombre le saludó con una cordial sonrisa.

            David sacó una caja de juguetes que ocultaba bajo una mesa que pocas veces estaba ocupada, y rápidamente ordenó varios muñecos y tableros con los que se entretuvieron por mucho tiempo, ignorando la presencia de ese adulto desconocido hasta que éste se acercó a hablarles, mostrando conocer los juegos con los que se divertían. Sus padres, Sharon y Jordán, miraban con desconfianza al extraño desde su asiento.

— No se preocupen – les tranquilizó John cuando se levantaron con la intención de alejar a su hijo de esa persona – es un amigo de la familia, viene mucho aquí a pasar las tardes; es nuestro mejor cliente.

            Sharon y Jordán siguieron vigilando, a pesar de los intentos de John y Martha para que les prestaran atención. Ya habían pasado demasiados años sin haberse visto, ya tenían hijos y muchas cosas que contar; querían saber y decir apenas un poco de esa gran cantidad de historias que desconocían hasta el momento. Mientras, el hombre se había unido a los juegos infantiles de los niños, y así continuaron hasta que la noche se hizo presente, obligándolos a abandonar el local para regresar a casa.

— Entonces… ¿quién era ese señor que jugaba contigo, Tom? – preguntó Sharon, tratando de disimular la inquietud en la voz.

— Se llama William. Es una persona bastante agradable, ¡no puedo creer que un adulto supiera tanto de juegos! ¿Sabes, mami? ¡No pude ganarle ni una sola vez en nada!

            Sus padres escuchaban las largas exclamaciones, llenas de sorpresa y admiración, que decía su hijo a lo largo del camino, siempre esperando algún comentario que delatara una actitud extraña. Pero no sucedió nada; llegar al final del relato les causó tranquilidad, y finalmente pudieron sonreír ante la idea de que su hijo había encontrado placentera esa tarde.

 

 

II

 

            Continuaron visitando el café durante meses, y siempre se encontraban los tres. Los adultos ya habían acabado su reserva de historias fantásticas y se limitaban a conversar sobre temas banales, a los que prestaban poca atención; John y Martha hablaban para distraer a Sharon y Jordán, y ellos se quedaban sólo para vigilar a su pequeño hijo. Hasta que, casi pasado un año, dejaron de hacerlo. William había sembrado confianza en sus mentes y dejaban a Tom bajo sus cuidados, jugando con David y almorzando los sencillos platos que sabía preparar Martha. Cada vez que llegaban, William tenía reservado algún regalo para Tom: el muñeco más nuevo que hubiese sido anunciado en la televisión, todos los tomos de los comics por los que el pequeño mostraba interés, múltiples juegos de mesa… Ya Tom no tenía nada que pedir a sus padres, y su habitación estaba tan llena de juguetes, que no sentía atracción hacia las novedades que anunciaban y que William todavía le ofrecía.

            Más allá de los regalos, Tom sentía una enorme admiración por William. Se sentía atraído por sus grandes conocimientos, no sólo en juegos, sino en cualquier cosa. No importaba cuantas preguntas le hiciera, siempre respondía a todas con la suficiencia de quienes están seguros de no estar equivocados. Llegaba a su casa demostrando todo lo que aprendía con aquel hombre, esperaba con ansías la hora de acudir a su encuentro y se iba por las tardes con una mezcla de tristeza y rabia, mientras veía su figura sonriente alejándose a sus espaldas, despidiéndose con la mano hasta que se perdía de vista.

            No fueron pocas las veces en las que David presionó a sus padres para tener juegos que William no hubiese ofrecido a Tom, y con grandes sacrificios, John y Martha cumplían sus caprichos; el diminuto café apenas les generaba dinero, y empezaban a sentir las necesidades económicas con más fuerza cada mes. Aun así, David obtenía juguetes nuevos, que sacaba con una vanidad reluciente. Eran sus momentos de gloria cuando podía estar a solas con Tom, William sentado en su mesa habitual observando las reglas de los juegos, manteniendo un profundo silencio.

            Tom comenzó a darse cuenta de los desesperados intentos de David por atraerlo, alejarlo de ese hombre que mostraba más sabiduría que cualquier otro adulto que hubiese visto antes.

— Juega conmigo – insistía David cuando Tom avanzaba, casi hipnotizado, hacia William.

— Quiero estar con William; estaré contigo en un rato – era la típica evasiva de Tom, quien se frustraba en ocasiones ante las constantes peticiones de su amigo.

            De nada le servía a David sus continuos intentos; William parecía demasiado perfecto a los ojos de Tom, se había convertido en una especia de ídolo a quien no temía expresar el asombro que le causaba.

 

 

III

 

— Hay juegos más entretenidos que los juegos de mesa – empezó William

            Había llamado a Tom aparte, al segundo piso que, hasta ese entonces, ignoraba que existiera en el local. Lograron estar solos tras una larga discusión con David, quien insistía en acompañar a Tom; no pudo aguantar los gritos de su compañero y se fue a jugar en su lugar preferido, de espaldas a la puerta para que nadie viera como saladas lágrimas recorrían su rostro, sintiendo en extremo su soledad.

— ¿Quieres que te enseñe alguno de esos juegos? Ya verás lo mucho que te vas a divertir – añadió con un gran entusiasmo, que contagió de inmediato a su acompañante.

— ¡Si, si quiero! ¿Qué es lo que tengo que hacer?

— Es sencillo, sólo te dejaras conducir por lo que William diga

            Tom aceptó, con una amplia sonrisa y un brillo alegre en sus ojos. El adulto se agachó frente a él, observándolo con detenimiento. Al principio, su mano dudó en el aire, pero finalmente la posó entre las piernas del chico hasta que palpó algo suave. Frotó lentamente sus dedos, ensanchando su sonrisa al notar como aquello se volvía duro, rígido, y su emoción aumentó cuando dejó de ser algo inerte para levantarse poco a poco. Tom profirió un débil grito ahogado al sentir la caricia junto con el cambio que experimentaba su cuerpo, y sintió como se ruborizaba.

— ¿No te gusta? – preguntó William arrastrando las palabras por el placer.

            Tom se limitó a asentir. Sin embargo, lo consideró un juego más, le pareció divertido en cierto grado. Sólo era un juego más.

 

 

IV

 

            David se fijó en las miradas que mantenían ambos antes que ninguna otra persona, como si compartieran un secreto; ya se habían visto varias veces en el segundo piso del café. Durante los primeros días, David todavía intentaba unirse a ellos, pero dejó de insistir después de un día en que, molesto por su incomprensible apego, Tom gritó palabras que son insultos a los oídos de los niños.

            Aun así, no dejó de perder interés ni preocupación al ver la actitud entre su amigo y aquel hombre que ahora veía con desprecio. Sus padres atribuían su actitud a una pelea desconocida, y los padres de Tom lo consideraban una actitud celosa que rayaba en lo cómico.

            Durante sus sesiones privadas, William siempre sometía a Tom al mismo ejercicio, y él siempre accedía ya sin inmutarse en los cambios y dejándose llevar por lo placentero del momento. Una tarde, volvieron a reunirse en el segundo piso. David ni siquiera los siguió con la mirada; prefirió refugiarse en la cocina y concentrarse en ayudar a sus padres en la limpieza, buscando borrar cualquier pensamiento ligado a Tom. Al entrar con el adulto, el pequeño fijó los ojos en el decorado especial de la habitación: de alguna forma impresionante, William había adornado la estancia con velas encendidas, a pesar de que la luz del sol entraba a raudales por la ventana, cuyas cortinas transparentes estaban corridas; en el centro estaban dispuestas varias mantas blancas, arregladas en el suelo.

— Apenas hemos jugado un poco, pero aún hay más pasos dentro del juego – comentó William, al tiempo que se acercaba hacia Tom.

            Lo abrazó por detrás; a Tom no le molestó la situación hasta que, aún permaneciendo tras él, William comenzó a sacarle la camisa y buscar con torpeza el cierre de su pantalón, mientras sus labios recorrían sus cabellos de color caoba. El niño se apartó bruscamente, sintiendo el frío en su piel desnuda, sin apartar su mirada extrañada del rostro de William.

— No temas – susurraba con dulzura, mientras se desvestía – te va a gustar bastante.

            Lo empujó con la fuerza necesaria para hacerlo caer en el conjunto de sabanas; la cálida lana evitó que sintiera dolor al caer, pero no podía aplacar la creciente sensación de que algo no estaba bien. La atmosfera la sentía cargada de algo invisible pero opresivo, y esa sensación aumentaba al verse paralizado; pobre niño, no conocía hasta entonces el miedo.

            El adulto se puso delante de él y presionó sus labios contra los suyos. Tom abrió los ojos de par en par: definitivamente, aquella situación no le agradaba, sentía repugnancia cuando la viscosa saliva de William entraba en su boca sin que nadie pudiese detenerla, creía que se ahogaría en cualquier instante. Separó su cara violentamente, lo inesperado de la acción desconcertó al adulto por unos breves segundos, tras los cuales retomó su labor, pasando su boca por el resto de su cuerpo.

            Sus pensamientos clamaban que huyera, pero sus piernas habían quedado inmóviles. Se movió involuntariamente cuando William volteó su cuerpo y lo apoyó con una de sus manos, fijada con firmeza en su espalda; su risa resultaba inquietante, y se vio amplificada cuando percibió los latidos del desbocado corazón de Tom bajo sus pálidos dedos; por eso, le costó trabajo separar su mano de la espalda para sujetarlo por la cintura, alzarlo hacia él y dar inicio a lo que Tom consideraba más que una tortura. Durante los primeros minutos mantuvo la situación aplacada con ternura, pero poco a poco perdió el control, a merced de las emociones, y empezó a hacer todo rápido, rápido, más y más rápido, mucho más de lo que aquel niño podía soportar en silencio. Al sentir un intenso dolor, su miedo aumentó y conoció el pánico y el horror cuando sintió un líquido caliente deslizarse en su entrepierna, seguido de otra sustancia que él mismo estaba expulsando sin querer y otra que sentía entrar dentro de él; miró hacia abajo y la mezcla del olor a sangre y el resultado de ese tormento, junto con la desagradable visión, le produjo nauseas.

— ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Auxilio, por favor, auxilio! ¡¡David!! ¡¡Ayúdame!! ¡Ayúdenme, ayúdenme, ayúdenme!! – chillaba lleno de desesperación, la misma con la que se soltó de férreo agarre de su captor.

Corrió por la habitación hasta llegar a la puerta, la cual encontró cerrada; como si no pudiese entender la imposibilidad de su escape, movía la manija frenéticamente, escapándosele entre sus manos empapadas en sudor.  Pero, ¿Cuándo? ¿Cuándo se había cerrado esa puerta? ¡Ah! La escena no cabía dentro de sus inmaduros pensamientos, pero mientras estaba embelesado con las velas encendidas, sin duda imaginando algo como un juego de esoterismo, aquel hombre asqueroso que le miraba divertido, mareado por el éxtasis, había pasado todos los cerrojos de la puerta.

— ¡¡Auxilio, auxilio, auxilio!! ¡¡Sáquenme de aquí, socorro, socorro, socorro!! – gritaba, su garganta le ardía por el esfuerzo al que sometía sus cuerdas vocales.

            No supo cómo logró quitar el único pestillo que separaba el mundo normal de aquella pesadilla. En cuando la puerta se abrió, corrió llenando el silencio con sus chillidos mezclados con su llanto. John, Martha y David salieron al pasillo en el momento perfecto para ver a un pálido Tom, completamente desnudo y con las piernas manchadas de sangre. Tan pronto los vio, se escondió detrás de ellos y sintió un poco de protección; la pareja se quedó atónita cuando, al pie de la escalera, un despeinado William se detenía a mirar al chico. También estaba desnudo, y su mirada enloquecida asustaba.

— Fue más divertido que con David: ¡y pensar que este niño sólo tiene cinco años! – confesó con asombro.

 

            Los policías llegaron a los pocos minutos junto a los padres de Tom, pero ya para entonces ambos niños habían discutido. David confesó haber conocido la afición de William, había caído también en sus seductoras trampas y, aunque desde la primera reunión se sintió incómodo, jamás comentó nada por temor a lo que aquel adulto pudiera hacerle. El dolor que había sentido, el cual se prolongó hasta que David se escondió con sus padres y, posteriormente con Tom, le había permitido creer que aquel hombre podía hacerle mucho más que eso si llegaba a enfadarse. Desde su silencio, quiso tratar de evitar que le sucediera lo mismo a su mejor amigo hasta que sus ánimos por salvarlo decayeron; no se atrevía a decirle la verdadera identidad de esa persona, y si tomaba medidas más discretas como hablar con los padres de Tom, veía la posible conexión que haría su verdugo con respecto a los hechos: él sería el único responsable, y pagaría las consecuencias de sus palabras.

            John y Martha no hallaban que decir; estaban mudos ante la explicación, y en sus rostros se dibujaban innumerables sentimientos: rabia, dolor, decepción.  No eran distintos a Sharon y Jordán, quienes no se quedaron a hablar de lo ocurrido; necesitaban tiempo para pensar y poner en orden sus ideas, necesitaban hacerle frente a los problemas que se veían venir.

            Aunque Tom se sentía valiente, a pesar de haber llorado hasta donde le permitió su voz, no pudo evitar ver la misma imagen abatida y miserable, que se reflejaba en el rostro de David, cuando subió al carro de sus padres y observó su cara dibujada en la ventana.

Notas finales:

Bueno, aquí culmina mi primer trabajo... y quizás el último dependiendo de qué tan mal me vaya. No olviden dejar sus opiniones, son bastante importantes. Nuevamente, espero que les haya gustado y les pido perdón por cualquier error que tenga, los cuales trataré de mejorar con el tiempo.

Hasta la proxima... si es que existe una proxima vez


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