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Diario de una Vida por SHINee Doll

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Notas del capitulo:

Nueva idea, nuevo fic; cuento viejo, vida pasada (?). 


Todo esto es extraño, lo admito. Quería escribir algo parecido desde hace mucho tiempo, contar una historia que muchos dirán 'no pasa en la vida real', pero no encontré un modo más anormal de hacerlo. Las partes que verán del Diario de Kibum no son un invento, son una realidad que para muchos podrá resultar falsa.


Angie, bebé, tu conoces esta historia mejor que nadie; has escuchado el trasfondo de esta narración y sé que podrás entender lo que digo. Esta es la historia que te prometí, pero de un modo diferente. 


Espero disfruten de ella. ¡Saludos!

¨.:*'¨~ ♥ Diario de una Vida ♥ ~¨'*:.

 

 “Todo en esta vida tiene una explicación, una razón de ser, incluso aquello que creemos imposible de comprender. Cuando era pequeño, pensaba que las hadas y las princesas eran reales, que los sueños se hacían realidad y existían los príncipes azules. Al comenzar a crecer, la realidad me golpeó con fuerza desmedida, mostrándome ese lado que desconocía totalmente, arrebatándome personas valiosas y mostrándome lo poco que se debe confiar en los otros. Y entonces ocurrió eso que siempre quise y jamás me creí capaz de lograr: me enamoré, siendo correspondido por vez primera. Y eso… Eso marcó por completo mi vida… Fue ese sentimiento, esa extraña sensación de revoloteo, el comienzo de la historia que estoy por contarles. La historia de mi vida.”

 

¨.:*'¨~ ♥ ~¨'*:.

 

Capítulo I. ¿Enamorado de él? ¡No! Aunque, ¿qué importa si lo estoy?

 

Abrió los ojos lentamente, sorprendiéndose al haber despertado antes que la insistente alarma comenzase a sonar. Miró la hora distraídamente, percatándose que aún no eran ni las cinco de la mañana. Sin embargo, ahora que estaba despierto le sería imposible conciliar el sueño una vez más. Apartó las sábanas y salió de la cama, comenzando a ordenarla antes de dirigirse a su armario y seleccionar la ropa perfecta para ese día que comenzaba tan prometedoramente.

 

Cuarenta minutos más tarde, Kim Kibum se encontraba en la cocina del pequeño apartamento que compartía con Choi Minho, aquel chico alto que había conocido en uno de sus viajes fuera de la ciudad y que, lentamente, se había ganado su confianza durante aquellas dos semanas que estuvo fuera de casa. Comenzó a buscar los ingredientes necesarios para preparar el desayuno y puso la mesa, cocinando con una sonrisa en los labios, misma que desapareció apenas vio al deportista cruzar el umbral de la puerta. No había motivo alguno para que fuera tan serio con él, tan hostil, pero cuando Minho estaba bastante cerca podía asegurar que ambos escuchaban el golpeteo de su corazón dentro de su pecho y después de un sinfín de malas experiencias, lo que Kibum menos deseaba era que otro chico irrumpiera en sus pensamientos y le arrebatara lo poco conseguido.

 

-¡Buenos días!- saludó alegremente al alto, sentándose en la silla frente a la que Kibum había dispuesto para sí mismo, como cada mañana.

 

-Buenos días.- respondió el otro sin entusiasmo, sirviendo el desayuno para ambos. -¿Saldrás hoy?- lo vio asentir y suspiró. –Recuerda llegar temprano.-

 

 Minho asintió, preguntándose por qué Kibum no hablaba con naturalidad con él. A veces sentía que lo trataba como un niño, a pesar que era solo menor por algunos meses. ¿Tan poca fe tenía en él? Comió en completo silencio, mirando a Kibum de reojo y preguntándose cientos de cosas acerca del bonito muchacho de la mirada felina. ¿Qué sabía de él? No mucho, la verdad. Entonces, ¿cómo es que terminaron viviendo juntos? ¿Cómo podían compartir cada momento del día si ni siquiera eran capaces de mirarse a los ojos cuando hablaban? ¿A qué le tenía miedo el mayor? Tomó un trago de jugo, ignorando el montón de preguntas que se agolpaban en su mente.

 

Kibum terminó de comer primero y se levantó de la mesa, dejando el plato sucio en el fregadero y perdiéndose tras la puerta de su habitación. Choi le siguió con la mirada, recordando el día en que le conoció.

 

 

 

 

 

Incheon era una ciudad bastante popular en aquellas épocas del año y Minho lo sabía mejor que nadie. Detrás de aquel mostrador, mientras usaba un delantal rojo, se preguntaba cuántas personas más debería atender en la cafetería de sus tíos antes de poder encontrar un trabajo decente. Aquella tarde el cielo estaba oscurecido y las primeras gotas de lo que amenazaba con ser el comienzo del periodo de lluvias comenzaron a caer. La cafetería estaba vacía debido a ello, contrario a la idea de su familia de que en tardes como aquellas el negocio marcharía mejor. Estaba por cerrar e irse a casa cuando un cliente apareció. El muchacho miraba todo con ojos inexpresivos, como si buscara algo diferente, pero sus pasos terminaron guiándolo hacia una de las mesas en el exterior, desde donde podía apreciar todo y nada a la vez.

 

Minho se acercó a él, analizándolo con detenimiento desde una distancia prudente. El chico debía tener su edad, era más bajo que él y sumamente delgado, de facciones delicadas y rasgos únicos. Tenía el cabello rubio con algunos reflejos dorados, lo que hacía que su piel se viese mucho más clara y delicada; y sus ojos felinos estaban delineados perfectamente, acentuando la mirada segura. Los delgados labios rosas se curvaron en una sonrisa de revista cuando le vieron y no le quedó más remedio que terminar de acortar la distancia y detenerse frente a la mesa que ocupaba el rubio.

 

-¿Puedo tomar tu orden?- preguntó cordialmente, sonriendo sincero.

 

-Americano.- se limitó a murmurar, volviendo su atención a la calle casi vacía.

 

-Un momento, por favor.- el mesero desapareció tras la puerta de acceso a la cafetería, preparando la orden del rubio. –Aquí está. ¿Desea algo más?- le vio negar y con una sonrisa volvió al interior de la pequeña cafetería, ocupando un lugar desde el cual pudiese seguir viendo a ese curioso muchacho. -No eres de aquí, ¿cierto?- se atrevió a preguntar cuando le llevaba la segunda taza de café y el muchacho felino respondía un mensaje de texto. -No me parece haberte visto antes.- el otro simplemente negó, sonriendo de lado mientras guardaba su móvil. -¿Estás de vacaciones?-

 

-¿Siempre acosas a tus clientes con preguntas de este tipo? Porque si es así, déjame decirte que esa es la causa de que este lugar esté vacío.- trató de no reírse, de fingirse ofendido, pero el tono sarcástico que el mayor estaba empleando le resultó adorable. -¿Qué es lo gracioso?-

 

-Tratas de ser frío conmigo, pero no puedes engañarme.- el rubio enarcó una ceja, burlón. –Soy Choi Minho.- extendió su mano y esperó que el otro la tomara, cuando finalmente lo hizo se encontró a si mismo sonriendo. –Es un placer conocerte…-

 

-Kibum, Kim Kibum.- se presentó, mordiéndose el labio y mirándolo coqueto tras sus pestañas, pero el mesero no pareció darse cuenta.

 

 

 

 

 

Kibum tomó asiento en la misma mesa de cada tarde, contemplando el menú con desinterés, jugando con sus dedos sobre la mesa. Minho le atendió unos minutos después, con una brillante sonrisa y una mirada cálida. –Es un gusto verte de nuevo, Kibum.- susurró alegre, anotando en su libreta la misma orden de siempre.

 

-Sabes, Minho.- habló despacio, indicándole al muchacho que se sentara junto a él. –No me relaciono fácil con la gente, supongo que eres la excepción. Me iré este fin de semana, así que quiero que me muestres lo maravilloso de esta ciudad antes de que parta.-

 

-¿Te vas tan pronto?- preguntó visiblemente entristecido. –Pensé que estabas de vacaciones.-

 

-Lo cierto es que vine por cuestiones de trabajo, así que lo único que conozco es este lugar.-

 

-¿A dónde te irás?- le miraba con curiosidad y los ojos inexpresivos por un momento reflejaron cierta ternura.

 

-Regreso a Seúl.- miró la calle transitada y suspiró, para luego probar su café.

 

-¡¿Seúl?!- casi gritó el otro, sonriendo alegremente. –Terminado el periodo vacacional iré a Seúl también, ahora me encuentro buscando un lugar donde vivir, aunque no he tenido tiempo para ir personalmente y…-

 

-Tengo una habitación vacía.- soltó de repente, mirándolo serio. –Pensaba ofrecerla pronto, ¿te interesa?-

 

Minho asintió y Kibum le regaló una sonrisa que distaba de todas las que había visto antes. Definitivamente, esta decisión cambiaría las vidas de ambos.

 

 

 

 

 

Terminó su desayuno con una sonrisa en los labios, preguntándose cuánto habían cambiado las cosas después de haber conocido a Kibum. Le había costado mucho convencer a sus padres de dejarlo quedar en casa de un desconocido, aunque el chico que visitaba la cafetería cada tarde no parecía un verdadero peligro. Cuando finalmente lo logró, empacó su maleta y emprendió el viaje a Seúl la misma tarde que el mayor, observándolo durante todo el trayecto hasta el gran apartamento que poseía éste.

 

Ahora, mientras lavaba los platos sucios, recordaba aquellas tardes donde pasaron algunas horas juntos, caminando por las calles de la ciudad, visitando lugares que Kibum no debía perderse y cuyos recuerdos se grabarían en su memoria por siempre. Porque Minho se sentía distinto al estar tan cerca de él, aunque no podía explicarlo.

 

-Minho, ¿no han llamado de la tintorería?- preguntó el más bajo, asomando su cabeza dorada por la puerta. –Se supone que deberían haberlo hecho ya.-

 

-Anoche.- respondió bajito, avergonzado por haberlo olvidado. –Dijeron que podrías ir a mediodía.- 

 

-Gracias.- y desapareció tal como había llegado, perdiéndose nuevamente en su habitación.

 

-Él es tan reservado.- murmuró Choi, secando sus manos. –Sigo sin saber qué está pensando o cómo se siente.- negó con su cabeza. -¿Cómo puede gustarme alguien que ni siquiera conozco? ¿Será esa la razón? Kibum es un completo misterio…- se rió de sus propias palabras y fue a su cuarto, recostándose en la cómoda cama, cerrando los ojos, sin ser consciente del momento en que se quedó profundamente dormido de nuevo.

 

 

 

 

 

Tomó el cuadernillo de tapa rosada entre sus manos y pasó las páginas lentamente, pensando en lo estúpido que aquello resultaba en ocasiones. ¿Por qué, a sus veintiún años, seguía escribiendo un diario? No era un colegial, un chiquillo curioso ni nada parecido; entonces, ¿por qué no podía deshacerse de esa cosa del pasado? Contempló un par de fotos ocultas entre páginas maltratadas y apretó los ojos, borrando esos recuerdos de su memoria.

 

-¿Estaré equivocándome de nuevo?- preguntó en voz alta, guardando el diario en el cajón de su mesa de noche, olvidándose de echar el seguro como cada día. -¿Habré hecho mal en invitar a Minho a vivir conmigo?- negó. –Sólo no debo relacionarme de otra forma con él. Necesitaba un compañero de apartamento, alguien con quien compartir gastos; él buscaba un lugar; eso es todo.- trató de convencerse. –Llevamos viviendo juntos alrededor de tres meses y no ha cambiado nada; así que no hay riesgo.-

 

Se levantó de la cama rápidamente, tomando las llaves y saliendo del apartamento. Debía ir a comprar algunas cosas para la despensa y pasar a la tintorería antes de salir esa tarde. Mientras esperaba que lo atendiesen, a su mente vino una conversación mantenida con el menor antes de regresar a Seúl.

 

 

 

 

 

-¿Te ha gustado aunque sea un poco la ciudad?- Kibum le miró igual de inexpresivo que siempre, sonriendo apenas perceptiblemente. –No sueles hablar mucho, nunca sé que piensas o cómo te sientes. Si vamos a vivir juntos, ¿no debería al menos conocerte un poco?-

 

-Todo eso lo descubrirás con el tiempo, Minho.- susurró, soltando una pequeña risita que dejó asombrado al otro. –Además, ¿para qué quieres saberlo todo de mí? Es mejor guardarse algunas cosas para uno mismo, ¿no?-

 

-No creo que sea así.- habló el alto. –Si te guardas las cosas, no estás siendo sincero ni contigo mismo.-

 

-Quizá sean cosas que no puedan contarse.- cortó inmediatamente, con el ceño fruncido. –Todos tenemos secretos, Minho, estoy seguro que incluso tú los tienes.-

 

-Estaré dispuesto a contártelos con gusto.- los ojos grandes se detuvieron en los suyos y tanta seguridad lo hizo sentir pequeño.

 

-No me interesa saberlos.- respondió torpemente y se puso de pie, dejando al otro completamente solo.

 

 

 

 

 

-Estúpido niño.- susurró Kibum con una sonrisa en los labios. -¿Cómo te has colado tanto en mi vida?- se mordió el labio, viendo su reflejo en el cristal de la vitrina aquella, con los ojos gatunos brillando de un modo que hasta a él le sorprendió. -¿Qué me pasa contigo, Choi?-

 

Camino al departamento se permitió pensar un poco acerca de su compañero de apartamento, el cómo se habían conocido y lo fácil que le resultó hablar con él desde el primer momento que le vio. Ahora se sentía extraño en su presencia y estaba seguro que su corazón se agitaba cuando lo tenía muy cerca.

 

-Acaso, ¿estaré enamorándome de él?- preguntó a la nada, mordiéndose el labio de nuevo. -¡No, no, no y no!- negó repetidas veces, sintiéndose estúpido. –No puedo enamorarme de alguien que no conozco, que no me conoce, y que no me interesa.- dio un trago al refresco que había comprado y volvió a negar, tratando de convencerse. –Aunque si fuera así, ¿qué tendría de malo?-

 

Sonrió de nuevo, aunque estaba seguro que se arrepentiría de pensar que le gustaba Choi Minho. Y se arrepentiría muy pronto.

 

 

 

 

 

Minho despertó un par de horas más tarde, desorientado. Salió de la cama presuroso al ver que pasaba de mediodía y que debían ir a recoger la ropa limpia antes de que cerrasen la tintorería. Llamó a Kibum muchas veces, pero no obtuvo respuesta. Tocó la puerta y la abrió entre disculpas, percatándose que el dueño no se encontraba en el interior tal como él pensaba. Por vez primera se permitió violar la privacidad de su compañero y curiosear un poco.

 

El cuarto de Kim Kibum era diferente de lo que esperaba, de eso no cabía duda. Contraria a su actitud desinteresada, fría y hasta cierto punto antipática, la decoración de aquella habitación era en extremo colorida y detallada. Las paredes estaban pintadas de un tono aqua perlado que contrastaba con los muebles llamativos. A su izquierda había un enorme armario con puertas de espejo que ocupaba más de la mitad de la pared y dejaba espacio únicamente para el escritorio en la esquina, sobre el que se encontraba en la parte de esa pared el ordenador de pantalla plana y del lado que quedaba sobre la otra pared, un montón de libros y revistas. Justo donde acababa el escritorio había un sofá-cama de color rosa oscuro, adornado con cojines azules.

 

En la misma pared, tras el sofá, existía una enorme ventana cubierta con cortinas verdes, adornadas con varios retazos naranjas y amarillos. Y más allá, sobre la otra pared encontró un sofá-cama igual pero azul, con cojines rosas. Sonrió ante los colores infantiles. Entre ambos asientos había una mesa con más revistas y algunas cajas de colores. Tras la puerta, a su derecha, se encontraba la cama y una pequeña mesa de noche. El centro de la habitación estaba completamente libre de muebles, con el piso cubierto por una alfombra rosa claro. No pudo evitar preguntarse por qué la disposición del cuarto era de tal manera, pero le restó importancia. ¿Sería la cama tan cómoda como aparentaba con esas sábanas suaves y el montón de cojines coloridos?

 

Se sentó sobre ella, reparando a su vez en el cajón entreabierto de la mesa de noche. Algo rosa dentro de aquel mueble blanco captó su atención. Terminó abriendo el cajón por completo y tomó el cuaderno de tapa rosada entre sus manos. ¿Qué se suponía era eso? Lo miró por algunos minutos, curioso, hasta que algo hizo clic en su cabeza.

 

Eso que tenía en sus manos era, sin duda alguna, el Diario de Kim Kibum.

Notas finales:

Lentamente irá cobrando sentido... o eso espero. Realmente me interesa saber lo que piensan, porque hay más de mí en esta historia que en las demás. Disculpen si es extraño, confuso, tedioso o por demás aburrido, pero es el resultado de largas horas de trabajo y el firme deseo de contar una historia que no a muchos les sucede.


Próxima actualización: 6 de abril de 2012 ~


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