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¿Te cuento un cuento? por Nemu Black Parade

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Notas del fanfic:

¡Buenas! Soy yo de nuevo, y os traigo una historia que creé para mi hermana pequeña y mayor fan, Denki Fun Ghoul, cuyo cumpleaños fue ayer.

El formato de este fic es "la historia dentro de la historia", es decir, un personaje que cuenta una serie de cuentos a otro. No es mi mejor historia, puesto que ésta es la primera vez que hago una cosa así (y la primera vez rara vez es buena), pero estoy satisfecha con el resultado.

Esta serie está basada en "Toaru Utautai Ningyô No Kiroku", una hermosa colección de canciones cuyo hilo de unión principal desconozco, aunque no por ello me gusta menos. Me vi obligada a coger lo más elemental de cada canción, aunque les tuve que hacer los cambios pertinentes.

No hay lemon, pero sí lime y vagas insinuaciones de lemon a lo largo de la serie.

Espero que disfrutéis leyéndolo.

Notas del capitulo:

URL (subtitulado al español): http://www.youtube.com/watch?v=h2f-SLtJWv4

Personajes:

-Emil Steilsson (Islandia)

-Gunnar (el hijo de Islandia y Hong Kong)

COUPLE IN EVENING

-Berwald Oxenstierna (Suecia): "científico de piel y ojos blancos"

-Tino Väinämöinen (Finlandia): "la bella mujer de ojos rojos del científico"

-Peter (Sealand), Loke (Ladonia): "los hijos del matrimonio"

-Lukas Bondevik (Noruega): "la malvada Reina de la Nieve"

"Toaru Utautai Ningyô No Kiroku" pertenece a Clock time Project.

Axis Powers Hetalia pertenece a Hidekaz Himaruya-san.

-Gunnar, estate quieto...

El aludido hizo un puchero y miró a su "madre" fijamente.

-¡Pero es que está tardando mucho!- se quejó, volviendo a corretear por todo el salón con sus pequeñas y gordezuelas piernas.

Emil suspiró largamente ante las protestas de su pequeño.

-Elskan (Cariño), espera un poco más. No le ha de faltar mucho.

Gunnar hizo un puchero, enfadado, y señaló a la ventana con insistencia mientras daba saltitos.

Mamma, pero es que me prometió que volvería pronto y mira, está atardeciendo!

-Atardeciendo, ¿eh...?- se dijo Emil, levantándose del sillón donde había estado cómodamente sentado y cogiendo a su hijo en brazos- ¿Sabes...? Esta puesta de sol me recuerda mucho a una leyenda que me contó tío Lukas cuando yo era chiquitín... claro que...

-¿Una leyenda?- repitió Gunnar, mirándole con los ojos bien abiertos. Bien. Había logrado atraer su atención- ¿Me la contarás?

-No creo- hizo como que se lo pensaba-. Tío Lukas sólo me contaba cuentos si era bueno, así que...

-¡Seré bueno, seré bueno, te lo juro!- suplicó la criatura, poniendo mirada de cachorrito- ¡Cuéntamela, porfis, porfis!

Emil sonrió. Disfrutaba mucho contándole historias a su hijo, y, además, así conseguiría tenerlo entretenido hasta que llegara su padre.

-Muy bien- empezó, sentándose de nuevo en el sillón, esta vez con su hijo en brazos-. Nuestra historia comienza en un pueblo muy lejano...





Desde hacía ya mucho tiempo, vivía en un pueblecito cercano a Oslo un carpintero muy famoso llamado Berwald Oxenstierna. Desde que su padre le había dejado en herencia su humilde carpintería, había logrado sacar a flote el negocio familiar gracias a su prodigiosa habilidad con la madera, subiendo por ello varios escalones en su posición social y consiguiendo que todos lo admirasen.

Era éste un hombre alto, con un cuerpo bien formado y tonificado, de piel clara aunque áspera por las condiciones de vida que había tenido en el pasado, y pelo rubio y corto y ojos cerúleos escondidos tras unos lentes cuadrados. La gente no solía acercársele mucho, puesto que, a pesar de su gran corazón, su cara estaba siempre deformada en un gesto indescifrable y, las pocas veces que hablaba, lo hacía con un tono seco y serio y siempre mirando fijamente a su interlocutor, lo cual les acababa aterrando.

Únicamente tres personas en todo el pueblo eran inmunes a aquella falsa impresión: un joven delgado, rubio y con hermosos ojos violetas llamado Tino, quien, con el paso de los años, había terminando siendo la "esposa" del carpintero, y, cómo no, los dos hijos que el "matrimonio" había adoptado, dos niños llamados Peter (un infante alegre y lleno de energía) y Loke (un chiquillo algo mayor que Peter, más serio y formal que él); su pequeña familia...

Berwald era muy feliz. Estaba bien de salud; era famoso; le pagaban mucho dinero por cada mueble que vendía; tenía una pequeña familia a la que cuidaba como si fuera su mayor tesoro y que, por si no fuera poco, lo quería... Aunque su mayor recompensa la recibía cuando, tras llegar a su casa, agotado tras un duro día de trabajo, Tino lo recibía con una sonrisa, sus encantadores ojos centelleando de felicidad, y le saludaba con su voz, gorjeante y armoniosa como la de un pajarillo. Ciertamente, era un hombre que lo tenía todo...

Pero aquella atmósfera de paz y tranquilidad, que había permanecido intacta a medida que pasaban los años, se había roto en mil pedazos el día anterior.

Había sido el pequeño Peter quien lo había visto primero. Un carruaje enorme y suntuoso, digno de un rey, que iba hacia ellos, arrastrado por media docena de orgullosos caballos, del mismo color que la nieve que pisaban y agrietaban a medida que avanzaban por el claro. Tino (quien había salido, alertado por el repentino silencio de su hijo) y el propio Peter se lo habían quedado mirando con la boca abierta hasta que se detuvo frente al caminito de losetas que llevaba a su casa y dejó salir de su interior a un hombre, alto, delgado y con una mirada gris azulado que imponía miedo y respeto, al que reconocieron enseguida como el rey.

Aunque el niño se había quedado rígido por el terror que le infundía el monarca, no se había atrevido a moverse del sitio en un gesto de infantil valor, hasta que el finlandés lo cogió en sus brazos y lo estrechó protectoramente contra sí.

-Su Majestad... ¿En qué... en qué podemos... servirle...?- había preguntado Tino, tratando de esconder las notas de miedo que poco a poco teñían su voz y apretando sin querer a su pequeño hijo.

El rey no se había molestado en contestar, tan sólo en mirarlos fijamente a ellos y a su hogar con una mirada vacía que sólo conseguía asustarlos más.

-¿Está aquí el dueño de la casa?- había preguntado, con una voz seca y fría que les había hecho sentir escalofríos.

Tino había negado educadamente con la cabeza, tratando de reprimir el horror que el soberano despertaba en él, y farfullado un "no está, pero llegará pronto" que el otro había interpretado como que podía pasar a esperarlo, lo cual había hecho ante las desalentadas miradas de "madre" e hijo.

No mucho más tarde, Berwald había llegado a casa, encontrándose con un extraño carruaje ante su casa y con que su esposa no había salido a recibirlo. Temiéndose lo peor, había desmontado, recorrido a toda prisa los escasos metros que lo separaban de su hogar y llamado con impaciencia y nerviosismo a la puerta. Tino había salido a recibirlo, sin sonreír, y el carpintero supo que algo andaba mal, sospecha que se confirmó al ver al rey esperando en la cocina, no muy lejos de su "esposa".

-T'no, v'te a 'costar ' los n'ños- le había dicho, con un tono que no admitía réplica, y él lo había obedecido con prontitud, dejándolos solos a él y al rey, quien no le quitaba los ojos de encima, como determinando cuán útil le podría ser.

Y, en la misma cocina en donde debería estar disfrutando de una buena cena con su familia, había recibido un encargo que lo había dejado helado.



La noche era tranquila y estrellada. Ni una sola nube cubría el cielo, pero, al menos, la luna era nueva. No serían vistos. El carpintero abrió la puerta de su humilde casa, dejando entrar una fuerte ráfaga de aire frío que lo dejó temblando. Nervioso, volvió a cerrarla, paseando la vista por la habitación con una más que evidente impaciencia mientras esperaba a que su familia bajara las escaleras y se reuniera con él.

Apretó el puño derecho, estirando la piel y los músculos por encima de sus huesos y tornándolos de color blanco, mirando alternativamente y con desasosiego a las escaleras y al mudo exterior de la casa. No sin motivo, sospechaba que los soldados del rey podrían estar vigilándolo en aquel momento, y tenía ganas de irse de allí antes de que todo aquello fuera a más y el rey les hiciera daño a sus seres queridos.

Tras unos minutos que se le hicieron eternos, Tino, envuelto en su capa, bajó en silencio las escaleras, con Loke firmemente amarrado a su espalda para que no se cayera y el pequeño Peter en sus brazos, envuelto en una manta. Berwald se acercó a él y lo abrazó, con cuidado de no aplastar a sus retoños, para después besarlo con dulzura. El finlandés aceptó el beso, no sin cierto nerviosismo que hizo que el sueco se percatara de lo preocupado que estaba.

-Tr'nquil', T'no...- murmuró, acariciando su cabeza con suavidad, y éste se apoyó en su hombro-. S'ldrem's d' 'sta...

-Lo sé, Ber, lo sé...- manifestó, apretando a Peter contra su corazón- Pero es que no puedo evitarlo... Tengo mucho miedo... Temo por ti y por los niños...

-N' t'ngas m'do, y' est'ré ah' p'ra pr'teg'ros... c'mo s'mpre h' h'cho...- le aseguró, besando sus rubios cabellos de cuando en cuando para tranquilizarlo.

Muy a su pesar, Tino sonrió.

-Kiitos (Gracias), Ber... qué haría yo sin ti...- besó su mejilla, agradecido, haciendo que su "marido" se sonrojase- Rakastan sinuä (Te amo).

-J'g 'lskar d'g, fr'n... (Te amo, esposa...)- contestó él. acariciándolo una vez más antes de soltarlo, agarrar la mochila que previamente había llenado con algo de ropa y provisiones y abrir la puerta, permitiéndole la entrada nuevamente a aquel horrible frío.

Tino salió el primero, tratando de no hacer caer a ninguno de sus hijos, y Berwald fue tras él, cerrando la puerta de su casa en el máximo silencio y sin mirar, temeroso de no poder irse nunca si lo hacía. Mirándose el uno al otro, el carpintero pasó un brazo por los hombros de su pequeña "esposa" y empezó a caminar, con el otro avanzando a igual ritmo a su lado.

El silencio y la oscuridad de la noche los envolvieron como un manto, permitiendo que la familia avanzase segura, aunque Berwald habría jurado haber oído en varias ocasiones ruidos de pasos, achacados instantáneamente a meros productos de su imaginación. A causa del frío, salían pequeñas nubes de vapor de sus bocas, las cuales despertaban algo de temor en los "esposos", ya que temían que les pudieran delatar. De vez en cuando, uno de los niños se despertaba para protestar por el frío y la incomodidad, pero Tino les hacía callar con dulzura, prometiéndoles que, si eran buenos, pararían muy pronto.

Con el paso de las horas, el cielo se fue clareando lentamente hasta que el sol se asomó tímidamente por el Este. Para entonces, Berwald y Tino ya habían recorrido una distancia considerable y ya conseguían atisbar a lo lejos los tranquilizadores muros de piedra de la estación de tren. Animados, apuraron el paso con la intención de llegar antes, olvidado ya el intenso dolor que sentían en sus piernas...

...pero Berwald volvió a oírlo, más claramente que nunca en toda la noche.

Una ramita, no muy lejos de ellos, se había quebrado.

Y otra.

Y otra.

Tino, que también lo había oído, reaccionó echándose a correr, prontamente seguido por Berwald, pero no les sirvió de nada. Al llegar a una zona sin árboles, fueron capturados por las tropas reales, presididas por nada menos que el rey en persona, quien los miraba, colérico.

Peter se despertó al sentir una brusca sacudida y se echó a llorar, despertando así a Loke, quien coreó a su hermano con angustiados gimoteos.

-Chsss... Peter... Loke... Tranquilos, cariños, äiti (mamá) está aquí, chssss...- intentó calmarlos Tino, sin éxito, y Berwald se liberó de sus captores para ir a rescatar a su familia.

-Haced callar a esos forbannet barn (malditos niños) de una santa vez- siseó el rey, en un tono particularmente cruel que dejó tiesos a sus soldados y a los dos "esposos", pero consiguió el efecto que quería: los niños se callaron enseguida y se aferraron a su "madre" con toda la fuerza que el pánico les concedía, mirando a aquel hombre con horror.

-¿Qu' es lo qu' qu're d' mí, S' M'jest'd?- preguntó Berwald, con voz hostil, abrazando a un asustado Tino con fuerza mientras miraba al soberano con toda la ira que albergaba en aquel momento.

-¿Sabes...? No hay nada que odie más que un insurrecto, especialmente, si es una familia entera- dijo, con voz monótona y amenazadora, examinando detenidamente a aquellas cuatro personas-. Te di una oportunidad para redimirte y, por lo que veo, la has rechazado...

-N' t'ngo la m's m'nima 'ntenc'n de d'señ'r 'rmas d' gu'rra, si 's a 'so ' lo qu' se r'fier'...- contestó Berwald, fiero y protector, acariciando tranquilizadoramente la espalda de Tino y la cabeza de Loke- N' qu'ro qu' se m' rec'rde p'r c'sas as'... ni qu'ro qu' mis h'jos cr'zcan sab'ndo qu' su p'dre c'ntrib'yó ' m'tar ' c'ntos de p'rson's...

Por un rato, se hizo un tenso silencio que fue roto por la seca risa del rey.

-Te has convertido en un blando, ¿no es así...?- lo miró por última vez, y Berwald supo que estaba ya condenado- Apartadlo de su familia.

Antes de que pudiera darse cuenta, su "esposa" e hijos le fueron arrancados de sus brazos, y lo último que vio y oyó antes de sumirse en la oscuridad fue un fulgor plateado y los angustiados gritos de Tino...



-Berwald... Berwald... ¿estás bien?

Berwald abrió los ojos con mucho esfuerzo, sintiendo que se mareaba cuando todo apareció borroso ante sus ojos.

-¿T'no...?

Una mano acarició amorosamente su cabeza como respuesta, y el carpintero se movió y forzó la vista todo lo que pudo hasta que pudo distinguir vagamente su silueta. Era él, su dulce "esposa"... estaba vivo... y bien... Olvidó por un momento el mareo que le producía verlo todo borroso y se incorporó rápidamente para abrazarlo. Se sorprendió mucho cuando lo oyó soltar un grito de sorpresa, pero todavía más al descubrir que sólo podía mover un brazo...

-T'no... ¿qu' ha p'sad'?- preguntó, recordando todo lo sucedido anteriormente y, repentinamente, demasiado asustado como para formular sus sospechas.

Tino bajó la cabeza (o, al menos, eso parecía).

-El rey te atacó- relató, con voz cansada y acongojada-. Te clavó la espada no-sé-cuántas veces, y caíste al suelo, envuelto en sangre. Después, fue a por mí y...- tragó saliva, conteniendo las ganas de llorar- Quería que me fuera con él, pero le dije que eso nunca pasaría, que yo sólo te quería a ti, y... me atacó... a mí también... Nos dejó ahí tirados y sin poder hacer nada... Te cogí, y noté que tus gafas se habían caído, así que estuve un buen rato tanteando para encontrarlas, y...

-¿T'nte'ndo?- interrumpió Berwald, sorprendido- P'ro si t'nes m'y b'na v'sta...- una sospecha se apareció como un relámpago en su mente, y empalideció- N' me d'gas que...

Tino se quedó rígido, dudando entre mantener la compostura o echarse a llorar, se sacó con exasperante lentitud las gafas de su bolsillo y se las puso a su "marido" con idéntica rapidez, descubriéndole a Berwald el lugar donde se hallaban.

Se trataba de un tugurio, desordenado aunque bien iluminado, que tenía un olor penetrante a sangre y desinfectantes; pero aquello era lo que menos le importaba a Berwald. Lo primero que hizo fue fijar sus ojos en la cara de su "esposa", y descubrió con horror una gruesa cicatriz que le atravesaba la cara de punta a punta, justo por...

-Herregud... (Oh, Dios mío...)- murmuró, horrorizado, deslizando los dedos de su brazo izquierdo por la marca que proclamaba cruelmente a los cuatro vientos el nuevo estado de Tino. Bajó la vista, incapaz de ver más, y descubrió otra sorpresa desagradable.

En el lugar que debería estar ocupando su brazo derecho, no había nada.

Tino interpretó aquel silencio y prosiguió con su relato.

-Te arrastré hasta la estación del tren... y nos vieron... Un señor muy amable se ofreció a llevarnos aquí, a este hospital, y nos examinaron...- se detuvo por un momento, pero prosiguió al poco rato- Me dijeron que para mí ya no había ninguna esperanza... y dijeron que tu brazo estaba demasiado mal para poder curarlo, así que...

Berwald estrechó a Tino contra sí con su único brazo, adivinando las lágrimas en su voz, y de sus propios ojos salieron un par de lágrimas. No le había importado perder su brazo; aunque no pudiera dedicarse más a la carpintería, lo habría hecho gustoso mil veces más si aquello suponía el poder defender a su familia... Pero, el ver a Tino así, ciego, con sus hermosos ojos perdidos para siempre y con aquella profunda tristeza, y sin sus hijos... Sintió de repente un peso aplastante en su pecho, como si le hubieran arrebatado todo lo que tenía. Todavía le quedaba el dulce consuelo de la compañía de Tino, pero... ¿a qué precio?

-N'nca se l' p'dré p'rdon'r...- susurró, acariciando amorosamente el pelo de su "esposa"- Lo qu' t' ha h'cho... no t'ne n'mbre...- se quedó abrazándolo un momento más, sintiendo cómo su hombro se iba humedeciendo poco a poco. Tras un rato de silencio, lo apartó lo suficiente para poder verlo a la cara –aunque los ojos de Tino ya no le pudieran devolver la mirada– y secó sus lágrimas.

-V'monos- dijo después de un rato, decidido, apartándose de él para poder levantarse.

-¿A... a dónde vamos?- preguntó Tino, moviendo torpemente la cabeza, como buscándolo con la mirada.

-V'mos a b'scar a n'stros h'jos- contestó, tajante, mientras se vestía como bien podía, aún no acostumbrado a manejarse con un solo brazo.

-Pero... estoy ciego... y tú...- murmuró el más pequeño, apenado, sintiendo al momento las suaves caricias de su "marido".

-Y' s're t's 'jos... y t' s'rás m's m'nos...- propuso el manco, cogiendo a su "esposa" de la mano, y salió con él del hospital...





-No termina aquí la historia de esta pareja- finalizó Emil, observando cómo el sol descendía hasta ocultarse tras las montañas, llevándose la luz consigo-. Aunque esta historia sucedió hace muchos años, cuenta la leyenda que, aún hoy, se puede ver a una pareja pasear bajo la luz del crepúsculo. Uno de ellos tiene sólo un brazo, y el otro tiene una venda tapándole los ojos. Aunque normalmente van en silencio, hay veces que se les oye hablar, ¿y sabes lo que dicen?- Gunnar sacudió la cabeza, expectante- Dicen que a veces se les oye llamar a Peter y a Loke, sus hijos... una y otra vez, todos los días, y sin importar el paso de los años...


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