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¿Te cuento un cuento? por Nemu Black Parade

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Notas del capitulo:

URL (subtitulado al español): http://www.youtube.com/watch?v=tPqe_EBwOK4

Personajes: 

-Emil Steilsson (Islandia)

-Gunnar (el hijo de Islandia y Hong Kong)

CLEVER EMPEROR'S PATRONAGE

-Mathias Køhler (Dinamarca): "emperador"

-Lukas Bondevick (Noruega): "musa"

-Natasha Arlovskaya (Bielorrusia): "bruja" (personaje original)

-Sadiq Adnan (Turquía): "médico" 

"Toaru Utautai Ningyô No Kiroku" pertenece a Clock time Project.

Axis Powers Hetalia pertenece a Hidekaz Himaruya-san.

-Ooooh...

Gunnar se le quedó mirando, con los ojos muy abiertos y la cara enrojecida de la excitación.

-Me ha gustado mucho el cuento- dijo, finalmente-, pero Berwald y Tino me dan mucha pena. ¿Por qué tuvieron que acabar así, mamma?

-No lo sé, Gunnar, no lo sé...- suspiró Emil, acariciando distraídamente la cabeza de su hijo- No te preocupes, sólo es una historia.

-Pero, aún así...- Gunnar hizo un puchero y reflexionó durante un buen rato, hasta que volvió a mirar a su madre con infantil seriedad- ¿Y quién era ese señor malo?

-¿Quién, elskan (cariño)?

-El rey... Ese tan malo que atacó a los pobres Berwald y Tino...

-Ah, te refieres al rey Lukas...- Emil asintió levemente, más para sí mismo que para responder a su retoño- La suya es, aunque no lo parezca, una historia muy trágica... pero mejor te la dejo para mañana, no vaya a ser que...

-¡Cuéntamela, mamma!- pidió, dando saltos sobre el regazo de su "madre"- ¡Anda, vinsamlegast (por favor), cuéntamela! ¡Aún tenemos tiempo, por favor, dímela!

-Es muy fuerte, y tú aún eres muy pequeño...

-¡Yo no soy pequeño!- protestó, hinchando los mofletes con tozudez- ¡Ya tengo seis años, soy un niño mayor!

Emil no pudo hacer menos que soltar una risita ante aquella demostración de carácter del niño. Se preguntó de dónde la habría sacado, ni él ni su padre eran así...

-Está bien, está bien, no te preocupes, que te la cuento.

Gunnar se quedó quietecito y callado, como lo estaba antes, y miró a su "madre" a los ojos, deseoso de oír lo que le pudiera contar.

 

 

Nuestra historia comienza en un imperio muy lejano, hace muchos años, en el cual vivían su soberano, el emperador Mathias, y su fiel consejero, un hechicero llamado Lukas...

 

 

-¡Como el tío!- interrumpió el pequeño, entusiasmado, y Emil se lo quedó mirando con fastidio.

-Sí, como el tío, pero, si no te callas, no hay historia.

-Perdón- murmuró, avergonzado, y su "madre" prosiguió.

 

 

Mathias y Lukas habían estado juntos desde el día en que nacieron. Habían dado juntos sus primeros pasos; habían dicho juntos sus primeras palabras; a ambos les había enseñado el mismo preceptor, el mismo maestro de esgrima, el mismo profesor de equitación... Todo lo hacían juntos.

Por lo general, siempre se habían llevado muy bien: se hacían compañía el uno al otro, se contaban historias, jugaban a tirarle piedras al estanque... aunque había veces en que Mathias le sacaba al otro de sus casillas. Lukas opinaba que Mathias era una mera molestia y que era demasiado blando y estúpido como para llegar a ser monarca, aunque, cuando Mathias subió al trono al cumplir los veintiún años, tuvo que reconocer que se había equivocado. Mathias se convirtió muy pronto en un emperador muy amado y respetado por todos sus súbditos y Lukas, en su fiel hechicero personal.

Con el paso de los años, esta relación fue evolucionando con lentitud a otra muy distinta; aunque al principio le había costado mucho admitirlo, Lukas había acabado por sentir algo por Mathias, muy distinto del fastidio que le infundía cada vez que el otro venía a molestarlo y a proponerle algún plan estúpido. No, era algo muy distinto; Lukas se había enamorado de él. Al principio no quiso reconocerlo y actuó como lo había hecho siempre, aunque en muchas ocasiones su boca y su corazón no estuvieran de acuerdo, pero aquella farsa no le duró demasiado. Exactamente cuatro meses después de haber hecho aquel descubrimiento, Mathias se había puesto de rodillas ante él y le había declarado su amor y él, como un tonto, había aceptado sin más.

Todos en el imperio se pusieron muy felices al conocer la buena noticia. Creían que aquél era el mejor regalo que su emperador podía recibir y que, además, se merecía.

 

Pero no todos estaban tan contentos; la bruja de otro imperio, muy alejado del de Mathias, se había muerto de celos al averiguar todas aquellas novedades. Veía muy injusto que ellos dos, un soberano y un sirviente, hombres además, pudieran estar juntos, mientras que ella, que amaba profundamente a su señor (un hombre alto con una nariz muy grande, ojos purpúreos y sonrisa infantil), lo más alto a lo que podía aspirar era a eso, a ser su hechicera y sirviente. Lo veía tan injusto...

Por eso, en una noche oscura de tormenta, se encerró en su habitáculo y conjuró a las sombras, lanzando sobre Mathias y Lukas una terrible maldición.

 

A la mañana siguiente, Mathias fue el primero en despertarse. Incrédulo, ya que, normalmente, era Lukas quien se solía levantar antes, se dio la vuelta con la intención de despertarlo... pero su boca se abrió del horror.

Lukas, quien se había acostado sano y energético la noche anterior, había amanecido agarrotado y gravemente enfermo. Mathias gritó y saltó de la cama, yendo a dar con todos sus huesos al suelo, sin poder retirar sus ojos de aquella imagen.

El hechicero abrió un ojo al oír aquel estrépito y lo clavó en el emperador, visiblemente molesto.

-Estate quieto, estúpido- gruñó, con una voz tan fatigada que oprimió con angustia el corazón de Mathias- ¿Te crees que son horas para hacer ruido o qué?

-No puede ser...- musitó Mathias, sin hacer caso a Lukas, y acariciando su cara con enorme preocupación- Ayer... ayer estabas bien... ¿qué es lo que ha pasado?

Un fuerte ataque de tos impidió que el hechicero contestase y el emperador se lo quedó mirando con creciente nerviosismo, ignorante del germen que empezaba a invadir su mente y su corazón y que esperaba el momento adecuado para proliferar.

 

Tras una angustiosa semana en la que médicos y curanderos de todas las clases y de todos los rincones del mundo desfilaron por el palacio y sin poder hacer ningún diagnóstico satisfactorio, Mathias se entregó a la desesperación y empezó a llorar quedamente sin importarle que alguien pudiera verlo después de que se marchara un afamado médico venido de Turquía.

-Cómo te ha podido pasar esto...- sollozó, apretando los puños a causa de la frustración- No lo entiendo, maldita sea, ¡no lo entiendo!

En solamente siete días, el hechicero había empeorado de manera alarmante: sus bellos ojos grisáceos estaban rodeados por enormes ojeras, su rostro estaba pálido y demacrado, y su cuerpo delgado y delicado como la porcelana, envuelto en las mantas y edredones de su lecho, parecía el de una muñeca rota.

Aquella imagen llenaba de profunda desesperación el alma de Mathias, quien se sabía incapaz de poder hacer nada para salvar a la persona que amaba.

-Tú, que solías estar tan... tan...- se calló, incapaz de continuar, mientras un sollozo de impotencia escapaba de su garganta, impidiendo que pudiera articular otro sonido.

Trató de tranquilizarse y dejar la mente en blanco para buscar con más objetividad alguna explicación lógica que pudiese darle sentido a su misteriosa enfermedad... ¡pero es que no la había! ¡No había ninguna lógica en todo aquello! Había estado en perfecto estado de salud el día anterior, no había comido nada raro, no había hecho nada raro... ¡Todo aquello había sucedido demasiado rápido, como por arte de magia!

De repente, Mathias se quedó muy quieto, sin darse cuenta de que sus ojos y boca se abrían por el horror, y cubrió la cara con sus manos, incapaz de creérselo.

Como por arte de magia. Magia.

Alguien había hechizado a Lukas.

Una súbita y extraña serenidad lo invadió, mitigando los efectos del miedo y la desesperación, al pensar en aquella nueva posibilidad. Hechizado. ¿Quién habría podido ser...?

Decidió descartar de inmediato a cualquier habitante de su imperio. Gracias a los sabios consejos de Lukas, él gobernaba imparcialmente sobre hechiceros y humanos; además, nadie de su territorio practicaba aquellas artes. Por lo que sólo quedaba una opción.

Con determinación, Mathias se levantó de la silla que llevaba horas ocupando y salió de la habitación. Tenía algo que proclamar a sus súbditos...

 

Sólo un par de días más tarde, Mathias le declaró la guerra a todos los reinos vecinos y, liderando las tropas imperiales, salió de la capital junto con Lukas, deseoso de encontrar y castigar con la pena más terrible a aquel que había osado hacerle daño a su amado.

Nunca antes había participado en una guerra, y, por eso, al principio observaba los movimientos de sus hombres con aprensión, pero muy pronto siguió su ejemplo. Blandiendo su hacha de doble filo, pronto se convirtió en un guerrero temible, capaz de segar vidas humanas sin pestañear. Así, su imperio se fue expandiendo con extraordinaria rapidez a medida que cada reino que atacaba, sabiéndose derrotado, se entregaba a él.

Lo más terrible de todo no fueron los daños producidos a las ciudades, ni la destrucción, ni las vidas inocentes cruelmente destrozadas, sino que el emperador acabó cogiéndole gusto a derramar sangre, culminando así la maldición sobre ellos echada.

 

Los dioses, llenos de ira ante su criminal conducta, llegaron a un veredicto el mismo día que el ejército del emperador masacró con crueldad una ciudad entera, destruyéndolo todo a su paso y matando indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños.

"El hechicero deberá pagar por los pecados del loco emperador"

 

Mathias se limpió la cara, salpicada de suciedad y sangre, y se reunió sonriente con Lukas, quien parecía haber enfermado aún más desde el inicio de la guerra. No había pasado ni medio año, y el hechicero no sólo no había mejorado, sino que iba a peor: se había convertido en un frágil saco de huesos, y le quedaban tan pocas energías que no podía hacer ni el más sencillo de los conjuros.

-¿Has visto eso, Lukas?- preguntó, ufano- ¡Mira todo lo que he hecho! ¡Yo solito, además! ¡Muy pronto, podremos encontrar a aquel que se atrevió a maldecirte y lograremos curarte, ya lo verás!

-Idiota...- murmuró el hechicero, con evidente dificultad- ¿No te das cuenta...? Todo esto es peor...

-¡No seas tonto, Lukas!- se rió, besando su frente cariñosamente- ¡Estamos progresando, estamos avanzando, y todo esto gracias a mí! ¿Es que no lo ves?

El mundo se detuvo por un momento, y Mathias vio con horror cómo los ojos de Lukas se cerraban de golpe y éste caía hacia atrás. Consiguió cogerlo antes de que se lastimara con la cabecera del lecho y lo miró, evidentemente preocupado. En los últimos días, había sufrido extraños desmayos que lo inquietaban y lo instaban a continuar con su tarea a toda prisa, obsesionado con encontrar una cura para su amado.

Pero, aunque ya se había acostumbrado, se alarmó enormemente cuando, horas más tarde, volvió a revisar el estado del hechicero y descubrió, consternado, que no sólo no se había despertado, sino que parecía dormir profundamente...

-¿Lukas?- interrogó, zarandeándolo con mucha suavidad- ¿Es ésta una de tus bromas? Por favor, levántate... ¿Lukas? ¿Lukas?

El hechicero no contestó a las llamadas del emperador, sino que permaneció como estaba, en un extraño letargo que se habría podido confundir con muerte si no hubiera sido por el ligero sonrojo en sus mejillas y su leve respiración.

-Ya sé, debe de ser esto, seguro que sí...- se dijo Mathias, tratando de aliviar su nerviosismo, y lo besó repetidas veces en los labios, sin obtener ningún resultado. Lukas seguía dormido.

-¿Cómo es esto? ¿Por qué duermes, por qué no me hablas? ¡Háblame, Lukas, por favor! ¡Lukas! ¡Lukas!- gritó, aterrado, y se echó a llorar como un niño. Recordó vagamente, como si no hubiera sucedido aquella mañana, sino cien años antes, todas las carnicerías que había cometido, todos los territorios conquistados, todas aquellas promesas de curación...

-¿Para esto he hecho todo eso?- chilló, por fin, abandonándose a la desesperación, sin importarle si lo veían u oían- ¿Para esto he matado a tanta gente? ¿Para esto he atacado a mis vecinos y desatendido a mi propio pueblo? ¿Para nada? ¿Para que te apartes de mi lado? ¡Por favor, Lukas, despiértate, mírame...!

Mientras Mathias se lamentaba, un profundo tajo se abrió en la garganta del durmiente hechicero y la sangre manó, condenándolo a un inevitable fin.

-¡No! ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOO! ¡Lukaaaaas!

Aunque el emperador lo llamaba a gritos, tratando de detener la hemorragia por todos los medios posibles mientras pedía a quien fuera que, por favor, salvara la vida de Lukas, todo fue inútil.

Mathias lloró sobre el cadáver del hechicero, con el corazón lleno de tristeza, dolor y profundo arrepentimiento por las atrocidades cometidas, y así estuvo hasta la llegada de la noche, cuando una vocecita le susurró al oído un nombre. El emperador, sorprendido al principio, acabó asintiendo mientras la sonrisa volvía a iluminar sus facciones, apresurándose en preparar su fiel caballo y escapar en él a todo galope, sujetando entre sus brazos el cuerpo inerte de Lukas.

Había alguien que lo podía ayudar...


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