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Kokoro no Kaito. por Pleasy Stay

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Notas del capitulo:

“Tirando la primera piedra.”
(By Pleasy).




No, no voy a cascotear a nadie, no se asusten. Puse semejante título estrambótico porque ¡al fin! Subiré el primer capítulo de este fic... y así cumplo el eterno sueño de Angel-Chan de verlo publicado...
(Sí, ya sé que subí el primer capi –bah... la mitad de el-, antes... Rebobinen ese y comiencen de nuevo porque se viene el fic posta-posta de verdad)
¡Lo que me costó escribirlo, carajo! El anteaño pasado Angel viene y me comenta una idea de la cual tenía ya todo consumado... en su cabeza (y en un boceto). A mí me mató de gusto y le dije: “¿Lo puedo escribir yo? ¿Puedo? ¿Puedo?... ¿Síiiiiiiiiii?”, y como insistí tanto me dijo que bueno y que iba a ser una co-producción, obviamente.
Eeeeeeeeeeeeeeh... Escribí un boceto y quedó bien. El problema es que soy espantosamente maniática cuando escribo, y entre que busco lo que quiero decir, saco frases, pongo situaciones... me terminé estancando y lo dejé en el freezer. Estuvo ahí más de un año... Hace pocos meses lo volví a agarrar y hasta que quedó como yo quería... aunque no del todo, pero ya mi editora no quiere más modificaciones y tiene preparado el segundo capi para que yo lo escriba así que opté por dejarlo todo como estaba.
Este fic es un Hyoga-Shun, tal vez un poquito fuera de carácter y de situación; y no puedo decir mucho porque sino hago spoiler y a mi me hacen papilla... Está medio dramático el comienzo y mejor me callo o lo vuelvo a reescribir y me agarro de los ovarios si hay otra tardanza! Disfrútenlo!!!.


Pleasy Stay and The Blue-eyed Gosling© 11 de Junio de 2005.



. “¡Mamá, mamá!… ¡En la escuela me dicen que vivo solo!… ¿Mamá...? ¿Má...? ¡¿¿¿Mamá...???!” (chiste clásico de los “Mamá, mamá...”): manicomio_kamushyoga@yahoo.com.ar


. “-¡Mamá! ¡Papá está tirando todo por la ventanaaaaaaaaaa...
-¡Ya lo séeeeeeeeeeeeeeeeeee...”
: hyogayaoi@yahoo.com.ar


Bla, more bla...


Agradezco a su Señoría, mantantirulirulá:


Gracias a Angel por la paciencia que tuvo (y por la escopeta con la que me apuntaba para obligarme a no detener la lapicera a la hora de plasmar el fic al papel). Gracias a Nina, que fué quien pintó el dibu de la portada de este fic (Angel hizo el dibu y obviamente es Shun, con distinto corte de pelo, claro). Nina –quien tiene su estudio: NinArt-, es una dibujante espectacular con page propia. Hace doujhinshi de Yu Yu Hakusho y tiene uno super alucinante de Shun y Hyoga: ¡Spasiba, Nina!

Dedicateando:


El fic es de Angel-Chan... Y se lo dedica a: “A vos porque fuiste la primera en leerlo y la primera que le gustó”. Ella dixit.

Apaga y vámonos:



“Ser normal no tiene por que ser una virtud. Mas bien es falta de coraje.”

(Una de las tías brujas de “Hechizo de Amor”).

 

 

Disclaimereando:

Saint Seiya es de el Kuru, de la Toei, y aunque no sea legal, de mi corazón por siempre. Por supus, no me pagan para hacer esto. Pero lo hago gratis igual porque sinó me moriría.

 

 

“Kokoro no Kaito”


Capitulo uno: “Se requiere matar el tiempo”

Tac, tac, tac... los tacos aguja de la mujer resonaban sin pausa mientras caminaban. Sus zapatos, en contrapartida, no. Pero sí su boca, que se acercaba cada tanto al oído de aquella muchacha para soltar frases floridas y palabras galantes azuzadas por un único y previsible fin, para un adiós prematuro sin ataduras. Y mientras desplegaba una calculada seducción, pensaba en lo etéreo de su caminata, en su marcado silencio, y en que por ello, no dejaba huella alguna que delatara su traición a la memoria.

La mujer -¿cuál era su nombre?... no lograba recordarlo-, levantó la mirada hacia sus ojos celestes, teñidos de penumbra, y él por un segundo creyó oportuno el momento de renunciar a tal teatral lujuria y hallar otro modo de disgregar su susurrante pena interna. Aquellos ojos rasgados fueron extenuantes. Se sintió acorralado, aunque sin quebrar su fachada. Respondió acompasadamente, delimitando su nerviosismo, e intentó rememorar las viejas tácticas que en su juventud lo convirtieran en un clásico Don Juan Tenorio.

Sin embargo, ¡Qué lejano estaba de todo ello!...

“¿Alexeievich-san?...”, inquirió ella de pronto; su suave entonación nipona evitando tergiversar tal desacostumbrado apellido. Él sonrió, algo apocado por la súbita llamada, antes de hablarle:

“Dime Hyoga, por favor.”

Los ojos de la mujer brillaron, entonces: elevó el rostro y rudamente besó sus labios, entreabriéndolos, incitándolos. Hyoga la recibió imprevistamente.

Su mente enmudeció. Sus recuerdos comenzaron a borronearse, perdiendo nitidez cada vez que ella presionaba sus senos contra su pecho, erectos sus pezones.

Todo se deformaba, todo se olvidaba.

Todo.

Casi.

* * *





Su mano cayó lánguida, a un lado del lecho. Volvió la vista a su lado, hallando el cuerpo de una nueva compañía femenina acurrucada contra él, extendiéndole toda su repelente tibieza. Pero ningún grado de calidez bastaría para encenderlo ya: estaba agotado. Agotado de calor y necesidad. Buscó entre sus muslos la botella de Vodka y bebió lo suficiente para avivar las llamas de su infierno personal.

La mujer gimió algo entre sueños y deslizó un brazo por su cintura. Hyoga la dejó hacer, e inconscientemente permitió que su mano izquierda acomodara los negros cabellos tras la oreja de su compañera casual.

Las lágrimas brotaron de sus ojos.

Era como una de esas remakes de antiguas películas el repetir tal arcaico gesto. El cual sumábase a tantos otros hechos a tantas otras mujeres... Remarcándole la realidad de que jamás dejaría de sentir aquel dolor por dentro.

Cerró los ojos y se limpió las lágrimas con el brazo. No había dormido desde que concluyera su encuentro sexual -nunca dormía realmente en esas camas extrañas ocupadas por mujeres extrañas-, y sus córneas ardían, probablemente ya enrojecidas gracias al cansancio, el desvelo y la bebida.

Miró el reloj: marcaba las 05:08 A.M. La mujer a su lado se movió, cambiando de posición y alejándose de su cuerpo desnudo. Aquel era el momento propicio, entonces, si deseaba marcharse de allí. Se incorporó cuidadosamente, intentando hallar sus escasas pertenencias esparcidas por el lugar: un pantalón, una camisa, sus zapatos, llaves y billetera.

En silencio, abandonó el hotel.

* * *





Vivía en un apartamento pequeño, en el centro de Tokio, por el cual abonaba lo suficiente. El resto del dinero que poseía era continuamente dilapidado en salidas nocturnas, alcohol y hoteles. No trabajaba ya. No necesitaba hacerlo por el momento, si bien cuando el dinero se acabara en su totalidad se vería en serios aprietos. Pero eso no era algo a considerarse aún. Su cuenta bancaria era lo suficientemente abultada gracias a anteriores años de metódico ahorro.

Ahorro... La palabra dejó un gusto metálico en su lengua por muchas razones. Una en especial casi lo obliga a romper en sollozos en el pasillo de la entrada, frente a su puerta; pero tuvo fuerzas , a pesar de su borrachera, para lograr abrirla y entrar. Ya bastantes motivos derrochaba para ser la comidilla de todo el edificio; mejor evitar dar más espectáculos.

Se metió bajo la ducha helada de inmediato. Antes de llevar su ropa al cuarto de lavado extrajo dos condones de cada bolsillo del pantalón. Los guardó en el botiquín del baño. Luego, desnudo y sin secarse, se echó de bruces sobre la cama.

Durmió la mayor parte de ese día.

Cerca de las seis de la tarde, despertó bruscamente al cerrase sus sueños; sudado, llameantes sus ojos con lágrimas y aplastado por el desgano. Con experto toque tanteó a su lado, en el lecho desordenado, y no halló a nadie.

¿Ya estaba en su departamento?...

Ah, sí... Había bebido, y reído, y hecho el amor hasta esa mañana... ¿Exactamente con quién?

No podía recordarlo...

Así como tampoco el hecho de su arribo a su hogar. ¿Tal era su modo de proceder anteriormente? ¿Llevaba acaso en otros tiempos una vida más evocativa y ordenada? Nadie podía cambiar tanto y enterrarlo todo en una nebulosa consciente, ¿o sí?.

Sintió el vómito ascender por su garganta y tapó su boca rápidamente. La reacción de su cuerpo ante aquellos pensamientos le desagradaba en extremo, si bien sucedía cada tanto. No tenia alternativa: era algo común a su estado depresivo. Depresivo y culpable. Y no existía mucho para componer nuevamente su existencia.

Comenzó a relajarse con lentitud. Sus brazos y piernas sentíanse entumecidos, perezosos. Frotarse el rostro con la mano la produjo una extraña sensación de escalofrió. Movió la cabeza hacia la mesa de noche, entonces, topándose con su más vieja amiga: su Mágnum 357. La saludó con una sonrisa cínica, acariciándola trémulamente e intentando arrancarle alguna respuesta a la misma pregunta que le formulara seis meses atrás:

“Hola, niña... ¿Cuándo será?.”

... Y que ella jamás respondiera.

Aún.

Era un rito esperable y peligroso; seductor en cierta manera, cautivante... Giraba el tambor, una vez y otra vez, permitiéndole a la única bala que se arropaba en el acero ver, tal vez sí o tal vez no, una única salida. Una que también habría de abrirse paso en su cabeza algún día.

Las horas pasaban. Su mano morena se deslizaba sobre la brillante superficie del tambor, susurrante como un gato, ronroneando bajo aquella caricia continua y firme.

Click... el arma contra su sien y el esencial sonido metálico.

Click.

Click.

Click...

Un click, cada día interminable. La muerte giraba su rueda de redención y siempre lo favorecía. Y aun así continuaba, introduciendo la negra boca del arma en la llaga abierta de su pasado.

Pero nunca más que un click. Nada más ocurría nunca. Solamente el gatillar ansioso y la misma noche llevándoselo todo, y la misma noctámbula presencia del alcohol como pre-compañía.

Dió por terminado el rito cerca de las doce de la noche. Su sobrevivencia había sorteado otra prueba de fuego: era hora, entonces, de dilapidar su voluntad escasa, de olvidar su identidad, su pasada existencia feliz; de volverse un anónimo incluso para sí mismo.

Luego de una ducha prolongada, escogió cuidadosamente su atuendo y su colonia. Su sangre bullía anticipándose a las largas horas de batida, de acecho.

El taxi lo llevó hacia el primero de los ámbitos que recorrería. Si hallaba un par de brazos que lo envolvieran y lo hicieran vibrar por un pequeño lapso de tiempo, estaría bien. Si en cambio no hallaba lo que deseara, partiría hacia otro lugar igual de concurrido, igual de monótono e igual de vano.

La divisó nada mas arribar: No era japonesa y lucía joven y despreocupada. El cabello le caía en bucles rojos hasta la excelentemente bien torneada cintura. Ojos grises; risa de hada; cuerpo de sirena...

Intercambiaron unas palabras y luego unos tragos en la barra. Eso le bastó: Salieron del lugar.

Fue breve pero supremo.

El auto de ella aguardaba ansioso. Se separaron cuarenta y cinco minutos después, hambrientos ambos por igual, aunque demasiado disímiles.

Ella regresó a la disco. Hyoga abordó otro taxi rumbo a otro lugar. La noche era corta, mas el impulso de búsqueda de sexo no se detenía.

* * *





Abrió los ojos y la habitación de inmediato pareció convertirse en un tiovivo borroso: Todo daba vueltas a su alrededor. Los músculos de su abdomen se contrajeron de súbito y lo obligaron a doblarse en dos sobre la alfombra –sabría Dios por que no había ni siquiera alcanzado el lecho al llegar al apartamento-: Tenia una resaca de los mil demonios, obviamente. Se arrastró a gatas al cuarto de baño y vomitó todo cuanto pudo.

Eran las 23:15 de la noche.

Se quedó echado sobre el tibio suelo de cerámicos, respirando frenéticamente. “Estoy harto...”, murmuró. “Estoy... cansado”, sollozó suavemente, ocultando su rostro contra uno de sus brazos. El llanto abrupto lo tomó en cuestión de minutos. Luego, se durmió.

Oyó unas voces lejanas... por instinto se incorporó, sobresaltado. La temperatura parecía haber descendido, y se sentía aterido y entumecido.

Salió del lugar de inmediato. Se sentía peor que otras veces, y lo único que rondaba en sus pensamientos era el arma. Su vieja y atesorada compañera...

Su boleto de regreso.

Tomó la Mágnum del compartimiento. Sin titubear metió el caño en su boca y jaló el gatillo con firmeza.

Nada ocurrió.

Volvió a apretar el gatillo.

Nada.

Ni siquiera el tan familiar click.

Un tercer intento fue igual de nulo, e igual de silencioso.

Hyoga frunció el ceño, gatillando una vez tras otra, sin resultados, sus ojos comenzaron a empañarse, de rabia y dolor. Mordió el metal insípido antes de apartar aquel mortal índice de su garganta. El revolver destellaba bajo la luz del cuarto. Gatilló en el aire, sin resultados. Dos cuervos se posaron en el alfeizar de la ventana, curiosos. Graznaron un par de veces.

Hyoga sentía el trémulo temblor de sus manos, incontrolable. No podía ser posible: Necesitaba una reclusión definitiva, un castigo acorde, el estampido que lo sesgaría de aquella errónea vida. Todo su cuerpo vibró en el temblor, entonces. Y su poco estable pulso obligó a los dedos a soltar el arma.

...El estampido hizo huir a los cuervos de manera desordenada.

Hyoga se arqueó hacia atrás, asustado. La incredulidad tomó sus facciones, dando paso luego a una palidez mortal. Una de las numerosas botellas sobre la cama yacía destrozada, derramando su incoloro líquido. La pantalla de su T. V. estaba destrozada por completo.

Sólo pudo murmurar un “Santo Dios...”, antes de desplomarse de rodillas.

***





Le habia sido impuesto, pensó, vivir. Nunca le habia temido a la muerte, ni a las señales, ni a los sombríos pronósticos de los astros divagando su cháchara en los periódicos baratos. Abandonaría el mundo cuando acabara éste, decía en años remotos, cuando ser joven y estar vivo parecían asuntos que nunca jamás terminarían.

En ese entonces no sabía que el mundo puede destrozarse de mil y una maneras diferentes, claro... Y de las maneras más sucias.

Había sido un tonto honesto una vez y pagado caro su virtud. Aprendió entonces aquello que no siempre es bueno decir la verdad.

Si hubiera estado solo, tal vez...

¿Servía que se arrepintiera?... Seguía vivo y nadie que conociera lograría transportarlo hacia el pasado en un veloz deportivo futurista para lograr morir desde un principio.

Continuaba respirando y su salida estaba clausurada junto a su arma, inutilizable desde el disparo.

“¿Hyoga-san? ¿Quiere otro trago?.” La grave voz de Takehiko por sobre su exacerbado silencio interno lo sacó de sus pensamientos, obligándolo a enfocar su plomiza mirada.

“Dame otro”, articuló en inglés, sin lograr coordinar con precisión sus labios. Vio al barman acercar su oído hacia él. Hyoga señaló el vaso por respuesta.

“¿Se encuentra bien hoy?”, preguntó el hombre al servirle. Con una mano puso a resguardo la botella de aguardiente bajo el mostrador, mientras que con la otra hacia gala de su agilidad agitando la coctelera que abandonara segundos antes, y sirviendo luego. “Denle un arma, ¡rápido!...”, pensó Hyoga mientras bebía. “Tal vez pueda emular a un buen cowboy yankee.”

Era un buen chiste, creyó. Rió, apoyando los codos en la barra; la butaca a su lado de pronto se desocupó. Lo atrapó un mareo reptando por su cabeza y soltó una carcajada sonora que le hizo tambalearse. Hubo de apoyar la mano izquierda en el vacío asiento para equilibrarse. Un escalofrio súbito ascendió por su espina.

Agachó la cabeza.

Se perdió nuevamente en sí mismo.

“Take-san...: Un whiscola, por favor.”

Se oyó una risa abierta y luego la voz del barman.

“¿Qué tal tu noche, Koibito?”, siguiendo al sonido del líquido caer. Hyoga movió imperceptiblemente la cabeza hacia el sonido. Con lentitud entreabrió los ojos y los giró a su izquierda. Una silueta aguardaba cerca, sonriendo: Era una muchacha. Bajó la vista hasta la butaca donde la mano de Hyoga aún reposaba, y preguntó:

“¿Esperas a alguien?.”

No respondió. Quitó su brazo y continuó examinándola con descaro. La muchacha ocupó el espacio sin mostrar signos de inhibición alguna.

Era muy bella... Algo distinto emanaba de su rostro y su figura. Hyoga semi-sonrió: Le llegaba el levísimo aroma de una tenue fragancia. Se veía bien, pensó. Se veía espléndida de una manera que eclipsaría a una mujer corriente. Sus pupilas comenzaron a ensancharse en respuesta a un sentimiento anhelante de conquista... Mas algo lo detuvo de inmediato: Su razón, opuesta a su deseo, envió una señal de stop certero: “Déjala. NO es como ellas; no la importunes; busca a alguien más a quien joder.”

Con el rabillo del ojo vio a la joven llevarse el vaso a los labios. No oía lo que decía, sólo se concentraba en el modo en que la muchacha articulaba cada palabra al dirigirse a Takehiko. Sonreía siempre, impúdicamente. Una sonrisa luminosa y atrayente. Hyoga permaneció paralizado en su lugar, observándola, atesorando cada detalle de la cuidadosa vestimenta, del cabello, de las manos sosteniendo su vaso...Pero no quiso ir más allá.

Por el momento.

“¿Hyoga-san?...” Sin esperarlo comenzó a sentir las oleadas encrespadas de la música y los sonidos de la multitud a su alrededor penetrando en su mente. Parpadeó varias veces antes de volver a la realidad: Estaba sentado a la barra de una de las tantas discos que visitara, había intentado matarse, y no había podido lograrlo. Miró directamente al barman.

“¿Decías?...”

Takehiko sonrió y movió la cabeza de lado a lado.

“¿Quiere más Stolichnaya?.”

“No”, contestó. Miró a su lado y encontró el asiento nuevamente vacío. “¿Dónde diablos...?”

Take-san señaló la pista. Hyoga dejó un billete y apresuradamente abandonó la barra.

***






Imposible ubicarla entre la tupida selva de danzarines. Aún así se abrió paso, sintiéndose un fantasma entre otros cientos. Su razón insistía en abandonarlo todo, pero su cuerpo pedía un alivio... por mas temporal que fuese.

Las luces centelleaban con sus matizados colores impidiéndole reconocer rostro alguno. Algunas mujeres lo atrapaban de la camisa, o de los hombros, y acercándolo susurraban melosas palabras. Hyoga las apartaba, sin brusquedad pero con firmeza.

La muchacha no se veía por parte alguna

Se detuvo en medio de la pista, inundado de música y olores corporales indistintos. Cerró los ojos un momento, entonces, y sacudió la cabeza. ¿Qué sentido tendría toparse con aquella visión sin un propósito valedero? ¿Qué haría con ella: sacrificarla...? No era un mujer corriente, lo supo nada más verla. Aquel rostro de luminosa sonrisa parpadeó en su mente un segundo.

Suaves manos y caricias atentas...

¿Qué era eso...? ¿Dónde estaba su dolor?

Cambió inmediatamente, dirigiéndose en dirección contraria a la que tomara en principio.

Allí estaba: Bailaba con soltura, despreocupadamente. Y ya estaba acompañada.

Hyoga se acercó y permaneció allí, sin hacer nada. Sólo observaba, perdido en la luz que aquella criatura emanaba. Hubiera podido estar así por horas, como un niño pequeño estudia con asombro y deleite el retrato de un ángel, sintiéndose a la vez asustado de su poder y esperanzado por su belleza.

Su boca se abrió. Ella volteó: Dos ojos profundos se clavaron en él. Y entonces, la sonrisa.

“¿Tanuki? ...”, dijo ella con un dejo de duda y preocupación. “¿Sucede algo?.”

Hyoga no habló. No inmediatamente al menos. Simplemente tomó aquel pálido rostro con una de sus manos y la besó sin preámbulos.

“Flor de cerezo...”, dijo luego, viendo claramente la sorpresa en sus facciones delicadas. “Eres la mujer más hermosa que he visto nunca...”

Fue como si liberase algo, sintió. Esperó con paciencia extraña mientras sus pulmones inspiraban y exhalaban tan rápido como su corazón exigía. Tal vez podría atribuirle todo al alcohol, como siempre, si fracasaba... Y si acertaba.

Luz... la joven sonrió. Estiro una mano sedosa y comenzó a componer su desaliñado cuello de camisa sin quitarle los ojos de encima. Hyoga devolvía la mirada, con serenidad. Luego, su boca saltó:

“¿Puedo quizás invitarte un trago?.” Todos sus sentidos despertaron al unísono al hacer la cordial invitación. Aún estaba lo suficientemente ebrio, podía sentirlo sin demasiado esfuerzo, pero aquella sensación desorientadora se esfumaba.

“Te he visto, Tanuki... Apenas puedes mantenerte en pié”, dijo. Hyoga semi-sonrió.

“Eso no importa”, contestó con audacia. Ofreció un brazo cortésmente. “Beberé de tus labios solamente” Quizás no fuera lo correcto por decir... Sin embargo, ella pareció divertida y tomó su brazo sin mirar atrás. Se dirigieron a la barra.

***





“Taka-san: Un whiscola y un vodka, por favor.” El barman lo observó de reojo un segundo; sonrió después, mirando a su amiga. Ensanchó la sonrisa al servir. Luego se dedicó a satisfacer otros pedidos con rauda practicidad. Hyoga no le prestó atención al detalle.

Comenzó un rápida conversación; tonterías disparadas al azar. Su mente no se encontraba totalmente despierta...aún, de modo que las naderías verbales tomaban forma en su adormecida boca como si no fuera él quien las dijera en realidad. La muchacha correspondía sonriéndole y contestando con igual rapidez y cierta agudeza que Hyoga captó al instante.

¿Pudiera ser que...? La imagen de una nueva huida sobre la madrugada cruzó por su cabeza, paralizándolo.

Su dolor retornó.

Inconscientemente se aferró del borde del lustroso mostrador. No... Su cuerpo reclamaba aquel placer siempre inconcluso, pero su razón le advertía que ya no era tiempo de juegos, si no de enfrentar aquello sin recurrir a más trucos... o a más cuerpos anónimos.

Y ello entonces lo llevó a atacar por última vez.

Por alguna razón incomprensible ella descastaba su dolor. Tomaría fuerzas, entonces, por última vez en aquella extraña joven... y se rendiría.

Dejó en claro abiertamente sus intenciones.

Ella aceptó con un solo ademán, y le permitió tomarla por la cintura.

Hyoga la besó con desesperación, devorando los labios sedosos y sintiendo vagamente como su cuerpo respondía en consecuencia. La joven enlazó los brazos por su cuello, permitiéndole a el apoyar su peso en ella. Y sonreía de tanto en tanto, bajo el beso, enigmática.

Al separarse, Hyoga permaneció respirando frenéticamente y observándola de reojo. Había algo extraño en el modo en que ella devolvía la mirada, y estaba seguro que no eran ideas suyas...

“¿Qué... Por que sonríes tanto?”, preguntó, estúpidamente directo. La joven ensanchó su mueca risueña. Se acercó a su oído y susurró, con acento rayano en algo que a Hyoga le pareció resquemor:

“Tanuki... Estás tan ebrio que no creo que hayas caído en la cuenta...”

“¿De qué, Flor de Cerezo?...”, interrumpió el.

“Soy hombre.”

Una oleada glacial de adrenalina inundó su cuerpo por entero, acelerando su corazón hasta el punto de desbocársele. Las palabras viajaron por cada una de sus fibras nerviosas, obligándolo a retroceder unos pasos para examinar a la figura frente a sí.

¿Era una broma, verdad? Ella se veía como... una ella. Se frotó los ojos y sonrió. Bien, si quería iniciar de cero su malograda existencia debería abandonar en primer lugar la bebida: Estaba volviéndolo un inepto mental.

“¿Cómo te llamas, diévachka?”, pregunto al fin.

“Shun... Shun Clouet”, contestó la muchacha con el rostro cubierto de asombro ante la aparente falta de interés por su pequeña revelación. “¿Cuál es el tuyo?.”

“Hyoga...” Su boca se torció en una media sonrisa, y antes que la joven pudiera siquiera contestarle, volvió a besarla, con fuerza y deseo nacidos sabría él de dónde. El frenesí giraba en su cabeza, y sus manos corrieron apresuradas bajo la ropa, tensándose en la cintura de la muchacha, atrayendo sus caderas hacia sí, hacia su sexo. No encontró nada fuera de lugar. Bien. ¿Debió haber oído mal, verdad?.

La muchacha no se opuso, si bien en un principio pareció tomada de sorpresa y no devolvió completamente el beso, hasta que pareció sentirse segura y deslizó sus labios por su cuello, dejándose llevar.

“Vámonos...”, jadeó ella, entrecortadamente. Hyoga apartó su boca del aromático cabello castaño y asintió, incapaz de pronunciar palabra.

Salieron, tomados de la mano. Extraña escena, pensó Hyoga: Nunca se tomaba tales licencias con sus conquistas, pero esa joven ejercía algo en su interior, algo que lo sació apenas la vió en la barra, por primera vez.

Detuvo un taxi y lo abordó junto a ella. Murmuró una dirección y el auto emprendió la huida hacia el destino. Hyoga apretó con más seguridad la delicada mano de la muchacha y la observó, derramando algo que hacia mucho tiempo no dejaba entrever: Una total y genuina emoción. Sonrió.

Vió a Shun seguir con la vista la enorme y lujosa fachada de hotel, y Hyoga se sintió complacido. La habitación era fastuosa; pagó por la noche completa. La joven murmuró a su oído:

“Esto no es un rabu- -“

“Shhh... Lo sé.”

Destapó el champagne, llenó dos copas. “¿Brindamos, Flor de Cerezo? ¿O me dirás que rechace también esto en nombre de mi salud?.”

“Iié...”, contestó ella. “Esto sí vale la pena.”

“Eres selectiva...”

“Hai...”

A pesar de su enconada borrachera, Hyoga supo apreciar la fragancia y sabor de la exquisita bebida, mientras observaba a Shun posar los labios con delicadeza en el borde de la copa. Aquellos ojos exóticos no se apartaron de su cuerpo en ningún momento. Ello le hizo redescubrir la excitación que estaba conteniendo.

Ella tomó la iniciativa entonces: Abandonó la copa y se acercó al interruptor de las luces, disminuyendo gradualmente la luminosidad de la habitación. Hyoga bebió el resto de su copa de un sorbo.

“Supongo que ya te lo han dicho otras veces..., pero eres... cautivadora”, susurró. Aquel pálido rostro sonrojose levemente, sin perder su fascinante encanto, ni su temible sonrisa, plena de enigma.

“Tal vez... Aunque jamás lo han dicho con verdadero- -“ Hyoga no permitió que continuara. Simplemente atrapó su boca y las palabras pronto perdieron razón de ser: Deseaba el contacto con aquella criatura. Separose sólo para quitarse la camisa y volver a admirar a aquel ángel.

Fuera, la noche giraba.

Hyoga cerró los ojos.

Su corazón silenció sus gritos... al fin.


FIN DEL PRIMER CAPITULO.





[El boceto original corresponde al año 2003. El boceto que yo comencé corresponde al 15 de Octubre de 2003. El primer capi lo comencé en Abril del 2005. Lo terminé de escribir el día 7 de Junio de 2005 a las 16:26 hs.]

Créditos:



Siempre tuve un defecto, no sé decir que no
y pasadas las cuatro mi cara era un error...
Entrancado, como un idiota fui,
con el moño en la cabeza,
buscando en esas tetas el calor,
para poder sobrevivir...
A la agonía d la noche,
a la desdicha de sentirme un mercenario del alcohol,
y alejarme entre los gritos y los tragos,
otra vez solo... un perdedor!!!




Idea original del fic: Angel-Chan.




Salimos de aquella histeria hacia otro lugar,
huyendo de los colmillos de la soledad...
Regalado... Ofrecí el sabor, de aquellos que en albergues
se hacen tibios y no llevan al orgasmo ganador...
Que ganador!!!




Ideas secundarias y la que lo escribió: Pleasy Stay.




Fue ahí que comprobé, que siempre puede haber algo peor...
Fue así que comprobé, que la angustia es prima de la desesperación...
Y que a veces, tal vez, estar solo, es mejor...
Y que al cielo, no se llega... nunca de a dos!!!




Canción final: “Algo mejor, algo peor”, del grupo Argentino “Callejeros”. Álbum: “Rocanroles sin destino.”




Me quedé dormido y con ganas de mear
No existe peor remedio que la enfermedad...
Fin del turno... Lo molesto señor,
a este animal nocturno la mañana lo encontró al huir,
sin hígado, sin pecho y sin amor...




Perdón por la tardanza!!! (Pleasy)




Fue ahí que comprobé, que siempre puede haber algo mejor...
Fue así que comprobé que la angustia es prima de la desolación
Fue ahí que comprobé que siempre puede haber algo peor...
Fue así que comprobé, que la angustia es prima de la desesperación...


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