Mi mejor amigo se llama Leo y es ciego. Es una persona increíble, un chico muy luchador y sobre todo… guapo y amable. Él no lo sabe, dice que su apariencia es lo que menos le preocupa, como no. Supongo que cuando no ves nada, tu apariencia es lo menos que puedes pensar.
Sus labios son gruesos y su color es una fusión de rojo y un rosado intenso. Sus cabellos rizados se mueven cuando camina y cuando corre. Cuando duerme, cuando juega con sus rizos… quisiera meterme entre sus dedos y vivir allí.
¿Por qué?
Porque le quiero y mucho. Desde principio de año que me integre al curso fue uno de los pocos que me trato bien, él y su amiga. A ella le gusta él, a Sofía le gusta desde que eran niños. Solo que Leo no lo sabe, yo creo que no lo quiere reconocer.
Sus ojos brillan cuando hablamos de ir pasear o cuando estamos tirados en el pasto riendo de cualquier cosa, cuando sonríe se me paraliza el mundo.
Él dice que puede escuchar todo, Sofía dice que es cierto. Cada murmullo, cada susurro, cada pequeña maldición que se me escapa, la escucha. Me reprende cuando escucha una “palabrota” es muy educado, muy amable, bastante alegre. Entre los dos me convencieron: si, él puede escucharlo todo.
Siempre lo acompañamos a casa, sino es Sofía, soy yo o somos los dos. A veces cuando estamos solos y volvemos de la escuela, me pasa su llave y abro su puerta, pasa y luego me sonríe. Se despide y yo me voy, no sin antes devolverle la llave. Las comisuras de sus labios se levantan cuando me pasa el brazo y lo ayudo a caminar. A pesar de que es muy autosuficiente, le gusta que lo tomen del brazo. Le gusta la compañía.
¿Por qué hablo tanto de Leo?
Porque él me gusta… tanto como le gusta a Sofía. Como le gusta a Carol… una chica de nuestro curso.
Creo que finge que no se da cuenta, porque nunca dice nada. Pocas veces habla con otros que no seamos Sofía o yo, quizás Carol.
Su piel roza la mía cuando caminamos, es raro pero parece vivir en otro planeta. Siempre esta con sus libros, escritos en braile claro, escuchando música… me gusta cuando se enfada. Su entrecejo se frunce y se sonroja, una forma graciosa de enfadarse, si me lo preguntan.
Cuando nos vemos, casi siempre es el mismo dialogo:
-Hola Santi, ¿Cómo va el día? –siempre la misma pregunta, casi siempre la misma respuesta.
-Bien, esperándote. –respondo. Me gusta cómo suena eso. Puede que no me vea pero siempre que le veo, mi sonrisa se ensancha.
Sofía llega y abraza a Leo, siento celos. No me gusta que nadie más lo toque, ni que le hablen… sé que me gusta, pero no puedo decirlo. No quiero que nuestra amistad se destruya, no quiero perderlo.
Siento que se me va de las manos, cuando sus labios están tan cerca de mi oreja, cuando quiere decirme algo y no quiere que los demás lo escuchen. Estoy a punto de perder el control, porque quiero que esos labios estén en otra parte.
En los míos.
Quisiera tomarlo de la nuca y atraerlo hacia mí, tocar su piel y no dejar que nadie más lo vea.
Y así el día termina de nuevo. Leo vuelve a casa, yo vuelvo a casa y hay dos personas pensando exactamente en la misma persona: Sofía y yo. Los dos pensamos en Leo.
Cuando quiero decirle lo que siento, algo pasa. Alguien viene, y no me deja. Nos interrumpe y pierdo el hilo de lo que decía. Pero hoy no, hoy le diré todo lo que siento. Arriesgare todo, no sé si se alejara de mí, espero que no.
*
-Lo siento, sé qué me debes odiar… -me dice cuando apenas llego.
¿Por qué? ¿Con quién me estas confundiendo…? Pienso pero me quedo callado, espero algo más. Simplemente espero.
-¿Sofí? espero que no estés molesta… Siento no corresponderte pero tú sabes que me gusta Santiago… creí que ya te habías dado cuenta. Lo siento muchísimo.
Esto debe ser un sueño, un hermoso sueño. Solo vine a ver como estaba y la puerta estaba abierta. Debió ser Sofía quien la dejo así… ahora sí que me siento culpable. Ella me había tratado bien, realmente bien. No hubiera querido hacerle eso pero uno no manda en el corazón.
Eso es lo que pienso antes de unir mis labios con los de Leo. Como siempre dicen, es mejor de lo que creí. Sus labios son más deliciosos de lo que creí. Más suaves. Son perfectos. Sorprendido, se separa.
-¿Santi? –exclama.
¡Sí…! ¡Soy yo! Al fin…
Quisiera gritarlo, quisiera dejarte sin aire. Proveerte yo de aire para que ni el viento ose acercarse a ti. Sí, sí.
-Sí. –susurro. Lo tomo de la nuca y suspiro cuando mueve sus labios contra los míos. Mis dedos se enredan en sus rizos. El aire escasea, mis labios se mueven lentos y sin prisas.
Mi Leo, tan dulce. No es necesario que digas algo, tus palabras eran lo único que necesito escuchar… ya me dijiste lo que quería oír.
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