Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Si la vida te da limones... por Elliade

[Reviews - 13]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Me apetecía abrir el ordenador y escribir algo, y esto es lo que salió, por ahora es corto pero es el principio.


Espero que os guste.

 

(Naruto no es mío, aunque ya me gustaría, es todo de Masashi Kishimoto.)

Se me eriza la piel. Y sé que está ahí, mirándome desde alguna parte con esos ojos tan azules. Lo noto en mi espalda mientras cruzo el campus. No pienso girarme, no pienso darle esa satisfacción, porque si lo miro, sé que sus labios formarán una sonrisita que parece decir: Eres mío.

Ah no, Sasuke Uchiha no es de nadie, y menos de un engreído como ese. Sasuke Uchiha tiene orgullo, personalidad y sofisticación. Como un felino. Sí, exactamente. Esa es la palabra correcta, un felino. Sasuke Uchiha es un felino.

Me auto convenzo de mi orgullo, aguanto esa cálida presión que ahora parece concentrarse en mi nuca. Sigo aguantando. La presión aumenta. Él sabe que lo noto y que lo ignoro, y estoy casi seguro de que sabe que la tentación por girarme y mirarle se hace más grande a cada segundo que pasa. Pero no, esta vez no caeré y resistiré. Estoy a unos escasos diez metros de la entrada de mi facultad, ya falta poco y yo seré el ganador. Nueve metros, ocho, siete, seis… la presión para y me quedo de pie congelado.

Eso no había pasado nunca, ese rubio era la persona más cabezota que había tenido el placer, o más bien la desgracia, de conocer. Siempre aguantaba la mirada, nunca se rendía. Y ahora siento una especie de decepción que me tuerce el estómago.

¿Se ha rendido? ¿Ya?

Qué extraño, siempre pensé que el día en que dejara de sentir esa presión sería el más feliz de mi vida. Ahora me siento frío como si me hubieran abandonado.

Frunzo el entrecejo y sin pensarlo dos veces me doy la vuelta y miro hacia una de las ventanas del segundo piso del edificio de en frente. Justo cuando le pongo los ojos encima levanta esa cabeza rubia y me vuelve a apuntar con los ojos. Entonces, como siempre, hace esa sonrisita que ahora, además de transmitir su típico mensaje también parece decir: Has caído.

Desgraciado. Te odio, te odio y siempre te odiaré.

Como último intento por mantener mi orgullo y dignidad le envío una de mis más mortíferas miradas. La concentro en su cabeza, quien sabe, tal vez el idiota decida hacerme un favor y deja que le explote. Pero parece que la solidaridad no es lo suyo. Bien, pues que te jodan. O mejor aún, que no te jodan.

Cabreado a más no poder, aparto la mirada, doy media vuelta y travieso la entrada de mi facultad, notando un pequeño terremoto con cada paso.

Una mañana preciosa, aunque habría preferido un “buenos días” como comienzo.



*



Recojo los apuntes que acabo de tomar, cansado, últimamente siempre estoy así. Sueños agitados, noches de insomnio, y todo por culpa de ese rubio estúpido que no hace otra cosa que sacarme de quicio con sus jueguecitos de miradas. ¿Por qué no le exijo una explicación? Ya lo he hecho, y lo único que recibí de su parte después de agarrarlo del cuello de la camiseta y sacudirlo fue una risita divertida.

Al desgraciado le hacía gracia ponerme de los nervios. He acabado concluyendo que esa debe ser la razón, por eso lo ignoro, o por lo menos lo intento. Está bien, la táctica de la ignorancia no me ha dado muy buenos resultados, ¿pero qué más puedo hacer?

Me rebano los sesos pensando en las posibles formas que tengo de librarme de ese sujeto mientras salgo de la facultad. Tal vez estoy un poquito obsesionado.

—¡Limonada recién hecha!

Grita entusiasmada una muchacha a mi lado y el corazón me da un vuelco al oír la palabra “limonada”. Los clubs de la universidad siempre hacían esas memeces para recolectar dinero, ni que tuvieran diez años.  Así que tranquilizándome un poco, me dispongo a rechazar su oferta.

—No gra…

A cámara lenta, veo cómo el chico que estaba a las espaldas de la muchacha le da un codazo en el brazo con el que sostenía la limonada. Puedo ver poco a poco y con todo detalle cómo el vaso se inclina, el líquido se agita y, mortificado, veo cómo se va acercando a mí.

Este es un buen momento para poner pausa. Congelar la imagen. Como quieras llamarlo. Porque, ¿cuán peligrosa puede ser la limonada? Mucho. Sobre todo si te va a los ojos, pero no es eso a lo que me refiero con “peligrosa”. La limonada es mi punto débil, sólo hace falta que me salpiquen unas gotas y mi verdadera naturaleza se manifestará. No, no me convierto en una serpiente gigante, sólo se me añaden un par de complementos visibles en el cuerpo, pero los humanos no están demasiado acostumbrados a verlos fuera de las típicas convenciones frikis.

Soy un felino, tirando hacia el género Felis (comúnmente gato), y has supuesto bien, si me cae encima una sola gota de esa limonada me aparecerá una cola y un par de orejas felinas. Aunque probablemente la cola se me quedará doblada en los bóxers y los pantalones, pero de todas formas las orejas dan que hablar por sí solas.

Somos demonios, hay diferentes razas en el mundo y hemos sobrevivido desde la antigüedad, aunque en menor número. Hemos evolucionado para adaptarnos a un mundo con más humanos y hemos decidido ocultar nuestra existencia. Aunque la mía iba a ser descubierta por culpa de un estúpido zumo de limón mezclado con agua y azúcar. Esto es un resultado de nuestra evolución, cada demonio desarrolla una alergia a algún líquido. No lo es al cien por cien, lo llamamos así porque es lo que hace que manifestemos parcialmente nuestra verdadera forma. Así que lo consideramos una “alergia”.

Pero volvamos al día de perros —je— que estoy teniendo. La limonada sigue acercándose y me siento petrificado, no consigo hacer que mis músculos respondan.

De repente me invade una oleada de calor y la cabeza me da vueltas. Cierro los ojos, dos segundos más tarde el mareo se disipa. Abro los ojos y me encuentro el suelo pegado al lado de mi cara. Inmediatamente me toco la cabeza. Sólo pelo, nada más.

—Oh Dios, lo siento muchísimo. Toma, un vaso gratis.

—No hay de qué preocuparse, estoy bien, se secará pronto.

Me levanto a la velocidad de la luz y me quedo mirando con los ojos como platos al rubio que hay delante de mí. Éste vuelve a rechazar la invitación de la casa, da media vuelta y me envía una sonrisa de oreja a oreja.

Lo sabe, esto es lo único que puedo pensar, lo sabe, sabe lo que soy. ¿Qué otra razón tendría para hacer lo que ha hecho? ¿Pero cómo sabe lo de la limonada? ¿Eso significa que él también es un demonio? Bueno, eso explicaría por qué me irritaba tanto. Y si es así, ¿de qué raza es?

El demonio por confirmar seguramente ha visto todas las preguntas que ha generado mi cerebro, levanta una mano y señala a uno de los edificios que hay a mi espalda.

—Ahí hay una cafetería. Te invito.

Como si tuviera el piloto automático activado, doy media vuelta y me dirijo al local. Ahora estoy en blanco, al contrario de hace un momento no consigo pensar en nada, es como si toda mi cabeza se centrara en mandar a mis piernas la orden básica de andar. Él está detrás de mí, siguiéndome, noto la presión de siempre en mi nuca.

Entro en la cafetería y veo una mesa con tres sillas en la pared del fondo. Al rubio también le ha debido gustar porque me adelanta y se dirige a ella. Ahora me toca seguirlo a mí y no puedo evitar fijarme en su altura, nunca había estado de pie frente a él, ahora veo que es unos pocos centímetros más alto que yo, con los hombros anchos y con algo más de músculo. Sí, definitivamente era un demonio, y de los fuertes, tan fuerte como para dominarme —aunque no me gusta mucho tener que utilizar esa palabra— con la mirada. ¿Cómo he podido ser tan estúpido de no darme cuenta antes? La gente normal no es capaz de provocar unas sensaciones tan fuertes a tanta distancia. Me gustaría darme una pequeña bofetada, pero eso, aparte de que me haría quedar como un idiota, no es propio de un Uchiha como yo.

Nos sentamos en las sillas, frente a frente, e inmediatamente viene una chica con la cara más roja que un farolillo de feria.

—¿Qué tomarán? —consigue decir con un hilillo de voz.

El rubio decide enviarle una sonrisa de anuncio de dentífrico y pide un zumo de naranja. Las mejillas de la pobre muchacha se ponen aún más coloradas, cabecea y centra su atención en mí.

—Un café solo. —Vuelve a cabecear y se va como alma que lleva al diablo. Miro al rubio y veo que ahora esa sonrisa me la dirige a mí—. ¿No te duelen los músculos?

Eso, aún le hace sonreír más.

—Me sorprende que no te dieras cuenta antes.

Claro, recuérdame lo estúpido que he sido. Opto por cambiar de tema—. ¿Cómo has sabido lo de la limonada?

Al parecer es una pregunta graciosa porque de repente el idiota empieza a descojonarse delante de mis narices.

—Ay madre, tendrías que haberte visto la cara cuando se te estaba a punto de caer encima. Ha sido algo así. —Su cara metamorfosea a una copia de El grito de Munch pero sin una mano en cada mejilla. No encuentro el chiste gracioso y se lo hago saber entrecerrando los ojos—. Bueno, tal vez no tan exagerado. Pero era obvio que tenías miedo.

—No tenía miedo.

—Vale, lo que tú digas. Pero podía olértelo y a mi nariz no se le escapa nada.

—¿Qué eres?

Hace una sonrisa parecida a la que un niño pone cuando sabe algo que tú no sabes. Justo ahora la camarera tímida trae los pedidos, como si hubiera elegido adrede este momento para ponerle más emoción a la escena. Da media vuelta y vuelve a alejarse con rapidez.

—Soy Naruto Uzumaki, un placer.

Listillo.

—Sabes que no es eso lo que pregunto.

—¿Cómo quieres que te diga qué soy si ni siquiera sabes mi nombre? Escucha minino, eres un poco maleducado. —Se me vuelve a helar la sangre—. Te he dicho que tengo muy buen olfato.

—Sasuke Uchiha. —Mis instintos primarios no paran de gritarme que salga del local, pero no pienso hacerlo, no pienso huir.

—Encantado. —Coge su vaso de zumo de naranja y toma unos cuantos sorbos—. ¿Sabes? Cuando vine pensé que estaría solo, me dijeron que en esta parte era muy raro encontrar… eh… gente como tú y como yo. Pero un día, me subo en un autobús y ¡bum! —Da una palmada en la mesa y hace temblar mi pequeña taza de café aún sin probar—. Noto un olor a… gato… al principio pensé en la posibilidad de que se hubiera colado alguno, no quise darme esperanzas para luego decepcionarme. Pero cuando seguí la dirección del olor, te vi a ti.

—Puedo tener algún gato en casa.

—No. El olor que dejan las mascotas es muy débil en comparación.

Doy un sorbo a mi café y ahora recuerdo estar de pie en ese autobús, leyendo, sintiéndome inquieto y bajando una parada antes de la habitual.

—Aún no me has dicho qué eres. —Vuelve a sonreír.

—¿Tan importante es? —Levanto una ceja, obviando la respuesta—. Un zorro.

Un perro.

Por eso me ponía tanto de los nervios. Es un cánido, mi enemigo natural.

Vuelvo a coger mi pequeña taza de café para darle unos cuantos sorbos, aunque ahora no me conviene demasiado ponerme más nervioso.

—No voy a hacerte nada.

Vuelvo a levantar una ceja, esta vez ofendido—. ¿Perdón?

—No pienso atacarte ni hacerte daño.

—¿A quién vas a hacer daño? ¿Te crees que no sé defenderme? —¿De verdad piensa que soy tan débil? Vale, tal vez no tengo tanto músculo como él, pero apostaría lo que fuera a que soy mucho más ágil—. Perro estúpido —resoplo por lo bajo.

—Oye, no empecemos a generalizar, no soy un perro.

Ah, ya lo he descubierto, por fin, ya tengo algo con lo que puedo meterme con él. No puedo evitarlo y dejo que mis labios hagan una media sonrisa de superioridad—. ¿Y cuál es tu alergia?

—¿Crees que voy a decírtelo? ¿Y si luego me amenazas con eso?

—¿Vas a amenazarme con limonada?

—No, nunca haría una cosa así, pero no sé si tú eres capaz de hacerlo. —Por supuesto que no. Creo. Bueno, tal vez para mantenerlo alejado de mí—. Entonces… quieres… ¿venir a mi apartamento a darle al FIFA o algo?

—No soy tu amigo.

—Bueno, creí…

—No somos… normales, sí. Pero no creas voy a convertirme en tu mejor amigo sólo por eso. —Me irritas, he estado a punto de añadir. Pero por alguna razón no lo he hecho. Tal vez su mirada medio dolida ha tenido algo que ver—. Si me disculpas.

Me aparto de la mesa para levantarme e irme del local. En una última ojeada veo cómo la expresión de su cara cambia y vuelve a enviarme una sonrisa. Me pongo de pie.

—Recuerda que me debes una.

Y vuelvo a quedarme congelado. Le envío una de mis miradas llenas de odio y sin decir nada más me dirijo hacia la salida. Su mirada en mi nuca, como casi siempre, aunque creo que a partir de ahora tendré que soportarla más a menudo.

Notas finales:

Gracias por leer ^^


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).