Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Quiero verte 「Aitai」 por Akii Siixth

[Reviews - 9]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Pues yo sigo aqui, trayendoles otra contribucion a la serie Acid Black Lovers que junto con mi nee-chan, Aoi Tori decidimos hacer... ahora le toca a la cancion Aitai...

Espero que les guste, en verdad ha sido todo un reto escribirlo, lejos de que me haya basado en la letra de la canción quise plasmar lo que esa canción me hace sentir, tristeza, impotencia, pero sobre todo un profundo y sincero amor...

Espero les guste :3

Notas del capitulo:

Este fic va dedicado a mi baby Andiie, que esta enfermita y en su lecho de muerte(?) me pidio que le dedicara un fic y aqui esta, te quiero preciosa ya sabes que estoy contigo *3* 

Espero les guste...

PD: las letras en negrita cursiva es parte de la letra de la canción y la letra que solo esta en cursiva son dialogos de los personajes..

Bueno ahora si, ¡A leer!

Preparen un pañuelo :')

En una clase desde la que se veían los edificios, nuestros escritorios se encontraban alineados.

 

Me removía en mi cama; había perdido el sueño que tanto disfrutaba. Ahí estabas tú abrazándome como antes, mostrándome tu bella sonrisa; los dos en esta cama que ahora se siente tan vacía sin ti.

Abrí los ojos sólo para confirmar lo que mis manos y el frió de mi cuerpo sentían tú ya no estas, me di la vuelta y frotándome los ojos alcancé a ver el reloj; la 1:30 AM, sólo ha pasado media hora desde que logré conciliar el sueño y ya estoy despierto de nuevo y tú no sales de mi mente, quiero verte, quiero saber que estás bien donde sea que te encuentres; a veces pienso que debí haberme ido contigo, pero está claro que no lo hubieses consentido, te amo, ¡mierda te amo! Y creo que nunca dejaré de hacerlo.

 

Suspirando me levanté en dirección al baño, por el camino notaba que aquel lugar es tan lúgubre sin ti.

Entré al baño y abrí el grifo del lavabo, puse una de mis manos bajo aquel chorrito de agua fría, no sé por qué hago esto; ya sabes una de tantas manías que tengo y que tú siempre aceptaste “eres tú y las amo porque vienen de ti”  eso me dijiste cuando te las conté, siempre tan amoroso y atento conmigo, nunca antes tuve a alguien que se preocupara como tú lo hiciste y sobre todo; que me amara como tú lo hiciste.

Retomé mi verdadera intención de venir al baño: tomar el frasco de pastillas para dormir; sé que no te gusta que me medique, “tu cuerpo se acostumbrara” eso me decías, pero no hay otra manera, no puedo dormir media hora y estar despierto dos o tres.

Salí del baño en dirección a la cocina por un vaso con agua, pero siempre hay algo que se roba mi atención: el sofá de la sala, ¿lo recuerdas no? Ese sofá donde pasamos tantas cosas, momentos de felicidad y de tristeza, ese sofá fue el último lugar donde te vi con vida.

 

Mientras pasábamos juntos los mismos años, aprendí algo de inglés, un poco de baloncesto y cómo enamorarme de ti.

 

 

Regresé a nuestra habitación con el frasco de pastillas en una mano y en la otra el vaso con agua, las puse en la mesita de noche y dejé ir mi mente ¿Hace cuánto que no estás? ¿Hace cuánto dejé que las ganas de volverte a ver me poseyeran y no me dejen vivir? Supongo que eso ha pasado siempre.

 

Recuerdo cuando nos conocimos, teníamos 15 años y yo acababa de mudarme a la ciudad, yo era el típico chico rebelde, vestía a mi manera; me tintaba el cabello a mi antojo, cuando nos conocimos llevaba el cabello color negro con unas partes rojas, me veía genial y tú me lo dijiste; en fin, hacía lo que quería y al llegar a la ciudad eso no cambio; es más, empeoró.

Vivía con mi abuela ya que mis padres murieron ¿la recuerdas? Murió hace unos meses, supongo que de soledad, estoy pensando que en algún momento eso me pasará a mí.

El día que llegué a la escuela, era uno normal estaban a medio curso y yo me integré, me hicieron sentarme a tu lado, en ese momento no me importaba donde me sentara, en realidad no me importaba nada, solo vivía mi vida al día a día nunca había planeado algo para mi futuro, pero claro, sólo tenía 15 años.

Pasó una semana y yo había notado que tú no dejabas de verme. Por un momento creí que me veías como un fenómeno o que me juzgabas como los demás, hasta que me hablaste, nadie se había acercado a mí y de vez en cuando yo te veía con tus tres amigos.

Me buscabas con la mirada y me preguntaba por qué, ese día te acercaste y me hablaste, te veías nervioso y yo no entendía por qué, me preguntaste si podías sentarte; yo asentí, me intrigabas, llevabas una banda cubriendo tu nariz; ahí pensé que a lo mejor no me juzgabas como yo creí. Te presentaste conmigo, me sentí estúpidamente feliz al saber tu nombre: Akira, era un nombre muy hermoso; muy indicado para ti, te dije mi nombre y apreté mi mano contra la tuya, te sonrojaste, por alguna razón yo también, fue raro aún ahora no entiendo que pasó en aquel momento.

Conversamos, creo que de nuestra vida; aunque no teníamos mucho que decir, me presentaste a tus amigos, dos me quisieron; el otro no, supongo que le gustaba protegerte, pero en aquel momento no entendía de qué quería protegerte. Luego de aquel día tampoco te hablaba, no pasaba de un “hola” o de unas sonrisas en clases, me la pasaba solo y tú no te volviste a acercar. Odiaba admitírmelo;  quería acercarme a ti, pero tu amigo siempre me veía mal, así que retrocedía. Hasta que unas semanas después te volviste a acercar; fue después de la clase de gimnasia.

Yo te había observado, nunca participabas en aquella clase y me preguntaba por qué, ese día el profesor me pido guardar las pelotas en la bodega del gimnasio, eso hacía cuando tú entraste o más bien te empujaron hasta allí. Pude escuchar las risas de tus amigos, te miré, estabas tan rojo que podría jurar que hasta tu bandita cambio de color, te acercaste tímido y ambos pudimos escuchar como tus amigos nos encerraron allí, tu sonrojo empeoró, si era posible, en aquel momento. Te sentaste sobre las colchonetas, yo te miraba entre intrigado y divertido pero me senté a tu lado, te quedaste en silencio y yo también, así pasamos hasta que dejamos de escuchar a tus amigos; al parecer se habían ido. Abrí la boca para preguntarte algo, pero tu hablaste primero, me preguntaste por qué ya no te había vuelto a hablar, no sabía qué responderte, estaba muy sorprendido de que te importara tanto que no lo hiciera. Dejé el tema, te pregunté por qué era que no participabas en la clase de gimnasia, te pusiste pálido, supongo que aquel no era un tema que te gustase tanto, ahí supe sobre tu enfermedad.

 

Incluso tras graduarnos, aún seguías tratándome como un niño

 

Desde aquel día comencé a verte diferente, no te gustaba; lo sé, pero ahora entendía por qué tu amigo te protegía tanto, te cuidaba como una madre y de cierta forma, yo también; me odiaba por eso, pero no podía evitarlo, luego de saber tu fragilidad, que la verdad no la aparentabas, algo en mí se activaba y parecía una madre histérica cuando te veía hacer algo que, a mi consentimiento, podía dañarte.

Tiempo después tus amigos me fueron aceptando, incluso Shima que tanto me intimidaba, termino por hacerlo.

Unos meses después, antes de terminar el año escolar, me confesaste tus sentimientos. Ese día estaba en la azotea, hacía mucho calor y no quería estar en el patio, llegaste; ibas sonrojado aunque esa vez pensé que quizás tenías fiebre, pero al momento de poner mi mano sobre tu frente para confirmarlo, me lo dijiste, me gustas, creí haber escuchado mal, pero tu sonrojo me confirmó que no, a decir verdad yo sentía lo mismo por ti desde la primera vez que me hablaste, pero no había querido afrontarlo. Te dije que me dejaras pensarlo, asentiste de mala gana y con un semblante triste que me partió el corazón ¿en verdad me amabas tanto? Pasó una semana y yo no te respondía, no es que no supiera lo que sentía, era que no sabía cómo decirlo, tú me mirabas pero no me presionabas; en tus ojos se veía un gran pesar, a lo mejor pensaste que iba a rechazarte, pero no tenía pensado hacerlo. No fue hasta que Yuu me animó a decírtelo que tome el valor y una tarde te cité en la azotea, es una de las veces que recuerdo que estaba al borde de un colapso nervioso, traté de tranquilizarme, pero la espera se hacía cada vez más grande, supongo que te vengaste de mi en esa forma ¿verdad? Llegaste y yo no sabía qué hacer, me mostraste esa sonrisa que me enamoraba cada vez que la veía, ibas muy tranquilo, al menos aparentemente. Nos sentamos con la espalda recostada en la pared, tú esperabas a que hablara, pero mis nervios no me dejaban. Pasó no sé cuánto tiempo “no hace falta que me lo digas, yo entiendo, no te preocupes” me dijiste aquello y te levantaste; yo no podía dejarte ir, en verdad yo no iba a rechazarte, así que antes que cerraras la puerta, lo grité.

 

“Quizás deba irme lejos” dijiste medio riendo, medio serio, mientras me abrazabas.

 

Regresaste con una cara de incredibilidad que me causó mucha gracia, te arrodillaste donde antes estabas sentado y me miraste. Yo la verdad no tenía el valor de verte a la cara, me moría de vergüenza y tú viéndome así no ayudaba, te escuché sonreír y segundos después me abrazaste. Yo estaba feliz; me sentía el ser más afortunado del planeta Tierra y creo que tú también, aunque no era para tanto, alzaste mi rostro hasta la altura del tuyo y me besaste, fue un beso tierno, en realidad solamente juntamos nuestros labios y nos quedamos así, era nuestro primer beso juntos, aunque el mió era mi primer beso; jamás lo había hecho, si años antes me hubiesen dicho que mi primer beso iba a ser con un chico, no lo hubiese creído.

Luego de eso ni tú, ni yo le pedimos al otro ser novios, eso ya sobraba entre nosotros; lo teníamos bien entendido. Tus amigos estaban felices de que yo te aceptara, es más, creo que de no haberlo hecho quizá me matarían a golpes.

No puedo decir que éramos enteramente felices, peleábamos de vez en cuando y todo por la misma razón: yo quería protegerte y tú no te dejabas, decías que yo te protegía de más y tal vez era cierto, pero te amaba o más bien te amo y no quería que nada malo te pasase.

 

Los años pasaron y siempre estábamos juntos, nos graduamos y ahí surgió nuestro primer gran conflicto, pero no entre ambos, sino entre nosotros y nuestras familias, bueno, la tuya, éramos mayores de edad, se supone que podíamos hacer lo que quisiéramos ¿no? Pero al parecer tus padres no pensaban lo mismo.

Querías presentarme como tu novio, a mí se me iba el alma de solo pensar en que lo hicieras, tus padres son personas muy altivas, egocéntricas y todo lo que tú no eras; me daban miedo, solo con ver cómo me miraban cuando iban a recogerte y estabas conmigo, supe que iba a ser difícil y cómo no, si tú eras un chico de una familia tan refinada y yo apenas tenía modales, aunque sé que a ti no te importaba, pero a tus padres sí, especialmente por la apariencia que yo tenía, creo que pensaban que era alguna clase de delincuente o algo así. Luego llegó el momento en que debíamos “separarnos” te propuse algo para lo que tus padres no estaban preparados: que viviéramos juntos.

Yo trabajaba ya que no tenía otra forma de sobrevivir, así que unos meses antes compré ésta pequeña casa, no sé como logré juntar tanto dinero, pero lo hice.

Recuerdo que estabas demasiado feliz cuando te lo dije que temí que te diera un paró cardiaco, el problema era decírselo a tus padres, estaba claro que ellos iban a mantenerte encerrado y que no me dejarían verte y yo simplemente no podía, ni se me ocurría cómo podía soportar un momento sin verte, un momento sin ti era algo inverosímil para mí. Tus padres armaron gran escándalo cuando les dijimos lo nuestro y lo que pensábamos hacer, casi me envían a la cárcel, bueno eso querían, pero no tenían ningún cargo en mi contra. Sé que te dolió dejarlos, después de todo ellos son tus padres y en el fondo yo entendía cuanto los amaste, pero nos mudamos juntos. Pesé al odio de tu madre hacia mí, me pidió que te cuidara, supongo que tiempo después se dieron cuenta que yo era igual o peor que ellos cuando de cuidarte se trataba y digamos que llegué a caerles bien; un poquito, pero era más de lo que podía pedir.

Así pasamos todos estos años, tú te quedabas en casa y yo trabajaba para sostenernos a ambos, dos años pasaron y conseguí el mejor trabajo que pude haber deseado. Me encanta cantar; lo sabes y aquel trabajo en la banda me venía como anillo al dedo. Era una pequeña banda que tocaba en eventos y necesitaban un cantante, me alentaste a que lo hiciera y me aceptaron, ese trabajo era perfecto para nuestra situación. Trabajaba por días, según como eran las contrataciones y el resto del día lo pasaba contigo, paseábamos, aunque no mucho, generalmente nos quedábamos en casa a ver películas ¿lo recuerdas? Básicamente esa era nuestra diversión, estar juntos, recuerdo el último fin de semana que lo hicimos, pasamos casi todo el día aquí en la cama viendo películas una tras otra, daba lo mismo de que género fueran, comedia, acción, terror, románticas, ciencia ficción, al fin y al cabo películas, eran las 11:00 PM cuando reaccionamos, casi no habíamos comido nada, me levanté; no sin antes darte un beso que me dejó helado, te miré, pero me sonreíste y me alivié, volviste a besarme y esa vez me supo a gloria, como siempre, sonreí y me levanté, no sin antes hacer que me prometieras que repetiríamos lo de ese día, me miraste largamente; tus ojos brillaban por las lágrimas que habían asomado a ellos, lo supe, pero quisiste ocultármelo riendo y asintiendo con vehemencia a mi propuesta. Sonreí con un gran pesar en mi corazón y salí del cuarto, bajé hasta la cocina casi como si estuviese programado, las lágrimas comenzaron a salir sin que yo quisiera pero, ellas sabían; sabían que pronto iba a perderte.

 

Cuando las nubes bajas se despejaron, en una noche de invierno, al igual que un sueño, Falleciste.

 

 

En los siguientes meses tu enfermedad empeoró, nadie sabía que tenías, ni los mejores médicos del mundo lo supieron, tus padres te llevaron por todos los rincones del planeta buscando una explicación, pero nadie sabía que era lo que padecías. Me lo contaste aquel día en la bodega del gimnasio, naciste bien; sin ninguna complicación, a medida ibas creciendo, tu enfermedad se fue desarrollando, sufrías de dolores intensos en cualquier parte de tu cuerpo, cuando eso pasaba te retorcías cual gusano, me daba miedo verte así, a la vez que mi cabeza me torturaba porque no podía ayudarte, nadie podía, me frustraba pero, ¿Qué podía hacer? Ni la medicina te ayudaba, menos iba a hacerlo yo.

Aquel día también me contaste como creías que se generaban aquellos dolores, supongo que nadie mejor que tu conocía tu cuerpo, no participabas en clase de gimnasia porque si sobre esforzabas tu cuerpo te sobrevenía un cansancio que definiste como “anormal” y si ese cansancio te llegaba, los dolores o calambres que sentías eran mas frecuentes e intensos,  no puedo decir que pasabas grandes lapsus de tiempo sin tener dolor, pero a veces no aparecían en semanas y eso me alegraba. Vivíamos una vida normal, solo evitando los excesos claro, al menos los doctores tenían un medicamento que reducía aquellos dolores, nunca entendí todo lo que me dijeron, lo que sí sabía era que te ayudaban, un poco, pero te ayudaban.

Los meses después de aquella tarde de películas fueron un verdadero infierno, tu sabías que estabas peor, pero no me lo dijiste, esperaste hasta que ya no podías controlar esos desmayos repentinos, ese dolor corporal que a veces no te dejaba ni moverte, esperaste hasta estar prácticamente en tu lecho de muerte para decirme que no estabas bien y para empeorar las cosas en ese tiempo yo tenía bastante trabajo, a veces de noche, de día, en la tarde, a la hora que fuera y a veces todo el día, era agobiante porque sabía que estabas solo en casa y que probablemente cuando regresara te encontraría mal, pero no; todos los días era lo mismo, cuando regresaba te veía sentado en el sofá viendo la televisión o leyendo algo, eso me aliviaba, hasta que ese día llego.

 

Debía trabajar casi todo el día, teníamos tres eventos seguidos e iba a regresar a casa tarde, me sorprendió ver que te levantaste a la misma hora que yo, me “obligaste” a ducharnos juntos, desayunamos juntos yo de tu plato y tú del mió, no era la primera vez que lo hacíamos, pero me entristecía saber que iba a ser la última. Supe que era  la última porque, aunque tú no lo dijeras, te veía cada día más enfermo; tu piel un poco más pálida, tu ánimo no era el mismo, a ti que siempre te encantaba hacerme bromas solamente para tener un ambiente divertido, ya no lo hacías; tu mirada se perdía de vez en cuando, quién sabe dónde.

No sé cómo, pero tratabas de ocultar tus dolores que se habían acrecentado con el paso del tiempo, me preocupaba demasiado, pero era algo que no podía detener y no es que me resignara, simplemente por más que trataba nunca llegaba a nada, es más aún ahora si siguieras aquí, quizá te seguiría viendo igual, así de enfermo y triste y la verdad no me gustaría.

 

Llegada la hora de irme, me abrazaste, uno de esos abrazos largos que a la mayoría se le vuelven incómodos, a mí me supo a despedida, me separé después de no sé cuánto tiempo, me acerqué a tus labios y los besé, espérame te dije y salí de la casa; ni siquiera te vi. Yo en mi egoísta existencia te pedí que me esperaras, tal vez obligándote a soportar dolor mientras yo regresaba a casa, quería estar un poco más de tiempo contigo y si te hubiese dicho que no iría a trabajar te negarías, lo sé, te conocía demasiado bien.

 

No puedo decir que tuve un día tranquilo, te llamaba cada que podía y siempre me contestabas riéndote de alguna cosa que te decía, te preguntaba qué hacías y me decías que nada importante, incluso recuerdo que me pediste que te cantara y lo hice, así por teléfono, me dijiste que así sonaba diferente, pero bien; que debería considerar grabar una canción así. Cuando me decías cosas así me alegraba y tenía la pequeña esperanza de que tu presentimiento y le mío no fueran cierto.

 

Terminé antes ya que uno de los eventos fue dramáticamente interrumpido por alguien, era una boda y al parecer un amante se había presentado en medio de la ceremonia, esta se canceló, lo sentí mucho por la pareja ya que se veía feliz, si tan solo la gente nos hubiese aceptado así como los aceptaron a ellos; pero eso no podía ser y menos con tus padres de por medio, aunque, en realidad, aquello no me importaba en ese momento, lo único que quería era estar contigo en tus últimas horas, en ese momento quería verte.

 

Salí corriendo como si alguna clase de asesino me estuviese persiguiendo, entré a la casa y te vi como siempre, esperándome en el sofá; pero esta vez estabas quieto, ni siquiera podía ver tu pecho moviéndose en señal que respirabas, me alarmé y corrí hasta quedar frente a ti. Di un fuerte suspiro: estabas durmiendo. Lo supe porque, si bien no se veía, tu pecho aún se movía.

Me senté más aliviado a tu lado, recosté mi cabeza en tu antebrazo, no me atrevía a despertarte, cuando dormías tenías esa expresión que tanto me encantaba ver, esa linda sonrisa nunca abandonaba tos labios, creo que solo dormido podías estar en paz. Me junté más a ti, mis dedos se paseaban por la piel de tu pecho que dejaba al descubierto la camisa, así pase un tiempo —no sé cuánto la verdad—, hasta que te despertaste, no sé qué te pasó, pero me apartaste y comenzaste a boquear en busca del aire que aparentemente te faltaba. Yo me quedé estático, como siempre, nunca sabía qué hacer para ayudarte, aunque fuere en lo más mínimo, no podía, me daba miedo.

 

Cuando tu respiración fue normal te volviste a sentar y me miraste, yo estaba llorando con la cabeza gacha viendo el suelo, te escuché sonreír y lo próximo que sentí fue como me tomabas entre tus brazos y me obligabas a sentarme en tu piernas, lo hice, coloqué una a cada lado de las tuyas; acomodé mi cabeza en tu hombro hundiéndome allí para llorar con más vehemencia. Me acariciabas, con una mano la espalda y la otra la pasabas por mi cabeza, enredando tus dedos en mi cabello, no llores, me pedías y me hacía llorar más. De un movimiento rápido, me separaste de ti para luego juntar nuestros labios en uno de los besos más necesitados que recuerdo haberte dado.

 

Las lágrimas caían de mis ojos directamente a tus mejillas, confundiéndose con las tuyas, ya que habías comenzado a llorar, me dolía verte llorar, supongo que tú sentías lo mismo al verme a mí, nos separamos y volví a esconder mi rostro entre el hueco de tu hombro y tu cuello, sentía tus lágrimas humedecer mi cabello mientras me seguías repitiendo que no llorara. Me mordía el labio inferior tratando de frenarlas, pero no podía, la tristeza me ganaba.

Los dos seguimos así por algún tiempo: en silencio, disfrutando de la compañía del otro, que al parecer iba a acabar; a veces sentía tu cuerpo tensarse, suspirabas y se pasaba, yo no me atrevía a mirarte, a moverme, ni siquiera a respirar durante esos momentos, ¿soy un cobarde verdad?

El doctor que seguía tu caso nos dijo —una vez que te llevé porque tus dolores habían acrecentado y  que ya no los sentías iguales— que, de alguna forma, tu enfermedad había evolucionado, atacaba a tus músculos y a su vez, estos hacía correr peligro a tus órganos, aún no me explico cómo podía pasar algo así, aquellos espasmos amenazaban con hacer dejar de funcionar alguno de tus órganos en cualquier momento.

Desde el día que escuché eso me acobardé, no sabía qué hacer, en ese momento tuve que hacerme a la idea que iba a perderte en cualquier instante, yo no quería, supongo que tú tampoco, pero ¿qué hacer? Solamente aceptar la realidad que nos había tocado vivir.

A partir de aquel día, siempre vivía angustiado no sabía cuándo iba a ser el último momento que iba a pasar contigo, pero al parecer tú sí lo tenías muy claro, egoístamente, no quería que aquel momento llegase, me rehusaba a vivir una vida sin ti, no sé cómo hoy puedo hacerlo.

 

Pasado algún tiempo, habías dejado de llorar, yo simplemente no podía, me susurrabas cosas al odio, algunas eran bromas sólo para hacerme sonreír, algunas otras eran tus sentimientos que me hacían estremecer más, casi tanto como la primera vez que me los dijiste, hasta que creo que te hartaste porque no dejaba de llorar, me tomaste por los hombros, me obligaste a abandonar aquella posición tan cómoda que había adoptado, clavando tu intensa mirada en mí.

 

No llores, por favor ya no llores, quiero que me prometas que aunque yo no esté, tú serás feliz, caminarás con la frente en alto, volverás a ser el chico risueño que eras antes, te mereces ser feliz. Creo que, de cierta forma, yo nunca debí involucrarme contigo, sabía en lo que iba a terminar, fui injusto cuando prácticamente te arrastré hasta mi vida, obligándote a vivir mi enfermedad conmigo, por eso, por favor, perdóname y sé feliz, sólo eso te pido.

 

Todo aquello me lo dijiste con una sonrisa en tus labios, yo sólo negaba, no podía creer que me estuvieras diciendo aquella clase de sandeces.

 

Tú no me arrastraste, yo decidí seguirte y estar contigo es lo mejor que me ha pasado en la vida, por favor no me digas eso, me duele que me dejes, pero más me duele saber que piensas que esto fue un error.

 

Aquello te tomó por sorpresa, sonreíste, más bien te carcajeaste yo no entendía qué de todo aquello te había hecho gracia.

 

Te amo, por favor nunca olvides que te amo, sé feliz y ya no llores, si soy lo mejor que te ha pasado en la vida, debes prometerme eso.

 

Y diciendo aquello me soltaste, yo volví a mi posición anterior, había dejado de llorar, era como si mi cuerpo reaccionara a tu petición sin que yo diera la orden. Asentí y escuché una leve risa de ti.

 

Gracias, mi amado Taka, gracias.

 

Sólo eso me dijiste, en realidad fue lo último que dijiste.

 

Una de mis manos tomó una tuya, entrelazando nuestros dedos, mientras la otra la había dejado muerta entre nuestros cuerpos y la otra tuya estaba inmóvil en mi espalda, ambos esperábamos por lo que nadie debería esperar: la muerte.

 

Pasaron algunos minutos, a mí se me antojaron horas, la mano que tenía sostenida, de vez en cuando, me apretaba, tu cuerpo volvía a tensarse, sabía qué te pasaba; pero ahora no tenía miedo, me acercaba más a tu cuerpo, casi como queriendo que tu dolor se trasmitiera a mi cuerpo.

Así pasamos algo de tiempo, yo en mi mente pedía que tu sufrimiento acabara, ya no me importaba quedarme solo, yo quería que tú dejaras de sufrir y como si alguien me hubiese escuchado, tu mano, la que tenía entrelazada con la mía, dejó de hacer presión poco a poco, sentía tu pecho cada vez ascender y descender con más lentitud de la que se debería respirar, mi cuerpo se heló cuando la mano que tenías sobre mi espalda se resbaló hasta quedar inmóvil sobre mi pierna: habías muerto, lo sabía; pero no quería levantarme, no quería verte así.

Con una exhalación lo hice, sólo para darme cuenta que sonreías, eso me enterneció.

Acerqué mis manos a aquel pedazo de tela que cubría parte de tu rostro, dejando al descubierto tu nariz tan pequeña, te hacía parecer un niño, un niño hermoso, me acerqué a darle un último beso y luego uno tímido en tus labios, todo antes de que el calor de tu cuerpo se esfumara. No lloraba, no me veía capaz de romper la promesa que te hice.

Me levanté de ti, te recosté sobre el sillón, subí por la ropa que me habías pedido te colocara el día de tu muerte.

Mi respiración se agitaba al estar cambiándote, contemplando por última vez tu cuerpo. Tomé aquella camisa roja que te regalé en uno de nuestros aniversarios, tus jeans favoritos de color negro, algo gastados, tus zapatillas favoritas y volví a colocarte la bandita en tu nariz. ¿Quién era yo para quitarte algo que era parte de tu personalidad? Te vi frente a frente por última vez, me acerqué a tu mejilla y te di el último beso, ya tu cuerpo estaba algo frío aunque eso no me importó.

Tomé el teléfono y llamé a tus padres, ellos estaban al tanto de que esto iba a ocurrir de un momento a otro; casi inmediatamente llegaron con el servicio de la funeraria. Tu madre estaba muy mal, tu padre también, pero no lo demostraba, eran las 11:30 PM ¿tantas horas habíamos pasado recostados en el sofá? ¿Tanto sufriste antes de morir?

Yo no dormí, me quedé sentado en el sofá, recordando mi tiempo contigo; una llamada me separó de mis pensamientos, era tu madre avisándome la hora de tu entierro, me di un baño y salí que aquella hora estaba cerca y quería llegar antes.

 

Ya estando allí, vi a tus amigos, Shima era el más afectado y claro según lo que me contaste, debieron haber sido como un hermano el una para el otro. No quise acercarme, se veía muy mal, fui directamente donde estaba tu madre, tenía los ojos hinchados de tanto llorar y un semblante muy triste, aunque supongo que todos ahí teníamos aquella expresión, excepto tú, tú sonreías.

La ceremonia comenzó, todo el mundo estaba llorando, yo no me veía capaz de hacerlo, todos me miraban mal, pensaban que tu muerte no me dolía lo suficiente como para llorar, pero ellos no sabían de la promesa que te hice.

Todo terminó tan rápido como empezó, tú ya estabas no se cuántos metros bajo la tierra, bueno tu cuerpo, porque sé que tú estás en un lugar mejor.

Me acerqué a saludar a tus amigos, se me partió el alma cuando Shima me abrazó y lloró sobre mi hombro, las lágrimas se acercaban peligrosamente a mi ojos, mi labio inferior temblaba y sentía una pelota enorme que obstruía mi garganta, pero no las dejé salir, ni una sola lágrima salió ese día, ni lo ha hecho.

Me despedí y regresé aquí, a nuestra casa, por primera vez solo… y de esto ya va un año.

 

Aferra mis hombros intentando permanecer fuerte, regáñame y dime que estoy siendo un idiota. Bésame con ternura, abrázame y dime que todo es una mentira.

Quiero verte.

 

 

Me levanté de la cama y fui a buscar tu película favorita, esa que tanto te encantaba ver y te emocionabas igual siempre, daba lo mismo si la habías visto ya diez veces, me encantaba verte con esa emoción en tu rostro.

La encontré y la puse a reproducirse, por momentos la veía, por momentos te recordaba a ti, con tu expresión de emoción. Te seré sincero, a veces me aburría viendo esto una y otra vez, ahora quisiera repetir aquellos momentos, ¡ah cómo quiero verte!, sólo una vez, no me importa cómo, no me importa cuándo, pero quiero verte, quiero verte, quiero verte… y nadie me va a hacer alejar esos pensamientos ni deseos de mi cabeza.

 

La película terminó, ya son las 4:00 AM ¡vaya! Si que me he entretenido.

Apague la TV., y me arropé, cerré mis ojos esperando que el sueño me llegara y creo que así fue, o no sé pero me sentía como si no pudiese moverme; pero ahí estabas tú otra vez en mis sueños, sonriéndome,  así de tierno como siempre lo hacías, en mi sueño me tomabas de la mano y me llevabas a un lugar que no podía ver bien, había un gran resplandor que me lo impedía, era como un parque al que solíamos ir, aunque no estoy seguro, ahí me abrazabas y besabas como antes, era el mejor sueño que haya tenido en mi vida, pero seguía teniendo esa sensación de no estar dormido, sentía mi cuerpo como entumido, no podía moverme, sólo la mano que tenía sobre la que era tu almohada me pesaba, se sentía calida, exactamente era la misma que me sostenías en el sueño, era extraño, pero se sentía bien. De pronto el despertador comenzó a sonar ¿tan pronto? Quería moverme, pero no podía, aquel sueño se había borrado de mi cabeza, pero aquella presión en mi mano la seguía sintiendo, aunque no podía abrir mis ojos, sentí un fuerte apretón, eso no pude habérmelo imaginado, posterior ya no sentí la presión en mi mano y pude abrir los ojos, una estúpida sonrisa se dibujo en mis labios, sé que era tú.

Tomé mi mano entre la otra y suspiré, aquella sonrisa no se me borraba ¿en serio estabas aquí?, me alegro que así sea, aunque… aún quiero verte.

 

 

Me dices que quizá te marches lejos. Por favor no me dejes solo. Abrázame con fuerza y sigue viviendo aquí a mi lado.

 

 

Quiero verte…

Notas finales:

¿Les sirvio el pañuelo? porque a mi si TTwTT

Bien espero les haya gustado y haya podido plasmar lo que más arriba les dije...

Baby te quiero yo se que te vas a mejorar con esas pastillas feas que tienes que tomarte y no necesitaras de una manoseada por parte del doctor... *3* te quiero...

y pues nada más... gracias por leer y ojala les haya gustado, las adoro *3*

Acosenme : @Akii_Siixth

Ahora si bye!!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).