Uncontrollable.
Haru odia a los gatos.
Los gatos son astutos y rebeldes; son espíritus libres que no se atan a nada ni a nadie y que van donde les apetece sin ningún tipo de ataduras. No aprenden trucos ni respetan ningún tipo de autoridad (hasta sus dueños pierden el título de tales frente a estas pequeñas criaturas). Si no les gusta algo lo abandonan y rápidamente saltan a un nuevo objetivo que despierte su curiosidad: son selectivos, y no paran hasta obtener lo que quieren.
Los gatos son destructivos, y están constantemente en busca de presas, son depredadores por excelencia. Su naturaleza salvaje los hace indomables. Incontrolables.
Y esto a Haru lo aterra.
Por eso la primera vez que ve a Akira Agarkar Yamada entrar al salón de clases, una sensación invade su cuerpo de manera violenta y se encuentra flexionando sus brazos sobre su rostro para protegerse ante un zarpazo que no llegó. Akira no es un gato, aunque Haru no puede evitar sospechar que debajo de ese turbante se esconden dos pequeños triángulos peludos que apuntan a su figura.
Los ojos de Akira tienen una semejanza casi fantástica con los de un felino. Son oscuros y profundos y poseen una decisión en ellos que lo paraliza. Cuando esos ojos (pequeños, de pupilas profundas que se expanden ante la vista de un nuevo juguete) se posan sobre él, Haru no sabe qué pensar. Porque si antes la mirada de ese hombre se asemejaba a la de un gato, ahora, que está inspeccionándolo como un ladrón a su motín, cambia, y toma un matiz diferente, más enfocado. Y no es solo por cómo lo mira. Es por como sonríe, como si supiera todo, como si pudiera reírse hasta del destino. Es como si supiera el suyo; como si ya pudiera verlo (sentirlo) atrapado entre sus fauces.
Haru siente un calor extraño y sofocante subirle del pecho al rostro, y muerde su labio en desesperación ante su nuevo pensamiento: Akira se asemeja a un tigre, a una fiera hambrienta, y él, Haru, su cena servida en bandeja de plata; un pez fuera del agua.
Haru odia a los gatos, porque cuando un felino posa sus ojos en algo es cuestión de tiempo para que también lo hagan sus garras, y él no está del todo seguro si en el futuro podrá (o querrá) escapar de ellas.
Fin.