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El lago de los cisnes. por Bubble x3

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Notas del fanfic:

Es mi primer intento de escritura "darks" xDDD así que no se esperen algo muy bueno xDD

Eso, a leer~

El lago de los cisnes.

 

 

 

Antes de conocerlo jamás había experimentado algo parecido, y mientras flotaba en nubes de distinto color que el cielo, y sentía en el aire que el pasto nunca había olido tanto a pasto, y mientras parecía que mil voces le hablaban al mismo tiempo, él sonreía porque estaba feliz, porque en realidad no tenía los pies sobre la tierra.

 

En ese momento, quería creer que aquella no sería la última noche que lo vería, aunque él había prometido irse cuando ya no lo necesitaran, y no volver.

 

Pero de pronto, en medio de sus pensamientos que se manifestaban como palabras suspendidas en la nada, miró con unos ojos acuosos, llenos de llanto, como aquel perfecto se alejaba volando.

 

Quizás, con suerte, y eso que estaba viendo no ocurría en verdad, y que era solo otro efecto, otra alucinación creada por su mente.

 

Sintió unos labios suaves y dulces, ásperos y amargos sobre su sonrisa quebrada, y supo que él ya no vendría más, que él ya no lo ayudaría a escapar.

 

Entonces, como llevado por una fuerza que él no alcanzaba a comprender, tomó de la mano a su perfecto y trató de decirle con la sola mirada que se quedase, que no lo dejara solo.

 

Comenzaba a desvanecer entre sus manos, su figura se deslizaba contra la piel de sus dedos, y él no podía hacer nada para detenerlo, nada para aferrarse a él y no dejarlo ir.

 

Y solo cuando estuvo lo suficientemente solo, lo suficientemente triste, echó la mirada al cielo que se ennegreció de pronto. Ya no nadaba sobre él la bruma espesa, había desaparecido, dejando de rastro una estela de amargura, como la que dejó sobre su boca el beso, la despedida.

 

Lloró un poco, más por costumbre que por verdad, pronto llegaría alguien nuevo, remplazando a su perfecto, y el nuevo sería quizás más transparente, quizás más hermoso que el anterior.

 

El llanto se convirtió en un susurro de una canción vieja, y él, cantándola, sumergió su sombra en el agua, ahogándola, despedazando su cuerpo, su sonámbulo cuerpo. Desgarró sus brazos, los arrancó él mismo con las manos, y luego, mientras su propia imagen moría a sus pies, aparecía ante sus ojos otro hombre, más brillante, más puro.

 

Y sonreía, y su sonrisa era la más bella que él podría haber visto nunca, y eso lo hizo enamorarse de él en un par de horas, mientras cenaban vino y comían queso, mientras volaban sobre un pájaro negro, mientras mataban criaturitas en el bosque, ellos dos eran felices, nunca más ni menos, siempre igual.

 

Los perfectos no tenían nombre, ni edad, existían para él y para nadie más, nadie podía verlos igual que lo hacía él, nadie podía sentirlos, y él esperaba que nadie nunca lo hiciera.

 

Al momento en que el cielo se hacía más claro, y las aguas en el lago empezaban a clarear, Jinki escondió el rostro en el cuello de él, y lloró un poco, pero ese llanto era de él, y para sufrimiento de él.

 

Su perfecto se despidió con otra sonrisa, menos radiante, que ya no estremecía sus sentidos. Y decidió que esa misma tarde él moriría ahogado en la laguna, porque ya no lo hacía sentir vivo, ya no.

 

Al llegar a su cabaña, se desprendió de las ropas que llevaba, y anduvo desnudo por toda la casa, admitiéndose el mismo, y de pronto escuchó pasos, pasos acercándose.

 

Tomó un gran cuchillo de la cocina y se lo clavó en el pecho, justo donde estaría el corazón.

 

Escuchó la puerta cerrarse en un portazo, y él, desangrándose en el suelo, hizo un amago de sonrisa triste.

 

Quiero que dejes caer tu cuerpo, y que el agua ácida del lago pueda tocarte, no quiero que escapes, no intentes hacer nada, morirás ahogado cerca de la orilla, y deseo que entierres mi cuerpo cerca.

 

Ordenó con voz quebrada.

 

Y murió.

 

 

Al día siguiente despertó sintiéndose más joven, más vivo que antes. Se miró la cara en las aguas del marisma, desde ahora sería Taemin, ya no más Jinki.

 

Sintió su completa desnudez, el viento golpeando con fuerza su rostro, y de pronto todo se detuvo, el soplo del céfiro se había calmado, el sol brillaba con más fuerza que antes.

                                                                                                                                                    

Abrigó su cuerpo, se calzó de pies y puso guantes en sus manos.

 

Antes de irse, se sintió mareado, cayó al suelo, y no volvió a abrir los ojos.

 

 

¿Qué me ha pasado?

 

Se preguntaba, le ardían los ojos, y mientras se frotaba las sienes con insistencia, volvió en si, volvió a la verdad.

 

Sus manos sangraban, le escocían los dedos, sus piernas estaban llenas de cortes, y ya sentía como la sangre se le acababa, como ya no le latía rápido el corazón.

 

Pero volvió a inhalar algo de aquel polvo mágico que le había dado aquel maravilloso hombre la noche anterior y todo volvió a ser perfecto.

 

 

Unos niños jugaban alrededor de un árbol, iban descalzos y se veían felices, mucho más felices que él mismo.

 

Entonces, miró a uno directamente a los ojos y el niño pareció perderse en su mirada, perderse en su perfección.

 

¿Quién es usted?

 

La pregunta murió en sus labios, como el niño cayó muerto a los pies del otro, que había perdido la vista y lloraba aferrado al árbol.

 

 

Estaba realmente aburrido, jugaba con el filo de su navaja sobre la cama, y mataba a unas cuantas personas al azar con el pensamiento, pero no bastaba.

 

Gruñó cuando la punta aguda del arma se le enterró en la palma, y al ver que el sangrado no se detenía, decidió quemarse la mano.

 

El fuego no ardía contra su piel, rodeaba su mano, cayendo al suelo como un trapo cualquiera.

 

Salió y hundió la mano entre los rosales, donde las espinas se clavaron con fuerza en todo su brazo, y el sintió alivio al ver que no había más sangre, por ahora.

 

Entre las ramas de los árboles se sintió observado, pero no dijo, no hizo, no pensó nada, simplemente volvió a la cabaña y tomó un baño para quitarse el olor a cenizas y rosas del cuerpo.

 

 

Aquel que lo observaba desde la copa de un árbol resultó ser un conejo, que había subido hasta allá para hacer su nido.

 

Él no encontraba ya que hacer, todo le aburría, todo le cansaba y aún no aparecía su perfecto para distraerse, aunque fuera atravesándolo con miles de agujas.

 

Era ya casi media noche, él no esperaría más, no así.

 

Tomó una cuerda, y justo cuando perdía su último suspiro, cuando ya no le quedaba más aire que respirar, apareció otro, pequeño, hermoso, delicado como una muñeca.

 

Maldijo antes de que su cuerpo cayera inerte en el suelo, la soga se había cortado.

 

 

Le pidió a su nuevo perfecto que le describiese como era su rostro, como era su cabello, sus ojos, su boca, su cuerpo. Y según lo que él había dicho, decidió ser KiBum, que le sonaba a poder y a riquezas, a tiempo, a espacio, a vida.

 

Se dispuso a tomar el sol mientras el otro le besaba los párpados, las mejillas, el cuello, sin tocar sus labios, sabía que no podía hacerlo si aquellos no se le eran concedidos por su propio dueño.

 

Entonces, un hombre asomó su castaña cabeza, seguida de sus morenos hombros entre la espesa neblina que ahí siempre existía, y KiBum sonrió por prejuicio, olvidándose del perfecto que se arrodilló, esperando alguna orden, alguna palabra.

 

¿Quién eres tú y qué haces aquí?

 

Antes de que el desconocido pudiera pensar en alguna respuesta, en algo, él cayó al suelo y no supo nada de nadie, y no vio nada que no fuera oscuridad.

 

 

Unos brazos débiles lo cargaban cuesta arriba, había mucho ruido alrededor.

 

Ojos preocupados lo miraban, la gente empezaba a juntarse, y ya no era ese cuerpo quién lo cargaba, era otro, más fuerte, más hombre.

 

No abrió los ojos porque no quiso, pero sonreía cuando escuchaba un par de voces susurrando que quizás no soportaría ni una noche en el hospital.

 

 

El hombre seguía ahí parado, y se veía más apuesto que el mismo perfecto, aún agachado a sus pies y dispuesto a sus órdenes.

 

Soy MinHo… Y ahora, ¿Tendría la amabilidad de confesarme quién es usted?

 

KiBum perfiló una sonrisa que encantó a los ojos del, ahora, conocido.

 

Mi nombre es KiBum, y aún no respondes todas mis preguntas, MinHo… ¿Qué haces aquí?

 

Su voz hacía eco por todos los lugares del bosque, todo lo conocido, todo lo desconocido sonaba, y era un solo coro que repetía sus palabras, una y otra vez.

 

Creo… Creo que estoy perdido.

 

En sus ojos, KiBum pudo notar la confusión, él no tenía porqué estar ahí, ese era su mundo, jamás había introducido reales, porque para él lo real no tenía belleza, no tenía atractivo.

 

Se abalanzó sobre su cuerpo, y exhaló su cálido aliento sobre los labios del otro.

 

MinHo no necesitó más nada, solo selló su boca contra la mueca del otro, y se deleitó con su sabor, con su textura, con su forma, justo antes de abrir los ojos enormemente, justo antes de sentir que desfallecía en los brazos de KiBum.

 

 

-      ¿Estará bien doctor? –Escuchó como una voz desconocida hablaba con pena, y de fondo, un sonido extraño, un titubeo, otra voz contestándole.

 

-      No lo sé, la verdad. Está muy lastimado y… -Oyó el sonido precedente al llanto, y la voz del "doctor se ablandó, ahora era suave –Haremos todo lo que esté a nuestro alcance.

 

Nadie allí dijo gracias, escuchó un te amo, y luego el sonido de la puerta al cerrarse.

 

Volvió a su lugar.

 

 

El asqueroso cuerpo de MinHo reposaba junto a él, y con una mirada de desprecio ordenó que lo retiraran, que no quisiera verlo, no quería sentir ni su presencia muerta ni su hedor.

 

Luego, sin esa molesta entidad irrumpiendo en su pedazo de edén, silbó fuerte, desde la cumbre de la montaña más alta, más empinada, y todos los pájaros volaron asustados saliendo del nido, y se asomaron las nubes negruzcas en el cielo, la llovizna empezó cuando ya estaba cobijado, y con la cabeza decapitada de MinHo sobre un montón de agujas y paja en una esquina.

 

Durmió muy bien esa noche.

 

 

Su mano era apresada con tierna crueldad, y sus dedos estaban entrelazados a esta, fuertemente, cerrándose como un candado.

 

-      Despierta… -La voz sonaba llorosa, y era la misma de la otra vez, era la misma.

 

Oyó un chasquido, desganado, rendido ya. Y entonces la mano que le sostenía se volvió aún más temblorosa, y a él le caía llanto en el pecho.

 

-      Por favor –Recibió un beso en los labios, y la boca del otro estaba fría, y sabía salada y triste.

 

 

Empezó a sentirse vacío, mientras se enjuagaba los cabellos y repasaba sus ojeras con los dedos.

 

El ácido le destrozaba la piel de las manos, y él sonreía por puro aburrimiento al ver como se le desprendía la carne y quedaba solo un hueco, un espacio vacío al final de su brazo.

 

Llegó pronto su nueva diversión.

 

Un delicioso chiquillo que cruzaba frente a sus ojos, con la carita apenada y enrojecida, confundida, dulce, muy dulce a sus ojos.

 

Se había acabado el tedio.

 

 

-      ¡No despertará, ya compréndelo, dios! –Habían gritos empapando sus oídos, del odio que contenían -¡Ya, sal de aquí, llevas semanas esperando que abra los ojos!

 

-      ¡Maldición, cállate! –Oyó el sonido de una bofetada, y luego silencio, un avasallador, tortuoso, cruel silencio que inundó todos los espacios de la habitación, llenándola de a poco –No vuelvas a pronunciar una sola palabra más…

 

-      La verdad, siempre supe esto… -Esa voz era femenina, y guardaba un gran rencor en cada una de sus palabras, pero se contenía, aunque parecía que tenía telas de araña en la garganta de tanto tragarse lo que deseaba decir -¿Lo amas a él, siempre lo hiciste, no es cierto?

 

-      Sí –Había un poco de culpa en su voz, una culpa enfermiza y totalmente ajena a él, escuchó los sollozos de ella y le tranquilizó saber que dejó la habitación tan pronto empezó a llorar.

 

-      Oye… -Sintió una caricia suave en los cabellos, una mano revoltosa, cálida -¿Despierta, si? Hace mucho que no te veo sonreír…

 

Se perdió con el sonido seco de una máquina, que al parecer, indicaba sus pulsaciones.

 

 

El jovencito lloraba entre sus brazos, y el callaba sus labios con algunos besos, o intentaba hacerlo sentir algún placer, pero nada.

 

Quizás su cuerpo era aún muy joven para sentir algo fuera del asco y del miedo, si es un desconocido quién lo toca.

 

Lo soltó en el frío suelo, y caminó un par de pasos antes de pedir que lo ahogaran en el lago.

 

Y cada vez que alguien moría ahí, su último suspiro se convertía en un bello cisne.

 

 

-      ¡Doctor, dios mío, alguien! –La voz parecía desesperada, desgarrándose la garganta en gritos de auxilio. Unas manos aún más frías que él mismo le quitaron todos los aparatos del rostro, y sintió por un segundo que se le iba todo el aire, y que estaba seco por dentro.

 

Entonces, un escalofrío le recorrió el cuerpo, y el corazón volvió a latir, se elevó con fuerza sobre la cama, y cayó inconsciente, pero vivo.

 

 

Se despidió de sus cisnes, que a coro soplaron una hálito suave, que le llegó al rostro, y la brisa decía te extrañaremos, las lágrimas caían por sus ojos.

 

Luego, dejó caer su cuerpo sobre las plumas en su almohada, y miles de manos empezaron a destrozarlo, a arañarle las piernas, el pecho, la espalda, los brazos…

 

Pero ya no tenía sangre dentro, escurría de las heridas un líquido venenoso, obscuro, que pintaba todo, que se expandía por las paredes, por el cielo, que envolvía todo lo bello, todo lo que él había creado en ese lugar.

 

Ese líquido era lo único real en aquel lugar.

 

Y se perdió, se perdió en un bosque diferente, en otra neblina de diferente color, con sonrisas sin cara a su alrededor, buscando algo conocido, algo que se pareciera a lo que él había visto.

 

Ese no era su lugar, parecía perfecto, pero estaba lleno de vacíos, de océanos que mecían en sus abismos todos sus antiguos sueños.

 

 

-      Por fin… -Un hombre lo rodeó con sus brazos, amarrándoselos a la espalda, mientras lloraba sobre su hombro. Y él correspondió al abrazo, con una sonrisa de cartón pegada al rostro, mientras el doctor leía otro poco sus notas, sus expedientes, y se acercaba con la mirada gacha, azorado.

 

-      Usted…

 

Lo miró fijamente, esperando tener algún poder sobre él, como era allí.

 

Pero nada, el médico habló larga y pausadamente, él no alcanzaba a escuchar sus palabras, pero al final de su discurso, asintió con la cabeza, aun sonriendo, para disimular un poco.

 

Los dejaron solos, pero él no recordaba mucho de su vida antes de estar en el bosque, de hecho, no recordaba nada. Y tampoco quería creer que ese pedazo de mierda fuera la realidad, su realidad.

 

 

Llegaron a una casa alejada, grande, vistosa, donde Jonghyun dijo que ellos vivían juntos.

 

Él no logró explicarle que no recordaba nada. Pero no se quejó cuando el otro lo tomó por la cintura, y susurró un te amo sobre sus labios.

 

No lo recordaba pero quizás él se encargaría de rehacer los momentos en su mente. Y quizás, hasta crear unos nuevos.

 

 

Cada noche, él se escapaba al patio e inhalaba eso que le había regalado un hombre en un bar, cuando trataba de intoxicarse en alcohol, pensando en su mejor amigo, en su prometida, en que pronto se casarían y él no podría hacer nada, nada porque Jonghyun la amaba a ella, y no a él.

 

Y esa llorosa voz de mujer era de ella, esa que él escuchó en el hospital, eso lo hizo feliz.

 

Porque después de todo, él ahora lo amaba, ¿verdad?

 

Volvió, por un segundo, que le pareció eterno, volvió a ver sus cisnes en el lago de ácido, y estos le sonrieron, saludándolo con los ojos.

 

Volvió a probar el dulce vino sentado a las orillas del pantano, donde el agua le mojaba los pies y deshacía su piel a jirones, y eso a él le alegró más que la misma vida, más que sentir sangre bombeando en sus venas.

 

Parpadeó, y al abrir los ojos estaba en el jardín de su casa, ese lugar extraño y silencioso que compartía con Jonghyun, y se decepcionó al ver que ya no quedaba nada en la bolsa, pero tenía todos sus recuerdos en la mente.

 

Aunque aún no sabía con exactitud quién era, de donde venía, y por qué, solo recordaba lo que había pasado esa noche, esa noche, cuando inhaló ese polvo mágico, y todo se volvió como él quería. La primera que pasó junto al ser más perfecto del mundo, y al único que deseó volver a tener en todo ese tiempo.

 

Esa noche cuando solo quería morirse y había conseguido algo mejor que eso, había conseguido su propio paraíso, su lugar en el mundo.

 

Al regresar a casa, no dijo nada. Solo se envolvió en las sábanas y durmió toda la noche, y cuando se hizo de día no volvió a abrir los ojos, y Jonghyun lloró desconsolado a su lado, desde entonces, y por siempre.

 

 

Y al final, él tenía una oscura conciencia de que le gustaría más estar entre la espesa bruma, con algún perfecto, bebiendo vino o cenando queso, ahogando a su sombra en un lago ácido, donde siempre reposaban esas aves oscuras, grandes, astutas.

 

Porque él tenía una oscura conciencia, él sabía que sería mejor estar en el lago, con los cisnes hechos de cruel exhalación muerta.

 

Fin.

 

Notas finales:

Yo tengo una oscura conciencia de que no entenderán la couple o el shot xDDD ni yo lo hago(?) 

Pero que se le va a hacer -w- 

Se me cuidan, si ven al viejo del saco le pegan y se van por la sombra(?) :cc


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