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Recuerdos en la noche por B P G C

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Notas del capitulo:

Bueno, desde hace mucho tiempo he estado pensando en hacer un fic yaoi sobre Leo y Elliot: mis personajes favoritos de Pandora Hearts =D. Y, hoy es el glorioso día en que me atrevo a publicar un fin de ellos. Es un poco meloso pero, en fin, ¡Que lo disfruten!

     La noche se había instalado, y en la casa de los Nightray reinaba un absoluto silencio, acompañado por la oscuridad. Salvo en una habitación, donde una lámpara hacía frente a las tinieblas con una tenue luz amarillenta.

     — Por favor, Elliot… no pensarás dormir con esa ropa puesta. Al menos, cámbiate – imploraba Leo, por enésima vez

     Y por enésima vez, su amo respondió distraídamente, sin separar los ojos del libro que sujetaba entre las manos:

     — Si, si, espera a que termine esta parte

    Leo comprendía cómo se sentía enfrascarse en una lectura excelente, él mismo detestaba que rompiesen el mágico momento que unía a una persona con los hechos escritos en papel, y de haber sido otro momento habría permitido que Elliot se sumergiera en el maravilloso mundo de la literatura. Pero no aquella noche. No cuando esa debía ser su noche. Todo lo que había planificado, todo el valor que había reunido, se estaba yendo por el retrete. Exhausto ya de repetir la misma plegaria, se sentó al borde de la cama de su amado y fijó sus negros ojos en el techo.

    Unos meses atrás, durante el día debía acompañar a Elliot por los sobrios pasillos del colegio donde ambos estudiaban; durante la tarde debía realizar sus labores como sirviente y, en la noche, ambos caían a merced de sus camas separadas, entregándose a los sueños. Qué injusto le parecía esa vida monótona, cuando imaginaba tantas cosas con las que darles un tinte alegre y colorido. Se veía a sí mismo caminando en dirección a su salón, tomado de la mano de su amado, con sus rostros ruborizados; se visualizaba dándole la comida en las tardes y compartiendo apasionados besos, con la plateada luna como único testigo de su intenso amor.

    Pero cada fantasía se veía obstaculizada por un inevitable choque con la realidad.

    En el colegio, la seriedad investía cada rincón. El simple hecho de que una chica mirase fijamente a un compañero bastaba para formar un escándalo: ¿qué pensarían de dos muchachos caminando más cerca de lo normal? No deseaba arruinar la imagen de su amo. Por otro lado, Elliot no era el único que vivía en aquella enorme mansión; si sus hermanos y su hermana, que tanto parecían aborrecerlo, lo encontraban mimándolo más de lo debido, ¿qué reacción tendrían? “No habrían esperado a escuchar las explicaciones de Elliot: me habrían echado a la calle”, pensaba Leo. Durante la noche era imposible que los molestasen; las puertas eran cerradas con cerrojos, pero ambos llegarían demasiado cansados para permitirse un poco de placer.

    Por aquel entonces, Leo todavía se debatía entre confesar sus sentimientos o callar. En vez de dormir, pensaba en el impacto de su declaración; y en vez de permanecer despierto, soñaba con los momentos que podría pasar con Elliot si este compartiese su amor… lo cual, le parecía un hecho más que improbable, y esas ensoñaciones llegaban a volverse una tortura: pero si imaginar un idilio con él era una forma de torturarse, le agradaba enormemente. Y si Elliot no aceptaba su forma de verlo… tendría que resignarse a vivir sin perderse, aunque fuese unos instantes, en sus ojos tan azules como el cielo; le sería imposible seguir trabajando para un amor que no sería posible, por más intentos que realizara.

   No… prefería seguir amándolo desde la distancia… aunque el peso de la incertidumbre lo carcomía: quería saber cuál era la opinión de su amado. Si tan sólo se le hubiese ocurrido fácilmente una forma de expresarse…

    — ¡Eh, Leo! ¡¿Me estás oyendo?! – le gritó Elliot en una ocasión, agitando una mano, tan cerca de su rostro, que pudo haberle golpeado

    Leo despertó de sus preocupaciones, parpadeando, confundido

    — Últimamente pasas la mayor parte del tiempo pensando; ¿hay algo que te preocupa?

    Para ese entonces, Leo ya estaba harto de imaginarse varias escenas románticas, seguidas de mil formas de rechazo. Deseaba tener una respuesta por parte de su amo que no fuese producto de sus pensamientos.

    Había llegado el momento de expresarse.

    Notó sus piernas temblorosas al levantarse de la silla donde estaba sentado.

    — Si, hay algo que me preocupa – comenzó, con voz firme.

    Intentó mirarle a los ojos, pero desistió tan pronto como se lo propuso. Si lo hacía, sus palabras tardarían más en salir; puede que al final ni siquiera saliese algo. Posó los ojos en el suelo, como si dirigiese su declaración a las pulidas baldosas blanquecinas.

    — Yo… no lo entendía al principio… Siempre pensaba en ti, siempre lo hago… y me gusta: me gusta demasiado. Me gusta todo de ti… tu forma de mirarme, de hablarme, de sonreírme… Y me gustaría más poder demostrártelo… me gustaría amarte sin ocultártelo… Porque es eso lo que siento… Te amo

    Para Leo, su voz sonaba excesivamente alta; pero, en realidad, hablaba en susurros; sin embargo, lo suficientemente audibles para llegar a los oídos de Elliot.

    Pasó un minuto. Dos. Tres. Quizás cuatro o cinco. Y entre ambos flotaba el silencio sin que nada lo interrumpiese.

    Al fin, Leo se armó de valor y miró la expresión de su amo; le observaba de forma severa, con el ceño fruncido. El sirviente tuvo la certeza de que sus pesadillas se estaban transformando en una cruel verdad; toda la respuesta que necesitaba se encontraba escrita en su cara, como una valla publicitaria: rechazo. La palabra adquiría la forma de un puñal en su cabeza: rechazo. Finalmente, Elliot se fue sin hablar, sus pisadas fueron inaudibles. Le hubiesen agradado sus gritos, sus reclamos hirientes; pero no esa quietud de la que no podía establecer ninguna conclusión.

   Sin valor para renunciar a todo por iniciativa propia, Leo siguió trabajando para el joven Nightray. Durante semanas, apenas le oía hablar, y ninguna de sus palabras iba dirigida a él; le ignoraba, le esquivaba. Fijaba su visión en el vacío, perdido en algún pensamiento. “Seguramente estará pensando en cómo despedirme sin hacerlo muy doloroso… después de todo, siempre ha sido una persona muy noble”, suponía Leo.

    El sufrimiento fue incrementándose en su interior hasta que, incapaz de seguir soportándolo, se escondió una tarde entre los árboles que llenaban el jardín de la mansión, y dejó escapar su tristeza en lágrimas acompañadas de fuertes sollozos que, esperaba, el viento y el canto de las aves opacara. Aun cuando las flores ofrecían un espectáculo, el jardín solía estar desierto, y más en aquel momento del día, cuando todos estaban ocupados en sus trabajos. Un lugar tranquilo, casi como la biblioteca – la cual no visitaba por ser un sitio concurrido por la familia –, donde nadie lo interrumpiría. O, al menos, eso creía.

   — ¿Leo? Oye, ¿por qué estás llorando? ¿Acaso no tienes vergüenza?

   Lentamente, se volvió de su escondite – un árbol de grueso tronco que lo ocultaba por completo – y tras el velo que formaban sus lágrimas, vio la figura de Elliot, acercándose. No había espacio para las dudas: ya había pensando en cómo deshacerse de él, de sus servicios, de sus inadecuados sentimientos. Pero aún si ese era el caso, no podía verlo en ese estado, con los ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar. Todavía estaba lejos, pero no tanto como para poder tranquilizarse y fingir una amable sonrisa. ¿Qué quedaba por hacer?

    Huir.

    Esa era la única salida que visualizaba. Huir hasta perderlo de vista. Ya lo encararía más tarde, cuando el río que formaban sus ojos se hubiese secado.

    Se puso de pie, nuevamente sintiendo temblar sus piernas; durante una fracción de segundo, pensó que no llegaría muy lejos sin caerse. Pero se recompuso a una velocidad que ni él mismo esperaba y empezó a correr, tan rápido como se lo permitían su cuerpo y su vista nublada.

    — ¡Leo! ¡¿A dónde crees que vas?! – gritaba Elliot a sus espaldas.

    Podía oírlo corriendo tras suyo: el crujido de las hojas que pisaba delataban su peligrosa proximidad. Corre, corre, le exigía a su cuerpo fatigado. Se internó en un pasillo cuyas columnas separadas permitían admirar el jardín al resguardo de las sombras.

    Al final había una puerta. No recordaba a dónde conducía, pero cualquier lugar era mejor.

    Unas largas zancadas más y podría alcanzar la manilla.

    Corre un poco más; sólo un poco más.

    Entonces, sintió que alguien lo sujetaba por un brazo, obligándolo a detenerse. La puerta estaba tan… tan cerca. Sentía sus piernas débiles después de haberse detenido, pero trató de correr otra vez, una, y otra, y otra vez; la mano que se aferraba a él no lo soltaba. Al fin, admitió su derrota. Dejó de forcejear y Elliot  vio rendición en su actitud; se permitió liberarlo.

     Leo se alejó hasta que su espalda hizo contacto con la gélida pared; y sin esforzarse en detenerse, comenzó a llorar de nuevo, aunque evitando que algún sonido brotase de su garganta.

     — ¿En qué estabas pensando cuando escapaste de esa manera? ¡¿No te fijaste en que quiero hablar contigo?!

    El sirviente mordió sus labios para reprimir el llanto; la voz petulante de Elliot molesto, la misma que siempre había escuchado y se había vuelto tan familiar, le hacía sentir que entre ellos no había ocurrido nada. Y esa sensación irreal aumentaba su dolor. Se cubrió el rostro con las manos: era suficiente oír a Elliot acercarse, de más estaba mirar. Lo sentía a escasos centímetros de distancia, y si hubiese mirado a través de sus dedos, habría comprobado que sus cálculos no fallaban.

    — Leo… - comenzó el joven amo, en un susurro calmado

    — No… - y, sin embargo, el sirviente se negaba a escuchar

    — Leo…. – repitió, probando nuevamente

    — No….

    — ¡Por Dios, no me interrumpas! ¡Todavía estoy hablando!

    — ¡No! ¡No quiero escuchar!... Es demasiado evidente… no necesito oír el rechazo. Sé que fue un error lo que hice… sé que no me amas… pero comprende que para mí… para mí es doloroso verte cuando sé que no voy a tenerte… Por favor… - dijo con la voz tan quebrada por el llanto reprimido, que Elliot tuvo que aguzar el oído para descifrar sus palabras – Por favor… no hagas esto… más difícil para mí…

    Elliot suspiró antes de sujetar el mentón de su sirviente, forzándolo a mirarlo; el agarre era tan fuerte que Leo no podía mover su rostro. Lo que le quedaba por hacer era cerrar sus ojos, pero no se atrevía a dejar de observar: se estaba hundiendo en la belleza de su expresión, en los labios que sabía nunca podría saborear, aunque resultase devastador.

     — ¿Puedes repetirme lo que dijiste? – Leo no daba crédito a lo que oía, y pensaba más en esa pregunta como una alucinación que como un hecho verdadero - ¿Ah? ¡Deja de mirarme con esa cara, como si te estuviera hablando en otro idioma! – Elliot bajó el tono de su voz – Sólo quiero que repitas lo que dijiste hace unos días.

     Los ojos se le llenaron de lágrimas otra vez a Leo. Ah, cómo lo estaba torturando. Tuvo que realizar un gran esfuerzo para hablar, hasta sentir que empujaba la frase físicamente. Con ambas manos aferrándose con fuerza a la manga de la negra gabardina de su amado, logró susurrar, mirándole directamente:

      — Te amo

      Era todo lo que Elliot necesitaba: la veracidad de una respuesta escrita en la mirada. Sonrió antes de, para asombro de Leo, inclinarse y presionar sus labios contra los suyos. La estupefacción del sirviente duró unos segundos, y luego aportó intensidad al beso, buscando impaciente la lengua de su amo para entrelazarlas en un nudo que parecía indestructible. Aun con los párpados cerrados, las lágrimas bajaban por sus mejillas, ahora más abundantes que antes; le costaba respirar, pero no deseaba detener ese instante tan esperado hasta desmayarse. Fue Elliot quien rompió el hechizo, separándose lentamente.

      — Yo también – susurró a una distancia en la que sus labios podían tocarse nuevamente

      Pero Leo no volvió a probarlos en ese momento. Una mezcla entre la tristeza todavía existente junto con la felicidad que lo embargaba reanudó el llanto; estalló en sollozos, sin importarle la presencia de su amo. Elliot lo envolvió en un cálido abrazo y permitió que llorase todo cuanto quiso; por primera vez, Leo agradeció ser de una estatura más baja que Elliot: así podía hundir la cabeza, y sofocar la intensidad de sus gritos, en su pecho. Apenas reparó en que sus lágrimas se extendieron tanto, que la camisa sobresaliente por debajo del abrigo comenzaba a verse traslúcida, absorbiendo toda aquella agua salada. En más de una ocasión, Elliot se separaba para secar las lágrimas de su rostro, esperando que de alguna forma pudiese calmarlo.

      — No… no quiero alejarme de ti… ya no más – era la respuesta de su sirviente.

     Entonces Elliot volvía a cubrirlo entre sus brazos con más fuerza que antes, como si pretendiese fundir ambos cuerpos, sin dejar de acariciar su larga y negra cabellera. Así fueron las cosas hasta que la situación se prolongó más de lo que su paciencia aguantaba.

     — Leo, creo comprender cómo te sientes, pero ya me estoy cansando de esto. ¡Al menos pon de tu parte para tranquilizarte! ¡Si seguimos así, pasarán días para que esta situación se acabe y será porque ni siquiera puedes controlarte!

 

    Sentado en la cama, los ojos fijos en el techo, como si este fuese una pantalla donde sus recuerdos se vieran reflejados, Leo exhaló un largo pero tenue suspiro al recordar ese glorioso día. Permaneció en silencio un minuto, hasta que el sonido de las páginas pasándose le confirmó que Elliot seguía despierto.

    Si… en aquel entonces, Leo pensaba que su mayor desafío era declarar sus sentimientos. Las cosas no habían cambiado mucho desde entonces: todavía no podía caminar a su lado, agarrados de las manos, y tampoco podía consentirlo tanto como deseaba. Pero al menos se permitían largas miradas cuando nadie estaba alrededor, al menos eran libres de pasear por el jardín y susurrarse promesas de amor al oído, y en las noches, antes de la apresurada entrada al mundo de los sueños, se besaban; no con la misma pasión que la primera vez. Eran besos rápidos, sencillos, pero suficientes para Leo.

    Hasta que comenzó a pensar en una larga noche en la que ambos permanecieran despiertos.

   Ahora esa era su preocupación, y veía en ella un reto tan complejo como el de confesarse; si no peor. Antes de que su historia de amor se tejiera, entre ellos había existido una íntima amistad. ¿Y cómo era  posible que esa misma intimidad no pudiesen pasarla a la cama?

   

     “Tampoco es como si hayas hecho mucho para que eso fuera posible”, se recriminaba Leo. Pero lo cierto es que sí había hecho varias insinuaciones, varias noches lo había intentado; todas resultando en fracasos.

    La primera vez que trató de cumplir su actual sueño, prolongó su   cotidiano beso nocturno, ignorando los nervios que retorcían su estómago. Sujetando la cabeza de Elliot, obligándolo a acercarse, intensificó la unión de sus labios.

    — Hay que dormir – fue cuanto pudo decir el joven amo en ese momento.

    — ¿En serio? Pero, no tengo sueño

    Sus manos recorrieron toda la ancha espalda y bajaron hasta tocar el muslo, acompañando con eso su tono seductor. De no haber estado abrazado a él, no se hubiese percatado del leve gemido que emitió Elliot. Sentía la victoria cerca. Aun así, su amado retiró su cuerpo, desde lejos lo besó fugazmente y se acostó en su cama. Había captado lo que deseaba Leo, pero se sentía inseguro de poder concederle lo que ansiaba; esperar un poco más era todo cuanto se le ocurría. No así lo consideró el sirviente, quien siguió ideando formas de atraerlo hasta las sabanas tras aquella inminente derrota.

     En una ocasión, tropezó con sus propios pies, adrede, con el fin de caer encima de Elliot. Su plan funcionó y atribuyó su caída a la poca iluminación en el cuarto. El joven Nightray a punto estuvo de incorporarse, pero Leo no pensaba perder tan rápido: no esa vez. Haciéndolo parecer un gesto inocente, tomó sus manos y apoyó más el peso de su cuerpo, manteniéndolo en el piso.

     — ¿Te hiciste daño?

     — No, no me sucedió nada – contestó Leo, creando una sonrisa atractiva

     — De todas formas, creo que es mejor que te ayude a ir a tu cama; no vaya a ser que te vuelvas a caer y te golpees realmente en serio.

     Para su sorpresa, Elliot lo cargó en sus brazos, permitiéndole apoyar la cabeza en su pecho. El joven amo notaba el rubor que se extendía por las mejillas de su sirviente, quien permanecía con la boca abierta en una amplia sonrisa. “Si no lo acuesto pronto, lo más seguro es que se ponga a babear”, pensaba mientras alargaba los pasos para llegar hasta la cama. Por su parte, Leo veía en todo eso la señal indiscutible de la victoria. Cuando las sabanas tocaron su piel, cerró los ojos demasiado pronto, preparándose para sentir las caricias y besos que Elliot, seguramente, extendería sobre él. Pero lo que sintió, en cambio, fue el roce de la cobija cuando su amo lo arropó con ella.

     — Bien, ya todo está solucionado: buenas noches – dijo, dándole la espalda.

    — Buenas… noches – contestó Leo, al principio más asombrado que decepcionado.

    Y como esa, existían muchas anécdotas. Incluso, en un punto extremo de su desesperación, el sirviente planeó actuar. Se levantó en plena madrugada y fue, sigilosamente, hacia el baño. Su plan era simple: pensaba mojar sus ojos para simular lágrimas, y de esa manera entrar a la habitación, alegando haber tenido una pesadilla. Confiaba en la amabilidad de Elliot para escabullirse en su cama y lograr su cometido.

   “¿Por qué simplemente no le pides que te haga el amor y ya? Esto es ridículo, Leo; ridículo”, pensó en un instante de duda, mientras contemplaba su reflejo en el espejo. Tras unos segundos de reflexión, dejó entrar unas pocas gotas de agua en sus ojos, y con la mirada vidriosa y nublada, regresó a la recámara, cerrando la puerta con cierta fuerza.

   Fiel a su sueño ligero, Elliot se despertó con el portazo.

    — ¿Leo? – Preguntó somnoliento - ¿Eres tú? ¿Pasa algo?

    “— ¡Sí! ¡Lo que único que pasa aquí es que quiero que me folles!” – gritaba en su interior

    Y, en el exterior:

     — No es nada… sólo tuve una pesadilla

     Elliot se incorporó en la cama

      — ¿Quieres contármela?

      Leo negó con la cabeza. Su amo hizo un espacio en su amplia cama.

      — Puedes dormir conmigo, si quieres

      “— ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí quiero! ¡Sí quiero!”

      — Sí… me gustaría – respondió, simulando una voz débil

     Apenas se acostó a su lado, Elliot le dio la espalda. De todas formas, Leo ya se estaba arrepintiendo de su idea: mentirle… para satisfacer su propio deseo. Se sintió poco merecedor del espacio que ocupaba a su lado y poco le faltó para levantarse y regresar a su propia cama. Pese a todo, sujetó la mano de Elliot, que quedaba libre del brazo que estaba usando a modo de almohada. Sentir el suave calor en sus dedos cuando Elliot presionó su mano avivó la culpa por sus actos.

      — Soñé que estábamos juntos, en una caverna oscura… de repente volteé a verte, y no estabas allí. Por más que buscaba, no podía encontrarte… y eso me asustó. Realmente me asustó.

      Quizás no esa noche, pero en anteriores oportunidades había despertado sobresaltado por esa pesadilla, mantenida en secreto hasta entonces. Al menos, así habría algo cierto dentro de toda la falsedad de la que ahora se lamentaba.

      Antes de que pudiese alejarse, Elliot se volteó y lo arrastró hacía sí, abrasándolo en la cama sin permitirle corresponder el gesto: sus brazos no podían moverse, inmovilizados por los de su amado.

       — Elli…

        — Cállate y duerme – le interrumpió con un susurro, más dormido que despierto – y quédate junto a mí

        Al cabo de una hora, logró dormirse. Y al despertar al día siguiente, Elliot todavía lo mantenía cerca de él.

 

        “Supongo que pedir una noche de amor es más difícil de lo que llegué a creer”, reflexionaba Leo, mirando cabizbajo el suelo. Y allí estaba, otro de sus elaborados planes entorpecido por el destino. Esperaba que Elliot pudiese cambiarse de ropa, para dejar que sus manos jugasen libres por su cuerpo; si aquello no lo conducía a la tentación, tendría la certeza de que nada lo haría.

         — Vaya. Si sigues ahí es porque realmente tienes pocas ganar de irte a dormir – lo sorprendió Elliot, de repente – Acércate un momento; me gustaría darte el beso de todas las noches antes de apagar la luz, y no pienso moverme de donde estoy.

         Leo estaba a punto de ponerse de pie para seguir las órdenes de su amo, cuando este dijo:

          — No, preferiría que vinieses desde donde estas, sin tener que levantarte.

          El sirviente se desplazó, gateando, por toda la cama hasta llegar al otro extremo, donde Elliot ponía un marca páginas al libro que había arruinado los planes de una buena noche – su noche – para poder mirarlo. No llegó a rozar sus labios cuando Elliot lo derribó, acostándolo en la cama y poniéndose encima de él. Sólo entonces lo besó, pero de una forma distinta a todas las anteriores noches: era una intensidad igual a la de su primer beso, sólo que esta vez era Elliot quien perseguía su lengua para formar un nudo con ella.

            — Es hora de dormir, Leo – dijo con una sonrisa traviesa – Pero para dormir no vas a necesitar esto – le quitó los redondos lentes y los colocó en la mesa de noche. Aprovechó la ocasión para apagar la luz de la lámpara.

            — No quiero – contestó, siguiendo de inmediato su juego

            — ¿Ah, no? Eso está muy mal: tienes que hacer lo que yo te ordene; ¿no se supone que eres mi sirviente?

           Lo inesperado y placentero de la situación hizo gemir a Leo cuando Elliot presionaba sus labios contra su cuello, al mismo tiempo que desabotonaba el sencillo pijama y lo lanzaba fuera de la cama, para que sus manos se ocuparan de las caricias que debían recorrer el resto del cuerpo de su amado sirviente.

           — ¿Qué pasa, Leo? Te veo dormido. ¿Será que ahora si tienes sueño? – dijo con cierto aire burlón, mientras conducía las manos de Leo hacia los botones de su camisa.

           Los temblorosos dedos quitaron la prenda con tal lentitud, que Leo temía que su amo gritase, exasperado; pero, más bien, soltó una carcajada de gozo sincero; Elliot también lo ayudó a quitarle los pantalones, llevándose consigo la ropa interior. Sólo entonces, las manos que habían acariciado a Leo, se posaron en su miembro, masajeándolo a un ritmo lento, mientras que dos dedos de su mano libre se introdujeron detrás, introduciéndolos y sacándolos suavemente al principio, a una velocidad considerable después. Su sirviente dejaba escapar largos gemidos de placer, cuando sus bocas no se unían en besos donde sus lenguas se tocaban, acallando cualquier sonido.

            Después de unos pocos minutos, Elliot sintió en sus dedos el líquido blancuzco que tanto esperaba, y se los llevó a los labios, relamiéndolos, de forma sensual ante la mirada de Leo, para sentir el sabor del semen salado. Mientras se desprendía de las piezas de ropa restantes en el cuerpo de su sirviente, lo obligaba a seguir sus labios, uniendo su boca para retirarla cuando la lengua de Leo, inquieta, buscaba la suya. Así fue haciendo que Leo girara sobre sí mismo, y cuando estuvo completamente boca abajo, realizó un despacio viaje por su espalda utilizando su lengua, alternándola con el roce de sus labios.

            Finalmente, lo penetró con suaves movimientos, mientras sus manos, libres, presionaban las tetillas de Leo; todo a un mismo ritmo. Leo gemía cada vez más alto, dividido entre el placer y el dolor, sin dejar de asirse a las sabanas, con los ojos cerrados con fuerza.

            — Más rápido – lograba articular entre jadeos

            Impresionado, Elliot aceleró la danza de su miembro dentro del recto de Leo

            — Más rápido – volvía a pedir este

            Elliot siguió obedeciendo hasta saturar de frenesí su baile. Ambos se corrieron; el joven Nightray redujo la velocidad de sus sacudidas, demorándose unos minutos más para despegarse. Unos hilillos de sangre mezclados con semen se deslizaron por el recto de su sirviente, y él los lamió con delicadeza, deleitándose con el sabor obtenido. Incorporó a Leo con sus manos para, arrodillados entre las sabanas ahora machadas, buscar sus labios. Estaban cansados, jadeaban rápidamente, pero eso no impedía que sus lenguas se trenzaran; cuando se separaban, Elliot aprovechaba para pasar la suya por la cara de Leo, limpiando las gotas de sudor que relucían en su rostro.

            Fue su oportunidad. El sirviente empujó a su amo, haciéndolo caer, incrédulo, en las almohadas, y su lengua exploró todo el espacio que encontró disponible. A duras penas podía respirar, pero deseaba probar el mismo manjar que había degustado Elliot cuando lo hizo correrse. Siguiendo el mismo estilo que había empleado con él, Leo mordisqueó el miembro de Elliot, quien dejaba escapar leves gritos; sus manos sólo se preocupaban de mantenerse sujetas a las piernas de su amado.

            Un prolongado gritito de placer surgió antes de que su amo se correrse, y Leo acarició aquella zona con su lengua, como si esa ternura compensara el dolor. Cumplido su deseo, reptó hasta el pecho de Elliot, donde se recostó, fatigado pero feliz y satisfecho, dejando que su amado pasase sus dedos por su cabellera despeinada. En la habitación no se escuchó más que el sonido de sus entrecortadas respiraciones durante varios minutos.

            — Bueno, ahora sí: a dormir – sentenció Elliot, cuando hubo recuperado el aliento.

            Leo se aventuró a exponer una de sus antiguas fantasías; su voz delataba su alegría hasta el punto de volverla ligeramente infantil.

            — Elliot…

            — ¿Sí?

            — ¿Mañana puedo darte el desayuno? – preguntó mientras jugaba distraídamente con una de sus tetillas, hundiendo sus dedos en ellas.

            — Por supuesto. Y también puedes darme más de esto – y plantó otro beso en sus labios. Uno simple pero agradable: Leo reconoció el cotidiano beso nocturno.

            Elliot se dejó guiar al mundo de los sueños bastante pronto, sin dejar de abrazar a su sirviente; pero Leo se quedó unos minutos más, perdido en la hermosura de su rostro sereno; mientras, escuchaba el ahora pausado latir de su corazón, que lo invitaba a cerrar los ojos. Superada esa barrera, el resto de las preocupaciones las encontraba nimias; tenía aseguradas las noches para desplegar su amor, con las estrellas como mudos y luminosos testigos.

            ¿Qué más podía pedir?

Notas finales:

Ahora que lo pienso.... creo que cometí un error al hacer esto. Es demasiado rosa, siento que los personajes no los hice bien, estoy segura de que debe tener infinidad de errores en la redacción; los hechos, los dialogos....todo, todo esta mal. *Se arrodilla mirando el techo, con los brazos extendidos* ¡Oh, Dios del manga, perdóname por lo que he hecho! Lo siento, Leo... Lo siento, Elliot... he hecho algo imperdonable TT.TT... Ya sé...tengo que borrar la evidencia de esto, debo repararlo. Tengo que irme antes de que todos se den cuenta y me asesinen T.T *sentada en un rincón, de espaldas a la computadora, empieza a meter sus fics en una maleta*...


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