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Es él, soy yo. por Bubble x3

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Notas del fanfic:

Este Shot está inspirado en hechos reales(?) ok, no en hechos reales pero sí en gente real, la verdad lo hice para molestar a mis compañeros de curso xD 

Donde sea que yo esté, y donde hayan hombres, hay yaoi(?) por lo menos a mis ojos xD

Y bueno, terminó siendo algo más serio(?) me gustó como quedó y por eso lo subo; corto, pero ñáh, enjoy it♥

Capítulo único.

Es él, soy yo.

 

 

De a ratos, se miraban, poco a poco, memorizándose lo ya aprendido hace mucho tiempo. No tenían mucha verdad en los ojos y estaban ya algo sonrojados, los ojos a veces calan muy hondo, demasiado profundo. Volvieron a entrelazar los dedos y las miradas pararon en sus zapatos. Pero volverían a subir la vista. Pronto.

 

En sus rostros había una mueca extraña, usada, incómoda, como una triste caricatura, un amago, intento de sonrisa.

 

Las sonrisas se sentían algo plásticas en los bordes, y dolían las mejillas de tanto ser esbozadas.

 

El gesto carecía de amor, de ternura, y tenía más de lejanía, de nerviosos temblores en las comisuras de los labios.

 

Pero ellos se querían, la verdad, ellos se querían mucho.

 

El problema no estaba en ellos.

 

Dolía cuando los miraban en las calles y comentaban con los ojos cerrados, y negando. Dolía que las voces los rodearan y ellos no pudiesen hacer nada para dejar de escucharlos, porque si algo sabían, era que siempre iban a ser vistos, que siempre iban a haber personas que los juzgarían y ellos no podrían hacer nada.

 

Y dolía, a fin de cuentas, porque a ellos les importaba, y dolía, después de todo, porque tenían que ensayar una sonrisa para mostrársela a ellos.

 

Pensando por nosotros…

 

Viviendo por nosotros…

 

 

Mientras esperaban el elevador, Sebastián se mordía los labios, rebatiéndose internamente el qué podría hacer. Tenía dos opciones.

 

Si no arrinconaba al moreno contra la pared, acabaría tomando su mano, y posando un beso sobre sus nudillos.

 

Pero el otro le ganó la jugada.

 

Y antes de lo previsto, Lestat tenía su cadera fuertemente sujeta, sus alientos chocaban, mezclándose entre si con violencia, y ellos se veían directo, fijamente, escudriñándose sin vergüenza ya; el deseo se había vuelto sombra, y una sombra había sellado sus ojos.

 

-No puedo esperar… -Murmuró, y en su boca se perdió un jadeo, un jadeo del rubio, uno ansioso, agitado, quedo.

 

Las puertas del ascensor se abrieron y entraron ellos, a pasos torpes, lentos, mientras sus bocas buscaban la del otro, y la encontraban, y se perdían en un abismo de besos, de sus nombres en medio de voces entrecortadas que parecían gemidos.

 

Sus palabras no eran tenues, ni estaban medidas, eran firmes y dichas bien alto, y hacían eco entre las paredes del ascensor.

 

Eran manos frías tocando piel suave, conocida, mejillas rojas y ardiendo, cuerpos encajando, sin pretextos ni reservas, eran ellos, solo ellos.

 

A sus manos el cuerpo que sentía era flaco, delicado, femenino, pero era fuerte al mismo tiempo, tenía una esencia dinámica e impetuosa a la vez que dulce y sumisa. Sebastián era eso, era como una caja de sorpresas, y a sus manos, y a sus ojos, y con su cuerpo era un tesoro, su más preciado todo.

 

Paseó sus labios, entonces Sebastián, por el cuello del moreno, dejando a veces solo besos tenues, para seguir bajando, para seguir hundiéndose en esa locura tan llena de dicha.

 

-Ya… -Ronroneó al sentí los labios de Sebastián revoloteando en sus muslos, tentándolo con sus dedos largos y expertos, y con su lengua ávida y caliente.

 

El sonido que producía el cierre de su pantalón siendo abierto era Opera, era Beethoven, y era Mozart a sus oídos sensibles. Y más cuando quien lo despojaba de ropas era él, era él y no había quién los viese, o quien pudiese juzgarlos.

 

Entonces atrapó el rubio entre sus blancos dedos el miembro caliente de Lestat.

 

El espacio, el reducido espacio de aquel cubículo se llenó de palabras que no tenían ni coherencia ni forma, ni significado ni nada, pero eran todos proferidos por y para Sebastián, de la hermosa boca de su novio, y eso le bastaba para sonreír, aunque con más picardía que ternura.

 

-Sebastián, y-yo… ¡A—ah, yah! Deten—te… ¡A-ah! –Su voz se perdió en el aire, su aguda y suplicante voz.

 

Él aún sentía el sabor del otro, amargo y caliente, deliciosamente manchar sus labios cuando sonó el timbre del elevador, y escaparon ellos como dos verdaderos fugitivos, con una excitación más bien perversa, con el miedo, siempre más placentero que nervioso, de ser encontrados en el acto, con las mentes idas y las pupilas dilatadas de goce.

 

Se trataron con más cariño que nunca, como si fuera la primera vez que tocaban sus cuerpos y se unían de esa forma, como si fuera también la última.

 

Desvistiéndose con parsimonia, con calma, sin prisas, a manos blandas y besos más bien débiles, casi superficiales. Con un sentimiento contenido demasiado hondo como para ser expresado.

 

Trataban de grabar cada pincelada de rasgo en su mente, cada aspereza, cada pedazo de piel tierna y dulce. Lestat besó todos los rincones en el cuerpo del otro, cada lugar inexplorado antes, escuchando súplicas, gemidos, respiración jadeante.

 

Y entró en su cuerpo, sintiendo su estrechez, su tierno calor.

 

El dolor se había marcado en el rostro de Sebastián, sus mejillas pálidas se habían tornado coloradas, como los labios de una rosa.

 

Lestat se movió en su interior, de a poco, conociéndolo, conociéndose juntos.

 

-A-ah, Lestat…

 

Había jadeos haciéndose espacio contra las paredes en su habitación, retumbando en sus oídos, aumentando su placer, cayendo en su memoria.

 

Cada roce, cada roce, cada caricia y ellos se sentían más cercanos el uno del otro, más queridos, más reales, más ellos.

 

Era como una realidad fuera de la verdadera, como un pequeño espacio, un inciso, una tregua entre la monotonía del día a día, de la oficina al café, del café a la oficina, de la oficina a la casa, pero entre todo eso, estaban sus besos, su todo.

 

Su aroma, su cuerpo desnudo, dormido sobre las sábanas. Todo, todo él estaba ahí, para liberarlo, para ser un poco más persona a su lado.

 

Sentía el clímax muy cerca, como rozándolo, mezclándose con el placer, con la experiencia y al mismo tiempo con la inocencia, con la lujuria.

 

Sentía, abrazando el cuerpo de su amado Sebastián, sentía que tenía entre sus brazos la sonrisa, el llanto, la actitud y la vergüenza, el repertorio de su ternura, y todas sus teorías sobre la felicidad, sobre la vida en general; que a parte del ser, del hombre, tenía al ingenuo y al suspicaz que habitaba silencioso, reminiscente en su dulce interior.

 

Cuando ese espacio, y el tiempo en sí se acabó, cuando llegaron a la culminación sexual, gritaron sus nombres. Pero por dentro solo susurraban una frase que no cabía en ese momento, que no iba con el contexto, con la situación, y solo quedaba decirla luego.

 

Sebastián ahogó un largo gemido en el hombro del moreno.

 

Se miraron a los ojos largo rato luego de eso, sus cabellos estaban revueltos y las respiraciones seguían irregulares. Y con el poco aire con el que contaban, suspiraron, no al mismo tiempo pero si con la misma intensidad, y con el mismo sentimiento a tras fondo.

 

-Oye… -Y aunque aún trataba de controlar su respiración, le bastó el aliento para dedicarle una sonrisa, una de esas perdidas en lo más profundo de sus mentes, esas que se dedicaban cuando apenas eran unos chiquillos, cuando su idilio era algo infantil y solo de ocasión.

 

-¿Si? –Le devolvió la sonrisa porque quería, porque podía, porque le nacía o se le daba la gana hacerlo, la verdad no importa. Y le besó los labios al responder, dejando ese "¿si?" flotando entre sus bocas, ocupando un largo espacio antes de hablar.

 

-Te amo…

 

Y esa noche terminó en un beso, uno de esos reales, que solo se da la gente enamorada.

 

Ya ellos serían felices, vendrían momentos difíciles, pero estarían juntos y eso es bueno, y eso es lo correcto.

 

Un te amo y una caricia, una promesa y no un adiós.

 

Fin.

 

 


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