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Momentum por Omore

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Notas del fanfic:

         Después de tanto fandom, me estreno en esta sección. Es mi primer original en años y una paranoia como un jodido campanario, de modo que cuanto más despedacéis mi prosa para sacar errores, mejor ;)

         Oh, durante la narración hay frases dialogadas/monologadas en formatos diferentes. Es intencionado.

We collide, then break away
Our lives are just momentum
We attract because we can't turn back
It's all for nothing.
FGFC820; "Momentum".


         La primera (y única) vez que se lo preguntó, tenía diecisiete años y un curioso afán por abrazar teorías esotéricas. Cuando se atraviesa esa etapa disoluta en la cual lo ideal es vivir soñando, la única forma de aguantar el tirón consiste en aferrarse a clavos ardiendo.
         Al menos, eso opinaba María.

   —Oye, As, ¿tú crees en el destino?

         Astrid, muy ocupada recogiendo su cabello rubio oscuro en un moño, se quedó estática a mitad del gesto. La elipse de sus cejas indicó a María la magnitud aproximada de su estupidez. Desvió la mirada, sintiéndose violenta. Aquel segundo se hinchó, vibró y pareció estirarse estirarse estirarse hasta que Astrid lo ensartó en su pelo con la horquilla.

   —Déjate de destinos y de mierdas —había espetado, sonriendo con aquella mordacidad suya, casi dulce—. Eso es para primos.

         Astrid tenía la habilidad natural de enterrar a uno en la realidad a base de echársela encima a patadas. Mientras ella continuaba hablando, María, literalmente, se mordió la lengua.

         Astrid afirmaba que no existe nada similar al destino. Los caminos, decía, se cruzan porque no hay espacio para tanta vía paralela.


~~~~~


         Los bordes del recuerdo se difuminan como habiendo sido cubiertos por una pátina de cera. La imagen se congela, los colores se extienden en grandes manchas, fusionándose y bailoteando hasta resultar en un gris oscuro que da paso al blanco. Se aleja; más lejos, más lejos, hacia lo alto.

         Vuela.

         Cierra los ojos y ve.


~~~~~


         Sus enormes ojos marrones destacan en el rostro anguloso como una bolsa de patatas Lay's tirada en el impoluto césped del jardín del Edén. Por lo demás, nadie se fijaría en él cuando lo viera por la calle. Parece el típico chaval recién salido del instituto, o del primer año de facultad si nos ponemos espléndidos. Posee la delgadez de uno de esos hijos de puta tocados por la bendición de un metabolismo acelerado y camina con los hombros crispados, como a la defensiva, como esperando a poner tierra de por medio entre su persona y el camión de seis ruedas que saldrá, seguro, dando tumbos de la carretera para aplastarle. Se muerde los labios en lo que presumiblemente sea un tic nervioso. El cremoso tono moreno de su piel no llega a enmascarar del todo la palidez; tanto menos las ojeras cual manchas de tinta que gritan "yonqui".

         En realidad tiene veintidós y no se ha drogado en la vida; simplemente ha olvidado ir a la farmacia a tiempo para recoger sus pastillas para dormir. Lleva bastante más de setenta horas levitando y los límites de la realidad comienzan a desfigurarse. Se siente como en un caleidoscopio.
         Es ese mundo cambiante lo que le obliga a sentarse en el bordillo de adoquín que delimita uno de los jardincillos del parque. El cielo está tan nublado que el abeto (si es que es un abeto) no produce sombra alguna.

         Se mira las manos y las ve teñidas de un gris azulado, casi translúcido. Se mira las manos y no las reconoce. Tiene que abrirlas y cerrarlas un par de veces para saberlas propias.

         Nadie en su entorno imagina lo perdido que está. O casi nadie. Para ellos es simplemente el bufón de la corte, ése que siempre está sonriendo y bromeando y poniendo el brazo sobre hombros ajenos. El que instiga a que sujeten a los combatientes e intenta mediar en lugar de meterse en la pelea. El que cuando le preguntan "¿Te pasa algo?" responde "No es nada", pero añade para sus adentros que esta vida le está matando. Ése a quien su madre mandó al psicólogo de niño para saber por qué coloreaba sus dibujos sólo con negro y rojo. Uno de tantos.

         Busca el teléfono en el bolsillo de su pantalón para cambiar la canción que suena a través de los auriculares. Estoy muriendo despacio, quiere decir, pero se calla. Se siente tan insignificante que no cree tener derecho a sentir. El pánico raya el cristal de su mente y el aire a su alrededor se comprime. Tres, dos, uno; estalla.

         En alguna parte resuenan los aullidos de una sirena de policía. Los ojos de ese cervatillo humano se desorbitan. Se estremece espasmódicamente y deja caer el teléfono. Ni se preocupa en recogerlo. Está más concentrado en correr, correr, correr para que el sonido no le reviente la cabeza.

         El coche de la Nacional se aleja en dirección contraria.


~~~~~


         Medirá un considerable metro ochenta y tantos, viste como un skater y a juzgar por la tabla que lleva bajo el brazo, lo es. También es guapo. Siempre y cuando, claro, te gusten los rostros cincelados, de mejillas hundidas y ojos ovales; levemente escorados los rabillos, como si no le pertenecieran del todo. Pequeños. Tal vez verdes.

         Su mandíbula cuadrada se tensa bajo el gorro de punto color marengo. Está preocupado, o nervioso, o probablemente ambos. Tiene que llamar a alguien, pero su BlackBerry se apagó a consecuencia de un resbalón durante el último grind y no ha vuelto a encenderse. Mira en derredor en busca de ayuda y repara en el teléfono abandonado en el suelo.

         Se ve a sí mismo recogiéndolo. Al torcer la cabeza en ambas direcciones para asegurarse de que nadie lo contempla, se sentirá igual de ansioso que un conejo ante los faros de un 4x4 y seguramente luzca parecido a uno. Bastarán un par de pasos; zancadas largas, inseguras; un traspiés cuando retroceda y eche a correr con el móvil en la mano. Lanzará una última mirada transida de inquietud supersticiosa hacia el final de la calle, con aprensión, como esperando que el espíritu de Navidades Futuras apareciera doblando la esquina para saldarle cuentas.

         Sacude la cabeza. No lo hará. No robará. Es uno de los buenos. No sabe muy bien a qué se refiere con eso, pero suena tranquilizador cuando lo murmura su subconsciente.

         Lo cierto es que nunca ha superado la etapa animista. Detrás de sus acciones subyace un temor reverencial fruto, probablemente, de algún prejuicio cognitivo. Ante una disyuntiva ética se siente como siente uno al contemplar el mar a las tres de la mañana: pequeño, tembloroso y con los cojones de corbata. Piensa: hay monstruos allá abajo. Saben que has querido hacer algo malo. Y si te acercas a la playa, te comerán.

         Qué hago. Quizá debería enfrentarme al monstruo. Quizá debería echar las normas a rodar colina abajo. Quizá debería involucionar, volver atrás en el tiempo, hasta llegar a aquella época donde todo era tan simple como respirar y los problemas se solucionaban a palo y piedra. Lo quiero, lo tengo. Lo quiero, no debo tenerlo. Qué hago.

         El teléfono vibra, temblequea sobre la acera y le arranca la voluntad, como dice aquel monologuista, de mearse en la boca de Darwin. El momento ha terminado y vuelve a ser un chico contemporáneo, qué lástima. Por un segundo ha creído poder escapar.

         La mano le tiembla cuando recoge el aparato. La luz brillante de la pantalla deslumbra. También tiembla la voz de un chico al otro lado. Le pregunta quién eres y él responde si el teléfono es suyo. Idiota. Claro que es suyo. La respiración agitada del otro es ensordecedora. Vamos, tranquilo. Respira hondo. Tranquilízate, que no pasa nada. Ven aquí al parque y te lo doy, no te preocupes. No pasa nada.

         Cuelga. Qué buen samaritano. Los monstruos no alcanzarán la orilla esta vez.


~~~~~


         María aterriza. Abre de golpe los ojos castaños. A la penumbra de su cuarto se superpone el último segundo del sueño como una imagen residual. Nota el pelo revuelto, la nuca húmeda y el corazón machacando los huesos de su pecho desde el interior. Es verano en Salamanca.

         Exhala despacio y hunde el rostro en la almohada, buscando en su blandura alguna reminiscencia de la figura femenina con la que ha amanecido día sí, día no durante el último año, pero el agudo aroma a champú que se le pega al paladar la trae de vuelta. Se comprime el arco de su boca. Suelta la almohada. Se incorpora. La almohada no es Astrid, el champú no es el de Astrid. Astrid murió hace siete semanas con desenfado, Nembutal y una botella de tequila blanco.

         María lleva tres años sin escribir, pero la naturalidad con que recoge su ordenador portátil de la alfombra y abre un documento de Word traiciona la evidencia.

         Escribir es automático. Es como respirar. Dejó de respirar cuando Astrid llegó a su vida y se le metió en el cuerpo, porque no lo necesitaba. Astrid respiraba por las dos. Pero ahora, sin ella, se ahoga y sus dedos se deslizan veloces sobre las teclas, plasmando su sueño en Times New Roman tamaño doce. El insomne. El skater. Un teléfono en un parque. Sería bonito si de aquello surgiera una amistad. Tal vez el insomne, llamémosle Javi, termine viendo al otro chico como un ejemplo a seguir y poco a poco fuera abandonando sus inseguridades. Tal vez Pablo, el skater, aprenda de Javi que no todo es blanco, negro o gris, sino que puede teñirse del color que a uno le apetezca; al menos durante un rato. Tal vez se enamoren, como Astrid y ella. En los sueños, al igual que en la ficción, todo es posible.

         O tal vez no ocurra nada de eso. Quizá simplemente Pablo pida a Javi que le deje hacer una llamada, Javi acceda y todo quede en una anécdota más para olvidar. Qué suceda da igual. Lo importante es que María se siente el catalizador de vidas ajenas, un lienzo en blanco preparado para recibir pigmentos, otra vez.


~~~~~


         Dos horas y un punto final después se siente tranquila, pero aún le quedan cosas que decir. Siempre hay algo que decir. Incluso el silencio forma parte de una partitura.
         Todo lo que hay de Astrid en ella se arremolina en sus manos. Las aprieta en sendos puños antes de abrir un nuevo documento. Te debo la última, Assie, musita su propia voz en la parte posterior de su cabeza. Tras morderse el labio inferior, comienza de nuevo a escribir.

~~~~~

 


         «Solía soñar con volar. Volar era la manera que tenía mi musa para decirme "enseguida llego; vete preparando".

         Pero cuando llegó Astrid, dejé de soñar. Ella, que confundía "a ver" con "haber" y a los diecinueve aún no sabía usar bien las comas, que decía que prefería vivir su vida antes que contar la de otros, se dio cuenta de lo que me pasaba antes que yo. Después de escuchar un rato cómo me quejaba de mi falta de inspiración, cerró el bote de esmalte color coral con que se había estado pintando las uñas y me miró desde la cama.

   —Mai —Así me llamaba—. Mai. Déjate de rollos de inspiración.

   —Gracias por el apoyo, ¿eh?

   —De nada.

         Chasqueé la lengua.

   —Anda, no te enfades, ya sabes que va por bien. Cuando algo se pierde, ¡se pierde! A lo mejor es hora de cambiar.

   —¿Cómo que cambiar? —Dios; no la soportaba cuando se ponía en ese plan. Era como si no se diera cuenta del desprecio que irradiaba—. Yo no quiero cambiar: quiero escribir como antes.

   —Eh... ¿cómo era? —fingió titubear. La sonrisa relampagueó antes en sus ojos avellana que en sus labios—. A veces tenemos que hacer cosas que no queremos, o algo así me decías. Es que es lo que hay.

   —En cristiano.

   —Vaaaaale. Mira, me has dicho no sé cuántas veces que no puedes escribir sin "volar". Yo lo veo clarísimo, no sé por qué le das tantas vueltas. No vas a poder escribir como antes, Mai. Has perdido las alas.»

Notas finales:

      So well. En principio, este shot hará las veces de prólogo de una serie, pero viendo lo jodida que ando en el tema de las letras, no sé a qué ritmo podré ir avanzando. De todas formas, al ser el primero no necesita de apoyos para facilitar la comprensión.

      Tengo issues con María. En esta primera parte, al menos. Su visión del mundo es demasiado idealista y girly para mi gusto. En fin; las cosas han de ser como han de ser.

      Sek, reina, espero haber cubierto tus expectativas para con mis hipotéticos originales. En tus zarpas queda~

E.


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