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La Mortalidad de un Ángel. por SouMizerable

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Notas del fanfic:

Muy buen, tan pronto como pude subí esta continuación que algunos de los lectores me pidieron.

 

1° Los Pecados de un Ángel

2° La Mortalidad de un Ángel

 

¡Disfrutenla! C:

Notas del capitulo:

Primer episodio.

Tranquilo y suave, en este inicio todo comenzará en las calles de Bretaña, Francia.

Mortales y divinidades se entrelazarán en un inesperado final.

Atte. SouMizerable.

 

Nota: Recuerden a los recién lectores, existe una primera parte llamada "Los Pecados de un Ángel" para que quienes deseen conocer la historia desde el inicio, la búsquen C:

Prefacio

 

Un ángel caído, exiliado. ¿Qué sucede después del exilio? Solo hay dos opciones, el infierno o la mortalidad, es decir, el mundo terrenal.

 

Prologo.

Mortal

 

Inconsciente en medio de la basura de los humanos yacía un hermoso joven de cabellos largos y oscuros, piel nívea e inmaculada, y ropas destrozadas.

La lluvia se estampaba contra el suelo de la ciudad, al mismo tiempo que humedecía al muchacho que parecía no tener propósitos de despertar. Era de noche y el muchacho tirado en la acera rodeado de la basura moriría de frío si es que la lluvia lo seguía mojando de esa manera.

Llevaba puesto una túnica de una extraña y desconocida seda, con la tela de la espalda destrozada y ensangrentada. La parte de abajo de la túnica se había desgarrado, era la parte que suponía cubría desde sus rodillas hasta sus pies descalzos.

 

Era el año 2009 en la región de Bretaña, de Francia. Las calles estaban vacías, después de todo eran cerca de las tres de la madrugada, y al llover de esa manera, ¿a quién se le ocurriría estar en la calle?

Pero un joven a esa hora acababa de terminar su turno en el bar nocturno, por lo que ahora yacía camino hacia su casa. Abriendo su paraguas comenzó a caminar por la acera húmeda. Su departamento estaba solo a unas cuadras de su trabajo por lo que no era necesario tomar un medio de transporte.

Su cabello era de un color castaño chocolate, ondulado y del largo de una melena pero alocada. Sus ojos color miel se notaban cansados al verse algo opacos y poco concentrados, sin embargo el muchacho estaba lo suficientemente despierto como para ser conciente de su alrededor. Vestía con unos pantalones de mezclillas ajustados y una gruesa cazadora negra, junto con una bufanda de lana larga y de color gris. Sus manos estaban blancas por el frío al no llevarlas abrigadas con necesarios guantes.

A paso acelerado iba avanzando a través de las oscuras calles de Bretaña. La lluvia caía con fiereza sin dar tregua a nadie, haciéndose cada vez más fuerte. Estaba próximo a llegar, pero se percató que en la acera de enfrente, entre las bolsas de basura que alguien no había echado a un bote, había un bulto demasiado grande como para que fuese solo basura. Pero a pesar de la curiosidad de saber qué era aquello, siguió su camino con la idea de que nada era mejor como estar en la seguridad de su casa, sin embargo, mientras esperaba a que el semáforo de la esquina diera verde, su curiosidad le venció. Se devolvió cruzando a la otra acera en dirección a las bolsas de basura. De a poco se le fue haciendo más claro el bulto que veía a lo lejos y que tomaba cierta forma a medida que él avanzaba, hasta transformarse en la figura de, para sus ojos, una joven inconsciente.

—     ¡Dios! —exclamó asustado, tomando rápidamente al muchacho, quien increíblemente en sus brazos parecía una niña. Así lo pensó el humano, creyendo que se trataba de una chiquilla, y una realmente hermosa.

Ahora sin el paraguas en su mano, comenzó su camino a casa con el joven en brazos.

 

Ya en casa, lo recostó en el sillón, para luego ir rápidamente al baño, en donde juntó bastante agua tibia dentro de la tina.

—     Gracias a Dios que te he encontrado —dijo, tomando nuevamente al pelinegro en brazos y llevarlo al cuarto de baño. Ahí le sacó su extraña pero fina ropa, percatándose de que no llevaba ropa interior, y también de que se trataba de un muchacho— ¿un hombre? —se preguntó a sí mismo, sorprendiéndose— vaya —metió al menor a la tina. Ante eso él se estremeció, pero aún así no despertó de su inconsciencia—. Al menos puedes sentir. Eso quiere decir que te encuentras bien —soltó un suspiro de alivio y, tomando una esponja, comenzó a lavar el cuerpo del desconocido muchacho.

Cuando llegó a la zona de la espalda para enjaguarla, se percató de dos cicatrices paralelas verticales que eran de un largo aproximado de un antebrazo. Pasó la esponja con cuidado, notando que las cicatrices parecían no ser recientes.

Tomó dos de sus prendas, un ancho pantalón azulino de tela gruesa y un jersey color crema. Ambas prendas eran mucho más grandes que las del otro chico, pero aún así se las dejó. Lo llevó al sofá donde lo recostó de manera suave.

Se vio a sí mismo sorprendido con la delicadeza que trataba al desconocido, aún no pudiendo creer que se trataba de un varón. Poseía un cuerpo delgado y bastante frágil, y un rostro que a pesar de mantenerse dormido, era similar a la de una doncella.

 

Esperaría a la mañana siguiente para llamar a un médico y que de esa manera revisara de manera más profesional la salud del muchacho.

Después de haber dejado por completo bien al recién rescatado joven, fue a su habitación en donde se recostó solo con la intención de quedarse ahí unos minutos. No se percató si quiera cuando quedó en lo más profundo del sueño.

 

Un nuevo sueño, de esos que tenía todos los días, volvió a hacerse presente en la subconciencia mientras dormía. Se veía a sí mismo de pie junto a un precipicio blanco, no se veía fondo más que oscuridad. Giró de manera lenta su cabeza a un lado de él, encontrándose con la mirada de un hermoso muchacho, con ojos grandes y brillantes, entristecidos, al mismo tiempo que dos lágrimas caían de ellos. Se dio media vuelta, percatándose del camino de sangre que seguía al muchacho de mirada triste.

Y entonces, despertó.

Confundido se puso de pie, sintiéndose levemente mareado. Ahora mismo no era capaz de recordar su sueño. Nunca podía recordarlos, pero sabía que eran todos los días.

Por un momento se sintió desorientado. Se volvió a sentar en el borde de la cama y miró hacia la ventana, percatándose que a través de la cortina trasluciente blanca se veía la luz de la mañana. En ese momento recordó al muchacho que había recogido de la calle la noche pasada. Corrió hacia la sala principal, encontrándose con el joven aún durmiendo. Soltó un suspiro de alivio después de haber pensado en un momento que no lo encontraría ahí.

 

Tomó el teléfono y marcó el número del médico que necesitaba viniera cuanto antes a su departamento. Aún se sentía preocupado por el desconocido que yacía aún durmiendo en su sillón porque le asustaba el hecho de que todavía no despertara de su inconsciencia.

Cuando colgó su impaciencia era total, y después de casi media hora notó como de a poco el muchacho comenzaba a despertar pero en medio de una pesadilla porque su respiración se agitó y sus movimientos se volvieron bruscos y desesperantes, agitando sus brazos alocadamente hacia el cielo como si algo enfrente de él quisiera hacerle daño.

El de cabellos castaños rápidamente se colocó junto al extraño que parecía tener deseos de despertar. Tomó sus manos mientras que con su voz intentaba despertar al ajeno, pero parecía imposible.

—     ¡Despierta! —le gritó horrorizado, pero el moreno no dio ninguna reacción de haberlo escuchado, y continuó con sus ojos cerrados. No podía despertar, y lo único que salía de sus labios era un nombre acompañado de gritos y un llanto desconsolado. Repetía una y mil veces “Faith”—. ¡Por favor despierta!

—     ¡No lo hagas! ¡Faith, no! —entonces su labios se separaron en forma de una mueca angustiosa y desesperada, dejando escapar un alarido infernal, un grito que el joven francés jamás hubiera podido asemejar con nada en ese mundo.

Con eso los ojos del pelinegro se abrieron de par en par, dejando ver su color dorado, completamente desorbitados mientras que el grito se desvanecía de a poco.

El francés cayó al suelo, horrorizado, viendo al extraño joven aún con sus ojos fijos en el techo y su boca abierta. A los segundos sus párpados volvieron a cerrarse y con eso nuevamente volvió a caer inconsciente sobre el sofá.

 

El timbre de la puerta sonó pero el joven de cabellos castaños apenas y fue consciente de ello. Se encontraba prácticamente en un trance después de ver el descontrol presentado de quien había recogido de la calle la noche pasada.

El timbre debió sonar dos veces más para que el joven volviera en si. Corrió a la puerta para abrirla y de esa forma encontrarse con el doctor.

—     Doctor Bruno, al fin está acá —le saludó el muchacho haciéndolo pasar.

—     Joven Damien, ¿dónde esta el otro jovencito que me nombraste por teléfono? —le preguntó el mayor, un hombre robusto y de estatura mediana. Hubiera podido tener entre unos cuarenta y cinco o cincuenta años. Llevaba anteojos y pronto quedaría calvo.

—     Aquí en la sala —le avisó el otro guiando al médico a la sala principal donde yacía el pelinegro tumbado en el sofá.

El doctor analizó al muchacho con la mirada viendo que talvez aquel chiquillo no fuese un simple ciudadano. Sus delicados rasgos estaban demasiado cerca de la perfección, y aquella misteriosa elegancia que emitía con su sola presencia era demasiado fácil de percibir.

Bruno conocía my bien a la gente de esa ciudad. Aquel muchacho no sería una persona fácil de olvidar y aún así era la primera vez que le veía, estaba seguro de ello. No era una persona común, lo supo de inmediato por su apariencia.

—     ¿Quién es? —inquirió el hombre después de revisar a su paciente tomando su pulso, temperatura, estado de sus huesos, etcétera.

—     No lo sé —respondió titubeante Damien, quien estaba sentado en el más pequeño de los tres sillones de la sala, el cual estaba frente al que usaba el de cabellos negros.

—     ¿Cómo? —el doctor le miró confundido— ¿no lo conoces?

—     Lo encontré inconsciente en la calle ayer en la madrugada —confesó.

—     ¡Haz de haber dicho eso antes muchacho! —exclamó el médico ahora con un tono alarmado en la voz—. De seguro ha de pertenecer a las familias importantes de este lugar, deben estar buscándolo —hizo una pausa—. Llamaré a una ambulancia, hay que internarlo. Si no ha despertado desde la noche de ayer es porque algo grave debe tener, de seguro le hace falta suero y un montón de cosas más. Además, ¿qué son esas cicatrices de la espalda? Sé que son de tiempo ya pero… ¿qué pudo causarle unas heridas de esa magnitud? —ahora mismo con la información que Damien le había brindado al doctor, este último parecía ahora más preocupado que en un principio, más alarmado y con más urgencia en sus acciones.

—     ¿Está muy grave doctor?

—     Hasta ahora no he visto ningún peligro en su estado de salud, nada preocupante en sus signos vitales pero te lo digo muchacho, que aún no despierte es preocupante. Mejor alimentarlo con suero y hacerle una mejor y más detallada revisión en el hospital. ¿Te parece?

Pero Damien sentía que no debía dejar al desconocido en otras manos. Pero no le conocía, y un hospital era lo mejor.

Prefirió ignorar ese extraño presentimiento.

—     Si —asintió— será mejor.

—     Te mantendré informado de todas formas, después de todo si no hubiese sido por ti, él seguramente hubiera muerto bajo la tormenta de ayer.

El doctor se retiró a otra habitación para comunicarse con el hospital y de esa manera ordenar una ambulancia para transportar al joven pelinegro

 

En esos cortos minutos Damien se acercó al muchacho sentándose sobre la alfombra marrón del suelo. Miró al otro extraño con un semblante de preocupación.

—     Espero estés mejor, desconocido —murmuró casi sonriendo.

Volvió a ponerse de pie, esperando que el doctor Bruno regresara de terminar la llamada.

 

Notas finales:

Ahora, pongamos algunas incógnitas xD

 

¿Quién será ese misterioso muchacho que yacía incosnciente en la calle? (Muy fácil ¿no?)

Bueno ._. No se me ocurre nada más. Espero les haya gustado. ¡Comenten! n.n

 

Bye.


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