En ocasiones se debe guardar silencio, apretar los labios y no evocar sonido alguno. No importa lo que los demás griten, no importa los insultos que lancen. No importa absolutamente nada, tan sólo hay momentos en que hay que cerrar la maldita boca y tragárselo todo. Kangin lo sabía. De verdad lo sabía, lo aprendió bastante bien, porque de ser el peor troglodita de la escuela, pasó a ser Kim Yongwooon, como dictaba su propio nombre.
Todo gracias a él.
Pero esa noche era distinto. Porque cuando estás enganchado de alguien, tienes una única preocupación, el bienestar de ese 'alguien'. Por ello, apretó el puño con fuerza y lo estrelló contra la mejilla de aquél. La sangre fluyó por su mano, estaba tibia. Se dio la media vuelta y lanzó un golpe certero en el estómago de otro. Todos sabían que Kangin poseía un gancho derecho envidiable, así que no tardó su puño estar bañado en sangre por tantos golpes que acertaba.
—Has cometido un grave error, idiota —dijo al final Jeon, con el tono acre. Jeon es quien movía toda la telaraña. Era la manzana podrida—. ¡Me pagarás todo esto!
Kangin no apartó los ojos de Jeon en ningún momento. A medida que los neandertales continuaban llegando, sentía las carcajadas en torno a ellos. Fue en ese entonces, en que apartó la mirada y por un instante observó al cuerpo tirado a su lado. SungMin parecía tan frágil. Su rostro estaba pálido y la sangre por la sien parecía estar seca. Kangin todavía tenía el puño apretado, ignorando las groserías que todos gritaban, haciendo oído sordo de los insultos, porque en ese momento tan sólo poseía atención para su chico.
No era justo, pensó Kangin. No era justo. Inclina un poco la cabeza, apretando más el puño, si es que eso es posible. Levanta la mirada, y antes que pudiera actuar, una sombra le cubre el rostro y un dolor puntiagudo se esparce por su cabeza.
Iba cayendo, cuando, por un instante, SungMin parece abrir los ojos.
Kangin sonríe, una línea delgada que se curva milímetros hacia arriba.
Jeon y sus amigotes al fin deciden irse, sin antes haber escupido en un tono agrio; «joder, asquerosos maricas, no se vuelvan a cruzar ante nosotros o no habrá una próxima vez». Golpeó de nuevo a Kangin, y finalmente, se alejó a carcajada suelta con los demás.
Kangin se siente patético, está seguro que, con lo grande, lo enorme que es, y nunca se había visto tan pequeño, tan devastado, tan herido. No por su cuerpo golpeado, sino por haber sido incapaz de proteger al otro.
Oyó quejarse a SungMin. Todo estaba tan oscuro que no podía ver con claridad las lágrimas incipientes en el rostro del menor, de manera que tendió la mano en busca de la suya. Los dos entrelazaron los dedos.
—Mañana será un nuevo día —susurra el menor, curvando los labios en una sonrisa, pero es algo triste. Tan triste que no parece una sonrisa.
Kangin asiente, con un dolor en la garganta.
«Mañana será otro día —pensaron—, mañana olvidaremos todo esto. Sí, mañana»